Discursos 1998 - Viernes 25 de septiembre de 1998

Con razón se os puede aplicar a vosotras, queridas monjas de clausura, cuanto afirmó el concilio Vaticano II dirigiéndose a las mujeres: «Pero llega la hora, ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en la que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un alcance, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso en este momento, en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres, impregnadas del espíritu del Evangelio, pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga» (Mensaje a las mujeres).

Mientras la orden cisterciense se prepara, con toda la Iglesia, para cruzar el umbral del tercer milenio, las oportunidades que hoy se os reconocen y brindan, queridas hermanas, inauguran realmente una nueva era, en la que podéis desempeñar un papel de protagonistas de la vida y de la historia de vuestra familia religiosa, que este año celebra el noveno centenario de la fundación del monasterio del Císter, donde tiene sus raíces.

Queridas hermanas, como vuestros padres, los fundadores del novum monasterium, de los que sois discípulas y herederas, no tengáis miedo de emprender este camino de compromiso y colaboración, para vivir con plenitud vuestra vocación. Seguid buscando siempre y únicamente la voluntad de Dios, que os ha llamado y os ha puesto en la escuela de su servicio, la escuela del amor.

Recurrid a las fuentes propias de vuestra comunidad religiosa, dejándoos guiar siempre por el Espíritu de Dios en la realización de vuestra participación en las estructuras de responsabilidad y de comunión de vuestra orden.

5. Al formular un ferviente deseo de que el camino recorrido en la valoración de la dignidad de la mujer y del «genio femenino» prosiga con confianza, según el espíritu de Cristo, dirijo mi pensamiento a la santísima Virgen María. Ella es la mujer por excelencia, llamada por el Padre a participar en su designio salvífico, cooperando de modo totalmente singular en la obra de la redención.

A ella, celebrada tiernamente por san Bernardo, os encomiendo a vosotras, a vuestras hermanas y a toda la orden cisterciense, que es suya ya desde el principio. Con estos sentimientos, os imparto cordialmente a todos una especial bendición apostólica.










A LOS CAPITULARES ESCALABRINIANOS


Viernes 25 de septiembre de 2005



Amadísimos capitulares escalabrinianos:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros que, con ocasión de vuestro capítulo general, habéis querido reafirmar con esta visita vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro y a su magisterio de Pastor de la Iglesia universal. En particular, saludo al padre Luigi Favero, que acaba de ser confirmado en el cargo de superior general de vuestra congregación. Al congratularme con él por la renovada confianza de sus hermanos y por el generoso y competente servicio que ha prestado hasta ahora, invoco la gracia y la fuerza del Espíritu Santo para que, con la ayuda del nuevo consejo, sepa introducir de manera eficaz al instituto de los Misioneros de San Carlos en el tercer milenio cristiano.

2. Conservo aún el recuerdo de la beatificación de vuestro fundador, monseñor Giovanni Battista Scalabrini, que, el 9 de noviembre del año pasado, quise señalar a la comunidad cristiana como espléndido ejemplo de apóstol de nuestro tiempo y protector celestial de millones de emigrantes y refugiados. Su corazón de obispo celoso y de padre amoroso se abrió a las necesidades espirituales y materiales de los desamparados con constante solicitud, haciendo participar en su incansable acción apostólica a todos los que la Providencia le había encomendado. Ha dejado a sus hijos espirituales la valiosa herencia de un amor ilimitado a cuantos la búsqueda de trabajo, las calamidades naturales o las condiciones sociopolíticas adversas desarraigan de su cultura y de su tierra. Tomando de la palabra de Dios la visión del destino universal de los bienes y de la unidad esencial de la familia humana, vio en las migraciones ante todo una ley de la naturaleza que renueva «en cada instante el milagro de la creación» y que «convierte al mundo en patria del hombre». Pero, al mismo tiempo, jamás dejó de denunciar los sufrimientos y los dramas causados por la emigración, solicitando para ella soluciones oportunas y concretas.

Queréis revivir hoy su espíritu, su mismo entusiasmo, y os preguntáis cómo proponer de nuevo, en el umbral de un nuevo milenio, su deseo de servir a los más desamparados y su celo evangelizador sin fronteras.

