Discursos 1998

La significativa presencia entre vosotros de superiores y representantes de otros dicasterios de la Curia romana, de obispos procedentes de diversos continentes y naciones, de delegados de la Unión internacional de superiores y de superioras generales, y de invitados de diferentes instituciones y asociaciones, indica que toda la Iglesia participa en esta iniciativa, confirmando que la dimensión de comunión es esencial en la vida de los movimientos. También está presente la dimensión ecuménica, que se concreta en la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y comuniones cristianas, a quienes dirijo un saludo particular.

3. El objetivo de este congreso mundial es, por un lado, profundizar la naturaleza teológica y la labor misionera de los movimientos y, por otro, favorecer la edificación recíproca mediante el intercambio de testimonios y experiencias. Por tanto, vuestro programa aborda los aspectos cruciales de la vida de los movimientos suscitados por el Espíritu de Cristo para dar un nuevo impulso apostólico a toda la comunidad eclesial. En la apertura de los trabajos, deseo proponer a vuestra atención algunas reflexiones que seguramente podremos subrayar ulteriormente durante la celebración en la plaza de San Pedro, el próximo 30 de mayo.

Representáis a más de cincuenta movimientos y nuevas formas de vida comunitaria, que son expresión de una variedad multiforme de carismas, métodos educativos, modalidades y finalidades apostólicas. Una multiplicidad vivida en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, en obediencia a Cristo y a los pastores de la Iglesia. Vuestra misma existencia es un himno a la unidad en la pluralidad querida por el Espíritu, y da testimonio de ella. Efectivamente, en el misterio de comunión del cuerpo de Cristo, la unidad no es jamás simple homogeneidad, negación de la diversidad, del mismo modo que la pluralidad no debe convertirse nunca en particularismo o dispersión. Por esa razón, cada una de vuestras realidades merece ser valorada por la contribución peculiar que brinda a la vida de la Iglesia.

4. ¿Qué se entiende, hoy, por «movimiento »? El término se refiere con frecuencia a realidades diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados.

La originalidad propia del carisma que da vida a un movimiento no pretende, ni podría hacerlo, añadir algo a la riqueza del depositum fidei, conservado por la Iglesia con celosa fidelidad. Pero constituye un fuerte apoyo, una llamada sugestiva y convincente a vivir en plenitud, con inteligencia y creatividad, la experiencia cristiana. Este es el requisito para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y urgencias de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre diversas.

En esta perspectiva, los carismas reconocidos por la Iglesia representan caminos para profundizar en el conocimiento de Cristo y entregarse más generosamente a él, arraigándose, al mismo tiempo, cada vez más en la comunión con todo el pueblo cristiano. Así pues, merecen atención por parte de todos los miembros de la comunidad eclesial, empezando por los pastores, a quienes se ha confiado el cuidado de las Iglesias particulares, en comunión con el Vicario de Cristo. Los movimientos pueden dar, de este modo, una valiosa contribución a la dinámica vital de la única Iglesia, fundada sobre Pedro, en las diversas situaciones locales, sobre todo en las regiones donde la implantatio Ecclesiae está aún en ciernes o afronta muchas dificultades.

5. En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Unidas, también, tienden a renovar, según sus modos propios, la autoconciencia de la Iglesia que, en cierto sentido, puede definirse «movimiento», pues es la realización en el tiempo y en el espacio de la misión del Hijo por obra del Padre con la fuerza del Espíritu Santo.

Estoy convencido de que profundizaréis adecuadamente en estas consideraciones durante los trabajos de vuestro congreso, que acompaño con mi oración, para que den copiosos frutos para bien de la Iglesia y de la humanidad entera.

Con estos sentimientos, y a la espera de reunirme con vosotros en la plaza de San Pedro, en la Vigilia de Pentecostés, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a vosotros y a cuantos representáis.

