Discursos 1999 6


AL PERSONAL DEL ARCHIVO SECRETO VATICANO


Y DE LA BIBLIOTECA APOSTÓLICA VATICANA


Viernes 15 de enero de 1999



7 Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho recibiros hoy a todos vosotros, que trabajáis diariamente en el Archivo secreto vaticano y en la Biblioteca apostólica vaticana, y daros una cordial bienvenida, que extiendo de buen grado a vuestros familiares. Saludo, en particular, a monseñor Jorge María Mejía, archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, al padre Sergio Pagano, prefecto del Archivo secreto vaticano, y a don Raffaele Farina, prefecto de la Biblioteca apostólica vaticana.

El título de bibliotecario, ya usado en el siglo IX por Anastasio Bibliotecario (cf. PL 127-129), es un valioso indicio para deducir tanto la venerable antigüedad de las instituciones de las que formáis parte como el estrecho vínculo existente entre ellas y la Sede apostólica.

En efecto, vuestro trabajo, aunque es muy importante, no se reduce sólo al esfuerzo por la conservación de los libros y los manuscritos, de las actas de los Sumos Pontífices y de las oficinas de la Curia romana, así como por su transmisión a lo largo de los siglos; sino que procura, sobre todo, poner a disposición de la Santa Sede y de los estudiosos de todo el mundo los tesoros de cultura y arte que se conservan en el Archivo y en la Biblioteca. Precisamente por eso, también tenéis la tarea de estudiar atentamente y con esmero esos tesoros, a menudo con la ayuda de otros especialistas, para que puedan publicarse con rigor científico. Testimonios de este valioso servicio son las diversas colecciones que la Biblioteca y el Archivo siguen publicando y difundiendo, suscitando el aprecio del mundo de los historiadores, los canonistas, los estudiosos de paleografía y los especialistas en literatura clásica y en música antigua. Quisiera agradeceros este gran empeño y, a la vez, alentaros de corazón a proseguirlo y profundizarlo con celo constante.

2. Se comprenden bien el interés y el cuidado con que mis venerados predecesores, especialmente desde hace algunos siglos, crearon, promovieron y acompañaron la Biblioteca apostólica, y después, como una rama madura de ella, el Archivo pontificio. Pienso en Nicolás V, Sixto IV, Sixto V, Pablo V y en muchos otros Pontífices, hasta León XIII, que decidió abrir el Archivo a la investigación científica, y Pío XI, que compartió personalmente, como prefecto de la Biblioteca apostólica, este noble interés.

Los Pontífices, además de considerar la Biblioteca y el Archivo como valiosos instrumentos de servicio a la cultura y al arte, han visto en ellos otras dos cualidades sobresalientes, que deseo subrayar aquí, porque han sido siempre importantes y necesarias, hoy quizá más que en el pasado.

La primera es la relación entre los textos conservados y el ejercicio del gobierno y del ministerio de la Sede apostólica, particularmente del Magisterio pontificio. Estos textos venerables contienen y transmiten, en cierto modo, la memoria misma de la Iglesia y, por tanto, la continuidad de su servicio apostólico a lo largo de los siglos, con sus luces y sombras, que hay que conocer y dar a conocer, sin temor, más aún, con sincera gratitud al Señor, que no deja de guiar a su Iglesia en medio de las vicisitudes del mundo.

Esto es lo que tenía muy presente el Papa León XIII cuando quiso que se abriera el Archivo a los estudiosos, ya en el lejano 1880. Además, la estupenda decoración de la sala Sixtina, que Sixto V mandó realizar, manifiesta la relación existente entre la Biblioteca y el ejercicio del Magisterio en sus dos series de frescos, en los que se observan, por una parte, la historia de las más insignes bibliotecas y, por otra, la representación de los concilios ecuménicos.

