Discursos 1999 35

MENSAJE DEL SANTO PADRE


CON MOTIVO DE LA FIESTA DE LA FAMILIA


ORGANIZADA POR LA DIÓCESIS DE ROMA




Queridos hermanos y hermanas:

1. Me uno espiritualmente a vosotros, que os habéis reunido en este primer sábado de febrero en la sala Pablo VI para celebrar la Fiesta de la familia, en la víspera de la Jornada en favor de la vida. Os saludo a todos con gran afecto. En particular, saludo al cardenal vicario, al que he encomendado la tarea de hacerse intérprete ante vosotros de mis mejores deseos. Saludo al cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, que ha querido participar en el encuentro. Saludo, asimismo, a monseñor Luigi Moretti, obispo auxiliar y director del Centro para la pastoral familiar de la diócesis de Roma, y a monseñor Renzo Bonetti, director de la oficina nacional de la Conferencia episcopal italiana para la pastoral de la familia.

Con el rezo del santo rosario queréis encomendar a la Madre celestial a todas las familias de nuestra ciudad, para que colme todas sus expectativas y esperanzas, y ellas, fieles al designio de Dios, respondan plenamente a su vocación peculiar en la Iglesia y en la sociedad. Este momento significativo de oración, después del congreso de estudio «Genoma y envejecimiento, la esperanza del hombre», que se celebró ayer en la universidad La Sapienza, prepara la celebración de la Jornada en favor de la vida, que mañana reunirá a toda la comunidad diocesana en contemplación orante del gran don de la paternidad y la maternidad y de las arduas tareas que derivan de ellas. Me alegro con vosotros por estas interesantes iniciativas, que ponen de relieve el esfuerzo de nuestra diócesis por proclamar y testimoniar el evangelio de la vida y de la familia en el ámbito de la misión ciudadana.

2. El rezo del santo rosario ha sido precedido por cantos y testimonios sobre la familia, que han ofrecido a todos la posibilidad de subrayar cuán importante es la defensa de este don especialísimo para la comunidad civil y eclesial. A este respecto, quisiera meditar junto con vosotros en un texto bíblico tomado del Antiguo Testamento, que narra la historia de Rut y nos ayuda a comprender mejor cuál debe ser la vocación y la misión de la familia.

El autor sagrado refiere estas palabras, que Rut dijo a su suegra Noemí: «Donde tú vayas, yo iré; donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios» (Rt 1,16).

En la historia de Rut, compleja y a veces dolorosa, el Antiguo Testamento nos presenta un espléndido cuadro que habla de la maternidad y la paternidad. Nos muestra cómo la sociedad debe ayudar a una familia que atraviesa una situación difícil. Rut, una mujer joven, se queda viuda, pero recibe enseguida ayuda de su suegra Noemí que, a pesar de ser una madre herida duramente por la muerte de sus hijos, sigue su vocación a la maternidad adoptando a su nuera como una hija. Un hombre, Booz, se casa con la viuda Rut, según la tradición de Israel, devolviéndole el bien valiosísimo de la familia y garantizándole un futuro seguro.

36 «Donde tú vayas, yo iré, (...) y tu Dios será mi Dios».

Rut confía en Dios. Ha oído hablar de él; lo ha conocido a través de la fe de su suegra, que cree en el Dios de Israel. Deja las divinidades paganas, para seguir al único Dios verdadero. Dios Padre, fuente de la vida, es el protagonista de la historia de Rut, sin elementos narrativos excepcionales, pero rebosante de vida impregnada de fe y amor. De la providencia de Dios provienen la fecundidad de la tierra y la fecundidad del hombre y la mujer. Dios es el protagonista de toda maternidad y paternidad, mediante la cual los esposos se abren al don de una nueva vida.

3. En la Familiaris consortio afirmé que «el amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al "conocimiento" recíproco que les hace "una sola carne", no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima entrega posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana» (n. 14).

«Maternidad y paternidad, don y compromiso» es el tema de la Jornada en favor de la vida que la Iglesia italiana celebra mañana, día 7 de febrero. Nadie puede rechazar el don de la paternidad y la maternidad. Ni para sí mismo, ni para los demás. Es tarea específica de cada persona vivir este don según su vocación propia.

