Discursos 1998 - Lunes 2 de febrero de 1998


A LA JUNTA Y AL CONSEJO PROVINCIAL DE ROMA


Lunes 2 de febrero de 1998



Señor presidente;
ilustres miembros de la junta y del consejo provincial de Roma;
gentiles señores y señoras:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida con ocasión de nuestro tradicional encuentro, que me renueva la grata oportunidad de expresaros mi estima por vuestro trabajo y mi más sincera felicitación por el nuevo año que acaba de empezar.

Os saludo con deferencia a cada uno; en particular, agradezco al honorable Giorgio Fregosi las amables palabras de felicitación, que ha tenido la amabilidad de dirigirme, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos vosotros. Por mi parte, quiero corresponder a vuestra gentileza, deseándoos a vosotros, a vuestros colaboradores y a todos los habitantes de la provincia de Roma un año 1998 rico de serenidad y de frutos en todos los sectores de vuestras actividades.

Acompaño estos sentimientos con la seguridad de mi constante recuerdo en la oración. El apóstol Pablo recomendaba a su discípulo Timoteo que rezara por los responsables de los asuntos públicos. «Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad». Y añadía: «Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,1-4).

Siguiendo estas indicaciones del Apóstol de las gentes, la tradición cristiana ha dado siempre gran importancia a la oración por los gobernantes y los administradores de los asuntos públicos, porque está convencida de la importancia, de la delicadeza y del valor del servicio que prestan a toda la comunidad.

2. En sus palabras de saludo, el señor presidente de la junta provincial ha aludido a los problemas que afrontáis diariamente y al empeño que ponéis para responder a las solicitudes de los ciudadanos. El progreso del mundo actual y la diversidad de las necesidades presentes en la sociedad podrían, tal vez, acentuar en vosotros la impresión de que los medios y los recursos de que dispone la administración pública son inadecuados respecto a la complejidad y a la urgencia de las expectativas de la población. Y esto podría originar un sentido de frustración.

Es preciso reaccionar y no dejarse vencer por esta tentación. Por eso, redoblad vuestros esfuerzos en la búsqueda de una comprensión y una colaboración cada vez más amplias entre los diversos componentes de la sociedad. Sólo con una leal y generosa actitud de solidaridad entre los ciudadanos y las instituciones podrán afrontarse y resolverse de modo adecuado los numerosos desafíos de la sociedad actual. En esta tarea os será de gran ayuda la conciencia del valor del servicio que se os pide y la certeza de que los resultados alcanzados en este campo, aunque sean limitados ante la amplitud de las expectativas y las necesidades de nuevas profundizaciones, constituyen un bien para todos y favorecen el logro de una mejor calidad de vida.

3. En nuestro tiempo, que se caracteriza ciertamente por contradicciones pero también por la apertura a grandes ideales, todos deben esforzarse por combatir eficazmente la difundida tendencia a encerrarse en el pequeño horizonte del interés propio. Con esta finalidad, hay que concentrar las potencialidades de todos y valorar cada vez más las múltiples realidades locales presentes en el ayuntamiento de Roma, pues pueden dar una contribución específica a la solución de los numerosos y a veces dramáticos problemas que presenta la metrópolis. Pienso en el problema endémico de la falta de viviendas; en la difícil situación de cuantos, especialmente jóvenes, buscan aún un puesto de trabajo; en la correcta gestión de los recursos del territorio y en los sectores de la vida social que dependen directamente de la administración provincial.

Sabéis bien cuánto se preocupa la Iglesia por favorecer con todos los medios legítimos el progreso integral del hombre; y sabéis, asimismo, con cuánta insistencia reafirma en toda circunstancia la prioridad del bien común sobre el privado. En el esfuerzo concorde por la edificación de un futuro más humano, vosotros, con vuestras responsabilidades de administradores públicos, podéis brindar una contribución cualificada. No renunciéis a vuestras prerrogativas y a vuestros compromisos.

4. La Iglesia, «experta en humanidad» (cf. Populorum progressio, 13), sigue con cordial aprecio vuestro servicio diario. Ella, en el pleno respeto a las competencias específicas, desea cooperar a la construcción del bien de todos, dando su aportación concreta a las instituciones estatales para crear una sociedad cada vez más fraterna y solidaria.

El gran jubileo del año 2000, que ya se está acercando rápidamente y en cuya preparación la ciudad y la provincia de Roma participan plenamente, representa también para el año que comienza un campo de fecunda colaboración entre la diócesis de Roma y las instituciones estatales. Ojalá que la perspectiva de este histórico acontecimiento constituya para todos un urgente llamamiento a redescubrir las profundas raíces espirituales de la identidad cultural y social de Roma y de su provincia.

Con estos deseos, renuevo a cada uno de los presentes mis mejores votos de un nuevo año lleno de serenidad y paz, rico en satisfacciones y fecundo en obras de bien. Acompaño estos deseos con la invocación de la protección celestial de la Madre de Dios, mientras os imparto mi bendición a vosotros, a vuestras familias, a vuestros colaboradores y a toda la población de la provincia de Roma.






A LA ORDEN DEL SANTÍSIMO SALVADOR


DE SANTA BRÍGIDA


Jueves 5 de febrero de 1998



1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a vosotras, queridas religiosas Brígidas, que os habéis reunido durante estos días en Roma para vuestro VIII capítulo general electivo. Dirijo un saludo particular a la madre Tekla, elegida nuevamente abadesa general, y le agradezco las afectuosas palabras con las que me ha saludado en nombre de todos. Al congratularme con usted por el nuevo mandato que le han conferido sus hermanas, espero que, bajo su guía, la orden prosiga generosamente en el servicio a Cristo y a su Iglesia. Saludo cordialmente, asimismo, a monseñor Mario Russotto, asistente de los Oblatos de Santa Brígida, y a los queridos sacerdotes y laicos, Oblatos, que han querido unirse a las religiosas en esta circunstancia especial.

2. «Estad en vela, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Respondiendo a la invitación de Jesús, vuestra orden, fundada por santa Brígida de Suecia, se propone ante todo vivir el carisma de la alabanza al Señor, testimoniando el primado absoluto de Dios y su ternura por los hombres. La experiencia de Dios, realizada en la contemplación, os lleva también a vivir vuestra santificación en comunión reparadora con el divino Salvador, que en la oración sacerdotal se consagró a sí mismo al Padre por sus hermanos (cf. Jn Jn 17,19). En vuestra orden, este carisma se enriquece con la dimensión ecuménica, heredada del noble corazón de Brígida, que se sacrificó y trabajó con todas sus fuerzas para que el regreso del Papa de Aviñón a Roma constituyera la premisa necesaria para la pacificación de todos los cristianos.

