Discursos 1998 - Sábado 9 de mayo de 1998


A LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE»


Sábado 9 de mayo de 1998



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
gentiles señoras y señores:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos vosotros, que os habéis reunido en el Vaticano para participar en el congreso anual de estudio organizado por la fundación «Centesimus annus, pro Pontifice» sobre el tema: Globalización y solidaridad.

Saludo, ante todo, al señor cardenal Lorenzo Antonetti, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes; a monseñor Claudio Maria Celli y a todos vosotros, queridos socios de la Fundación, que habéis querido visitarme juntamente con vuestros familiares.

La acción de vuestra benemérita asociación se inspira especialmente en la encíclica Centesimus annus, con la que quise recordar el centenario de la Rerum novarum de mi venerado predecesor León XIII, quien, en un tiempo lleno de problemas y tensiones sociales, abrió a la Iglesia un nuevo y prometedor campo de evangelización y promoción de los derechos humanos.

La comparación de los dos documentos muestra los escenarios profundamente diversos, a los que se refieren esas intervenciones del Magisterio: el primero debía confrontarse principalmente con la «cuestión obrera» en un ámbito europeo; el segundo, en cambio, se abre a problemas económicos y sociales nuevos, en todo el mundo. En los años siguientes, esta situación ha adquirido dimensiones aún más complejas, poniendo de relieve cuestiones de gran importancia incluso para el futuro del hombre y para la paz entre los pueblos. En todo este entramado de situaciones nuevas y problemáticas, el Magisterio no ha dejado de reafirmar los principios perennes del Evangelio en defensa de la dignidad de la persona y del trabajo humano, acompañando con frecuentes pronunciamientos la acción capilar y constante de los cristianos en el ámbito social.

Así pues, os felicito por vuestro meritorio empeño en la difusión y aplicación de la doctrina social de la Iglesia, y os agradezco esta visita, que me brinda la preciosa ocasión de conocer el desarrollo de vuestra benemérita actividad.

2. El tema de vuestro encuentro es la globalización, que afecta ya a todos los aspectos de la economía y las finanzas. De todos son conocidas las ventajas que una economía «globalizada», bien regulada y equilibrada, puede aportar al bienestar y al desarrollo de la cultura, de la democracia, de la solidaridad y de la paz. Pero es necesario que busque siempre la armonización entre las exigencias del mercado y las de la ética y la justicia social.

Esta reglamentación ética y jurídica del mercado es cada vez más difícil, del mismo modo que resultan cada vez más inadecuadas las medidas adoptadas por los Estados. Así pues, es necesario trabajar por una cultura de las reglas, que no sólo tenga presentes los aspectos comerciales, sino que también se ocupe de la defensa de los derechos humanos en todo el mundo. En efecto, para que la globalización de la economía no tenga las consecuencias nefastas de la explosión salvaje de los egoísmos privados y de grupo, es preciso que a la progresiva globalización de la economía corresponda cada vez más la cultura «global» de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles.

3. También vosotros, insertados en diversos organismos relacionados con la economía y el trabajo, en el marco prometedor e inquietante de la globalización, estáis llamados a ser intérpretes constantes de las exigencias de la solidaridad, según el espíritu de Cristo y la enseñanza de la Iglesia. De ese modo, podréis testimoniar la ternura de Dios hacia todos los hombres y promover, junto con la dignidad de la persona, una convivencia internacional más justa y fraterna, porque se inspira en la perenne verdad del Evangelio.

Que en esta tarea, exaltante y difícil, os sostenga la palabra del Señor, que nos invita a ver en cada gesto de amor a nuestros hermanos la ocasión de servirlo a él mismo: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Encomiendo vuestros propósitos a la protección materna de la santísima Virgen que, respondiendo «con prontitud» a las€necesidades de Isabel (cf. Lc Lc 1,39), nos muestra cómo tenemos que ser constantemente solícitos ante las exigencias de nuestros hermanos necesitados.

