Discursos 1998 - Jueves 17 de septiembre


VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA


DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A CHIÁVARI


Plaza de Nuestra Señora del Huerto

Viernes 18 de septiembre



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os agradezco la acogida que me habéis dispensado en esta hermosa ciudad, que se encuentra en el centro o, mejor dicho, en el corazón del Tigullio, un golfo famoso en el mundo entero por su mar, sus arrecifes, sus olivares, sus pinares y, sobre todo, por su gente laboriosa y buena.

Doy las gracias, en particular, al señor ministro, que ha venido en representación del Gobierno, y al señor alcalde por las amables palabras de saludo que me han dirigido, así como a las demás autoridades de diverso orden y grado que, juntamente con monseñor Alberto María Careggio, vuestro pastor, me honran con su presencia.

Os doy las gracias y os saludo cordialmente a todos y cada uno de vosotros, queridos ciudadanos de Chiávari, así como a los demás amigos que han venido con esta ocasión. Os saludo como pueblo de esta privilegiada ciudad y región, pero también como pueblo de Dios reunido en esta Iglesia local, que tiene su centro en la catedral-santuario de Nuestra Señora del Huerto. Estoy a punto de entrar en este santuario, donde oraré ante el icono de María pintado en el año 1493 por un artista de Chiávari; es decir, un icono que está presente entre vosotros y es venerado aquí desde hace más de medio milenio.

2. Os confieso que, aunque experimento una gran alegría cada vez que tengo la ocasión de visitar la catedral de una Iglesia local, porque me da la impresión de que así afianzo los vínculos de comunión de esa Iglesia con la única Iglesia santa, católica, apostólica, que profesamos en el Credo, la alegría se convierte en emoción profunda cuando se trata de una iglesia expresamente dedicada a la Virgen. En este caso, además, se trata de una catedral que, al estar consagrada a María, compromete a toda la diócesis de Chiávari, la cual, por lo demás, tiene en su territorio otros diez santuarios marianos, entre los que me complace nombrar al menos el de Nuestra Señora de Montallegro, en el ámbito de la cercana ciudad de Rapallo.

El título de Virgen del Huerto, originado por el hecho de que la pintura de Borzone se encontraba sobre el muro de un huerto llamado Huerto del Capitán, nos lleva a pensar en los jardines y en los huertos presentes en la historia de la salvación, desde el del Edén, lugar de inocencia y felicidad de nuestros primeros padres, y que pronto se convirtió en lugar de desobediencia y pecado, siguiendo por el de Getsemaní, donde el nuevo Adán, Cristo Jesús, comenzó la fase decisiva de la redención, sufriendo hasta sudar sangre (cf. Lc Lc 22,44), hasta el jardín que debería ser el alma de todo cristiano, para ser digno de acoger a Cristo y a su Madre.

Dichosa, por tanto, esta diócesis que, en sus estructuras visibles, pero sobre todo en el misterio invisible de su realidad espiritual, aspira a ser el jardín de María: Hortus conclusus, como cantáis de buen grado especialmente en las «fiestas de julio», fons signatus, o Maria! Emissiones tuae paradisus. «Paradisus »: un nuevo jardín de inocencia y de alegría.

3. Esta visión del cielo no nos hace olvidar los problemas y las dificultades que acompañan la existencia diaria en la tierra. Pienso, en particular, en los problemas que afectan a la sociedad en su conjunto. También en este golfo existen, al menos como reflejo de crisis en ámbitos más amplios, serios motivos de preocupación. Por ejemplo, os preguntáis acerca del futuro de las nobles tradiciones del artesanado, del comercio y de la agricultura en sus formas locales, que no son sustituidas adecuadamente por los nuevos sistemas de trabajo y de aplicación tecnológica. Aunque sigue prosperando el turismo, atraído por la belleza de los lugares, a menudo los períodos de descanso y vacaciones se reducen sensiblemente a causa de los costos cada vez más elevados.

