Discursos 1998 - Jueves 1 de octubre de 1998


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CONGRESO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO

PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS


Jueves 1 de octubre de 1998



Amadísimas hermanas:

1. Es para mí una gran alegría poder encontrarme con vosotras, con ocasión de este Congreso dedicado a la reflexión sobre «La mujer consagrada en el mundo de la salud, en el umbral del tercer milenio». Doy las gracias de modo particular al Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios que, respondiendo a mi vivo deseo, ha promovido esta feliz iniciativa, insertándola en su programa de preparación para el próximo jubileo. Os saludo con afecto a todos vosotros aquí presentes, en particular al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, monseñor Javier Lozano Barragán, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido.

En la espera vigilante del comienzo del nuevo milenio, queréis reflexionar de modo profundo en vuestra misión al servicio del hombre que sufre, fijando vuestra mirada con mayor profundidad en Cristo, para obtener de él inspiración, valentía y capacidad de entrega completa a quien experimenta, a menudo de manera dramática, las limitaciones de la condición humana. En efecto, sois conscientes de que vuestra acción en favor del que sufre cobra sentido y eficacia en la medida en que, guiada por el Espíritu Santo, refleja los rasgos característicos del divino samaritano de las almas y de los cuerpos.

La Iglesia os mira con admiración y gratitud a vosotras, mujeres consagradas, que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, participáis en un apostolado sumamente importante. Vuestro servicio contribuye a perpetuar en el tiempo el ministerio de misericordia de Cristo, que «pasó haciendo el bien y curando a todos» (Ac 10,38). Muchas de vuestras hermanas «han sacrificado su vida a lo largo de los siglos en el servicio a las víctimas de enfermedades contagiosas, demostrando que la entrega hasta el heroísmo pertenece a la índole profética de la vida consagrada» (Vita consecrata VC 83). Vuestra entrega de amor, que os impulsa a ayudar a los miembros sufrientes del Señor, imprime a vuestro apostolado una nobleza que no pasa desapercibida ni a los ojos de Dios ni a la consideración de los hombres.

2. Como las religiosas que os han precedido, también vosotras estáis llamadas a adaptar vuestro servicio a los enfermos según las nuevas condiciones de los tiempos. En efecto, hoy los ambientes sanitarios en que trabajáis os obligan a afrontar rápidas transformaciones y desafíos inéditos. Si, por un lado, el progreso de la ciencia y de la tecnología y el desarrollo de las ciencias administrativas han abierto posibilidades originales a la práctica de la medicina y a la organización de la asistencia, por otro no han dejado de crear graves problemas de naturaleza ética relativos al nacimiento, a la muerte y a la relación con los que sufren. Además, desde el punto de vista antropológico, aunque la evolución del concepto de salud y de enfermedad ha seguido un recorrido positivo, hasta reconocer en dichas experiencias existenciales una dimensión espiritual, esto no impide que en muchos ámbitos se afirme un concepto secularizado de la salud y de la enfermedad, con la triste consecuencia de que a veces se impide a las personas afrontar el sufrimiento como una importante ocasión de crecimiento humano y espiritual.

Estas profundas transformaciones han cambiado el rostro del mundo del sufrimiento y de la salud, y exigen una respuesta cristiana nueva. ¿Cómo conciliar armoniosamente imperativos técnicos e imperativos éticos? ¿Cómo superar victoriosamente la tendencia a la indiferencia, la ausencia de compasión y la falta de respeto y valorización de la vida en todas sus fases? ¿Cómo promover una salud digna del hombre? ¿Cómo garantizar una presencia cristiana que, en colaboración con los componentes idóneos ya presentes en la sociedad, contribuya a impregnar de valores evangélicos y, por tanto, auténticamente humanos, el mundo del sufrimiento y de la salud, privilegiando la defensa y el apoyo a los humildes y a los pobres?

Estos interrogantes expresan otros tantos desafíos, a los que también vosotras, en unión con toda la comunidad eclesial, estáis llamadas a responder.

3. La primera tarea de vuestra vida consagrada en la gozosa y atractiva experiencia de Cristo sigue siendo la de recordar al pueblo de Dios y al mundo el rostro misericordioso del Señor. En efecto, la fuerza de vuestro carisma, antes que en las obras y en los objetivos de servicio, debe brillar en una novedad de vida, en la que se reproduzcan los rasgos característicos de Jesús. ¿No es verdad, acaso, que la Iglesia tiene necesidad de hombres y mujeres consagrados que, a través de sus personas y su vida, manifiesten la maternidad fecunda que la identifica? Ahora bien, esta fecundidad de la Iglesia no es proporcional a la eficacia de las actividades, sino a la autenticidad de la entrega a Cristo crucificado.

