Discursos 1998 - Jueves 21 de mayo de 1998

Otra cita que recuerdo de buen grado es la Jornada mundial de la juventud que se celebró en París en agosto del año pasado: también en esa circunstancia estuvisteis presentes muchos de vosotros, junto con cien mil jóvenes italianos, llenos de fe y entusiasmo. El Congreso eucarístico internacional y la Jornada mundial de la juventud que tendrán lugar en Roma durante el Año santo quieren ser la continuación ideal de los acontecimientos de Bolonia y París, como momentos fuertes del camino de una Iglesia que desea estar unida de forma cada vez más profunda a su Señor y, precisamente así, ser cada vez más capaz de penetrar en el corazón de la humanidad contemporánea, para acercarla o llevarla nuevamente a Cristo. El gran jubileo, para el que sé que las diócesis italianas se están preparando activamente bajo vuestra guía, es verdaderamente el tiempo y el momento favorable (cf. 2Co 6,2), a fin de que el recuerdo del nacimiento de nuestro único Salvador sea para todos nosotros principio de conversión y de misión.

4. Objeto de reflexión de vuestra asamblea es también, queridos hermanos, la pastoral de la movilidad humana, en su doble aspecto de atención a quienes acuden a Italia en búsqueda de condiciones de vida más aceptables, y de asistencia espiritual a las numerosas comunidades de italianos que residen y trabajan en el extranjero. También estas dimensiones de la pastoral, ambas indispensables, tienen que desarrollarse en una perspectiva plenamente evangélica. Esto requiere atención, solidaridad y prontitud de servicio a las personas y a las familias en sus múltiples necesidades y dificultades, especialmente por lo que concierne al trabajo, la vivienda y la asistencia sanitaria. Idéntica solicitud habrá que mostrar con respecto a la fe y la vida espiritual no sólo de los italianos en el extranjero, sino también de los numerosos inmigrantes en Italia que son católicos, sin renunciar jamás a proponer, con amor y respeto, la palabra de salvación del Evangelio a todos los que la providencia de Dios guía a estas tierras.

Otro tema de vuestros trabajos es el compromiso de la Iglesia italiana en el ámbito de las transmisiones de radio y televisión. Me alegra mucho que hayáis tenido la valentía y la clarividencia de aceptar una iniciativa de amplio alcance en este campo tan relevante para la evangelización y la formación de las mentalidades y los comportamientos. Deseo y confío en que, también a través de la colaboración cordial de los diversos medios de comunicación de inspiración cristiana, nacionales y locales, entre los que me complace recordar el óptimo servicio prestado por el diario «Avvenire », así como por otros periódicos católicos, pueda brindarse a todos, de modo cada vez más concreto, una interpretación cristiana de la vida y de los acontecimientos.

5. Venerados hermanos en el episcopado, en esta feliz circunstancia de nuestro encuentro, deseo confirmar y renovar la confianza y las expectativas que he expresado muchas veces con respecto a la Iglesia y la nación italiana, y que ahora cobran gran actualidad, en relación con los pasos adelante que se están dando en la construcción de la unidad europea. En efecto, ahora más que antes, Italia está llamada a dar toda su contribución para que, en la nueva Europa que se va realizando, la fe cristiana sea fermento vivificante y cemento unificador. Y es evidente que, para poder realizar esta tarea, Italia debe mantener vivo y activo, ante todo dentro de ella, el patrimonio religioso y cultural que está presente en esos lugares ya desde el testimonio y el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo.

En esta fase de rápidos cambios en la que, con esfuerzos y contrastes, se trata de diseñar de nuevo las estructuras institucionales, sociales y económicas de este país en el ámbito europeo, comparto de corazón vuestra preocupación y vuestra insistencia para que el trabajo, factor decisivo de la promoción de la persona y la sociedad, sea defendido e incrementado, encontrando soluciones nuevas y eficaces para su falta, a menudo gravísima. La comunidad cristiana, sobre la base de una profunda inteligencia de la fe, deberá comprometerse activamente, con mayor energía y renovada creatividad, a buscar formas nuevas de iniciativa, de participación y de apoyo. Es preciso actualizar la atención especial a los pobres, a los niños y a los jóvenes, identificando con valentía modalidades aún inexploradas de participación para que, junto con el empleo, se brinde una ulterior perspectiva de esperanza y confianza.