3. También hay que poner de relieve una segunda cualidad de la Biblioteca y del Archivo y, por consiguiente, de vuestro trabajo en ellos, en sus diversos niveles. Se trata del servicio que prestáis a la evangelización de la cultura, más aún, a la nueva evangelización de la cultura. Sabéis bien que se trata de un compromiso fundamental y vital de la Iglesia en el mundo contemporáneo, al que ya aludía con esclarecedoras palabras el siervo de Dios Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (cf. nn. 19-20), y al que yo mismo me he referido muchas veces. Es necesario encontrar el modo de llevar a los hombres y mujeres de cultura, pero quizá más aún a los ambientes y a los cenáculos en que se elabora y transmite la cultura actual, los valores que el Evangelio nos ha comunicado, junto con los que brotan de un verdadero humanismo, porque en realidad unos y otros están relacionados estrechamente.

En efecto, si el Evangelio nos enseña el primado absoluto de Dios y la única salvación en Cristo Jesús, éste es también el único camino para apreciar, respetar y amar verdaderamente a la creatura humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y llamada a insertarse en el misterio del Hijo de Dios hecho hombre. Por eso, los valiosos tesoros conservados, estudiados y puestos a disposición de los estudiosos en la Biblioteca vaticana y en el Archivo, son como el testimonio vivo de la proclamación constante por parte de la Iglesia de los valores evangélicos, artífices del verdadero humanismo.

4. Queridos hermanos y hermanas, aquí están delineadas muy claramente la grandeza y la dignidad de vuestro servicio, aun en la humildad aparente de las tareas que a veces estáis llamados a realizar. Sed conscientes de que al cumplirlas, prestáis un servicio importante a la Sede apostólica y, de modo particular, al Sucesor de Pedro. Contribuís de manera significativa a crear las condiciones para que los hombres y las mujeres que trabajan en el ámbito cultural puedan encontrar el camino que los lleva a su Creador y Salvador, y así también a la verdadera y plena realización de su vocación específica, en este tiempo de transición del segundo al tercer milenio.

8 Nos hallamos en vísperas del gran jubileo y, por tanto, es oportuno considerar vuestros diferentes compromisos, incluso las exposiciones que organizáis o en las que colaboráis -entre las que destaca la que se está desarrollando actualmente en la sala Sixtina con el título «Llegar a ser santo»-, como ocasiones para vivir la renovación espiritual a la que todos estamos llamados. Al que va a la Biblioteca o al Archivo, al que visita las exposiciones o consulta los documentos que conserváis, ayudadle a recoger el mensaje contenido en el conjunto de esos testimonios: es un mensaje que remite a la iniciativa salvífica de un Dios misericordioso, que es Verdad suprema y Bien infinito.

5. En fin, siento el deber de dirigiros un llamamiento urgente a todos: amad, respetad y defended este gran patrimonio acumulado a lo largo de los siglos por los Pontífices romanos. Se trata de bienes valiosos e inalienables de la Santa Sede, que hay que conservar celosamente. Como es obvio, sólo el Sumo Pontífice puede disponer de ellos. Por tanto, que cada uno sienta el deber de administrar con sumo esmero estos bienes de la Sede apostólica, consciente de prestar un servicio a la Iglesia y al mundo.

Con estos deseos, os bendigo de corazón a cada uno y bendigo vuestro trabajo diario.






AL PONTIFICIO SEMINARIO REGIONAL


«PÍO XI» DE PULLA


Sábado 16 de enero de 1999



Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos jóvenes:

1. ¡Bienvenidos! Con gran alegría os recibo hoy en vuestra amable visita. A todos os dirijo mi más cordial saludo.

Con el corazón lleno de gratitud saludo a vuestro rector, y acojo las palabras que, en nombre de cada uno de vosotros, ha querido dirigirme: son la expresión de una relación que encuentra en la fe su valor más auténtico y su desarrollo más completo.

Vuestra visita coincide con una fecha particularmente significativa para vosotros: hace poco más de un mes se celebró el 90° aniversario de la fundación de vuestro seminario, en el que se han formado numerosos sacerdotes durante estos nueve decenios. Demos gracias al Señor por este feliz aniversario y por los objetivos conseguidos durante este período.

2. La fecha que celebráis entraña muchos recuerdos: vuestra «casa», a lo largo de este siglo, ha acogido y formado a generaciones de ministros sagrados que, en los diversos ámbitos de la comunidad eclesial, han prestado y siguen prestando su servicio como diáconos, presbíteros, obispos y cardenales. Incluso muchos jóvenes que no han proseguido en el camino hacia el sacerdocio han encontrado en ella, durante un período significativo de su vida, el «rostro» y las atenciones de un lugar agradable y familiar.

