Discursos 1998 - Sábado 4 de julio de 1998

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN


DE RADIO POPULAR-CADENA COPE






Al señor
Don Salvador SÁNCHEZ TERÁN
Presidente del Consejo de administración de Radio popular - Cadena COPE

1. Me complace enviar un cordial saludo a los participantes en la Convención anual de los directores de todas las emisoras de la COPE y asociadas y de los directores de los principales programas, que en estos días tiene lugar en la ciudad eterna. Con ello han querido dar una muestra significativa, con la mirada puesta en el acontecimiento singular que es el próximo gran jubileo del 2000, de sus sentimientos de adhesión y afecto al Sucesor del apóstol san Pedro, así como de su cercanía a la Santa Sede.

Les agradezco de verdad este gesto, que es muy elocuente. En el último día de la Convención los participantes en la misma van a tener la oportunidad de asistir a la audiencia general que congrega todos los miércoles a tantos peregrinos en torno al Papa y, en esa ocasión, podrán recibir, junto con unas palabras de aliento, la bendición apostólica. Pero mientras llega ese momento, quiero anticiparles ya mi saludo y renovarles las expresiones de aprecio y de agradecimiento por su aportación, desde las ondas radiofónicas, a la misión de la Iglesia de anunciar a Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

2. El origen de la red de emisoras de la Cadena COPE se remonta a aquellas emisoras parroquiales, promovidas por el celo apostólico de sacerdotes y laicos católicos, que en los años sesenta animaban la vida en los pueblos y ciudades de España. No faltaron tampoco emisoras diocesanas, cuyo ámbito y posibilidades eran ciertamente mayores. Unas y otras se fundieron y así surgió la Cadena COPE de nuestros días. Desde entonces y a lo largo de casi cuarenta años, muchos hombres y mujeres han aportado su trabajo y su ilusión, no siempre con abundancia de medios pero siempre animados por un espíritu apostólico, creativo y entusiasta.

Hoy los tiempos han cambiado. El progreso técnico nos ha proporcionado medios potentes y ya no es la carencia material o los instrumentos lo que hoy dificulta el trabajo de los comunicadores sociales. Un gran reto de nuestros días consiste más bien en saber encauzar el inmenso poder de los modernos medios de comunicación social para que contribuyan al desarrollo de una vida más digna y elevada. A este respecto, escribía en el Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de este año: «No conviene olvidar que la comunicación a través de los medios de comunicación social no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender. Mucho menos, un vehículo para la ideología. Los medios de comunicación pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés; también pueden manipular a los espectadores, lectores y oyentes, considerándolos meras cifras de las que se obtienen ventajas, sea en venta de productos sea en apoyo político» (n. 4).

Ante ello, en la COPE debéis tener claros los objetivos y las motivaciones. La Conferencia episcopal española, que sigue con solicitud vuestra actividad y que en esta reunión se ha hecho presente por medio de su presidente, mons. Elías Yanes, arzobispo de Zaragoza, ha establecido un ideario, asumido por vosotros, con el fin de aplicar concretamente en la realidad lo que la Iglesia ens ña sobre el papel de los medios de comunicación social en la sociedad.

El carácter católico de la COPE debe evitar equívocos y os compromete a todos a la coherencia con los principios y valores del humanismo cristiano. Ello no supone necesariamente identificarse con un modo de hacer radio cuyo contenido sea explícita y exclusivamente religioso, aunque ésta sea una forma muy válida, estimada y seguida por algunas emisoras. En la COPE habéis optado por un modelo de radio más general, que pretende llegar a un número mayor de personas, asumiendo así horizontes más amplios. Sin embargo, esto no os debe impedir el tratar de llevar el mensaje y la paz de Jesucristo a todos, a los de cerca y a los de lejos (cf. Ef Ep 2,17), incluso a quienes no muestran interés por Él. Ello os obliga a un esfuerzo por mantener el equilibrio, os alerta a dominar la tensión entre lo humano y lo divino, entre el Evangelio y el materialismo, entre los valores perennes anunciados por Jesucristo y los postulados de la secularización.