Ojalá que la caridad activa no se canse de buscar caminos para que la solidaridad de todos alivie las necesidades de cada uno, según el ejemplo de la primera comunidad cristiana (cf. Hch Ac 2,42 ss y 4, 34 ss). A este propósito, mi afectuoso recuerdo y mi oración van nuevamente, de modo particular, a las poblaciones de la Champán, probadas tan duramente por la reciente calamidad natural.

Sin embargo, es evidente que, en el ámbito de una economía cada vez más abierta, cobra cada vez mayor importancia una auténtica y concreta aplicación del principio de subsidiariedad, que permita valorar más plenamente las numerosas energías y capacidades de iniciativa de la sociedad italiana.

6. El recurso más valioso y más importante, para el presente y el futuro de Italia, es concretamente la familia.Pero también es la más atacada y amenazada, tanto en su misma estructura fundamental como en sus derechos y en sus tareas. Por eso, queridos hermanos, comparto las iniciativas que incansablemente promovéis, para que la pastoral familiar se transforme cada vez más en un eje fundamental de la acción de la Iglesia y pueda llegar al mayor número de familias, en sus condiciones efectivas de vida.

También son indispensables la elaboración y la difusión de una cultura favorable a la familia y a la vida, y un compromiso coherente y valiente de desarrollar políticas sociales verdaderamente atentas al papel de la familia en la realidad italiana, y para garantizar el respeto a la norma constitucional, con la que la República italiana «reconoce los derechos de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio» (Art. 29); en efecto, son demasiadas las propuestas de ley, las decisiones administrativas y las sentencias judiciales que, en realidad, no van de acuerdo con esos derechos fundamentales. Por tanto, animo de corazón a todas las fuerzas culturales, sociales y políticas y, de modo especial, a las mismas organizaciones de las familias, a afrontar este difícil desafío, decisivo para el rostro que Italia irá asumiendo.

En su irrenunciable tarea educativa, la familia cuenta con la ayuda de la escuela, a la que se dirige también nuestra solícita atención de pastores. Queridos hermanos en el episcopado, estamos vivamente interesados y preocupados por toda la escuela italiana que, para un serio impulso cualitativo, necesita ser reconocida concretamente, con esta finalidad, como un bien prioritario de toda la nación. Y de modo especial estamos seriamente preocupados por las escuelas libres y, entre éstas, por las escuelas católicas, a las que aún no se les reconoce en Italia la paridad efectiva que, en cambio, es una realidad positiva y consolidada en otros países europeos. Por eso, pedimos con fuerza y urgencia que se supere finalmente esta infeliz anomalía, que no honra a Italia.

Venerados hermanos obispos italianos, en este mes dedicado a la Virgen, encomendémosle a ella, que es nuestra confianza y nuestra esperanza, los deseos y los anhelos de nuestro corazón.

Que Dios os bendiga a cada uno de vosotros y a las Iglesias que se os han encomendado. Que bendiga al pueblo italiano, lo defienda de las asechanzas y de los peligros, ilumine su camino en el umbral del tercer milenio y sostenga los pasos de los heraldos del Evangelio que trabajan para reavivar su fe y confirmar su esperanza.








AL QUINTO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 21 de mayo de 1998



Querido cardenal Maida;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con ocasión de vuestra visita ad limina, doy la bienvenida con gran alegría al quinto grupo de obispos de Estados Unidos, de los Estados de Michigan y Ohio. Vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo brinda una nueva oportunidad de reflexionar en el testimonio que dieron usque ad sanguinis effusionem, y expresa el profundo vínculo de comunión que existe entre los obispos y el Sucesor de Pedro. Por eso, estos días son un tiempo de reflexión sobre vuestro ministerio episcopal y vuestra especial responsabilidad ante Cristo por el bien de su cuerpo, la Iglesia. Ojalá que el ejemplo de los primeros testigos y su intercesión sean fuente de fuerza para vosotros en la predicación del Evangelio, teniendo presentes las palabras de san Pablo a Timoteo: «El fin de este mandato es la caridad que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera» (1Tm 1,5).