Ante el recrudecimiento del fenómeno migratorio en sus aspectos más dolorosos, como las migraciones sin documentación y las de los refugiados causadas por las guerras, por el odio étnico y el subdesarrollo, se abren horizontes cada vez más vastos para vuestra caridad y vuestro espíritu misionero.

Por tanto, al definir el «Proyecto misionero escalabriniano en el umbral del año 2000», vuestro capítulo general ha querido responder muy oportunamente a esas necesidades, contemplando en especial los sectores del mundo de los emigrantes donde son más fuertes los signos de la prueba y del sufrimiento, del rechazo de la diversidad y del miedo al otro, de la explotación y de la soledad.

3. Se trata de una tarea apostólica ardua y compleja, que exige de cada religioso escalabriniano ante todo una adhesión cada vez más convencida y transparente a Cristo pobre, casto y obediente, y una profunda intimidad con él, alimentada en la oración, de modo que el divino Redentor sea cada vez más el centro y la razón del propio ser y del apostolado. Amadísimos hermanos, siguiendo el ejemplo de vuestro fundador, vivid de manera convencida y concreta el primado de la oración, cultivando en particular la devoción a la Eucaristía y a la Virgen: así encontraréis las motivaciones profundas y la fuerza incesante para seguir al Señor también por el camino de la cruz; y encontraréis, en particular, un impulso siempre nuevo para servir a los emigrantes, puesto que «la mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien, lo potencia, capacitándolo para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura» (Vita consecrata VC 75). Permitiréis que el Espíritu divino os guíe, para compartir las expectativas y las esperanzas de los hombres y las mujeres que emigran; además, sabréis iluminar a cuantos ven en la emigración una amenaza contra su identidad nacional, contra sus seguridades y privilegios, ayudándoles a ver en la presencia de personas diversas por procedencia y cultura una riqueza potencial para los países que las acogen.

La Iglesia os pide, queridos hermanos, que mantengáis vivos los valores de la fraternidad y de la solidaridad en todas las comunidades de acogida, para reducir los espacios de la exclusión y difundir la cultura del amor. Esa ardua tarea os exige la plena recuperación de la vida fraterna y el compromiso constante y convencido de transformar las comunidades religiosas en «lugares» de comunión e imágenes vivas y transparentes de la Iglesia, germen y comienzo del reino de Dios en el mundo (cf. Lumen gentium LG 5). En un mundo dividido e injusto, vuestra familia escalabriniana, que hoy se presenta cada vez más diversificada desde la perspectiva de la pertenencia étnica y cultural, no sólo ha de ser signo y testimonio de un diálogo siempre posible, sino también casa abierta para cuantos buscan ocasiones para el encuentro y la aceptación de las diferencias.

4. La presencia de vuestros religiosos en áreas geográficas y tradiciones diferentes, y la singularidad de vuestro compromiso pastoral en el mundo de la migración humana, a menudo espejo de las necesidades y las heridas del mundo contemporáneo, exigen de vosotros una particular capacidad de volver a proponer, de modo nuevo y eficaz, el carisma de vuestro instituto. Para que las nuevas generaciones puedan vivir y transmitir con autenticidad el espíritu de la congregación en las diferentes culturas y situaciones geográficas, es necesario, como vosotros mismos observáis, elaborar cuanto antes la ratio institutionis de vuestra congregación, señalando de forma clara y dinámica el camino que se ha de seguir para la asimilación plena de la espiritualidad del instituto. En efecto, «la ratio responde hoy a una verdadera urgencia: de un lado, indica el modo de transmitir el espíritu del instituto, para que sea vivido en su autenticidad por las nuevas generaciones, en la diversidad de las culturas y de las situaciones geográficas; de otro, muestra a las personas consagradas los medios para vivir el mismo espíritu en las varias fases de la existencia, progresando hacia la plena madurez de la fe en Cristo» (Vita consecrata VC 68). Además de la ratio institutionis, se deberá elaborar un proyecto de formación permanente, para acompañar a cada escalabriniano con un programa que abarque toda su vida (cf. ib., 69).