Hay paternidad y maternidad incluso sin la procreación, pero la procreación no puede separarse de la paternidad y la maternidad. Nadie puede separarla del amor de un hombre y de una mujer que, en el matrimonio, se entregan recíprocamente formando «una sola carne». De lo contrario, se corre el riesgo de tratar al hombre y a la mujer no como personas, sino como objetos.

Expliqué también en la citada exhortación apostólica sobre la familia que, «al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, del que proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra» (ib.).

El amor de los padres es el elemento que caracteriza su labor educativa. Es un derecho-deber original, primario, insustituible e inalienable.

4. «Donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo».

La sociedad ayuda a Rut, a pesar de que provenía de un pueblo extranjero, Moab, que después del exilio en Babilonia había rechazado a los desterrados de Israel. De acuerdo con la ley del tiempo, la viuda podía ir detrás de los segadores, y se le permitía recoger las espigas que quedaban en la tierra. Los segadores, por orden del dueño del campo, dejan caer voluntariamente las espigas, para que Rut pueda recoger las que necesita. Su generosidad y solidaridad van, pues, más allá de la justicia que las leyes garantizaban. No sólo asisten a Rut, sino que también le permiten trabajar, y ella lo hace con sentido de responsabilidad.

Ésta es una lección de vida para la sociedad actual: las leyes de la comunidad tutelan a la institución familiar fundada en el matrimonio, y las familias ayudan a otras familias.

En las circunstancias actuales, las familias, cuando se asocian, pueden llegar a ser interlocutores eficaces y levadura en el ámbito social, político y cultural. Invitadas por los obispos del Lacio, las asociaciones familiares católicas de la región han constituido el Comité regional de Asociaciones familiares. Deseo de corazón que este Comité contribuya a la promoción de la familia fundada en el matrimonio y a la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Ojalá que aumente en nuestra ciudad la participación de los cristianos en estas asociaciones, que fortalecen a la familia.

37 Acompaño estos deseos con la seguridad de mi constante recuerdo en la oración, e, invocando la protección de María, Reina de la familia, sobre todas las familias de nuestra ciudad y del mundo entero, envío de corazón a cada uno de vosotros y a toda la comunidad diocesana, que es una familia de familias, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 6 de febrero de 1999








AL NUEVO EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE AL SANTA SEDE

Lunes 8 de febrero de 1999



Señor embajador:

1.Con gran placer recibo a su excelencia y le doy la bienvenida al comienzo de su misión, en el momento de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Hungría.

2. Le agradezco, excelencia, las palabras cordiales que acaba de dirigirme y con las cuales manifiesta su aprecio por la Sede de Pedro. Expresa también el espíritu con el que emprende su tarea, deseoso de proseguir por el camino de las relaciones que la Santa Sede y Hungría restablecieron en 1990. Le pido que transmita a su excelencia el señor Árpád Göncz, presidente de la República, así como a sus compatriotas, mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por la paz y la prosperidad de la nación.

3. Hoy, tras un largo período doloroso, Hungría ha entrado con valentía en una nueva etapa de su historia, atenta al respeto y a la protección de la dignidad de la persona y al principio de la libertad, sobre todo de la libertad religiosa. Desde este punto de vista, aprecio particularmente los esfuerzos realizados por las autoridades de su país para proporcionar a la Iglesia católica los medios que le permitan cumplir su misión espiritual y cuidar de sus fieles, en especial, devolviéndole los bienes que le expropiaron injustamente. Esto permite reanudar la vida religiosa, indispensable para la vida de la fe. Al mismo tiempo, la Iglesia católica puede así colaborar en la construcción de una sociedad cada vez más justa y solidaria. En particular, usted conoce el deseo de los fieles y de los miembros de institutos consagrados de brindar su colaboración a su país a través de obras educativas, asistenciales y caritativas destinadas a los más necesitados. Para ellos, se trata principalmente de colaborar en la formación de la juventud, mediante la enseñanza en las instituciones públicas o privadas y mediante la educación en los valores espirituales, morales, humanos y cívicos. Hay que alegrarse por el Acuerdo de 1998, que establece el reconocimiento por parte de las autoridades del servicio que la Iglesia católica presta en este campo, pues se interesa ante todo por promover a las personas y formar la conciencia de los jóvenes, que mañana serán los responsables de la nación.

A este propósito, la comisión paritaria, que reúne a representantes del Estado y de la Conferencia episcopal, expresa el espíritu de diálogo y estima mutua que anima nuestras relaciones, para resolver las cuestiones aún pendientes, gracias a la buena voluntad de todos y al deseo de obrar teniendo como meta el bien común.

