Discursos 1998


VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER ENCUENTRO

CONTINENTAL AMERICANO DE JÓVENES,


CELEBRADO EN SANTIAGO DE CHILE


Sábado 10 de octubre de 1998



Queridos jóvenes de América:

¡Un saludo muy afectuoso a todos los jóvenes americanos!

Con ocasión del primer Encuentro continental de jóvenes, que se celebra bajo el lema «El Espíritu les revelará todas las cosas», los saludo muy cordialmente desde Roma. ¡Cuánto me habría gustado estar en Santiago de Chile! Al no ser posible, les he enviado como legado al cardenal secretario de Estado. Y ahora quiero hacerme presente espiritualmente y manifestarles la firme esperanza que tengo en ustedes, para que Jesucristo sea más conocido, más amado y mejor proclamado en América.

Este segundo año de preparación al gran jubileo del 2000 está dedicado al Espíritu Santo. Deseo ahora recordarles cómo Jesús, guiado por el Espíritu, acudió a la sinagoga de Nazaret. Al hacer la lectura bíblica encontró un pasaje del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,17-19). Grande fue la sorpresa de los oyentes cuando les dijo: «Esta Escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Hoy también se cumple esta palabra. El Espíritu Santo quiere descender sobre cada uno de ustedes, como en un nuevo Pentecostés, para que sigan llevando a cabo su misión como discípulos de Cristo.

Queridos jóvenes, ¡déjense guiar por el Espíritu del Señor para tender una mano a quienes anhelan una manera distinta de vivir! ¡No tengan miedo! Yo sé que en sus corazones late con fuerza un profundo deseo de servicio al prójimo y de solidaridad. ¡Que América sea un continente de hermanos y hermanas, iguales en dignidad, en consideración y en oportunidades!

A ustedes, jóvenes americanos, el Papa los invita a ser protagonistas de la historia del tercer milenio. Que de un extremo a otro del continente surjan muchos jóvenes que, con el ejemplo de tantos santos y beatos americanos, estén dispuestos a dejarlo todo por amor a Cristo, para seguirlo como misioneros del Evangelio. ¡Éste es el día y el momento para dar a Jesucristo un sí total y construir con él la nueva historia de América!

A la Virgen María, a la que invocan como Nuestra Señora de Guadalupe, patrona y emperatriz de América, encomiendo este Encuentro continental de jóvenes. A ella confío a todos ustedes para que les abra el corazón lleno de amor materno y de celo misionero. Dirijo ahora un saludo particular a los jóvenes de Chile que, con la ayuda de sus pastores y de las autoridades locales, han preparado muy dignamente el grandioso Encuentro de Santiago. A todos les renuevo mi sincero afecto y les imparto la bendición apostólica: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espí- ritu Santo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL XX CONGRESO MUNDIAL DE UNIAPAC

Y A LA SOCIEDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL


Sábado 10 de octubre de 1998



Señores cardenales;
señor presidente;
señoras y señores:

1. Os acojo con alegría, con ocasión del vigésimo congreso mundial de la Unión cristiana internacional de dirigentes de empresa (UNIAPAC). Vuestra presencia es el signo de vuestro compromiso cristiano y de vuestro deseo de trabajar para que la economía mundial est é verdaderamente al servicio de la persona humana. El desafío que tenéis que afrontar consiste en garantizar la eficacia y la calidad de la producción en un mundo caracterizado por el espíritu de competencia, sin perder jamás de vista la dimensión humana de la economía.

La economía mundial va rápidamente hacia una interdependencia más amplia de los mercados. Las consecuencias tienen gran alcance y son muy complejas. Como hombres y mujeres cristianos de negocios, vuestra comprensión de la globalización no debe limitarse simplemente a las realidades económicas. Vuestro congreso es una ocasión particular para afirmar que la globalización en el ámbito de la economía no debe descuidar la dignidad inalienable de todo ser humano y el hecho de que los bienes de la creación tienen un destino universal. Las personas y el trabajo humano jamás deben llegar a ser únicamente dos elementos entre otros en los procesos de producción. Un documento reciente de la Oficina internacional del trabajo, la Declaración sobre los principios fundamentales y el derecho al trabajo, establece los criterios básicos para que se respeten en todas partes los derechos de los trabajadores. Los dirigentes cristianos de empresa están llamados a mostrar el camino, para que se utilicen esos criterios sin temor y de manera idéntica en todos los países.