Estos procesos formativos, al ayudaros a seguir con amor renovado y constante a Cristo, os llevarán a captar con sabiduría los signos de Dios en la historia y, mediante el testimonio de vuestro carisma, a hacer palpable de algún modo su presencia en el variado y difícil mundo de las migraciones.

El ámbito de las migraciones humanas, en el que se realiza vuestro compromiso de evangelización y promoción humana, se presenta particularmente abierto a los carismas y a la profesionalidad de los seglares. Sabed valorar la colaboración con los fieles laicos, para que vuestra presencia entre los emigrantes sea más eficaz y para que les brindéis una imagen más completa de la Iglesia. Desde luego, esto os exige a vosotros, religiosos, un particular esmero para formar a los laicos en la madurez de la fe, para iniciarlos en la vida de la comunidad cristiana y para llevarlos a compartir el carisma escalabriniano.

5. Queridos hermanos, en el umbral de un nuevo milenio, mientras la Iglesia se prepara para celebrar los dos mil años de la encarnación del Hijo de Dios, deseo encomendar vuestros propósitos apostólicos, vuestras decisiones capitulares y vuestras esperanzas a la Madre del Señor, a quien el beato Giovanni Battista Scalabrini eligió como modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Que María, mujer libre porque estaba llena de gracia, que dejó deprisa su tierra y su casa para ir a ayudar a su prima Isabel, os conceda la alegría de ser instrumentos dóciles y generosos del anuncio del Evangelio a los pobres de nuestro tiempo y os haga testigos de esperanza.

Con estos deseos, invocando la protección de vuestro beato fundador, imparto con afecto a toda la familia escalabriniana una especial bendición apostólica.










A LOS CAPITULARES DEL INSTITUTO DE LA CARIDAD (ROSMINIANOS)


Castelgandolfo, sábado 26 de septiembre de 1998



Querido padre general;
queridos hermanos en Cristo:

«Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento. (...) Así, ya no os falta ningún don de gracia» (1Co 1,4-7). Con estas palabras del Apóstol os doy la bienvenida a vosotros, los hijos de Antonio Rosmini, quien abundó tan admirablemente en los dones espirituales que Dios sigue dando a la Iglesia a través del Instituto de la Caridad. El capítulo general debe ser para todos los rosminianos un tiempo de profunda renovación personal y comunitaria en el carisma que os ha transmitido vuestro fundador.

Antonio Rosmini vivió en un período turbulento, no sólo desde el punto de vista político, sino también intelectual y religioso. Fue una época en la que se reivindicaba la liberación y la cuestión de la libertad predominaba sobre todas las demás. A menudo eso se entendió como un rechazo de la Iglesia y un abandono de la fe cristiana, que implicaba liberarse incluso de Jesucristo. En medio de ese desorden, Antonio Rosmini comprendió que no podría haber liberación de Cristo, sino únicamente liberación por Cristo y para Cristo; y esta idea inspiró toda su vida y su obra, y se halla en el centro de sus numerosos escritos, que tratan al mismo tiempo temas científicos y religiosos, filosóficos y místicos.

Vuestro fundador se sitúa con firmeza en la gran tradición intelectual del cristianismo, que sabe que no hay oposición entre fe y razón, sino que una exige la otra. Durante su época, el largo proceso de separación entre la fe y la razón alcanzó su máxima expresión, y ambas llegaron a parecer enemigos mortales. Sin embargo, Rosmini insistió, con san Agustín, en que «los creyentes también son pensadores: creyendo piensan y pensando creen (...). Si la fe no piensa, no es nada» (De praedestinatione sanctorum, 2, 5). Sabía que la fe sin la razón acaba en el mito y en la superstición; por eso, no sólo puso sus inmensos dones intelectuales al servicio de la teología y la espiritualidad, sino también de campos tan diversos como la filosofía, la política, el derecho, la educación, la ciencia, la psicología y el arte, viendo en ellos no una amenaza para la fe, sino aliados necesarios. A veces, Rosmini parece un hombre contradictorio. Sin embargo, encontramos en él una profunda y misteriosa coherencia; y fue precisamente esta coherencia la que hizo que Rosmini, a pesar de ser un hombre del siglo XIX, trascendiera su tiempo y su espacio para convertirse en un testigo universal, cuya enseñanza sigue siendo importante y actual.