La madre María Isabel, al refundar la orden, quiso proponer nuevamente la índole reparadora de la antigua derivación monástica, adaptándola a la situación de los tiempos nuevos. De ese modo, imprimió al instituto una clara orientación hacia la oración y la reparación con características ecuménicas, en sintonía con la oración de Jesús en el cenáculo: «Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado » (Jn 17,21).

3. Además del anhelo ecuménico, destaca otro aspecto de vuestro carisma: el compromiso misionero. En efecto, a imitación de santa Brígida, vivís el primado de la alabanza a Dios como continuo acto de amor a la humanidad herida por el pecado y por las divisiones. Vuestro capítulo general, acogiendo con plena disponibilidad la invitación que el Espíritu os dirige en el umbral de un nuevo milenio a través de los luminosos testimonios de santa Brígida y de la madre Isabel, está llamado a dar a la orden un nuevo impulso y un entusiasmo renovado, para constituir una vanguardia de evangelización y caridad en el mundo contemporáneo.

A ese proyecto tienden los centros de espiritualidad y de actividad ecuménicas que, a imitación de los de Farfa y Lugano, queréis promover durante el próximo sexenio en Gdansk y en Tallin. Os exhorto a proseguir con valentía esta benemérita obra de apostolado, para testimoniar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo las magníficas posibilidades que ofrece una vida vivida en la entrega total a Dios y a los hermanos. Vuestras casas han de ser escuelas de oración, sobre todo para los jóvenes, a través de la lectio divina y la adoración eucarística, que en muchas de vuestras comunidades se prolonga durante todo el día, con gran participación de fieles laicos. Os invito, asimismo, a hacer más consistente vuestra presencia en los países escandinavos, donde ya se aprecia y produce frutos vuestro testimonio evangélico de pobreza y acogida.

4. Que santa Brígida renueve en vosotros la atención especial a su tierra y el ardiente deseo de anunciar el Evangelio a los hijos de esas amadas naciones. Que vuestra caridad, que ya ha dado frutos prometedores en la India y en México, abarque generosamente otras realidades de los países en vías de desarrollo y, sin rendirse ante las inevitables dificultades, haga presente también allí con palabras y obras la luz del Evangelio, fuente inagotable de civilización y promoción humana. Ojalá que, para cuantos se acerquen a vosotros en cualquier lugar, vuestras comunidades sean un estímulo a vivir la unidad en la Iglesia, que «recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el reino de Cristo y de Dios (...). Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (Lumen gentium LG 5).

Este es un compromiso que hay que destacar en las iniciativas ecuménicas y, especialmente, en las actividades que con un comité de católicos y luteranos estáis programando con vistas al próximo jubileo del año 2000. Que vuestras oraciones y vuestra constante solicitud ecuménica hagan progresar el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos.

Con estos deseos, encomendando a cada uno de vosotros a la protección celestial de la Madre de Dios y de santa Brígida, os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica.






DURANTE EL ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS


DE LA DIÓCESIS DE ROMA


Sábado 7 de febrero de 2004



1. «Le anunciaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa» (Ac 16,32).

Amadísimas familias de Roma, este versículo de los Hechos de los Apóstoles sirve de marco a este encuentro de fe y oración que, en el ámbito de la misión ciudadana, concluye la semana diocesana dedicada a la vida y a la familia.

Saludo al señor cardenal vicario Camillo Ruini, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a monseñor Francisco Gil Hellín, secretario del Consejo pontificio para la familia; al honorable Carlo Casini, presidente nacional del Movimiento en favor de la vida; a monseñor Luigi Moretti, responsable diocesano del Centro pastoral para la familia; y a monseñor Renzo Bonetti, director nacional de la Oficina de pastoral familiar de la Conferencia episcopal italiana.

Mi pensamiento va en este momento a todas las familias de la diócesis, sobre todo a las que se sienten particularmente probadas; que las aliente la constante atención del Papa y de toda la Iglesia particular. Deseo repetir a cada uno las palabras que, después de su prodigiosa liberación, san Pablo y su compañero de cárcel, Silas, dirigieron al atónito carcelero: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa» (Ac 16,31). Acoger la presencia de Cristo en la familia es la invitación que resuena esta tarde.

Queridas familias de Roma, no tengáis miedo de abrir la puerta de vuestra casa a Jesucristo. Su proyecto divino enriquece a la familia, la libera de toda esclavitud y la guía a la plena realización de su vocación.

2. Durante los numerosos encuentros que tengo con los jóvenes en Italia y en todo el mundo, recojo el testimonio de un creciente deseo de construir familias en las que se vivan los auténticos valores del amor, el respeto a la vida, la apertura a los demás y la solidaridad. ¿Cómo no ver en estas aspiraciones la contestación implícita de los comportamientos permisivos que la sociedad actual trata de avalar?

Queridas familias cristianas, mirad la necesidad de amor, de entrega y de apertura a la vida presente en el corazón de vuestros hijos, desorientados por modelos de uniones fracasadas. Los hijos aprenden a amar a su esposo o a su esposa mirando el ejemplo de sus padres. No os contentéis con vivir en la intimidad el evangelio de la familia; anunciadlo y testimoniadlo a cuantos encontréis en vuestro camino y en todos los ámbitos de la vida pública y social.

En esta tarea de testimonio, ardua pero connatural, no estáis solos. El Espíritu Santo está con vosotros; habita en vosotros en virtud de los sacramentos del bautismo, la confirmación y el matrimonio. ¡Él os sostendrá en el cumplimiento de vuestra misión!

3. Nuestra ciudad de Roma, como toda Italia, tiene gran necesidad de una nueva política orgánica en favor de la familia, para poder afrontar con esperanza de éxito los gravísimos retos que tenemos delante, comenzando por el del descenso de la natalidad.

Es ilusorio pensar en construir el bienestar con una mentalidad egoísta que, de diversos modos, niega espacio y acogida a las nuevas generaciones. Así como es irracional el intento de equiparar otros modelos de convivencia a la familia fundada en el matrimonio. Todo esto lleva inevitablemente a la decadencia de una civilización, tanto desde el punto de vista moral y espiritual como del social y económico.

