Discursos 1998


VISITA PASTORAL A LAS ARCHIDIÓCESIS DE VERCELLI Y TURÍN


A LOS FIELES DE LA ARCHIDIÓCESIS DE VERCELLI


REUNIDOS EN LA BASÍLICA DE SAN ANDRÉS


Sábado 23 de mayo de 1998

Señor ministro;
señor alcalde;
distinguidas autoridades;
amadísimos hermanos y hermanas de Vercelli:

1. Expreso toda mi alegría por estar hoy en medio de vosotros y elevo mi acci ón de gracias a Dios, que me brinda la oportunidad de visitar vuestra ilustre ciudad.

Agradezco al señor alcalde las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los ciudadanos. Doy las gracias y saludo cordialmente al señor ministro, así como a los representantes de las instituciones civiles y militares, que han querido honrar este encuentro con su presencia. Mi afectuoso saludo va, asimismo, al venerado pastor de esta archidiócesis, el querido monseñor Enrico Masseroni; a su predecesor y ahora mi colaborador en Roma, el querido monseñor Tarcisio Bertone; y a todos vosotros, aquí reunidos, así como a cuantos no han podido estar presentes físicamente, pero se hallan unidos a nosotros mediante la radio y la televisi ón. Un saludo deferente dirijo a los representantes de la antigua comunidad judía y a los de la comunidad musulmana, que están hoy con nosotros.

2. Mi primer encuentro con los ciudadanos de Vercelli tiene lugar en este antiguo templo, dedicado al apóstol san Andrés, que está a cargo de los beneméritos canónigos lateranenses, representados aquí por el abad general. La basílica, símbolo de la ciudad, es conocida por su espléndida belleza artística: una verdadera obra de arte de la arquitectura gótico-románica del siglo XIII. Conocida como el principal monumento ciudadano, la basílica de San Andrés constituye la síntesis admirable de una larga tradición en la que se entrelazan las dos dimensiones esenciales de la ciudad: la civil y la religiosa. Por tanto, a la vez que representa una gloriosa memoria del pasado, asume el valor de indicación y advertencia para un prometedor impulso hacia el futuro.

La «memoria» se ha cristalizado a lo largo de los siglos y se ha concretado en las numerosas expresiones artísticas que hacen de Vercelli una de las ciudades más ricas en monumentos y obras pictóricas del Piamonte.

Pero la basílica de San Andrés, con su impulso arquitectónico y sus atrevidas líneas, invita a mirar hacia lo alto. Este es el primer mensaje que brota de este templo, al igual que de los otros grandes signos de la fe edificados a lo largo de los siglos en los barrios de vuestra ciudad. Nos recuerdan que el sentido de la vida y de la experiencia humana no se acaba en las preocupaciones terrenas, sino que necesita de la luz que viene de lo alto. En efecto, los valores de la fe que expresan estos monumentos antiguos no son ajenos a las fatigas e inquietudes de cada día. Indican la dirección correcta y dan pleno sentido a la historia y a los proyectos personales y comunitarios.

3. Amadísimos habitantes de Vercelli, parece que en vuestra ciudad, a lo largo de su larga historia, coexisten dos almas, dos sensibilidades, casi dos culturas: la urbana y la rural. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, que aquí surgió en 1228 la primera universidad del Piamonte, el «Studium», que contaba con prestigiosos profesores en las disciplinas jurídicas y médicas? Además, en tiempos recientes, esta provincia ha sido reconocida como una de las capitales de la producción de arroz. ¿Y qué decir de los grandes recursos culturales, que han ilustrado el pasado y siguen caracterizando el presente de vuestra ciudad? La conmemoración de los 1650 años de ordenación episcopal de san Eusebio, con la celebración del año eusebiano, fue una ocasión oportuna para reavivar la memoria de las glorias de otro tiempo y comprometer a los habitantes de Vercelli a mantener vivos en la conciencia de los jóvenes los valores que han engrandecido a la ciudad en el curso de los siglos. Se trata de un patrimonio inestimable que hay que transmitir fielmente a las nuevas generaciones.