La fecha que conmemoráis se proyecta, al mismo tiempo, hacia el futuro: en vuestro seminario se vive también hoy con gran entusiasmo; en él se sigue acogiendo a los jóvenes que quieren reflexionar sobre un proyecto vocacional en la Iglesia y para el mundo. Se les propone una experiencia educativa capaz de transformar su proyecto en fecunda realidad apostólica.

9 Todo seminario nace con un objetivo muy preciso: preparar a los futuros ministros de la Iglesia en un clima de oración, estudio y fraternidad. «Pastores dabo vobis»: el Señor promete a su grey pastores «según su corazón» (Jr 3,15). El tiempo que se vive en el seminario está orientado totalmente hacia esta meta: lograr que en los jóvenes encaminados hacia el sacerdocio se produzca esta «transformación del corazón», que los impulsará a amar y servir a la comunidad eclesial con los mismos sentimientos de Cristo.

Además, un seminario regional acentúa el arraigo de esta comunidad y de sus ministros en un territorio específico, reconocible por determinadas características geográficas, comunes vicisitudes históricas y expresiones originales de vida y cultura que, en interacción con otras realidades territoriales, configuran su mentalidad y sus costumbres. El seminario se convierte, entonces, en un instrumento privilegiado de las Iglesias particulares, llamadas a realizar «aquí y ahora» el misterio de la comunión eclesial. Debe ser una «comunidad eclesial educativa, (...) dedicada a la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de los futuros presbíteros» (Pastores dabo vobis PDV 61). Por eso, la formación que se imparte en vuestra «casa» no puede prescindir de una mirada amorosa e inteligente a las dinámicas que caracterizan al ambiente en que viven y actúan las comunidades cristianas de Pulla.

3. De la antigua adhesión a la fe a las modernas inquietudes de la secularización, de la religiosidad popular a los esfuerzos de nueva evangelización, de la emigración atávica a las actuales formas de acogida de prófugos e inmigrantes, de la tradicional organización agrícola, pastoral y marítima a los profundos cambios económicos y culturales presente, las características de la región deben ser objeto de vuestras reflexiones y punto de referencia constante para vuestra preparación.

Desde esta perspectiva, me parece que, en una fecha con gran proyección, como es precisamente el 90° aniversario de la fundación de vuestro seminario, surgen dos indicaciones particularmente significativas: ante todo, la oportunidad de la decisión, tomada a su tiempo, de instituir un centro de estudios filosóficos y teológicos en Pulla. Esto ha ayudado a generaciones enteras de jóvenes a profundizar la relación, problemática pero ineludible, entre «fides et ratio». La colaboración entre fe y razón ha producido en nuestro siglo grandes proyectos; su separación ha causado enormes tragedias.

La segunda indicación se puede deducir de la enseñanza y, más aún, de la vida de los Pontífices, cuyos nombres están más relacionados con vuestro seminario: san Pío X lo fundó e instituyó su sede en Lecce, y a continuación Pío XI lo agrandó y trasladó a Molfetta. Las circunstancias de estos dos venerados predecesores míos pueden iluminaros sobre los importantes desafíos que os esperan. A pesar de las dificultades que esos dos Pontífices debieron afrontar tanto dentro de la Iglesia como en sus relaciones con el mundo laico, siguen siendo insignes ejemplos de fidelidad a Cristo y de ardiente celo por la causa del Evangelio. Su testimonio es invitación a una sólida doctrina y, a la vez, a una apertura valiente; es, igualmente, estímulo a la santidad de vida y a la audacia apostólica ante las instancias del mundo contemporáneo.

Deseo de corazón que el Pontificio Seminario regional pullés sea «escuela de apóstoles», como lo quisieron mis predecesores: apóstoles dispuestos a servir al pueblo de Dios con todas sus energías. Ojalá que vuestro seminario forme a presbíteros que sean guías seguros para los fieles, siguiendo las huellas de Jesús, buen Pastor.

