Discursos 1998 - Martes 8 de septiembre de 1998

3. En particular, para que la Iglesia «sacramento» produzca frutos más abundantes, será útil que se comprometa aún más en los sectores que forman parte más directamente de su misión. Ante todo, será preciso promover la formación de fieles adultos en la fe, estimulándolos al pleno cumplimiento de sus tareas específicas. Como subrayé durante mi visita pastoral a vuestro amado país, «corresponde a los seglares católicos, oportunamente formados, la misión de llevar el mensaje del Evangelio a todos los ambientes de la sociedad, incluso el político» (Discurso a la Conferencia episcopal de Eslovaquia, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1995, p. 10). Así pues, no se trata tanto de sostener a los que desempeñan una función de suplencia en ausencia del sacerdote, cuanto más bien de ayudar a los fieles a descubrir la auténtica espiritualidad «laical», como camino hacia su santificación y la del mundo, partiendo de la consagración fundamental conferida en el bautismo. En ese amplio compromiso en favor de la formación de laicos adultos, cobra una importancia particular el servicio que prestan las universidades católicas, cuya finalidad específica es precisamente formar cultural y espiritualmente a personas capaces de llevar los valores de la fe y de la tradición católica al ambiente civil y político.

En segundo lugar, es preciso cuidar de modo particular la formación del clero. Los candidatos al sacerdocio deben estar bien preparados tanto cultural como espiritualmente, para que puedan anunciar con eficacia el Evangelio a sus contemporáneos, tomando del Magisterio de la Iglesia las oportunas respuestas a los diversos problemas. Y es evidente que, para ello, sirve más la solidez de la doctrina que la formación académica. Además, se les debe ayudar a defenderse del peligro siempre presente del activismo, mediante una formación que destaque la primacía de la misión de evangelizar y «santificar». Abandonando o no cuidando suficientemente estas dimensiones esenciales de la misión sacerdotal, se acaba inevitablemente por perder también el sentido y la eficacia de los demás aspectos del ministerio pastoral. El bien mayor que un sacerdote puede ofrecer a su gente es el de favorecer de todos los modos posibles la reconciliación con Dios y con los hermanos.

Para responder a los graves desafíos de nuestro tiempo, el joven, una vez ordenado presbítero, además del estudio y la oración personal, tiene el deber de cuidar su formación permanente, participando en los encuentros oficiales, y en los informales, con los demás sacerdotes y con su obispo, para buscar juntos soluciones oportunas a los problemas y apoyo en los compromisos apostólicos. Precisamente con vistas al perfeccionamiento de la formación, tenéis en Roma para los sacerdotes eslovacos el Colegio pontificio y el Instituto pontificio eslovaco de los santos Cirilo y Metodio. La permanencia laboriosa en el centro de la cristiandad permitirá a vuestros sacerdotes completar, cerca de las tumbas de los Apóstoles, su formación intelectual y espiritual para ser luego vuestros válidos colaboradores en la nueva evangelización.

4. Junto con vosotros, venerados hermanos, me alegro por el hecho de que en estos últimos años ha sido posible asegurar la enseñanza de la religión en las escuelas. Con todo, deseo subrayar también en esta circunstancia que esa modalidad de evangelización no sustituye la catequesis parroquial para los niños, los jóvenes y los adultos. La escuela constituye, ciertamente, una gran ayuda, pero el centro de la catequesis sigue siendo la parroquia, que debe poder contar con instalaciones adecuadas para el normal funcionamiento de las actividades pastorales y formativas.

En particular, es necesario que el anuncio orgánico y sistemático de la palabra de Dios llegue a los adultos, para que aprendan a hacer que el Evangelio sea el centro inspirador de su vida, de forma que testimonien con valentía a Cristo en su ambiente de trabajo, en la cultura y en la actividad sociopolítica. A ello contribuirán también los cursos particulares y otras iniciativas adecuadas de carácter formativo.

Sobre todo el binomio familia-jóvenes debe constituir la principal prioridad de vuestras Iglesias. Los influjos negativos que llegan actualmente de todas partes deben encontrar en la comunidad cristiana eficaces y oportunos antídotos. Para ello será conveniente promover una pastoral juvenil y familiar orgánica, encaminada a responder a las exigencias formativas de los jóvenes y de las nuevas familias. Oportunamente, en esta perspectiva, ya se ha llevado a cabo la traducción y publicación del Catecismo de la Iglesia católica en lengua eslovaca. Ese Catecismo constituye un instrumento extraordinario de evangelización, y ahora la Iglesia, especialmente los obispos y los sacerdotes, tienen la misión de «traducir» su contenido a la existencia diaria de los fieles.