En consecuencia, también aquí existen notables dificultades para proporcionar a todos, y especialmente a los jóvenes con títulos de estudio, un trabajo adecuado. En el campo empresarial y en el comercial, por otra parte, la dificultad deriva de la falta de suficientes recursos económicos. Por último, está el peligro de lo que se suele llamar «pobreza de las familias», que se está incrementando, según estadísticas recientes, a causa del aumento de las personas ancianas y solas.

4. Estoy seguro de que me entenderéis si, también en esta circunstancia, os recuerdo los aspectos ético-sociales a los que están vinculados muchos de los fenómenos que he mencionado. Cuando se buscan las razones profundas de la misma crisis económica, es preciso citar, por ejemplo, la caída de la cultura de la vida, con el consiguiente descenso del índice de la natalidad. Y ¿quién puede negar que una insuficiente solidaridad social es el origen de la falta de colaboración para afrontar los nuevos y grandes problemas económicos, sociales y políticos? Yendo aún más a fondo, en la pérdida del sentido religioso y de la sensibilidad ética que lo suele acompañar es donde se ha de buscar la explicación de las numerosas dificultades que afligen a nuestro tiempo tanto en el ámbito de la familia como en el de la sociedad.

Vosotros, ciudadanos de Chiávari, y todos vosotros que estáis unidos por diversas razones a esta ciudad y a sus habitantes, conocéis por la historia y por la experiencia la necesidad y los beneficios de la religión bajo el estandarte de la Virgen del Huerto: con su sonrisa de Madre buena y amable, con su mano que bendice al mismo tiempo que la del Niño. Todos sabéis que, aunque cada uno debe comprometerse con todas sus fuerzas para lograr que se renueve una sociedad solidaria en la justicia y en el amor, es necesario, sin embargo, recurrir incesantemente a María que, como Madre poderosa y benigna, puede garantizar la fecundidad de nuestros esfuerzos. Lo habéis constatado muchas veces en vuestra historia.

Aquí quiero recordar solamente aquel 25 de agosto de 1835, cuando, en esta misma plaza, san Antonio María Gianelli, entonces arcipreste de Chiávari, pudo anunciar que la gracia del alejamiento del cólera se había obtenido por la Virgen del Huerto y por el santísimo crucifijo llevado en procesión penitencial. El arcipreste había visto y anunciado la vuelta de las golondrinas. Desde entonces habéis hablado del «milagro de las golondrinas», al que uno de vuestros ilustres músicos, el maestro Campodonico, durante muchos años organista de la catedral, dedicó un inspirado oratorio: «Las golondrinas de la Virgen», ejecutado varias veces en este templo.

5. Oremos todos para obtener que ese «milagro» se renueve en bien de nuestra sociedad, como liberación «a peste, fame et bello», según la antigua invocación de las letanías de los santos. Hoy, más que nunca, necesitamos ser liberados de las antiguas y nuevas epidemias, de las antiguas y nuevas formas de guerra. Necesitamos una buena organización de la economía, pero sobre todo la reforma de las costumbres, como premisa indispensable para una sociedad más justa y solidaria.

Por todo esto pedimos a la Virgen, en las letanías lauretanas: Auxilium christianorum, ora pro nobis. Y vosotros, ciudadanos de Chiávari, por una antigua concesión de la Santa Sede, añadís: Regina Advocata nostra, ora pro nobis (cf.Sagrada Congregación de Ritos, 1 de septiembre de 1782).

En las manos y en el corazón de esta Reina y Abogada os pondré a todos vosotros, al arrodillarme ante el trono que le habéis erigido en el antiguo «Huerto del Capitán». Le diré: «Protege a todos estos hijos tuyos, llenos de esperanza en ti: ¡oh clemente, oh piadosa, oh querida Virgen del Huerto, oh dulce Virgen María!».









VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA


A LOS SACERDOTES, SEMINARISTAS, RELIGIOSOS,


RELIGIOSAS Y MONJAS DE CLAUSURA DE CHIÁVARI


Viernes 18 de septiembre de 1998



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra el encuentro de esta tarde, que me permite vivir un momento especial de comunión con vosotros, sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, así como con vosotras, monjas de clausura.