Aunque su energía intelectual fue asombrosa, Rosmini puso en el centro de su vida cristiana lo que llamó «el principio de pasividad». Renunció, consciente y coherentemente, a su propia voluntad en la búsqueda de lo único realmente importante: la voluntad de Dios. Para un hombre tan activo por naturaleza, esto requirió una kénosis difícil y permanente. Su «principio de pasividad » se basaba firmemente en la fe en las obras de la providencia de Dios, de modo que esa «pasividad» era una atención constante a los signos de la voluntad de Dios y una absoluta disponibilidad a actuar según ellos en cuanto se manifiesten. Lo que era auténtico en su vida, debía serlo también en el Instituto que fundó. Su confianza en la bondad de la Providencia lo llevó a escribir en vuestras Constituciones: «Este Instituto se basa en un único fundamento: la providencia de Dios, Padre todopoderoso; y quien intente reemplazarlo con otro, trata de destruir el Instituto» (n. 462). Incluso en tiempos de grandes sufrimientos, vuestro fundador no perdió nunca la fe en el amor de Dios, por eso, tampoco perdió la paz de su alma o la comprensión de lo que quiere decir san Pablo cuando exhorta a una alegría continua (cf. Flp Ph 4,4).

Esta experiencia paradójica del sufrimiento y de la alegría llevó a Rosmini a venerar cada vez más profundamente el misterio de la cruz, puesto que en la figura de Cristo crucificado encontró al único que conoce tanto la absoluta alegría de la visión beatífica como la medida plena del sufrimiento humano. La cruz ocupó un lugar central para Rosmini ya desde el principio; y no fue una casualidad que el Instituto de la Caridad se haya fundado en el Monte Calvario, en Domodóssola. En efecto, sólo en el misterio de la cruz las aparentes contradicciones de Rosmini llegan a un punto de gran convergencia, y así podemos percibir toda la fuerza de lo que quería decir cuando hablaba de «caridad». Para él, la cruz prevenía a la razón contra el peligro de una autosuficiencia arrogante y, así mismo, prevenía a la fe contra la decadencia que es de esperar si se abandona la razón. La cruz le enseñó la verdad de la providencia de Dios y lo que significa ser «pasivo» ante sus obras. La cruz transformaba su caridad en un fuego ardiente de compasión y abnegación. Por eso, refiriéndose al Instituto de la Caridad, escribió: «La cruz de Jesús es nuestro tesoro, nuestro conocimiento, nuestro todo» (Cartas).

Mientras la Iglesia se prepara para entrar en el tercer milenio cristiano, la evangelización de la cultura es una parte crucial de lo que he llamado «la nueva evangelización» y, precisamente en este ámbito, la Iglesia espera mucho de los hijos de Antonio Rosmini. La cultura dominante en la actualidad exalta la libertad y la autonomía, que a menudo siguen falsos caminos que llevan a nuevas formas de esclavitud. Nuestra cultura oscila entre el racionalismo y el fideísmo de diversas formas, y parece incapaz de encontrar la armonía entre la fe y la razón. Los cristianos sienten a veces la tentación de prescindir de la kénosis de la cruz de Jesucristo, prefiriendo más bien las sendas del orgullo, el poder y el dominio. En este ámbito, el Instituto de la Caridad tiene la misión específica de mostrar el camino de la libertad, de la sabiduría y de la verdad, que es siempre el camino de la caridad y de la cruz. Ésta es vuestra vocación religiosa y cultural, del mismo modo que fue la vocación de vuestro clarividente fundador.

