Audiencias 1998 30

Mayo de 1998


Miércoles 6 de mayo de 1998


1. La primera bienaventuranza que menciona el Evangelio es la de la fe, y se refiere a María: «¡Feliz la que ha creído!» (Lc 1,45). Estas palabras, pronunciadas por Isabel, ponen de relieve el contraste entre la incredulidad de Zacarías y la fe de María. Al recibir el mensaje del futuro nacimiento de su hijo, Zacarías se había resistido a creer, juzgando que era algo imposible, porque tanto él como su mujer eran ancianos.

En la Anunciación, María está ante un mensaje más desconcertante aún, como es la propuesta de convertirse en la madre del Mesías. Frente a esta perspectiva, no reacciona con la duda; se limita a preguntar cómo puede conciliarse la virginidad, a la que se siente llamada, con la vocación materna. A la respuesta del ángel, que indica la omnipotencia divina que obra a través del Espíritu, María da su consentimiento humilde y generoso.

31 En ese momento único de la historia de la humanidad, la fe desempeña un papel decisivo. Con razón afirma san Agustín: «Cristo es creído y concebido mediante la fe. Primero se realiza la venida de la fe al corazón de la Virgen, y a continuación viene la fecundidad al seno de la madre» (Sermo 293: PL 38, 1.327).

2. Si queremos contemplar la profundidad de la fe de María, nos presta una gran ayuda el relato evangélico de las bodas de Caná. Ante la falta de vino, María podría buscar alguna solución humana para el problema que se había planteado; pero no duda en dirigirse inmediatamente a Jesús: «No tienen vino» (
Jn 2,3). Sabe que Jesús no tiene vino a su disposición; por tanto, verosímilmente pide un milagro. Y la petición es mucho más audaz porque hasta ese momento Jesús aún no había hecho ningún milagro. Al actuar de ese modo, obedece sin duda alguna a una inspiración interior, ya que, según el plan divino, la fe de María debe preceder a la primera manifestación del poder mesiánico de Jesús, tal como precedió a su venida a la tierra. Encarna ya la actitud que Jesús alabará en los verdaderos creyentes de todos los tiempos: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,29).

3. No es fácil la fe a la que María está llamada. Ya antes de Caná, meditando las palabras y los comportamientos de su Hijo, tuvo que mostrar una fe profunda. Es significativo el episodio de la pérdida de Jesús en el templo, a la edad de doce años, cuando ella y José, angustiados, escucharon su respuesta: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Pero ahora, en Caná, la respuesta de Jesús a la petición de su Madre parece más neta aún y muy poco alentadora: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). En la intención del cuarto evangelio no se trata de la hora de la manifestación pública de Cristo, sino más bien de la anticipación del significado de la hora suprema de Jesús (cf. Jn 7,30 Jn 12,23 Jn 13,1 Jn 17,1), cuyos frutos mesiánicos de la redención y del Espíritu están representados eficazmente por el vino, como símbolo de prosperidad y alegría. Pero el hecho de que esa hora no esté aún presente cronológicamente es un obstáculo que, viniendo de la voluntad soberana del Padre, parece insuperable.

Sin embargo, María no renuncia a su petición, hasta el punto de implicar a los sirvientes en la realización del milagro esperado: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Con la docilidad y la profundidad de su fe, lee las palabras de Cristo más allá de su sentido inmediato. Intuye el abismo insondable y los recursos infinitos de la misericordia divina, y no duda de la respuesta de amor de su Hijo. El milagro responde a la perseverancia de su fe.

María se presenta así como modelo de una fe en Jesús que supera todos los obstáculos.

4. También la vida pública de Jesús reserva pruebas para la fe de María. Por una parte, le da alegría saber que la predicación y los milagros de Jesús suscitaban admiración y consenso en muchas personas. Por otra, ve con amargura la oposición cada vez más enconada de los fariseos, de los doctores de la ley y de la jerarquía sacerdotal.

Se puede imaginar cuánto sufrió María ante esa incredulidad, que constataba incluso entre sus parientes: los llamados «hermanos de Jesús», es decir, sus parientes, no creían en él e interpretaban su comportamiento como inspirado por una voluntad ambiciosa (cf. Jn 7,2-5).