Por tanto, toda vuestra vida de consagradas deberá estar impregnada de la amistad con Dios, para poder ser el corazón y las manos de Cristo con los enfermos, manifestando en vosotras la fe que os lleva a reconocer en los enfermos al Señor mismo y que se convierte en fuente de la que fluye vuestra espiritualidad.

4. En segundo lugar, vuestra presencia en el mundo del sufrimiento y de la salud debe ser portadora de la riqueza inherente a vuestra condición femenina. En efecto, es innegable que la vocación de la mujer a la maternidad os hace más sensibles para captar las necesidades, y creativas para darles una respuesta adecuada. Cuando a estas dotes naturales se añade también una actitud consciente de altruismo y, sobre todo, la fuerza de la fe y de la caridad evangélica, entonces se producen verdaderos milagros de entrega. Las expresiones más significativas de la caridad .la delicadeza, la mansedumbre, la gratitud, el sacrificio, la solicitud y la entrega generosa de sí a quienes sufren. se transforman en testimonio del amor de un Dios cercano, misericordioso y siempre fiel. Un héroe de la caridad con los enfermos, Camilo de Lellis, invitaba a pedir ante todo al Señor la gracia de un afecto materno por el prójimo, para poder servir a los enfermos con la atención que una madre amorosa suele tener por su único hijo enfermo.

5. La conciencia de la misión a la que estáis llamadas mediante el servicio a los enfermos y la promoción de la salud debe impulsaros, queridas hermanas, a ser fieles e innovadoras en el ejercicio de vuestro apostolado de caridad misericordiosa.

Lejos de contraponerse, estas dos actitudes, la fidelidad y la creatividad, están llamadas a armonizarse mediante una sabia acción de discernimiento. Así como la defensa de posiciones ya superadas no estaría conforme con el espíritu de vuestros fundadores y fundadoras, del mismo modo abandonar, sin el necesario discernimiento, formas de apostolado que la actual situación sociocultural hace difícil, estaría también en contraste con los carismas de vuestros institutos. Por eso, queridas hermanas, os invito a permanecer con fidelidad al lado del que sufre en los hospitales y en las demás instituciones sanitarias, fortaleciendo con el espíritu evangélico el cuidado de los enfermos.

Que en vuestras opciones ocupe siempre un lugar privilegiado la atención a los enfermos más abandonados. Que vuestra mirada y vuestra acción se extiendan con generosidad a los países del tercer mundo, privados de los recursos más elementales para afrontar las enfermedades y promover la salud. Que vuestra participación en la nueva evangelización sobre la salud y la enfermedad se traduzca en un anuncio valiente de Cristo, que, con su muerte y resurrección, capacitó al hombre para transformar la experiencia de sufrimiento en un momento de gracia para sí y para los demás (cf. Salvifici doloris, 25-27). Que la colaboración con los laicos, partiendo de una auténtica participación de vuestros carismas, llegue a ser un instrumento eficaz para responder, con palabras y gestos inspirados evangélicamente, a las pobrezas y enfermedades antiguas y nuevas que afligen a la sociedad de nuestro tiempo.

6. Que al realizar vuestro apostolado, os sirva de ejemplo la Virgen Inmaculada, venerada como Salud de los enfermos. Icono de la ternura de Dios, se muestra atenta a las necesidades de los demás, solícita para responderles, y rica en compasión. Contemplándola, esforzaos por ser siempre ricas en sensibilidad, capaces de hacer de vuestra presencia un testimonio de ternura y de entrega, que sea reflejo de la bondad providente de Dios.

Con estos deseos, os imparto de corazón mi bendición, que extiendo gustoso a todas las hermanas de vuestras congregaciones.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL DÉCIMO GRUPO DE OBISPOS ESTADOUNIDENSES

EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 2 de octubre de 1998



Querido cardenal Mahony;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con alegría y afecto os doy la bienvenida a vosotros, obispos de la Iglesia en California, Nevada y Hawai, con ocasión de la visita ad limina Apostolorum. Vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo es una celebración de los vínculos eclesiales que unen a vuestras Iglesias particulares con la Sede de Pedro. Consciente de que la Iglesia en todo el mundo se está preparando para celebrar el gran jubileo del año 2000, he decidido dedicar esta serie de reflexiones con vosotros y con vuestros hermanos en el episcopado a la renovación de la vida de la Iglesia recomendada por el concilio Vaticano II. El Concilio fue un don del Espíritu Santo a la Iglesia, y su aplicación plena es el mejor modo de asegurar que la comunidad católica en Estados Unidos entre en el nuevo milenio fortalecida en la fe y en la santidad, contribuyendo eficazmente a crear una sociedad mejor mediante su testimonio de la verdad sobre el hombre, que se nos revela en Jesucristo (cf. Gaudium et spes GS 24). En efecto, la gran responsabilidad de la Iglesia en vuestro país estriba en difundir esta verdad, «que ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor» (Veritatis splendor, proemio).

Estamos llegando al fin de un siglo que comenzó con confianza en las posibilidades de un progreso casi ilimitado de la humanidad, pero que ahora termina con un miedo difundido y en medio de la confusión moral. Si queremos una primavera del espíritu humano, debemos redescubrir los fundamentos de la esperanza (cf. Discurso a la 50ª Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas, 16-18, 5 de octubre de 1995). Sobre todo, la sociedad ha de aprender a acoger, una vez más, el gran don de la vida, apreciarlo, protegerlo y defenderlo contra la cultura de la muerte, que es una expresión del gran miedo que caracteriza a nuestro tiempo. Una de vuestras más nobles tareas como obispos consiste en proteger decididamente la vida, animando a quienes la defienden y construyendo con ellos una auténtica cultura de la vida.

2. El concilio Vaticano II era muy consciente de las fuerzas que configuran la sociedad contemporánea cuando habló con claridad en defensa de la vida humana contra los peligros que se cernían sobre ella (cf. Gaudium et spes GS 27). El Concilio también dio una inestimable contribución a la cultura de la vida con su elocuente presentación del significado pleno del amor conyugal (cf. ib., 48-51). Siguiendo la línea del Concilio y difundiendo su enseñanza, el Papa Pablo VI escribió la encíclica profética Humanae vitae, cuyo trigésimo aniversario estamos celebrando este año. En ella afrontó las consecuencias morales del poder de cooperar con el Creador en el nacimiento de una nueva vida en el mundo. El Creador hizo al hombre y a la mujer para que se complementaran en el amor, y su unión es una participación en el poder creador de Dios mismo. El amor conyugal es un servicio a la vida, no sólo porque engendra una nueva vida, sino también porque, entendido correctamente como entrega total y recíproca de los esposos, crea el ambiente de amor y atención en que se acoge cordialmente la nueva vida como un don de valor incomparable.

Treinta años después de la Humanae vitae, constatamos que las ideas erró- neas acerca de la autonomía moral del individuo siguen causando heridas en la conciencia de muchas personas y en la vida de la sociedad. Pablo VI puso de relieve algunas de las consecuencias de separar el aspecto unitivo del amor conyugal de su dimensión procreadora: un debilitamiento gradual de la disciplina moral; una trivialización de la sexualidad humana; la degradación de la mujer; la infidelidad conyugal, que lleva a menudo a la ruptura de la familia; los programas de control demográfico promovidos por los Estados, que se basan en la anticoncepción y esterilización impuestas (cf. Humanae vitae HV 17). La legalización del aborto y de la eutanasia, el recurso cada vez más frecuente a la fecundación in vitro, y ciertas formas de manipulación genética y de experimentación con embriones, están también estrechamente vinculadas, tanto en la ley y en la política pública como en la cultura contemporánea, a la idea de un dominio ilimitado del propio cuerpo y de la vida.

La enseñanza de la Humanae vitae exalta el amor matrimonial, promueve la dignidad de la mujer y ayuda a las parejas a crecer en la comprensión de la verdad de su camino particular hacia la santidad. También es una respuesta al intento de la cultura contemporánea de reducir la vida a la comodidad. Como obispos, junto con vuestros sacerdotes, diáconos, seminaristas y los demás agentes pastorales, debéis encontrar el lenguaje y las imágenes adecuadas para presentar esta enseñanza de un modo comprensible y convincente. Los programas de preparación para el matrimonio deberían incluir una presentación honrada y completa de la enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable y explicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad, cuya legitimidad se basa en el respeto del significado humano de la intimidad sexual. Los matrimonios que han acogido la enseñanza del Papa Pablo VI han descubierto que es en verdad fuente de profunda unidad y alegría, alimentada por una comprensión y un respeto mutuos cada vez mayores. Habría que exhortarlos a compartir su experiencia con parejas de novios que participan en los programas de preparación para el matrimonio.