Saludo cordialmente a vuestro pastor, el querido monseñor Alberto María Careggio. Asimismo, saludo con afecto a monseñor Daniele Ferrari, obispo emérito, y a todos vosotros, aquí reunidos para confirmar vuestra adhesión al Sucesor de Pedro y a la Iglesia local, en la que la Providencia os ha puesto para que deis vuestro testimonio.

2. Queridos sacerdotes, y vosotros, jóvenes que os preparáis para el sacerdocio, el Maestro actúa constantemente en el mundo y dice a cada uno de los que ha elegido: «Sígueme» (Mt 9,9). Es una llamada que exige la confirmación diaria de una respuesta de amor. ¡Que vuestro corazón esté siempre en vela! Un día tendréis la alegría de participar en la felicidad de los siervos «que el Señor al venir encuentre despiertos» (Lc 12,37).

La intimidad con Jesucristo es el alma del ministerio sacerdotal. Cuanto más regada esté con el rocío de la oración y cuanto más alimentada esté con la celebración y la contemplación del Eucharisticum mysterium, culmen de la alianza entre Dios y el hombre, tanto más se fortalece. Así el sacerdote se transforma en icono viviente del officium laudis que se realiza incesantemente en el universo y se eleva a Dios creador y redentor.

Amadísimos hermanos, esforzaos sin cesar por imitar al buen Pastor. Sabed escuchar a los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral; dialogad con todos, acogiendo con magnanimidad a quien llama a la puerta de vuestro corazón y ofreciendo a cada uno los dones que la bondad divina os ha concedido. Vuestra misión consiste en mostrar al hombre la altísima dignidad a la que está llamado y ayudarle a corresponder a ella. Perseverad en la comunión con vuestro obispo y en la colaboración recíproca, para vuestra personal maduración espiritual y para el crecimiento de vuestras comunidades en la caridad.

3. Queridos consagrados y consagradas, la Iglesia espera mucho de vosotros, que tenéis la misión de testimoniar en todas las épocas de la historia «la forma de vida que Jesús, supremo consagrado y misionero del Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que lo seguían» (Vita consecrata VC 22). Demos gracias a Dios por la multiplicidad de carismas con que ha embellecido el rostro de su Iglesia y por los frutos de edificación de tantas vidas totalmente entregadas a la causa del Reino.

Dios ha de ser vuestra única riqueza: dejaos modelar por él, para hacer visibles al hombre de hoy, sediento de valores auténticos, la santidad, la verdad y el amor del Padre celestial. Sostenidos por la gracia del Espíritu, hablad a la gente con la elocuencia de una vida transfigurada por la novedad de la Pascua. Así, vuestra vida entera se convertir á en diaconía de la consagración que todo bautizado recibió cuando fue incorporado a Cristo.

Sed fieles a la altísima vocación que habéis recibido. Haceos misioneros de esa vocación mediante el ejemplo y la palabra. Alimentad vuestro compromiso en las fuentes de la Escritura, de los sacramentos, de la constante alabanza de Dios, dejando que la acción del Espíritu penetre cada vez más a fondo en vuestra alma. Así seréis artífices eficaces de la nueva evangelización, en la que la Iglesia está comprometida, en el umbral del nuevo milenio.

4. Ahora deseo dirigiros unas palabras en particular a vosotras, queridas monjas de clausura, que constituís el signo de la unión exclusiva de la Iglesia- Esposa con su Señor, sumamente amado. Os impulsa un irresistible atractivo que os arrastra hacia Dios, meta exclusiva de todos vuestros sentimientos y de todas vuestras acciones. La contemplación de la belleza de Dios ha llegado a ser vuestra herencia, vuestro programa de vida, vuestro modo de estar presentes en la Iglesia.