Por eso, os pido a vosotras, familias de Roma, como a todas las familias de Italia, que unáis vuestros esfuerzos, también a través de la acción del Foro de las familias, para que triunfe la subjetividad social de la familia y así se logren los cambios culturales y legislativos que pueden hacer justicia a las familias y asegurar el verdadero bien de la sociedad. En este compromiso la Iglesia está con vosotras y nos os dejará solas.

4. Amadísimas familias de Roma, contemplando el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, rezaremos juntos la oración del rosario. Encomendemos a la intercesión de María y de su esposo san José a todas las familias de nuestra ciudad y, sobre todo, a las que viven en situaciones difíciles. Encomendémosles a los jóvenes que se preparan para el matrimonio a través del período de gracia que es el noviazgo. Encomendémosles también a cuantos tienen la responsabilidad de promover políticas familiares más justas y constructivas. El Señor bendiga a todas las familias y las convierta en lugar privilegiado de encuentro con él, para un anuncio auténtico de su amor.

María, Reina de la familia, os proteja a todos con su corazón materno y os obtenga de Dios abundantes consuelos.






A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO


ORGANIZADO POR EL COMITÉ CENTRAL


PARA EL GRAN JUBILEO


Jueves 12 de febrero de 1998



Señores cardenales;
venerables hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros al término del segundo encuentro del Comité central con los delegados para el jubileo, que han venido aquí designados por sus respectivos Episcopados.

Saludo, ante todo, al señor cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité central; a los cardenales miembros del consejo de presidencia; a monseñor Crescenzio Sepe, nuevo secretario general; a los miembros del Comité central y a los delegados de las Conferencias episcopales. Doy una especial bienvenida a los delegados fraternos de las Iglesias y comunidades eclesiales no católicas. Os expreso a todos mi aprecio por vuestra activa participación.

Vuestra reunión reviste particular importancia por las posibilidades que ofrece de orientar los planes pastorales hacia la celebración jubilar, esbozando un calendario y preparando un plan concreto para la acogida de los peregrinos. Deseo congratularme con vosotros por la generosidad con que trabajáis en este período que precede al jubileo, dando valiosas e iluminadoras contribuciones, a fin de hacer más significativas y más provechosas espiritualmente las celebraciones del año jubilar.

2. El camino hacia esa histórica cita se está haciendo ahora más rápido, porque se acerca cada vez más el momento de la apertura de la Puerta santa, con la que comenzará para toda la Iglesia un año de gracia y reconciliación.

Por tanto, es digno de elogio el esfuerzo que se está haciendo para la organización exterior, pero debe ir acompañado por el esfuerzo de la preparación interior, que dispone el corazón a la acogida de los dones del Señor. Se trata, ante todo, de redescubrir el sentido de Dios, y reconocer su señorío sobre la creación y sobre la historia. De aquí brotará la revisión que cada uno hará, con sincera convicción y amor, de sus pensamientos y opciones, con el deseo de alcanzar la plenitud de la caridad sobrenatural.

3. La conmemoración del milenio del nacimiento de Cristo nos lleva al centro del misterio de la redención: «Apparuit gratia Dei et Salvatoris nostri, Jesu Christi» (Tt 2,13). Dios llama a todos los hombres, sin excluir a nadie, a participar en los frutos de la obra de la salvación, que se realiza y se difunde en la tierra por la acción misteriosa del Espíritu Santo. El gran jubileo nos invita a revivir este momento de gracia, conscientes de que al don de la salvación debe corresponder la conversión del corazón, gracias a la cual la persona se reconcilia con el Padre y entra nuevamente en la comunión de su amor.

Sin embargo, la conversión no sería auténtica si no llevara a la reconciliación con nuestros hermanos, que son hijos del mismo Padre. Esta es la dimensión social de la recuperada amistad con Dios: abraza a los miembros de la propia familia, se extiende al ambiente de trabajo e impregna la entera comunidad civil. El Señor, a la vez que nos acoge con su perdón, nos encomienda la misión de ser fermento de paz y unidad en todo el ambiente que nos rodea.

4. El redescubrimiento de esta riqueza de gracia, que se nos ofrece en Cristo, y su acogida en la propia vida requieren un adecuado itinerario de preparación espiritual: y estamos tratando de realizarlo durante estos años, cuyo programa, que he sugerido a toda la Iglesia, conocéis bien. He querido invitar a cada cristiano a reavivar, ante todo, la fe en el misterio de Dios trino, y a profundizar el misterio de Cristo salvador.

Sólo así el pueblo de Dios que peregrina en la tierra puede reencontrar y reavivar el entusiasmo de la fe; todo cristiano podrá gustar la experiencia del encuentro con Cristo, maestro y pastor, sacerdote y guía de toda conciencia. Esto dispondrá a los creyentes a recibir el don de un renovado Pentecostés, para entrar en el tercer milenio animados por un deseo más ardiente de redescubrir la verdad siempre actual de que Dios Padre, por medio de su Hijo encarnado, no sólo habla al hombre sino que también lo busca y lo ama.

5. La tarea que se os ha confiado es importante. Ya existen expectativas en cada una de vuestras naciones. Surgen curiosidades y esperanzas; es ardiente, sobre todo, el deseo de una auténtica paz interior, iluminada por la verdad del Evangelio. Por eso, deben llegar a todos las palabras de esperanza: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso» (Mt 11,?28).

Así pues, convertíos en promotores asiduos de iniciativas que sirvan para transmitir a las poblaciones de vuestras tierras, cristianas o no cristianas, el mensaje del gran jubileo. Haced que se conozcan y apliquen los planes pastorales que se refieren a los sacramentos, a la palabra de Dios, a la animación de la vida litúrgica, a la oración, al tema fundamental del diálogo ecuménico, y a los encuentros con los no cristianos. Haced que se difundan las informaciones, comunicad noticias y mantened vivo el diálogo con vuestras comunidades, considerando las expectativas de cada población. Haced que el paso al tercer milenio sea para todos un momento de renovación y gracia.

6. Como ya es sabido, el jubileo del año 2000 se diferencia de los otros jubileos, porque se celebrará simultáneamente en Roma, en Tierra Santa y en las Iglesias particulares.

La celebración de todo jubileo implica también el concepto de «peregrinación», manifestación religiosa antiquísima y presente en casi todos los pueblos y religiones, con una finalidad principalmente penitencial. La peregrinación refleja el destino último del hombre. El cristiano sabe que la tierra no es su última morada, porque está en camino hacia una meta que constituye su verdadera patria. Por eso, la peregrinación a Roma, a Tierra Santa y a los lugares sagrados indicados en las diócesis pone de relieve que toda nuestra vida es un caminar hacia Dios.

