Discursos 1998 - Jueves 3 de septiembre de 1998

El libro del Génesis nos brinda la clave para comprender la relación entre la adoración a Dios y el servicio a la humanidad. Vemos en él que todo ser humano tiene una dignidad absoluta e inalienable, porque todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios mismo (cf. Gn Gn 1,26). Por eso, estoy seguro de que compartimos la ferviente esperanza de que el Señor de la historia guiará los esfuerzos de los cristianos y los judíos, así como los de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para que trabajemos juntos por un mundo de verdadero respeto a la vida y a la dignidad de todo ser humano, en el que no exista ningún tipo de discriminación. Ésta ha de ser nuestra oración y nuestro compromiso.

Que el Señor Dios «ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; os muestre su rostro y os conceda la paz» (cf. Nm NM 6,25-26). Amén.








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ZIMBABUE


EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 4 de septiembre de 1998




Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con alegría os doy la bienvenida a vosotros, los obispos de Zimbabue, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Ph 1,2). Como sucesores de los Apóstoles, prestamos una «colaboración al Evangelio» (Ph 1,5), que se extiende, de modo apropiado, a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis. Os pido que les transmitáis mis saludos y les aseguréis que los tengo presentes constantemente en mis oraciones. El paso del tiempo no ha disminuido el recuerdo de mi visita a vuestro país, cuando experimenté personalmente la cordial hospitalidad de vuestro pueblo y la riqueza de sus tradiciones culturales.

Es motivo de alegría el hecho de que la población católica de Zimbabue esté creciendo constantemente: «Esta ha sido la obra del Señor, una maravilla a nuestros ojos» (Ps 118,23). Afirmáis en vuestros informes que muchos adultos abrazan la fe y que están entrando en la Iglesia. Por eso, podemos identificar inmediatamente dos prioridades importantes de vuestro ministerio como obispos: la atención pastoral a las familias y la formación religiosa de los laicos.

2. Ciertamente, en vuestro país, como en otras partes de África y del mundo, la familia como institución está afrontando pruebas difíciles. El índice de divorcios es alto; la plaga del aborto continúa deshumanizando la sociedad; la crisis producida por el sida sigue siendo grave, y ningún sector de la sociedad es inmune a sus efectos devastadores. Además, esta situación a menudo se ve agravada por políticas que no producen en las actitudes y los comportamientos los cambios necesarios para superar con éxito esos males. Por eso, vuestras palabras sobre el carácter sagrado de toda vida humana, sobre la ley moral acerca de la sexualidad humana y sobre la santidad de la vida matrimonial son muy necesarias. Como obispos, debemos tener la valentía de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño (cf. Evangelium vitae EV 58).

Con razón estáis preocupados por el número de parejas católicas que se casan según las costumbres tradicionales, sin el beneficio del sacramento del santo matrimonio, por el elevado índice de uniones irregulares y por la práctica continua de la poligamia. Una catequesis correcta y completa sobre el matrimonio cristiano, realizada en programas parroquiales de preparación para el matrimonio bien presentados, puede ayudar a las parejas jóvenes a crecer espiritualmente y a perseverar en una participación plena en la vida sacramental de la Iglesia. Mediante un esfuerzo común, inspirado por la comisión para el matrimonio y la familia de vuestra Conferencia episcopal, los sacerdotes y los demás agentes pastorales pueden ser cada vez más conscientes de que el futuro de la Iglesia y de la sociedad depende de la estabilidad del matrimonio y de la familia.

Con respecto al tema de la formación de los laicos en general, debemos reconocer una vez más con gratitud la valiosa contribución que vuestros catequistas han dado a la construcción de la Iglesia en Zimbabue: son en verdad un tesoro inestimable, pues enseñan la fe a los jóvenes y preparan a los convertidos adultos a recibir el bautismo y a insertarse plenamente en la vida eclesial. Como observaron los padres del Sínodo para África: «El papel de los catequistas ha sido y continúa siendo determinante en la fundación y extensión de la Iglesia en África. El Sínodo recomienda que los catequistas no sólo se beneficien de una perfecta preparación inicial (...), sino que continúen también recibiendo una formación doctrinal y un apoyo moral y espiritual» (Ecclesia in Africa ). Y en verdad es una bendición que cada una de vuestras diócesis cuente con un centro de formación pastoral para catequistas. He leído con interés acerca de vuestras «escuelas de invierno» para catequistas, y os animo a difundir esos cursos de formación y a profundizarlos, considerando la formación intelectual, pastoral y espiritual permanente de vuestros catequistas como uno de los grandes compromisos de vuestro ministerio. En todo esto, el Catecismo de la Iglesia católica puede ser una fuente y un instrumento de gran valor.