3. La reflexión sobre un aniversario muy diferente es útil para profundizar el sentido de la urgencia del compromiso en favor de la vida. En los veinticinco años que han pasado desde la decisión judicial que legalizó el aborto en vuestro país, ha habido una movilización general de las conciencias en favor de la vida. El movimiento pro-vida es uno de los aspectos más positivos de la vida pública norteamericana, y el apoyo que los obispos le han dado es un tributo a vuestro liderazgo pastoral. A pesar de los generosos esfuerzos de muchas personas, se sigue sosteniendo la idea de que el aborto voluntario es un «derecho ». Además, hay signos de una insensibilidad casi inimaginable ante lo que sucede realmente durante un aborto, como muestran los recientes acontecimientos relacionados con el así llamado aborto mediante «nacimiento parcial». Esto causa profunda preocupación. Una sociedad con un escaso sentido del valor de la vida humana en sus primeras etapas ya ha abierto la puerta a la cultura de la muerte. Como pastores, debéis hacer todo lo posible por asegurar que no se emboten las conciencias ante la gravedad del crimen del aborto, un crimen que ninguna circunstancia, finalidad o ley puede justificar moralmente (cf. Evangelium vitae EV 62).

Quienes quieren defender la vida deben ofrecer alternativas al aborto cada vez más visibles y asequibles. Vuestra reciente declaración pastoral Luces y sombras recuerda la necesidad de apoyar a las mujeres embarazadas que atraviesan circunstancias difíciles y proporcionar servicios de asesoramiento a las que recurrieron al aborto y deben afrontar sus efectos psicológicos y espirituales. Del mismo modo, la defensa incondicional de la vida ha de incluir siempre el mensaje de que la verdadera curación es posible, mediante la reconciliación con el Cuerpo de Cristo. Con el espíritu del gran jubileo del año 2000, ya próximo, los católicos norteamericanos deberían estar más dispuestos que nunca a abrir su corazón y sus hogares a los niños «indeseados» y abandonados, a los jóvenes con problemas, a los minusválidos y a los que no tienen quien se ocupe de ellos.

4. La Iglesia también presta un servicio realmente vital para la nación cuando despierta la conciencia pública sobre la naturaleza moralmente condenable de las campañas en favor de la legalización del suicidio asistido y la eutanasia. La eutanasia y el suicidio son graves violaciones de la ley de Dios (cf. ib., 65 y 66); su legalización constituye una amenaza directa contra las personas menos capaces de defenderse y resulta muy perjudicial para las instituciones democráticas de la sociedad. El hecho de que los católicos hayan trabajado con éxito, junto con los miembros de otras comunidades cristianas, para oponerse a los intentos de legalizar el suicidio asistido es un signo muy esperanzador para el futuro del testimonio ecuménico público en vuestro país, y os animo a crear un movimiento interreligioso y ecuménico aún más amplio en defensa de la cultura de la vida y de la civilización del amor.

Mientras se desarrolla el testimonio ecuménico en defensa de la vida, es necesario poner gran empeño pedagógico para aclarar la diferencia moral sustancial entre la interrupción de tratamientos médicos que pueden ser gravosos, peligrosos o desproporcionados con respecto a los resultados esperados .lo que el Catecismo de la Iglesia católica llama «encarnizamiento terapéutico» (n. 2278; cf. Evangelium vitae EV 65)., y la supresión de los medios ordinarios para conservar la vida, como la alimentación, la hidratación y los cuidados médicos normales. La declaración de la Comisión pro-vida del Episcopado norteamericano, Nutrición e hidratación: consideraciones morales y pastorales, pone correctamente de relieve que hay que rechazar la suspensión de la alimentación y de la hidratación encaminada a causar la muerte de un paciente, y que, teniendo cuidadosamente en cuenta todos los factores implicados, debería proporcionarse la alimentación y la hidratación asistidas a todos los pacientes que las necesiten. Olvidar esta distinción significa crear innumerables injusticias y muchas angustias adicionales, que afectan tanto a quienes ya sufren por la falta de salud o por el deterioro propio de la edad, como a sus seres queridos.