Para que la peregrinación dé frutos, es preciso que se garanticen momentos fuertes de oración, actos significativos de penitencia y conversión, y gestos de caridad fraterna, capaces de ser comprendidos como una viva demostración del amor de Dios. Con este espíritu, el jubileo permitirá que se dilaten los espacios de la caridad de cada Iglesia particular, de cada asociación y de cada grupo eclesial.

El signo concreto de la caridad indicar á que el itinerario de la anhelada renovación ya ha dado pasos auténticos, que anuncian paz y fraternidad universal.

A vosotros os corresponde el compromiso de realizar con inteligencia iniciativas oportunas en ese sentido. A la Iglesia de Roma le compete la tarea de acogeros con los brazos abiertos, con gran corazón y con amistad concreta y generosa. La sede de Pedro, que «preside en la comunión de la caridad», quiere estar presente y viva en esta competición de solidaridad, que compromete a todas las Iglesias esparcidas por el mundo. Hoy es preciso testimoniar una peculiar sensibilidad ante la justicia y la promoción del desarrollo social. Todos estamos convencidos de que es necesario buscar, y es posible encontrar, caminos para superar las tensiones más allá de la lógica de los conflictos; y que pueden hacerse proyectos capaces de resolver la grave situación económica que afrontan muchos Estados, liberando a poblaciones enteras de condiciones inhumanas de esclavitud y miseria.

7. El jubileo es un acontecimiento eclesial providencial. Pero no es un fin en sí mismo, sino un medio —en la solemne celebración conmemorativa de la encarnación del Hijo de Dios, nuestra salvación— para estimular a los cristianos a la conversión y a la renovación interior. Confirmados en la fe, podrán anunciar con nuevo impulso el mensaje evangélico, mostrando que en su acogida está el camino para llegar a la edificación de un mundo más humano, porque es más cristiano.

Encomiendo a la Virgen santísima vuestro diligente servicio de preparación del gran acontecimiento eclesial, con el deseo de que produzca abundantes frutos en beneficio de la Iglesia y de todo el mundo.

Y debo deciros que existe gran interés por este jubileo, no sólo entre los obispos de todo el mundo, sino también entre los políticos. La fecha del año 2000 crea una actitud, una apertura. Podemos decir que el recuerdo cristiano de los pueblos y del mundo se abre y se manifiesta. Quisiera concluir este encuentro rezando con vosotros el Ángelus Domini, porque es la oración de la Encarnación.

Con afecto y gratitud os imparto la bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL XXI CONGRESO DE ESPIRITUALIDAD


DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra dirigiros un afectuoso y fraternal saludo con ocasión del congreso de espiritualidad, en el que os habéis reunido procedentes de diversas partes del mundo, para profundizar en el vínculo de comunión eclesial que existe entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, y para reflexionar, intercambiando vuestras respectivas experiencias pastorales, sobre algunos aspectos particulares de la espiritualidad del movimiento de los Focolares de la unidad.

Vuestro encuentro anual me brinda la grata ocasión de expresar a cada uno de los participantes la seguridad de mi cercanía espiritual y de mi recuerdo en la oración, para que Cristo mismo —que, como subraya la carta a los Hebreos, es «el gran pastor de las ovejas» (He 13,20)— asista con su gracia los intensos trabajos de estos días y os acompañe en vuestro ministerio episcopal diario.

2. Vuestro congreso se inserta en el marco del camino de preparación para el gran jubileo del 2000. Estamos en el segundo año de preparación inmediata al jubileo, en el que la Iglesia está llamada a reflexionar de modo particular sobre el Espíritu Santo y sobre su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo.

Como recordé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el mismo Espíritu que suscita en la Iglesia la multiplicidad de los carismas y los ministerios sostiene con su fuerza divina la íntima unión de los diversos miembros y anima la comunión de todo el cuerpo de Cristo. «La unidad del Cuerpo de Cristo se funda en la acción del Espíritu Santo, está garantizada por el ministerio apostólico y sostenida por el amor recíproco (cf. 1Co 13,1-8)» (n. 47). Las profundas reflexiones de vuestro congreso, enriquecidas también por el amplio intercambio de experiencias pastorales, constituyen una magnífica ocasión para comprender de modo más intenso y vital el sentido de la colegialidad efectiva y afectiva, y de la comunión eclesial vivida concretamente en el servicio apostólico que se os ha confiado.

3. El tema elegido para el congreso de este año: «Hacia la unidad de las naciones y la unidad de los pueblos», se sitúa en la línea de las enseñanzas del concilio Vaticano II, que prestó gran atención a la misión universal de la Iglesia, abierta a los vastos horizontes del mundo actual, para el que está llamada a ser «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium ). La misma diversidad de las zonas de donde procedéis, y en las que estáis llamados a prestar vuestro servicio al Evangelio, pone de manifiesto la «catolicidad » de la Iglesia, la cual, formada por personas de diferentes naciones, constituye el único pueblo de Dios, redimido por Cristo y animado por el Espíritu.

En el camino hacia la unidad plena de los cristianos, a la que, aun entre numerosas tensiones y dificultades, tiende la historia, guiada por la Providencia divina, los sucesores de los Apóstoles están llamados a dar su contribución peculiar mediante el triple oficio de enseñar, gobernar y santificar a la porción de la grey de Cristo que se les ha confiado.

4. Queridos y venerados hermanos, en vuestro servicio de animación os sirva de guía y apoyo la maternal intercesión de la Virgen María. Como subraya muy bien la imagen de María en el cenáculo con san Pedro y los demás Apóstoles reunidos en espera del Espíritu Santo (cf. Hch Ac 1,12), la misión apostólica y la misión de la Madre de Dios están íntimamente unidas y son complementarias. En efecto, el ideal de santidad, al que tiende toda la misión de la Iglesia, está ya formado y prefigurado en María.

Así pues, la Iglesia, además del «perfil petrino», posee un insustituible «perfil mariano»: el primero manifiesta la misión apostólica y pastoral que Cristo le encomendó; el segundo expresa su santidad y su total adhesión al plan divino de la salvación. «Por tanto, este vínculo entre los dos perfiles de la Iglesia, el mariano y el petrino, es estrecho, profundo y complementario» (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 1987, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de enero de 1988, p. 9).

Deseando a vuestras comunidades cristianas que presenten fielmente este doble perfil de la Iglesia, el «mariano» y el «petrino», encomiendo los frutos espirituales de vuestro congreso a la maternal protección de la Virgen María, Reina de los Apóstoles y Madre de la unidad, mientras con afecto os imparto a cada uno mi bendición.