María, aun sintiendo dolorosamente la desaprobación familiar, no rompe las relaciones con esos parientes, que encontramos con ella en la primera comunidad en espera de Pentecostés (cf. Ac 1,14). Con su benevolencia y su caridad, María ayuda a los demás a compartir su fe.

5. En el drama del Calvario, la fe de María permanece intacta. Para la fe de los discípulos, ese drama fue desconcertante. Sólo gracias a la eficacia de la oración de Cristo, Pedro y los demás, aunque probados, pudieron reanudar el camino de la fe, para convertirse en testigos de la resurrección.

Al decir que María estaba de pie junto a la cruz, el evangelista san Juan (cf. Jn 19,25) nos da a entender que María se mantuvo llena de valentía en ese momento dramático. Ciertamente, fue la fase más dura de su «peregrinación de fe» (cf. Lumen gentium LG 58). Pero ella pudo estar de pie porque su fe se conservó firme. En la prueba, María siguió creyendo que Jesús era el Hijo de Dios y que, con su sacrificio, transformaría el destino de la humanidad.

La resurrección fue la confirmación definitiva de la fe de María. Más que en cualquier otro, la fe en Cristo resucitado transformó su corazón en el más auténtico y completo rostro de la fe, que es el rostro de la alegría.

Saludos

32 Saludo cordialmente a los peregrinos españoles y latinoamericanos, en particular, a la selección nacional de fútbol de México, al club deportivo Colo-Colo de Chile, así como a los demás grupos venidos de Zaragoza, Toledo y Madrid, y de Chile, Argentina y Paraguay. Invocando la protección de María, modelo y guía en la fe, os imparto a todos vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.

(En lengua checa recordó que se celebraba la fiesta de san Juan Sarkander)
El Salvador fue para él fuerza incluso ante el martirio. Ojalá que también vosotros saquéis fuerza de la cruz de Cristo y de su resurrección.

(A los peregrinos eslovacos de Považská Bystrica, Martin y Nitra)
Habéis observado que se está reparando la fachada de la basílica de San Pedro. Se hace esto en el contexto de la preparación al jubileo del año 2000 y quiere ser una expresión de alegría por el hecho de que Jesucristo es el único Redentor del hombre y que vive desde hace dos milenios en su Iglesia. Jesús edifica su Iglesia también con vosotros, como piedras vivas. Renovaos espiritualmente, a fin de que resplandezcáis con la belleza de vida cristiana. Que os ayuden para ello la intercesión de la Virgen María y mi bendición apostólica.

(En croata)
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, para establecer la nueva y eterna alianza entre Dios y todo el género humano, se hizo obediente al Padre hasta la muerte de cruz (cf.
Ph 2,8). En efecto, él vino no para condenar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 12,47), de forma que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10).

(Saludó en italiano a las religiosas, miembros de la Unión internacional de superioras generales)
Saludo cordialmente a las religiosas de la Unión internacional de superioras generales, que están estos días en Roma para su reunión plenaria. Queridísimas hermanas, os aseguro mi cercanía espiritual y ruego para que el Espíritu del Resucitado os ayude a discernir los signos de los tiempos, de modo que deis testimonio del Evangelio con fidelidad y alegría.

Deseo, finalmente, dirigirme como de costumbre a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridos muchachos y jóvenes que hoy habéis venido en tan gran número, os saludo con gran afecto. Entre vosotros hay muchísimos estudiantes de diversas regiones italianas: gracias por vuestra presencia. Hace pocos días ha comenzado el mes de mayo, que el pueblo cristiano dedica de manera especial a la Madre del Señor. Os invito a acudir a la escuela de María para aprender a amar a Dios por encima de todas las cosas y a estar siempre disponibles y preparados para cumplir su voluntad.

33 Que la contemplación de la Virgen de los Dolores os ayude a vosotros, queridos enfermos, a contemplar con fe el misterio del dolor, captando el valor salvífico escondido en cada cruz. Os encomiendo a vosotros, queridos recién casados, a la materna protección de la Virgen, para que viváis en vuestra familia el clima de oración y de amor de la casa de Nazaret. «Dirijo un saludo especial a los familiares, parientes y amigos de los Guardias Suizos, que han venido a Roma para el juramento de los nuevos alabarderos. Desgraciadamente, lo que debía ser una ocasión de encuentro alegre, se ha transformado en una desconcertante tragedia, que oprime el corazón de todos y que ha sido también para mí motivo de gran sufrimiento.

