Audiencias 1998 20

Abril de 1998



Miércoles 1 de abril de 1998

El bautismo, fundamento de la existencia cristiana

1. Según el evangelio de san Marcos, las últimas enseñanzas de Jesús a sus discípulos presentan unidos fe y bautismo como el único camino de salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). También Mateo, al referir el mandato misionero que Jesús da a los Apóstoles, subraya el nexo entre predicación del Evangelio y bautismo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

En conformidad con estas palabras de Cristo, Pedro, el día de Pentecostés, dirigiéndose al pueblo para exhortarlo a la conversión, invita a sus oyentes a recibir el bautismo: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Ac 2,38). La conversión, pues, no consiste sólo en una actitud interior, sino que implica también el ingreso en la comunidad cristiana a través del bautismo, que obra el perdón de los pecados e inserta en el Cuerpo místico de Cristo.

2. Para captar el sentido profundo del bautismo, es necesario volver a meditar en el misterio del bautismo de Jesús, al comienzo de su vida pública. Se trata de un episodio a primera vista sorprendente, porque el bautismo de Juan, que recibió Jesús, era un bautismo de «penitencia», que disponía al hombre a recibir la remisión de los pecados. Jesús sabía bien que no tenía necesidad de ese bautismo, siendo perfectamente inocente. En tono desafiante, dirá un día a sus adversarios: «¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?» (Jn 8,46).

En realidad, sometiéndose al bautismo de Juan, Jesús lo recibe no para su propia purificación, sino como signo de solidaridad redentora con los pecadores. En su gesto bautismal está implícita una intención redentora, puesto que es «el Cordero (...) que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Más tarde llamará «bautismo» a su pasión, experimentándola como una especie de inmersión en el dolor, aceptada con finalidad redentora para la salvación de todos: «Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!» (Lc 12,50).

3. En el bautismo en el Jordán, Jesús no sólo anuncia el compromiso del sufrimiento redentor, sino que también obtiene una efusión especial del Espíritu, que desciende en forma de paloma, es decir, como Espíritu de la reconciliación y de la benevolencia divina. Este descenso es preludio del don del Espíritu Santo, que se comunicará en el bautismo de los cristianos.

Además, una voz celestial proclama: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Es el Padre quien reconoce a su propio Hijo y manifiesta el vínculo de amor que lo une a él. En realidad, Cristo está unido al Padre por una relación única, porque es el Verbo eterno «de la misma naturaleza del Padre». Sin embargo, en virtud de la filiación divina conferida por el bautismo, puede decirse que para cada persona bautizada e injertada en Cristo resuena aún la voz del Padre: «Tú eres mi hijo amado».

21 En el bautismo de Cristo se encuentra la fuente del bautismo de los cristianos y de su riqueza espiritual.

4. San Pablo ilustra el bautismo sobre todo como participación en los frutos de la obra redentora de Cristo, subrayando la necesidad de renunciar al pecado y comenzar una vida nueva. Escribe a los Romanos: «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (
Rm 6,3-4).

El bautismo cristiano, precisamente porque sumerge en el misterio pascual de Cristo, tiene un valor muy superior a los ritos bautismales judíos y paganos, que eran abluciones destinadas a significar la purificación, pero incapaces de borrar los pecados. En cambio, el bautismo cristiano es un signo eficaz, que obra realmente la purificación de las conciencias, comunicando el perdón de los pecados. Confiere, además, un don mucho mayor: la vida nueva de Cristo resucitado, que transforma radicalmente al pecador.

5. Pablo muestra el efecto esencial del bautismo, cuando escribe a los Gálatas: «Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Ga 3,27). Existe una semejanza fundamental del cristiano con Cristo, que implica el don de la filiación divina adoptiva. Los cristianos, precisamente porque están «bautizados en Cristo», son por una razón especial «hijos de Dios». El bautismo produce un verdadero «renacimiento».

La reflexión de san Pablo se relaciona con la doctrina transmitida por el evangelio de san Juan, especialmente con el diálogo de Jesús con Nicodemo: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (Jn 3,5-6).

«Nacer del agua» es una clara referencia al bautismo, que de ese modo resulta un verdadero nacimiento del Espíritu. En efecto, en él se da al hombre el Espíritu de la vida que «consagró» la humanidad de Cristo desde el momento de la Encarnación y que Cristo mismo infundió en virtud de su obra redentora.