Vaticano, 14 de febrero, fiesta de san Cirilo y san Metodio, patronos de Europa, del año 1998, vigésimo de mi pontificado.

IOANNES PAULUS II







AL TERCER GRUPO DE OBISPOS POLACOS


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 14 de febrero de 1998



Queridos hermanos en el ministerio episcopal:

1. Esta es la tercera vez, en un breve lapso de tiempo, que tengo la alegría de encontrarme con los obispos de Polonia. Doy mi muy cordial bienvenida a la casa del Papa al señor cardenal Józef Glemp, arzobispo metropolitano de Varsovia y, al mismo tiempo, presidente de la Conferencia episcopal polaca; a los obispos metropolitanos aquí presentes: de Bialystok, Lublín, Warmia, y al metropolitano de Przemysl-Varsovia de rito bizantino-ucranio. Saludo, asimismo, a los obispos residenciales de las diócesis de Drohiczyn, Elblag, Elk, Lomza, Lowicz, Plock, Sandomierz, Siedlce, Varsovia- Praga, al ordinario militar y al obispo de Wroclaw-Gdansk de rito bizantino- ucranio. Saludo, en fin, a los obispos auxiliares de las archidiócesis y diócesis antes mencionadas. Junto con vosotros recuerdo en la oración al arzobispo Bronislaw Dabrowski, que durante muchos años fue secretario de la Conferencia episcopal polaca, y que recientemente ha pasado a la eternidad.

El encuentro de hoy, con motivo de vuestra visita ad limina Apostolorum, constituye en cierto sentido la continuación de la ininterrumpida serie de encuentros tenidos con vosotros en diversas ocasiones, así como con los peregrinos de todas las diócesis de Polonia que, en gran número, llegan a la ciudad eterna. Hay que ver estos encuentros en la perspectiva del tiempo, es decir, a la luz de la tradición milenaria de estrechos vínculos de nuestra nación con la Sede apostólica, vínculos que han tenido una gran importancia para nuestro país a lo largo de los siglos. Comenzó con el bautismo de Mieszko I y de su corte. Gracias a ese acontecimiento, Polonia entró en el ambiente de la cultura del Occidente cristiano y comenzó a edificar su futuro sobre el fundamento del Evangelio. Ya desde aquellos tiempos nos hemos convertido, con pleno derecho, en miembros de la familia europea de las naciones, con todas sus consecuencias. Junto con las demás naciones de Europa somos autores y, a la vez, herederos de la rica historia y cultura del continente.

En el ritmo quinquenal de las visitas ad limina Apostolorum del Episcopado polaco, la vuestra tiene lugar en el segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. Este año está «dedicado de modo particular al Espíritu Santo y a su presencia santificadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo» (Tertio millennio adveniente TMA 44). El Episcopado polaco ha preparado para este año un programa pastoral, deseando que la Iglesia en Polonia se ponga a la escucha de «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7) y haga una experiencia viva del soplo benéfico del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos y ante nuestros ojos renueva la faz de la tierra. Ojalá que la realización de ese programa y todo el trabajo pastoral de la Iglesia en la perspectiva del gran jubileo abran al Espíritu Santo el espacio de nuestra conciencia, a fin de que «la purifiquemos de las obras muertas, para rendir culto al Dios vivo» (cf. Hb He 9,14).

2. «¡Ven, luz de los corazones!» (cf. Secuencia Veni, Sancte Spiritus). Una verdadera renovación del hombre y de la sociedad se realiza siempre mediante la renovación de las conciencias. Cambiar sólo las estructuras sociales, económicas y políticas, aunque sea importante, puede resultar ineficaz si el cambio no está respaldado por hombres de conciencia. En efecto, son ellos quienes permiten que la vida social se forme, en definitiva, según las reglas de la ley que el hombre no se da a sí mismo, sino que descubre «en lo profundo de su conciencia y a cuya voz debe obedecer» (cf. Gaudium et spes GS 16). Esta voz es la ley interior de la libertad, que orienta al hombre hacia el bien y lo invita a no hacer el mal. Aceptar la violación de dicha ley, mediante un acto de derecho positivo, en el balance definitivo se vuelve siempre contra la libertad de alguien y contra su dignidad. El culto idolátrico de la libertad (cf. Veritatis splendor VS 54), que a menudo se propone al hombre de hoy, en el fondo representa para ella un gran peligro. En efecto, llevando al caos y a la desviación de la conciencia, priva al hombre de una eficacísima autodefensa contra las diferentes formas de esclavitud.

¡Cuánto debemos todos a los hombres de recta conciencia, conocidos y desconocidos! La libertad reconquistada sólo podrá desarrollarse y defenderse si en cada sector de la vida social, económica y política se encuentran hombres de recta conciencia, que sean capaces de contraponerse a las diversas influencias mudables y a las presiones externas, así como a todo lo que debilita o, incluso, destruye desde dentro la libertad del hombre. Los hombres de conciencia son hombres espiritualmente libres, capaces de discernir, a la luz de los valores eternos y de las normas eternas, tantas veces verificadas, las tareas nuevas, que nos pide la Providencia en el momento actual. Todo cristiano debería ser un hombre de conciencia, que logre ante todo una victoria importantísima y, en cierto sentido, la más difícil de las victorias: la victoria sobre sí mismo. Debería serlo en todo lo que se refiere a su vida, tanto privada como pública. La formación de una recta conciencia de los fieles, empezando por los niños y los jóvenes, tiene que ser una preocupación constante de la Iglesia. Si hoy Polonia necesita hombres de conciencia, los pastores del pueblo de Dios deberían definir con mayor precisión los sectores en que se manifiesta más la debilidad de las conciencias, tomando en cuenta sus causas específicas, para poder ayudar a una reconstrucción paciente del entramado moral de toda la nación.