En esta serie de visitas ad limina, he elegido reflexionar en las oportunidades que brinda el gran jubileo del año 2000 para la evangelización, a la luz de la gracia extraordinaria que fue y es el concilio Vaticano II.Durante mi último encuentro con los obispos de vuestro país, me referí al carácter apostólico distintivo del ministerio episcopal y a su importancia para la renovación espiritual de la comunidad cristiana. Hoy deseo hablar de la identidad y la misión de los sacerdotes, vuestros colaboradores en la tarea de santificación del pueblo de Dios y de transmisión de la fe (cf. Lumen gentium LG 28). Pienso con inmensa gratitud en todos vuestros sacerdotes, cuya vida está profundamente marcada por la fidelidad a Cristo y la entrega generosa a sus hermanos. Al igual que sus hermanos en la vida consagrada, a la que espero dedicar una futura reflexión en esta serie, son fundamentales para la renovación que el Espíritu Santo fomenta continuamente en la Iglesia.

2. Hace dos años celebré el 50 aniversario de mi ordenación sacerdotal, y puedo decir con verdad que mi experiencia del sacerdocio ha sido fuente de gran alegría para mí a lo largo de estos años. Reflexionando sobre el sacerdocio en Don y misterio, puse de relieve dos verdades esenciales. La vocación sacerdotal es un misterio de elección divina y, por tanto, un don que trasciende infinitamente a la persona. Al considerar el pasado, recuerdo constantemente las palabras de Jesús a sus Apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). El sacerdote, meditando estas palabras, cobra mayor conciencia de la elección misteriosa que Dios ha hecho al llamarlo a este servicio, no por sus talentos o méritos, sino en virtud de «la determinación de Dios y de la gracia que nos dio» (cf. 2Tm 1,9).

Es vital para la vida de la Iglesia en vuestras diócesis que prestéis mucha atención a vuestros sacerdotes y a la calidad de su vida y de su ministerio. Con vuestra palabra y vuestro ejemplo debéis recordarles constantemente que el sacerdocio es una vocación especial que consiste en configurarse de modo único a Cristo, el sumo Sacerdote, el maestro, santificador y pastor de su pueblo, mediante la imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo en el sacramento del orden sagrado. No se trata de una carrera ni significa pertenecer a una casta clerical. Por esa razón, «el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo y de la Iglesia de un modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad pastoral» (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 6). Así pues, toda la vida del sacerdote se transforma, a fin de que pueda ser Cristo para los demás: un signo convincente y eficaz de la presencia amorosa y salvífica de Dios. Debe vivir el sacerdocio como una entrega total de sí mismo al Señor.Y para que este don sea auténtico, sus pensamientos, sus actitudes, su actividad y sus relaciones con los demás deben mostrar completamente que él reproduce «la mente del Señor» (1Co 2,16). Como san Pablo, debe ser capaz de decir: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20). Tenemos que reconocer con gratitud los signos de una genuina renovación de la espiritualidad del sacerdocio, y favorecer un nuevo florecimiento de la auténtica tradición teológica de la vida sacerdotal donde se haya oscurecido.

3. Si los obispos y los sacerdotes quieren ser testigos verdaderamente eficaces de Cristo y maestros de la fe, tienen que ser hombres de oración como Cristo mismo. El sacerdote sólo puede cumplir su misión si se dirige con frecuencia y confianza a Dios, buscando la guía del Espíritu Santo. Los sacerdotes, y los seminaristas que se preparan para el sacerdocio, necesitan ser conscientes de que existe «una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio» (Pastores dabo vobis PDV 24). Todo sacerdote está llamado a desarrollar una gran familiaridad personal con la palabra de Dios, para que pueda entrar cada vez más en el pensamiento del Maestro y afianzar la adhesión al Señor, su modelo sacerdotal y su guía (cf. Catequesis del 2 de junio de 1993, n. 4). Una vida de oración intensa da el don de sabiduría, con el que «el Espíritu lleva al sacerdote a valorar cada cosa a la luz del Evangelio, ayudándole a leer en los acontecimientos de su propia vida y de la Iglesia el misterioso y amoroso designio del Padre» (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 1998, n. 5: L.Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de abril de 1998, p. 4).