Vaticano, 27 de mayo de 1998








A UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES CON OCASIÓN


DE LA PRESENTACIÓN DE SUS CARTAS CREDENCIALES


Jueves 28 de mayo de 1998



Excelencias:

1. Con placer os acojo hoy y os doy la bienvenida a Roma, con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan ante la Santa Sede como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: el principado de Andorra, a cuyo representante recibo por primera vez, Gambia, Jordania, Letonia, Madagascar, Uganda, Suazilandia, Chad y Zambia. En esta ocasión, quiero reafirmar mi cordial estima a las autoridades de vuestras naciones y a todos vuestros compatriotas. Os ruego que transmitáis a vuestros respectivos jefes de Estado mi gratitud por sus mensajes, que he apreciado particularmente; expresadles mi saludo deferente y mis mejores deseos para sus personas y para su alta misión al servicio de todos sus conciudadanos.

2. Mi pensamiento se dirige, ante todo, a África, y en particular a Nigeria, que tuve ocasión de visitar durante el mes de marzo del año pasado. La acogida calurosa de los responsables de esa nación y de todo su pueblo es un signo de los recursos humanos del país. Como los demás países de África, dispone de numerosas riquezas, especialmente el sentido de la familia, la apertura a los extranjeros y el amor al diálogo y a la vida fraterna. Apoyándose en estos pilares de las sociedades africanas y en los esfuerzos que realizan sus pueblos, la comunidad internacional está llamada a multiplicar sus ayudas a ese continente, de manera desinteresada, para permitir que los mismos africanos realicen los progresos indispensables para la valoración de sus tierras; así, los diferentes países podrán insertarse más en los circuitos económicos mundiales y llegar al desarrollo social al que aspiran legítimamente hoy.

3. En la perspectiva frecuentemente desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, la solidaridad debería llevar a una revisión profunda, e incluso a la condonación, de la deuda de los países más pobres del planeta. Cáritas internationalis, que junto con otros organismos católicos está comprometida en obras de caridad y de solidaridad en los países en vías de desarrollo, mostró recientemente de manera oportuna que una deuda excesiva lesiona los derechos de los individuos y de los pueblos, así como la dignidad de las personas. En el pasado, la decisión de condonar la deuda había permitido a algunos países que vivían una situación difícil y precaria reanudar el camino del progreso económico, de la vida democrática y de una mayor estabilidad política. Por eso, invito a los países más ricos a reflexionar de nuevo en sus relaciones con los países pobres, que muy frecuentemente siguen empobreciéndose, en especial a causa de su deuda externa, que los mantiene en una situación de dependencia con respecto a otras naciones y no les deja la posibilidad de gobernarse como quisieran, ni de realizar las reformas y los progresos necesarios.

Del mismo modo, conviene que los responsables de los países pobres se esfuercen por lograr un desarrollo armonioso de todas las instituciones nacionales. En el ejercicio de sus responsabilidades, su primer objetivo debe ser el servicio a todos sus compatriotas, sin ninguna distinción y sin espíritu partidista, por amor a su patria, a los hombres que viven en ella y a los que en ella han sido acogidos, para el crecimiento moral, espiritual y social de todos. Por eso, la gestión de la res publica exige prestar gran atención a todos los ciudadanos, especialmente a los más débiles y a los que están más duramente afectados por una situación económica difícil; exige también privilegiar el diálogo entre los diversos componentes de la nación, cuyos esfuerzos deben concurrir al bienestar de todo el pueblo. Las autoridades institucionales deben dedicarse a una sana gestión de la vida pública, de la cual son responsables ante Dios y ante el pueblo. Esas responsabilidades requieren también una abnegación real, para que triunfe siempre el sentido del servicio a sus hermanos, se manifiesten los principios de la vida democrática y se practiquen los valores que fundan la civitas.