Vuestra existencia es testimonio de la fuerza del Espíritu, que actúa en la historia y la modela con su gracia. ¡Cuán fecundo es vuestro habitar en los atrios de la casa del Señor! Las paredes que circunscriben vuestra vida no os separan de las preocupaciones de la humanidad; al contrario, os sumergen espiritualmente en ellas, para llevarle el consuelo divino, obtenido con vuestra oración. La misteriosa eficacia de vuestra intercesión acompaña los pasos de los siervos del Señor, que recorren los caminos del mundo anunciando a los hombres de todas las culturas y lenguas el reino de Dios. ¡Gracias, amadísimas hermanas, por la decisiva contribución que dais a la Iglesia!

5. Amadísimos hermanos y hermanas, cada uno, según su propia vocación, está llamado a cuidar del pueblo de Dios. Sed solícitos con los infelices, generosos con quienes os tienden la mano, magnánimos con cuantos invocan la misericordia divina, firmes en la defensa de los pobres, obedientes a la Iglesia y a sus pastores.

Os acompañe la intercesión de la Virgen, que consagró toda su vida a Cristo, su Hijo, y a la difusión del reino de Dios.

A todos os imparto mi afectuosa bendición.







VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA


DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A BRESCIA


Plaza Pablo VI

Sábado 19 de septiembre de 1998



Amadísimos hermanos y hermanas de Brescia:

1. Me encuentro por segunda vez aquí, en el corazón de vuestra ciudad, en esta histórica plaza, que habéis querido dedicar a mi venerado predecesor e ilustre paisano vuestro, el siervo de Dios Pablo VI.

Aquí, edificios prestigiosos —la catedral; a su lado, la antigua catedral románica; y el Broletto— evocan vuestro pasado noble y rico en historia; pero, sobre todo, testimonian el esfuerzo de colaboración entre la sociedad civil y la religiosa, e indican que el encuentro con Dios y el compromiso moral y social constituyen el secreto del camino de civilización y bienestar que ha realizado la ciudad.

Gracias por el afecto con que me habéis acogido, reafirmando la antigua tradición de fidelidad al Papa por parte de la población bresciana. En particular, agradezco al señor ministro Beniamino Andreatta las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre del Gobierno italiano. También doy las gracias al señor alcalde, que se ha hecho intérprete de los sentimientos cordiales y de la alegre bienvenida de todos los habitantes.

Saludo al venerado pastor de la diócesis, monseñor Bruno Foresti y a su auxiliar; igualmente, saludo al presidente de la región lombarda, así como a todas las autoridades que, con su presencia, honran este encuentro.

2. «Brixia fidelis fidei et iustitiae». Este antiguo lema sintetiza bien la identidad de Brescia, que también testimonian sus ilustres monumentos. Constituyen la huella visible de los valores que han transmitido las generaciones pasadas y que aún hoy están presentes en el corazón y en la cultura de sus habitantes, y testimonian una admirable síntesis de fe y convivencia ordenada, de amor a la propia tierra y solidaridad hacia todo ser humano. Estos valores impulsaron a los brescianos del pasado y deben seguir siendo un punto de referencia para los de hoy, a fin de asegurar a su ciudad un futuro de auténtico progreso.

Mi pensamiento va a los misioneros, hombres y mujeres de gran corazón, que aquí han aprendido a amar a Dios y al prójimo y que, fortalecidos por esa experiencia, han llevado el anuncio gozoso del Evangelio a diversas partes del mundo, infundiendo nueva esperanza y promoviendo condiciones de vida más dignas del hombre. Pienso en los fundadores de institutos religiosos y en los numerosos sacerdotes que en vuestra tierra fueron celosos testigos de Cristo y verdaderos maestros de vida. También quisiera recordar con gran admiración a todos los padres y madres que, con su fe profunda y operante, con su amor a la familia y con su trabajo honrado han encontrado el secreto para construir el auténtico progreso de vuestra tierra. No quiero olvidar la aportación de los hombres de pensamiento, de los promotores de las numerosas instituciones culturales y caritativas que han florecido en tierra bresciana, y de los artífices del desarrollo económico, que caracteriza a vuestra ciudad y a vuestra provincia.