En una época que exige mucho tiempo y energías por parte del sacerdote, es importante subrayar que uno de sus primeros deberes es el de orar por el pueblo que se le ha encomendado. Este es su privilegio y su responsabilidad, pues ha sido ordenado con el fin de representar a su pueblo ante el Señor e interceder en su favor ante el trono de gracia (cf. Catequesis del 2 de junio de 1993, n. 5). A este respecto, quisiera poner de relieve una vez más la importancia que tiene en la vida sacerdotal rezar fielmente todos los días la liturgia de las Horas, la oración pública de la Iglesia. Mientras que los fieles están invitados a participar en esta oración, siguiendo la recomendación de Cristo a orar siempre sin desfallecer (cf. Lc Lc 18,1), los sacerdotes han recibido la misión especial de celebrar el Oficio divino, en el que Cristo mismo ora con nosotros y por nosotros (cf. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 1984, n. 5). En efecto, orar por las necesidades de la Iglesia y de cada fiel es tan importante, que habría que pensar seriamente en reorganizar la vida sacerdotal y parroquial a fin de asegurar que los sacerdotes tengan tiempo para dedicarse a esta tarea esencial, de forma individual y en comunidad. La oración litúrgica y la personal, y no las tareas de administración, deben marcar el ritmo de la vida del sacerdote, incluso en la parroquia más activa.

4. La celebración de la Eucaristía es el momento más importante del día para el sacerdote, el centro de su vida. Al ofrecer el sacrificio de la misa, en el que se hace presente y se renueva el sacrificio único de Cristo hasta que vuelva, el sacerdote asegura que se siga realizando la obra de redención (cf. Presbyterorum ordinis PO 13). De este sacrificio único saca su fuerza todo el ministerio del sacerdote (cf. ib., 2), y el pueblo de Dios recibe la gracia para vivir una vida verdaderamente cristiana en la familia y en la sociedad. Es importante que los obispos y los sacerdotes no pierdan de vista el valor intrínseco de la Eucaristía, valor que es independiente de las circunstancias en las que tiene lugar su celebración. Por este motivo, es preciso alentar a los sacerdotes a celebrar la misa todos los días, incluso cuando no hay asamblea, puesto que se trata de un acto de Cristo y de la Iglesia (cf. ib., 13; Código de derecho canónico, c. 904).

Para que la Eucaristía pueda producir plenamente su gracia en la vida de vuestras comunidades, también es necesario prestar especial atención a la promoción del sacramento de la penitencia. Los sacerdotes son testigos especiales y ministros de la misericordia de Dios. En ningún otro momento pueden estar tan cerca de los fieles, como cuando los guían a Cristo crucificado que perdona en este encuentro tan personal (cf. Redemptor hominis RH 20). Ser ministros del sacramento de la reconciliación es un privilegio especial para el sacerdote que, actuando en la persona de Cristo, puede participar de un modo singular en el drama de otra vida cristiana. Los sacerdotes deben estar siempre dispuestos a escuchar las confesiones de los fieles, y hacerlo de forma que permita al penitente explicar y meditar su situación particular a la luz del Evangelio. Esta tarea fundamental del ministerio pastoral, dirigida a intensificar la unión de cada persona con el Padre misericordioso, es una dimensión vital de la misión de la Iglesia. Debería ser tema de estudio y reflexión en los encuentros de sacerdotes y en los cursos de formación permanente. Alejarse del sacramento de la penitencia es alejarse de una forma insustituible de encuentro con Cristo. Por eso, los sacerdotes deberían recibir regularmente este sacramento, con espíritu de fe y devoción genuinas. De esa forma, se afianza la conversión constante del sacerdote al Señor, y los fieles ven más claramente que la reconciliación con Dios y la Iglesia es necesaria para una auténtica vida cristiana (cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 53).