5. En una cultura que tiene dificultad para definir el sentido de la vida, de la muerte y del sufrimiento, el mensaje cristiano es la buena nueva de la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza cierta de la resurrección. El cristiano acepta la muerte como el acto supremo de obediencia al Padre, y está dispuesto a afrontar la muerte en la «hora » que sólo él conoce (cf. Mc Mc 13,32). La vida es una peregrinación en la fe hacia el Padre, a lo largo de la cual caminamos en compañía de su Hijo y de los santos en el cielo. Precisamente por esta razón, la verdadera prueba del sufrimiento puede llegar a ser una fuente de bien. A través del dolor, participamos realmente en la obra redentora de Cristo en favor de la Iglesia y de la humanidad (cf. Salvifici doloris, 14-24). Esto sucede cuando el dolor «se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de Dios y por libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado» (Evangelium vitae EV 67).

La labor que realizan las instituciones católicas de asistencia sanitaria para afrontar las necesidades físicas y espirituales de los enfermos es una forma de imitación de Cristo que, como dice san Ignacio de Antioquía, es «el médico del cuerpo y del espíritu» (Ad Ephesios, 7, 2). Los médicos, las enfermeras y el resto de los profesionales de la salud tratan con personas que viven un tiempo de prueba, en el que se agudiza el sentido de fragilidad y precariedad de su vida, precisamente cuando más se asemejan a Jesús que sufre en Getsemaní y en el Calvario. Los profesionales de la salud deberían recordar siempre que su obra se dirige a seres humanos, a personas únicas, en quienes está presente la imagen de Dios de un modo singular y en quienes él ha derramado su amor infinito. La enfermedad de un miembro de la familia, de un amigo o un vecino es una llamada a los cristianos a mostrar verdadera compasión, o sea, a participar, con amabilidad y constancia, en el dolor del otro. De igual modo, los minusválidos y los enfermos nunca han de sentir la impresión de ser un peso; son personas visitadas por el Señor. Los enfermos terminales, en particular, merecen la solidaridad, la comunión y el afecto de quienes los rodean; a menudo necesitan perdonar y ser perdonados, reconciliarse con Dios y con los demás. Todos los sacerdotes deberían apreciar la importancia pastoral de celebrar el sacramento de la unción de los enfermos, de manera especial cuando es el preludio del viaje final a la casa del Padre: cuando su significado como sacramentum exeuntium es particularmente evidente (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1523).

6. Un apoyo esencial al derecho inalienable a la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, es el esfuerzo por proporcionar protección legal a los hijos por nacer, a los minusválidos, a los ancianos y a los enfermos terminales. Como obispos, debéis seguir prestando atención a la relación entre la ley moral y el derecho constitucional y positivo de vuestra sociedad: «Las leyes que (...) legitiman la eliminación directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley» (Evangelium vitae EV 72). Aquí está en juego la verdad indivisible sobre la persona humana, en cuyo nombre vuestros padres fundadores reivindicaron la independencia de vuestra nación. La vida de un país es mucho más que su desarrollo material y su poder en el mundo. Una nación necesita un «alma». Necesita la sabiduría y la valentía de superar los males morales y las tentaciones espirituales presentes en su camino a lo largo de la historia. En unión con todos los que promueven una «cultura de la vida» frente a una «cultura de la muerte», los católicos, y especialmente los legisladores católicos, deben seguir haciendo oír su voz en la elaboración de proyectos culturales, económicos, políticos y legislativos que, «respetando a todos y según la lógica de la convivencia democrática, contribuyan a edificar una sociedad en la que se reconozca y tutele la dignidad de cada persona, y se defienda y promueva la vida de todos» (ib., 90). La democracia se mantiene en pie, o cae, según los valores que encarna y promueve (cf. ib., 70). Al defender la vida, defendéis una parte original y vital de la visión que inspiró la construcción de vuestro país. Estados Unidos debe llegar a ser, una vez más, una sociedad acogedora, en la que todos los hijos por nacer, los minusválidos y los enfermos terminales encuentren amor, y disfruten de la protección de la ley.

7. Queridos hermanos en el episcopado, la doctrina moral católica es parte esencial de nuestra herencia de fe; debemos velar para que se transmita fielmente y adoptar medidas apropiadas para proteger a los fieles del engaño de las opiniones que no están de acuerdo con ella (cf. Veritatis splendor VS 26 y 113). Aunque la Iglesia es a menudo signo de contradicción, al defender con firmeza y humildad toda la ley moral, defiende verdades indispensables para el bien de la humanidad y para la salvaguardia de la misma civilización. Nuestra enseñanza debe ser clara; debe reconocer el drama de la condición humana, en el que todos combatimos contra el pecado y todos debemos esforzarnos, con la ayuda de la gracia, por abrazar el bien (cf. Gaudium et spes GS 13). Nuestra tarea como maestros reside en «mostrar el fascinante esplendor de aquella verdad que es Jesucristo mismo» (Veritatis splendor VS 83). Vivir la vida moral implica adherirse firmemente a la persona misma de Jesús, compartiendo su vida y su destino, y participando en su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre.