Precisamente desde esta perspectiva, durante mi primera visita, os dije: «Brescia posee un precioso patrimonio espiritual, cultural y social, que debe ser celosamente custodiado y vigorosamente incrementado, puesto que, como en el pasado, constituye también hoy el presupuesto indispensable para un sabio ordenamiento civil y para un auténtico desarrollo del hombre» (Discurso a la población, 26 de septiembre de 1982, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de octubre de 1998, p. 13).

Como subraya la recordada inscripción esculpida en el frontispicio de la Loggia, la construcción de un futuro de civilización y de progreso requiere un doble e inseparable compromiso de fidelidad: al Evangelio, raíz preciosa y vital de vuestra convivencia civil, y a la humanidad concreta y vibrante, es decir, al hombre «que piensa, que ama, que trabaja, que espera siempre algo». Esto implica el compromiso de encarnar en la vida personal y comunitaria los principios religiosos, antropológicos y éticos que brotan de la fe en Jesucristo, la continua vigilancia frente a los rápidos cambios y a los nuevos desafíos del tiempo presente, y la valentía de traducir la inspiración evangélica en obras, iniciativas e instituciones capaces de responder a las necesidades auténticas de la persona humana y de la sociedad.

3. En esta tarea, ardua y exaltadora, vuestro maestro es mi venerado predecesor Pablo VI, a quien he venido a rendir homenaje al término de las celebraciones del centenario de su nacimiento, en esta ciudad a la que siempre se sintió orgulloso de pertenecer, «por nacimiento y por afecto jamás apagado», como dijo un día (Discurso al consejo municipal de Brescia, 10 de diciembre de 1977: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de enero de 1978, p. 8).

Fue timonel seguro de la barca de Pedro en tiempos difíciles para la Iglesia y la humanidad, animado siempre por un amor fuerte y profundo a Cristo y por el deseo ardiente de anunciarlo a sus contemporáneos, a menudo extraviados frente a doctrinas y acontecimientos nuevos y apremiantes. El recuerdo de su personalidad de hombre de Dios, del diálogo y de la paz, de persona enraizada firmemente en la fe de la Iglesia y siempre atenta a las esperanzas y a los dramas de sus hermanos, se hace cada vez más nítido con el devenir del tiempo y es un valioso aliciente también para los creyentes de hoy.

Los elementos que unen la grandeza y la índole excepcional de una persona a sus raíces y al talento de un pueblo son misteriosos, pero es evidente que la tierra bresciana con su fe, su cultura, su historia, sus dificultades y sus conquistas ha dado una contribución decisiva a su formación humana y religiosa. En esta comunidad, cuyo recuerdo agradecido y dulce añoranza conservó siempre en su corazón, el joven Montini encontró un clima ferviente y rico en nuevos fermentos, así como valiosos maestros que supieron suscitar en él el interés por el saber, la atención a los signos de los tiempos y, sobre todo, la búsqueda de la sabiduría que nace de la fe, cualidades preciosas para cumplir las graves tareas a las que la Providencia lo llamaría.

4. Testigo singular del ambiente religioso, cultural y social, que tanto influyó en la formación del futuro Pablo VI, fue el siervo de Dios Giuseppe Tovini, a quien mañana tendré la alegría de proclamar beato precisamente aquí, en Brescia, donde realizó su actividad y testimonió con una vida admirable las imprevisibles posibilidades de hacer el bien que tiene el hombre que se deja conquistar por Cristo.

Este laico, padre de familia solícito y profesional riguroso y atento, murió precisamente el año en que nació Giovanni Battista Montini. Exhortó a los católicos a afirmar los valores del Evangelio en la sociedad con la creación de obras educativas y sociales, círculos culturales, comités operativos y singulares iniciativas económicas.