3. Los cristianos que trabajan en los medios de comunicación social tienen ante sí un gran desafío al que ya me refería en el citado mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones: «en el uso de las comunicaciones, no se limite a la difusión del Evangelio, sino que integre realmente el mensaje evangélico en la "nueva cultura" creada por las modernas comunicaciones, con sus nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nuevos comportamientos psicológicos» (n. 5). En este sentido, se os exige un compromiso serio: por una parte, llevar a cabo gozosamente la acción evangelizadora explícita, bajo la guía del Espíritu Santo y el magisterio de los pastores, a través de un lenguaje expresivo y persuasivo; por otra, asumir las realidades del mundo presente, proponiéndolas a los hombres y mujeres de nuestro tiempo en el marco de la cosmovisión cristiana que abarca a la persona, la sociedad y la naturaleza toda.

Además, hay que tener en cuenta la importancia trascendental que tiene el testimonio personal y profesional de cuantos trabajáis en la Cadena COPE. Por ello, os aliento a no sucumbir a tentaciones, tan sutiles y engañosas, como la ambición, la vanidad, el dinero o la popularidad. Poneos con sencillez a disposición de cuantos esperan de vosotros el inapreciable servicio de la información rigurosa, la opinión ponderada, la llamada a la convivencia plural, respetuosa y pacífica, y, en definitiva, al amor con raíces cristianas.

4. Finalmente quiero referirme al gran acontecimiento que nos espera y para el cual nos estamos preparando: el gran jubileo del año 2000. En él la Iglesia va a celebrar el bimilenario de la venida de Cristo al mundo, que es el acontecimiento principal de toda la historia, la plenitud de los tiempos (cf. Ga Ga 4,4), el inicio del cristianismo. Jesucristo es el centro del cosmos y de la historia, el alfa y la omega, el principio y el fin. Ante este acontecimiento, es preciso plantear con fuerza el interrogante que propuse a los comunicadores el pasado año: «¿Encuentra todavía Cristo un lugar en los medios tradicionales de comunicación social? ¿Podemos reivindicar para él un lugar en los nuevos medios?» (Mensaje para la XXXI Jornada mundial de los medios de comunicación social, 24 de enero de 1997). Por ello, os aliento a que en la Cadena COPE redobléis los esfuerzos para que Jesucristo, Palabra de Dios, esté presente y guíe vuestros pasos en una tarea tan noble como la que realizáis.

A todos vosotros, a los trabajadores y colaboradores de la COPE, a vuestros familiares y a los radioyentes me es grato impartir en esta circunstancia la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 6 de julio de 1998








AL CUARTO GRUPO DE OBISPOS DE ESPAÑA


EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 7 de julio de 1998



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Es para mí un motivo de alegría tener este encuentro con ocasión de vuestra visita «ad limina», en la que el Señor nos concede la oportunidad de vivir con renovada intensidad, junto a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo, la experiencia de comunión eclesial en la caridad y de fidelidad a la fe recibida, fortaleciendo el compromiso evangelizador y avivando el ministerio de continuar la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles.

Agradezco cordialmente a mons. Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla, las amables palabras que me ha dirigido, interpretando los sentimientos de afecto y adhesión de todos vosotros, pastores puestos a la cabeza del pueblo de Dios que vive en el levante y sur del suelo peninsular español, así como en las islas Baleares y Canarias. Os saludo a todos cordialmente, a los arzobispos de Sevilla, Valencia y Granada, a los obispos de las respectivas diócesis sufragáneas y a los obispos auxiliares. Como Pastor de toda la Iglesia siento vuestra cercanía y unión «con lazos de unidad, de amor y de paz» (Lumen gentium LG 22), os acompaño en vuestros desvelos pastorales como servidores del Evangelio (cf. Lumen gentium LG 24 Lumen gentium LG 27) y os aliento a que «no os canséis de hacer el bien» (2Th 3,13).