Que vuestra fidelidad al Señor y la responsabilidad que os ha dado ante su Iglesia os hagan velar personalmente para asegurar que sólo se presente como enseñanza católica una sana doctrina de fe y moral. Invocando la intercesión de Nuestra Señora para vuestro ministerio, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.

VIAJE PASTORAL A CROACIA


DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Zagreb

Viernes 2 de octubre de 1998



Señor presidente de la República;
honorables representantes del Gobierno;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. La Providencia divina me permite pisar hoy de nuevo la tierra croata: estoy a punto de comenzar mi segunda visita pastoral a este amado país. Este viaje apostólico constituye, en cierto modo, la continuación del que tuve oportunidad de realizar, en septiembre de 1994, cuando mi visita se limitó a la capital.

Me alegra haber podido aceptar las invitaciones que me llegaron de varias partes: de los obispos del país, del señor presidente de la República, de los representantes del Gobierno y del Parlamento croata, así como de algunos ciudadanos. Agradezco al señor presidente de la República las palabras de gran cordialidad y bienvenida que me acaba de dirigir. Saludo a los representantes del Gobierno y a las demás personalidades que han querido honrar con su presencia este encuentro.

Con gran cordialidad os saludo, asimismo, a todos vosotros, que os habéis reunido aquí para darme la bienvenida: a través de vosotros mi saludo se extiende a todos los habitantes de este noble país, rico en fe y cultura.

2. Vengo a vosotros como peregrino del Evangelio, siguiendo las huellas de los primeros confesores de la fe. Vengo a recoger los frutos del valiente testimonio que han dado tanto pastores como fieles desde los primeros siglos del cristianismo. Son frutos que se han manifestado en toda su riqueza, sobre todo en los períodos difíciles: el de las persecuciones romanas, en los comienzos; luego, el de la invasión y la sucesiva ocupación turca; y, por último, el terrible período de la represión comunista. ¡Cómo no quedar admirados ante héroes de la fe como el obispo san Domnio, los mártires de Salona, de Delminium, de Istria, de Sirmium, de Siscia, hasta llegar al siervo de Dios Alojzije Stepinac, que junto con otros testigos ha llenado de intensa luz este siglo, con el que se concluye el segundo milenio cristiano!

Al dar gracias al Señor por la bimilenaria presencia de la Iglesia en esta región y por la rica historia de los católicos croatas, vengo hoy a confirmar a mis hermanos en la fe. Vengo a animar su esperanza y a fortalecer su caridad. Esta segunda visita pastoral mía a Croacia tiene dos momentos centrales: la beatificación del siervo de Dios Alojzije Stepinac como mártir de la fe y la celebración del XVII centenario de la fundación de la ciudad de Split. Con esos dos acontecimientos están vinculadas mis dos peregrinaciones: a Marija Bistrica, santuario mariano nacional croata, y al protosantuario mariano croata, en la isla de Solin, dos lugares muy significativos para la historia religiosa de vuestra región.

Así pues, este viaje se realiza en la perspectiva de la devoción que siente el pueblo croata hacia la Madre de Dios. Por eso, deseo ya desde ahora encomendarle a ella, venerada como la Advocata Croatiae, fidelissima Mater, mi visita a vuestra tierra. A ella elevo mi súplica, para que siga velando sobre el camino de vuestro pueblo. Que ella lo proteja y lo sostenga en su testimonio de Cristo y del Evangelio, y le señale, a lo largo de los caminos del tiempo, la senda de la salvación eterna.

3. Es de suma importancia que el pueblo croata permanezca fiel a sus raíces cristianas, manteniéndose, al mismo tiempo, abierto a las instancias del momento actual que, aunque plantea arduos problemas, deja vislumbrar también alentadores motivos de esperanza. Después de la violenta y cruel guerra, en la que se vio implicada, la tierra croata conoce finalmente un período de paz y libertad. Ahora todas las energías de la población están orientadas a la curación progresiva de las profundas heridas del conflicto, a una auténtica reconciliación entre todos los componentes étnicos, religiosos y políticos de la población, y a una democratización cada vez mayor de la sociedad.