3. Los jóvenes representan más del cincuenta por ciento de la población de vuestro país, y su atención pastoral es una de vuestras prioridades. Algunas de las mayores dificultades que afronta la juventud de Zimbabue, como el desempleo, los efectos perjudiciales de cierto uso de los medios de comunicación social y la fascinación de las sectas religiosas, hacen que sea indispensable para vosotros abordar estas cuestiones con decisión y creatividad pastoral. Os aliento a hacer todo lo que esté a vuestro alcance para aumentar la eficacia de las organizaciones juveniles católicas. Con una formación y actividades apropiadas, los jóvenes «descubren muy pronto el valor de la entrega de sí mismos, camino esencial para el desarrollo de la persona » (Ecclesia in Africa ). De ese modo, maduran humana y espiritualmente, y llegan a ser miembros responsables de la comunidad y evangelizadores eficaces de sus coetáneos. La oración, el estudio y la reflexión son elementos importantes que no pueden faltar en la formación de los jóvenes. Por eso, necesitan la guía de sacerdotes, religiosos y líderes laicos que den con su vida un auténtico testimonio de Cristo y del Evangelio. También aquí vuestra Conferencia de obispos puede dar una contribución significativa, adoptando medidas que aseguren que su Consejo nacional de jóvenes católicos esté convenientemente dotado y preparado para brindar una ayuda efectiva al cuidado pastoral de los jóvenes.

Además, las escuelas católicas de Zimbabue desempeñan una función importante en la transmisión de las verdades y los valores de la fe cristiana, y la gente en general valora mucho la instrucción y la formación impartidas por las instituciones educativas católicas. Sin embargo, algunas políticas que prohíben la enseñanza de la religión durante el horario escolar regular dificultan esa tarea. Es necesario seguir defendiendo estos principios: el derecho a la libertad religiosa y los derechos fundamentales de los padres a la educación de sus hijos. Los líderes políticos de vuestro país han elogiado los beneficios de la educación cristiana y han destacado cuánto puede contribuir la Iglesia a la necesaria renovación de los valores morales en la sociedad. Animo vuestros esfuerzos encaminados a lograr un entendimiento formal con el Gobierno sobre los derechos y la justa autonomía de las escuelas católicas.

4. En todas estas tareas, vuestros primeros y principales colaboradores en la predicación del Evangelio y en la difusión de la buena nueva de la salvación son los sacerdotes. Para ellos en particular, como escribió san Ignacio de Antioquía, el obispo debe ser «la imagen viva de Dios Padre» (Ad. Trall., 3, 1). Esta paternidad espiritual se expresa en un profundo vínculo de comunión entre vosotros y vuestros sacerdotes, en vuestra disponibilidad a acogerlos y en el apoyo que esperan y necesitan de vosotros. Al tratar de ser auténticos guías espirituales, vuestra actitud de apertura, compasión y cooperación con ellos, vuestro amor personal a la Iglesia, vuestra misma espiritualidad sacerdotal, el ejemplo de vuestra oración litúrgica y personal, y vuestra fidelidad a la Sede de Pedro, desempeñan un papel importante en la creación de un espíritu de unidad positivo y verdaderamente sereno dentro del presbiterio. El bienestar humano y espiritual de vuestros sacerdotes será el coronamiento de vuestro ministerio episcopal.

El aumento del número de las vocaciones sacerdotales y religiosas en muchas de vuestras diócesis constituye una gran bendición, pero también una gran responsabilidad. Os exhorto a seleccionar con esmero a los candidatos a quienes conferís la ordenación sacerdotal, a velar por la solidez doctrinal de los programas de estudio, y a asegurar la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas. La Carta sobre la formación sacerdotal, publicada recientemente por vuestra Conferencia, debería ser un instrumento muy útil a este respecto, y podría servir también como una valiosa guía para los superiores religiosos, a los que invitáis a ejercer la misma vigilancia y a tener el mismo cuidado con los miembros de sus institutos.