Para ese fin, ciertamente, es provechosa la colaboración entre la comunidad civil y la eclesial, respetando cada una las competencias de la otra, y ambas concordes en responder a las expectativas de quienes serán ciudadanos adultos en el nuevo milenio. Los jóvenes necesitan un intenso compromiso para resolver problemas muy concretos como los estudios y el trabajo. A la vez, tienen derecho a vivir en una ciudad donde sea tangible el sentido de la concordia, de la solidaridad y de la acogida. Sólo así Vercelli conservará la imagen de ciudad pacífica y abierta a las novedades positivas que conlleva el progreso.

4. Amadísimos hermanos y hermanas que vivís en esta ciudad, vuestra historia es extraordinariamente rica en cultura y fe. Os corresponde ahora a vosotros, herederos de un glorioso pasado, esforzaros por transmitir a las futuras generaciones la antorcha de una tradición tan luminosa. Sabéis bien cuán urgente es infundir en el actual ambiente cultural, azotado a menudo por el viento gélido de la indiferencia y del egoísmo, la levadura evangélica de las bienaventuranzas. Hace falta una acción valiente para formar las conciencias. Pero la experiencia enseña que nada mejor que la fe logra mantener vivo en los corazones el sentido de los valores morales. El cristiano convencido sabe conjugar de modo responsable la competencia y la transparencia en el cumplimiento de sus propios deberes.

Esto vale, en particular, para los que están llamados a ejercer funciones públicas. La Iglesia suele elevar al Señor su oración por los responsables del bien común. En este año dedicado al Espíritu Santo invoca para ellos, de modo especial, los dones de consejo y fortaleza, tan necesarios para promover en la sociedad el valor fundamental de la justicia. En efecto, a los administradores públicos se les pide mucha valentía para privilegiar el bien común ante cualquier forma de particularismo, y ocuparse de las exigencias de los más débiles. Esto es lo que la gente espera sobre todo de los cristianos que trabajan en los diversos ámbitos de la vida civil. Mucho se ha hecho en esta dirección, pero aún queda mucho por hacer. Amadísimos hermanos y hermanas, os aliento a proseguir por este camino, valorando las energías positivas presentes en la comunidad y acogiendo la contribución de todas las personas de buena voluntad.

5. Ciudad de Vercelli, ¡gracias por tu cordial acogida! Te encomiendo a ti y a tus habitantes a san Andrés, patrono de esta basílica, y a san Eusebio, primer obispo de la comunidad diocesana. Te encomiendo a María, venerada en el santuario principal de la diócesis con el título de «Virgen de los enfermos».

A ti, Virgen santa, te encomiendo a los niños, a los ancianos y a todos los habitantes de esta región. Guía a cada uno hacia el gran jubileo del año 2000 y acrecienta en todos la fe, para que en la tierra de san Eusebio sigan floreciendo auténticos testigos de Cristo y del Evangelio.

Te encomiendo, María, a las personas solas o que tienen dificultades, a los enfermos y, de modo especial, a los pacientes del hospital de San Andrés, unido históricamente a los orígenes de esta basílica homónima. Virgen santísima, que compartiste la pasión de Cristo en el Calvario, obtén para los que sufren el consuelo de la esperanza cristiana.

A todos vosotros, queridos habitantes de Vercelli, os abrazo cordialmente y os imparto mi afectuosa bendición apostólica.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES AL FINAL DE LA MISA DE BEATIFICACIÓN


DE SECONDO POLLO


Sábado 23 de mayo de 1998



Al término de esta solemne celebración eucarística, deseo dirigiros también una palabra a vosotros, amadísimos jóvenes de Vercelli, para proponeros como modelo y guía al joven sacerdote que acabo de proclamar beato.