La Virgen María, a la que veneráis como «Regina Apuliae», acompañe con su ejemplo y su oración vuestros pasos, reavive vuestras esperanzas y os sostenga en los momentos difíciles, a fin de que se realice plenamente el proyecto vocacional que Dios tiene para cada uno de vosotros.

Asegurándoos mi constante recuerdo en la oración, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.






A LA JUNTA Y AL CONSEJO DE LA REGIÓN DEL LACIO


Sábado 16 de enero de 1999



Señor presidente de la Junta regional;
señor presidente del Consejo regional;
10 ilustres miembros de la Junta y del Consejo;
amables señoras y señores:

1.Con mucho gusto doy mi bienvenida a cada uno de vosotros que, siguiendo una consolidada y feliz tradición, habéis querido encontraros conmigo al comienzo del nuevo año. Os agradezco vuestra presencia, y formulo fervientes votos de prosperidad y paz para la región del Lacio, para vuestras personas y para vuestros familiares.

Saludo, en particular, al presidente del Consejo regional, honorable Luca Borgomeo. Me complace, asimismo, manifestar mi profundo agradecimiento al honorable Piero Badaloni, presidente de la Junta regional, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre y en el de cuantos representáis.

Como ha subrayado el presidente, vuestra región, con sus beneméritas instituciones, su singular patrimonio humano y cristiano, y las luces y sombras de la realidad diaria, está llamada a confrontarse dentro de poco tiempo con el extraordinario acontecimiento del gran jubileo del Año santo 2000. Conozco el empeño con que ya desde hace algunos años la Administración regional se está preparando para ese evento. Espero que con las iniciativas propuestas se brinde a los peregrinos una acogida digna de la vocación universal de la región y de los signos de fe presentes en ella.

2. El jubileo es un acontecimiento espiritual, que atañe en primer lugar a la vida de los creyentes. Sin embargo, ya sabéis que la importancia del nacimiento de Cristo para la humanidad entera, la presencia viva y operante de los cristianos en el mundo y las exigencias de profunda renovación que las celebraciones jubilares plantean a la comunidad de los creyentes, hacen que la influencia del jubileo supere los confines de la Iglesia, implicando en cierto modo a la sociedad y a las instituciones civiles.

El jubileo, que invita a fijar la mirada en el misterio del Verbo encarnado, en el que «se esclarece el misterio del hombre» (Gaudium et spes
GS 22), pide a creyentes y no creyentes que se confronten con el designio de salvación revelado en los libros de la Biblia, para recoger sus valiosas indicaciones sobre la grandeza de la persona humana, que en Cristo encuentra su máxima exaltación. Esta perspectiva invita a los administradores a considerar de nuevo la calidad de su servicio a los ciudadanos, a comprender sus motivaciones profundas, a purificar cada vez más sus intenciones y a mejorar sus realizaciones.

3. La tradición bíblica, recibida y desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, presenta el jubileo como el tiempo del restablecimiento de la justicia de Dios entre los hombres. Éste es un aspecto del acontecimiento jubilar ante el cual el administrador público no puede dejar de mostrarse sensible. En efecto, a él le corresponde proveer a la realización de las expectativas de justicia y solidaridad de los ciudadanos, preguntándose siempre si se ha hecho lo posible para ofrecer a todos idénticas oportunidades, especialmente por lo que respecta al acceso al trabajo, que el presidente ha mencionado explícitamente.

La reflexión sobre el significado profundo del jubileo impulsa a los administradores públicos a la colaboración constructiva con todas las fuerzas sociales y empresariales, y a la búsqueda de una paz que nace del rechazo de privilegios y del respeto de los derechos de todos, principalmente de los débiles y los marginados. También los impulsa a ser promotores del diálogo entre los ciudadanos de diversas culturas y religiones, presentes en el territorio, a combatir cualquier forma de racismo e intolerancia, y a ayudar con todos los medios posibles a cuantos hasta ahora no han podido satisfacer sus legítimas aspiraciones.