Al dirigir mi más sentido pésame a los padres y familiares del comandante Alois Estermann y de su esposa, elevo mi oración al Señor para que acoja sus almas junto a sí en la paz. El comandante Estermann era una persona de gran fe y de firme entrega al deber; durante 18 años ha prestado un servicio fiel y precioso, del que le estoy personalmente agradecido.

Estoy cercano también al sufrimiento de los familiares del vicecabo Cedric Tornay, que se halla ahora ante el juicio de Dios, a cuya misericordia lo encomiendo.

Invito a todos a asociarse a mi oración, implorando la fuerza y el consuelo de Dios, Señor de la vida y de la muerte.





REFLEXION SISTEMATICA SOBRE EL ESPIRITU SANTO


Miércoles 13 de mayo de 1998

EL ESPIRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

1. En la preparación para el gran jubileo del año 2000, el presente año está particularmente dedicado al Espíritu Santo. Prosiguiendo por el camino iniciado por toda la Iglesia, después de haber concluido la temática cristológica, comenzamos hoy una reflexión sistemática sobre el Espíritu Santo, «Señor y dador de vida». De la tercera persona de la santísima Trinidad he hablado ampliamente en muchas ocasiones. Recuerdo, en particular, la encíclica Dominum et vivificantem y la catequesis sobre el Credo. La perspectiva del jubileo inminente me brinda la ocasión para volver una vez más a la contemplación del Espíritu Santo, a fin de escrutar, con espíritu de adoración, la acción que realiza en el decurso del tiempo y de la historia.

2. Esa contemplación, en realidad, no es fácil, si el mismo Espíritu no viene en ayuda de nuestra debilidad (cf. Rm 8,26). En efecto, ¿cómo discernir la presencia del Espíritu de Dios en la historia? Sólo podemos dar una respuesta a esta pregunta recurriendo a las sagradas Escrituras que, al estar inspiradas por el Paráclito, nos revelan progresivamente su acción y su identidad. Nos manifiestan, en cierto sentido, el lenguaje del Espíritu, su estilo y su lógica. Se puede leer también la realidad en que actúa con ojos que penetran más allá de una simple observación exterior, captando detrás de las cosas y de los acontecimientos los rasgos de su presencia. La misma Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, nos ayuda a comprender que nada de lo bueno, verdadero y santo que hay en el mundo puede explicarse independientemente del Espíritu de Dios.

3. Una primera alusión, aunque velada, al Espíritu se encuentra ya en las primeras líneas de la Biblia, en el himno a Dios creador con que comienza el libro del Génesis: «el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1,2). Para decir «espíritu» se usa aquí la palabra hebrea ruah, que significa «soplo» y puede designar tanto el viento como la respiración. Como ya es sabido, este texto pertenece a la así llamada «fuente sacerdotal», que se remonta al período del destierro en Babilonia (siglo VI, antes de Cristo), cuando la fe de Israel había llegado explícitamente a la concepción monoteísta de Dios. Israel, al tomar conciencia, gracias a la luz de la revelación, del poder creador del único Dios, llegó a intuir que Dios creó el universo con la fuerza de su Palabra. Unido a ella, aparece el papel del Espíritu, cuya percepción se ve favorecida por la misma analogía del lenguaje que, por asociación, vincula la palabra al aliento de los labios: «La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento (ruah) de su boca, sus ejércitos» (Ps 33,6). Este aliento vital y vivificante de Dios no se limitó al instante inicial de la creación, sino que sostiene permanentemente y vivifica todo lo creado, renovándolo sin cesar: «Envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Ps 104,30).

4. La novedad más característica de la revelación bíblica consiste en haber descubierto en la historia el campo privilegiado de la acción del Espíritu de Dios. En cerca de cien pasajes del Antiguo Testamento el ruah de Yahveh indica la acción del Espíritu del Señor que guía a su pueblo, sobre todo en las grandes encrucijadas de su camino. Así, en el período de los jueces, Dios enviaba su Espíritu sobre hombres débiles y los transformaba en líderes carismáticos, revestidos de energía divina: así aconteció con Gedeón, con Jefté y, en particular, con Sansón (cf. Jg 6,34 Jg 11,29 Jg 13,25 Jg 14,6 Jg 14,19).