4. Conservo un excelente recuerdo de mis encuentros con el pueblo húngaro y con sus responsables religiosos y civiles, por eso, espero que el milenario de la fundación del Estado húngaro, que celebraréis el año próximo, sea una ocasión para que todos reafirmen su unidad y miren con confianza al futuro. Sus compatriotas saben que, gracias a sus raíces religiosas, culturales y humanas, han podido superar el tiempo de la prueba. Los húngaros, apoyándose en este patrimonio cultural y, como usted afirma, en su fe en Dios y en sus arraigados valores cristianos, tienen los medios para construir juntos la sociedad del futuro.

Entre los santos y los héroes de vuestra historia usted ha evocado a san Esteban, servidor de Dios y del pueblo y padre de la nación, así como a santa Isabel, reina al servicio de los pobres, y al obispo mártir Vilmos Apor, al que tuve la alegría de beatificar. Recuerdo también con emoción la figura del cardenal Josef Mindszenty, que sigue siendo para todos sus compatriotas un defensor de la fe y de la libertad del pueblo. Así, las generaciones jóvenes tienen ante sus ojos algunos testigos que pueden impulsarlas en su camino espiritual y moral y en su participación en la reconstrucción del país, apoyándose en las virtudes humanas esenciales.

5. La libertad religiosa reconquistada no puede menos de favorecer la renovación de la nación; permite la expresión de las aspiraciones más profundas de toda persona, que, de este modo, puede realizar su vocación como respuesta a la voluntad de Dios; es, igualmente, la base del respeto al prójimo y a su dignidad. Un papel esencial corresponde a la familia, que es por excelencia la célula de la sociedad y el santuario de la vida. A este propósito, conviene recordar a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad el valor primordial de toda vida humana, especialmente de la vida del hijo por nacer. Asesinar al ser más débil es un atentado contra el derecho de toda persona a la vida. No podemos por menos de congratularnos por todo lo que se ha hecho para ayudar a los matrimonios y a las familias, a fin de que la institución familiar sea la preocupación central de los responsables de la vida pública, y todos los matrimonios puedan disponer de los medios para acoger y educar a los hijos que Dios les dé.

38 6. El pueblo húngaro se esfuerza por buscar la justicia y la paz, tanto dentro de sus fronteras como en sus relaciones con los países vecinos. En efecto, la construcción de la gran Europa exige el esfuerzo de todos para desarrollar una verdadera fraternidad. En medio de los pueblos, también se ha de respetar a las minorías, de modo que sean reconocidas sus características específicas tanto por la comunidad nacional como por la internacional, y puedan dar una contribución efectiva a la construcción de la nación en que se encuentran. Por su parte, la Santa Sede sigue defendiendo el derecho de todos los pueblos, y se alegra de los esfuerzos que se realizan en la búsqueda de una unidad que respete la identidad cultural propia de cada país y contribuya a la concordia entre los Estados.

7. En el momento en que su excelencia comienza su misión, le aseguro la plena disponibilidad de todos mis colaboradores, en quienes encontrará la ayuda y el apoyo que pueda necesitar. Ojalá que su misión dé frutos para el bien de todos sus compatriotas.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre el pueblo de Hungría invoco las abundantes bendiciones de Dios.







VII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


AL FINAL DE LA MISA DE LA VIRGEN DE LOURDES




Queridos hermanos y hermanas:

Con gusto me uno a vosotros al final de esta celebración en honor de la santísima Virgen de Lourdes. Este encuentro con vosotros, los enfermos, me interesa mucho. Esta iniciativa tiene ya una larga historia: se remonta a cuarenta años atrás, cuando un celoso párroco de Roma dio inicio a una celebración para los enfermos en memoria de la Virgen de Lourdes. Desde el inicio de mi pontificado, hace ya veinte años, quise presidir personalmente esta liturgia en la basílica vaticana, siempre con la colaboración de la Obra romana para las peregrinaciones y de la Unión nacional italiana de transporte de enfermos a Lourdes y santuarios internacionales (UNITALSI). Se trata de un momento de oración muy sugestivo, que une espiritualmente a los enfermos del mundo entero, especialmente desde que, hace siete años, el 11 de febrero se ha convertido en la Jornada mundial del enfermo y se celebra cada vez en un importante santuario mariano: hoy se hace en el libanés de Harisa, cerca de Beirut.