Su misticismo de la cruz llevó a Rosmini a una profunda devoción a la mujer que está al pie de la cruz, la Virgen de los Dolores. En María vio a la mujer herida por el dolor, pero también por su amor; a la mujer que podía llorar y también alegrarse con su Hijo, y que enseñaría a la Iglesia a hacer lo mismo. Rosmini aprendió de María el significado de las misteriosas palabras que pronunció en su lecho de muerte: «Adora, calla y alégrate». Ella, que es la Madre de los dolores y Madre de todas nuestras alegrías, guíe a los hijos e hijas de Antonio Rosmini, ahora y siempre, al silencio de adoración, en el que reina la paz de la Pascua y en el que la mente y el corazón encuentran descanso. Invocando sobre los miembros del capítulo y todos los miembros del Instituto de la Caridad la gracia del Señor resucitado, de buen grado os imparto mi bendición apostólica.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MADAGASCAR


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 26 de septiembre de 1998



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Os acojo con alegría, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Vosotros, que habéis recibido de Cristo la misión de guiar al pueblo de Dios que está en Madagascar, habéis venido para realizar vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles; en esta ocasión, tenéis con el Sucesor de Pedro, así como con sus colaboradores, provechosos intercambios que os permiten afianzar la comunión entre la Iglesia que está en vuestro país y la Sede apostólica. Por ello, espero que, al volver al pueblo que se os ha encomendado, vuestro celo pastoral y el dinamismo misionero de vuestras comunidades se refuerce aún más, para que el Evangelio sea anunciado a todos.

Con sus amables palabras, el presidente de vuestra Conferencia episcopal, el señor cardenal Armand Gaétan Razafindratandra, arzobispo de Antananarivo, ha trazado, en vuestro nombre, un panorama preciso de la vida de la Iglesia en esa gran isla y del marco en que cumple su misión. Se lo agradezco sinceramente.

En esta feliz circunstancia saludo con afecto a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los catequistas y todos los fieles de vuestras comunidades diocesanas. Transmitid también mis saludos cordiales al pueblo malgache, cuyas cualidades de acogida, solidaridad y valor para afrontar las múltiples dificultades de la vida diaria conozco muy bien.

2. Los obispos han recibido, como los Apóstoles, la misión de anunciar con audacia el misterio de salvación en su integridad. «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina » (2Tm 4,2). Esta difícil tarea exige que cada obispo tome su energía de la gracia de Cristo, recibida en abundancia con el don del Espíritu el día de su ordenación episcopal y renovada incesantemente en la oración. La Iglesia necesita pastores que organicen y gestionen con esmero las diferentes instituciones diocesanas, y guíen al pueblo de Dios. Para realizar este servicio, han de estar animados por cualidades humanas y, más aún, por cualidades espirituales, así como por el anhelo de una vida santa, a fin de conformarse totalmente a Cristo, que los envía. Amar a Cristo y vivir en su intimidad significa también amar a la Iglesia y, como el Señor Jesús, entregarse a ella, para testimoniar el amor infinito de Dios a los hombres.

El concilio Vaticano II puso de relieve la necesidad que tienen los obispos de cooperar cada vez más estrechamente para cumplir su misión de modo eficaz (cf. Christus Dominus CD 37). Por eso, os aliento vivamente a profundizar aún más los vínculos de unión colegial y de colaboración entre vosotros, sobre todo en el seno de vuestra Conferencia episcopal, en íntima comunión con la Sede de Pedro.

La solidaridad pastoral de las diócesis de vuestro país se ha manifestado particularmente hace unas semanas con ocasión de la celebración de un sínodo nacional sobre el tema «La Iglesia, familia de Dios reunida por la Eucaristía», que habéis organizado como prolongación de la reciente Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Ojalá que ese acontecimiento tan importante para la vida de la Iglesia en Madagascar, que se inserta en el marco de la preparación al gran jubileo del año 2000, sea para cada una de vuestras comunidades ocasión de fortalecimiento de su fe en Jesucristo, y que suscite en los fieles «un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado» (Tertio millennio adveniente TMA 42).