2. También tenéis la tarea de promover la solidaridad en todos los procesos económicos. La globalización debe llevar a una mayor comunión de las personas, no a excluirlas o marginarlas; a una mayor participación y no a un empobrecimiento de un sector importante de la población en beneficio de unos pocos. Nadie debe ser excluido de los circuitos económicos; al contrario, todos deben poder beneficiarse del progreso tecnológico y social, así como de los frutos de la creación.

Mediante vuestras reflexiones y las decisiones que podéis tomar en vuestras empresas, de acuerdo con todo el personal, abriréis caminos nuevos, mostrando que la atención al hombre puede ir unida al desarrollo económico. Con este espíritu, es importante que las pequeñas y medianas empresas, que representan frecuentemente el futuro de las comunidades humanas de los países en vías de desarrollo o de las zonas menos favorecidas, puedan tomar conciencia de la importancia de su presencia para las poblaciones locales. Ciertos proyectos son incluso la única esperanza para los jóvenes de esas regiones. Me alegro de que muchos de vosotros, atentos a esas cuestiones, ya estén comprometidos en este campo. Os invito a continuar trabajando en este sentido, para que, en la vida económica, cada uno reconozca su responsabilidad y la ejerza solícitamente, con vistas al servicio de sus hermanos.

Os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros y a los miembros de vuestras familias.

3. Doy una cordial bienvenida a los miembros de lengua inglesa de la Unión cristiana internacional de dirigentes de empresa. Testimoniad con decisión los valores del Evangelio en vuestra vida profesional. Seguid promoviendo el bien de la persona humana, asegurando que se respeten los principios de la justicia y la solidaridad en las empresas y en las relaciones comerciales.

Dirijo un cordial saludo a los participantes de lengua española en este congreso internacional, a la vez que les expreso mi confianza en que la riqueza histórica y cultural de sus países de origen favorezca su actividad creativa, para que el progreso económico acompañe al progreso integral de las personas y los pueblos, poniéndose al servicio del valor más importante e insustituible, que es la dignidad del ser humano.

4. Y ahora mi palabra se dirige a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que participáis en el congreso nacional italiano de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Saludo al presidente general, a los presidentes de los Consejos regionales y centrales, y a todos vosotros que, con vuestra presencia, traéis a mi memoria el bien discreto y eficaz que realizan diariamente los vicentinos y las vicentinas en muchas regiones de Italia.

Conservo aún vivo el recuerdo de la solemne celebración del 22 de agosto del año pasado en París, cuando, con ocasión de la XII Jornada mundial de la juventud, tuve la alegría de proclamar beato al venerable Federico Ozanam, deseando de ese modo proponer a los creyentes, y en particular a los jóvenes, esta espléndida figura de laico cristiano, padre de familia y profesor universitario.

Frente al escándalo de las formas antiguas y nuevas de pobreza presentes también en las actuales sociedades opulentas, ¿cómo seguir viviendo la enseñanza del beato Federico Ozanam? ¿Có- mo responder a las necesidades de cuantos se ven obligados a dejar su propia tierra de origen, de los refugiados y los clandestinos, de las familias sin derechos y que carecen de lo necesario para vivir; de tantos desempleados, de los ancianos solos y abandonados, de los enfermos y las personas explotadas y convertidas en esclavas de la avidez y el egoísmo?

5. Sobre estos interrogantes habéis reflexionado durante los trabajos de estos días, buscando nuevas posibilidades para dilatar los confines de la caridad, anunciando el Evangelio con el lenguaje más accesible a todos: el lenguaje del amor a los últimos.