2. El Evangelio llegó a vuestras tierras ya en los albores del cristianismo, creando comunidades de fe que han compartido la suerte de la Iglesia en las diversas etapas de su itinerario casi bimilenario. Han sentido el calor de la tradición apostólica, acogiendo con gozo su mensaje de salvación; han contribuido con sus concilios particulares a la articulación de la fe y el afianzamiento de un estilo de vida coherente con la verdad profesada; han conocido la persecución y experimentado la zozobra de las desviaciones doctrinales; han sabido vivir calladamente bajo el predominio de otras culturas y creencias y participado al restablecimiento de la fe que originariamente había alentado en su corazón; han asistido de cerca a los grandes movimientos de reforma de la Iglesia y colaborado al gran esfuerzo misionero en la evangelización del nuevo mundo; en fin, han vivido y están viviendo el fascinante momento actual, en el que toda la comunidad eclesial, bajo el impulso dado por el concilio Vaticano II, se siente profundamente comprometida en vivir el evangelio de Cristo con autenticidad y proclamarlo con todo su esplendor a los hombres de hoy.

Las muchas vicisitudes históricas por las que han pasado vuestros pueblos han forjado la tradición de vuestras gentes y han creado un rico patrimonio, que hoy podéis exhibir ante el mundo en tantas obras de arte, cultura y civilización. Esta herencia tiene hondas raíces cristianas, cuya tradición, antiquísima, ha llegado hasta hoy con obras literarias y monumentos que no han de caer en el olvido y que merecen ser estudiados y venerados como don precioso a vuestras Iglesias y a vuestros pueblos.

También habéis heredado abundantes frutos de santidad surgidos en las más dispares circunstancias. De entre ellos no faltan insignes ejemplos de dedicación al ministerio apostólico, que pueden inspirar vuestro quehacer de hoy, como Leandro e Isidoro; Pedro Pascual, obispo mártir de Jaén, Juan de Ávila, patrono del clero español, y el monje jerónimo Hernando de Talavera; el agustino Tomás de Villanueva y el sevillano Juan de Ribera, arzobispos de Valencia y fundadores de sendos colegios para la formación de sacerdotes. Yo mismo, hace pocos años, durante mi primera visita a España, tuve la dicha en Sevilla de proclamar beata a sor Ángela de la Cruz, digna continuadora de la tradición de entrega y caridad cristiana hacia los más desvalidos, que siglos atrás había distinguido a Juan de Dios y Juan Grande.

3. Quisiera en esta ocasión reflexionar con vosotros sobre algunos de los retos más importantes que en este momento os corresponde afrontar para que vuestras comunidades eclesiales, como hicieran antaño, sean también hoy fieles a su «misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes» (Lumen gentium LG 5) y de comunicar a todos la gracia y la verdad de Cristo.

Los actos celebrados en las sedes metropolitanas de vuestras provincias eclesiásticas durante mi citada visita a España tienen, en cierto modo, un significado emblemático, válido también para hoy, y cuyo interés sobrepasa los límites locales en que tuvieron lugar. En Valencia ordené a un gran número de sacerdotes, en Granada tuve un encuentro con los educadores en la fe y en Sevilla beatifiqué, como he dicho, a sor Ángela de la Cruz, ejemplo de caridad cristiana. Estos hechos destacan los aspectos esenciales que caracterizan la Iglesia de todos los tiempos como comunidad que se reúne en torno a Cristo vivo y celebra su presencia, que proclama el Evangelio a todas las gentes y lo infunde en lo más íntimo de sus corazones, y que se distingue por su decidido e incondicional amor a los hermanos (cf. Hch Ac 2,42-45 Jn 13,35).