Con la difusión de una concepción laicista y materialista de la vida, es sumamente necesario que los sacerdotes y los religiosos muestren claramente que siguen el ejemplo del amor abnegado de Cristo, practicando la disciplina, la mortificación, el sacrificio y la generosidad para con los demás. Es de fundamental importancia que los futuros sacerdotes comprendan de manera clara y realista el valor del celibato y su relación con el ministerio sacerdotal. Así, aprenderán a «estimar, amar y vivir el celibato en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y por tanto, en sus motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales» (Pastores dabo vobis PDV 50).

Compartir una vida sencilla alegra al presbiterio y, cuando va acompañada por la confianza mutua, facilita la obediencia voluntaria que todo presbítero debe a su obispo. Cuando la autoridad episcopal se ejerce como servicio desinteresado y cuando la obediencia sacerdotal se practica como colaboración pronta, se da un testimonio elocuente del Evangelio y se fortalece la unidad de la Iglesia particular.

5. El compromiso y la generosidad que han mostrado los miembros de los institutos religiosos constituye una parte esencial de la historia de la Iglesia en Zimbabue. Su estilo de vida y su servicio lleno de amor, especialmente en los campos de la educación y la sanidad, han sido un signo de la fuerza del amor de Dios que actúa en medio de su pueblo de generación en generación, produciendo, gracias al trabajo de sus celosos operarios, una cosecha cada vez más abundante (cf. 1Co 3,6). Cuando invitéis a los religiosos a seguir siendo testigos fieles del Señor en medio de su pueblo, es importante que se estime cada vez más el apostolado particularmente valioso de las religiosas como una parte vital de la misión de construir la «familia de Dios» (Ep 2,19) en Zimbabue.

6. Queridos hermanos en el episcopado, todos los días os esforzáis por ser fieles a los deberes que el Señor os ha confiado. Tanto de modo individual en vuestras respectivas diócesis, como de manera comunitaria en la Conferencia episcopal, procuráis iluminar con sanos principios morales las realidades contemporáneas de la sociedad de Zimbabue. En el área particularmente delicada de la redistribución de la tierra, por ejemplo, os habéis hecho portavoces de la doctrina social de la Iglesia, exponiendo la necesidad de «un mecanismo apropiado (...) para lograr que se garanticen siempre la justicia, la igualdad y la equidad ». Habéis afirmado que «el bien común requiere que la redistribución de la tierra se realice de modo que no se perjudique la capacidad (...) de alimentar a Zimbabue y, naturalmente, a los países vecinos»; habéis tratado asimismo las cuestiones relativas al medio ambiente, subrayando que «también la conservación ecológica de la tierra ha de ser una prioridad» (Declaración de la Conferencia episcopal de Zimbabue sobre la reforma agraria). La Santa Sede es consciente de la importancia de esta compleja cuestión para el correcto desarrollo de los países y para la paz entre los pueblos (cf. Consejo pontificio Justicia y paz, Para una mejor distribución de la tierra. El reto de la reforma agraria, 23 de noviembre de 1997).

Durante estas últimas semanas, todos hemos asistido con tristeza a la propagación de la violencia y de los conflictos armados en varias partes de África y, particularmente, en la República democrática del Congo. Esperamos y oramos para que se ponga fin cuanto antes a la violencia en esa región, especialmente la violencia que se dirige contra los ciudadanos inocentes, que están expuestos a la opresión y a saqueos terribles, privados de lo necesario para su sustento y condenados a un futuro incierto. Vuestra nación es pacífica. Debéis esforzaros para mantenerla así, recordando a vuestro pueblo que una solución militar a los graves problemas sociales y económicos será siempre un espejismo y causa de nuevos lutos e injusticias. Como servidores del Príncipe de la paz, debemos proclamar con fuerza que la solución a los problemas de la nación no se encuentra en la fuerza destructora del odio y de la muerte, sino en el diálogo constructivo y en la negociación.

En estas áreas, como en todos los aspectos de vuestro ministerio pastoral, la experiencia de la colaboración en la Conferencia episcopal es muy positiva y benéfica, y sé que estáis agradecidos a los sacerdotes, los religiosos y los laicos que trabajan en las diferentes oficinas de la Conferencia. Asimismo, el desarrollo de estructuras diocesanas adecuadas, según el derecho canónico, también contribuye a que vuestro servicio al pueblo de Dios sea cada vez más eficaz. Os animo a seguir siempre este camino.