Me alegro de ello y exhorto a perseverar en este esfuerzo con generosa determinación. Son numerosos los obstáculos creados por las consecuencias de la guerra y por la mentalidad que se formó durante el régimen comunista. Es indispensable no rendirse. Con la colaboración solidaria de todos será posible encontrar soluciones adecuadas y, en tiempos razonablemente breves, incluso a las cuestiones más complejas.

Deseo de corazón que en esta región de Europa no se vuelvan a repetir nunca las situaciones inhumanas que han tenido lugar en varias ocasiones durante este siglo. Ojalá que la experiencia dolorosa y trágica de las décadas pasadas se transforme en lección capaz de iluminar las mentes y fortalecer las voluntades, de modo que el futuro de este país, así como el de Europa y el del mundo entero, se beneficie de una creciente comprensión y colaboración incluso entre pueblos de diversa lengua, cultura y religión.

Con palabras de amor y esperanza comienzo, por tanto, esta visita a la querida Croacia: ojalá que contribuya a la reconstrucción, sobre valores duraderos, de un país que forma parte integrante de Europa. Espero que de las antiguas raíces cristianas de esta tierra brote una gran corriente de savia vital, que asegure, ya en el umbral de un nuevo milenio, el florecimiento de un auténtico humanismo para las generaciones futuras. En particular, deseo que los cristianos sepan dar un impulso decisivo a la nueva evangelización, ofreciendo con generosidad testimonio de Cristo Señor, Redentor del hombre.

Invocando la asistencia divina sobre toda la nación croata, os bendigo a todos de corazón.

VIAJE PASTORAL A CROACIA


A LA POBLACIÓN DURANTE EL ENCUENTRO


EN LA PLAZA DE LA CATEDRAL



Viernes 2 de octubre de 1998




1. Queridos habitantes de Zagreb y de toda Croacia; queridos jóvenes y queridas familias: ¡Paz a vosotros!

Aquí, ante esta majestuosa catedral, monumento de fe y de arte, en la que se conservan los restos del siervo de Dios Alojzije Stepinac, os saludo en el nombre de Cristo resucitado, único Salvador del mundo, y os abrazo a todos con gran afecto.

Mi pensamiento se extiende a todos los queridos habitantes de este país, a cuyas nobles tradiciones de civilización me alegra rendir homenaje. Me dirijo en particular a vosotros, cristianos, que, según las palabras del apóstol Pedro, debéis estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1P 3,15).

Doy gracias a la Providencia, que ha guiado mis pasos, trayéndome de nuevo a Croacia. Me vienen espontáneamente a los labios las palabras de un poeta vuestro: «Aquí todos son hermanos míos, me siento en casa...» (D. Domjanic, Kaj). Quisiera poder saludar personalmente a todos los habitantes de esta tierra, independientemente de la clase social a la que pertenezcan: agricultores, obreros, amas de casa, profesionales, marineros, pescadores, hombres de cultura y de ciencia, jóvenes, ancianos y enfermos. A todos expreso mis mejores deseos de paz y esperanza.

2. Con afecto me dirijo en particular a vosotros, jóvenes, que habéis venido en tan gran número a acogerme a mi llegada a vuestro país. Me alegra especialmente comenzar esta peregrinación encontrándome con los jóvenes.

Amadísimos hermanos, vosotros sois el futuro de esta región y de la Iglesia que está en Croacia. Hoy Cristo llama a la puerta de vuestro corazón: ¡acogedlo! Él tiene la respuesta adecuada a vuestras expectativas. Con él, bajo la mirada amorosa de la Virgen María, podréis construir de modo creativo el proyecto de vuestro futuro.

Inspiraos en el Evangelio. A la luz de sus enseñanzas, podréis alimentar un sano espíritu crítico frente a los conformismos de moda y llevar a vuestro ambiente la novedad liberadora de las bienaventuranzas. Aprended a distinguir entre el bien y el mal, sin juzgar de forma precipitada. Ésta es la sabiduría que debe caracterizar a toda persona madura.

3. El ciudadano, y especialmente el creyente, tiene precisas responsabilidades frente a su patria. Vuestro país espera de vosotros una contribución significativa en los diversos ámbitos de la vida social, económica, política y cultural. Su futuro será mejor en la medida en que cada uno de vosotros se esfuerce por mejorarse a sí mismo.

La vida humana en la tierra conlleva dificultades de varios tipos; y, ciertamente, no se las puede resolver refugiándose en el hedonismo, el consumismo, la droga o el alcohol. Os exhorto a afrontar con valor las adversidades, buscando la solución a la luz del Evangelio. Sabed redescubrir los recursos de la fe, a fin de hallar en ellos la fuerza para dar un testimonio valiente y coherente.