4. Los responsables políticos tienen también como objetivo principal lograr la paz verdadera, que no puede ser simplemente la ausencia de conflicto armado. Se trata de una vida colectiva en la concordia, en la que todos los componentes de la nación construyen juntos la sociedad civil, respetando las libertades individuales legítimas. De manera particular, las personas que tienen la tarea de guiar el destino de los pueblos están llamadas, ante todo, a crear un clima de confianza entre sus compatriotas, preocupándose por el bien común y por una gran rectitud moral. Así, todas las personas que se encuentran en un mismo territorio podrán vivir juntas, sin preferencias ni privilegios. En efecto, las discriminaciones, de cualquier tipo que sean, van siempre en perjuicio de los más débiles y crean graves amenazas a la convivencia y a la paz.

5. No puedo menos de desear un compromiso renovado de la comunidad internacional en favor de los países que deben afrontar notables problemas económicos y políticos, que debilitan las relaciones internacionales. Los conflictos y las guerras no son jamás caminos de futuro, que permitan esperar la resolución de una tensión en el seno de una nación o entre Estados, ni alcanzar un bienestar legítimo. Son siempre muy nefastos para las poblaciones y no pueden ayudar a los ciudadanos a confiar en sus instituciones ni en sus hermanos. No pueden menos de engendrar una escalada de violencia. Apartarse de la violencia significa reconocer las diferencias, fuente de riqueza y dinamismo, aceptando unir su futuro al de sus hermanos. Dirijo de nuevo a todas las naciones un apremiante llamamiento: ¡Nunca más matanzas ni guerras, que desfiguran al hombre y a la humanidad! ¡Nunca más medidas discriminatorias con respecto a una parte del pueblo, que marginan a las personas a causa de sus opiniones o de su actividad religiosa, o las excluyen de toda participación en los asuntos nacionales.

6. También deseo subrayar la importancia de la prosecución de la educación cívica y moral, particularmente entre los jóvenes, que en el futuro serán llamados a tomar parte activa en la vida nacional. Por eso, invito a las autoridades a prestar atención especial a su juventud, que es la primera riqueza de un país. Muchos jóvenes entran en el engranaje de la violencia, son enrolados en grupos armados, tomados como rehenes por grupos de combatientes, arrastrados a los circuitos de la droga o sometidos a situaciones degradantes. Quedarán heridos para siempre, y les será muy difícil reinsertarse en la vida social. También se puede temer que alimenten la espiral de la violencia. Al formar a los jóvenes, los responsables de las naciones preparan en sus países importantes progresos sociales. Exhorto a la comunidad internacional a perseverar en la ayuda que presta a los países que se esfuerzan por lograr una educación renovada de su juventud, aunque se realice a veces a costa de grandes sacrificios y en medio de numerosas dificultades.

7. La Iglesia, por su parte, desea proseguir su obra esencial de anunciar el Evangelio, respetando las tradiciones religiosas locales y las demás actividades espirituales existentes en los diferentes países. También se preocupa por brindar su ayuda a los países y a las poblaciones locales, sin restricciones ni contrapartidas, mediante programas de carácter humanitario y social, gracias al clero y a los fieles que generosamente se ponen al servicio de sus hermanos, en las instituciones que les pertenecen o en el seno de organismos nacionales o internacionales.

8. Durante vuestra misión ante la Sede apostólica, tendréis la posibilidad de descubrir más directamente las acciones y las preocupaciones de la Iglesia en todos los continentes. Hace dos semanas concluyó en Roma la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, que fue un momento de intensa comunión entre diferentes comunidades católicas, en torno al Sucesor de Pedro. Los pastores se hicieron eco de las dificultades que atraviesan actualmente sus países, en particular por lo que concierne a los derechos del hombre; también dieron cuenta del dinamismo espiritual y humano de millones de personas. Por tanto, deseándoos que tengáis múltiples oportunidades de captar la universalidad de la Iglesia a través de esos acontecimientos, invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, así como sobre vuestras familias, vuestros colaboradores y las naciones que representáis.











ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN CRISTIANO-MUSULMANA


Viernes 29 de mayo de 1998

. Eminencia;
distinguidos miembros de la delegación de Al-Azhar:

Me complace saludaros hoy, al día siguiente de la creación de un comité mixto para el diálogo, instituido con el acuerdo firmado ayer por el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y el Comité permanente de Al-Azhar para el diálogo entre las religiones monoteístas. Se trata de un nuevo paso en la instauración de relaciones cada vez más estrechas y amistosas entre cristianos y musulmanes.

Hoy, el diálogo entre nuestras religiones es más necesario que nunca. Necesita ser creíble y caracterizarse por el respeto, el conocimiento y la aceptación mutuos. La larga historia compartida por cristianos y musulmanes ha tenido sus luces y sombras. Pero nos sigue uniendo un vínculo espiritual, que debemos esforzarnos por reconocer y desarrollar. Esto puede exigir mucho esfuerzo, pero resultará esencial para construir la paz que esperamos puedan disfrutar las futuras generaciones. Por esa razón, vuestro comité mixto para el diálogo, que acaba de formarse, tiene mucho trabajo por realizar. Confío en que, dando sus miembros lo mejor de sí mismos, con sinceridad y verdad, se alcancen los objetivos establecidos.

Que Dios todopoderoso y misericordioso, de quien proceden todas las cosas y a quien todas las cosas vuelven, bendiga abundantemente vuestros esfuerzos.







DDISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 30 de mayo de 1998




Querido cardenal George;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Durante esta serie de visitas ad limina, los obispos de Estados Unidos han testimoniado nuevamente el profundo sentido de comunión de los católicos norteamericanos con el Sucesor de Pedro. Desde el comienzo de mi pontificado he experimentado esta cercanía, así como el apoyo espiritual y material de numerosas personas de vuestro pueblo. Al daros la bienvenida a vosotros, obispos de las regiones eclesiásticas de Chicago, Indianápolis y Milwaukee, os expreso una vez más, tanto a vosotros como a toda la Iglesia en vuestro país, mi cordial gratitud: «Porque Dios, a quien venero en mi espíritu predicando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de cuán incesantemente me acuerdo de vosotros» (Rm 1,9). Continuando la reflexión comenzada con los anteriores grupos de obispos sobre la renovación de la vida eclesial a la luz del concilio Vaticano II y con vistas a los desafíos de la evangelización que afrontamos en el umbral del próximo milenio, deseo hoy abordar algunos aspectos de vuestra responsabilidad en la educación católica.

2. Desde los primeros días de la república norteamericana, cuando el arzobispo John Carroll animaba la vocación pedagógica de santa Elizabeth Ann Seton y fundaba el primer colegio católico de la nueva nación, la Iglesia en Estados Unidos ha estado siempre profundamente comprometida en la educación en todos los niveles. Durante más de doscientos años, las escuelas católicas primarias, las escuelas secundarias, los colegios y las universidades han contribuido a la educación de las sucesivas generaciones de católicos y a la enseñanza de las verdades de la fe, promoviendo el respeto a la persona humana y desarrollando el carácter moral de sus estudiantes. Su gran nivel académico y su éxito en la preparación de los jóvenes para la vida han brindado un servicio a toda la sociedad norteamericana.