Con la llegada de la monarquía davídica, esta fuerza divina, que hasta entonces se había manifestado de modo imprevisible e intermitente, alcanza cierta estabilidad. Se puede comprobar en la consagración real de David, a propósito de la cual dice la Escritura: «A partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh» (1S 16,13).

Durante el destierro en Babilonia, y también después, toda la historia de Israel se presenta como un largo diálogo entre Dios y el pueblo elegido, «por su espíritu, por ministerio de los antiguos profetas» (Za 7,12). El profeta Ezequiel explicita el vínculo entre el espíritu y la profecía, por ejemplo cuando dice: «El espíritu de Yahveh irrumpió en mí y me dijo: “Di: Así dice Yahveh”» (Ez 11,5).

34 Pero la perspectiva profética indica sobre todo en el futuro el tiempo privilegiado en el que se cumplirán las promesas por obra del ruah divino. Isaías anuncia el nacimiento de un descendiente sobre el que «reposará el espíritu (...) de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh» (Is 11,2-3). «Este texto —como escribí en la encíclica Dominum et vivificantem— es importante para toda la pneumatología del Antiguo Testamento, porque constituye como un puente entre el antiguo concepto bíblico de espíritu, entendido ante todo como aliento carismático, y el «Espíritu» como persona y como don, don para la persona. El Mesías de la estirpe de David («del tronco de Jesé») es precisamente aquella persona sobre la que se posará el Espíritu del Señor» (DEV 15).

5. Ya en el Antiguo Testamento aparecen dos rasgos de la misteriosa identidad del Espíritu Santo, que luego fueron ampliamente confirmados por la revelación del Nuevo Testamento.

El primero es la absoluta trascendencia del Espíritu, que por eso se llama «santo» (Is 63,10 Is 63,11 Ps 51,13). El Espíritu de Dios es «divino» a todos los efectos. No es una realidad que el hombre pueda conquistar con sus fuerzas, sino un don que viene de lo alto: sólo se puede invocar y acoger. El Espíritu, infinitamente diferente con respecto al hombre, es comunicado con total gratuidad a cuantos son llamados a colaborar con él en la historia de la salvación. Y cuando esta energía divina encuentra una acogida humilde y disponible, el hombre es arrancado de su egoísmo y liberado de sus temores, y en el mundo florecen el amor y la verdad, la libertad y la paz.

El segundo rasgo del Espíritu de Dios es la fuerza dinámica que manifiesta en sus intervenciones en la historia. A veces se corre el riesgo de proyectar sobre la imagen bíblica del Espíritu concepciones vinculadas a otras culturas como, por ejemplo, la idea del espíritu como algo etéreo, estático e inerte. Por el contrario, la concepción bíblica del ruah indica una energía sumamente activa, poderosa e irresistible: el Espíritu del Señor —leemos en Isaías— «es como torrente desbordado» (Is 30,28). Por eso, cuando el Padre interviene con su Espíritu, el caos se transforma en cosmos, en el mundo aparece la vida, y la historia se pone en marcha.

Saludos

(A los lituanos)
Os encomiendo al Señor a vosotros y a vuestra patria, que se transforma y renueva gracias a sus profundas raíces cristianas. Que María santísima, Madre de Dios, os ayude a permanecer siempre cercanos a Cristo y a su Evangelio de esperanza.

(En checo)
El próximo sábado .16 de mayo. celebraréis la fiesta de san Juan Nepomuceno, mártir. Que su admirable ejemplo de fidelidad a Dios acreciente la magnanimidad en todos vuestros pastores y fieles, a fin de que sepan actuar prontamente según la exhortación del Apóstol Pedro: .Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. (Ac 5,29).

(A los eslovacos)
Las primeras palabras con las que el Señor Jesús comenz ó su predicación fueron éstas: «Arrepentíos y creed en el Evangelio». La Virgen María, cuando se apareció en Fátima, nos recordó esa petición a nosotros, hombres del siglo XX. Que este mensaje de su corazón materno os acerque más a Cristo.