4. Ilustres señores y señoras, he querido analizar algunas exigencias que el jubileo plantea a la atención responsable de todo administrador. Deseo que el extraordinario acontecimiento que nos disponemos a celebrar encuentre a la institución que representáis pronta a aceptarlas y realizarlas.

Expreso mis mejores deseos de que la región del Lacio encuentre en su historia, en las riquezas religiosas, culturales y morales de sus poblaciones, y en la voluntad de servicio de sus administradores, la energía y la valentía necesarias para hacer del jubileo un tiempo de justicia y de paz para todos.

11 Os renuevo a cada uno el deseo de un nuevo año sereno y fecundo en bien, y me alegra entregaros también a vosotros la reciente carta que dirigí al mundo del trabajo en el marco de la misión ciudadana de Roma. Asegurándoos mi recuerdo en la oración por vuestro importante trabajo, invoco de corazón la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre las amadas poblaciones laciales.







AUDIENCIA DEL PAPA JUAN PABLO II


AL ARZOBISPO LUTERANO DE TURKU Y FINLANDIA


Lunes 18 de enero de 1999


Querido arzobispo Paarma:

Es una especial alegría para mí acogerlo en el Vaticano inmediatamente después de su nombramiento como arzobispo de Turku y Finlandia. La visita que hice en 1989 a la catedral de Turku y a la casa de su predecesor, el arzobispo John Vikström, está grabada aún nítidamente en mi memoria. Ese acontecimiento afianzó mucho las relaciones entre la Iglesia luterana de Finlandia y la Iglesia católica.

Su presencia aquí hoy es un signo positivo de que estas relaciones van a seguir fortaleciéndose, mientras nos esforzamos por avanzar en nuestra búsqueda común del restablecimiento de la unidad que Jesucristo desea para sus seguidores. Al acercarse el tercer milenio cristiano, somos conscientes de la necesidad de comprometernos de modo cada vez más firme e irrevocable en favor del noble objetivo de la unidad cristiana, y estamos seguros de que esta unidad tendrá efectos benéficos para la nueva evangelización de Europa y del mundo.

Sobre usted y sobre todos los que están encomendados a su solicitud pastoral, invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.










A LA JUNTA Y AL CONSEJO PROVINCIAL DE ROMA


Lunes 18 de enero de 1999



Señor presidente;
ilustres miembros de la Junta y del Consejo provincial de Roma;
amables señoras y señores:

1. ¡Bienvenidos! Me alegra acogeros, como es tradición, al comienzo de un nuevo año, pero especialmente al inicio de vuestro servicio a la comunidad provincial de Roma. Os saludo con cordialidad a cada uno de vosotros. De modo especial, saludo al presidente del Consejo provincial, honorable Alberto Pascucci, y al presidente de la Junta provincial, honorable Silvano Moffa, al que agradezco las palabras que me ha dirigido también en nombre de sus colegas.

12 He escuchado con interés las reflexiones que ha desarrollado sobre diversos temas, y he reconocido con agrado el compromiso de privilegiar el respeto a la persona humana, la atención al papel de la familia en la sociedad y el apoyo a las fuerzas sociales que quieren responder a los numerosos desafíos del momento actual. No puedo menos de alentar estos proyectos de bien, invocando sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la constante asistencia divina.

2. Elegidos por la voluntad popular para prestar un servicio arduo y responsable a la comunidad civil, estáis llamados a trabajar, en el ámbito de vuestras competencias específicas, para que cuantos viven en la provincia de Roma o de algún modo están en contacto con ella puedan mirar con esperanza al presente y al futuro. Vuestra misión es de gran importancia; por eso la Iglesia quiere contribuir a ella desinteresadamente.

En efecto, la comunidad cristiana presente en un territorio no se siente extraña a él, a sus problemas y a su desarrollo. Aunque es verdad que las diversas formas de evangelización y la actividad política y administrativa no coinciden en el ámbito de las finalidades ni en el de los medios, también es evidente que pueden y deben concordar en la misión que les es común: el servicio al hombre. El hombre, como afirmé en mi primera encíclica, es «el camino de la Iglesia» (Redemptor hominis
RH 14). El hombre debe ser siempre el «camino» del compromiso político y de la estructura administrativa: en este camino es posible y necesario recorrer un itinerario de comunión, que comprometa las energías de ambas partes.