Mientras nos acercamos al tercer milenio cristiano, la llamada del concilio Vaticano II a un compromiso generoso en la educación católica tiene que ponerse en práctica más profundamente (cf. Gravissimum educationis GE 1). Se trata de una de las áreas de la vida católica en Estados Unidos que más necesita la guía de los obispos para su reafirmación y renovación. La renovación en este ámbito requiere una clara visión de la misión educativa de la Iglesia que, a su vez, no debe separarse del mandato del Señor de predicar el Evangelio a todas las naciones. Como otras instituciones educativas, las escuelas católicas transmiten conocimientos y promueven el desarrollo humano de sus estudiantes. Sin embargo, como subraya el Concilio, la escuela católica hace algo más: «Su nota característica es crear un ámbito de comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y amor, ayudar a los adolescentes a que, al mismo tiempo que se desarrolla su propia persona, crezcan según la nueva criatura en que por el bautismo se han convertido, y, finalmente, ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación, de modo que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo los alumnos sobre el mundo, la vida y el hombre sea iluminado por la fe» (ib., 8). La misión de la escuela católica es la formación integral de los estudiantes, para que puedan ser fieles a su condición de discípulos de Cristo y, como tales, puedan trabajar efectivamente por la evangelización de la cultura y por el bien común de la sociedad.

3. La educación católica no sólo procura comunicar hechos, sino también transmitir una visión de la vida coherente y completa, con la convicción de que las verdades contenidas en esa visión hacen libres a los estudiantes, en el sentido más profundo de libertad humana. En su reciente documento La escuela católica en el umbral del tercer milenio, la Congregación para la educación católica llamó la atención sobre la importancia de comunicar conocimientos en el marco de la visión cristiana del mundo, de la vida, de la cultura y de la historia: «En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto, separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta sólo un saber por adquirir, sino también valores por asimilar y verdades por descubrir » (n. 14: L.Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de abril de 1998, p. 12).

El mayor desafío que ha de afrontar hoy la educación católica en Estados Unidos, y la mayor contribución que puede dar, si es auténticamente católica, a la cultura norteamericana, consiste en devolver a la cultura la convicción de que los seres humanos pueden comprender la verdad de las cosas y, al hacerlo, pueden conocer sus deberes para con Dios, para consigo mismos y para con su prójimo. Al afrontar este desafío, el educador católico tendrá presentes las palabras de Cristo: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31-32). El mundo contemporáneo tiene urgente necesidad del servicio de instituciones educativas que apoyen y enseñen la verdad «valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre» (Ex corde Ecclesiae, 4).

Educar en la verdad, en la libertad auténtica y en el amor evangélico constituye la esencia de la misión de la Iglesia. En un clima cultural en el que a menudo se considera que las normas morales son cuestiones de preferencia personal, las escuelas católicas desempeñan un papel vital en la guía de las generaciones más jóvenes, para que comprendan que la libertad consiste sobre todo en ser capaces de responder a las exigencias de la verdad (cf. Veritatis splendor VS 84). El respeto de que gozan las escuelas católicas primarias y secundarias sugiere que su compromiso en la transmisión de la sabiduría moral está respondiendo a una necesidad cultural ampliamente percibida en vuestro país. El ejemplo de obispos y pastores que, con el apoyo de padres católicos, han seguido cumpliendo un papel de liderazgo en este campo, debería animar a todos a promover un nuevo compromiso y un nuevo crecimiento. El hecho de que algunas diócesis participen en un programa de construcción de escuelas es un signo significativo de vitalidad y una gran esperanza para el futuro.

4. Han pasado casi veinticinco años desde que vuestra Conferencia publicó el documento Enseñar como Jesús, que aún hoy sigue teniendo actualidad. Ponía de relieve la importancia de otro aspecto de la educación católica: «Más que cualquier otro programa de educación promovido por la Iglesia, la escuela católica tiene la oportunidad y la obligación de estar (...) orientada al servicio cristiano, porque ayuda a los estudiantes a adquirir cualidades, virtudes y hábitos del corazón y de la mente, que se necesitan para un servicio efectivo a los demás» (n. 106). Basándose en lo que ven y oyen, los estudiantes deberían tomar mayor conciencia de la dignidad de toda persona humana y asimilar gradualmente los elementos clave de la doctrina social de la Iglesia y su solicitud por los pobres. Las instituciones católicas deberían continuar su tradición de compromiso en favor de la educación de los pobres, a pesar de la carga financiera que implica. En algunos casos, puede ser necesario encontrar modos de repartir más equitativamente esta carga, para que las parroquias que tienen escuelas no la sostengan solas.