Quizá algunos de entre vosotros sientan en su corazón el impulso a seguirlo por el camino del sacerdocio.Ojalá que don Secondo Pollo obtenga a estos elegidos la valentía de un sí generoso a la llamada de Dios. Pero hay una invitación que dirige a todos esta tarde: la de apostar con él por la santidad. Cualquiera que sea el camino que cada uno de vosotros elija en la vida, esa meta no es imposible para nadie, porque Dios llama a todos a ser santos.

Don Secondo Pollo lo comprendió y, por eso, en pocos años supo alcanzar las cumbres de la perfección evangélica, viviendo profundamente la amistad con Dios y la caridad con los hermanos. Queridos jóvenes, en esto es un ejemplo para todos vosotros. Si queréis imitarlo, debéis aprender de él a poner vuestra vida bajo el signo de una entrega desinteresada. Precisamente a partir del otro podéis encontraros a vosotros mismos. Al entregaros a los demás, realizaréis plenamente vuestras aspiraciones más profundas. Rechazad a quien os desaconseje amar y os sugiera el cálculo y el egoísmo. Quien os hable así, en realidad os impulsa a renunciar a ser hombres y mujeres en plenitud. En su breve vida, don Secondo Pollo no se guió por la búsqueda de emociones egoístas y fugaces, sino por el amor a Cristo y a sus hermanos.

Este joven sacerdote está ahora ante vosotros, jóvenes de Vercelli, y os habla con el testimonio de toda su vida. Desde el cielo, donde comparte la gloria de los beatos, os dice: «No tengáis miedo. El Espíritu de Cristo está con vosotros. Escuchadlo».

Os bendigo a todos de corazón.








DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA


ANTE LA SÁBANA SANTA


Catedral de Turín

Domingo 24 de mayo\i \Ide 1998



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con la mirada dirigida a la Sábana santa, deseo saludaros cordialmente a todos vosotros, fieles de la Iglesia turinesa. Saludo a los peregrinos que durante el período de esta ostensión vienen de todo el mundo para contemplar uno de los signos más conmovedores del amor sufriente del Redentor.

Al entrar en la catedral, que muestra aún las heridas causadas por el terrible incendio que se produjo hace un año, me he recogido en adoración ante la Eucaristía, el sacramento que está en el centro de las atenciones de la Iglesia y que, bajo apariencias humildes, conserva la presencia verdadera, real y sustancial de Cristo. A la luz de la presencia de Cristo en medio de nosotros, me he arrodillado ante la Sábana santa, el precioso lienzo que nos puede ayudar a comprender mejor el misterio del amor que nos tiene el Hijo de Dios.

Ante la Sábana santa, imagen intensa y conmovedora de un dolor indescriptible, deseo dar gracias al Señor por este don singular, que pide al creyente atención amorosa y disponibilidad plena al seguimiento del Señor.

2. La Sábana santa es un reto a la inteligencia. Ante todo, exige de cada hombre, en particular del investigador, un esfuerzo para captar con humildad el mensaje profundo que transmite a su razón y a su vida. La fascinación misteriosa que ejerce la Sábana santa impulsa a formular preguntas sobre la relación entre ese lienzo sagrado y los hechos de la historia de Jesús. Dado que no se trata de una materia de fe, la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones. Encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas adecuadas a los interrogantes relacionados con este lienzo que, según la tradición, envolvió el cuerpo de nuestro Redentor cuando fue depuesto de la cruz. La Iglesia los exhorta a afrontar el estudio de la Sábana santa sin actitudes preconcebidas, que den por descontado resultados que no son tales; los invita a actuar con libertad interior y respeto solícito, tanto en lo que respecta a la metodología científica como a la sensibilidad de los creyentes.