En el marco del compromiso de formar a las nuevas generaciones, es preciso subrayar la necesidad de una pastoral vocacional, orientada a presentar a los jóvenes la grandeza de la vocación al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada, como servicio generoso a la causa del Reino.

5. En comunión con toda la catolicidad, también la Iglesia en Eslovaquia está comprometida a prepararse ya desde ahora para el jubileo del año 2000, que se aproxima a grandes pasos. Por eso, no se limita a favorecer un clima de espera con vistas a ese histórico acontecimiento, sino que con razón también busca vivir intensamente los años de preparación más inmediata, según el itinerario eclesial que propuse en la carta apostólica Tertio millennio adveniente. En este sentido, la revista «Gran Jubileo», magníficamente cuidada por la Conferencia episcopal eslovaca, podrá proporcionar una gran ayuda a las diversas comunidades diocesanas y parroquiales.

En este marco, resulta espontáneo hacer referencia a los medios de comunicación social. ¡Cómo no subrayar su gran influjo en la opinión pública y su extraordinaria influencia en el modo de pensar y actuar de los fieles! Frente a los condicionamientos negativos que a veces ejercen no basta criticar; es preciso, ante todo, educar a los fieles en el uso maduro de esos medios, ayudándoles a crecer en una mayor libertad con respecto a ellos. Es necesario, además, hacer todo lo posible para orientar las singulares posibilidades de esos medios al servicio de la verdad y del bien.

6. La Iglesia brinda al hombre la salvación realizada por Cristo, según el plan del Padre, en el misterio de la Pascua. Sale al encuentro del hombre y lo acepta tal como se presenta, con todas sus debilidades intelectuales y morales, con todos sus problemas familiares y sociales. Sin embargo, la Iglesia es consciente de que no posee la solución ya preparada para cualquier nueva cuestión suscitada por las circunstancias cambiantes. Más bien, se sitúa al lado de cada uno para estimular su responsabilidad e invitarlo a buscar la respuesta adecuada, a la luz de la sabiduría cristiana, acumulada en los documentos del Magisterio (cf. Gaudium et spes GS 43).

En ese contexto se ha de considerar la relación entre la Iglesia y el Estado.Como subraya el concilio Vaticano II: «La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo» (ib., 76). Sin embargo, esa distinción no excluye, sino que requiere la colaboración mutua. Como recordé con ocasión de la audiencia a un grupo de peregrinos eslovacos, «los católicos no deben permanecer al margen de la vida social y política. Más aún, pueden y deben dar una gran contribución, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia, sin enrocarse nunca en posiciones preconcebidas y partidistas, que a menudo resultan estériles o, incluso, perjudiciales» (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de noviembre de 1996, p. 5).

En la particular colaboración entre la Iglesia y el Estado para promover el bien del hombre y del país nunca puede pasar a un segundo plano el hecho de que la Iglesia, por su propia naturaleza, está enviada a todos, tanto a los cercanos como a los lejanos.

7. Venerados y queridos hermanos, éstos son los pensamientos y las exhortaciones que he sentido la necesidad de expresaros con ocasión de vuestra grata visita ad limina. Os agradezco el celo y la entrega con que trabajáis por el verdadero bien de las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral. Cultivad siempre un profundo sentido de comunión afectiva y efectiva entre vosotros y con la Iglesia universal, y en particular con el Sucesor de Pedro.

A la vez que os encomiendo, juntamente con vuestras comunidades, a la maternal protección de María, la Virgen de los Dolores, patrona de Eslovaquia, os imparto con afecto a todos vosotros, a las Iglesias a vosotros confiadas y a todo el pueblo eslovaco, una especial bendición apostólica.










AL SEÑOR KARL BONUTTI,


NUEVO EMBAJADOR DE ESLOVENIA ANTE LA SANTA SEDE


Palacio pontificio de Castelgandolfo

Lunes 7 de septiembre de 1998



Señor embajador:

1. Con gran alegría le doy la bienvenida en el momento en que presenta las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Eslovenia ante la Santa Sede.