En un tiempo en que algunos pretendían que la fe quedara confinada dentro de las paredes de los edificios sagrados, Giuseppe Tovini testimonió que la adhesión a Cristo y la obediencia a la Iglesia, no sólo no alejan al creyente de la historia, sino que lo impulsan a ser fermento de auténtica civilización y de progreso social. Fue apóstol de la educación cristiana y destacado exponente del movimiento católico que marcó fuertemente toda la sociedad italiana de fines del siglo XIX.

5. Amadísimos brescianos, las luminosas figuras de Pablo VI y de Giuseppe Tovini, orgullo de vuestra tierra, constituyen para vosotros una herencia valiosa, que os exhorto a acoger con renovado amor, a fin de lograr que también hoy los valores cristianos constituyan el centro propulsor de un original proyecto cultural, humano y civil, digno de la vocación de vuestra tierra.

Caminad con valentía por los caminos de la verdad y de la justicia. Tened siempre confianza y valor para buscar y construir el bien. ¡Que Cristo, el Redentor del hombre, sea vuestra esperanza!

Y tú, Brescia, «fidelis fidei et iustitiae », redescubre este rico patrimonio de ideales que constituye tu riqueza más auténtica, y podrás ser el centro vivo de irradiación de la nueva civilización, la civilización del amor, que anhelaba tu gran hijo Pablo VI.

Invocando la protección de la Virgen de las Gracias, venerada en el santuario de esta ciudad, tan querido por Pablo VI y por los brescianos, de corazón os imparto a todos mi bendición.







VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DEL INSTITUTO PABLO VI


Al ilustrísimo señor

doctor Giuseppe CAMADINI
presidente del Instituto Pablo VI de Brescia

Con ocasión de mi visita a Brescia para la conclusión de las celebraciones del centenario del nacimiento del venerado siervo de Dios el Papa Pablo VI, deseo expresar unas palabras de aprecio por la obra que el Instituto bresciano dedicado a él ha realizado a lo largo de estos veinte años de intensa actividad.

Con numerosas iniciativas de carácter científico y divulgativo, el Instituto Pablo VI ha contribuido de manera notable a dar a conocer, en su valor y en su grandeza, la figura del Papa Montini en Italia y en el mundo: ha ilustrado su verdadero pensamiento, su profundo amor a la Iglesia y a la humanidad, su celo por anunciar a Cristo al hombre contemporáneo, su aportación a la realización y a la aplicación del concilio ecuménico Vaticano II, y su gran sensibilidad ante la cultura y el arte, como caminos privilegiados para llegar a la verdad.

En esta línea se sitúa también la iniciativa, a la que deseo gran éxito, del Simposio sobre Pablo VI y el ecumenismo, programado para la semana próxima.

Al mismo tiempo que invoco la asistencia del Espíritu Santo sobre toda la actividad presente y futura del Instituto, le imparto de buen grado a usted y a todos los que brindan su colaboración una especial bendición apostólica.

20 de septiembre de 1998










A LOS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA


Jueves 24 de septiembre de 1998



1. Me alegra acogeros al concluir vuestro XXXIII capítulo general, cuyo tema central ha sido: La evangelización de los pobres en el umbral del tercer milenio. Felicito al padre Wilhelm Steckling, nuevo superior general, así como a su consejo, llamados a guiar a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en esta nueva etapa, para fortalecer su unidad, desarrollar incesantemente su carácter pastoral y participar cada vez más eficazmente en la misión de la Iglesia.