El Espíritu Santo hace nacer y crecer en el cristiano una vida «espiritual», divina, que anima y eleva todo su ser. A través del Espíritu, la vida misma de Cristo produce sus frutos en la existencia cristiana.

¡Don y misterio grande es el bautismo! Es de desear que todos los hijos de la Iglesia, especialmente en este período de preparación del acontecimiento jubilar, tomen conciencia cada vez más profunda de ello.

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos españoles y latinoamericanos, en particular, a los grupos venidos de Murcia, Barcelona, Madrid y Ávila, así como a los fieles argentinos de Esperanza. Mientras os invito a vivir con intensidad estos últimos días de la Cuaresma con el deseo de renovar las promesas bautismales en la noche de Pascua, os imparto complacido la bendición apostólica. A los visitantes holandeses y belgas les deseó que su peregrinación a las tumbas de los Apóstoles sea una plegaria continua que les haga verdaderos testigos del Evangelio.

(A los peregrinos croatas)
22 Dios sigue continuamente los pasos del hombre y no lo abandona nunca. Esto quiere recordar también la próxima celebración del gran jubileo, que evoca la plenitud del tiempo en el que el Padre mandó a su Hijo (cf. Ga 4,4), por medio del cual infundió en nuestros corazones el Espíritu de adopción (cf. Rm 8,16 Ga 4,16), para hacernos criaturas nuevas y para prepararnos a la Pascua gloriosa de su Reino.

(En italiano)
Saludo también con afecto a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos hermanos, en la inminencia de la Semana santa, que os hará revivir la muerte y la resurrección de Cristo, deseo invitaros a una pausa de íntimo recogimiento, para contemplar este gran misterio, del que brota nuestra salvación.

Hallaréis en él, queridos jóvenes, una fuente de alegría y entusiasmo y vosotros, queridos enfermos, un motivo de gran consuelo, sintiéndoos cercanos al rostro sufriente del Salvador. A vosotros, queridos recién casados, deseo que avancéis con confianza por el camino común que acabáis de emprender, sostenidos por la alegría de Cristo resucitado.







Miércoles 8 de Abril 1998


1. En estos días de la Semana santa la liturgia subraya con particular vigor la oposición entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, pero no nos deja en la duda del resultado final: la gloria de Cristo resucitado. Mañana, la solemne celebración in cena Domini nos introducirá en el Triduo sacro, que presentará a la contemplación de todos los creyentes los acontecimientos centrales de la historia de la salvación. Juntos reviviremos, con profunda participación, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús.

2. En la santa misa crismal, preludio matutino del Jueves santo, se reunirán, mañana por la mañana, los presbíteros con su obispo. Durante una significativa celebración eucarística, que tradicionalmente tiene lugar en las catedrales diocesanas, se bendecirán el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos, y se consagrará el crisma. Esos ritos significan simbólicamente la plenitud del sacerdocio de Cristo y la comunión eclesial que debe animar al pueblo cristiano, congregado por el sacrificio eucarístico y vivificado en la unidad por el don del Espíritu Santo.

Mañana, por la tarde, celebraremos, con sentimientos de gratitud, el momento de la institución de la Eucaristía. En la última cena, el Señor, «habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1) y, precisamente cuando Judas se disponía a traicionarlo y se hacía noche en su corazón, la misericordia divina triunfaba sobre el odio, la vida sobre la muerte: «Jesús tomó pan y lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed, éste es mi cuerpo". Tomó luego el cáliz y, dando gracias, se lo dio diciendo: "Bebed todos de él, porque ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados"» (Mt 26,26-28).

Así pues, la alianza nueva y eterna de Dios con el hombre está escrita con caracteres indelebles en la sangre de Cristo, cordero manso y humilde, inmolado libremente para expiar los pecados del mundo. Al final de la celebración, la Iglesia nos invitará a una prolongada adoración de la Eucaristía, para meditar en este extraordinario e inconmensurable misterio de amor.