3. La ciencia y la cultura pueden y deben ser un aliado natural del renacimiento moral de la sociedad polaca. Los hombres de ciencia, los ambientes científicos, universitarios, los literatos y los ambientes de creatividad cultural, al tener la experiencia de una trascendencia específica de la verdad, de la belleza y del bien, se convierten en servidores naturales del misterio de Dios, que se les revela y al que deben ser fieles. Por esta exigencia de fidelidad, cada uno de ellos, como estudioso o artista, «independientemente de sus convicciones personales, está llamado (...) a cumplir una función de conciencia crítica con respecto a todo lo que constituye un peligro para la humanidad o la disminuye» (Discurso con ocasión del VI centenario de la facultad de teología de la Universidad Jaguellónica, 8 de junio de 1997, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de junio de 1997, p. 16). De ese modo, «el servicio del pensamiento», que se puede esperar de los hombres de ciencia y de cultura, se armoniza con el servicio que la Iglesia presta a la conciencia de los hombres. De aquí se deduce que el diálogo de la Iglesia con los hombres de ciencia y los agentes de la cultura no es tanto una exigencia del momento, cuanto la expresión de una alianza específica en favor del hombre, en nombre de la verdad, la belleza y el bien, sin los cuales sobre la vida humana se cierne la amenaza del vacío y la falta de sentido. La responsabilidad de quienes representan la ciencia y la cultura es enorme, dado que ejercen una gran influencia en la opinión pública. En efecto, de ellos depende en gran parte que la ciencia sirva a la cultura del hombre y a su desarrollo, o que se vuelva contra el hombre y su dignidad o, incluso, contra su existencia. La Iglesia y la cultura se necesitan mutuamente, y deben colaborar para el bien de la conciencia de los polacos actuales y de los futuros. Durante mi tercera peregrinación a la patria, en 1987, en el encuentro del 13 de junio, en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, con los representantes de los ambientes creativos, dije que los hombres de la cultura «han redescubierto, en una medida antes desconocida, el vínculo con la Iglesia». Expresé entonces la esperanza de que «la Iglesia polaca responda plenamente a la confianza de esos hombres que a veces vienen de lejos, y encuentre el lenguaje que llegue a su corazón y a su mente» (n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de julio de 1987, p. 13). Dicha tarea sigue siendo actual, porque ha llegado la hora de que este vínculo produzca los frutos esperados.

Existe, pues, necesidad urgente de consolidar este vínculo con los hombres de la cultura y la ciencia. Esta es, asimismo, una de las importantes tareas evangelizadoras de la Iglesia. «Evangelizar es también el encuentro con la cultura de cada época» (cf. Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés 1994, p. 121). La buena nueva de Cristo, llevada al mundo, transforma su mentalidad, combatiendo en cierto sentido por el alma de este mundo. El Evangelio purifica, ennoblece y hace crecer hasta su plenitud las semillas de bien y de verdad que se encuentran en él. Más aún, el Evangelio inspira a la cultura y procura encarnarse en ella. Así ha sucedido ya desde el comienzo de la evangelización, y así debe seguir siendo, porque la huella que el Evangelio deja en la cultura es signo de una vitalidad que no conoce ocaso y de una fuerza capaz de conmover el corazón y la mente de todas las generaciones. Sin embargo, notamos que, por desgracia, esta riqueza espiritual y este patrimonio cultural de nuestra nación se encuentran expuestos muchas veces al peligro de la secularización y de la decadencia, especialmente en el terreno de los valores humanos, humanísticos y morales fundamentales, que es preciso defender.

La Iglesia en Polonia tiene que desempeñar en este campo un papel muy importante. Se trata de lograr que los valores y los contenidos del Evangelio impregnen las categorías del pensamiento, los criterios de valoración y las normas de acción del hombre. Es de desear que toda la cultura se penetre del espíritu cristiano. La cultura contemporánea dispone de nuevos medios de expresión y de nuevas posibilidades técnicas. La universalidad de estos medios y el poder de su influencia ejercen gran influjo en la mentalidad y en la formación de los comportamientos de la sociedad. Por tanto, es necesario sostener las iniciativas importantes, que podrían atraer la atención de los artistas y serían un estímulo para la promoción de su actividad y para el desarrollo y la inspiración de los talentos en armonía con la identidad cristiana de la nación y con su encomiable tradición. No hay que escatimar ningún medio necesario para cultivar todo lo que es noble, sublime y bueno. Es preciso un esfuerzo común orientado a la edificación de la confianza entre la Iglesia y los hombres de la cultura; hace falta buscar un lenguaje con el que ella llegue a su mente y a su corazón, introduciéndolos en el ámbito de la influencia del misterio pascual de Cristo, en el ámbito del «amor con que él amó hasta el extremo» (cf. Jn Jn 13,1). La atención de la Iglesia también debería dirigirse hacia todos los fieles laicos que tienen que desempeñar en este campo un papel específico. Éste consiste en una presencia valiente, creativa y activa en los lugares donde se crea, desarrolla y enriquece la cultura. Una tarea de mucha importancia es también la educación de la sociedad y, de modo particular, de los jóvenes, para que se beneficien de los frutos de la cultura. «La Iglesia recuerda a todos que la cultura debe estar referida a la perfección íntegra de la persona humana, al bien de la comunidad y de toda la sociedad. Por lo cual, es necesario cultivar el ánimo de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de comprensión interna, de contemplación y de formarse un juicio personal, así como de cultivar el sentido religioso, moral y social» (Gaudium et spes GS 59).

La cuestión de la relación de la Iglesia con la cultura y sus referencias recíprocas es un problema siempre presente en mi enseñanza pastoral. Por eso, al dirigirme a vosotros con ocasión de esta visita, no podía omitirlo. Se trata también de una cuestión de particular importancia para nuestra patria. En efecto, la nación existe «mediante» la cultura y «por» la cultura. Gracias a su cultura auténtica, llega a ser plenamente libre y soberana (cf. Discurso a la Unesco, 2 de junio de 1980).

4. En el marco de cuanto he dicho, quisiera subrayar también el papel de la cultura polaca en el proceso de unificación del continente europeo. Hay que procurar que este proceso no se reduzca sólo a sus aspectos económicos y materiales. Por eso, adquiere particular importancia salvaguardar, conservar y desarrollar este valioso patrimonio espiritual transmitido por los padres cristianos de la Europa de hoy. Lo dije de modo muy claro en la homilía de Gniezno: «La meta de una auténtica unidad del continente europeo está aún lejana. No habrá unidad en Europa hasta que no se funde en la unidad del espíritu. Este fundamento profundísimo de la unidad llegó a Europa y se consolidó a lo largo de los siglos gracias al cristianismo con su Evangelio, con su comprensión del hombre y con su contribución al desarrollo de la historia de los pueblos y de las naciones (...). En efecto, la historia de Europa es un gran río, en el que desembocan numerosos afluentes, y la variedad de las tradiciones y culturas que la forman es su gran riqueza. Los fundamentos de la identidad de Europa están construidos sobre el cristianismo» (3 de junio de 1997, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de junio de 1997, p. 6).