3. Señor presidente, en el discurso que acaba de pronunciar, ha aludido a indicaciones y propósitos que quieren guiar el trabajo de la Junta y del Consejo provincial. Ojalá que nunca desaparezca esta tensión espiritual, marcada por la búsqueda auténtica de la verdad, por la honradez y el respeto al hombre, por el cuidado del bien común y el amor a los hermanos.

A este respecto, me permito indicar algunas líneas de reflexión, que pueden contribuir a vuestra acción administrativa y política. Ante todo, es importante establecer una jerarquía de los problemas y de las intervenciones. ¿Cómo afrontar la gestión de la vida colectiva sin configurar una escala de prioridades? Usted, señor presidente, ha subrayado oportunamente que hacen falta intervenciones coordinadas y eficaces, especialmente en favor de los que viven situaciones difíciles.

Salta a la vista de todos el drama de las antiguas y nuevas formas de pobreza. En la sociedad contemporánea, a pesar de su indudable progreso, hay aún un notable número de mujeres y hombres a los que les resulta difícil vivir dignamente. La atención que una estructura pública dedica a estos hermanos menos favorecidos la define y la caracteriza como instrumento al servicio de la comunidad.

De lo contrario, los así llamados «últimos» corren el riesgo de ser olvidados, convirtiéndose en un apéndice cada vez más amplio de la sociedad opulenta, en vez de estar en el centro de opciones y orientaciones generales. Por tanto, es indispensable una red de iniciativas que, también gracias a los recursos del voluntariado, tienda a la recuperación, la promoción y la integración de las personas y los grupos.

4. En las palabras del señor presidente he notado una significativa atención dirigida al mundo de los jóvenes. Es verdad, la juventud no puede menos de ser una de las prioridades de la acción política. Las generaciones jóvenes, a veces incluso inconscientemente, piden cultura, ideales y espiritualidad auténtica, como un antídoto contra el vacío de valores que los amenaza. La familia, la escuela, las diócesis y las parroquias, respetando las competencias específicas, están llamadas a poner en común sus recursos para ofrecer a la juventud una sociedad y un futuro lleno de esperanza.

Al inicio, el presidente puso de relieve oportunamente que en este año se abrirá la Puerta santa, por la cual entraremos en el gran jubileo del 2000. ¿Cómo no evocar este acontecimiento de alcance mundial? Todos los componentes eclesiales y civiles están invitados a dar su contribución. El jubileo, además de ser un acontecimiento espiritual, es una ocasión de profunda renovación de la sociedad, una propuesta para pensar nuevamente en las opciones personales y colectivas, y un tiempo favorable para realizar un cambio significativo en la vida de las personas y las comunidades.

Deseo de todo corazón que represente para todos una extraordinaria experiencia espiritual. Acompaño este deseo con la seguridad de mi constante recuerdo ante el Señor por vosotros y por la misión que estáis llamados a cumplir.

Con estos sentimientos, invoco la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre toda la población de la provincia.










A LOS ALUMNOS Y SUPERIORES


DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA


13

Martes 19 de enero de 1999



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:

1. Con alegría os recibo hoy, con ocasión de la fiesta de vuestra patrona, la santa virgen y mártir Inés. Os saludo de corazón a cada uno de vosotros, que provenís de diversas naciones y, en particular, al rector, monseñor Michele Pennisi, al que agradezco las palabras que me ha dirigido no sólo en nombre vuestro, sino también del cardenal Camillo Ruini y de los miembros de la comisión especial que sigue vuestro almo colegio. Gracias de corazón a todos.

He apreciado mucho la meta pedagógica que os habéis propuesto durante este año comunitario. Siguiendo la línea de preparación para el gran jubileo, se expresa en el lema: «Caridad y misión: como hijos del único Padre vivamos la fraternidad en la gratuidad del servicio y en la acogida del otro». Se trata de un itinerario formativo que os lleva a entablar un diálogo cada vez más intenso y profundo con Jesús, para poder testimoniar después su amor salvífico a vuestros hermanos.