3. El Viernes santo se caracteriza por el relato de la pasión y por la contemplación de la cruz. En ella se revela plenamente la misericordia del Padre. La liturgia nos invita a rezar así: «Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a ti, nos amaste hasta el extremo. Tu Hijo, que es el único justo, se entregó a sí mismo en nuestras manos para ser clavado en la cruz» (Misal Romano, Plegaria eucarística sobre la reconciliación I). Es tan grande la emoción que suscita este misterio, que el apóstol Pedro, escribiendo a los fieles de Asia menor, exclamaba: «Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1P 1,18-19).

Por esto, después de proclamar la pasión del Señor, la Iglesia pone en el centro de la liturgia del Viernes santo la adoración de la cruz, que no es símbolo de muerte, sino manantial de vida auténtica. En este día, rebosante de emoción espiritual, se yergue sobre el mundo la cruz de Cristo, emblema de esperanza para todos los que acogen con fe este misterio en su vida.

23 4. Meditando en estas realidades sobrenaturales, entraremos en el silencio del Sábado santo, a la espera del triunfo glorioso de Cristo en la resurrección. Junto al sepulcro podremos reflexionar en la tragedia de una humanidad que, privada de su Señor, se ve inevitablemente dominada por la soledad y el desconsuelo. Replegado en sí mismo, el hombre se siente privado de todo anhelo de esperanza ante el dolor, ante las derrotas de la vida y, especialmente, ante la muerte. ¿Qué hacer? Es preciso estar a la espera de la resurrección. De acuerdo con una antigua y extendida tradición, estará a nuestro lado la Virgen María, Madre dolorosa, Madre de Cristo inmolado.

Con todo, en la noche del Sábado santo, durante la solemne Vigilia pascual, madre de todas las vigilias, el silencio quedará roto por el canto de gozo: el Exsultet. Una vez más se proclamará la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte, y la Iglesia se alegrará en el encuentro con su Señor.

Así entraremos en el clima de la Pascua de Resurrección, día sin fin que el Señor inaugura resucitando de entre los muertos.

Amadísimos hermanos y hermanas, abramos nuestro corazón a la gracia divina y dispongámonos a seguir a Jesús en su pasión y muerte, para entrar con él en la alegría de la resurrección.

Con estos sentimientos, deseo a todos un fructuoso Triduo pascual y una santa y feliz Pascua.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente al grupo de responsables europeos de cooperación internacional, así como a los fieles venidos de Santomera, Játiva y San Cugat del Vallés. Os invito a abrir el corazón a la gracia divina y a seguir a Jesús en su pasión y muerte, para entrar con él en el gozo de la resurrección. A todos os bendigo de corazón.

(En lengua checa)
En esta Semana santa Jesucristo nos llama a unirnos más profundamente al misterio de su muerte y resurrección Él quiere colmarnos de su gracia, dándonos una esperanza nueva.

(A los peregrinos húngaros)
En la Semana santa la liturgia nos invita a meditar en el gran misterio de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Que el Señor nos ayude a redescubrir en estos días los sagrados misterios de nuestra fe y a participar de las gracias que de ella brotan. Lo pido en mi oración para vosotros y vuestros seres queridos .

(En italiano)
24 Dirijo ahora mi saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Estamos ya en vísperas del Triduo sacro, que nos hará contemplar la muerte y resurrección de Cristo.

Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a mirar a la cruz de Cristo para hallar en ella luz y vigor para vuestro crecimiento espiritual.

Ojalá que para vosotros, queridos enfermos, la pasión de Cristo, que culmina en el triunfo glorioso de la Pascua, constituya la fuente de renovada esperanza y consolación en la hora de la prueba.

Y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que el ejemplo de Jesús, que da la vida por sus amigos, sea ejemplo de generosa entrega recíproca en la existencia cotidiana.






Miércoles 15 de abril de 1998

1. La audiencia general de hoy se celebra en la octava de Pascua. En esta semana, y durante todo el arco de tiempo que llega hasta Pentecostés, la comunidad cristiana percibe de modo especial la presencia viva y eficaz de Cristo resucitado. En el espléndido marco de luz y júbilo propios del tiempo pascual, proseguimos nuestras reflexiones de preparación para el gran jubileo del año 2000. Hoy nos detenemos una vez más en el sacramento del bautismo que, sumergiendo al hombre en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, le comunica la filiación divina y lo incorpora a la Iglesia.