Le ruego que transmita al ilustrísimo presidente de la República, señor Milan Kucan, mi sincera gratitud por los amables sentimientos de deferencia y los buenos deseos que me ha expresado. A mi vez, formulo votos por su elevado mandato al servicio de sus compatriotas.

Al agradecerle las nobles expresiones de reconocimiento que ha pronunciado con referencia al proceso de independencia de la República de Eslovenia, deseo asegurarle que la Santa Sede seguirá brindando su peculiar apoyo a la querida nación que usted representa, así como a todos los pueblos que luchan pacíficamente por afirmar sus legítimas aspiraciones a la libertad.

2. Sigue vivo en mí el recuerdo del viaje que tuve la alegría de realizar a Eslovenia, en mayo de 1996, visitando Liubliana, Postojna y Maribor. Confío en que esos momentos permanezcan en la memoria histórica del pueblo, como aliciente para alimentar constantemente sus raíces espirituales, obteniendo de ellas la linfa necesaria que le permita crecer unido y motivado, en el ámbito de la gran familia de las naciones.

Especialmente en las fases históricas marcadas por rápidos cambios y, por decirlo así, por bruscas aceleraciones en los procesos políticos, económicos y culturales, es más necesario que nunca mantener bien firmes y vivos los valores que no cambian y que distinguen de modo permanente y universal a la persona humana y la convivencia civil. Esto es absolutamente indispensable sobre todo desde el punto de vista educativo, con referencia a las nuevas generaciones, que no han conocido personalmente el esfuerzo de propugnar ciertos ideales y corren el riesgo de perder su sentido y sus exigencias. En efecto, una sociedad es vital en la medida en que es capaz de transmitir los grandes valores humanos y la pasión por su concreta realización histórica.

3. No cabe duda de que, para ello, la presencia activa y lo más amplia posible de la comunidad eclesial desempeña un papel muy valioso. Según la elocuente imagen evangélica de la levadura, favorece el desarrollo de toda la sociedad hacia la justicia, la libertad, la paz y el respeto a los derechos humanos. Eslovenia conoce bien todo esto, no por referencias, sino por su secular experiencia histórica: los anales de la historia eslovena documentan la aportación positiva de la religión católica a la vida del país y a la calidad de su crecimiento moral y cultural.

Como su excelencia sabe, la Santa Sede es el órgano central de la Iglesia católica, que, desde hace siglos, está bien enraizada también en la República de Eslovenia. La Sede apostólica tiene la misión de promover, en unión con los obispos locales, las relaciones con las autoridades estatales, y de regular las que existen entre la Iglesia y el Estado. Desgraciadamente, esto no fue posible durante el pasado régimen. Con la vuelta de la democracia, la Iglesia católica ha obtenido nuevas posibilidades para desarrollar su actividad de evangelización y de promoción humana.

4. Me ha alegrado la información que usted me ha proporcionado sobre las soluciones que se han encontrado para algunas cuestiones de gran importancia con vistas a las relaciones mutuas. Espero que, con un diálogo sincero y leal, los representantes de la Iglesia y del Estado afronten otros asuntos aún pendientes que son, desde hace años, objeto de discusiones. Una solución justa para esos problemas no sólo beneficiará a la Iglesia católica, sino también a toda la sociedad eslovena, a la que la Iglesia quiere servir y a cuyo bienestar desea contribuir.

Señor embajador, le expreso mis mejores deseos de que el cumplimiento de la alta misión que se le ha confiado sirva para desarrollar y profundizar ulteriormente las relaciones mutuas, no sólo en beneficio de los católicos eslovenos, sino también de todos los ciudadanos de la querida nación que usted representa.

Le deseo, señor embajador, una feliz estancia en Roma. Puedo asegurarle que encontrará siempre en mis colaboradores apoyo atento y acogida cordial. Sobre usted, sobre el pueblo esloveno y sobre cuantos lo gobiernan en las vísperas del tercer milenio, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.








AL SEÑOR VLATKO KRALJEVIC,


EMBAJADOR DE BOSNIA-HERZEGOVINA


Viernes 11 de septiembre de 1998



Señor embajador:

1. Me alegra acogerlo con ocasión de la presentación de las cartas con las que la Presidencia de Bosnia-Herzegovina lo acredita como primer embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. Le agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme y las consideraciones que ha realizado acerca del progreso alcanzado, los proyectos futuros y las comprensibles dificultades que está viviendo su país.

