Discursos 1998


VIAJE PASTORAL A CROACIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL MUNDO DE LA CULTURA Y DE LA CIENCIA


EN LA SEDE DE LA NUNCIATURA



Sábado 3 de octubre de 1998




Ilustres señores y señoras;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra este encuentro, que me permite daros un cordial y deferente saludo. Mi pensamiento va, en este momento, también a vuestros colegas que, en todas partes del país, cumplen la nobilísima misión de buscar la verdad en los diversos campos del saber. A ellos los saludo con gran cordialidad.

He querido incluir en el programa de mi visita pastoral a vuestro país este breve, pero para mí significativo, encuentro con vosotros, representantes del mundo de la cultura y de la ciencia, para confirmar también de este modo la estima y el aprecio que la Iglesia alberga hacia la actividad intelectual como expresión de la creatividad del espíritu humano. Aprovecho de buen grado esta ocasión para rendir homenaje a la rica tradición cultural que caracteriza a la nación croata y atestigua su antigua y profunda sensibilidad ante el bien, la verdad y la belleza.

Quisiera utilizar esta circunstancia para reflexionar junto con vosotros, sobre la contribución específica que los cristianos, como hombres de cultura y de ciencia, están llamados a dar para el ulterior crecimiento de un verdadero humanismo en vuestra patria, en el seno de la gran familia de los pueblos. En efecto, el cristiano tiene la misión de transmitir a las diversas instancias de la vida social y, por€tanto, también al mundo de la cultura, la luz del Evangelio.

De hecho, a lo largo de los siglos, el cristianismo ha dado una importante contribución a la formación del patrimonio cultural de vuestro pueblo. Por consiguiente, en el umbral del tercer milenio no pueden faltar nuevas fuerzas vivas que den renovado impulso a la promoción y al desarrollo de la herencia cultural de la nación, con plena fidelidad a sus raíces cristianas.

2. Croacia, como Europa y el resto del mundo, está atravesando un tiempo de grandes cambios, que abren estimulantes perspectivas, pero que también plantean serios problemas. Es preciso saber dar a estos cambios una respuesta adecuada, que brote de la consideración de la verdad profunda del hombre y del necesario respeto a los valores morales inscritos en su naturaleza.

En efecto, no hay verdadero progreso si no se respeta la dimensión ética de la cultura, de la investigación científica y de toda la actividad del hombre. El actual relativismo ético, con el consiguiente oscurecimiento de los valores morales, favorece el surgir de comportamientos que ofenden la dignidad de la persona, y eso se traduce en un serio obstáculo para el desarrollo humanístico en los diversos ámbitos de la existencia.

Es evidente, por lo demás, que el bien de la persona, objetivo último de todo compromiso cultural y científico, nunca puede separarse de la consideración del bien común. Me complace recordar, a este respecto, la inscripción que destaca en la sala del Gran Consejo de Dubrovnik: «Obliti privatorum, publica curate». Ojalá que el compromiso de pensadores y científicos, inspirado en valores auténticos, se entienda siempre como un servicio generoso y desinteresado al hombre y a la sociedad, y que nunca se doblegue a fines contrarios a ese objetivo supremo.

3. Dado que la cultura tiene como fin último el servicio al verdadero bien de la persona, no ha de sorprender que la sociedad, al buscar su desarrollo, encuentre a su lado a la Iglesia. En efecto, también ella tiene como destinatario de su solicitud pastoral al «hombre en su unidad y totalidad, con cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad » (Gaudium et spes GS 3). El servicio al hombre es el punto donde se encuentran la Iglesia y el mundo de la ciencia y de la cultura.

Se trata de un encuentro que, de hecho, a lo largo de los siglos ha resultado singularmente fecundo. El Evangelio, con su tesoro de luminosas verdades sobre los diferentes aspectos de la existencia, ha enriquecido de modo significativo las respuestas elaboradas por la razón, asegurándoles una mayor correspondencia a las profundas expectativas del corazón del hombre.