3. Dirigiéndome ahora a los sacerdotes de vuestras diócesis, que son vuestros primeros colaboradores en el ministerio apostólico, quisiera asegurarles la gratitud de la Iglesia por la generosidad con que viven su sacerdocio al servicio del pueblo de Dios. Los invito a perseverar con alegría y entusiasmo en su vocación, llevando una vida digna de la grandeza del don que han recibido. «El presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, al cual, como cabeza y pastor de su pueblo, se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo» (Pastores dabo vobis PDV 12). Disponibles a la acción del Espíritu, han de tener siempre la mirada fija en el rostro de Cristo, para avanzar valientemente por los caminos de la santidad, sin acomodarse a las maneras de ser del mundo. Mediante la celebración regular de la liturgia de las Horas y de los sacramentos, y mediante la meditación de la palabra de Dios, están llamados a vivir la unidad profunda entre su vida espiritual, su ministerio y su actividad diaria. Fieles al celibato, acogido con una decisión libre y llena de amor, y vivido con valentía incesantemente renovada, han de considerarlo «un don inestimable de Dios, .estímulo de la caridad pastoral., participación singular en la paternidad de Dios y en la fecundidad de la Iglesia, testimonio ante el mundo del reino escatológico» (ib., 29). Cuando tengan dificultades, sed para ellos pastores atentos y disponibles, dándoles nueva esperanza y ayudándoles, con vuestras palabras y vuestro ejemplo, a avanzar de nuevo. Os animo vivamente a sostenerlos, para que asuman con fidelidad sus compromisos sacerdotales, asegurándoles condiciones espirituales y materiales que les permitan responder a las justas necesidades de su ministerio.

Queridos hermanos en el episcopado, estad cercanos a cada uno de vuestros sacerdotes; entablad con ellos relaciones fundadas en la confianza y el diálogo; que sean verdaderamente para vosotros hijos y amigos. Dado que sois responsables en primer lugar de su santificación y de su formación permanente, brindadles los medios para seguir profundizando durante toda su vida las dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral de su formación sacerdotal, a fin de que su ser y su obrar se conformen cada vez más a Cristo, buen Pastor.

En fin, espero que en el seno del presbiterio, los sacerdotes diocesanos y religiosos se acojan fraternalmente unos a otros, en la legítima diversidad de sus carismas y de sus opciones. En la oración común y en la participación encontrarán apoyo y consuelo para su ministerio y su vida personal.

4. Entre vuestras preocupaciones constantes figuran el nacimiento y el crecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Los numerosos jóvenes que responden a la llamada de Cristo y aceptan seguirlo son un signo del dinamismo de vuestras Iglesias particulares y un aliciente para el futuro. Sin embargo, se necesitan una gran prudencia y un discernimiento atento para afianzar su vocación y permitir que cada uno dé una respuesta libre y consciente a la llamada de Cristo. La vida de seguimiento del Señor es exigente, y por eso, la elección de los candidatos requiere criterios de equilibrio humano, cualidades espirituales, afectivas, psicológicas e intelectuales, junto con una voluntad firme. Quisiera renovar aquí la petición que hicieron los padres del Sínodo africano «a los .institutos religiosos que no tienen casas en África., para que no se sientan autorizados a .buscar nuevas vocaciones sin un diálogo previo con el ordinario del lugar.» (Ecclesia in Africa ). En efecto, los jóvenes desarraigados tendrán grandes dificultades para madurar la llamada que han recibido y se sentirán tentados por los múltiples atractivos de una sociedad que no conocen. De un discernimiento realizado con sabiduría depende también la esperanza de ver surgir y desarrollarse vocaciones misioneras africanas, para anunciar el Evangelio en todo el continente y fuera de él.

A vosotros, que sois los primeros representantes de Cristo en la formación sacerdotal (cf. Pastores dabo vobis PDV 65), os corresponde velar con esmero por la calidad de vida y la formación en los seminarios. Os invito a constituir comunidades educativas unidas, que den a los seminaristas un ejemplo concreto de vida cristiana y sacerdotal intachable. ¿Cómo podrán los jóvenes prepararse correctamente para el sacerdocio, si no tienen ante sus ojos el ejemplo de maestros y testigos auténticos? Sé cuán difícil os resulta elegir sacerdotes experimentados en la vida espiritual y competentes en los campos teológico y filosófico, capaces de acompañar a los jóvenes. Ojalá que preparéis formadores idóneos con vistas a esa misión, aunque haya que hacer sacrificios en otros campos de la vida pastoral. Este ministerio es hoy uno de los más importantes para la vida de la Iglesia, en particular en vuestro país.