4. La reforma litúrgica ha sido uno de los frutos más visibles y que con mayor entusiasmo han sido acogidos por el pueblo de Dios. En ello hemos de ver no solamente el afán de cambio que parece caracterizar nuestra época o el legítimo deseo de acomodar la celebración de los misterios sagrados a la sensibilidad y cultura de nuestros días. Tras este fenómeno se esconde, en realidad, la aspiración de los creyentes a vivir y expresar su más honda y auténtica identidad de discípulos reunidos en torno a Cristo, presente en medio de ellos de manera inigualable a través de su Palabra y los sacramentos, especialmente la Eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium SC 7). De esta manera, no solamente se construye sobre base firme y duradera el edificio de la fe (cf. Lc Lc 6,48), sino que toda comunidad cristiana se hace consciente de que ha de celebrar el misterio de Cristo, Salvador del género humano, y que ha de anunciarlo y darlo a conocer abiertamente a los hombres de hoy, venciendo la tentación, sentida a veces dentro y fuera de su seno, de atribuir a la Iglesia otras identidades e intereses. En efecto, la Iglesia vive más de lo que recibe de su Señor que de aquello que puede hacer solamente con sus fuerzas. También en este aspecto hemos de reconocer con el Apóstol: «con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo » (2Co 12,9).

Por eso, en un ambiente que a veces tiende a trivializar las convicciones más profundas, es particularmente importante educar a los fieles para que sientan la necesidad interior de acercarse con frecuencia a recibir los sacramentos, de participar activamente en las celebraciones litúrgicas y de reunirse el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor en el sacramento de la Nueva Alianza. A nadie le ha de faltar para ello el apoyo de la entera comunidad cristiana. A este respecto, es útil recordar que corresponde a los obispos de manera particular el preocuparse «para que el domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado y celebrado como verdadero .día del Señor., en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo» (S. Congregación para los obispos, Ecclesiae imago, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 29 de febrero de 1973, 86).

5. Constato con satisfacción cómo vosotros, junto con los otros obispos de España, tratáis de iluminar desde el Evangelio todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad, sin excluir la dimensión moral y social. Este aspecto de vuestro ministerio que, si bien con gran prudencia y sensibilidad, deberéis ejercer siempre sin temor, ha de llegar al corazón mismo de las gentes, de forma que cada creyente pueda experimentar la fuerza transformadora de la fe en su vida cotidiana, expresarla con autenticidad y dar testimonio de ella con eficacia.

La Iglesia, que ha considerado siempre la formación de los fieles como una de las tareas más esenciales de su quehacer, es también consciente de su importancia decisiva en unos momentos en que las circunstancias cambian con vertiginosa rapidez, poniendo cada día nuevos interrogantes con los cuales ha de confrontarse la fe de los creyentes. Como dije en Granada, «una minoría de edad cristiana y eclesial no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada» (Homilía en la celebración de la Palabra con los educadores en la fe, Granada, 5 de noviembre de 1982, 3).

Vosotros, pastores en una tierra que ha dado a la Iglesia y a la sociedad eximias figuras en el campo de la educación, sabéis muy bien que, en la vida como en la fe, nunca se termina de aprender, por lo que es preciso fomentar continuamente la formación cristiana no solamente de los niños y los jóvenes, sino también de los mayores y de las familias, de cada persona y de los grupos, según su propio carisma y vocación, sin olvidar a los mismos educadores y sacerdotes, que también peregrinan en este mundo como permanentes discípulos del Señor.

A éstos os debéis muy particularmente, porque son vuestros más inmediatos colaboradores en la misión pastoral. Ellos os necesitarán en muchas ocasiones, especialmente en los primeros años de su ministerio, no sólo como maestros y guías en la atención al pueblo de Dios, sino también como padres a los que se confían las propias aspiraciones y dificultades, recibiendo de ellos comprensión y aliento para desempeñar el ministerio sacerdotal. Ellos aprenderán de vosotros, a su vez, a sentirse cercanos a las necesidades y preocupaciones de los fieles, a quienes han de entregarse como verdaderos pastores que conocen a cada uno por su nombre (cf. Jn Jn 10,3).