A pesar de las incomprensiones que se han producido en ciertos períodos, la Iglesia se ha mostrado siempre sumamente sensible ante los valores de la cultura y de la investigación. Lo atestigua vuestra historia: cuando, en el siglo VII, vuestros antepasados, al recibir el bautismo, entraron a formar parte de la Iglesia, con ese mismo hecho se introdujeron también en el mundo de la cultura occidental. Desde esa época tiene lugar en Croacia un constante progreso cultural y científico, al que la Iglesia misma da una aportación decisiva. De todos es conocida la gran contribución que ha brindado a la filosofía, a la literatura, a la música, al teatro, a las ciencias, al arte; asimismo, es conocido el mérito que le corresponde en la edificación de escuelas de todo tipo, desde las de educación básica hasta los templos de la ciencia universitaria. También en el futuro la Iglesia desea perseverar en esta actitud, que considera parte integrante de su servicio al mensaje evangélico.

En esta región, donde durante siglos se han encontrado visiones del mundo diversas, es preciso seguir comprometiéndose juntos en favor de la cultura, sin caer en estériles enfrentamientos, sino más bien cultivando sentimientos de respeto y conciliación. Eso no significa, por lo demás, que haya que renunciar a la propia identidad y cultura. Las raíces, la herencia y la identidad de todo pueblo, en lo que tienen de auténticamente humano, constituyen una riqueza para la comunidad internacional.

4. El clima de libertad y democracia, que se ha instaurado en Croacia al inicio de este decenio, permite la reinserción de las facultades de teología en las universidades del país, lo cual contribuir á significativamente a promover el diálogo entre cultura, ciencia y fe. En efecto, las universidades representan la sede privilegiada de un diálogo cuyos benéficos efectos podrán sentirse en la formación de las nuevas generaciones, orientando sus opciones morales y su inserción activa en la sociedad. Ojalá que vuestras escuelas y, sobre todo, vuestras universidades sean verdaderos crisoles de pensamiento, de forma que preparen profesionales excelentes en los diversos campos del saber, pero también personas profundamente conscientes de la gran misión que se les ha confiado: la de servir al hombre.

Uno de los frutos de la dinámica relación entre fe y razón será, seguramente, un nuevo florecimiento ético y espiritual en vuestro país, que durante decenios ha sido víctima de las devastaciones producidas por el materialismo ateo. Este nuevo florecimiento de los valores constituirá el bastión más fuerte contra los actuales desafíos del consumismo y el hedonismo. De esta forma, sobre una sólida plataforma de valores, el hombre, la familia y la sociedad podrán edificarse de acuerdo con la verdad, abriéndose a la alegría y a la esperanza, con la mirada fija en el destino eterno que Dios ha preparado para cada ser humano. Así se evitará, en el futuro, el drama de la ruptura entre cultura y Evangelio, que ha trastornado nuestra época (cf. Evangelii nuntiandi EN 20).

Una cultura que rechaza a Dios no puede definirse plenamente humana, porque excluye de su horizonte a Aquel que creó al hombre a su imagen y semejanza, lo redimió por obra de Cristo y lo consagró con la unción del Espíritu Santo. Por este motivo el hombre, según todas sus dimensiones, debe ser el centro de toda forma de cultura y el punto de referencia de todo esfuerzo científico.

5. A vosotros Dios os ha dado en herencia un espléndido país, cuyo himno nacional comienza con estas palabras: «Nuestra hermosa patria». ¿Cómo no ver evocado en esa expresión el deber de respetar la naturaleza, actuando con sentido de responsabilidad frente al ambiente vital que la Providencia dio al hombre? El mundo constituye el escenario en donde cada uno está llamado a desempeñar su papel para alabanza y gloria de Dios Creador y Salvador.