Deseo, ante todo, enviar por su amable mediación mi saludo deferente y cordial a la Presidencia colegial y al Consejo de ministros de Bosnia-Herzegovina. A través de ellos quiero, asimismo, renovar mis sentimientos de afecto y de cercanía a todas las poblaciones que viven en el país: tienen un lugar especial en mi corazón y en mis oraciones.

Tengo presentes aún vivamente las escenas de la memorable visita que la Providencia me permitió realizar los días 12 y 13 de abril del año pasado a Sarajevo, ciudad símbolo de nuestro siglo a causa de los acontecimientos que se produjeron en ella y de las consecuencias que tuvieron para toda Europa. Viví ese encuentro como un estímulo para todas las personas de buena voluntad a no desanimarse en sus esfuerzos por edificar la paz que acababan de lograr; como una invitación a las naciones a contemplar con una mirada nueva los Balcanes; y como una exhortación a proseguir incansablemente por el camino arduo, pero provechoso, del diálogo sincero.

2. El interés de la Santa Sede en favor de Bosnia-Herzegovina, desde su independencia hasta nuestros días, es constante. Lo demuestra todo lo que se ha hecho hasta ahora. Durante la guerra, la Santa Sede se esforzó por promover la paz, afirmando que el diálogo era el medio más adecuado para garantizar el respeto a los derechos fundamentales e inalienables de toda persona, según su nacionalidad. Además, se prodigó para aliviar los sufrimientos de las poblaciones indefensas de toda la región afectada por la guerra.

Ya desde los primeros momentos del conflicto, la Santa Sede intervino, haciendo todo lo posible para evitar sufrimientos y lutos y promover entre las partes un diálogo sincero y constructivo. Ahora que las armas finalmente han callado, después de la sangrienta prueba de un conflicto devastador, sigue persiguiendo el objetivo de favorecer la consolidación de la paz en la igualdad efectiva de los pueblos que constituyen Bosnia- Herzegovina, exhortando al respeto recíproco y al diálogo leal y constante, en un clima de verdadera libertad.

Deseo vivamente que la tribulación de esa reciente experiencia dolorosa contribuya a la colaboración real entre las naciones del área balcánica y a la promoción del reconocimiento efectivo de los derechos del hombre y de los pueblos en la región del sudeste de Europa, pues se trata de una necesidad hoy más urgente que nunca frente al estallido de nuevos focos de conflicto.

3. El edificio de la paz en Bosnia-Herzegovina se va consolidando día tras día gracias al compromiso de las autoridades locales y a los esfuerzos de la comunidad internacional, que vela por la aplicación concreta en la región de los acuerdos de paz de Washington y de Dayton.

Queda aún la tarea urgente de la reconstrucción moral y material del país. Se trata de un compromiso exigente, pero imprescindible, al que está unido el futuro de toda Bosnia-Herzegovina. Ciertamente, en la reconstrucción del país afectado por la reciente guerra hay que invertir en infraestructuras, tan necesarias para la reanudación de la vida de las poblaciones locales y para un nuevo impulso económico; pero es preciso, ante todo, lograr que el ciudadano goce de los derechos y de la dignidad que le corresponden. En efecto, es la persona el bien más valioso de toda sociedad civil. En este marco, no se puede eludir el problema de los prófugos y de los exiliados, que piden justamente volver a sus hogares. Invito cordialmente a todas las partes implicadas a no desanimarse frente a las dificultades y a trabajar por una justa solución de este drama.

Espero que se creen lo más rápidamente posible las condiciones para el regreso pacífico y seguro de cuantos huyeron ante los horrores de la guerra o fueron expulsados con violencia de su tierra. Es preciso garantizar a todos la posibilidad efectiva de volver a sus hogares, para reanudar la vida habitual con serenidad y paz. Eso supone la eliminación de toda amenaza de violencia y la instauración de un clima de confianza recíproca, en un marco social de legalidad y seguridad.

Este camino requiere la participación de las numerosas fuerzas sanas que forman el conjunto de la sociedad. La Iglesia, por lo que le compete, ha dado y seguirá dando su contribución convencida y concreta para que todos prosigan por el camino del diálogo y de la colaboración sincera. Sin embargo, también es grande la responsabilidad que tienen las fuerzas políticas e institucionales del Estado de garantizar la identidad, el desarrollo y la prosperidad de cada uno de los pueblos que constituyen Bosnia-Herzegovina. Se trata de una obra que requiere paciencia, tiempo y tenacidad, y que no admite imposiciones. El hecho de que puedan surgir contratiempos no debe desalentar a nadie; al contrario, todos deben emplear su sabiduría para corregir y mejorar los planes ya preparados.