Amadísimos hermanos, en la peregrinación hacia el gran jubileo del año 2000, nos encontramos «en camino hacia el Padre», como ha recordado el congreso teológico-pastoral que se concluye con esta misa. En el camino que lleva a Dios nos precede María santísima: nos precede en la fe y en la esperanza. A ella os encomiendo a cada uno de vosotros, invocando su consuelo en la prueba. Os aseguro mi recuerdo diario en la oración y con afecto imparto a todos los presentes, y a cuantos están espiritualmente unidos a nosotros, una especial bendición apostólica.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LAOS Y CAMBOYA


EN VISITA «AD LIMINA»

Jueves 11 de febrero de 1999


Queridos hermanos en el episcopado;
querido padre administrador:

1. Con gran alegría os acojo mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Vosotros, pastores de la Iglesia católica que está en Laos y en Camboya, venís juntos por primera vez a encontraros con el Sucesor de Pedro, con ocasión de vuestra visita ad limina. Deseo vivamente que vuestra estancia os permita hacer más fuerte aún entre vosotros el espíritu de colegialidad, en comunión con el Obispo de Roma. Ojalá que éste sea un tiempo de gracia que os ayude a acrecentar la fe, la esperanza y la caridad de las comunidades confiadas a vuestra solicitud pastoral, en íntima unión con la Iglesia universal.

Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Yves Ramousse, las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Evocan con emoción las pruebas que vuestros pueblos han vivido durante los años pasados, y ponen de relieve la vitalidad de vuestras comunidades, que experimentan un florecimiento espiritual lleno de esperanza para el futuro.

39 En estos momentos privilegiados de comunión con vuestras Iglesias particulares, me dirijo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles de vuestros países. Al volver, llevadles el saludo afectuoso del Papa, así como su apoyo, para que sigan siendo testigos generosos del amor del Padre a todos los hombres. Transmitid también mi cordial saludo a los pueblos de Camboya y de Laos, cuya valentía y voluntad de construir naciones fraternas y prósperas conozco muy bien.

2. Junto con vosotros, doy gracias al Señor por la fidelidad heroica que han mostrado los discípulos de Cristo durante el tiempo en que vuestras naciones debieron afrontar terribles sufrimientos y hubo innumerables víctimas inocentes de la violencia ciega y de la negación de la dignidad del hombre. Un sinfín de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos dieron su vida por seguir al Señor, uniendo su sangre a la de sus hermanos y hermanas, afrontando las pruebas con dignidad y entereza. Nadie debe olvidar jamás ese admirable testimonio. Recuerda que hoy, como ayer, la pertenencia a Cristo es un signo de contradicción para el mundo y también que «Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir a lo fuerte» (
1Co 1,27).

Queridos hermanos en el episcopado, sé con cuánta abnegación habéis servido y seguís sirviendo a la Iglesia en vuestros países. Muchos de vosotros habéis sufrido la cárcel o el exilio, mientras que algunos de vuestros hermanos ya han dado la vida por su grey, a ejemplo del buen Pastor. Hoy debéis realizar a menudo vuestro ministerio episcopal en situaciones difíciles. Tened la seguridad de que el Sucesor de Pedro está cercano a cada uno de vosotros tanto en los sufrimientos apostólicos como en las alegrías y en las esperanzas.

3. Ahora que la nueva situación que viven vuestros países permite un florecimiento de las comunidades cristianas, os animo a ser siempre y dondequiera testigos ardientes de la esperanza que anunciáis y os da vida. Para conservar en vosotros este don del Señor y dar a la Iglesia de vuestros países un nuevo impulso apostólico, apacentad la grey de Dios que os está encomendada, velando de buen grado por ella, según Dios, con el anhelo del corazón, y siendo sus modelos (cf. 1P 1P 5,2-3).

Enviados por Cristo a la Iglesia particular que presidís, sois los primeros responsables del anuncio del Evangelio. Por eso, con una actitud de servidores de la verdad, debéis proclamar, con humildad y perseverancia, que Cristo es el único Salvador del hombre, y que creer en él «significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad y el mundo están metidos» (Dives in misericordia DM 7).