(En español)
35 Saludo con afecto a los visitantes de lengua española, en particular, a los diversos grupos parroquiales y estudiantes venidos de España; a los peregrinos de Perú y México; así como a los grupos de Argentina, entre ellos la selección nacional de fútbol juvenil. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Durante este mes de mayo, queridos jóvenes, esforzaos por imitar a María, la joven de Nazaret. Que ella os ayude a ser sencillos y puros de corazón, y a llevar un rayo de serenidad donde haya tristeza y soledad. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que, con la ayuda de María, viváis vuestra situación abandonados confiadamente en el Señor, ofreciéndola al Padre por la salvación de los hermanos. Y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que halléis gozo y entusiasmo en vuestra fidelidad recíproca y seáis siempre testigos del amor y de la vida.





Miércoles 20 de mayo de 1998


1. La revelación del Espíritu Santo, como persona distinta del Padre y del Hijo, vislumbrada en el Antiguo Testamento, se hace clara y explícita en el Nuevo.

Es verdad que los escritos neotestamentarios no nos brindan una enseñanza sistemática sobre el Espíritu Santo. Sin embargo, recogiendo los numerosos datos presentes en los escritos de san Lucas, san Pablo y san Juan, se puede apreciar la convergencia de estos tres grandes filones de la revelación neotestamentaria sobre el Espíritu Santo.

2. El evangelista san Lucas, con respecto a los otros dos sinópticos, nos presenta una pneumatología mucho más desarrollada.

En el evangelio quiere mostrar que Jesús es el único que posee en plenitud el Espíritu Santo. Ciertamente, el Espíritu actúa también en Isabel, Zacarías, Juan Bautista y, especialmente, en la Virgen María, pero sólo Jesús, a lo largo de toda su existencia terrena, posee plenamente el Espíritu de Dios. Es concebido por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35). De él dirá el Bautista: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo (...). Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16).

Jesús mismo, antes de bautizar en Espíritu Santo y fuego, es bautizado en el Jordán, cuando baja «sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3,22). San Lucas subraya que Jesús no sólo va al desierto «llevado por el Espíritu», sino que va «lleno de Espíritu Santo» (Lc 4,1), y allí obtiene la victoria sobre el tentador. Emprende su misión «con la fuerza del Espíritu Santo» (Lc 4,14). En la sinagoga de Nazaret, cuando comienza oficialmente su misión, Jesús se aplica a sí mismo la profecía del libro de Isaías (cf. Is 61,1-2): «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva...» (Lc 4,18). Así, toda la actividad evangelizadora de Jesús se realiza bajo la acción del Espíritu.

Este mismo Espíritu sostendrá la misión evangelizadora de la Iglesia, según la promesa del Resucitado a sus discípulos: «Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24,49). Según el libro de los Hechos, la promesa se cumple el día de Pentecostés: «Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Ac 2,4). Así se realiza la profecía de Joel: «En los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Ac 2,17). San Lucas considera a los Apóstoles como representantes del pueblo de Dios de los tiempos finales, y subraya con razón que este Espíritu de profecía se derrama en todo el pueblo de Dios.

3. San Pablo, a su vez, pone de relieve la dimensión renovadora y escatológica de la acción del Espíritu, que se presenta como la fuente de la vida nueva y eterna comunicada por Jesús a su Iglesia.

36 En la primera carta a los Corintios leemos que Cristo, nuevo Adán, en virtud de la resurrección, se convirtió en «Espíritu que da vida» (1Co 15,45), es decir, se transformó por la fuerza vital del Espíritu de Dios hasta llegar a ser, a su vez, principio de vida nueva para los creyentes. Cristo comunica esta vida precisamente a través de la efusión del Espíritu Santo.

La vida de los creyentes ya no es una vida de esclavos, bajo la Ley, sino una vida de hijos, pues han recibido en su corazón al Espíritu del Hijo y pueden exclamar: ¡Abbá, Padre! (cf. Ga 4,5-7 Rm 8,14-16). Es una vida «en Cristo», es decir, de pertenencia exclusiva a él y de incorporación a la Iglesia. «En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1Co 12,13). El Espíritu Santo suscita la fe (cf. 1Co 12,3), derrama en los corazones la caridad (cf. Rm 5,5) y guía la oración de los cristianos (cf. Rm 8,26).

El Espíritu Santo, en cuanto principio de un nuevo ser, suscita en el creyente también un nuevo dinamismo operativo: «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5,25). Esta nueva vida se contrapone a la de la «carne», cuyos deseos no agradan a Dios y encierran a la persona en la cárcel asfixiante del yo replegado sobre sí mismo (cf. Rm 8,5-9). En cambio, el cristiano, al abrirse al amor donado por el Espíritu Santo, puede gustar los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad... (cf. Ga 5,16-24).