Sedientos de la verdadera sabiduría, del conocimiento del universo y de las normas que lo regulan, fascinados por la verdad, por el bien y por la belleza, tratad de descubrir la Fuente suprema: Dios, origen de toda verdad, que con sabiduría sostiene y gobierna todo lo que existe. Que la palabra de Dios ilumine vuestra investigación de los caminos que llevan a la verdad. Alimentando un profundo amor a ella, en vuestro empeño diario sabréis ser apasionados investigadores y cooperadores solícitos de quien la busca. 6. Por último, unas palabras en particular a los hombres y mujeres de la ciencia y de la cultura que se declaran cristianos: a ellos se les ha confiado la misión de evangelizar continuamente el ámbito en el que actúan. Su corazón, por consiguiente, debe estar abierto a los impulsos del Espíritu Santo, el «Espíritu de la verdad» que guía «a la verdad plena» (cf. Jn Jn 16,13).

Esta elevada misión exige una constante profundización de lo que implica su adhesión de fe a Cristo, «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), «fuerza y sabiduría de Dios» (1Co 1,24), dado €que «todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17). Que cada uno asuma con valentía esta elevada misión y se esfuerce por cumplirla con gran generosidad. Encomiendo a la protección de la santísima Madre de Dios, a quien la Iglesia invoca como Sede de la sabiduría, a cuantos buscan con sinceridad de corazón la verdad, y sobre todos invoco la bendición de Dios.

Zagreb, 3 de octubre de 1998, año vigésimo de mi pontificado

VIAJE PASTORAL A CROACIA



MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CROACIA




Venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra reunirme con vosotros después de la beatificación de ayer, en Marija Bistrica, de Alojzije Stepinac, solícito y valiente pastor de esta tierra. Os saludo cordialmente a cada uno y os agradezco el intrépido testimonio que con constancia habéis dado a la Iglesia universal y al mundo, especialmente durante los años de la reciente tragedia que ha afectado a esta región.

Por medio de vosotros, deseo que mi saludo cordial y afectuoso llegue a los sacerdotes y diáconos que comparten con vosotros los esfuerzos apostólicos de cada día. Con el mismo intenso afecto quiero expresar mi aprecio por el testimonio evangélico que dan diariamente los consagrados, las consagradas y cuantos han entregado su vida al servicio de Dios y de sus hermanos.

Proseguid con valentía vuestro ministerio en favor de esta porción del pueblo de Dios, para la que habéis sido constituidos sacerdotes, pastores y maestros, en comunión con el Sucesor de Pedro. Os exhorto a continuar imitando el ejemplo de cuantos, tras las huellas del buen Pastor, han entregado su vida por la grey de Cristo y han trabajado por la edificación de la unidad de la Iglesia, como el beato Alojzije Stepinac.

2. La comunión de todos los creyentes es la voluntad precisa de nuestro Redentor. Es el elemento esencial de toda actividad apostólica y fundamento de toda evangelización. Que Dios os conceda «tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz» (Rm 15,5-6), lo glorifiquéis, construyendo su Reino en medio de vuestro pueblo. La Iglesia que está en Croacia necesita consolidar la comunión entre las diversas fuerzas que la componen, para alcanzar los objetivos que le corresponden en el actual clima de libertad y democracia.

Apoyo las iniciativas encaminadas a promover la sincera colaboración entre los diversos componentes eclesiales, y exhorto a todos a intensificar su disposición espiritual a la comunión y a la obediencia a los pastores. Esa actitud redundará en beneficio de toda la comunidad cristiana. La capacidad de interacción recíproca, respetando las legítimas exigencias de cada uno, dará seguramente abundantes frutos de fe, esperanza y caridad, y, al mismo tiempo, será a los ojos de todos un gran testimonio de la unidad en Cristo.

Venerados hermanos en el episcopado, «la Iglesia está formada por el pueblo unido a su obispo y por la grey que permanece fiel a su pastor» (san Cipriano, Epist. 66, 8: CSEL 3, 2, 733). Por tanto, quisiera alentaros en vuestro esfuerzo diario por consolidar la comunión eclesial en todos los ámbitos, trabajando para que el clero y los fieles acudan asiduamente a la enseñanza apostólica, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a la oración (cf. Hch Ac 2,42). Permaneced siempre unidos entre vosotros, en comunión con el Obispo de Roma y con los demás miembros del Colegio episcopal, en particular con los de Bosnia-Herzegovina.