En este gran trabajo que ha de realizar el continente en vías de unificación, no puede faltar la contribución de los católicos polacos. Europa necesita una Polonia que tenga una fe profunda y que sea creativa culturalmente de modo cristiano, consciente del papel que le ha encomendado la Providencia. En principio, Polonia puede y debe prestar un servicio a Europa mediante una tarea como la reconstrucción de una comunión de espíritu basada en la fidelidad al Evangelio en la propia casa. Nuestra nación, que ha sufrido tanto en el pasado, y especialmente durante la segunda guerra mundial, tiene mucho que dar a Europa, ante todo su tradición cristiana y su rica experiencia religiosa actual.

La Iglesia en Polonia se halla, pues, frente a grandes tareas históricas, para cuya realización necesita celo misionero e impulso apostólico. Es preciso que encuentre en sí suficiente fuerza para que nuestra nación pueda resistir eficazmente a las tendencias de la civilización contemporánea que proponen un alejamiento de los valores espirituales en favor de un consumismo desenfrenado, y también el abandono de los valores religiosos y morales tradicionales en favor de una cultura laica y de un relativismo ético. La cultura cristiana polaca, el ethos religioso y nacional, son una valiosa reserva de energías que Europa necesita hoy para garantizar dentro de sus confines el desarrollo integral de la persona humana. En este campo se unen los esfuerzos de la Iglesia universal y los de todas las Iglesias particulares de Europa. Cada una debería aportar a esta gran obra su patrimonio cultural, sus tradiciones, su experiencia, su fe y su celo apostólico.

5. Los medios de comunicación social desempeñan un papel importante en la creación de la cultura y en su transmisión. Constituyen en el mundo de hoy una fuerza poderosa y omnipresente. Pueden despertar las conciencias, defender los derechos del hombre y orientar la conciencia humana hacia el bien, la libertad, la justicia, la solidaridad y la paz; pero «los hombres pueden volver estos medios contra el plan del divino Creador y utilizarlos para su propio perjuicio » (Inter mirifica IM 2). La Iglesia ve en ellos, ante todo, un enorme potencial, desaprovechado, de evangelización, y trata de encontrar la manera de aprovecharlo en la actividad apostólica. Conviene tener presente que el justo fin y la tarea de los medios de comunicación social están al servicio de la verdad y para su defensa. Esto implica transmitir objetiva y honradamente las informaciones, evitar la manipulación de la verdad y adoptar la actitud de quien no quiere tergiversar la verdad. El servicio a la verdad es un servicio a la causa del hombre en su integridad de cuerpo y espíritu, y se expresa en el desarrollo de sus necesidades culturales y religiosas, tanto en el ámbito individual como en el social. En efecto, la verdad está indisolublemente unida al bien y a la belleza. Por tanto, cuando se transmite la verdad, se manifiesta también el poder del bien y el esplendor de la belleza, y el hombre que los experimenta adquiere nobleza y cultura. Esta es una misión particular, que da una gran contribución al bien y al progreso de la sociedad.

A la Iglesia en Polonia se le ha abierto durante los últimos años un gran espacio para el trabajo de evangelización. Debería incluir en su radio de acción a todos los que trabajan en el mundo de los medios de comunicación social, y también a todos los usuarios. No sólo hay que concentrarse en la preparación profesional del personal que pueda comprender su índole social, la fuerza de su acción, su lenguaje y su técnica, y que posea la capacidad de servirse de ellos para el bien espiritual y material del hombre. Este trabajo debería considerar también la formación espiritual de los operadores de los medios de comunicación social. Hay que acercarlos al Evangelio, darles a conocer la doctrina social católica, la vida y la actividad de la Iglesia y los problemas morales del hombre de hoy. Con la ayuda de hombres formados en el espíritu cristiano, la Iglesia puede llegar con mayor facilidad a un gran auditorio, a los diversos areópagos del mundo, a los ambientes sedientos de Dios. Existe, asimismo, urgente necesidad de una educación adecuada de toda la sociedad, particularmente de la juventud, para un uso conveniente y maduro de los medios de comunicación, a fin de que nadie sea destinatario pasivo y acrítico de los contenidos y de las informaciones recibidas. También es indispensable poner en guardia contra los peligros, tanto para la fe y la moral como para un desarrollo humano general, que pueden constituir algunos periódicos, libros, películas y programas de radio o televisión. No podemos cerrar los ojos ante el hecho de que los medios de comunicación social no sólo son un magnífico instrumento para informar, sino que, en cierto sentido, también procuran crear un mundo propio. Aquí es imprescindible una acción común y coordinada de la Iglesia, de la escuela, de la familia y de los mismos medios de comunicación, que pueden brindar una gran ayuda en este proceso educativo.

En ese marco es fácil notar cuán importante es que la Iglesia en Polonia posea y use sus propios medios de comunicación social. Actualmente dispone de numerosas estaciones de radio de ámbito parroquial, diocesano y nacional, y también televisiones locales. Además, se transmiten los programas de Radio Vaticano. Es positivo el hecho de que los medios de comunicación en Polonia se hayan convertido en un importante aliado de la Iglesia en el cumplimiento de su misión salvífica. La prensa católica tiene una larga tradición en nuestra sociedad y grandes méritos en la formación cultural, moral y religiosa. En Polonia existen actualmente periódicos diocesanos y nacionales; llega del Vaticano la edición polaca de L'Osservatore Romano, que acerca el magisterio pontificio; trabaja la Agencia católica informativa; y se publican muchos libros. Sé también que la Iglesia en Polonia aprovecha, aunque aún de forma reducida, las posibilidades informativas y evangelizadoras de Internet y de las publicaciones multimediales. Es tarea de la Iglesia —de sus pastores y de los fieles laicos— apoyar firmemente el desarrollo de la prensa católica y aumentar su radio de acción, así como animar a leerla para profundizar en el conocimiento de las verdades de la fe, de la enseñanza de la Iglesia y de la cultura religiosa. Hay que dar gracias a Dios y a los hombres por esta gran variedad y riqueza de medios de comunicación social que existen en Polonia. Espero que este trabajo apostólico, que es un servicio a la cultura, a la verdad y a la caridad, forme actitudes cristianas, aumente el impulso apostólico y edifique la comunidad de la Iglesia.