También habéis recibido la misión de guiar a los fieles por el camino de la santidad y hacer que se beneficien lo más ampliamente posible de los sacramentos, en particular de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor que edifica a la Iglesia. Al presidir el ministerio de la caridad, con que toda la comunidad testimonia su participación en la misión de Cristo, enviado «para anunciar a los pobres la buena nueva» (Lc 4,18), sois los imitadores del buen Pastor, que se compadece de la miseria y la debilidad de su pueblo, y se hace prójimo de todos los que sufren.

4. Para ayudaros en vuestra ardua labor apostólica, vuestros sacerdotes, todavía poco numerosos, afrontan frecuentemente condiciones difíciles de vida y de ministerio. Los saludo con afecto y los aliento a proseguir con confianza y audacia su generoso servicio al pueblo de Dios y su contribución al anuncio de la buena nueva de la salvación. Recuerden que, al poder contar siempre con la fuerza divina, no están nunca solos en su acción. Cristo, que los ha llamado a participar en su misión, los asiste con su gracia para que puedan dedicarse con absoluta confianza a su ministerio. Han de ser los hombres de fe y oración que el mundo necesita. Los invito a promover cada vez más entre sí un espíritu de fraternidad sacerdotal y de colaboración, con vistas a una acción pastoral de conjunto que dé frutos. De acuerdo con su vocación de pastores, deben dar prioridad al servicio espiritual de los fieles confiados a ellos, para guiarlos hacia Aquel a quien representan, siendo para todos hombres de misión y de diálogo.

Queridos hermanos en el episcopado, considerad a vuestros sacerdotes «como hijos y amigos, lo mismo que Cristo a sus discípulos ya no los llama siervos, sino amigos» (Lumen gentium LG 28). Para favorecer una comunión cada vez mayor en la Iglesia, os invito asimismo a asociarlos fraternalmente a la dirección de las circunscripciones eclesiásticas, respetando las orientaciones del concilio Vaticano II y las normas del Derecho canónico.

Las religiosas y los religiosos, originarios de vuestros países o procedentes de otros lugares, participan plenamente, con abnegación y valentía, en la obra evangelizadora de la Iglesia, prestando atención particular a las personas más pobres y débiles de la sociedad. En nombre de la Iglesia, les agradezco de todo corazón el testimonio elocuente de caridad que dan con su entrega total por amor a Dios y a sus hermanos. La vida consagrada ha contribuido en gran medida a la implantación y al desarrollo de la Iglesia en vuestros países; deseo que sea cada vez más objeto de vuestra solicitud pastoral particular, a fin de promoverla en sus formas activas y contemplativas, y proteger su carácter propio para el servicio del reino de Dios.

Me alegra saber que actualmente las vocaciones sacerdotales y religiosas están aumentando. Os felicito por la atención que prestáis a las vocaciones y por los esfuerzos meritorios que realizáis en orden a la formación de los jóvenes que aceptan seguir a Cristo para servir a la Iglesia. La organización de un seminario es valiosa para el futuro del ministerio presbiteral y de la fraternidad sacerdotal.

A todos los jóvenes que responden a la llamada del Señor, así como a sus familias, transmitidles la gratitud del Papa por el don generoso que aceptan dar a la Iglesia y a Cristo. Decidles que el Sucesor de Pedro da gracias a Dios por todos los que aceptan convertirse en obreros de la mies y por quienes los acompañan.

40 5. Queridos hermanos en el episcopado, quisiera aprovechar nuestro encuentro para manifestar a los laicos de vuestras diócesis mi gran aprecio por su fidelidad a Cristo, con frecuencia heroica, en particular cuando, en algunas regiones, han sido privados de sacerdotes durante muchos años. Hoy, a pesar de su escaso número y, algunas veces, de su lejanía de un centro parroquial, participan con devoción en la vida de sus comunidades, asumiendo con valentía sus responsabilidades en la misión de la Iglesia. Que nunca dejen «de mantener vigilante -en el corazón y en la vidala conciencia eclesial, es decir, la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Jesucristo, partícipes de su misterio de comunión y de su energía apostólica y misionera» (Christifideles laici CL 64).

Para permitir a los fieles, jóvenes y adultos, «el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad cada vez mayor a vivirla en el cumplimiento de la propia misión» (ib., 58), es necesario que puedan beneficiarse de una sólida catequesis sobre las verdades de la fe y sobre sus implicaciones concretas en su vida. Así, se les ayudará a vivir su existencia armonizando las exigencias de su compromiso de seguir a Cristo con su actividad familiar y social. Esta formación, dada y recibida en la Iglesia, permitirá la creación de comunidades cristianas sólidas y misioneras.