6. La creatividad, la fina sensibilidad y la rica capacidad expresiva de vuestras gentes es un factor positivo a la hora de encaminarlas al encuentro con Dios, misterio indecible que con frecuencia se hace asequible a través de imágenes, gestos y signos. Sé bien que este aspecto de la religiosidad popular ocupa un lugar importante en vuestra solicitud pastoral y os animo a continuar vuestros esfuerzos con el fin de que, como en la pedagogía divina, las palabras acompañen a los gestos, de modo que se manifieste más claramente la presencia y la voluntad de Dios (cf. Dei Verbum DV 2).

Es importante, en efecto, que la expresión religiosa sirva para profundizar en la fe, y ésta ilumine todos los aspectos de la vida de los creyentes, haciéndolos cada día más conscientes de que han de crecer como piedras vivas que construyen el templo de Dios en este mundo (cf. 1P 2,5). Por ello se ha de procurar que todo grupo eclesial, como las hermandades y cofradías, sean ámbitos propicios para la formación cristiana de sus miembros y cauce de su plena integración en la vida de la comunidad eclesial, participando en la celebración de los sacramentos, principalmente de la Eucaristía, estando unidos a sus pastores, colaborando con ellos en el marco de la pastoral de conjunto y promoviendo incesantemente el compromiso de caridad y solidaridad que es característico de una comunidad verdaderamente cristiana y fraterna. En efecto, el mismo concilio Vaticano II ha recordado cuáles son los objetivos de la educación cristiana: hacer que todo bautizado llegue a adorar a Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, viva según el hombre nuevo en justicia y en santidad, contribuya al crecimiento del Cuerpo místico, dé testimonio de su esperanza y promueva los más preciados valores del hombre y de la sociedad (cf. Gravissimum educationis GE 2). De este modo podemos esperar que los fieles laicos, a quienes se reconoce su valor y plena dignidad en la Iglesia, asuman también un mayor compromiso en las tareas propias de una comunidad cristiana que vive intensamente el Evangelio, lo anuncia con valentía y lleva sus valores a todos los ámbitos de la existencia humana personal y social.

7. En los planes de preparación para el gran jubileo del año 2000 los obispos españoles habéis acogido plenamente el objetivo señalado para los cristianos de todo el mundo, en el que se incluye «la acogida del prójimo, especialmente del más necesitado» (Tertio millennio adveniente TMA 42). Esta es una de las grandes preocupaciones de la Iglesia en nuestros días y atañe a muchos de vosotros de manera particular, porque habéis comprobado entre vuestras gentes los efectos devastadores de una concepción del hombre «sólo como productor y consumidor de mercancías, o bien como objeto de la administración del Estado» (Centesimus annus CA 49). A la difícil situación de los hombres del campo o del mar, se han añadido otras más recientes y no menos dramáticas, de modo que, como el buen samaritano (cf. Lc Lc 10,29 ss), la Iglesia encuentra en su camino también al desempleado, al joven de esperanza derruida, mecido en la trivialidad o devastado por la droga, al emigrante que llega de otras tierras, a mujeres despreciadas, niños sin amparo y hombres privados de su dignidad. No dejéis que ninguno de vuestros fieles y comunidades permanezca insensible ante estas realidades que son una llamada constante de atención frente a tantas proclamaciones como se hacen en una sociedad que parece sentirse satisfecha y pagada de sus logros. Es necesario dar testimonio convincente de Cristo, que ha venido «para dar la buena nueva a los pobres y anunciar el año de gracia del Señor» (cf. Lc Lc 4,18-19), con palabras y con hechos, que no dejen nada por intentar, desde la caridad «de urgencia » en aquellos casos en que sea necesaria, a las reformas de carácter más institucional que vayan creando un entramado social más justo y solidario.

En estos momentos de la historia vuestras Iglesias están llamadas a ser el umbral de una Europa en la que se perfilan nuevos escenarios sociales y políticos, lo que os confiere la gran responsabilidad de ser también puerta de acogida para otros pueblos y de dar ejemplo de generosidad, sabiendo compartir fraternalmente el pan con quienes llegan a vuestras tierras en busca de una nueva esperanza.