3. Para el creyente cuenta sobre todo el hecho de que la Sábana santa es espejo del Evangelio. En efecto, si se reflexiona sobre este lienzo sagrado, no se puede prescindir de la consideración de que la imagen presente en él tiene una relación tan profunda con cuanto narran los evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús, que todo hombre sensible se siente interiormente impresionado y conmovido al contemplarlo. Además, quien se acerca a la Sábana santa es consciente de que no detiene en sí misma el corazón de la gente, sino que remite a Aquel a cuyo servicio lo puso la Providencia amorosa del Padre. Por tanto, es justo alimentar la conciencia del precioso valor de esta imagen, que todos ven y nadie, por ahora, logra explicar. Para toda persona reflexiva es motivo de consideraciones profundas, que pueden llegar a comprometer su vida.

Así, la Sábana santa constituye un signo verdaderamente singular que remite a Jesús, la Palabra verdadera del Padre, e invita a conformar la propia vida a la de Aquel que se entregó a sí mismo por nosotros.

4. En la Sábana santa se refleja la imagen del sufrimiento humano. Recuerda al hombre moderno, distraído a menudo por el bienestar y las conquistas tecnológicas, el drama de tantos hermanos, y lo invita a interrogarse sobre el misterio del dolor, para profundizar en sus causas. La impronta del cuerpo martirizado del Crucificado, al testimoniar la tremenda capacidad del hombre de causar dolor y muerte a sus semejantes, se presenta como el icono del sufrimiento del inocente de todos los tiempos: de las innumerables tragedias que han marcado la historia pasada, y de los dramas que siguen consumándose en el mundo.

Ante la Sábana santa, ¿cómo no pensar en los millones de hombres que mueren de hambre, en los horrores perpetrados en las numerosas guerras que ensangrientan a las naciones, en la explotación brutal de mujeres y niños, en los millones de seres humanos que viven en la miseria y humillados en los suburbios de las metrópolis, especialmente en los países en vías de desarrollo? ¿Cómo no recordar con conmoción y piedad a cuantos no pueden gozar de los derechos civiles elementales, a las víctimas de la tortura y del terrorismo, y a los esclavos de organizaciones criminales?

Al evocar esas situaciones dramáticas, la Sábana santa no sólo nos impulsa a salir de nuestro egoísmo; también nos lleva a descubrir el misterio del dolor que, santificado por el sacrificio de Cristo, engendra salvación para toda la humanidad. Imagen del pecado del hombre y del amor de Dios

5. La Sábana santa es también imagen del amor de Dios, así como del pecado del hombre. Invita a redescubrir la causa última de la muerte redentora de Jesús. En el inconmensurable sufrimiento que documenta, el amor de Aquel que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16) se hace casi palpable y manifiesta sus sorprendentes dimensiones. Ante ella, los creyentes no pueden menos de exclamar con toda verdad: «Señor, ¡no podías amarme más!», y darse cuenta en seguida de que el pecado es el responsable de ese sufrimiento: los pecados de todo ser humano.

Al hablarnos de amor y de pecado, la Sábana santa nos invita a todos a imprimir en nuestro espíritu el rostro del amor de Dios, para apartar de él la tremenda realidad del pecado. La contemplación de ese Cuerpo martirizado ayuda al hombre contemporáneo a liberarse de la superficialidad y del egoísmo con los que, muy a menudo, considera el amor y el pecado. La Sábana santa, haciéndose eco de la palabra de Dios y de siglos de conciencia cristiana, susurra: cree en el amor de Dios, el mayor tesoro dado a la humanidad, y huye del pecado, la mayor desgracia de la historia.

6. La Sábana santa es también imagen de impotencia: impotencia de la muerte, en la que se manifiesta la consecuencia extrema del misterio de la Encarnación. Ese lienzo sagrado nos impulsa a afrontar el aspecto más desconcertante del misterio de la Encarnación, que es también el que muestra con cuánta verdad Dios se hizo verdaderamente hombre, asumiendo nuestra condición en todo, excepto en el pecado. A todos desconcierta el pensamiento de que ni siquiera el Hijo de Dios resistió a la fuerza de la muerte; pero a todos nos conmueve el pensamiento de que participó de tal modo en nuestra condición humana, que quiso someterse a la impotencia total del momento en que se apaga la vida. Es la experiencia del Sábado santo, paso importante del camino de Jesús hacia la gloria, de la que se desprende un rayo de luz que ilumina el dolor y la muerte de todo hombre.