Durante los períodos difíciles que habéis vivido, la familia cristiana ha desempeñado un papel esencial para conservar la fe. Por eso, es indispensable que los padres transmitan a sus hijos lo que han recibido. Al fundar la vida familiar en el amor, la sencillez, el compromiso concreto y el testimonio diario, se defenderán los valores fundamentales que la constituyen contra la degradación que amenaza muy a menudo en nuestros días a esta institución primordial de la sociedad. Os invito, pues, a ayudar a las familias a «ser en la fe ieun solo corazón y una sola almali, mediante el espíritu apostólico común que los anima y la colaboración que los empeña en las obras de servicio a la comunidad eclesial y civil» (Familiaris consortio FC 50).

6. Se han desarrollado en vuestros países antiguas y nobles civilizaciones. Han sido marcadas profundamente por las grandes tradiciones religiosas de Asia, portadoras de sabiduría y cultura, particularmente el budismo, que es la religión tradicional de la mayoría de los habitantes de la región. El cristianismo está presente allí desde hace más de cuatro siglos.

Según el espíritu del concilio Vaticano II, la Iglesia considera con respeto y estima las riquezas culturales y espirituales arraigadas en vuestros pueblos y que también forman parte del patrimonio de la humanidad. Al creer firmemente que Cristo es el único Salvador del mundo, exhorta «a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que se encuentran en ellos» (Nostra aetate NAE 2). Con una actitud fraterna y respetuosa de la libertad de cada uno, desea compartir con los hombres de buena voluntad el mensaje de esperanza y paz que ha recibido de su Fundador, y colaborar con ellos, con mutua comprensión, en la defensa de la vida y de la dignidad humanas, así como en la promoción de la reconciliación, la justicia y la concordia entre todos. De este modo, pretende expresar su voluntad de contribuir, en el lugar que le corresponde, a la construcción de una sociedad cada vez más solidaria y conforme a la grandeza de la persona humana.

El mensaje evangélico no puede considerarse como una cultura extranjera, que se implantaría desde fuera, puesto que el designio de salvación de Dios abarca a todos los hombres y a todos los pueblos. Por tanto, es importante que el Evangelio sea proclamado y acogido en la cultura de vuestros pueblos, y se encarne profundamente en ella. Me alegra la reciente publicación de la primera traducción ecuménica de la Biblia a la lengua jemer, que permite a numerosos cristianos de vuestra región recibir la palabra de Dios en su propia lengua.

7. Durante los últimos años, la Iglesia, con la contribución generosa de voluntarios procedentes de numerosos países, se ha dedicado de diferentes maneras a ayudar a los refugiados y a los necesitados, independientemente de las opciones políticas de las personas. Ha contribuido a su reinserción en sus países, y ha asistido a quienes han permanecido en el extranjero. Hoy, cuando se lo permiten, trabaja con ardor en la rehabilitación de las personas que han sido heridas en su ser por la violencia de los hombres, y de las damnificadas por las catástrofes naturales que han azotado a la región. Por otra parte, prosigue su firme compromiso encaminado a la abolición definitiva de las minas antipersonales, esas armas inhumanas que causan aún numerosas víctimas en vuestros países.

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Señor, con su compromiso de solidaridad en favor del hombre, quiere combatir todo lo que esclaviza a la persona humana y amenaza su vida, participando así con todos en la reconstrucción de la nación. Os animo vivamente a continuar vuestra labor generosa y desinteresada al servicio de las poblaciones de vuestros países, en particular de las personas más débiles. De esta manera, contribuís a promover los valores del reino de Dios, convirtiéndoos en signos de esperanza para muchos. Por otro lado, podemos sentirnos satisfechos por los esfuerzos que se hacen para lograr una mayor libertad, que permita a la Iglesia proseguir su compromiso en favor del progreso y el bienestar de todos.

8. Queridos hermanos en el episcopado, al término de nuestro encuentro, os invito de nuevo a avanzar con valor por los caminos del futuro. Quiera Dios que, en los pueblos de Laos y de Camboya, los católicos sean signos de la esperanza que vivifica. Deseo que vuestras naciones progresen, con sus gobernantes, en el establecimiento de una sociedad cada vez más fraterna y solidaria, en la que una paz duradera permita a todos alcanzar la prosperidad y crecer humana y espiritualmente.