El bautismo es esencial para la comunidad cristiana. En particular, la carta a los Efesios sitúa el bautismo entre los fundamentos de la comunión que une a los discípulos de Cristo. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos...» (Ep 4,4-6).

La afirmación de un solo bautismo en el contexto de las otras bases de la unidad eclesial reviste una importancia particular. En realidad, remite al único Padre, que en el bautismo ofrece a todos la filiación divina. Está íntimamente relacionado con Cristo, único Señor, que une a los bautizados en su Cuerpo místico, y con el Espíritu Santo, principio de unidad en la diversidad de los dones. Al ser sacramento de la fe, el bautismo comunica una vida que abre el acceso a la eternidad y, por tanto, hace referencia a la esperanza, que espera con certeza el cumplimiento de las promesas de Dios.

El único bautismo expresa, por consiguiente, la unidad de todo el misterio de la salvación.

2. Cuando san Pablo quiere mostrar la unidad de la Iglesia, la compara con un cuerpo, el cuerpo de Cristo, edificado precisamente por el bautismo: «Hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Co 12,13).

El Espíritu Santo es el principio de la unidad del cuerpo, pues anima tanto a Cristo cabeza como a sus miembros. Al recibir el Espíritu, todos los bautizados, a pesar de sus diferencias de origen, nación, cultura, sexo y condición social, son unidos en el cuerpo de Cristo, de modo que san Pablo puede decir: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28).

25 3. Sobre el fundamento del bautismo, la primera carta de san Pedro exhorta a los cristianos a colaborar con Cristo en la construcción del edificio espiritual fundado por él y sobre él: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1P 2,4-5). Por tanto, el bautismo une a todos los fieles en el único sacerdocio de Cristo, capacitándolos para participar en los actos de culto de la Iglesia y transformar su existencia en ofrenda espiritual agradable a Dios. De ese modo, crecen en santidad e influyen en el desarrollo de toda la comunidad.

El bautismo es también fuente de dinamismo apostólico. El Concilio recuerda ampliamente la tarea misionera de los bautizados, en conformidad con su propia vocación; en la constitución Lumen gentium, enseña: «Todos los discípulos de Cristo han recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades» (LG 17). En la encíclica Redemptoris missio subrayé que, en virtud del bautismo, todos los laicos son misioneros (cf. n. 71).

4. El bautismo es un punto de partida fundamental también para el compromiso ecuménico.

Con respecto a nuestros hermanos separados, el decreto sobre el ecumenismo declara: «En efecto, los que creen en Cristo y han recibido debidamente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica» (Unitatis redintegratio UR 3). El bautismo conferido de forma válida obra, en realidad, una efectiva incorporación a Cristo y hace que todos los bautizados, independientemente de la confesión a la que pertenecen, sean verdaderamente hermanos y hermanas en el Señor. El Concilio enseña a este propósito: «El bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados en él» (ib., 22).

Se trata de una comunión inicial, que debe desarrollarse en la dirección de la unidad plena, como el mismo Concilio recomienda: «El bautismo por sí mismo es sólo un principio y un comienzo, porque todo él tiende a conseguir la plenitud de vida en Cristo. Así pues, el bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso, y finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística» (ib.).

5. En la perspectiva del jubileo, esta dimensión ecuménica del bautismo merece ser puesta especialmente de relieve (cf. Tertio millennio adveniente TMA 41).

Dos mil años después de la venida de Cristo, los cristianos se presentan al mundo, por desgracia, sin la unidad plena que él deseó y por la que rogó. Pero, mientras tanto, no debemos olvidar que lo que ya nos une es muy grande. Es necesario promover, en todos los niveles, el diálogo doctrinal, la apertura y la colaboración recíprocas y, sobre todo, el ecumenismo espiritual de la oración y del compromiso de santidad. Precisamente la gracia del bautismo es el fundamento sobre el que hay que construir la unidad plena, hacia la que el Espíritu nos impulsa sin cesar.

Saludos

Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos españoles y latinoamericanos; en particular, a los grupos venidos de España, Argentina, Colombia y México. Mientras os invito a vivir con alegría desbordante este tiempo pascual, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(Al coro «Voces del mundo », compuesto en su mayor parte por coros de Irlanda del norte y del sur, de Italia y Polonia)
Vuestra presencia nos ofrece la oportunidad de volver a dar gracias a Dios por los importantes pasos dados recientemente a fin de llevar la paz a Irlanda del norte.