8. Quiero concluir este coloquio fraterno pidiéndoos que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los sacerdotes y a las comunidades religiosas; a los catequistas y cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y a los padres; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren. Quiera Dios que las raíces cristianas de vuestros pueblos infundan en todos una esperanza viva y un dinamismo nuevo, que les lleve a superar las dificultades del momento presente y asegure un porvenir de creciente progreso espiritual y humano. De manera especial, decid a vuestros sacerdotes, personas consagradas, demás agentes de pastoral y seminaristas, que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio, y que espera y tiene confianza en su fidelidad.

A la Virgen María, nuestra madre celestial, que vuestros pueblos engalanan y a la que con tanto fervor invocan vuestras gentes, encomiendo vuestras personas e intenciones pastorales, para que llevéis a cabo la tarea de una nueva evangelización que prepare los corazones a la venida del Señor.

Con estos deseos os acompaña mi plegaria y con afecto os imparto la bendición apostólica.










A SU LLEGADA A CASTELGANDOLFO


Martes 21 de julio de 1998



De regreso de los días de descanso pasados entre las fascinantes montañas de Cadore, estoy nuevamente entre vosotros, queridos habitantes de Castelgandolfo. Me alegra volver a encontrarme con vosotros y permanecer en vuestra compañía durante todo el período de verano. Este es un lugar familiar, donde encuentro personas conocidas y queridas, a las que quisiera enviar enseguida mi saludo cordial.

Saludo con afecto, ante todo, al pastor de la diócesis de Albano, monseñor Dante Bernini, al obispo auxiliar, monseñor Paolo Gillet, así como al párroco de Castelgandolfo. También deseo saludar y dar las gracias a toda la comunidad cristiana por el afecto con que me acoge siempre y por la ferviente oración con que me acompaña. Dirijo unas palabras de gratitud al señor alcalde y a la corporación municipal, siempre solícitos de que mi estancia aquí transcurra de modo sereno y provechoso. Os llevo a todos en mi corazón e invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros proyectos de bien y sobre toda la comunidad, la protección constante de Dios.

Con estos sentimientos, de buen grado os imparto a todos mi bendición.







                                                                                   Agosto de 1998

                                                                      

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA CONGREGACIÓN BENEDICTINA OLIVETANA,


CON OCASIÓN DEL 650 ANIVERSARIO


DE LA MUERTE DE SU FUNDADOR




Al reverendísimo padre
Michelangelo Riccardo M. TIRIBILLI
Abad general de la Congregación Benedictina Olivetana

1. Este año se cumple el 650 aniversario de la muerte del beato Bernardo Tolomei, apasionado «buscador de Dios» (Regula benedictina, 58, 7), que esa congregación monástica se dispone con alegría a conmemorar. En este feliz aniversario, me complace dirigirle a usted, reverendísimo padre, y a toda la congregación monástica de los olivetanos, mi saludo y mis mejores deseos, uniéndome de buen grado al himno común de alabanza y gratitud al Señor por el don que hizo a su Iglesia con ese insigne testigo del Evangelio.

Por providencial coincidencia, este aniversario cae en el segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. La figura luminosa del beato Bernardo, creador de «escuelas del servicio de Dios» (Regula benedictina, Prol. 45), es un ejemplo singular de la presencia y de la acción del Espíritu Santo, fuente de la múltiple variedad de los carismas, de los que vive la Esposa de Cristo.