La fe, al recordarnos la victoria de Cristo, nos comunica la certeza de que el sepulcro no es el fin último de la existencia. Dios nos llama a la resurrección y a la vida inmortal.

7. La Sábana santa es imagen del silencio. Existe el silencio trágico de la incomunicabilidad, que tiene en la muerte su mayor expresión; y existe el silencio de la fecundidad, propio de quien renuncia a hacerse oír en el exterior, para alcanzar en lo profundo las raíces de la verdad y de la vida. La Sábana santa no sólo expresa el silencio de la muerte, sino también el silencio valiente y fecundo de la superación de lo efímero, gracias a la inmersión total en el eterno presente de Dios. Así, brinda la conmovedora confirmación del hecho de que la omnipotencia misericordiosa de nuestro Dios no ha sido detenida por ninguna fuerza del mal, sino que, por el contrario, sabe hacer que incluso la fuerza del mal contribuya al bien. Nuestro tiempo necesita redescubrir la fecundidad del silencio, para superar la disipación de los sonidos, de las imágenes y de la palabrería, que muy a menudo impiden escuchar la voz de Dios.

8. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro arzobispo, el querido cardenal Giovanni Saldarini, custodio pontificio de la Sábana santa, ha propuesto como lema de esta ostensión solemne las palabras: «Todos los hombres verán tu salvación». Sí, la peregrinación que grandes multitudes están realizando a esta ciudad es precisamente un «venir a ver» este signo trágico e iluminador de la Pasión, que anuncia el amor del Redentor. Este icono del Cristo abandonado en la condición dramática y solemne de la muerte, que desde hace siglos es objeto de significativas representaciones y que, desde hace cien años, gracias a la fotografía, se ha difundido en muchísimas reproducciones, nos exhorta a penetrar en el misterio de la vida y de la muerte para descubrir el mensaje, grande y consolador, que se nos da en ella. La Sábana santa nos presenta a Jesús en el momento de su máxima impotencia, y nos recuerda que en la anulación de esa muerte está la salvación del mundo entero. La Sábana santa se convierte, así, en una invitación a vivir cada experiencia, incluso la del sufrimiento y de la suprema impotencia, con la actitud de quien cree que el amor misericordioso de Dios vence toda pobreza, todo condicionamiento y toda tentación de desesperación.

Que el Espíritu de Dios, que habita en nuestro corazón, suscite en cada uno el deseo y la generosidad necesarios para acoger el mensaje de la Sábana santa y hacer de él el criterio inspirador de su existencia.

Anima Christi sanctifica me!
Corpus Christi salva me!
Passio Christi conforta me!
Intra tua vulnera abscondi me!









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS RELIGIOSOS DE LA ORDEN DE LA MERCED


REUNIDOS EN CAPÍTULO GENERAL






Al reverendo padre
Mariano LABARCA ARAYA
Maestro general de la Orden de la Merced

1. Me es grato dirigir un cordial saludo a los participantes en el capítulo general de la Orden de la Merced, de modo particular al nuevo maestro general, padre Mariano Labarca Araya. Al felicitarle por su elección, formulo los mejores votos para que, con renovada fidelidad al carisma mercedario, pueda conducir a sus hermanos con valentía y clarividencia hacia el nuevo milenio. Saludo también al padre Emilio Aguirre Herrera, expresándole mi aprecio por la generosidad y dedicación con las que ha guiado a la Orden en los últimos doce años.

Es mi deseo que este capítulo general renueve en todos los mercedarios el ardor y entusiasmo necesarios para seguir a Cristo Redentor y, sostenidos por su gracia, «anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (cf. Lc Lc 4,18-19), incluso en contextos y países nuevos, especialmente de África y de Asia.