26 «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Con estas palabras comenzó su saludo a los peregrinos holandeses y belgas; en particular a los seminaristas y a sus formadores de la diócesis de Haarlem, acompañados por el obispo, mons. Hendrik Joseph Alois Bomers, c.m., y el obispo auxiliar, mons. Joseph Maria Punt. «"La vocación sacerdotal —les dijo— es un don de Dios, que constituye ciertamente un gran bien para quien es su primer destinatario. Pero es también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida y misión" (Pastores dabo vobis, PDV 41). Ojalá que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles en la octava de Pascua os fortifique en vuestra vocación, un don de Jesucristo resucitado».

«Que Cristo resucitado llene vuestros corazones de su amor y de su gozo», dijo a los peregrinos lituanos. He aquí las palabras que dirigió a los checos procedentes de Brno y alrededores: «Ruego a Dios omnipotente que infunda en vosotros la verdadera alegría de la resurrección de Cristo y os acompañe siempre con sus numerosos dones».

A los fieles eslovacos les habló así: «En estos días profesemos con fe gozosa que el Señor Jesús ha resucitado de entre los muertos y está eternamente vivo. Esta fe refuerza en nosotros la esperanza de que tambi én nuestro cuerpo resucitará para ser glorificado con Jesús. Os deseo que esta esperanza reavive siempre vuestro amor a Dios y al prójimo».

Después de saludar a cada uno de los grupos de los numerosos peregrinos croatas (1.845), se dirigió en particular al obispo de Požega, mons. Antun .kvoreevi a, que presidía la peregrinación diocesana a las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo y a los lugares vinculados a la vida y al martirio de san Lorenzo, patrono de esa joven diócesis. Luego añadió: «Queridísimos hermanos, con este gesto, en el que toman parte los componentes de la Iglesia de Požega, habéis querido confirmar la comunión con la Iglesia de Roma y el sucesor de Pedro. Regresad a casa confirmados en la fe y, al prepararos a cruzar el umbral del tercer milenio cristiano, dad testimonio de los valores evangélicos, tan necesarios para la reconstrucción material y espiritual de vuestra patria, que sufrió primero largos años de dictadura y luego una guerra devastadora».

Dio la bienvenida a los seminaristas de Eslovenia, que culminan las fiestas pascuales con la visita a los monumentos cristianos de Roma. «Éstos —les dijo— os recuerdan que debéis ser hombres de oración. Para poder llevar a los otros a Cristo, es necesario instaurar con él una intimidad que se alcanza sólo pasando juntos mucho tiempo. Los años de seminario están destinados a la meditación fiel de la palabra de Dios y a la participación activa en los sacramentos, especialmente en la santa misa. Esto intensificar á vuestra amistad con Cristo y os preparará para el apostolado sacerdotal. Os encomiendo a la Madre celeste Marija Pomagaj y os imparto mi bendición apostólica».

El Papa habló, por último, en italiano. Dio una cordial bienvenida en particular a los Frailes Menores de la custodia del santuario de la Anunciación en Nazaret y a los Frailes Menores Capuchinos del santuario de Loreto, que habían acudido a la audiencia para que bendijera y coronara la estatua de «María de Nazaret», que visitará diversas capitales del mundo. «Queridísimos hermanos —prosiguió—, manifiesto mi viva complacencia por esta iniciativa mariana de preparación al gran jubileo del año 2000, y deseo que, por intercesión de la Virgen santa, la "Peregrinatio Mariae" mundial constituya una ocasión providencial de anuncio renovado del Evangelio y de gozoso testimonio cristiano». Para los diáconos de la Compañía de Jesús, acompañados de sus superiores y familiares, invocó una abundante efusión de dones celestiales, que les confirme en sus generosos propósitos de fidelidad al Señor.