Al desearos que seáis en la sociedad italiana dignos discípulos y continuadores de la obra de Federico Ozanam, os exhorto a hacer de la oración y del ejercicio concreto de la fraternidad el alma del servicio a los pobres. Que vuestras reuniones no sean solamente ocasiones para conocer y aliviar las necesidades de vuestro prójimo, sino que se transformen en momentos de crecimiento espiritual, mediante la escucha de la palabra de Dios, la oración ferviente y el diálogo fraterno. Que vuestra asociación sienta plenamente el aliento de la Iglesia y, en plena sintonía con sus pastores, dé a los necesitados un amor cuya constante medida sea la caridad de Aquel que, siendo rico, se hizo pobre por amor (cf. 2Co 8,9).

Con estos deseos, a la vez que os animo en vuestros buenos propósitos, os encomiendo a la protección maternal de la santísima Virgen e, invocando sobre todos los afiliados y afiliadas la protección de san Vicente de Paúl y del beato Federico Ozanam, os imparto de coraz ón una especial bendición apostólica.

ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LOS CABALLEROS DE COLÓN

Jueves 15 de octubre de 1998



Queridos hermanos:

Me alegra nuevamente saludar a los miembros de la junta directiva de los Caballeros de Colón, con ocasión de vuestra visita a Roma. Agradezco al gran maestre sus amables palabras de presentación. Este encuentro me brinda una nueva oportunidad de expresaros mi gratitud por el testimonio de fe cristiana, solidaridad fraterna y firme compromiso en favor del apostolado de la Iglesia que ha caracterizado siempre a vuestra orden.

Un aspecto importante de este testimonio ha sido vuestro deseo, desde vuestra fundación, de apoyar el ministerio pastoral del Obispo de Roma, que, por voluntad de Cristo, «es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» (Lumen gentium LG 23 cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 882). Enraizado en un profundo sentido de unidad católica con el Sucesor de Pedro, este deseo llevó a instituir la fundación Vicarius Christi, como un medio para ayudar al Papa de manera concreta en el cumplimiento de su misión. Al agradeceros el donativo de la colecta realizada el año pasado por la fundación, os ruego que manifestéis a todos los caballeros mi estima personal.

En particular, deseo dirigiros unas afectuosas palabras de gratitud por vuestro generoso pago de la hipoteca de la Misión permanente de la Santa Sede ante la Organización de las Naciones Unidas. Gracias a este notable donativo, la Misión puede realizar mejor su importante actividad, presentando los puntos de vista y las preocupaciones de la Iglesia ante la comunidad internacional. Mientras los cristianos de todo el mundo se están preparando para el nuevo milenio, un tiempo de esperanza y promesa (cf. Tertio millennio adveniente TMA 46), veo en este gesto el deseo de los Caballeros de Colón de participar de forma efectiva en la proclamación gozosa que hace la Iglesia de la fuerza liberadora del Evangelio para construir un mundo cada vez más justo, solidario y pacífico.

Queridos amigos, os animo a proseguir la hermosa tradición de los Caballeros de Colón e, inspirados por vuestra fe católica, a continuar vuestros grandes esfuerzos en favor de la vida. En un reciente encuentro con los obispos de Estados Unidos, exhorté a los católicos a seguir haciendo oír su voz en la formulación de proyectos culturales, económicos, políticos y legislativos que defiendan y promuevan la vida humana. Una nación «necesita la sabiduría y la valentía de superar los males morales y las tentaciones espirituales presentes en su camino a lo largo de la historia. (...) La democracia se mantiene en pie, o cae, según los valores que encarna y promueve » (Discurso a los obispos de California, Nevada y Hawai, 2 de octubre de 1998, n. 6: L.Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 1998, p. 14). Ojalá que los esfuerzos de los Caballeros de Colón den muchos frutos.

A todos vosotros y a vuestras familias imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL 100 CONGRESO

DE LA SOCIEDAD ITALIANA DE CIRUGÍA


Jueves 15 de octubre de 1983



Ilustres señores y señoras:

1. Os doy mi más cordial bienvenida a todos vosotros, participantes en el 100 congreso de la prestigiosa Sociedad italiana de cirugía. ¡Gracias por vuestra visita! Vuestra presencia es para mí particularmente significativa, no sólo por la cualificada actividad profesional que realizáis, sino también por los valores éticos fundamentales en que queréis inspirar vuestro trabajo diario.