7. Estas son algunas de las reflexiones que me sugiere vuestra visita, y con amor y comprensión las comparto con vosotros. De este modo, puedo participar en vuestras alegrías y en vuestros desafíos como pastores de la grey de Dios. En el umbral del tercer milenio cristiano, y siempre, el Señor llama a la Iglesia en Zimbabue a dar un testimonio creíble del Evangelio mediante gestos como los de Cristo. Contad con la seguridad de mis constantes oraciones por vuestras Iglesias particulares, para que todos los fieles respondan con fe firme e ilimitada generosidad a la gracia que el Señor está derramando sobre vosotros. Llevad mi aliento y mis mejores deseos a los sacerdotes y a los religiosos, a los seminaristas y a los catequistas, a los catecúmenos y a todos los que buscan la verdad de Cristo, a las familias y a las comunidades parroquiales. «¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús» (1Co 16,23-24). Amén.










A LAS SEÑORITAS CONSAGRADAS DEL INSTITUTO


SECULAR DE LAS MISIONERAS DEL AMOR INFINITO


Viernes 4 de septiembre de 1998

Amadísimas Misioneras del Amor Infinito:

1. Os doy la bienvenida a este encuentro, que habéis deseado con ocasión del 50 aniversario de la fundación de vuestro instituto secular. A cada una dirijo mi cordial saludo, con un pensamiento especial de afecto fraternal para monseñor Luigi Bettazzi, que os acompaña. Con razón ha querido estar presente hoy con vosotras, en calidad de obispo de la Iglesia particular en la que tuvo lugar la fundación, es decir, de la diócesis de Ivrea. En efecto, en esa tierra, fecundada a inicios de este siglo por el testimonio de la sierva de Dios madre Luisa Margarita Claret de la Touche, surgió la Obra del Amor Infinito, en cuyo seno nació vuestra familia. Después de conseguir el reconocimiento diocesano, en 1972, el instituto fue aprobado por mí para toda la Iglesia. De hecho, ahora se halla presente en varias partes del mundo.

La actitud fundamental con que estáis celebrando este aniversario es, ciertamente, la de acción de gracias, y me complace asociarme a ella.

2. Amadísimas hermanas, estamos viviendo un año dedicado íntegramente al Espíritu Santo. Pues bien, esta coincidencia, es decir, el hecho de que celebréis el 50 aniversario del instituto en el año del Espíritu Santo, ¿no constituye un nuevo y especial motivo de gratitud? En efecto, solamente gracias al Espíritu y en el Espíritu podemos decir «Dios es amor» (1Jn 4,8 1Jn 4,16), afirmación que constituye el inagotable núcleo originario de vuestra espiritualidad. ¿Quién revela a los hombres esta verdad evangélica fundamental, síntesis de todo el credo cristiano, sino Aquel que «sondea las profundidades de Dios» (1Co 2,10) y recuerda a los discípulos todo lo que Cristo enseñó (cf. Jn Jn 14,26)?

«Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios "existe" como don. El Espíritu Santo es, pues, la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don» (Dominum et vivificantem DEV 10).

3. La Iglesia existe y ha sido enviada al mundo para anunciar esta verdad, principio de salvación y de esperanza para todos los hombres: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). El mensaje cristiano del amor, tal como Cristo lo reveló y transmitió a la Iglesia, no puede ser anunciado si no es con la forma del testimonio. Toda la Iglesia, en la totalidad y variedad de sus miembros, está comprometida en esta labor de evangelización, cuyo principal agente es el Espíritu Santo (cf. Tertio millennio adveniente TMA 45).

Él, «admirable artífice de la variedad de los carismas, ha suscitado en nuestro tiempo nuevas formas de vida consagrada, como queriendo corresponder, según un providencial designio, a las nuevas necesidades que la Iglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo. Pienso, en primer lugar, en los institutos seculares» (Vita consecrata VC 10), en cuyo ámbito el Señor os ha llamado a vivir también a vosotras, queridas hermanas.

Así pues, sed «levadura de sabiduría y testigos de gracia» dentro de la vida eclesial, profesional y social, mediante vuestra «síntesis específica de secularidad y consagración» que «introduce en la sociedad las energías nuevas del reino de Cristo» (ib.). Os aliento también a proseguir el valioso servicio que prestáis a los sacerdotes mediante la oración y la colaboración.