La escuela católica es un lugar donde los estudiantes comparten una experiencia de fe en Dios y aprenden las riquezas de la cultura católica. Las escuelas católicas, al tener debidamente en cuenta las etapas del desarrollo humano, la libertad de las personas y los derechos de los padres en la educación de sus hijos, deben ayudar a los estudiantes a profundizar su relación personal con Dios y a descubrir que el significado más profundo de todas las cosas humanas está en la persona y en la enseñanza de Jesucristo. La oración y la liturgia, especialmente los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, deberían marcar el ritmo de vida de la escuela católica. Transmitir conocimientos sobre la fe, aunque es esencial, no basta. Para que los estudiantes de las escuelas católicas adquieran una genuina experiencia de la Iglesia, es fundamental el ejemplo de los profesores y de los demás responsables de su formación: el testimonio de los adultos en la comunidad escolar es parte vital de la identidad de la escuela.

Innumerables profesores religiosos y laicos, así como muchos miembros del personal de las escuelas católicas, han mostrado cómo, a lo largo de los años, su competencia profesional y su empeño se basan en los valores espirituales, intelectuales y morales de la tradición católica. La comunidad católica en Estados Unidos, y todo el país, se han beneficiado inmensamente con la labor de tantos religiosos dedicados a la enseñanza en las escuelas, en todas las partes de vuestra nación. También sé cuánto apreciáis la dedicación de numerosos laicos, hombres y mujeres que, a veces con gran sacrificio económico, participan en la educación católica porque creen en la misión de las escuelas católicas. Aunque en algunos casos se ha perdido la confianza en la vocación de enseñar, debéis hacer todo lo posible porque se recupere.

5. La catequesis, tanto en las escuelas como en los programas organizados en las parroquias, desempeña un papel fundamental en la transmisión de la fe. El obispo debería alentar a los catequistas a considerar su trabajo como una vocación: como una participación privilegiada en la misión de transmitir la fe y dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15). El mensaje evangélico es la respuesta definitiva a las aspiraciones más profundas del corazón humano. Los jóvenes católicos tienen derecho a escuchar el contenido íntegro de este mensaje, para llegar a conocer a Cristo, que venció a la muerte y abrió el camino de la salvación. Los esfuerzos por renovar la catequesis deben basarse en la premisa de que la enseñanza de Cristo, como la transmite la Iglesia y la interpreta auténticamente el Magisterio, tiene que presentarse en toda su riqueza; y que las metodologías que se usan han de responder a la naturaleza de la fe como verdad recibida (cf. 1Co 15,1). El trabajo que habéis empezado a través de vuestra Conferencia para evaluar los textos catequísticos según el modelo del Catecismo de la Iglesia católica, ayudar á a asegurar la unidad y la integridad de la fe, al presentarla en vuestras diócesis.

6. La tradición de la Iglesia del compromiso en las universidades, que tiene casi mil años, se consolidó rápidamente en Estados Unidos. Hoy los colegios y las universidades católicas pueden dar una importante contribución a la renovación de la educación superior norteamericana. Pertenecer a una comunidad universitaria, como tuve el privilegio de experimentar en mi época de profesor, significa estar en la encrucijada de las culturas que han formado el mundo moderno. Significa ser heredero de una sabiduría secular y promotor de la creatividad que transmitirá esa sabiduría a las generaciones futuras. En un tiempo en que a menudo se piensa que el conocimiento es algo fragmentario y nunca absoluto, las universidades católicas deberían defender la objetividad y la coherencia del conocimiento. Ahora que el largo conflicto entre ciencia y fe está desapareciendo, las universidades católicas tendrían que estar en la vanguardia de un diálogo nuevo y largamente esperado entre las ciencias empíricas y las verdades de fe.