5. Los sacerdotes, como maestros de la fe, desempeñan un papel directo al responder al gran desafío de la evangelización que afronta la Iglesia, en el umbral del tercer milenio cristiano. El Evangelio que predicamos es la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre la condición humana: los hombres de nuestro tiempo quieren escuchar esta verdad en toda su plenitud. Por eso, la homilía dominical exige una cuidadosa preparación por parte del sacerdote, que tiene la responsabilidad personal de señalar a los fieles la fuente de la luz evangélica que puede iluminar el camino de los individuos y las sociedades (cf. Catequesis del 21 de abril de 1993, n. 5). El Catecismo de la Iglesia católica es un excelente recurso para la predicación, y al usarlo, los sacerdotes ayudarán a sus comunidades a profundizar en el conocimiento del misterio cristiano en toda su inagotable riqueza y, por tanto, a arraigarse en la verdadera santidad y a fortalecerse para el testimonio y el servicio (cf. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 1993, n. 2: L.Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de marzo de 1993, p. 1).

La parroquia es una «familia de familias », y debería organizarse para apoyar la vida familiar de todos los modos posibles. Mi propia experiencia de joven sacerdote en Cracovia me enseñó que la asistencia que los sacerdotes pueden brindar a las parejas de jóvenes que se preparan para las responsabilidades de la vida conyugal es también de gran utilidad para su propia espiritualidad sacerdotal. Los sacerdotes están llamados a una forma única de paternidad espiritual, y pueden llegar a apreciar más profundamente el significado de ser un «hombre para los demás» mediante su servicio pastoral a quienes se esfuerzan por vivir las exigencias del amor abnegado y fecundo en el matrimonio cristiano.

Es tarea del sacerdote guiar a los fieles a la madurez espiritual en Cristo, para que puedan responder a la llamada a la santidad y cumplir su vocación de transformar el mundo según el espíritu del Evangelio (cf. Christifideles laici CL 36). Al colaborar estrechamente con los laicos, los sacerdotes han de alentarlos a considerar el Evangelio como la principal fuerza de renovación de la sociedad, del vasto y complejo mundo de la política y la economía, pero también del mundo de la cultura, de la ciencia y de las artes, de la vida internacional y de los medios de comunicación social (cf. Evangelii nuntiandi EN 70). El sacerdote no necesita ser experto en todo, pero debe ser experto en el discernimiento de los «carismas superiores», que el Espíritu Santo derrama abundantemente para la edificación del Reino (cf. 1Co 12,31), y debe ayudar a su pueblo a usar estos dones para favorecer la civilización del amor.

6. El obispo no puede menos de participar personalmente en la promoción de las vocaciones al sacerdocio, y debe animar a toda la comunidad de fe a desempeñar un papel activo en esta tarea. «Ha llegado el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana» (Pastores dabo vobis PDV 39). La experiencia enseña que cuando se hace la invitación, la respuesta es generosa. El contacto pastoral del sacerdote con los jóvenes, su cercanía a ellos en sus problemas, y su actitud de apertura, benevolencia y disponibilidad, forman parte de un auténtico ministerio para la juventud. El sacerdote es un verdadero guía espiritual cuando ayuda a los jóvenes a tomar decisiones importantes relacionadas con su vida, y, especialmente, cuando les ayuda a responder a la pregunta: ¿qué quiere Cristo de mí? Es preciso hacer mucho más para asegurar que todos los sacerdotes estén convencidos de la importancia fundamental de este aspecto del ministerio. En la promoción y el discernimiento de las vocaciones sacerdotales, es insustituible la presencia del sacerdote comprometido, maduro y feliz, con el que los jóvenes pueden reunirse y hablar.