Contemplando la sublime figura de María santísima, en la que todo estado de vida en la Iglesia reconoce su modelo perfecto, podemos ver también los rasgos de la secularidad evangélica femenina. El Espíritu Santo, que lleva a la plenitud de la verdad (cf. Jn Jn 16,13), os guíe a cada una de vosotras y a todo el instituto tras las huellas de la Virgen, para que lleguéis a ser, cada vez más y cada vez mejor, misioneras del amor infinito de Dios.

Os acompañe en este camino la bendición apostólica, que os imparto de corazón.










A LOS ADULTOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA


CON OCASIÓN DEL 130 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Plaza de San Pedro, sábado 5 de septiembre de 1998





1. «Adultos juntos, peregrinos de esperanza».

Amadísimos hermanos y hermanas, éstas son las palabras que han acompañado vuestro camino de preparación a este encuentro nacional junto a la sede de Pedro. Os acojo con afecto. Saludo a vuestro asistente general, monseñor Agostino Superbo, así como al presidente y a los vicepresidentes nacionales, agradeciéndoles vivamente las cordiales palabras que me han dirigido en nombre de todos. Saludo cordialmente a los cardenales y obispos presentes, al presidente del Gobierno, señor Romano Prodi, al alcalde de Roma y a las demás personalidades que honran con su presencia este encuentro.

Os habéis definido «peregrinos» vosotros, amadísimos adultos de Acción católica, que camináis con esperanza hacia el jubileo del año 2000. Esta fecha, que marca el inicio del nuevo milenio, necesita mujeres y hombres capaces de mirar con alegría al futuro. Necesita mujeres y hombres que sepan construir ese futuro con confianza y laboriosidad, esforzándose por orientar hacia Dios todas las realidades temporales.

Sois adultos peregrinos, que se sitúan en la perspectiva de la Iglesia en camino entre las vicisitudes del tiempo hacia la patria del cielo: «En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último "día del Señor", el domingo que no tiene fin» (Dies Domini, 37).

No estáis en camino solamente desde hoy. Vuestra peregrinación es larga; viene de lejos: se ha desarrollado a lo largo de la historia de este país. Por eso, habéis querido comenzar vuestro encuentro nacional reuniéndoos ayer, en Viterbo, cerca de la tumba de Mario Fani que, junto con Giovanni Acquaderni, fundó, hace ciento treinta años, la «Sociedad de la juventud católica».

Esos hombres y mujeres santos han marcado, desde entonces, vuestro camino. Me limito a recordar a uno de los más eminentes: el venerable Giuseppe Toniolo, de cuya muerte se celebra precisamente este año el octogésimo aniversario.

Son hombres y mujeres de ayer, que plantaron la semilla a fin de que vosotros, los adultos de hoy, estéis dispuestos a asumir vuestras responsabilidades frente a este difícil y apasionante presente.

2. Ser adultos no es una condición que se adquiere simplemente con la edad. Más bien, es una identidad que se forma dentro del ambiente en que estamos llamados a vivir, teniendo puntos firmes de referencia. Ser cristianos laicos adultos es una vocación que ha de ser reconocida, acogida y realizada. Por eso, vosotros, adultos de Acción católica, os sentís permanentemente peregrinos en la historia. Recorréis «juntos» los itinerarios de la historia.

Esa manera de asociación ha sido reconocida por el Magisterio como una forma de ministerio en favor de la Iglesia local, con el fin de servirla en la diócesis y en la parroquia, así como en los lugares y en las situaciones en que las personas viven su experiencia humana.

Ese servicio, propio de vuestra naturaleza de laicos adultos en la Iglesia y en el mundo, encuentra su fuente en el bautismo y en la confirmación. Para muchos, además, ha sido robustecido con el matrimonio; y todos reciben su fuerza principal de la Eucaristía.

A través de la vida sacramental, reforzando la primacía de la vida espiritual, estáis llamados a dar vuestra contribución a la edificación de la Iglesia como casa «que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» (Christifideles laici CL 26). Para ello es preciso esforzarse por ser una casa viva, donde cada miembro se sienta parte de una sola familia. Más aún, vosotros, como Acción católica, debéis ser una familia de familias, en la que cada familia esté defendida en su dignidad y subjetividad, y desempeñe un papel activo en la acción pastoral.