Con estos deseos, os imparto a vosotros y a vuestros colaboradores la bendición apostólica, que extiendo gustosamente a todos vuestros seres queridos.










A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON


PARA LA BEATIFICACIÓN DE 12 SIERVOS DE DIOS


Lunes 11 de mayo de 1998



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos religiosos y religiosas;
hermanos y hermanas:

1. El clima de alegría y fiesta que ha impregnado la solemne liturgia de beatificación, celebrada ayer en la plaza de San Pedro, prosigue hoy y se profundiza en este encuentro, en el que, una vez más, queremos detenernos a reflexionar juntos en los ejemplos de santidad que nos han dejado estos heroicos hermanos nuestros en la fe.

Mi afectuoso saludo va a todos vosotros, que habéis venido a Roma para participar en los solemnes ritos de beatificación. Deseo de corazón que, de esta peregrinación a Roma, cada uno de vosotros obtenga copiosos frutos para sí y para sus respectivas comunidades.

2. Saludo a todos los peregrinos presentes en Roma con ocasión de la beatificación del padre Kassab Al-Hardini, en particular al patriarca maronita, cardenal Sfeir, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, especialmente a los de la orden maronita libanesa; dirijo mis cordiales saludos a las numerosas personalidades de la sociedad civil, que han querido participar en esta fiesta religiosa.

El padre Nimatullah Al-Hardini es una figura ejemplar para los libaneses y un maestro de vida espiritual. Ante todo, para la Iglesia maronita y para todos los que se han consagrado en el sacerdocio o en la vida religiosa: les muestra que el primer testimonio para sus hermanos es el de una intensa vida de oración, radiante y fructuosa, gracias a la acción del Espíritu Santo. También es un modelo para las familias, que tienen la tarea de transmitir la fe a los jóvenes e infundirles el gusto por la oración. La familia del nuevo beato fue un hogar de vocaciones; sus padres supieron comunicar a sus hijos el sentido de Dios, de la entrega, y del amor a Cristo y a su Iglesia.

Invito, pues, a todos los cristianos del Líbano a seguir los pasos de este beato, figura eminente de ese amado pueblo. Queridos hijos del Líbano, permaneced fieles a vuestro compromiso cristiano, para ser testigos del amor, de la paz y de la misericordia del Señor. Que la Madre de Dios, por quien el padre Al-Hardini sentía un gran afecto, interceda por vosotros y os acompañe en vuestra búsqueda espiritual y en la edificación de una sociedad cada vez más fraterna. Os imparto a todos mi bendición apostólica.

3. Saludo con mucho afecto a los peregrinos de lengua española que han venido para participar ayer en la solemne ceremonia de beatificación de las madres Rita Dolores y Francisca Aldea, de la congregación de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús; de la madre María Gabriela de Hinojosa y seis compañeras del primer monasterio de la Visitación de Madrid; de las carmelitas descalzas madre María Sagrario de San Luis Gonzaga, mártir, y madre Maravillas de Jesús. Son esos testigos de la fe, que se unen a los numerosos mártires y bienaventurados de la noble tierra española. Al daros la bienvenida a esta audiencia especial, comparto vuestro gozo por la elevación a los altares de estas nuevas beatas, a las que, por diversas razones, os sentís particularmente unidos.

4. Las madres Rita Dolores Pujalte y Francisca Aldea honran sobremanera a su congregación, las Religiosas de la Caridad del Sagrado Corazón, de la que la madre Rita Dolores fue la segunda superiora general durante veintiocho años, velando por el bien del instituto y la formación de las hermanas. Al final de su vida, ya casi ciega, era ayudada por la madre Francisca, que siendo ecónoma general, la atendía también como enfermera. Su martirio culminó una vida de total entrega a Dios y al prójimo, en conformidad con su consagración religiosa, y hoy son ejemplo eximio para la congregación, para sus pueblos de origen, Aspe (Alicante) y Somolinos (Guadalajara) respectivamente, así como para todas las personas que entren en contacto con ellas. Con palabras de la fundadora, la sierva de Dios Isabel de Larrañaga, os digo: «Dad gracias a Dios por todo, por todo» y que la protección de estas dos nuevas beatas os acompañe en vuestro propósito de fidelidad al Señor.