3. La tarea principal que vuestras Iglesias deben emprender en este momento histórico consiste en el nuevo anuncio del evangelio de Cristo en todos los ámbitos de la sociedad. Es una obra que requiere la movilización de todas las fuerzas vivas de la Iglesia: obispos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos.

Durante los últimos decenios, tanto vuestra patria como otras partes de Europa del este han sufrido la tragedia causada por el materialismo ateo. Hoy, en el nuevo clima democrático, es preciso dar un fuerte impulso a la nueva evangelización, para que el hombre, la familia y la sociedad no se engañen y caigan en la trampa del consumismo y del hedonismo. Es necesario testimoniar y anunciar los valores que hacen que la vida sea auténtica y plena de alegría, saciando el corazón humano y llenándolo de esperanza desde la perspectiva de la herencia que Dios ha preparado para sus hijos. Por tanto, la Iglesia en Croacia está llamada a redescubrir sus raíces religiosas y culturales, para cruzar con serenidad y confianza el umbral del nuevo milenio, que ya está a las puertas.

El diálogo ecuménico con las demás Iglesias y comunidades cristianas dará mayor impulso a la nueva evangelización en el clima actual. En armonía con la doctrina del concilio Vaticano II, no os cansáis de promover con empeño este diálogo, con la esperanza de poder llegar un día a dar ante el mundo un testimonio común de Cristo. Al mismo tiempo, cultivad el diálogo interreligioso, que sirve para superar las incomprensiones inútiles, facilitando el respeto recíproco y la colaboración al servicio del hombre.

Todo esto debe ir acompañado por una intensa oración y una participación activa y convencida, a nivel personal, familiar y comunitario, en la vida sacramental de la Iglesia y particularmente en la Eucaristía.

En este período de grandes cambios y transformaciones, Croacia necesita hombres y mujeres de fe viva, que sepan dar testimonio del amor de Dios a los hombres y mostrarse disponibles a poner sus energías al servicio del Evangelio. Vuestra nación necesita apóstoles, que vayan a la gente para llevarle la buena nueva; necesita almas orantes, que no dejen de cantar las alabanzas a la santísima Trinidad y eleven súplicas a «Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,4).

Vuestra nación tiene necesidad, además, de fieles laicos comprometidos que den testimonio evangélico en el mundo de la cultura y de la política, pues a ellos les corresponde la tarea de impregnar esos ámbitos del espíritu de Cristo, en beneficio de toda la sociedad.

4. Para dar una respuesta adecuada a esas exigencias, es preciso prestar particular atención a la formación de los sacerdotes, de los consagrados y de cuantos trabajan en la viña del Señor; asimismo, hace falta promover la pastoral vocacional.

De los sacerdotes se espera que sean testigos auténticos, coherentes y alegres de Cristo y de su Evangelio, de acuerdo con los compromisos asumidos en el momento de la ordenación. El celo apostólico y la actividad pastoral han de alimentarse y sostenerse con la oración y el recogimiento, de modo que cada uno pueda, ante todo, vivir cuanto anuncia con la palabra y celebra diariamente en los santos misterios y en la liturgia de alabanza. En ese ámbito, la entrega en el celibato será para cada sacerdote testimonio de su adhesión sin reservas al designio del Padre celestial, designio que hace suyo con caridad activa y en comunión constante con Cristo, buen Pastor. La espiritualidad se enriquecer á gracias al recurso a varias formas de devoción o de prácticas piadosas, como la confesión regular, la meditación, la adoración eucarística, el vía crucis y el rezo del santo rosario.

Al obispo también le corresponde sostener a los consagrados y a las consagradas en su entrega total al Señor, exhortándolos a vivir con generosidad el carisma del instituto de pertenencia y a trabajar siempre en comunión con la Iglesia particular y universal.