4. Señor embajador, no se puede negar que, ante las prometedoras perspectivas abiertas por la paz finalmente recobrada, también hay sombras que deben desaparecer. Sigue siendo grande la preocupación por los diversos atentados perpetrados en los últimos tiempos, que siembran el terror e impiden la serenidad de las poblaciones locales. Se trata de hechos que constituyen un serio obstáculo para la paz, la reconciliación y el perdón, tan necesarios para el futuro de toda la región. Nada duradero se construye con la violencia. Bosnia-Herzegovina es un país en el que viven juntos tres pueblos que lo constituyen, y existen diversos grupos religiosos. Es necesario ofrecer a cada uno las mismas posibilidades de iniciativas económicas, sociales y culturales; es preciso dar a todos la oportunidad de expresar su identidad en el pleno respeto a los demás.

Una sociedad multiétnica y multirreligiosa, como es precisamente la de Bosnia- Herzegovina, debe basarse en el respeto a la diversidad, en la estima recíproca, en la igualdad concreta, en la colaboración real, en la solidaridad constructiva y en el diálogo constante y leal. Sólo así las comunidades interesadas podrán transformar el país en una verdadera «región de paz». Por consiguiente, cada uno deberá resistir a la tentación de prevalecer sobre los demás, movido por el deseo de dominio y por el egoísmo personal o de grupo. Al contrario, será indispensable cultivar una verdadera vida democrática, unida a una auténtica libertad religiosa y cultural, encaminada hacia la constante promoción de la persona y del bien común.

Por eso, las oportunas disposiciones legislativas deberán garantizar la igualdad efectiva de todos los componentes de la sociedad civil, y las instituciones del Estado deberán promover esa igualdad, protegiéndola con todos los medios legítimos.

5. Señor embajador, no puedo dejar de mencionar asimismo la actual situación de la Iglesia católica en su país. No pide para sí misma ningún privilegio; sólo quiere cumplir el mandato que recibió de su divino Fundador, realizando libremente su actividad al servicio de todos. Por este motivo desea que le restituyan los bienes que le quitaron en el período comunista o durante el reciente conflicto. Se trata de una prueba de justicia y un signo de democracia de las instituciones del país, que usted ha sido llamado a representar aquí. Obviamente, lo que la Iglesia católica pide para sí misma, también lo pide para las demás comunidades religiosas del país.

Al concluir estas palabras de saludo y de buenos auspicios, quiero encomendar a la celestial protección de la santísima Madre de Dios los esfuerzos por la edificación de la paz y la reconstrucción material y espiritual que Bosnia-Herzegovina, con la ayuda de la comunidad internacional, está realizando. Que la intercesión de la santísima Virgen María haga descender copiosas bendiciones de Dios sobre todas las poblaciones de ese país, particularmente querido para mi corazón. Acompaño estos sentimientos con mis mejores deseos para usted por una provechosa misión ante la Sede apostólica.










AL III SIMPOSIO INTERNACIONAL DE MONJAS BENEDICTINAS


Viernes 11 de septiembre de 1998



Querido abad primado;
queridas hermanas en Cristo:

1. Con acción de gracias a Dios, «pues vuestra fe es alabada en todo el mundo» (Rm 1,8), os doy la bienvenida a las participantes en el III Simposio internacional de benedictinas, sobre el tema: «La experiencia de Dios y el enfoque benedictino de la oración». Os saludo como herederas de la gran tradición de santidad cristiana que tiene sus raíces en la oración de san Benito en el silencio de Subiaco, una tradición que sigue viva en vuestras comunidades, que son «escuelas al servicio de Dios» (Regla, prol., 45).