Junto con todos vosotros, doy gracias al Señor por la obra que han realizado los religiosos oblatos. Mediante vuestra presencia en todos los continentes y, en particular, en tierras lejanas, estáis en contacto con hombres y mujeres de culturas y tradiciones diferentes; es el signo de la universalidad de la Iglesia y de su atención a todos los pueblos. Para estar cerca de los hombres, en especial de los más pobres, cuyo número aumenta constantemente, habéis deseado reorganizar vuestra presencia en las diversas provincias, a fin de enviar nuevas comunidades a Asia, América Latina y África, así como a la región del norte de Canadá. Os interesáis también por los nuevos ámbitos de la misión, en particular por los medios de comunicación social y el diálogo confiado con los hombres de hoy, para construir una sociedad cada vez más fraterna y una era de justicia y paz. Habéis realizado esfuerzos valientes para afrontar algunas necesidades pastorales, apostólicas y misioneras nuevas y urgentes, así como la necesaria inculturación, proceso paciente que, al exigir la escucha de los pueblos, «no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana » (Redemptoris missio RMi 52). La Iglesia aprecia vuestra disponibilidad y solicitud para responder a la llamada del Señor en los lugares a donde se os envía, y para poneros al servicio de las Iglesias particulares, a pesar de los medios limitados y de la disminución de los miembros de vuestro instituto. Estoy seguro de que el impulso misionero de vuestra asamblea general dará numerosos frutos y nuevo vigor a vuestro instituto.

2. Como sabéis, el anuncio del Evangelio supone que se obtiene fuerza, valentía y esperanza con la vida de oración, pues es especialmente en la oración donde Dios comunica numerosas gracias espirituales, con la liturgia de las Horas, plegaria que permite a cada persona participar en la alabanza de la Iglesia universal y, por tanto, en su misión, así como con la meditación de la Escritura y con la Eucaristía, en la que Cristo enseña a sus discípulos y se entrega como alimento para el camino apostólico. La disciplina diaria, la entrega de sí a Dios y la vida comunitaria son testimonios auténticos de una intensa caridad y la principal forma de anuncio del Evangelio. Es un modo de imitar a Cristo, que permite decir: «Venid y veréis» (Jn 1,39), y abrir el corazón de los hombres para que acojan la palabra de Dios con benevolencia. En efecto, los contemporáneos reconocerán a los fieles del Señor por el amor que se tengan unos a otros, y así manifestarán el rostro del Resucitado (cf. 1Jn 4,11). En el mundo actual, más que nunca, el sacerdote y el religioso deben vivir en intimidad con su Maestro y esforzarse por llegar a ser santos como pide vuestra Regla, para estar disponibles a las intuiciones del Espíritu Santo y responder mejor a las llamadas del mundo. La vida de oración no aleja de los hombres; por el contrario, ayuda a percibir más profundamente sus necesidades fundamentales, que únicamente Cristo puede revelarnos, porque se hizo hombre para unirse a sus hermanos y salvar a toda la humanidad.

3. Como numerosos institutos, os esforzáis por hacer participar a los laicos en vuestras actividades y en vuestro itinerario espiritual propio. Estas colaboraciones generosas son de gran valor para la misión y ofrecen a cada uno la posibilidad de desarrollar su vida espiritual según la propuesta original de san Eugenio de Mazenod, «caracterizada por un grado heroico de fe, de esperanza y de caridad apostólica», como recordé con ocasión de su canonización. Seguid inspirándoos en su espiritualidad y en su celo misionero para difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra.

4. Os interrogáis sobre la disminución de los miembros de vuestro instituto. Ese hecho constituye un sufrimiento y una prueba que no deben atenuar en absoluto el celo misionero de los oblatos. Al contrario, es una ocasión para redoblar vuestros esfuerzos, a fin de proponer vuestro ideal a los jóvenes de todos los continentes, muchos de los cuales son generosos y anhelan servir a Cristo y a su Iglesia.

Encomendándoos a la intercesión de la Virgen Inmaculada y de san Eugenio de Mazenod, os imparto la bendición apostólica a vosotros, así como a todos los miembros de vuestro instituto y a las personas que os sostienen.










A LAS ABADESAS DE LA ORDEN CISTERCIENSE


Viernes 25 de septiembre de 1998



Queridas hermanas abadesas de la orden cisterciense:

1. Me agrada particularmente dirigirme hoy a vosotras, con ocasión de vuestra segunda asamblea, con la que concluye una etapa fundamental del camino recorrido por la orden cisterciense para lograr que la rama femenina participe plenamente en las estructuras de responsabilidad y de comunión de la orden.