2. En el origen de toda misión en la Iglesia hay una llamada al amor. «Fijando en él su mirada, lo amó»: con estas palabras el evangelista san Marcos narra el encuentro de Jesús con el joven que «tenía muchos bienes» (Mc 10,22). Ante las numerosas cosas que uno puede poseer, el Señor propone, como alternativa, la única esencial: dejarlo todo por amor y seguirlo: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). La virgen y mártir Inés, a la propuesta que le hizo Cristo respondió con plena generosidad y con corazón indiviso: su misma existencia fue «ejemplo elocuente y fascinador de una vida transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad» (Veritatis splendor VS 93), y por eso ella misma ha sido capaz de iluminar «cada época de la historia despertando el sentido moral» (ib.). Su ejemplo ha animado a numerosos creyentes a lo largo de los siglos a seguir sus pasos. Vuestro colegio, muy oportunamente, la ha elegido como su patrona, y también hoy vosotros la contempláis como un modelo digno de imitar.

Además de su testimonio, tenéis ante vosotros el de algunos ex alumnos de vuestro seminario, cuyo proceso de beatificación ya se ha incoado. Vuestro rector acaba de recordarlos: ¡ojalá que su vida os anime a cumplir cada vez con mayor fidelidad lo que el Señor os pida! Que en vuestra existencia todo sea para su mayor gloria y para la salvación de las almas.

3. Nuestro encuentro tiene lugar en el año dedicado al Padre, mientras nos encaminamos ya a grandes pasos hacia el gran jubileo del año 2000. Quisiera invitaros a dirigir vuestra mirada hacia la Puerta santa, a través de la cual entraremos en el año jubilar con espíritu de íntima conversión. En efecto, es preciso llegar a ese acontecimiento con corazón renovado. Y a los sacerdotes, en primer lugar, les corresponde ser testigos y apóstoles de una auténtica renovación personal y comunitaria. Además, desde la perspectiva de la festividad de santa Inés, no podemos menos de considerar la eventualidad de una fidelidad heroica que llegue, si fuera necesario, hasta el martirio.

Quisiera repetiros hoy a vosotros lo que proclamé a toda la Iglesia: «El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva de su propio horizonte existencial» (Incarnationis mysterium, 13).

Os digo estas palabras, que pueden pareceros fuertes y exigentes, a vosotros «jóvenes, porque sois fuertes», según la expresión con que os califica el apóstol san Juan (cf. 1Jn 2,14). El mundo espera entrega total y santidad de vida de aquellos a quienes el Señor llama a su servicio más íntimo. Que ésta sea vuestra primera preocupación. Abrid vuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, y encomendaos con confianza al Padre celestial, especialmente durante este año.

Os guíen María, la Virgen fiel, santa Inés y vuestros demás santos patronos. Por mi parte, asegurándoos un recuerdo especial en mi oración, os imparto a todos vosotros y a vuestros seres queridos mi afectuosa bendición.










A LOS MIEMBROS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA


CON OCASIÓN DE LA APERTURA DEL AÑO JUDICIAL


14

Jueves 21 de enero de 1999



1. La solemne inauguración de la actividad judicial del Tribunal de la Rota romana me da la alegría de recibir a sus miembros, para expresarles la consideración y la gratitud con que la Santa Sede sigue y alienta su trabajo.

Saludo y doy las gracias al monseñor decano, que ha interpretado dignamente los sentimientos de todos vosotros aquí presentes, expresando de modo apasionado y profundo los propósitos pastorales que inspiran vuestro compromiso diario.

Saludo al Colegio de los prelados auditores en servicio y eméritos, a los oficiales mayores y menores del Tribunal, a los abogados rotales y a los alumnos del Estudio rotal con sus respectivos familiares. Os expreso a todos mis mejores deseos para el año que acaba de empezar.