7. Como obispos, debéis explicar a los fieles por qué la Iglesia no tiene autoridad para conferir a mujeres el sacerdocio ministerial, y, a la vez, aclarar por qué no se trata de una cuestión de igualdad de las personas o de los derechos que Dios les dio. Dios otorga el sacramento del orden sagrado y el sacerdocio ministerial como un don, en primer lugar a la Iglesia, y luego a la persona llamada por él. Por eso, nadie puede reclamar jamás la ordenación sacerdotal como un derecho; a nadie se le «debe» el orden sagrado dentro de la economía de la salvación. Por último, este discernimiento corresponde a la Iglesia, a través del obispo. Y la Iglesia ordena solamente sobre la base de dicho discernimiento eclesial y episcopal.

La enseñanza de la Iglesia según la cual únicamente los varones pueden recibir la ordenación sacerdotal es expresión de fidelidad al testimonio del Nuevo Testamento y a la tradición constante de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente. El hecho de que Jesús mismo haya elegido y designado a varones para ciertas tareas específicas no disminuye en absoluto la dignidad humana de las mujeres, que claramente quiso destacar y defender; al hacerlo, no relegó a las mujeres a un papel meramente pasivo en la comunidad cristiana. El Nuevo Testamento muestra que las mujeres desempeñaron un papel fundamental en la Iglesia primitiva. El testimonio del Nuevo Testamento y la tradición constante de la Iglesia nos recuerdan que el sacerdocio ministerial no puede entenderse con categorías sociológicas o políticas, como un asunto de ejercicio de «poder» dentro de la comunidad. El sacerdocio del orden sagrado tiene que comprenderse teológicamente, como una forma de servicio en la Iglesia y para la Iglesia. Este servicio asume muchas formas, como son muchos los dones que da el mismo Espíritu (cf. 1 Co 12, 4-11).

Las Iglesias, en particular la católica y la ortodoxa, que sitúan la sacramentalidad en el centro de la vida cristiana, y la Eucaristía en el centro de la sacramentalidad, están convencidas de que no tienen autoridad para conferir a mujeres el sacerdocio ministerial. Por el contrario, las comunidades cristianas cuanto más se alejan de una comprensión sacramental de la Iglesia, de la Eucaristía y del sacerdocio, tanto más fácilmente confieren una responsabilidad ministerial a las mujeres. Se trata de un fenómeno que deben analizar más profundamente los teólogos, en colaboración con los obispos. Al mismo tiempo, es indispensable que sigáis prestando atención a toda la cuestión del modo en que se fomentan, se acogen y se aprovechan los dones específicos de las mujeres en la comunidad eclesial (cf. Carta a las mujeres, 11-12). El «genio» de las mujeres debe ser cada vez más una fuerza vital de la Iglesia del próximo milenio, precisamente como lo fue en las primeras comunidades de discípulos de Jesús.

8. Queridos hermanos en el episcopado, a través de vosotros quisiera llegar a todos los sacerdotes de Estados Unidos, a fin de agradecerles la santidad de su vida y su celo incansable por ayudar a los fieles a experimentar el amor salvífico de Dios. El testimonio alegre y responsable de vuestros sacerdotes contribuye de modo admirable a la vitalidad de la Iglesia en vuestras diócesis. Os invito a vosotros, al igual que a ellos, a renovar todos los días vuestro amor al sacerdocio y a ver siempre en él la perla de gran valor por la que el hombre sacrificar á todo lo demás (cf. Mt Mt 13,45). Pido a Dios en mis oraciones especialmente por quienes están afrontando dificultades en €su vocación, y encomiendo sus inquietudes y preocupaciones a la intercesión de María, Madre del Redentor.

Dado que hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión, nos alegramos por la gloria del Señor a la diestra del Padre y esperamos la próxima fiesta de Pentecostés. Invoco una nueva efusión del Espíritu Santo sobre vosotros así como sobre los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis. El Paráclito, que guía a la Iglesia en la tarea de la evangelización, renueve sus siete dones en vuestro corazón, para que améis y sirváis, con total fidelidad, a las Iglesias particulares encomendadas a vuestra solicitud. Con mi bendición apostólica.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE MACEDONIA


CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN CIRILO Y SAN METODIO


Viernes 22 de mayo de 1998



Estimado ministro;
gentiles señores:

Con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio habéis venido una vez más en peregrinación a Roma, ciudad que tiene el privilegio de conservar las reliquias de san Cirilo. Me complace saludaros, mientras venís a rendir homenaje a este copatrón de Europa, y a reafirmar vuestro compromiso en favor de los ideales de unidad y solidaridad que él y su hermano encarnaron de modo tan eficaz en su vida, consagrada a la difusión de la fe cristiana.