En el corazón del beato Bernardo «el Espíritu Santo derramó con abundancia el amor de Dios» (cf. Rm Rm 5,5), convirtiéndolo así en signo del Señor resucitado. Por eso pudo sobresalir «en la vocación a la que Dios le llamó, para que la Iglesia sea más santa y para la mayor gloria de la única e indivisible Trinidad» (Lumen gentium LG 47), «comprometido a ser portador de la cruz» (cf. Vita consecrata VC 6), como indica significativamente el nombre de «Monte Oliveto» (Monte de los Olivos), que dio al desierto de Accona. Bernardo, «sin anteponer nada al amor de Cristo» (Regula benedictina, 4, 21; cf. 72, 11), se insertó con fidelidad dinámica en la ininterrumpida tradición que ha consolidado la nobleza, la belleza y la fecundidad de la espiritualidad benedictina.

2. Su extraordinaria experiencia de Cristo muerto y resucitado fue «experiencia del Espíritu vivida y transmitida» (Mutuae relationes, 11) a la congregación monástica que fundó, hoy difundida en muchos países del mundo.

Ante la cercanía del tercer milenio de la era cristiana, la familia espiritual benedictina olivetana, proyectada con esperanza hacia el futuro, quiere confirmar con valentía su vocación al servicio del Evangelio. Percibe la urgencia de «ofrecer a la divina Majestad un servicio a la vez humilde y noble» (Perfectae caritatis PC 9), aceptando con alegría «el bien de la obediencia» (Regula benedictina, 71, 1), «viviendo el amor fraterno» (ib., 72, 8), progresando en la «conversión de las costumbres» (ib., 58, 17) y en el ejercicio de la humildad (cf. ib., 7).

Precisamente con una celebración del «Opus Dei» esmerada y llena de intensidad contemplativa, aun en medio de tantas pruebas, los monjes olivetanos han sabido hacer que sus comunidades se convirtieran cada vez más, durante los siglos, en lugares de silencio, de paz, de fraternidad y de sensibilidad ecuménica. De este modo, los monasterios olivetanos han llegado a ser testimonio elocuente de comunión, moradas hospitalarias para los que buscan a Dios y las realidades espirituales, escuelas de fe y laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura.

3. El 650 aniversario de la muerte del beato Bernardo constituye, por tanto, una circunstancia oportuna para poner de relieve con renovado vigor la actualidad del carisma de esa orden. Recordando el radical testimonio de vida monástica del fundador, no será difícil descubrir las razones de las opciones que le sugirió la situación del monacato de su tiempo y que realizó al fundar una nueva congregación benedictina, que se diferencia de las demás por «una estructura propia, en virtud de la cual los monjes profesan en las manos del abad general o de un delegado suyo y, a pesar de vivir en los diferentes monasterios, están tan unidos a la archiabadía de Monte Oliveto Maggiore, que forman una sola familia no sólo por vínculo de caridad sino también jurídico» (Constituciones olivetanas, 1).

Sé que la atención a esta «relectura» suya de la Regla de san Benito será objeto de reflexión y discernimiento en vuestro inminente capítulo general, examen importante de vuestra identidad carismática. Espero cordialmente que, con el esfuerzo y la colaboración de todos, la memoria histórica de vuestros orígenes se convierta en memoria viva que dé nuevo impulso a vuestro apostolado.

Dado que conviene distinguir el carisma de las formas contingentes en que se ha expresado durante el pasado, será oportuno hacer una revisión equilibrada y realista, de acuerdo con los principios de subsidiariedad y complementariedad, ya recogidos en vuestras constituciones, pero que tal vez requieren nuevas explicitaciones para adaptarse mejor a la situación actual de vuestra congregación.

4. Demos gracias al Señor porque, en sus más de seis siglos de vida, vuestra congregación ha experimentado que la divina Providencia ha guiado a sus monjes por caminos de auténtica perfección religiosa. En particular, la congregación ha sabido mantener siempre vivo ese apostolado monástico característico que es la hospitalidad, ofreciendo «una acogida diligente» (Regula benedictina, 53, 3) a los que sienten la necesidad de un espacio ideal para reconciliarse consigo mismos, con los demás y con Dios. Es importante que los monjes sean para sus huéspedes testigos de la virtud teologal de la esperanza, ayudándoles así en el esfuerzo diario por transformar la historia de acuerdo con el proyecto de Dios.