2. El monseñor decano ha ilustrado el significado pastoral de vuestro trabajo, mostrando su gran importancia en la vida diaria de la Iglesia. Comparto esa visión, y os aliento a cultivar en todas vuestras intervenciones esa perspectiva, que os pone en plena sintonía con la finalidad suprema de la actividad de la Iglesia (cf. Código de derecho canónico, c. 1742). Ya en otra ocasión aludí a este aspecto de vuestro oficio judicial, con particular referencia a cuestiones procesales (cf. Discurso a la Rota romana, 22 de enero de 1996, en: AAS 88 [1996] 775). También hoy os exhorto a dar prioridad, en la solución de los casos, a la búsqueda de la verdad, utilizando las formalidades jurídicas solamente como medio para dicho fin. El tema que quiero tratar durante este encuentro es el análisis de la naturaleza del matrimonio y de sus connotaciones esenciales a la luz de la ley natural.

Es bien conocida la contribución que la jurisprudencia de vuestro Tribunal ha dado al conocimiento de la institución del matrimonio, ofreciendo un valiosísimo punto de referencia doctrinal a los demás tribunales eclesiásticos (cf. Discurso a la Rota, en: AAS 73 [1981] 232; Discurso a la Rota, en: AAS 76 [1984] 647 ss; Pastor bonus, art. 126). Esto ha permitido enfocar cada vez mejor el contenido esencial del matrimonio sobre la base de un conocimiento más adecuado del hombre.

Sin embargo, en el horizonte del mundo contemporáneo se perfila un deterioro generalizado del sentido natural y religioso del matrimonio, con consecuencias preocupantes tanto en la esfera personal como en la pública. Como todos saben, hoy no sólo se ponen en tela de juicio las propiedades y las finalidades del matrimonio, sino también el valor y la utilidad misma de esta institución. Aun excluyendo generalizaciones indebidas, no es posible ignorar a este respecto el fenómeno creciente de las simples uniones de hecho (cf. Familiaris consortio FC 81, en: AAS 74 [1982] 181 ss), y as insistentes campañas de opinión encaminadas a proporcionar dignidad conyugal a uniones incluso entre personas del mismo sexo.

En un ámbito como éste, en el que prevalece el proyecto corrector y redentor de situaciones dolorosas y a menudo dramáticas, no pretendo insistir en la reprobación y en la condena. Más bien, deseo recordar, no sólo a quienes forman parte de la Iglesia de Cristo Señor, sino también a todas las personas interesadas en el verdadero progreso humano, la gravedad y el carácter insustituible de algunos principios, que son fundamentales para la convivencia humana, y mucho más para la salvaguardia de la dignidad de todas las personas.

3. El núcleo central y el elemento esencial de esos principios es el auténtico concepto de amor conyugal entre dos personas de igual dignidad, pero distintas y complementarias en su sexualidad.

Es obvio que hay que entender esta afirmación de modo correcto, sin caer en el equívoco fácil, por el que a veces se confunde un vago sentimiento o incluso una fuerte atracción psico-física con el amor efectivo al otro, fundado en el sincero deseo de su bien, que se traduce en compromiso concreto por realizarlo. Ésta es la clara doctrina expresada por el concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes GS 49), pero es también una de las razones por las que precisamente los dos Códigos de derecho canónico, el latino y el oriental, que yo promulgué, declaran y ponen como finalidad natural del matrimonio también el bonum coniugum (cf. Código de derecho canónico, c. 1055, § 1; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 776, § 1). El simple sentimiento está relacionado con la volubilidad del alma humana; la sola atracción recíproca, que a menudo deriva sobre todo de impulsos irracionales y a veces aberrantes, no puede tener estabilidad, y por eso con facilidad, si no fatalmente, corre el riesgo de extinguirse.

Por tanto, el amor coniugalis no es sólo ni sobre todo sentimiento; por el contrario, es esencialmente un compromiso con la otra persona, compromiso que se asume con un acto preciso de voluntad. Exactamente esto califica dicho amor, transformándolo en coniugalis.Una vez dado y aceptado el compromiso por medio del consentimiento, el amor se convierte en conyugal, y nunca pierde este carácter. Aquí entra en juego la fidelidad del amor, que tiene su fundamento en la obligación asumida libremente. Mi predecesor el Papa Pablo VI, en un encuentro con la Rota, afirmaba sintéticamente: «Ex ultroneo affectus sensu, amor fit officium devinciens» (AAS 68 [1976] 207).


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