5. Es necesario, asimismo, encontrar los medios oportunos para ayudar a los hombres de nuestro tiempo a comprender y acoger el gran proyecto de Dios sobre el hombre. En efecto, el hombre de hoy necesita conocer y hacer suya la dignidad que Dios le ha dado gratuitamente al crearlo a su imagen y semejanza (cf. Gn Gn 1,26-27) y al redimirlo con la sangre de Cristo (cf. Ap Ap 5,9).

Que en vuestra actividad pastoral, la familia, «iglesia doméstica», tenga un lugar especial, ya que «el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia » (Familiaris consortio FC 75). Será capaz de responder a los desafíos y a las insidias del mundo contemporáneo, en la medida en que sepa abrirse a Dios, viviendo y actuando «el misterio de la unidad y del amor fecundo entre Cristo y su Iglesia» (Lumen gentium LG 11). Una familia en la que «los padres sean para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo» (ib.), sabrá responder eficazmente a su misión en el mundo contemporáneo, transformándose en lugar de fe y amor, a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret.

Nuestros contemporáneos necesitan nociones claras sobre la naturaleza y la vocación de la familia. Por eso, no os canséis de dar a conocer la concepción cristiana del matrimonio y de la familia. A la luz de la palabra de Dios, tratad de profundizar sus tareas en el ambiente actual. Vosotros y vuestros sacerdotes, ayudados por personas expertas y debidamente preparadas para esa función, debéis esmeraros por promover una intensa y segura pastoral familiar, en la que tenga su debido espacio la defensa de la vida, según las enseñanzas del Magisterio (cf. Familiaris consortio FC 36).

En este campo, esforzaos para que los agentes pastorales reciban una adecuada formación, a fin de que puedan responder prontamente a las expectativas de los novios y de los esposos. Estad junto a las familias que tienen dificultades y ven amenazada su naturaleza de comunidad de amor, de vida y de fe, y que están afectadas por problemas de índole social y económica, o probadas por el sufrimiento.

Y no olvidéis la atención pastoral de las nuevas generaciones. El futuro les pertenece, y los jóvenes bien formados serán capaces de formar buenas familias, y las buenas familias, a su vez, serán capaces de educar bien a sus hijos.

Así pues, la pastoral familiar, con particular atención a los jóvenes, se presenta como un programa para la construcción del futuro de la Iglesia y de la sociedad civil. La promoción de la dignidad de la persona y de la familia, del derecho a la vida, hoy particularmente amenazado, junto con la defensa de los sectores sociales más débiles, debe ocupar un lugar especial entre vuestras preocupaciones apostólicas, para «dar un alma» a la moderna Croacia.

Frente a la difusión de la cultura de la muerte, que se manifiesta sobre todo en la práctica del aborto y en el creciente favor con que se mira la eutanasia, hay que proponer una nueva cultura de la vida. En este sentido, se necesitan iniciativas pastorales encaminadas a ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a redescubrir el significado profundo de la vida, no sólo de la vida joven y sana, sino también de la afectada por la enfermedad. A este respecto, la palabra de Dios brinda la respuesta verdadera y definitiva.

Defender la vida forma parte de la misión de la Iglesia. En efecto, «Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre» (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1). Hoy, como ayer, nuestros hermanos y hermanas necesitan conocer a Cristo, el enviado del Padre, que ha depositado en el corazón del hombre un germen de vida nueva e inmortal, la vida de los hijos de Dios. La acción pastoral en este sector debe hacer referencia al orden que Dios ha impreso en el hombre y en toda la creación.

6. Venerados hermanos en el episcopado, formulo votos para que las Iglesias que presidís estén guiadas siempre por el Espíritu Santo y actúen bajo sus impulsos. Junto con vosotros, invoco la protección de la santísima Madre de Dios, Reina de Croacia, y la intercesión de todos los santos y beatos de esta región.

Acompaño estos sentimientos con una especial bendición apostólica, que os imparto de corazón a cada uno de vosotros, al clero, a los consagrados, a las consagradas y a todos los fieles de vuestras diócesis.