Con todo, según san Pablo, ahora sólo poseemos una «prenda» o las primicias del Espíritu (cf. Rm 8,23 2Co 5,5). En la resurrección final, el Espíritu completará su obra de arte, realizando en los creyentes la plena espiritualización de su cuerpo (cf. 1Co 15,43-44) e incluyendo, de alguna manera, en la salvación al universo entero (cf. Rm 8,20-22).

4. En la perspectiva de san Juan, el Espíritu es, sobre todo, el Espíritu de la verdad, el Paráclito.

Jesús anuncia el don del Espíritu en el momento de concluir su misión terrena: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15,26-27). Y, precisando aún más la misión del Espíritu, Jesús añade: «Os guiará hasta la verdad plena; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16,13-14). Así pues, el Espíritu no traerá una nueva revelación, sino que guiará a los fieles hacia una interiorización y hacia una penetración más profunda en la verdad revelada por Jesús.

¿En qué sentido el Espíritu de la verdad es llamado Paráclito? Teniendo presente la perspectiva de san Juan, que ve el proceso a Jesús como un proceso que continúa en los discípulos perseguidos por su nombre, el Paráclito es quien defiende la causa de Jesús, convenciendo al mundo «en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (Jn 16,7 ss). El pecado fundamental del que el Paráclito convencerá al mundo es el de no haber creído en Cristo. La justicia que señala es la que el Padre ha hecho a su Hijo crucificado, glorificándolo con la resurrección y ascensión al cielo. El juicio, en este contexto, consiste en poner de manifiesto la culpa de cuantos, dominados por Satanás, príncipe de este mundo (cf. Jn 16,11), han rechazado a Cristo (cf. Dominum et vivificantem DEV 27). Por consiguiente, el Espíritu Santo, con su asistencia interior, es el defensor y el abogado de la causa de Cristo, el que orienta las mentes y los corazones de los discípulos hacia la plena adhesión a la «verdad» de Jesús.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes de Ciudad Rodrigo que celebran sus bodas de oro sacerdotales y que han venido acompañados de su obispo, mons. Julián López, así como a la selección nacional argentina de fútbol juvenil y a los grupos venidos de España, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos. Para todos ruego abundantes dones del Espíritu Santo, a la vez que os bendigo de corazón.

(A los fieles eslovacos)
Mañana celebraremos la Ascensión de Jesucristo al cielo. Volvió al Padre, a la gloria del cielo. Allí ha preparado un lugar para cada uno de nosotros. El Señor Jesús cuenta con nosotros y nos guía con la luz del Espíritu Santo, a fin de que podamos ocupar ese lugar. Pedid ayuda a la Virgen María.

(En italiano)
37 Mi pensamiento se dirige también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La solemnidad de la Ascensión del Señor, que mañana celebraremos, nos invita a mirar al momento en el que Jesús, antes de subir al cielo, encomienda a los Apóstoles el mandato de llevar su mensaje de salvación hasta los últimos confines de la tierra.

Queridos jóvenes, acogiendo el mandato misionero de Cristo, comprometeos a poner las energías y el entusiasmo que caracterizan vuestra edad juvenil al servicio del Evangelio.

Vosotros, queridos enfermos, vivid vuestros sufrimientos unidos al Señor, con la certeza de dar una contribución insustituible y preciosa, aunque oculta, al crecimiento del reino de Dios en el mundo.

Y vosotros, queridos recién casados, haced que vuestras familias sean lugares donde se aprenda a amar a Dios y a ser sus testigos con alegría y generosidad..





Miércoles 27 de Mayo 1998


1. Jesús está relacionado con el Espíritu Santo ya desde el primer instante de su existencia en el tiempo, como recuerda el Símbolo niceno-constantinopolitano: «Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine». La fe de la Iglesia en este misterio se funda en la palabra de Dios: «El Espíritu Santo —anuncia el ángel Gabriel a María— vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Y a José el ángel le dice: «Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20).

Gracias a la intervención directa del Espíritu Santo, se realiza en la Encarnación la gracia suprema, la «gracia de la unión», de la naturaleza humana con la persona del Verbo. Esa unión es la fuente de todas las demás gracias, como explica santo Tomás (cf. Summa Theol., III 2,10-12 III 6,6 III 7,13).