Mi deseo cordial es que, en la fiel observancia de las constituciones, la legítima diversidad de cada monasterio alimente la riqueza espiritual de lo que la tradición olivetana llama «unum corpus ». Esa tradición convierte vuestra congregación en un «ágape» fraterno de comunidades y está en el origen del singular vínculo entre monjes y monasterios que caracteriza a vuestra familia contemplativa.

En ese sentido, los padres capitulares estarán llamados a buscar modalidades adecuadas para expresar en formas actualizadas esta irrenunciable característica de su identidad monástica, teniendo en cuenta la actual realidad de la congregación, ya internacional, y la situación histórica y eclesial profundamente cambiada en la que deben hacerla presente.

Que el Espíritu Santo reavive en cada miembro el don específico que Dios ha otorgado a vuestra familia contemplativa con una sabia y prudente reformulación de las intenciones que guiaron al beato Bernardo en el origen de la fundación.

5. Invoco sobre todos los monjes olivetanos la protección maternal de María, cuyo nombre brilla en la denominación oficial de vuestra familia religiosa, llamada precisamente Congregación Benedictina de Santa María del Monte de los Olivos. A ella, peregrina en la fe, le pido que guíe vuestros pasos hacia el tercer milenio y continúe infundiendo en la congregación los dones de fecundidad espiritual que han caracterizado su pasado glorioso y, seguramente, seguirán marcando también su futuro.

Con esos deseos, a la vez que invoco sobre la congregación la protección celestial de la Virgen y del beato Bernardo Tolomei, le imparto con afecto a usted, reverendísimo padre, a sus hermanos los monjes olivetanos y a cuantos acuden a su ministerio religioso y espiritual diario, una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 1 de agosto de 1998


PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II

AL FINAL DE UN CONCIERTO

DE LA ORQUESTA FILARMÓNICA HÚNGARA


Domingo 2 de agosto de 1998



Excelencias;
ilustres señores y señoras:

He escuchado con interés las piezas musicales de Félix Mendelssohn y de Zoltán Koldály, que la Orquesta filarmónica húngara acaba de interpretar durante esta interesante velada artística, organizada por la Academia musicae pro mundo uno de Roma.

Doy las gracias, ante todo, al maestro Ervin Acél, director estable de la orquesta sinfónica de Szeged, al violinista Stefan Milenkovich y a todos los miembros de la orquesta, por la competencia y el arte con que nos han alegrado el esp íritu. También expreso mi agradecimiento al maestro Giuseppe Juhar y a la doctora Monika Ryba-Juhar, respectivamente presidente y directora artística de la Academia musicae pro mundo uno.

Saludo cordialmente, asimismo, a los huéspedes que han venido aquí, y les expreso mis sentimientos de gratitud por haber querido honrar con su presencia esta velada musical en el palacio apostólico de Castelgandolfo.

En la interpretación de las composiciones que nos han ofrecido se manifiestan toda la fuerza y todo el pathos del alma nacional húngara, tan rica en sentimientos y, al mismo tiempo, tan sobria y noble, abierta al diálogo con las demás culturas.

La música, por la índole misma de su lenguaje universal, tiene la capacidad de favorecer el encuentro entre culturas diversas, convirtiéndose en vehículo de un provechoso intercambio de dones, que a menudo enriquece más a quien da que a quien recibe. Eleva el espíritu a sentimientos nobles y sinceros, y puede llevar, a través de la armonía de las notas y del diálogo de los instrumentos, a contemplar la suprema y eterna belleza de Dios.

Deseo de todo corazón que cada ejecución musical sea una ocasión de enriquecimiento espiritual interior, y motivo de entendimiento fraterno entre las personas y las naciones.

Acompaño estos sentimientos con una bendición especial, que imparto de buen grado a los presentes y a sus respectivas familias, como prenda de abundantes gracias celestiales.






Discursos 1998 - Sábado 4 de julio de 1998