Split, 4 de octubre de 1998, vigésimo año de mi pontificado

VIAJE PASTORAL A CROACIA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS CATEQUISTAS


Y LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES


Salona, domingo 4 de octubre de 1998



Queridos hermanos y hermanas:

1. «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Ac 1,8). Estas palabras de Cristo, pronunciadas antes de volver al Padre, han sido elegidas como lema de mi visita pastoral, que está a punto de terminar. Son palabras que resuenan aquí ya desde los tiempos apostólicos, pero conservan aún hoy toda su fuerza, gracias a la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de las mujeres de esta tierra croata.

He llegado aquí, a Salona, después de haber elevado al honor de los altares, ayer, en el santuario de Marija Bistrica, al mártir Alojzije Stepinac. Con este viaje apostólico he querido unir idealmente entre sí los lugares de la fe y la devoción de vuestro pueblo, en recuerdo del testimonio que ha dado de Cristo desde los primeros siglos hasta nuestros días.

Nos encontramos bajo la mirada de la Virgen de la Isla, bajo la mirada de la Virgen del gran voto bautismal croata, en el protosantuario mariano de Croacia. Nos hemos reunido en este lugar, que conserva importantes memorias de la fe, que se remontan a la lejana historia de vuestro pueblo. Este lugar reviste una importancia singular en el pasado de los católicos croatas y de la nación croata. Aquí está la fuente de vuestra identidad; aquí están vuestras profundas raíces cristianas. Este lugar testimonia la fidelidad de los católicos de esta región a Cristo y a la Iglesia.

2. Agradezco cordialmente al querido arzobispo metropolitano, monseñor Ante Juria, sus amables palabras de bienvenida. Saludo a los señores cardenales Franjo Kuharia y Vinko Puljia, así como a los demás hermanos en el episcopado, al clero, a los consagrados y a las consagradas, a los profesores, a los representantes de las asociaciones y de los movimientos eclesiales y, sobre todo, a los jóvenes, que veo aquí presentes en gran número.

Queridos hermanos, deseo dirigiros unas palabras de esperanza, invitándoos a permanecer abiertos, en la Iglesia, a los impulsos del Espíritu Santo, para dar un testimonio eficaz de Cristo, cada uno en su propio ambiente de vida y de trabajo. «Estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis. (...) Conocéis la verdad» (1Jn 2,20-21).

El beato Alojzije Stepinac dio un ejemplo extraordinario de testimonio cristiano. Cumplió su misión de evangelizador, sobre todo sufriendo por la Iglesia, y selló su mensaje de fe con la muerte. Prefirió la cárcel a la libertad, para defender la libertad de la Iglesia y su unidad. No temió las cadenas, para que no encadenaran la palabra del Evangelio.

3. Queridos representantes de las asociaciones y los movimientos eclesiales, los fieles laicos tienen un lugar propio en la Iglesia. En virtud del bautismo que han recibido, están llamados a participar en la única y universal misión de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 33 y 38; Apostolicam actuositatem AA 3), cada uno según los dones recibidos. Por eso, es preciso promover un sano pluralismo de formas asociativas, evitando exclusivismos, a fin de dar cabida a los carismas que el Espíritu Santo no deja de difundir en la Iglesia, para la construcción del reino de Dios y para bien de la humanidad.

La Iglesia que está en Croacia deposita en vosotros grandes esperanzas. «No extingáis el Espíritu» (1Th 5,19). El carisma que habéis recibido es para beneficio de todos, a fin de que todo se desarrolle como en un organismo vivo y sano (cf. 1Co 12,12-27 Rm 12,4-5). «Tenemos dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada» (Rm 12,6).

La tarea particular de los movimientos y de las asociaciones eclesiales de laicos consiste en promover y sostener la comunión eclesial bajo la guía del obispo, «principio y fundamento visible de unidad en las Iglesias particulares» (Lumen gentium LG 23). No hay comunión eclesial sin la comunión con el obispo: «Episcopo attendite, ut et Deus vobis attendat » (san Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo, 6, 1: Funk 1, 250). 4. Queridos profesores, a vosotros se os ha encomendado la espléndida misión de formar a los jóvenes, siendo para ellos ejemplos y guías. Sabéis que todo proyecto educativo debe ser rico en valores espirituales, humanos y culturales, para poder alcanzar su objetivo. Como he dicho recientemente, «la escuela no puede limitarse a ofrecer a los jóvenes nociones en los diversos campos del conocimiento; también debe ayudarles a buscar, en la justa dirección, el sentido de la vida» (Ángelus, 13 de septiembre de 1998, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 1998, p. 1).