El siervo de Dios cardenal Alojzije Stepinac, al que mañana, Dios mediante, elevaré al honor de los altares, recomendaba a los jóvenes de su tiempo: «Estad atentos a vosotros mismos y seguid madurando, porque sin personas maduras y sólidas desde el punto de vista moral no se logra nada. Los patriotas más grandes no son los que más gritan, sino los que cumplen con más fidelidad la ley de Dios» (Homilías, Discursos, Mensajes, Zagreb 1996, p. 97).

Que nunca decaiga vuestro entusiasmo juvenil, alimentado con una profunda relación con Dios. Al respecto, el mismo cardenal Stepinac recomendaba a los sacerdotes: «Alejad, como si fuera peste, de nuestros jóvenes toda pusilanimidad, porque es indigna de los católicos, que pueden enorgullecerse de un nombre tan grande como es el de nuestro Dios» (Cartas desde la cárcel, Zagreb 1998, p. 310).

4. He deseado ardientemente realizar esta segunda visita a Croacia para poder continuar la peregrinación de fe, esperanza y paz que comencé en septiembre de 1994. Ahora, afortunadamente, ya no hay guerra. Mi deseo es que no vuelva a haber guerra en este noble país. Ojalá que, junto con toda la región, se convierta en una morada de paz: de una paz auténtica y duradera, que siempre implica justicia, respeto a los demás y convivencia entre personas y culturas diversas.

Croacia, parte integrante de Europa, ha pasado definitivamente una página dolorosa de su historia, dejando a sus espaldas las terribles tragedias del siglo XX para mirar al nuevo milenio con un ardiente deseo de paz, de libertad, de solidaridad y de cooperación entre los pueblos. Me complace citar aquí las palabras que pronunció mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, el 24 de diciembre de 1939: «Un postulado fundamental de una paz justa y honrosa es asegurar el derecho a la vida y a la independencia de todas las naciones, grandes y pequeñas, poderosas y débiles » (AAS 32 [1940] 10). Son palabras que conservan todo su valor también en la perspectiva del nuevo milenio, que ya está a las puertas. Pero son, asimismo, palabras que comprometen a toda nación a modelar su propio ordenamiento jurídico según las exigencias del Estado de derecho, gracias al respeto creciente hacia las instancias arraigadas en la dignidad innata de los ciudadanos que la componen.

Espero que en este país se reconozcan y se respeten cada vez más los derechos fundamentales de la persona, comenzando por el derecho a la vida desde su concepción hasta su término natural. El grado de civilización de una nación se juzga según la sensibilidad que muestra con respecto a sus miembros más débiles y desvalidos, y según el compromiso con que promueve su rehabilitación y su plena inserción en la vida social.

5. En este proceso de promoción humana la Iglesia se siente interpelada. Con todo, sabe muy bien que su deber primero y principal consiste en contribuir a él mediante el anuncio del Evangelio y la formación de las conciencias. Al cumplir esta misión, cuenta con cada uno de vosotros, amadísimos fieles que me escucháis: cuenta con vuestro testimonio y, antes aún, con vuestra oración. En efecto, es en la oración donde se abre a los horizontes de la constante presencia salvífica de Dios en la vida de todas las personas y de todos los pueblos. La comunión con Dios alimenta en los corazones la valentía de la esperanza. Ojalá que cada uno de vosotros redescubra los inmensos tesoros ocultos en la oración personal y comunitaria.

Deseo de corazón que las poblaciones de Croacia permanezcan también en el futuro fieles a Cristo. En esta fidelidad radica el secreto de la verdadera libertad, pues Cristo «nos liberó para que seamos libres» (Ga 5,1). Y la libertad, como canta uno de vuestros poetas, «es un don en el que el Dios altísimo nos ha dado todo tesoro» (I. Gundulia, Dubravka).

6. ¡Nos vemos mañana en el santuario de Marija Bistrica!

Invoco ahora la bendición de Dios y la protección de la santísima Virgen María sobre vosotros, aquí presentes, sobre los que están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, y sobre todos los habitantes del país. El Señor os conceda fe perseverante, concordia activa y decisiones sabias inspiradas en el bien común.

Que jamás desaparezca de vuestros labios el hermosísimo saludo, con el que me dirijo ahora a vosotros:

¡Alabados sean Jesús y María!

Discursos 1998 - Jueves 1 de octubre de 1998