2. La historia multisecular de vuestra orden nace del corazón y de la fe de hombres grandes y decididos que, acogiendo los desafíos de su tiempo, estuvieron «abiertos a la voz interior del Espíritu, que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia» (Vita consecrata VC 73) y ofrecieron nuevas respuestas y nuevos proyectos de evangelización para testimoniar el amor de Dios a los más pobres. Ésta fue la iniciativa de san Pedro Nolasco que, con la ayuda y consejo de san Raimundo de Peñafort y del Rey Jaime I, reunió un grupo de hombres piadosos bajo la Regla de san Agustín, pidiendo para ello la aprobación del Papa Gregorio IX.

De esta decisión providencial surgió una admirable historia de santidad y caridad, que enriquece la vida de la Iglesia. A este respecto, se ha de recordar la generosa solicitud hacia los cristianos prisioneros, pagando su libertad y llevándolos a sus propios países gracias a la generosidad heroica de tantos hermanos. Hay que destacar también la admirable labor de evangelización, promovida por los mercedarios después del descubrimiento del nuevo mundo, en la que sobresalen grandes figuras de santos y teólogos, que han enriquecido los 780 años de vuestra historia.

3. La profunda caridad y el discernimiento de los signos de los tiempos a la luz del Evangelio, después de abolirse la esclavitud y del difícil período de la Revolución francesa, llevó a vuestra orden hacia nuevas dimensiones evangélicas, coherentes con el carisma originario y con las exigencias de la situación histórica concreta. Así, Pedro Armengol Valenzuela dio nuevo vigor a la orden, abriéndole nuevos horizontes donde realizar la propia vocación de paladines de la libertad y profetas de la caridad. Desde entonces vuestros apostolados han sido: la preservación de la fe, la ayuda a cuantos sufren las consecuencias de las nuevas formas de esclavitud, la pastoral penitenciaria, la educación, las misiones y parroquias, ámbitos siempre nuevos en los que, en nombre de Cristo, se ha luchado contra todo tipo de opresión para devolver al hombre la verdad que libera y salva.

A este respecto, el concilio Vaticano II favoreció la actualización de vuestra orden, la cual, acogiendo el impulso de renovación promovido por el Espíritu Santo en toda la Iglesia, ha puesto su rico patrimonio espiritual al servicio del anuncio del Evangelio y de la promoción de los hermanos pobres y marginados.

4. Los rápidos y continuos cambios que afectan a la sociedad actual y la cercanía del gran jubileo del 2000, os llaman a dar nuevas perspectivas a vuestra generosidad con su tradición de santidad y heroísmo. ¿Cómo presentar, pues, vuestro carisma redentor a los hombres y mujeres del próximo milenio? Éste es el interrogante que, siguiendo el ejemplo de san Pedro Nolasco y de las grandes figuras de sacerdotes y laicos que han compartido este carisma, os habéis planteado en el capítulo general, invocando para ello la luz y la gracia del Espíritu Santo. La respuesta exige opciones valientes, que caracterizan la misión de la Iglesia y que han ocupado las reflexiones y trabajos del capítulo.

La exhortación apostólica postsinodal «Vita consecrata» recuerda que, para toda renovación eclesial, son necesarias la conversión y la santidad. «Esta exigencia se refiere en primer lugar a la vida consagrada. En efecto, la vocación de las personas consagradas a buscar ante todo el reino de Dios es, principalmente, una llamada a la plena conversión, en la renuncia de sí mismo, para vivir totalmente en el Señor, para que Dios sea todo en todos. Los consagrados, llamados a contemplar y testimoniar el rostro .transfigurado. de Cristo, son llamados también a una existencia transfigurada» (n. 35).

A la santidad de cada religioso debe corresponder una profunda y fecunda comunión fraterna que «confiere fuerza e incisividad a su acción apostólica, la cual, en el marco de la misión profética de todos los bautizados, se caracteriza normalmente por cometidos que implican una especial colaboración con la jerarquía. De este modo, con la riqueza de sus carismas, las personas consagradas brindan una específica aportación a la Iglesia para que ésta profundice cada vez más en su propio ser, como sacramento .de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano .» (n. 46).