Aliento particularmente a los hombres y mujeres que tienen la responsabilidad de preparar a los jóvenes para la consagración total de sí mismos en el sacerdocio o en la vida religiosa. Espero que, confirmados en el camino de la búsqueda de Dios, muestren la belleza de su vocación a quienes el Señor invita a seguirlo, y les ayuden a discernir los designios de Dios acerca de su vida. Que resplandezcan por el encuentro con Cristo, como los discípulos después de la Transfiguración.

Los seminaristas han de tener una conciencia cada vez más viva de la grandeza y de la dignidad de la llamada que han recibido. Es necesario que durante el tiempo de formación adquieran suficiente madurez afectiva, y tengan la íntima convicción de que el celibato y la castidad son inseparables para el sacerdote. La enseñanza sobre el sentido y el lugar de la consagración a Cristo en el sacerdocio deberá ocupar el centro de su formación, para que puedan comprometer libre y generosamente toda su persona en el seguimiento de Cristo, compartiendo su misión.

5. Los institutos de vida consagrada dan una importante y apreciada contribución en numerosos campos de la vida de la Iglesia en vuestro país. El compromiso de personas consagradas en la obra de evangelización debe mostrar de modo particular que, «cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos» (Vita consecrata VC 76). Ojalá que los miembros de las comunidades religiosas vivan plenamente su entrega a Cristo, dando siempre testimonio de él con toda su vida, y poniendo al servicio de la Iglesia las riquezas de su carisma propio. Ojalá que, dejándose guiar por el Espíritu Santo, caminen con decisión por el camino de la santidad y muestren a los ojos de todos su alegría por haberse entregado totalmente a Dios para el servicio a sus hermanos.

Expreso a las personas consagradas la gratitud y el apoyo de la Iglesia por el apostolado que realizan, con la lógica de su amor a Cristo y de su entrega, al servicio de los enfermos, de los más desamparados y de los más pobres de la sociedad. Con su presencia en el ámbito de la educación, ayudan a los jóvenes a crecer como personas, adquiriendo una formación humana, cultural y religiosa que los prepare para ocupar su puesto en la Iglesia y en la sociedad.

Para permitir que los institutos de vida consagrada expresen sus carismas en una comunión cada vez mayor con las Iglesias diocesanas, como subrayé en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, invito a «los responsables de las Iglesias locales, y también de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, a promover entre sí el diálogo para crear, en el espíritu de la Iglesia familia, grupos mixtos que trabajen de acuerdo como testimonio de fraternidad y signo de unidad al servicio de la misión común» (n. 94).

6. En virtud de su condición de bautizados, todos los fieles están llamados a participar plenamente en la misión de la Iglesia. Me alegro por la contribución ejemplar de numerosos laicos a la vida eclesial de vuestro país. Me complace particularmente la obra de los catequistas que, a menudo en condiciones difíciles, se esfuerzan por anunciar el Evangelio a sus hermanos y, en comunión con sus obispos y sacerdotes, aseguran la animación de sus comunidades y se ocupan de ellas. Su papel es de gran importancia para la implantación y la vitalidad de la Iglesia. Además, transmiten a sus hijos el sentido del servicio a Cristo. Los invito a mantener firmemente despierta en ellos «la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Jesucristo, partícipes de su misterio de comunión y de su energía apostólica y misionera» (Christifideles laici CL 64).

Deseo asimismo que los laicos adquieran una sólida formación que les permita asumir sus responsabilidades de cristianos en la vida de la sociedad. En efecto, a ellos les corresponde trabajar con abnegación y tenacidad en la construcción de la ciudad terrena, respetando la dignidad de la persona humana y buscando el bien común. Ojalá que, frente a las injusticias, a lo que destruye la paz entre las personas y los grupos, y a todo lo que pervierte el espíritu, desarrollen cada vez más la solidaridad, la verdadera fihavanana, que tiende a abrir al hombre al plan divino de salvación.

Una solicitud particular hay que reservar a la familia, célula primaria y vital de la sociedad. La formación de las conciencias, en particular para recordar firmemente el respeto debido a toda vida humana y enseñar a los hijos los valores fundamentales, es una tarea esencial que compete a la Iglesia y a sus pastores. Ante las dificultades que encuentran numerosas parejas jóvenes, os animo a proseguir vuestros esfuerzos por ayudarles a comprender mejor la naturaleza auténtica del amor humano, de la castidad conyugal y del matrimonio cristiano, fundado en la fidelidad y en la indisolubilidad.