Luego saludó también a otros grupos y finalmente añadió estas palabras:

Dirijo, ahora, unas palabras a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este tiempo pascual os exhorto, jóvenes, y en particular al numeroso grupo de la profesión de fe, proveniente de diversas parroquias, arciprestazgos y colegios de Lombardía, a conjugar la fe en el Señor resucitado con el empeño diario de solidaridad para con los hermanos más pobres. Os invito a vosotros, enfermos, a ser testigos de la cruz gloriosa de Cristo; y a vosotros, recién casados, a contribuir con vuestro amor fiel y fecundo a la construcción de la civilización del amor, que nace de la Pascua.





Miércoles 22 de Abril 1998


1. El camino hacia el jubileo, a la vez que remite a la primera venida histórica de Cristo, nos invita también a mirar hacia adelante en espera de su segunda venida al final de los tiempos. Esta perspectiva escatológica, que indica la orientación fundamental de la existencia cristiana hacia las últimas realidades, es una llamada continua a la esperanza y, al mismo tiempo, al compromiso en la Iglesia y en el mundo.

No debemos olvidar que el ‹sxaton, es decir, el acontecimiento final, entendido cristianamente, no es sólo una meta puesta en el futuro, sino también una realidad ya iniciada con la venida histórica de Cristo. Su pasión, muerte y resurrección constituyen el evento supremo de la historia de la humanidad, que ha entrado ya en su última fase, dando, por decir así, un salto de calidad. Se abre, para el tiempo, el horizonte de una nueva relación con Dios, caracterizada por el gran ofrecimiento de la salvación en Cristo.

27 Por esto, Jesús puede decir: «Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Jn 5,25). La resurrección de los muertos, esperada para el final de los tiempos, recibe una primera y decisiva actuación ya ahora, en la resurrección espiritual, objetivo principal de la obra de salvación. Consiste en la nueva vida comunicada por Cristo resucitado, como fruto de su obra redentora.

Es un misterio de renacimiento en el agua y en el Espíritu (cf. Jn 3,5), que marca profundamente el presente y el futuro de toda la humanidad, aunque su eficacia se realiza ya desde ahora sólo en los que aceptan plenamente el don de Dios y lo irradian en el mundo.

2. Cristo, en sus palabras, pone claramente de manifiesto esta doble dimensión, presente y a la vez futura, de su venida. En el discurso escatológico, que pronuncia poco antes del drama pascual, Jesús predice: «Verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13,26-27).

En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo teofánico: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino. Estas palabras del discurso hacen pensar en el futuro último, que concluirá la historia. Con todo, Jesús, en la respuesta que da al sumo sacerdote durante el proceso, repite la profecía escatológica, enunciándola con palabras que aluden a un acontecimiento inminente: «Yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64).

Confrontando estas palabras con las del discurso anterior, se aprecia el sentido dinámico de la escatología cristiana, como un proceso histórico ya iniciado y en camino hacia su plenitud.

3. Por otra parte, sabemos que las imágenes apocalípticas del discurso escatológico, a propósito del final de todas las cosas, se han de interpretar en su intensidad simbólica. Expresan la precariedad del mundo y el poder soberano de Cristo, en cuyas manos está el destino de la humanidad. La historia camina hacia su meta, pero Cristo no señaló ninguna fecha concreta. Por tanto, son falsos y engañosos los intentos de prever el final del mundo. Cristo nos aseguró solamente que el final no vendrá antes de que su obra de salvación haya alcanzado una dimensión universal por el anuncio del Evangelio: «Se proclamará esta buena nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24,14).

Jesús dice estas palabras a los discípulos, interesados en conocer la fecha del fin del mundo. Tienen la tentación de pensar en una fecha cercana. Y Jesús les da a entender que deben suceder primero muchos acontecimientos y cataclismos, y serán solamente «el comienzo de los dolores» (Mc 13,8). Por consiguiente, como dice san Pablo, toda la creación «gime y sufre dolores de parto» esperando con ansiedad la revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19-22).

4. La obra evangelizadora del mundo conlleva la profunda transformación de las personas humanas por influjo de la gracia de Cristo. San Pablo afirmó que la finalidad de la historia es el plan del Padre de «recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra» (Ep 1,10). Cristo es el centro del universo, que atrae hacia sí a todos para comunicarles la abundancia de las gracias y la vida eterna.