5. La orden de la Visitación se alegra por la beatificación de las siete salesas del primer monasterio de la Visitación de Madrid. Las visitandinas de todo el mundo, desde el silencio austero y exigente del claustro, están hoy espiritualmente con nosotros para dar gracias a Dios por este gran regalo del Espíritu. Expresión de esa presencia fue ayer la ofrenda de las hostias para la santa misa enviadas por el monasterio de Annecy, en Francia. Con un numeroso grupo de hermanas externas de diversos conventos, han venido también familiares de las nuevas beatas salesas y amigos y bienhechores de la Visitación. A todos os saludo con afecto y, reconociendo el testimonio admirable de fidelidad a Dios y de amor por la vida comunitaria de estas religiosas que desde ayer están en los altares, os aliento a acoger su maravilloso ejemplo, siendo fuertes y coherentes en la vivencia de la fe en los diversos estados de vida. Que para ello os sea de ayuda la intercesión de estas mártires.

6. Numerosos peregrinos de Madrid, de Toledo, amigos del Carmelo y también profesionales del mundo de la farmacia han querido participar en estos actos en los que ha sido declarada beata también la madre María Sagrario de San Luis Gonzaga. La nueva beata carmelita nos ha legado un precioso modelo de seguimiento del Señor basado en la caridad. Caridad para con el prójimo vivida ya en la familia, afianzada después en los años de juventud con el compromiso en favor de los pobres y necesitados en los diversos apostolados y madurada en el abnegado servicio a las hermanas de la comunidad del monasterio de Santa Ana y San José, de Madrid. Todo ello sustentado, presidido e inspirado por el amor de Dios que la llamó a la vida exigente y austera del claustro. Su misma muerte fue un acto heroico realizado para salvar la vida de otros y manifestar el amor incondicional a Dios.

7. Muchos de los que hoy están presentes aquí conocieron también a la madre Maravillas de Jesús, otra preclara hija de la orden del Carmelo en nuestro siglo, que con gran decisión puso a Dios en el centro de su vida y por encima de cualquier otra preocupación. Eso la llevó a consagrarse al Señor por entero en el recogimiento de la vida claustral, con gran espíritu de penitencia y oración. Su vida es modelo de consagración religiosa y ejemplo a seguir por todos los cristianos, llamados a reconocer la primacía de Dios, en el que todas las cosas encuentran su verdadero fundamento y significado. Frente a la tentación de una vida fácil y superficial, la madre Maravillas supo mostrar el profundo atractivo de lo esencial, dando testimonio, una vez más, de que la vida contemplativa, permaneciendo fiel al propio carisma, «tiene también una extraordinaria eficacia apostólica y misionera» (Vita consecrata VC 59). 8. Amadísimos hermanos y hermanas, estos nuevos beatos nos animan a proseguir con renovado impulso en el camino de santidad, que es amor a Cristo y a nuestros hermanos.

Al volver a vuestras tierras, llevad con vosotros el recuerdo vivo de los sugestivos momentos que habéis vivido en Roma e imitad en vuestra existencia diaria los ejemplos de estos hermanos y hermanas nuestros elevados al honor de los altares. Os asista la protección materna de la Virgen María, a quien está dedicado de modo especial este mes de mayo. Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón a vosotros, a vuestras comunidades diocesanas y religiosas, y a vuestros seres queridos.