5. Vuestro carisma os lleva a mirar solícitamente las diversas formas de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros un compromiso cada vez más grande para el anuncio del Evangelio.

Como recuerda la citada exhortación apostólica: «Otra provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad» (n. 89).

La larga tradición de vuestra orden os llama a vivir la pobreza, fortalecida y sostenida por la obediencia y la castidad, «con espíritu mercedario», es decir, como un continuo acto de amor hacia los que son víctimas de la esclavitud, como capacidad de compartir sus sufrimientos y esperanzas y como disponibilidad a la acogida cordial.

6. Vuestra orden, desde sus orígenes, ha venerado a la Virgen María bajo la advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido como modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Experimentando su presencia continua e imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y difíciles, de la misión redentora.

Al contemplar su gran fe y su total obediencia a la voluntad del Señor, aprendieron a leer en los acontecimientos de la historia las llamadas de Dios y a estar disponibles con generosidad renovada al servicio de las víctimas de la pobreza y de la violencia. A ella, mujer libre porque es llena de gracia, han dirigido su mirada para descubrir en la oración y en el amor de Dios el secreto para vivir y anunciar la libertad que Cristo nos ha adquirido con su sangre.

A las puertas de un nuevo milenio, mientras la Iglesia se prepara para celebrar los dos mil años de la encarnación del Hijo de Dios, deseo confiar a la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, las decisiones capitulares y las esperanzas que os animan, para que ella os dé la alegría de ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo.

Con estos vivos deseos, e invocando la protección de san Pedro Nolasco y de todos los santos de vuestra orden, imparto con afecto a toda la familia mercedaria una especial bendición apostólica.

Vaticano, 25 de mayo de 1998







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE BULGARIA


CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN CIRILO Y SAN METODIO


Lunes 25 de mayo de 1998



Señoras y señores:

1. Me alegra acoger a la delegación de Bulgaria, que ha venido a Roma para honrar a san Cirilo y san Metodio, vinculados a la memoria de la Iglesia que está en vuestro país y a la del continente europeo. Vuestra peregrinación muestra que el pueblo búlgaro es consciente de la importancia de estas dos grandes figuras para su identidad.

Es notable la manera de evangelizar que utilizaron san Cirilo y san Metodio; es un ejemplo para el diálogo entre las culturas. En efecto, estos dos santos supieron anunciar el Evangelio sin imponer la cultura y las costumbres en las que se habían formado y a las que estaban vinculados. Adaptaron el anuncio del evangelio de Cristo al mundo eslavo, sin desnaturalizarlo ni suprimir su riqueza. Al contrario, querían unir a los pueblos de la región con la Iglesia universal y hacer resplandecer la verdad divina.

2. En el tiempo actual, san Cirilo y san Metodio, que contribuyeron a la formación de las raíces de Europa, pueden también ayudar a este continente en la labor de unificación que ha emprendido. En efecto, su obra recuerda que, de manera tradicional, Europa, compuesta por dos partes durante mucho tiempo separadas, puede recuperar nuevamente su unidad. Con sus culturas y sus características espirituales específicas, cada parte aporta al conjunto sus propias riquezas, favoreciendo así la comunión entre las personas y el diálogo fraterno entre los pueblos. En el ámbito religioso, debe concretarse en un compromiso ecuménico cada vez más intenso. En el campo civil, es una invitación a hacer todo lo posible para que reinen la paz, la concordia y la reconciliación.