3. Cada uno deberá aportar sus propios dones, sus propias capacidades. Nadie debe sentirse inútil o un peso, pues a cada cual el Señor le asigna una tarea. La Iglesia se llena de energía apostólica cuando estos dones particulares se ponen al servicio de toda la comunidad.

Por tanto, vuestra adhesión a la Acción católica se ha de entender como servicio al crecimiento de la comunión eclesial. Una comunión que no sólo debe manifestarse mediante un vago afecto, sino que ha de realizarse como solidaridad orgánica entre todos los miembros de la Iglesia local. Además, el hecho de que vuestra asociación se halle presente en todo el territorio nacional os impone la tarea de trabajar con todas vuestras fuerzas por lograr que se fortalezca cada vez más la comunión entre todas las Iglesias que están en Italia, y entre éstas y la Iglesia de Roma, que preside en la caridad.

Vuestra asociación, por su misma naturaleza, tiene un vínculo inseparable con la Jerarquía y, en particular, con el Sucesor de Pedro. Vuestro amor al Papa ha de seguir expresándose mediante la gozosa y pronta acogida de su magisterio, propia de vuestra tradición secular.

4. Vuestra Asociación quiere ser una casa entre las casas de los hombres. Así se manifiesta vuestro carácter misionero. Ya el concilio Vaticano II había asignado a la Acción católica un papel necesario para «la implantación de la Iglesia y el crecimiento de la comunidad cristiana» (Ad gentes AGD 15). Para vosotros, hoy, eso significa volver a vivir el carácter misionero necesario también para las Iglesias de antigua cristiandad. En éstas, como dije en la Redemptoris missio, hay «grupos enteros de bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (n. 33).

Además, hoy la urgencia de «rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana» (Christifideles laici CL 34) ha llegado a ser aún más urgente. Por esto, vuestra acción apostólica debe tener un influjo cultural, es decir, debe ser capaz de crear entre la gente una mentalidad que brote de los valores cristianos inalienables y que esté impregnada de ellos.

Por eso, vuestra formación ha de estar siempre atenta y abierta a los problemas que plantea la sociedad en la actualidad. Y ha de ser capaz de crear una cultura política que busque siempre y a toda costa el bien común y la defensa de los valores. Una cultura que sepa volver a partir de la vida humana. «Ésta es una exigencia particularmente apremiante en el momento actual, en que la .cultura de la muerte. se contrapone tan fuertemente a la .cultura de la vida. y con frecuencia parece que la supera» (Evangelium vitae EV 87).

5. Amadísimos hermanos y hermanas, el Papa os exhorta a continuar en vuestro esfuerzo por ser peregrinos de esperanza, solícitos por la suerte de cada mujer y cada hombre con quien os encontráis en vuestro camino. A todos anunciadles que Jesucristo es su amigo, consolador de toda miseria humana y Señor trascendente de la historia.

Os acompaño con mi oración. Caminad con confianza hacia el nuevo milenio: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8).

Se llaman adultos, pero se comportan como jóvenes. Es buena señal.










EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE


DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA


Sábado 5 de septiembre de 1998



Hace exactamente un año, la tarde del 5 de septiembre, moría en Calcuta la madre Teresa. Su recuerdo sigue vivo en el corazón de cada uno de nosotros, en toda la Iglesia y en el mundo entero. Esta pequeña mujer, de familia humilde, realizó una obra admirable con la fuerza de la fe en Dios y del amor al prójimo.

En realidad, la madre Teresa fue un don de Dios a los más pobres de entre los pobres; y, al mismo tiempo, precisamente por su extraordinario amor a los últimos, fue y sigue siendo un don singular para la Iglesia y para el mundo. Su entrega total a Dios, reafirmada cada día en la oración, se tradujo en una entrega total al prójimo.

Con la sonrisa, con los gestos y con las palabras de la madre Teresa, Jesús caminó una vez más por los senderos del mundo como buen samaritano y sigue haciéndolo en las Misioneras y en los Misioneros de la Caridad, que forman la gran familia fundada por ella. Demos gracias a las hijas e hijos de la madre Teresa por su radical opción evangélica y pidamos por todos ellos, para que sean siempre fieles al carisma que el Espíritu Santo suscitó en su fundadora.