2. Para profundizar en el papel del Espíritu Santo en el acontecimiento de la Encarnación, es importante volver a los datos que nos brinda la palabra de Dios.

San Lucas afirma que el Espíritu Santo desciende como fuerza de lo alto sobre María, cubriéndola con su sombra. El Antiguo Testamento muestra que cada vez que Dios decide hacer que brote la vida, actúa a través de la «fuerza» de su espíritu creador: «La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos» (Ps 33,6). Eso vale para todo ser vivo, hasta el punto de que si Dios «retirara a sí su espíritu, si hacia sí recogiera su soplo, a una expiraría toda carne (es decir, todo ser humano), el hombre al polvo volvería» (Jb 34,14-15). Dios hace que su Espíritu intervenga sobre todo en los momentos en que Israel se siente incapaz de levantarse solamente con sus propias fuerzas. Lo sugiere el profeta Ezequiel en la visión dramática del interminable valle lleno de huesos: «El Espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies» (Ez 37,10).

La concepción virginal de Jesús es «la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia de la creación y de la salvación» (Dominum et vivificantem DEV 50). En este acontecimiento de gracia, una virgen es hecha fecunda; una mujer, redimida desde su concepción, engendra al Redentor. Así se prepara una nueva creación y se inicia la alianza nueva y eterna: comienza a vivir un hombre que es el Hijo de Dios. Antes de este evento, nunca se dice que el Espíritu haya descendido directamente sobre una mujer para convertirla en madre. En los nacimientos prodigiosos que se realizaron a lo largo de la historia de Israel, la intervención divina, cuando se alude a ella, se refiere al niño que va a nacer y no a la madre.

38 3. Si nos preguntamos con qué fin el Espíritu Santo realizó el acontecimiento de la Encarnación, la palabra de Dios nos responde sintéticamente, en la segunda carta de san Pedro, que tuvo lugar para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2P 1,4). «En efecto —explica san Ireneo de Lyon—, esta es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (Adv. haer. , III, 19,1). San Atanasio sigue la misma línea: «Cuando el Verbo se encarnó en la santísima Virgen María, el Espíritu entró en ella juntamente con él; por el Espíritu, el Verbo se formó un cuerpo y lo adaptó a sí, queriendo unir mediante sí y llevar al Padre toda la creación» (Ad Serap. 1, 31). Santo Tomás recoge esas afirmaciones: «El Hijo unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho hombre, hiciera dioses a los hombres» (Opusc. 57 in festo Corporis Christi, 1), es decir, partícipes por gracia de la naturaleza divina.

El misterio de la Encarnación revela el asombroso amor de Dios, cuya personificación más elevada es el Espíritu Santo, pues él es el Amor de Dios en persona, la Persona-Amor: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1Jn 4,9). En la Encarnación, más que en cualquier otra obra, se revela la gloria de Dios.

Con mucha razón, en el Gloria in excelsis cantamos: «Por tu inmensa gloria, te alabamos, te bendecimos, (...) te damos gracias». Esta expresión puede aplicarse de manera especial a la acción del Espíritu Santo, al que en la primera carta de san Pedro se llama «el Espíritu de gloria» (1P 4,14). Se trata de una gloria que es pura gratuidad: no consiste en tomar o recibir, sino sólo en dar. Al darnos su Espíritu, que es fuente de vida, el Padre manifiesta su gloria, haciéndola visible en nuestra vida. En este sentido, san Ireneo afirma que «la gloria de Dios es el hombre vivo» (Adv. haer., IV, 20, 7).

4. Si ahora tratamos de ver más de cerca qué nos revela del misterio del Espíritu el acontecimiento de la Encarnación, podemos decir que este evento nos manifiesta ante todo que él es la fuerza benévola de Dios que engendra la vida.