Para que las universidades católicas lleguen a ser líderes en la renovación de la educación superior, deben tener ante todo un fuerte sentido de su propia identidad católica. Esta identidad no se establece de una vez para siempre cuando nace la institución; brota del hecho de vivir dentro de la Iglesia hoy y siempre, hablando desde el corazón de la Iglesia (ex corde Ecclesiae) al mundo contemporáneo. La identidad católica de una universidad debería ser evidente en su currículo, en sus facultades, en las actividades de sus estudiantes y en la calidad de su vida comunitaria. De esa manera no se viola la naturaleza de la universidad como verdadero centro de aprendizaje, en el que se respeta plenamente la verdad del orden creado, sino que también es iluminada con la luz de la nueva creación en Cristo.

La identidad católica de una universidad incluye necesariamente su relación con la Iglesia particular y con su obispo. Se dice a veces que una universidad que reconoce una responsabilidad a cualquier comunidad o autoridad fuera de las importantes asociaciones académicas profesionales pierde su independencia y su integridad. Pero esto significa separar la libertad de su objeto, que es la verdad. Las universidades católicas comprenden que no existe contradicción entre la investigación libre y vigorosa de la verdad y «el reconocimiento y adhesión a la autoridad magisterial de la Iglesia en materia de fe y de moral» (Ex corde Ecclesiae, 27).

7. Al salvaguardar la identidad católica de las instituciones católicas de educación superior, los obispos tienen una responsabilidad especial con respecto a la labor de los teólogos. Si, como testimonia toda la tradición católica, la teología se ha de elaborar en la Iglesia y para la Iglesia, entonces la cuestión de la relación de la teología con la autoridad magisterial de la Iglesia no es extrínseca, algo impuesto desde fuera, sino más bien intrínseca a la teología en cuanto ciencia eclesial. La teología misma es responsable ante aquellos a quienes Cristo encomendó la misión de velar por la comunidad eclesial y por su estabilidad en la verdad. Ahora que en vuestro país se está intensificando la discusión sobre estas cuestiones, los obispos deben cerciorarse de que los términos usados sean genuinamente eclesiales.

Además, los obispos deberían interesarse personalmente en la actividad de las capellanías universitarias, no sólo en las instituciones católicas, sino también en otros colegios y universidades donde haya estudiantes católicos. El ministerio en la ciudad universitaria ofrece una notable oportunidad de estar cerca de los jóvenes en un tiempo significativo de su vida: «La capilla universitaria está llamada a ser un centro vital para promover la renovación cristiana de la cultura mediante un diálogo respetuoso y franco, unas razones claras y bien fundadas (cf. 1P 3,15), y un testimonio que cuestione y convenza» (Discurso al Congreso europeo de capellanes universitarios, 1 de mayo de 1998, n. 4: L.Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de mayo de 1998, p. 8). Los adultos jóvenes necesitan el servicio de capellanes comprometidos, que puedan ayudarles, intelectual y espiritualmente, a alcanzar su plena madurez en Cristo.

8. Queridos hermanos en el episcopado, en el umbral de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, la Iglesia sigue proclamando la capacidad de los seres humanos de conocer la verdad y llegar a la auténtica libertad a través de la aceptación de esa verdad. A este respecto, la Iglesia defiende el ideal moral sobre el que se ha fundado vuestra nación. Vuestras escuelas católicas son consideradas generalmente como modelos para la renovación de la educación primaria y secundaria norteamericana. Vuestros colegios y universidades católicas pueden ser líderes en la renovación de la educación superior norteamericana. En un tiempo en el que se discute la relación entre libertad y verdad moral acerca de una serie de cuestiones en todos los niveles de la sociedad y del gobierno, los estudiosos católicos tienen los recursos necesarios para contribuir a una renovación intelectual y moral de la cultura norteamericana. Que la santísima Virgen María, Sede de la sabiduría, os proteja en vuestro compromiso por afianzar la educación católica y promover la vida intelectual católica en todas sus dimensiones. En la víspera de la fiesta de Pentecostés, me uno a vosotros para invocar los dones del Espíritu Santo sobre la Iglesia en Estados Unidos. Con afecto en el Señor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis.