De un modo muy real, los santos hermanos de Salónica son un puente entre el Este y el Oeste, un vínculo que une diferentes culturas y tradiciones en una rica herencia, para el bien de toda la familia humana. Para la Europa moderna y, especialmente para los Balcanes, siguen siendo un testimonio apremiante de la necesidad «de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada nación» (Slavorum Apostoli, 1), valores que, en el umbral del nuevo milenio, son más importantes que nunca. El testimonio de su vida muestra la perenne verdad de que, sólo mediante la caridad y la justicia, la paz puede llegar a ser una realidad que abrace a todos los corazones humanos, superando el odio y venciendo el mal con el bien.

Queridos hermanos, oro para que vuestra peregrinación colme vuestra mente y vuestro corazón de esta paz, y pido a Dios todopoderoso que os bendiga a vosotros y a vuestros compatriotas con la unidad y la buena voluntad.










A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO ITALIANO POR LA VIDA



Viernes 22 de mayo de 1998




1. Bienvenidos, queridos hermanos y hermanas, pertenecientes al Movimiento por la vida. Habéis venido a Roma desde varias ciudades italianas para renovar una vez más vuestro «sí» al valor fundamental de la vida y hacer oír la voz de tantos inocentes, cuyo derecho a nacer corre peligro. Saludo con afecto a monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia pontificia para la vida, y al hon. Carlo Casini, presidente del Movimiento, al que agradezco las hermosas y fuertes palabras que ha querido dirigirme en vuestro nombre. Saludo, asimismo, a todos los que durante estos años han trabajado activamente para defender y promover la vida.

Como recordé en la encíclica Evangelium vitae: «La humanidad de hoy nos ofrece un espectáculo verdaderamente alarmante, si consideramos no sólo los diversos ámbitos en los que se producen los atentados contra la vida, sino también su singular proporción numérica, junto con el múltiple y poderoso apoyo que reciben de una vasta opinión pública, de un frecuente reconocimiento legal y de la implicación de una parte del personal sanitario» (n. 17).

Con profundo dolor debemos constatar que estos graves fenómenos también se registran en Italia, donde en los últimos veinte años tres millones y medio de niños han sido asesinados con el apoyo de la ley, además de los que fueron eliminados clandestinamente. Sin embargo, ante estos datos preocupantes, vuestra presencia tan numerosa y convencida es un signo alentador que alimenta la esperanza de la victoria de la verdad sobre las falsas justificaciones del aborto. Y la verdad es que todo ser humano tiene derecho a la vida desde su concepción hasta su ocaso natural. Para los creyentes, la esperanza de que esta verdad se afirme encuentra su fundamento en Cristo, muerto y resucitado, que envía al mundo su Espíritu, para infundir valentía y suscitar defensores y testigos incansables de la verdad y de la vida.

2. También hoy nos brindan motivos de consuelo las personas que constatan en el ámbito político el fracaso de las leyes abortistas, que no sólo no han vencido el aborto clandestino sino que, por el contrario, han contribuido a la disminución de la natalidad y, con frecuencia, a la degradación de la moralidad pública. Estos datos ponen de manifiesto la urgente necesidad de comprometerse en la promoción y la defensa de la institución familiar, primer recurso de la sociedad humana, sobre todo por lo que atañe al don de los hijos y a la afirmación de la dignidad de la mujer. En efecto, son muchos los que, considerando la dignidad de la mujer como persona, como esposa y como madre, ven en la legislación abortista un fracaso y una humillación para la mujer y para su dignidad.