También quisiera dirigir a los jóvenes de Madagascar un fuerte llamamiento a la confianza y a la esperanza. Conozco sus grandes inquietudes, pero también las riquezas que Dios ha puesto en ellos para afrontar el futuro con valentía y lucidez. Ojalá que sepan asumir sus responsabilidades en la vida de la Iglesia y de la sociedad, con una viva conciencia de su vocación de hombres y de cristianos, que los compromete a ser constructores de paz y amor. Cristo los espera y les muestra el camino de la vida.

7. Testimoniar la caridad de Cristo a los enfermos y a los pobres es una de las características de la vida cristiana. Mediante sus instituciones caritativas, la Iglesia favorece el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. Doy las gracias a todas las personas que con su humilde servicio manifiestan, a imitación de Cristo, el amor de la Iglesia a los que sufren o están desamparados. No se puede aceptar la miseria como una fatalidad. Es necesario ayudar a los pobres a crecer en humanidad y a lograr que se les reconozca su dignidad de hijos de Dios. A pesar de las dificultades, vuestra tierra es una tierra llena de promesas. Por eso, os aliento vivamente a desarrollar las iniciativas de solidaridad y de servicio a la población, que frecuentemente se encuentra en situaciones económicas y sociales preocupantes, sobre todo atribuyendo el lugar que merece a las obras de educación y de promoción humana, que permitirán a cada uno expresar los dones que Dios le ha dado al crearlo a su imagen. En efecto, como escribí en la encíclica Redemptoris missio, «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero ni de las ayudas materiales ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica» (n. 58).

8. Las relaciones fraternas que existen entre las diferentes confesiones cristianas en Madagascar testimonian vuestro esfuerzo por responder con generosidad y clarividencia a la oración del Señor: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Estos vínculos se concretan particularmente a través de las intervenciones del Consejo de las Iglesias cristianas de Madagascar, que en diversas ocasiones se ha pronunciado para promover la justicia y el desarrollo integral del hombre en la vida de la nación. Es muy importante proseguir la búsqueda de la unidad entre los cristianos mediante una colaboración inspirada en el Evangelio, que sea un verdadero testimonio común de Cristo y un medio de anunciar la buena nueva a todos. En este largo camino que lleva a la comunión total entre hermanos es necesario dirigirse juntos hacia Cristo. Por eso, la oración debe ocupar un lugar privilegiado, para obtener del Señor la conversión del corazón y la unidad de los discípulos de Cristo. A fin de responder mejor a las exigencias de una colaboración leal, es indispensable que los fieles se preparen para relacionarse con sus hermanos con espíritu de verdad, sin ocultar las divergencias que nos separan aún de la comunión plena (cf. Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y las normas sobre el ecumenismo, 1993). Por otra parte, es de desear que los cónyuges que viven la experiencia de un matrimonio mixto estén sostenidos por una pastoral adecuada, con espíritu de apertura ecuménica. A pesar de las dificultades que puedan surgir, serán auténticos artífices de unidad mediante la calidad del amor que se manifiesten el uno al otro y a sus hijos.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al concluir este encuentro fraterno, quisiera también animaros a avanzar con confianza. En este año dedicado al Espíritu Santo y a su presencia santificadora en la comunidad de los discípulos de Cristo, invito a los católicos de Madagascar a profundizar los signos de esperanza presentes en su vida y en la vida del mundo. Que renueven «su esperanza en la venida definitiva del reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana a la que pertenecen, en el contexto social donde viven y también en la historia del mundo» (Tertio millennio adveniente TMA 46). Os encomiendo a vosotros, así como a vuestros diocesanos y a todo el pueblo malgache, a la intercesión materna de la Virgen María y de Victoria Rasoamanarivo, beata que testimonió admirablemente la calidad espiritual del laicado de vuestro país, y os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.










Discursos 1998 - Viernes 25 de septiembre de 1998