6. Queridos hermanos en el episcopado, hay todavía otra cuestión sobre la que quisiera reflexionar con vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, a saber, la cuestión de la formación sacerdotal. En la exhortación apostólica Pastores dabo vobis escribí: «En realidad, la formación de los futuros sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, y la atención asidua, llevada a cabo durante toda la vida, con miras a su santificación personal en el ministerio y mediante la actualización constante de su dedicación pastoral las considera la Iglesia como una de las tareas de máxima importancia para el futuro de la evangelización de la humanidad» (n. 2). Sí, la solicitud por la formación de los candidatos al sacerdocio, así como por la de los mismos sacerdotes, lo repito una vez más, es una de las tareas más importantes de los obispos. La Iglesia en Polonia afronta actualmente nuevos desafíos, producto de profundas transformaciones socioculturales que están teniendo lugar en nuestro país. Se ha ensanchado el campo de acción de la Iglesia y, en consecuencia, ha aumentado la necesidad de pastores bien preparados, responsables del desarrollo espiritual de los fieles confiados a su cuidado.

Los seminarios diocesanos y religiosos tienen una enorme importancia para el pueblo de Dios. En toda la Iglesia, y en sus diversas partes, son una muestra particular de su vitalidad y, en cierto sentido, de su fecundidad espiritual, que se expresa con la disponibilidad de los jóvenes a la entrega total al servicio de Cristo. Las posibilidades de compromiso evangelizador y misionero de las Iglesias particulares dependen de las vocaciones sacerdotales y religiosas. La Iglesia pide incesantemente «al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,38), porque el tema de las vocaciones es una de sus preocupaciones más importantes. La Iglesia en Polonia tiene que hacer todo lo posible para que no disminuyan el espíritu de sacrificio y el impulso magnánimo de los jóvenes en la aceptación de la llamada de Cristo. Es indispensable realizar un esfuerzo conjunto para suscitar las vocaciones y formar a las nuevas generaciones de candidatos al sacerdocio. Hay que hacerlo con el auténtico espíritu del Evangelio y, a la vez, leyendo de modo exacto los signos de los tiempos, a los que el concilio Vaticano II prestó una atención tan profunda. Este esfuerzo tiene que ir acompañado también por un auténtico testimonio de vida de los sacerdotes, que se entregan sin reservas a Dios y a sus hermanos. La catequesis y la pastoral juvenil, la vida sacramental y la vida de oración, así como la dirección espiritual, deben ayudar al joven en su maduración, para realizar responsablemente las opciones de vida, con fidelidad y constancia. Queridos hermanos, os pido que tengáis solicitud paterna hacia los seminarios. Que aquellos a quienes habéis encomendado la formación de los futuros sacerdotes encuentren siempre en vosotros comprensión, apoyo y buen consejo. Al parecer, hace falta una nueva ratio fundamentalis y ratio studiorum para los seminarios de Polonia, que se adapte a la actual situación de la Iglesia, a la mentalidad de los jóvenes de hoy y a los nuevos desafíos que deben afrontar los futuros presbíteros.

Además de la formación con vistas al sacerdocio, tiene gran importancia la formación permanente de los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, de la que habla ampliamente la exhortación apostólica Pastores dabo vobis. Os recomiendo que consideréis seriamente este problema y que lo tengáis siempre presente, con espíritu de amor pastoral, y como gran responsabilidad para el futuro del ministerio sacerdotal. Que el amor y la solicitud os estimulen a preparar y aplicar el programa de formación espiritual, intelectual y pastoral permanente de los presbíteros en todos sus aspectos. Animadlos para que se ocupen con esmero de su propia formación permanente, que deben realizar siempre, es decir, en todos los períodos de su vida, independientemente de la situación en que se encuentren y también de las funciones que desempeñen en la Iglesia. Debe ser un trabajo serio y constante, que tiene por finalidad ayudar a los sacerdotes a convertirse, de modo cada vez más pleno y maduro, en hombres de fe y de santidad, a ser capaces de conservar dentro de sí este gran don que recibieron en el rito de imposición de las manos (cf. 2Tm 2Tm 1,6), y a poder llevar el peso del misterio que el sacerdocio encierra en sí. «El mundo actual reclama sacerdotes santos. Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez más secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico» (Don y misterio, BAC, Madrid, p. 107).

7. Al término de esta visita ad limina Apostolorum, gracias a la cual he tenido ocasión de encontrarme personalmente con cada uno de vosotros, quiero expresaros mi aprecio por el grande y generoso trabajo pastoral y evangelizador que la Iglesia en Polonia realiza todos los días, con una labor de renovación a la luz de la enseñanza del concilio Vaticano II. Pienso aquí en los pastores de la Iglesia en Polonia, en los sacerdotes diocesanos y religiosos, en las religiosas, en los miembros de los institutos de vida consagrada y en los laicos católicos. Llevo en mi corazón y en mi pensamiento todas sus fatigas y todos sus esfuerzos, que quizá no siempre son reconocidos y apreciados plenamente. Nadie debería sentirse olvidado ni abandonado, o descorazonado frente a las dificultades y los fracasos en la actividad apostólica. En efecto, la oración de la Iglesia entera los acompaña a todos, siempre y dondequiera que estén. También la oración del Papa los acompaña diariamente a todos.

En el umbral del gran jubileo del año 2000, deseo que la Iglesia de nuestra patria, dócil al Espíritu Santo, reavive incesantemente en sí la solicitud apostólica por el pueblo de Dios y afronte con valentía los desafíos que plantean los tiempos nuevos. El Espíritu Santo es el «dulce huésped del alma» que conoce mejor que nadie el íntimo misterio de cada hombre. Sólo el Espíritu Santo puede realizar la obra de purificación de todo lo malo que hay en el corazón humano. Es él quien cura las heridas más profundas de la existencia humana, transformando los terrenos baldíos en fértiles campos de gracia y santidad. Bajo la acción del Espíritu Santo madura y se refuerza el hombre interior, es decir, «espiritual», creado a imagen de Dios, marcado por la santidad, capaz de «caminar en una vida nueva» (cf. Rm Rm 6,4), que es la vida según los mandamientos divinos. Gracias a esta acción, el mundo de los hombres se renueva desde dentro: desde dentro de los corazones y las conciencias (cf. Dominum et vivificantem DEV 58 y 67).

A María, Madre de Jesús, que «brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo » (Lumen gentium LG 68), os encomiendo a vosotros, pastores, a vuestros fieles y a todos mis compatriotas, y por vuestra generosa entrega al esfuerzo evangélico de servir en el amor y en la verdad os bendigo a todos de corazón: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.






Discursos 1998 - Lunes 2 de febrero de 1998