Gran motivo de consuelo es también vuestra labor, queridos hermanos afiliados al Movimiento por la vida: gracias al compromiso capilar y eficaz de los Centros de ayuda que promovéis, ha sido posible salvar a más de cuarenta mil niños y niñas, y asistir a otras tantas mujeres. Este prometedor resultado demuestra que, cuando se le brinda un apoyo concreto, la mujer, a pesar de los problemas y condicionamientos a veces incluso dramáticos, es capaz de hacer que triunfe en su interior el sentido del amor, de la vida y de la maternidad.

Vuestro meritorio compromiso ha influido positivamente en las conciencias de las personas, en las que, a menudo, «se produce el eclipse del sentido de Dios y del hombre, con todas sus múltiples y funestas consecuencias para la vida» (Evangelium vitae EV 24), y en la «conciencia moral de la sociedad», que es «responsable, no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la .cultura de la muerte., llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas .estructuras de pecado. contra la vida » (ib.).

La red de asistencia a la vida naciente, que vuestro Movimiento ha logrado construir, suscitando la atención de las instituciones políticas y de amplios sectores de la sociedad, permite pensar que, si se admitiera en los organismos sanitarios públicos la acción de tantos voluntarios, apoyada por una solidaridad más explícita, lograría resultados mayores aún en favor de tantas vidas inocentes.

Espero que las parroquias y las diócesis atesoren vuestra experiencia para crear estructuras orgánicas de ayuda a la vida, no sólo del niño por nacer, sino también de los adolescentes, los ancianos y las personas solas o abandonadas.

3. A la ayuda concreta y a una amplia acción educativa, que implique a toda la comunidad eclesial, debe corresponder el compromiso político para el reconocimiento pleno de la dignidad y los derechos del niño por nacer y para la revisión de las leyes que legitiman su eliminación. Ninguna autoridad humana, ni siquiera el Estado, puede justificar moralmente el asesinato del inocente. Esta trágica transformación de un delito en derecho (cf. ib., 11), es señal de preocupante decadencia de una civilización.

En efecto, las leyes abortistas, además de herir la ley que el Creador ha impreso en el corazón de todo hombre, manifiestan una forma incorrecta de democracia, proponen un concepto reductivo de sociabilidad, y descubren una carencia de compromiso por parte del Estado en relación con la promoción de los valores.

Por tanto, una acción eficaz en este campo debe tender a reconstruir un horizonte de valores, que se traduzca en una clara afirmación del «derecho a la vida» en los documentos internacionales y en las leyes nacionales.

4. Por otra parte, el progreso económico y social no puede tener un fundamento seguro y esperanzas concretas, si en su base no se tiene en cuenta el derecho a la vida. No tiene futuro una sociedad incapaz de valorar debidamente la riqueza que representa un hijo que nace, y de apreciar la vocación de la mujer a la maternidad.

Como recordé en la encíclica Evangelium vitae, el mundo contemporáneo incurre hoy «en una sorprendente contradicción: justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos inviolables de la persona y se afirma públicamente el valor de la vida, el derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte» (n. 18).

Frente a esas posiciones ambiguas, deseo reafirmar que el respeto a la vida desde su concepción hasta su muerte natural constituye el momento esencial de la cuestión social moderna. La falta de dicho respeto en las sociedades desarrolladas tiene graves consecuencias en los países en vías de desarrollo, donde aún se insiste en las perniciosas campañas antinatalistas, y se nota sobre todo en el ámbito de la procreación humana artificial y en el del debate relativo a la eutanasia.

5. Queridos hermanos y hermanas del Movimiento por la vida, perseverad en vuestro valiente compromiso. Todos vuestros sacrificios y sufrimientos se verán recompensados con la sonrisa de tantos niños que, gracias a vosotros, podrán gozar del don inestimable de la vida. Os animo cordialmente a hacer todo lo posible para que se reconozca efectivamente a todos el derecho a la vida y se construya una auténtica democracia, inspirada en los valores de la civilización del amor.

Os encomiendo a cada uno de vosotros y todos vuestros proyectos de bien a María, «Madre de todos los vivientes», y, a la vez que os aseguro mi oración diaria, con mucho gusto os imparto a vosotros y a vuestras iniciativas la bendición apostólica.









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