A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL


DE LA SOCIEDAD DE SAN PABLO (PAULINOS)


Viernes 15 de mayo de 1998



Amadísimos religiosos de la Sociedad de San Pablo:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros que, al término de vuestro capítulo general, habéis querido manifestar con esta visita vuestro afecto y renovar vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro. Saludo a don Pietro Campus, nuevo superior general, y, al agradecerle las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes y de toda la congregación, formulo mis mejores deseos de que, bajo su dirección, vuestra familia religiosa crezca en la plena adhesión al carisma de su fundador, el siervo de Dios don Alberione, y en el compromiso generoso en favor de la evangelización. Saludo, asimismo, a los nuevos consejeros generales y a todos los religiosos, que en las diversas partes del mundo prestan a la Iglesia un servicio apostólico de singular actualidad, siguiendo a Jesús Maestro, camino, verdad y vida, y dándolo a conocer mediante la utilización atenta y profesionalmente cualificada de los medios modernos de comunicación social.

2. Vuestra congregación, queridos religiosos, nació de la fe y del corazón de don Giacomo Alberione, gran apóstol de nuestro tiempo, que, frente a los preocupantes síntomas de descristianización del siglo XX, se sintió llamado a anunciar el Evangelio y a servir a la Iglesia en los sectores de frontera donde se planteaban los desafíos más insidiosos para la evangelización. Comprendió que el ámbito de los medios de comunicación social representaba un vasto campo misionero, al que era necesario proveer de profesionales competentes, de instrumentos adecuados y, sobre todo, de personal religioso de alto nivel ascético y espiritual. En el centro de esta ingente empresa apostólica puso la Eucaristía, en la que supo hallar luz interior y energía espiritual. Del misterio eucarístico brotó el entusiasmo misionero que caracterizó toda su existencia. En su programa de evangelización y reforma de la sociedad logró implicar a numerosos hombres y mujeres, formándolos en el amor ardiente a Cristo y en el deseo de anunciarlo en los areópagos modernos.

En el umbral del tercer milenio también vosotros, siguiendo el ejemplo de don Alberione, estáis llamados a estar presentes de modo incisivo y apropiado en las arduas fronteras de la comunicación, para dar un «suplemento de alma» a los proyectos y a las esperanzas de nuestros contemporáneos. Esto implica la adopción de modernas formas empresariales y nuevos estilos de gestión. Sin embargo, para que esta acción pueda conservar su auténtica dimensión apostólica, es necesario que esté apoyada y animada por una generosa fidelidad al carisma originario. Es decir, hace falta que cada religioso paulino, en sintonía con el espíritu de su fundador, sepa hallar las verdaderas motivaciones de su servicio eclesial y misionero en el encuentro intenso y prolongado con el Señor y en el redescubrimiento constante de las raíces de su propia vocación. ¿De qué servirían las modernas formas empresariales y los potentes medios editoriales, si cuantos los gestionan no estuvieran imbuidos de un profundo espíritu sobrenatural, en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia?

El hombre contemporáneo, en su camino incierto, y a menudo arduo, hacia la verdad y la plena realización de sí mismo, llegará a Cristo Maestro si encuentra evangelizadores capaces de considerar su situación con atención y simpatía, pero dispuestos también a dar respuestas auténticamente evangélicas, respaldadas por la garantía de la plena comunión con la Iglesia y con sus pastores. En esta línea, vuestro fundador, que intuyó el secreto de un anuncio moderno e incisivo del Evangelio, es vuestro guía y maestro. Su testimonio os compromete a acoger con plena disponibilidad sus intuiciones proféticas y seguir fielmente sus huellas, para continuar su típica obra misionera dirigida al hombre de nuestro tiempo.

3. Vuestro capítulo se sitúa en vísperas del centenario de aquella «santa noche paulina», que bien conocéis. Fue un momento decisivo en la vida del joven Alberione, entonces seminarista de la diócesis de Alba: en la larga vigilia de oración con la que esperó el comienzo del siglo XX, comprendió la llamada especial que el Señor le encomendaba. En ese momento singular de su existencia, «la Eucaristía, el Evangelio, el Papa, el nuevo siglo, los medios nuevos (...), la necesidad de un nuevo ejército de apóstoles se fijaron tanto en su mente y en su corazón, que después guiaron siempre sus pensamientos, su oración, su trabajo interior y sus aspiraciones».