Asegurad a cada una de vuestras comunidades, así como a sus miembros que viven aún lejos de su patria, la cercanía espiritual del Papa. Ahora que estamos preparándonos para entrar en el tercer milenio, los invito a poner toda su esperanza en Cristo salvador y a dejarse guiar por él. A los jóvenes de vuestras comunidades les repito con fuerza que la Iglesia cuenta con su generosidad y su dinamismo.

Encomiendo a la protección de la Madre del Salvador, Madre de todos los hombres, a vuestros fieles, cuya gran devoción mariana, que se expresa a menudo con magníficas formas artísticas, conozco bien, y de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.








A UN GRUPO DE CARDENALES Y OBISPOS


AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES


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Viernes 12 de febrero de 1999



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Es motivo de renovada alegría acogeros al término del ya tradicional congreso que, como todos los años, reúne en el centro Mariápolis de Castelgandolfo a cardenales y obispos amigos del movimiento de los Focolares procedentes de diversos continentes.

Agradezco al señor cardenal Miloslav Vlk las palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de todos, presentándome el intenso programa que habéis desarrollado durante estos días de vida en común, de oración y reflexión en el ámbito de la espiritualidad del Opus Mariae. Os saludo y abrazo a cada uno, a la vez que dirijo un saludo cordial a Chiara Lubich y a los demás representantes del movimiento, que nos acompañan con su oración.

El encuentro de este año, que se sitúa en el marco del itinerario de preparación para el ya inminente gran jubileo del año 2000, se ha inspirado en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, y en el sucesivo encuentro, celebrado el pasado Pentecostés en la plaza de San Pedro. Os ha guiado en vuestra reflexión la referencia al único Dios y Padre, cuyo amor nos transmiten la presencia viva de Cristo en medio de su pueblo y la perenne acción del Espíritu Santo, fuente de santificación de los creyentes e impulso incesante para la edificación de la única familia humana.

En este contexto, habéis subrayado oportunamente la importancia vital de la oración y la meditación cristiana, como experiencia de amor que eleva el alma y la une a Dios. «Abbá, Padre», es la invocación que brota espontáneamente del corazón del creyente, iluminado por el Espíritu Santo.

2. Es importante que en nuestra existencia diaria no falte nunca el coloquio íntimo con el Padre celestial. Esta comunión de vida debe dar sentido y valor a todo, para que nuestro ser y nuestro obrar manifiesten el amor misericordioso de Dios, fuente de unidad y comunión. Si esto vale para todo bautizado, es aún más necesario para quien está llamado por la Providencia a ser reflejo luminoso de la paternidad divina ante el pueblo cristiano, encomendado a su cuidado pastoral.

El movimiento se inspira totalmente en el amor: amor que Dios siente por nosotros y que nosotros estamos llamados a corresponder; amor a los hermanos, a quienes hay que hacer sentir la solicitud del corazón de Cristo. Este anhelo de caridad divina se transforma en centro de una acción eficaz de los creyentes para la construcción de la única familia humana. Se transforma, asimismo, en servicio a los pobres y necesitados.

Desde esta perspectiva cobran particular importancia las iniciativas promovidas por el movimiento de los Focolares no sólo en el ámbito ecuménico, sino también en los contactos con las comunidades judías y musulmanas. También es importante el desarrollo del proyecto de una «economía de comunión», puesto en práctica en Brasil y en otras naciones. Una mención especial merece, asimismo, la experiencia de los Focolares en la esfera de la comunión conyugal fundada en la sólida roca de los valores cristianos. De la correcta concepción de la institución familiar, según el proyecto originario del Creador, brotan actitudes de acogida y respeto a la vida humana, así como de apoyo recíproco, que constituyen un modelo genuino para la sociedad actual que afronta numerosos problemas.

3. Todo esto pone de manifiesto la vitalidad de los Focolares y es motivo de aliento en la prosecución del camino emprendido. Vosotros, pastores, discernid, acoged y promoved el carisma que el Espíritu suscita en el movimiento, para que se haga realidad en todos los pueblos el anhelo de unidad y comunión, que es un signo privilegiado del Opus Mariae.


Discursos 1999 35