A LOS PRESIDENTES DE LAS REGIONES


Y PROVINCIAS DE ITALIA


Sábado 30 de mayo de 1998



Honorables presidentes;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra daros a cada uno mi cordial bienvenida en esta circunstancia singular, que ha reunido a los administradores de las diversas autonomías locales que forman la amada nación italiana. Agradezco al presidente de la Conferencia de las regiones las amables palabras que acaba de dirigirme en nombre de todos.

Al saludaros a cada uno, quiero extender la expresión de mi vivo sentimiento de afecto a los ciudadanos de las regiones y provincias autónomas de Italia, que representáis. En particular, deseo renovar mi más viva solidaridad a cuantos, durante los últimos meses, se han visto afectados por calamidades naturales. Pienso, de modo especial, en las queridas poblaciones de Umbría, de las Marcas y de la Campania que, con el apoyo de muchos, están tratando de reconstruir su entramado humano y social, así como sus casas y sus barrios, destruidos o gravemente dañados por el terremoto y las inundaciones.

2. Las poblaciones a las que se dirige vuestro servicio de administradores se caracterizan por un sólido sistema de valores que ha marcado la historia de Italia durante los siglos pasados. Se trata de valores enraizados en el Evangelio, que ha impregnado profundamente la cultura italiana, suscitando tesoros de civilización, de arte y de santidad. ¿Cómo no dar gracias a Dios por este rico patrimonio espiritual? Y ¿cómo no sentirse comprometidos a conservarlo para el bien de las generaciones futuras?

Honorables señores, además de los valores comunes, cada una de las realidades locales que administráis presenta una historia y una tradición diferente. Es necesario que este camino social y cultural diferenciado se armonice e integre sobre la base de la pertenencia común a la misma realidad nacional, de modo que las particularidades de cada uno redunden en beneficio de todos. Los aislamientos exclusivistas empobrecerían a quien los pusiera en práctica, y crearían tensiones dañosas, sobre todo para los más débiles.

A este respecto, mi venerado predecesor Pablo VI escribió que, «si es normal que una población sea el primer beneficiario de los dones otorgados por la Providencia », del mismo modo es de desear que nadie pueda, por eso, «pretender reservar sus riquezas para su uso exclusivo» (Populorum progressio, 48), ya se trate de riquezas materiales o culturales, sociales o religiosas.

3. Ilustres señores, el servicio que prestáis a cuantos os eligieron será tanto más eficaz cuanto más enraizado esté en el conjunto de ideales y valores que constituye el patrimonio de los italianos. Situándoos en esta perspectiva, podréis comprender mejor los problemas y dar con más eficacia soluciones adecuadas, también con vistas al nuevo milenio, a cuya cita queremos llegar preparados interior y exteriormente. Los problemas son numerosos y graves: pienso en el desempleo, en las necesidades de las familias y de los sectores más débiles de la población, en los prófugos que llaman a las puertas de vuestras regiones y en la degradación del territorio. Pienso, también, en el tema de la legalidad, que hoy se menciona con tanta frecuencia, porque cada vez se toma mayor conciencia de la urgencia de recuperar un sentido más vivo de la ley, para construir un desarrollo ordenado de la vida civil y favorecer una cultura del respeto a los derechos de cada uno, de la colaboración recíproca y de la participación solidaria.

Estoy seguro de que, gracias a la entereza de cada uno y a la solicitud de todos, se podrá progresar ulteriormente hacia una sociedad civil solidaria, respetuosa de las personas y de las tradiciones locales, y atenta a los valores e ideales del pueblo italiano.


Discursos 1998