Amadísimos religiosos, también para vosotros es providencial el tiempo que estamos viviendo, porque, ante la proximidad del gran jubileo del año 2000, cada paulino, no sólo en el umbral de un nuevo siglo sino también de un nuevo milenio, no puede menos de sentirse comprometido a repetir la misma experiencia de su fundador, para hacer suyas las referencias ideales que estuvieron en el centro de su espiritualidad y de su acción evangelizadora. Os deseo que en vuestras comunidades pongáis como fundamento de todo proyecto el anhelo de santidad, que distinguió a don Giacomo Alberione. En efecto, «la llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: .La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. (...). No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales (...): es necesario suscitar un nuevo .anhelo de santidad.» (Redemptoris missio RMi 90).

En la historia de muchos institutos religiosos la confrontación intensa entre las exigencias ideales del carisma y las situaciones concretas de apostolado ha creado momentos de tensión e, incluso, de sufrimiento. También en vuestra Obra la necesidad de entablar una relación funcional y, al mismo tiempo, evangélicamente auténtica entre la institución religiosa y la moderna metodología de empresa, ha suscitado dificultades. Para ayudaros a superarlas, nombré como delegado mío al obispo monseñor Antonio Buoncristiani, a quien agradezco cordialmente la labor que está realizando con el fin de sosteneros. Ahora ha llegado el momento de afrontar y resolver estas dificultades con espíritu de fe, con plena disponibilidad a las exigencias del Reino y con referencia constante al magisterio de la Iglesia.

La adhesión convencida al primado de la vida religiosa sobre cualquier otra exigencia ayudará a resolver los problemas que han surgido durante estos años y a determinar las normas necesarias de control, de movilidad y de cualificación profesional, que requieren las nuevas condiciones. Gracias a una recuperación general del fervor religioso, los miembros de la Sociedad de San Pablo buscarán y encontrarán, con espíritu de diálogo y fraternidad, soluciones adecuadas para el anhelado impulso apostólico, según las directrices de vuestro fundador. La unidad de vuestra congregación dará una valiosa contribución a ese objetivo, respetando las responsabilidades propias de cada provincia.

4. Habéis elegido como tema para este capítulo general un lema que gustaba mucho a don Alberione: «Vuestra parroquia es el mundo». Vuestro fundador estaba convencido de que la dimensión apostólica de sus hijos estaba íntimamente vinculada con el ministerio del Sucesor de Pedro, cuya «parroquia» es, precisamente, «el mundo». En noviembre de 1924 escribió: «Debemos ser fieles intérpretes de la palabra y de las indicaciones del Papa. No pretendemos ser de otra manera: y Dios nos dará gracias para hacerlo (...). No nos corresponde proponer teorías: permaneceremos cercanos al Papa y procuraremos seguir, con fidelidad, las indicaciones del Papa». Por el mismo motivo, quiso que «en la Pía Sociedad de San Pablo, además de los tres votos habituales, se añadiera un cuarto voto: el de fidelidad al Papa en lo relativo al apostolado».

Bien podemos decir que la total sintonía con el magisterio de León XIII y san Pío X, los dos grandes Pontífices que con su sabia acción promovieron la renovación de la parroquia en sus dimensiones de compromiso pastoral y social, fue la norma que inspiró el singular apostolado de don Alberione. Se sintió particularmente atraído por la renovación de la catequesis y de la pastoral litúrgica, y también se interesó por la doctrina social de la Iglesia y por los primeros pasos del movimiento bíblico: quiso proponer todo esto mediante el apostolado de la prensa y de los demás medios de comunicación social.

Ojalá que la reflexión sobre el tema elegido por vuestro capítulo no sólo confirme vuestra sintonía con el carisma de vuestro fundador, sino que también os comprometa a asumir y vivir todas las motivaciones profundas que impulsaron sus intuiciones apostólicas, para contribuir con renovado entusiasmo y esperanza confiada a la evangelización de la inmensa «parroquia del Papa», en comunión constante con las Iglesias particulares y la Iglesia universal.