2. San Benito vivió en el tiempo sombrío que siguió a la caída del Imperio romano. Para muchos, el desorden produjo desesperación y la evasión que la desesperación implica siempre. Pero la respuesta de Benito fue diferente. Obedeciendo a impulsos ampliamente conocidos en el Oriente cristiano, abandonó todo lo que le era familiar y entró en su cueva, «buscando a Dios» (Regla, 58, 7). Allí Benito llegó al centro mismo de la revelación bíblica, que comienza con el caos original descrito en el libro del Génesis y culmina en la luz y la gloria del misterio pascual. Aprendió que incluso en las tinieblas y en el vacío podemos encontrar la plenitud de la luz y de la vida. La montaña que Benito escaló fue el Calvario, donde encontró la verdadera luz que ilumina a todo hombre (cf. Jn Jn 1,9). Por eso, con mucha razón el Sacro Speco de Subiaco contiene la imagen de Benito mientras contempla la cruz, puesto que únicamente de la cruz surgen la luz, el orden y la plenitud de Dios, que todos los hombres y mujeres anhelan. Sólo en ella el corazón humano encuentra paz.

3. La primera palabra de esta Regla revela el núcleo de la experiencia de san Benito en la cueva: Ausculta, ¡escucha! Éste es el secreto: Benito escucha, confiando en que Dios está allí y hablar á. Entonces escucha una palabra en el silencio; y se convierte así en el padre de una civilización que nace de la contemplación, una civilización de amor, que nace de la escucha de la palabra que brota de las profundidades de la Trinidad. Benito se transformó en la palabra que escuchó, y lentamente su voz «se difundió por toda la tierra» (cf. Sal Ps 19,4); llegaron los discípulos y surgieron los monasterios, y así se desarrolló una civilización alrededor de ellos, no sólo salvando lo que era valioso en el mundo clásico, sino también abriendo un camino, nunca antes imaginado, hacia un nuevo mundo. Fueron los hijos y las hijas de san Benito quienes reclamaron la tierra, organizaron la sociedad, predicaron el Evangelio como misioneros y escribieron los libros como letrados, cultivando todo lo que sirve para una vida verdaderamente humana. Sorprende pensar cuánto ha surgido de tan poco: «Ésta ha sido la obra del Señor, una maravilla a nuestros ojos» (Ps 118,23).

La Regla que escribió san Benito es inolvidable, no sólo por su ardiente celo por Dios y su sabia solicitud por la disciplina, sin la cual no habría seguimiento de Cristo, sino también por su radiante humanitas. La Regla inculca un espíritu de hospitalidad fundado en la convicción de que el prójimo no es un enemigo, sino Cristo mismo que viene como huésped; y éste es un espíritu que se concede sólo a quienes han conocido la magnanimidad de Dios. En la Regla de san Benito encontramos un orden estricto, pero nunca severo; una luz clara, pero nunca fría; y una plenitud absoluta, pero nunca abrumadora. En una palabra, la Regla es radical, pero siempre acogedora, por lo cual, mientras otras reglas monásticas han desaparecido, la Regla de san Benito ha triunfado y ha conservado su valor hasta hoy en la vida de vuestras comunidades.

4. Queridas hermanas, nuestra sociedad también conoce mucha oscuridad en este tramo final del siglo y en el umbral del nuevo milenio. En este tiempo, la figura luminosa de san Benito está entre nosotros, señalándonos como siempre a Cristo. Habéis sido llamadas de un modo especial a ese misterio de luz; por eso, la Iglesia sigue mirándoos a vosotras y a vuestras comunidades con tantas expectativas. Os miramos, porque no tenéis miedo de entrar en la cueva oscura y vacía; porque escucháis en un silencio verdaderamente contemplativo; porque acogéis la palabra de Dios y os transformáis en esa palabra; porque ayudáis a construir un mundo verdaderamente civilizado, donde la ansiedad y la desesperación pierdan su fuerza y se experimente la paz de la Pascua en la tranquillitas ordinis.

5. La Iglesia os mira con especial ilusión, mientras emprendemos la nueva evangelización a la que el Espíritu Santo nos está llamando ahora, en los albores del nuevo milenio. No habrá evangelización sin la contemplación, que es el corazón de la vida benedictina. Toda la Iglesia debe profundizar más en el significado del lema ora et labora, y ¿quién nos lo enseñará sino los hijos e hijas de san Benito? El mundo anhela la verdad que san Benito conoció y enseñó tan bien; y ahora, al igual que en el pasado, la gente busca el testimonio de oración y trabajo que vuestras comunidades dan con tanta alegría.