Invertir en la formación de las nuevas generaciones significa invertir en el futuro de la Iglesia y de la nación. Sin una buena formación de las nuevas generaciones no se pueden abrir perspectivas seguras ni para el futuro de la Iglesia particular ni para el de la nación. La forma y la dirección que tomará el futuro dependen en gran parte de vosotros, los educadores. El concilio Vaticano II afirma: «La suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar » (Gaudium et spes GS 31).

Los jóvenes necesitan el testimonio de un amor que sepa sacrificarse y de una paciencia que sepa esperar con confianza. Ojalá que sean precisamente el amor y la paciencia vuestros argumentos más fuertes y que os inspire siempre la divina pedagogía de Cristo Jesús, que en el Evangelio se ha hecho nuestro Maestro.

Al mismo tiempo que os exhorto a dar lo mejor de vosotros mismos en el cumplimiento de vuestro deber, no puedo menos de manifestaros mi deseo de que la sociedad valore vuestro compromiso profesional, reconociéndolo de modo adecuado. Quisiera expresaros el profundo aprecio de la Iglesia por vuestro valioso servicio en un campo tan delicado y decisivo como es el de la formación de quienes se asoman a la vida.

5. Es justo dirigiros una palabra específica a vosotros, queridos catequistas y profesores de religión. Estáis llamados, en las escuelas y en las parroquias, a ayudar a las generaciones jóvenes a conocer a Cristo, para que puedan seguirlo y testimoniarlo. Estáis llamados a ayudar a los jóvenes a insertarse en la Iglesia y en la sociedad, superando, a la luz del Evangelio, las dificultades que encuentran en su maduración humana y espiritual.

Al proponer a los jóvenes razones de vida y de esperanza, el catequista está llamado a brindarles un conocimiento más profundo y claro sobre Dios y sobre la historia de la salvación, que culminó en la muerte y resurrección de Jesucristo. El núcleo de toda la actividad del catequista o del profesor de religión está constituido por el anuncio de la palabra de Dios, con el propósito de suscitar la fe y hacer que madure. La catequesis y la hora de religión deben ser ocasión de un testimonio que promueva entre el profesor y el alumno un contacto verdadero y profundo, capaz de alimentar la fe.

6. Deseo decir aún unas palabras más, las últimas, pero quizá las más importantes. Os las dirijo a vosotros, queridos jóvenes. Son pocas, pero esenciales. Son éstas: Jesucristo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Él no defrauda a nadie y es el mejor amigo de los jóvenes. Dejaos conquistar por él (cf. Flp Ph 3,12), para que podáis ser protagonistas de una vida verdaderamente significativa, protagonistas de una grande y espléndida aventura, marcada por el amor a Dios y al prójimo (cf. Mt Mt 22,37-40). En vuestras manos está el futuro: el vuestro, pero también el de la Iglesia y el de vuestra patria. Deberéis afrontar serias responsabilidades. Estaréis a la altura de vuestras obligaciones futuras, si os preparáis ahora adecuadamente, con la ayuda de vuestras familias, de la Iglesia y de las instituciones de formación.

Sabed encontrar vuestro lugar en la Iglesia y en la sociedad, aceptando generosamente las tareas que os encomiendan actualmente en vuestra familia y fuera de ella. Éste es el modo más eficaz de prepararos para las tareas del mañana. No olvidéis jamás que cualquier proyecto de vida que no sea conforme al designio de Dios sobre el hombre está destinado, antes o después, al fracaso. En efecto, sólo con Dios y en Dios el hombre puede realizarse completamente y alcanzar la plenitud a la que aspira en lo más íntimo de su corazón.