5. Amadísimos hermanos, vuestro capítulo general, que abre una nueva etapa de la vida de vuestro instituto, se concluye en el tiempo pascual, el tiempo de la misión. Os deseo que en este momento no sólo acojáis la llamada del Señor, que os envía nuevamente a todo el mundo para anunciar la buena nueva del Evangelio a todas las gentes y con todos los medios (cf. Mt Mt 28,19), sino también la invitación a recorrer con humildad el camino del discípulo para seguir generosamente a Cristo hasta la cruz. Formulo votos para que todas las provincias de la congregación se abran a nuevos horizontes de fraternidad, comunión y apostolado fecundo.

Con estos deseos, os encomiendo a la protección materna de la santísima Virgen y a la oración del beato Giaccardo y del venerable don Alberione, mientras que, como prenda de nuevas y abundantes efusiones del Espíritu Santo, os imparto con afecto una especial bendición apostólica, que extiendo con gusto a vuestros hermanos y a toda la familia paulina.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS ADMINISTRADORES


DEL CENTRO CULTURAL «JUAN PABLO II»


Viernes 15 de mayo de 1998



Os saludo a todos con alegría, durante vuestra primera peregrinación anual a Roma. Me han informado sobre los planes del Centro y comparto vuestra satisfacción por el importante desarrollo que ha alcanzado ya.

Con ocasión de la ceremonia de fundación, en septiembre del año pasado, expresé mi esperanza de que el Centro cultural fuera un testimonio permanente de la profunda relación entre fe y cultura. La nueva evangelización a la que la Iglesia está llamada en el umbral del tercer milenio, exige un diálogo sincero con las culturas que modelan diariamente las actitudes de las personas ante el misterio de nuestro destino humano y de nuestra relación con Dios. La Iglesia sabe que la capacidad del Evangelio de iluminar estas cuestiones fundamentales puede servir como una gran fuerza para el desarrollo, la purificación y el enriquecimiento de cada cultura (cf. Centesimus annus CA 50-51). También sabe que el estilo de vida y las inquietudes que surgen en una cultura actúan como un estímulo providencial para los cristianos en sus esfuerzos por comprender más plenamente y proclamar con más eficacia el evangelio de Jesucristo. Por esta razón, espero que el Centro cultural sea un instrumento que ayude a muchas personas a lograr una mejor comprensión de la riqueza de la tradición intelectual católica y de su importancia para las cuestiones críticas que afronta hoy la sociedad norteamericana.

Oro para que vuestra peregrinación a Roma sea un tiempo de renovación espiritual y fortalezca vuestro amor a Cristo y a su Iglesia. A vosotros y a todos los bienhechores del Centro, así como a vuestras familias, imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.








A UN GRUPO DE PARLAMENTARIOS BRASILEÑOS


Sábado 16 de mayo de 1998



Señor vicepresidente de la República;
señores senadores y diputados;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me siento feliz de acogeros, junto a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, a vosotros que representáis hoy, aquí en Roma, al Parlamento de la noble y querida nación brasileña. Este encuentro me brinda la oportunidad de presentaros algunas reflexiones acerca de vuestra condición de políticos católicos, cuya actuación debe reflejar las aspiraciones de la gran mayoría de la población de Brasil.

El cristiano comprometido en la vida pública tiene el deber de defender al hombre y promover sus derechos, como cualquier otro político. Pero este deber le corresponde con mayor razón, porque sabe que cada ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y está llamado a ser, en Cristo, hijo adoptivo, para participar en su misma vida.