En la carta que envié al abad general don Mauro Esteva con motivo del último capítulo general expresaba mi deseo de que vuestras deliberaciones valoraran la contribución de las monjas a la realización de la misión de los cistercienses en la Iglesia y en el mundo (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de octubre de 1995, p. 5). Me complace observar que felizmente se ha alcanzado ese objetivo.

Ha sido un camino prudente, precedido por una profunda reflexión y sostenido también por las palabras que escribí en la carta apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer, publicada con ocasión del Año mariano de 1988. En efecto, en este documento afirmé que «la dignidad de la mujer y su vocación, objeto constante de la reflexión humana y cristiana, han asumido en estos últimos años una importancia muy particular » (Mulieris dignitatem MD 1).

2. Ya desde hace tiempo vuestra orden había emprendido un itinerario orientado a delinear mejor los rasgos de su fisonomía e identidad jurídica, también mediante la participación de las monjas en sus estructuras de responsabilidad y comunión. En este camino se insertaba asimismo la delicada cuestión de la cooperación de las monjas en el ejercicio de la potestad de gobierno dentro de la orden.

Este recorrido tenía sus motivaciones en la accomodata renovatio de la vida religiosa, querida por el concilio Vaticano II en el decreto Perfectae caritatis (cf. n. 1). Aun considerando la renovación y la adaptación de las estructuras como dos aspectos inseparables de la misma realidad, la orden cisterciense ha asignado a la renovación una preeminencia y una función inspiradora y orientadora de la adaptación, pero procurando siempre que estuviera animada por una real renovación espiritual.

El compromiso de volver a las fuentes, solicitado por el concilio Vaticano II (cf. ib., 2), ha sostenido a vuestra orden en la profundización de su identidad, impulsándola a una sincera conversión del corazón y de la mente. Ese análisis os ha permitido encontrar luego soluciones nuevas, capaces de expresar más adecuadamente la presencia de las monjas dentro de vuestra orden y una participación más directa en su vida y en sus realidades.

3. El camino recorrido sigue esta orientación, encontrando su fundamento en la Declaración del capítulo general de la orden que se celebró durante los años 1968-1969 sobre los elementos principales de la vida cisterciense actual. La asamblea fraterna de entonces afirmó que «las monjas cistercienses no constituyen una "segunda orden" junto a la "primera", la de los monjes, sino que forman completamente parte de la misma orden cisterciense. (...) Por eso, no cabe duda de que hay que promover, con cautela, pero con constancia y eficacia, la participación de las monjas no sólo en las decisiones que se refieren a su vida, sino también en las que atañen a su congregación o a toda la orden » (n. 78).

Ese mismo documento fundamental de vuestra familia expresa claramente cuáles son las fuentes de vuestra vida: el Evangelio y el magisterio de la Iglesia, la tradición monástica, la Regla de san Benito, las tradiciones cistercienses, la participación activa en la vida de la Iglesia y de la sociedad, la acción y la inspiración del Espíritu Santo (cf. nn. 3-10). Vuestra orden, de acuerdo con esas deliberaciones, ha actuado «con cautela pero con constancia». En el arco de treinta años, también gracias a la colaboración de la Commissio pro monialibus y al servicio discreto pero eficaz de la Curia general, los cistercienses han promovido «eficazmente» la participación de la rama femenina en las estructuras de responsabilidad y de comunión.

4. Con la participación de las monjas en el consejo del abad general, en el sínodo de la orden, en el único capítulo general, así como en todas las demás formas de colaboración y de servicio dentro de vuestra familia, la dignidad de la mujer y las manifestaciones del «genio femenino» encuentran hoy en la orden cisterciense la posibilidad de ser reconocidas, valoradas y aprovechadas, para la gloria de Dios y en beneficio tanto de la Iglesia como de la humanidad, especialmente en el mundo actual.


Discursos 1998 - Jueves 17 de septiembre