El Padre dio a Jesús «el poder para juzgar, porque es Hijo del hombre» (Jn 5,27). El juicio, aunque, como es obvio, incluye la posibilidad de condena, está encomendado al «Hijo del hombre», es decir, a una persona llena de comprensión y solidaria con la condición humana. Cristo es un juez divino con un corazón humano, un juez que desea dar la vida. Sólo el empecinamiento impenitente en el mal puede impedirle hacer este don, por el cual él no dudó en afrontar la muerte.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los seminaristas de Sigüenza-Guadalajara, así como a los grupos venidos de Alicante, Madrid, Bilbao y Valladolid. En este tiempo de Pascua os invito a todos a renovar el compromiso bautismal para ser testigos de Cristo vivo en el mundo, a la vez que os bendigo de corazón.

28 (En lengua checa recordó que al día siguiente se celebraba la fiesta de san Adalberto)
Que su herencia preciosa encienda en vosotros el celo por el servicio a Dios con corazón indiviso.

(También a los peregrinos húngaros les recordó la celebración de la fiesta de san Adalberto, el cual —según la tradición— bautizó a san Esteban)
Sed siempre fieles a este bautismo y profesad vuestra fe. Esto pido para vosotros y para vuestros seres queridos en mis oraciones y os imparto de corazón la bendición apostólica.

(A varios grupos eslovacos)
Hoy os invito a rezar por vuestros obispos, a fin de que sean padres y pastores para cada uno de los fieles. Que el Espíritu Santo os fortifique a todos en la unidad. Para ello os imparto de corazón mi bendición apostólica. ¡Alabado sea Jesucristo!

(A los grupos croatas)
Al desear a cada uno de vosotros que la luz y la paz de Cristo resucitado llenen vuestros corazones, os imparto gustoso la bendición apostólica. ¡Alabados sean Jesús y María!

(En italiano)
Con gran cordialidad me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Que el Señor resucitado llene de su amor el corazón de cada uno de vosotros, queridos jóvenes, para que estéis dispuestos a seguirlo con el entusiasmo y el fervor de vuestra edad; que a vosotros, queridos enfermos, os dé fuerza para aceptar con serenidad el peso diario del sufrimiento y de la cruz; y a vosotros, queridos recién casados, os guíe en la formación de familias impregnadas del perfume de la santidad evangélica, en la entrega recíproca.





Miércoles 29 de abril de 1998


29 1. Al orientar nuestra mirada hacia Cristo, el jubileo nos invita a dirigirla también a María. No podemos separar al Hijo de la Madre, porque «el haber nacido de María» pertenece a la identidad personal de Jesús. Ya desde las primeras fórmulas de fe, Jesús fue reconocido como Hijo de Dios e Hijo de María. Lo recuerda, por ejemplo, Tertuliano, cuando afirma: «Es necesario creer en un Dios único, todopoderoso, creador del mundo, y en su Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen María» (De virg. vel., 1, 3).

Como Madre, María fue la primera persona humana que se alegró de un nacimiento que marcaba una nueva era en la historia religiosa de la humanidad. Por el mensaje del ángel, conocía el destino extraordinario que estaba reservado al niño en el plan de salvación. La alegría de María está en la raíz de todos los jubileos futuros. Así pues, en su corazón materno se preparó también el jubileo que nos disponemos a celebrar. Por este motivo, la Virgen santísima debe estar presente de un modo, por decir así, «transversal» al tratar los temas previstos durante toda la fase preparatoria (cf. Tertio millennio adveniente, 43). Nuestro jubileo deberá ser una participación en su alegría.

2. La inseparabilidad de Cristo y de María deriva de la voluntad suprema del Padre en el cumplimiento del plan de la Encarnación. Como dice san Pablo: «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (
Ga 4,4).

El Padre quiso una madre para su Hijo encarnado, a fin de que naciera de modo verdaderamente humano. Al mismo tiempo, quiso una madre virgen, como signo de la filiación divina del niño.

Para realizar esta maternidad, el Padre pidió el consentimiento de María. En efecto, el ángel le expuso el proyecto divino y esperó una respuesta, que debía brotar de su voluntad libre. Eso se deduce claramente del relato de la Anunciación, donde se subraya que María hizo una pregunta, en la que se refleja su propósito de conservar su virginidad. Cuando el ángel le explica que ese obstáculo será superado por el poder del Espíritu Santo, ella da su consentimiento.

3. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Esta adhesión de María al proyecto divino tuvo un efecto inmenso en todo el futuro de la humanidad. Podemos decir que el «sí» pronunciado en el momento de la Anunciación cambió la faz del mundo. Era un «sí» a la venida de Aquel que debía liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y darles la vida divina de la gracia. Ese «sí» de la joven de Nazaret hizo posible un destino de felicidad para el universo.

¡Acontecimiento admirable! La alabanza que brota del corazón de Isabel en el episodio de la Visitación puede expresar muy bien el júbilo de la humanidad entera: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (Lc 1,42).

4. Desde el instante del consentimiento de María, se realiza el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios entra en nuestro mundo y comienza su vida de hombre, sin dejar de ser plenamente Dios. Desde ese momento, María se convierte en Madre de Dios.

Este título es el más elevado que se puede atribuir a una creatura. Está totalmente justificado en María, porque una madre es madre de la persona del hijo en toda la integridad de su humanidad. María es «Madre de Dios» en cuanto Madre del «Hijo, que es Dios», aunque su maternidad se define en el contexto del misterio de la Encarnación.

Fue precisamente esta intuición la que hizo florecer en el corazón y en los labios de los cristianos, ya desde el siglo III, el título de Theotókos, Madre de Dios. La plegaria más antigua dirigida a María tiene origen en Egipto y suplica su ayuda en circunstancias difíciles, invocándola «Madre de Dios».

Cuando, más tarde, algunos discutieron la legitimidad de este título, el concilio de Éfeso, en el año 431, lo aprobó solemnemente y su verdad se impuso en el lenguaje doctrinal y en el uso de la oración.

30 5. Con la maternidad divina, María abrió plenamente su corazón a Cristo y, en él, a toda la humanidad. La entrega total de María a la obra de su Hijo se manifiesta, sobre todo, en la participación en su sacrificio. Según el testimonio de san Juan, la Madre de Jesús «estaba junto a la cruz» (Jn 19,25). Por consiguiente, se unió a todos los sufrimientos que afligían a Jesús. Participó en la ofrenda generosa del sacrificio por la salvación de la humanidad.

Esta unión con el sacrificio de Cristo dio origen en María a una nueva maternidad. Ella, que sufrió por todos los hombres, se convirtió en madre de todos los hombres. Jesús mismo proclamó esta nueva maternidad cuando le dijo, desde la cruz: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). Así quedó María constituida madre del discípulo amado y, en la intención de Jesús, madre de todos los discípulos, de todos los cristianos.

Esta maternidad universal de María, destinada a promover la vida según el Espíritu, es un don supremo de Cristo crucificado a la humanidad. Al discípulo amado le dijo Jesús: «He ahí a tu madre», y desde aquella hora «la acogió en su casa» (Jn 19,27), o mejor, «entre sus bienes», entre los dones preciosos que le dejó el Maestro crucificado.

Las palabras «He ahí a tu madre» están dirigidas a cada uno de nosotros. Nos invitan a amar a María como Cristo la amó, a recibirla como Madre en nuestra vida, a dejarnos guiar por ella en los caminos del Espíritu Santo.

Saludos

Saludo ahora con afecto a los peregrinos españoles y latinoamericanos; en particular, a los sacerdotes que participan en el curso de actualización para el clero diocesano de España, a los alcaldes y concejales de la comarca valenciana del Camp del Turia, a los miembros de la comunidad boliviana en Roma, así como a los demás grupos venidos de Venezuela, México y España. Invocando el nombre de María, Virgen y Madre, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Mi saludo va, por último, como de costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La liturgia celebra hoy a Catalina de Siena, virgen dominica y doctora de la Iglesia, así como copatrona de Italia, junto con Francisco de Asís. Queridos jóvenes, enamoraos de Cristo, como santa Catalina, para seguirlo con empeño y fidelidad. Vosotros, queridos enfermos, insertad vuestros sufrimientos en el misterio de amor de la sangre del Redentor, contemplado con especial devoción por la gran santa de Siena. Y vosotros, queridos recién casados, con vuestro mutuo amor fiel, sed signo elocuente del amor de Cristo a su Iglesia.




Audiencias 1998 20