Sin embargo, frente a la continua agresión de un materialismo anticristiano, que se propaga en muchos sectores de la sociedad, resulta más urgente aún el compromiso atento del fiel cristiano, con una coherencia cada vez mayor en la gestión de la vida pública. Por eso, «la Iglesia (...) no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal» (Dominum et vivificantem DEV 47). A vosotros, políticos de una nación de eminente tradición católica, os incumbe, como ciudadanos libres y responsables, velar por la correcta aplicación de los principios morales que, basados en la ley natural, están confirmados por la revelación. En estos principios descansa el verdadero bien de toda la sociedad. La misma Iglesia no deja de orientar las conciencias, sin interferir jamás en las opciones políticas concretas que se hacen libremente, pues no es esa su misión.

2. Al realizar el mandato de los electores, vuestra tarea primordial consiste en servir al conjunto del pueblo brasileño, constituido por esa admirable amalgama de razas y poblaciones, algunas de las cuales han emigrado de naciones limítrofes o han llegado, desde hace varias generaciones, de otros países. Así como Jesucristo no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (cf. Mt Mt 20,28), del mismo modo para todos los cristianos, y para vosotros de modo especial, el compromiso en la vida pública se ha de entender como un servicio a los hermanos, a fin de promover el respeto a los derechos humanos de todos, particularmente de los más pobres y necesitados.

Estoy seguro de que estaréis de acuerdo conmigo en que esos objetivos se alcanzarán mejor, en la medida en que seáis católicos destacados y practicantes y participéis activamente, como ciudadanos comunes, en esta importante tarea; más aún, en la medida en que tengáis una actitud irreprensible en la práctica de las virtudes morales, especialmente de la justicia y la templanza. No basta proclamar la verdad si, al mismo tiempo, no se «pone por obra la palabra » (cf. St Jc 1,23); en ese sentido, para una convivencia armoniosa en todos los ámbitos de la vida política es fundamental «la veracidad en las relaciones entre gobernantes y gobernados; la transparencia en la administración pública; la imparcialidad en el servicio de la cosa pública; el respeto de los derechos de los adversarios políticos» (Veritatis splendor VS 101). Y, finalmente, si no tenéis miedo de testimoniar y defender un sano humanismo cristiano, también en el ambiente político y social, seréis capaces de afirmar que el bien común se antepone siempre a los intereses partidistas.

3. Entre vuestras misiones, una de las más importantes es, sin duda, el perfeccionamiento permanente del cuerpo legislativo, para que las leyes estén al servicio de la vida y de todas las personas. Una legislación positiva no puede promulgarse prescindiendo del respeto a la ley natural y a los valores morales fundamentales. En nombre del principio democrático, no se puede poner en tela de juicio la dignidad inalienable de todo ser humano. En la encíclica Centesimus annus, quise recordar que «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto » (n. 46). Por eso, una de las tareas más urgentes del político cristiano consiste en llevar el Evangelio «a todos los caminos del mundo» (Christifideles laici CL 44), en particular, a los medios de comunicación social, cuyo poder no se debe subestimar. El político no se representa en primer lugar a sí mismo, sino a la verdad, a la que se siente obligado.

Conozco vuestros esfuerzos por defender los principios que tienen su origen en el evangelio de la vida. Sé bien que no os resulta fácil ponerlos en práctica dentro de la Asamblea legislativa, en el marco del pluralismo parlamentario. El derecho a la vida; el de la dignidad de la familia y el de la enseñanza religiosa en las escuelas; la defensa de las prerrogativas esenciales, que exigen el más fino y delicado respeto a la mujer brasileña y a la infancia; el deber de garantizar el derecho al trabajo y su justa paga; la lucha contra la sequía; el compromiso de garantizar una reforma agraria efectiva, justa y eficiente (cf. Consejo pontificio Justicia y paz, Para una mejor distribución de la tierra. El reto de la reforma agraria, 23 de noviembre de 1997, n. 35); y, para no citar otros, la preocupación por la aplicación correcta de las leyes vigentes para amparar tanto a los inmigrantes como a las poblaciones indígenas. Que Dios siga bendiciendo ese esfuerzo conjunto, impregnado de caridad cristiana, especialmente cuando está dedicado a la familia brasileña.