En vuestra oración y vuestro trabajo, es la Virgen María quien os ilumina el camino, pues es «Madre de la Estrella que no se oculta nunca», como canta la liturgia del Oriente cristiano. Ella es quien os enseña a escuchar y os guía hacia las profundidades de la contemplación para que, con la fuerza del Espíritu Santo, podáis testimoniar lo que habéis escuchado. Que María os guarde a vosotras y a vuestras comunidades con su amor materno; san Benito, santa Escolástica y la gran multitud de santos benedictinos os inspiren y os fortalezcan. Y que la gracia y la paz de Cristo, «el testigo fiel y el primogénito de entre los muertos» (Ap 1,5), estén siempre con vosotras. Como prenda de esto, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS RESPONSABLES DE LA CONFERENCIA


INTERNACIONAL DE ESCULTISMO


Domingo 13 de septiembre de 1998



A los responsables de la Conferencia internacional católica del escultismo

1. Con ocasión del 50 aniversario de la fundación de la Conferencia internacional católica del escultismo, me uno de buen grado a la acción de gracias de los hombres y mujeres que, desde los comienzos, han participado en el movimiento scout católico y han recibido en él una exigente formación espiritual y humana, que les ayuda en su vida diaria.

El encuentro entre el método scout y las intuiciones del padre Sévin, s.j., ha permitido elaborar una pedagogía basada en los valores evangélicos, según la cual se impulsa a cada joven a cultivar y desarrollar su personalidad, haciendo fructificar los talentos que ha recibido. La ley scout, al llevar a los jóvenes por el camino de las virtudes, los invita a la rectitud moral y al espíritu de ascesis, y así los orienta hacia Dios y los llama a servir a sus hermanos. Buscando hacer el bien, se convierten en hombres y mujeres capaces de asumir responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad. En el seno de una patrulla, en los campamentos y en otras circunstancias, los scouts descubren al Señor a través de las maravillas de la creación, que están llamados a respetar. Hacen también una valiosa experiencia de vida eclesial, encontrando a Cristo en la oración personal, con la que pueden familiarizarse, y en la celebración eucarística. Además, la unidad scout brinda a los jóvenes la ocasión de aprender a vivir en sociedad, respetando a los demás.

2. La fraternidad scout internacional crea vínculos entre personas de culturas, lenguas o confesiones diferentes, y constituye una posibilidad de diálogo entre ellas. Con este espíritu, saludo a los equipos de formadores y a las unidades scouts que se encargan de proponer a los jóvenes de las ciudades y de los barrios, frecuentemente desempleados, el ideal y la pedagogía de su movimiento. Esa actividad implica una verdadera dimensión fraterna, que contribuye a la evangelización de personas que a menudo están muy alejadas de Cristo y de la Iglesia, y al desarrollo de la paz y de la colaboración entre los hombres y los pueblos. Me parece positiva la actitud de los responsables y de los jóvenes del movimiento que favorecen encuentros con miembros de otras comunidades eclesiales, con espíritu ecuménico, educando así en el diálogo y en el respeto a los demás. Sin negar los principios específicos del escultismo católico, esta apertura a los jóvenes de otras culturas y de otras confesiones religiosas permitirá que Cristo sea más conocido y amado.

No olvido que el escultismo es también un lugar de maduración de vocaciones para los jóvenes que desean comprometerse en el sacerdocio o en la vida religiosa, así como en el matrimonio según los principios de la Iglesia. En este marco educativo, encuentran en sus jefes y en sus compañeros un apoyo fraterno y una ayuda valiosa para el discernimiento, a fin de responder plenamente a la llamada del Señor.

3. En el umbral del año 2000, deseo vivamente que el movimiento scout siga interrogándose sobre su modo de vivir más radicalmente los compromisos evangélicos y dando un testimonio de colaboración armoniosa y de comunión. En este sentido, será importante reconocer cada vez más las sensibilidades propias de ciertas unidades en el seno mismo de las federaciones, con voluntad de diálogo y de comprensión. También sería particularmente significativo que la unidad del movimiento scout, a veces rota en el pasado, se alcance durante el gran jubileo; así, a los ojos del mundo, se daría un testimonio del amor fraterno y de la reconciliación que permiten reconocer a los discípulos del Señor (cf. 1Jn 4,7-9).

4. Invocando sobre todos los scouts la asistencia del Espíritu Santo y la intercesión de Nuestra Señora, animo vivamente al movimiento a proseguir y a intensificar el servicio que presta a la juventud del mundo, proponiéndole un ideal y dándole a Cristo como modelo de vida humana perfectamente realizada y como camino hacia la felicidad, ya que él es «el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6). A todos los miembros de la Conferencia internacional católica del escultismo, les imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 13 de septiembre de 1998








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