La fuerza que «cubre con su sombra» a María evoca la nube del Señor que se posaba sobre la tienda del desierto (cf. Ex 40,34) o que llenaba el templo (cf. 1R 8,10). Así pues, es la presencia amiga, la proximidad salvífica de Dios, que viene a entablar un pacto de amor con sus hijos. Es una fuerza al servicio del amor, que se realiza con el sello de la humildad: no sólo inspira la humildad de María, la esclava del Señor, sino que en cierto sentido se oculta tras ella, hasta el punto de que nadie en Nazaret logra intuir que «lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). San Ignacio de Antioquía expresa admirablemente este misterio paradójico: «Al príncipe de este mundo quedó oculta la virginidad de María y también su parto, al igual que la muerte del Señor. Estos tres misterios sonoros se cumplieron en el silencio de Dios» (Ad Eph. 19, 1).

5. El misterio de la Encarnación, visto en la perspectiva del Espíritu Santo que lo llevó a cabo, ilumina también el misterio del hombre.

En efecto, el Espíritu, que actuó de un modo único en el misterio de la Encarnación, está presente también en el origen de todo ser humano. Nuestro ser es un «ser recibido», una realidad pensada, amada y donada. No basta la evolución para explicar el origen del género humano, como no basta la causalidad biológica de los padres para explicar por sí sola el nacimiento de un niño. Aun en la trascendencia de su acción, siempre respetuosa de las «causas segundas», Dios crea el alma espiritual del nuevo ser humano, comunicándole el aliento vital (cf. Gn 2,7) por su Espíritu, que «da la vida». Todo hijo, por consiguiente, se ha de ver y acoger como un don del Espíritu Santo.

También la castidad de los célibes y de las vírgenes constituye un reflejo singular del amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). El Espíritu que hizo partícipe de la fecundidad divina a la virgen María, asegura también a cuantos han elegido la virginidad por el reino de los cielos una descendencia numerosa en el ámbito de la familia espiritual, formada por todos los que «no nacieron de sangre, ni de deseo carnal, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1,13).

Saludos

(En checo)
El sábado celebraréis la fiesta de santa Zdislava de Lemberk. Ella logró conciliar admirablemente las exigencias humanas con las espirituales: fue esposa y madre ejemplar. Os bendigo a vosotros y a todo el pueblo checo, a fin de que, por intercesión de santa Zdislava, aumente el número de buenas familias, sólidamente cristianas.

(En eslovaco)
39 El Señor Jesús prometió a los Apóstoles: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines del mundo" (Ac 1,8). Esta promesa se ha cumplido. También vosotros debéis dar testimonio de que Jesús es el único Redentor del hombre. Pedid al Espí ritu Santo que os enseñe a conocer cada vez mejor al Señor Jesús y a amar cada vez más sinceramente a los hombres con amor cristiano. Que os ayuden a ello la devoción a la Virgen y mi bendición.

(En castellano)
Saludo cordialmente a los peregrinos españoles y latinoamericanos, en particular a los miembros del «Movimiento de vida cristiana», a los integrantes de las Fuerzas Armadas de Colombia y de la Escuela de Estado Mayor de España, así como a los demás grupos de Argentina, México, Panamá, España y Bolivia. Tengo particularmente presente a la población boliviana, que está sufriendo en estos días la dura prueba de los terremotos. Les aseguro mi cordial solidaridad y mi cercanía espiritual en este difícil momento. Al invocar sobre todos la fuerza y la consolación del Espíritu de Pentecostés, os imparto con afecto la bendición apostólica.

(A los participantes en el noveno curso de perfeccionamiento en bioética, organizado por el Instituto de Bioética, bajo la dirección del director, mons. Elio Sgreccia)
Durante el denso y arduo itinerario de reflexión que os ha tenido ocupados en los meses pasados, habéis tomado conciencia de los muchos problemas que hoy afronta la bioética; habéis reflexionado sobre la dignidad de la persona humana, a la luz de la recta razón y de la fe cristiana, para defender su respeto y promover su auténtico progreso. Invoco para vosotros el Espíritu Santo, a fin de que os acompañe con los dones de la sabiduría y de la ciencia y os fortifique en vuestro valiente testimonio evangélico.

(A los jóvenes, enfermos y recién casados)

En el clima de preparación para la solemnidad de Pentecostés ya próxima, os exhorto, queridos jóvenes, a ser siempre dóciles a la acción del Espíritu; a vosotros, queridos enfermos, os animo a invocar la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para comprender cada vez mejor el valor del sufrimiento aceptado y ofrecido en unión con el de Cristo; y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que vuestro hogar esté siempre caldeado e iluminado por el amor que el Espíritu de Dios derrama en los corazones.






Audiencias 1998 30