4. Señor vicepresidente de la República; señoras y señores, «la Iglesia alaba y tiene como digna de consideración la obra de aquellos que para servicio de los hombres se consagran al bien del Estado y aceptan las cargas de este deber » (Gaudium et spes GS 75). Deseo concluir con estas palabras del concilio Vaticano II, agradeciéndoos todo lo que hacéis, con espíritu evangélico, en favor de la vida política en Brasil. De igual modo, me propongo estimular vuestro espíritu de servicio que, juntamente con la competencia y la eficiencia necesarias, puede iluminar toda actividad orientada al bien común de la sociedad como, por otra parte, el pueblo exige justamente. A vosotros personalmente, y a todos los que colaboran con vosotros en la edificación de una cultura de la vida, os imparto de corazón la bendición apostólica.










A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA (CEI)


Jueves 21 de mayo de 1998

«.La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: .Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20,21-23).

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. El tema principal de vuestra asamblea plenaria es, precisamente, el Espíritu Santo, que Jesús resucitado dio a los Apóstoles ya desde el comienzo y que también ahora está presente y actúa en nuestras Iglesias, impulsándolas incesantemente por el camino de la misión.

Me alegra profundamente este habitual y familiar encuentro que, con espíritu de comunión, me permite participar más de cerca en vuestras preocupaciones pastorales concretas. Saludo y doy las gracias al cardenal Camillo Ruini, vuestro presidente, así como a los demás cardenales italianos. Saludo a los vicepresidentes, al secretario general y a cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos en el episcopado, agradeciendo con vosotros al Señor los dones que no deja de darnos. En su compañía, también las fatigas y las cruces del servicio apostólico se vuelven suaves y llevaderas (cf. Mt Mt 11,28-30).

2. Este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo está dedicado al Espíritu Santo, porque, como escribí en la encíclica Dominum et vivificantem, «lo que en .la plenitud de los tiempos. se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia. Por obra suya puede hacerse presente en la nueva fase de la historia del hombre sobre la tierra» (n. 51). Pero esta nueva fase, queridos hermanos, es para nosotros, principalmente, tiempo de misión y, en la situación actual de Italia, tiempo de nueva evangelización.

Me alegro con vosotros porque durante estos últimos años habéis realizado de forma cada vez más concreta esta gran tarea de la nueva evangelización, ante todo a través de la iniciativa del proyecto cultural orientado en sentido cristiano, que es, en primer lugar, un proyecto de evangelización de las diversas culturas, para que Jesucristo sea el punto de referencia decisivo de los pensamientos y comportamientos personales y sociales.

Además, por impulso del Espíritu están multiplicándose, en las diócesis italianas, nuevas propuestas y formas de acción misionera, comenzando por la que se puso en marcha aquí, en Roma, con el nombre de «misión ciudadana». Su propósito común es suscitar en todo el pueblo de Dios, en la variedad de sus componentes, incluidos con pleno derecho los laicos, una conciencia más viva y precisa del mandato misionero que recibimos de Dios Padre a través de Cristo resucitado. Se siente la urgencia de encontrar los caminos más eficaces y accesibles para realizar este mandato por lo que respecta a cada persona o familia, y también en los ambientes de trabajo y de vida, en las escuelas y las universidades, en los medios de comunicación social, en los hospitales y en muchas situaciones de pobreza y marginación. Queridos hermanos en el episcopado, la confianza y las expectativas del Papa ante estas nuevas formas de misión son grandes.

3. En esta misma perspectiva de evangelización, recordamos con gratitud al Señor el extraordinario acontecimiento del Congreso eucarístico nacional, con ocasión del cual pude encontrarme en Bolonia con la mayor parte de vosotros. En efecto, ese congreso expresó con singular eficacia la centralidad y la fecundidad de la Eucaristía en la vida de la comunidad eclesial, así como en cualquier otro ámbito de acción y de responsabilidad.


Discursos 1998 - Sábado 9 de mayo de 1998