No olvidemos el gran ejemplo que dejó la madre Teresa, y no nos limitemos a conmemorarla con palabras. Tengamos la valentía de poner siempre en primer lugar al hombre y sus derechos fundamentales. A los jefes de las naciones, tanto ricas como pobres, les digo: ¡no confiéis en la fuerza de las armas! Avanzad con decisión y lealtad por el camino del desarme, para destinar los recursos necesarios a los grandes y verdaderos objetivos de la civilización, para combatir unidos contra el hambre y las enfermedades, a fin de que cada hombre pueda vivir y morir como hombre. Es lo que quiere Dios, que nos lo recordó también mediante el testimonio de la madre Teresa.

Que ella nos asista y acompañe desde el cielo.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESLOVAQUIA


EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 8 de septiembre de 1998

Venerados hermanos en el episcopado:

1. Me alegra particularmente reunirme con vosotros con ocasión de vuestra visita ad limina, que nos brinda la grata oportunidad de renovar nuestros vínculos de afecto y comunión precisamente en el día en que se celebra la memoria de los mártires de Košice, a quienes tuve la dicha de inscribir en el catálogo de los santos hace tres años en vuestra patria. Saludo con viva cordialidad a vuestro presidente, mons. Rudolf Baláž, obispo de Banská Bystrica, al que agradezco los sentimientos de devoción y adhesión al Sucesor de Pedro, que me ha manifestado en nombre de todos los presentes. Saludo asimismo al querido y venerado cardenal Ján Chryzostom Korec, que durante los ejercicios espirituales celebrados este año aquí en el Vaticano nos hizo escuchar muy bien la voz de la tradición de los santos Cirilo y Metodio. Os saludo también con gran afecto a cada uno de vosotros, pastores de las amadas poblaciones de Eslovaquia, entre las que tuve la alegría de estar durante mi inolvidable visita de hace tres años.

«La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium LG 1). Con estas palabras el concilio ecuménico Vaticano II presenta el misterio de la Iglesia, subrayando su particular referencia al misterio de Cristo y al reino de Dios, del que «constituye el germen y el comienzo en la tierra» (ib., 5). La Iglesia, para cumplir de modo adecuado su misión como «sacramento universal de salvación» (ib., 48), debe poder expresar convenientemente, tanto a nivel universal como local, la doble dimensión humana y divina que le imprimió su fundador, insertándose plenamente en las vicisitudes del mundo, pero sin confundirse con él (cf. Jn Jn 17,15-16).

2. También la Iglesia que está en Eslovaquia debe ser «sacramento universal de salvación», haciéndose amorosamente partícipe de las alegrías, de los sufrimientos y de las necesidades del pueblo eslovaco, consciente de que es «el germen y el comienzo del reino de Dios» y el instrumento de la gracia de Cristo. La conciencia de su misión la llevar á al diálogo respetuoso y atento con la sociedad y al compromiso en favor de una convivencia fraterna y solidaria, inspirada en los valores de la auténtica tradición cristiana.

Frente a una situación en la que aún se notan las consecuencias de la dura persecución comunista y en la que se corre el peligro de que resurjan las divisiones destructoras del pasado, la Iglesia sabe que debe ser sal y levadura dentro de la sociedad eslovaca, contribuyendo al bien de todos, sin dejarse implicar en los conflictos entre intereses particulares.

Las profundas transformaciones que en los últimos años han afectado a la sociedad eslovaca, con consecuencias preocupantes para la familia y el mundo juvenil, comprometen a los pastores y a los fieles a defender los valores de la tradición cultural y cristiana. Eso supone un profundo y claro análisis filosófico y teológico de las diversas corrientes de pensamiento, con vistas a desvelar sus rasgos ambiguos y corregirlos, tomando pie de ellos para hacer una provechosa profundización de su patrimonio doctrinal.

En tiempos del anterior régimen comunista, la comunidad cristiana en Eslovaquia, a menudo anticipando las conclusiones del concilio Vaticano II, supo ofrecer con fidelidad evangélica respuestas eficaces y proféticas a las provocaciones de la sociedad atea. Del mismo modo, está llamada hoy a responder a los nuevos desafíos, comprometiéndose en la asidua meditación de la Escritura, en el atento análisis de los fenómenos sociales y en la planificación de adecuadas iniciativas pastorales, a fin de ofrecer, a la luz de las experiencias pasadas, respuestas pertinentes y eficaces a los problemas planteados por las diversas situaciones del presente.


Discursos 1998 - Jueves 3 de septiembre de 1998