Un poeta vuestro escribió: «Felix, qui semper vitae bene computat usum» (M. Marulia, Carmen de doctrina Domini nostri Iesu Christi pendentis in cruce, v. 77). Es decisivo elegir los verdaderos valores, y no los efímeros; la auténtica verdad, y no las verdades a medias o las pseudoverdades. Desconfiad de quien os prometa soluciones fáciles. Sin sacrificio no se construye nada grande.

7. Ha llegado el momento de la despedida. Un último saludo a todos, en particular a vosotros, habitantes de Salona: sentíos orgullosos de los tesoros de fe que la historia os ha confiado. Conservadlos celosamente.

Quisiera despedirme de vosotros recordándoos las palabras del beato Alojzije Stepinac: «No seréis dignos de los nombres de vuestros padres, si permitís que os separen de la roca, sobre la que Cristo construyó la Iglesia» (Testamento, 1957).

Os encomiendo a María, la Madre, según la carne, del Verbo hecho hombre por nuestra salvación. Que la Virgen de la Isla, desde este protosantuario suyo en tierra croata, vele por vosotros, vuestras familias y vuestra patria, y os sostenga en vuestro testimonio de Cristo, en el nuevo milenio, que ya está a las puertas.

Os bendigo a todos.

¡Alabados sean Jesús y María!

VIAJE PASTORAL A CROACIA


EN LA CEREMONIA DE DESPEDIDA


EN EL AEROPUERTO DE SPLIT


Domingo 4 de octubre de 1998



Señor presidente de la República;
honorables representantes del Gobierno;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Está a punto de terminar mi visita pastoral a vuestro hermosísimo país. Ha llegado el momento de la despedida. Doy gracias a Dios por estos tres días que he pasado en Croacia, en el ejercicio del ministerio petrino. Agradezco a las Iglesias de Zagreb y de Split-Makarska la acogida, y a toda la Iglesia que está en este país el afecto que me ha mostrado. Doy las gracias al señor presidente de la República, al jefe del Gobierno y a todas las autoridades civiles y militares, que no han ahorrado energías para hacer que mi visita se llevara a cabo del mejor modo posible. Muchas personas han contribuido a ello. A todos doy las gracias.

Antes de dejar vuestro país y separarme de vosotros, quiero dirigir un cordial saludo a todos y cada uno: a las familias, a las parroquias, a las diócesis, a las comunidades religiosas, a los movimientos y a las asociaciones eclesiales. Quedan grabadas en mi memoria las imágenes de tantos fieles, de todas las edades, y sobre todo de los jóvenes: en Zagreb, en Marija Bistrica, en Žnjan en Split y en Salona: multitudes de personas que han manifestado su fe y se han alegrado, en plena sintonía de mente y de corazón.

2. En Croacia he encontrado una Iglesia muy viva, llena de entusiasmo y energía, a pesar de las adversidades y los atropellos que ha sufrido; una Iglesia que está buscando nuevas formas de testimonio de Cristo y de su Evangelio, para responder de modo adecuado a los desafíos del momento actual.

Son innumerables los que, ya desde los primeros siglos, han dado testimonio de Cristo en esta tierra con su vida diaria; muchísimos también han sabido afrontar por Cristo la prueba del martirio. Vosotros sois los herederos de esta gloriosa legión de santos, la mayor parte de los cuales sólo Dios conoce. Contemplé vuestra alegría cuando proclamé beato al cardenal Alojzije Stepinac: el honor tributado a él redunda en cierto modo en todos vosotros. Está bien que os sintáis orgullosos de él. Pero también conviene que os esforcéis por estar a la altura de esta herencia, que os honra, pero que además os compromete.

Ojalá que este rico patrimonio de fe, junto con el de los demás pueblos europeos, llegue a ser una herencia común de todo el continente, para que los pueblos que viven en él vuelvan a encontrar en el cristianismo la unidad espiritual y el impulso ideal que produjeron, a lo largo de los siglos, un verdadero florecimiento de obras de pensamiento y de obras de arte de absoluto valor para toda la humanidad.


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