3. Con este espíritu, agradeciéndoos vuestra amable visita, expreso mis mejores deseos para vuestra delegación, para las autoridades y para el pueblo búlgaros. Os encomiendo a la intercesión de san Cirilo y san Metodio, e imploro para vosotros los beneficios de las bendiciones divinas.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL


DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES


(ROMA, 27-29 DE MAYO DE 1998)




Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor» (1Th 1,2-3). Estas palabras del apóstol san Pablo resuenan con gran alegría en mi corazón mientras, a la espera de encontrarme con vosotros en el Vaticano, os envío a todos un cordial saludo y os aseguro mi cercanía espiritual.

Dirijo un saludo afectuoso al presidente del Consejo pontificio para los laicos, cardenal James Francis Stafford; al secretario, monseñor Stanislaw Rylko, y a los colaboradores del dicasterio. Extiendo mi saludo a los responsables y a los delegados de los diferentes movimientos, a los pastores que los acompañan y a los ilustres relatores.

Durante los trabajos del Congreso mundial, afrontáis el tema: «Los movimientos eclesiales: comunión y misión en el umbral del tercer milenio». Doy las gracias al Consejo pontificio para los laicos, que se ha ocupado de la promoción y la organización de esta importante asamblea, así como a los movimientos que han acogido con pronta disponibilidad la invitación que os dirigí en la Vigilia de Pentecostés de hace dos años. En esa ocasión expresé mi deseo de que, en el camino hacia el gran jubileo del año 2000, durante el año dedicado al Espíritu Santo, dieran un «testimonio común» y «en comunión con los pastores y en armonía con las iniciativas diocesanas, llevaran al corazón de la Iglesia su riqueza espiritual y, por ello, educativa y misionera, como valiosa experiencia y propuesta de vida cristiana» (Homilía de la Vigilia de Pentecostés, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1996, p.4).

Deseo de corazón que vuestro congreso y el encuentro del 30 de mayo de 1998 en la plaza de San Pedro pongan de manifiesto la fecunda vitalidad de los movimientos en el pueblo de Dios, que se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio de la era cristiana.

2. Pienso en este momento en los Coloquios internacionales organizados en Roma en 1981, en Rocca di Papa en 1987 y en Bratislava en 1991. Seguí sus trabajos con atención, acompañándolos con mi oración y mi constante aliento. Desde el comienzo de mi pontificado he atribuido especial importancia al camino de los movimientos eclesiales y, durante mis visitas pastorales a las parroquias y mis viajes apostólicos, he tenido la oportunidad de apreciar los frutos de su difundida y creciente presencia. He constatado con agrado su disponibilidad a poner sus energías al servicio de la Sede de Pedro y de las Iglesias particulares. He podido señalarlos como una novedad que aún espera ser acogida y valorada adecuadamente. Hoy percibo en ellos una autoconciencia más madura, y eso me alegra. Representan uno de los frutos más significativos de la primavera de la Iglesia que anunció el concilio Vaticano II, pero que, desgraciadamente, a menudo se ve entorpecida por el creciente proceso de secularización. Su presencia es alentadora, porque muestra que esta primavera avanza, manifestando la lozanía de la experiencia cristiana fundada en el encuentro personal con Cristo. A pesar de la diversidad de sus formas, los movimientos se caracterizan por su conciencia común de la «novedad » que la gracia bautismal aporta a la vida, por el singular deseo de profundizar el misterio de la comunión con Cristo y con los hermanos, y por la firme fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por la corriente viva de la Tradición. Esto produce un renovado impulso misionero, que lleva a encontrarse con los hombres y mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que se hallan, y a contemplar con una mirada rebosante de amor la dignidad, las necesidades y el destino de cada uno.

Estas son las razones del «testimonio común» que, gracias al servicio que os presta el Consejo pontificio para los laicos y con espíritu de amistad, de diálogo y de colaboración con todos los movimientos, se concreta ahora en este congreso mundial y, sobre todo, dentro de algunos días, en el esperado «encuentro» de la plaza de San Pedro. Por otra parte, se trata de un «testimonio común» que ya se manifestó y se comprobó en la laboriosa fase preparatoria de estos dos acontecimientos.


Discursos 1998