Saludo cordialmente al presidente, profesor Giorgio Ribotta, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los responsables de las sociedades de cirugía de las naciones que forman parte de la Comunidad europea, así como a los de las demás sociedades nacionales y a los presidentes de las sociedades de cirugía que han surgido como derivación de la cirugía general.

2. Durante vuestro congreso, habéis profundizado en las complejas tareas de la cirugía. Habéis analizado también las perspectivas abiertas por los extraordinarios progresos que han aumentando notablemente sus posibilidades terapéuticas, como, por ejemplo, en las transformaciones y reconstrucciones orgánicas o en el vasto ámbito de los trasplantes.

Vuestra atención se orienta principalmente a la protección de la salud del paciente y al respeto a su integridad física, psíquica y espiritual. A la vez que os manifiesto mi profunda satisfacción por ese noble empeño, deseo que sea la preocupación constante de todo médico y cirujano. La humanización de la medicina no constituye una dimensión secundaria, sino más bien el alma del ejercicio de la ciencia médica, capaz de escuchar y no defraudar las expectativas del ser humano.

Con vuestra profesión, queréis estar a la vanguardia en la tutela de la vida, cuyas carencias y límites a causa de la enfermedad experimentáis; a pesar de ello, no renunciáis a luchar contra ellos para superarlos o, por lo menos, reducir sus consecuencias más dolorosas. En la realización de esta irrenunciable vocación, la Iglesia está a vuestro lado, puesto que «en la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una "cultura de muerte"» (Christifideles laici CL 38).

También yo he tenido la posibilidad de compartir, en estos años, la condición de los pacientes, visitándolos o debiendo internarme yo mismo. Así, he podido experimentar vuestra competencia profesional, acompañada siempre por un profundo sentido humanitario. Me alegra expresaros hoy a todos mi estima y mi gratitud por cuanto realizáis en bien de quienes sufren. En este momento, siento el deber de recordar con especial gratitud al profesor Francesco Crucitti, recientemente fallecido, que supo encarnar estas altísimas cualidades de manera generosa y ejemplar.

3. Ilustres señores y señoras, os expreso mis mejores deseos de que los trabajos de vuestro congreso contribuyan a abrir el campo de la cirugía a perspectivas cada vez más prometedoras en el sector de la prevención, del diagnóstico, de la terapia y de la rehabilitación. Vuestra actividad de cirujanos es un don incomparable para la sociedad.

Que Dios os ayude a ser siempre fieles al espíritu de vuestra profesión y a servir con amor a los que experimentan la prueba de la enfermedad y del sufrimiento. Que os dé la fuerza de desempeñarla siempre con gran entusiasmo y espíritu de servicio.

Sed maestros de los jóvenes cirujanos, no sólo desde el punto de vista profesional, sino también desde el humano, para que, siguiendo vuestro ejemplo, puedan servir a la salud y a la vida, poniendo como prioridad en su empeño la dimensión ética, la única que garantiza plenamente un auténtico servicio a la persona.

Encomiendo a María, Salud de los enfermos, los resultados de vuestro congreso y os aseguro mi recuerdo en la oración al Señor, médico y salvador de las almas y de los cuerpos, para que os sostenga en vuestra actividad.

Con estos sentimientos, imploro sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros colaboradores la abundancia de los favores celestiales, en prenda de los cuales os imparto de buen grado la bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA DELEGACIÓN DE LA FAO

QUE LE ENTREGÓ LA MEDALLA AGRÍCOLA INTERNACIONAL


Sábado 15 de octubre de 1998



Querido doctor Diouf;
queridos amigos:

Me agrada recibir esta visita del director ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, junto con el presidente del consejo, el director del protocolo y los representantes de los grupos regionales de los países miembros de la FAO.

Acepto con gratitud la medalla agrícola de la FAO como un honor concedido no sólo a mí, sino también a todos los católicos .sacerdotes, religiosos y laicos ., y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, asociados en agencias internacionales y organizaciones no gubernamentales, trabajan incansablemente en los cinco continentes para aliviar el azote del hambre y promover condiciones económicas que permitan a todos vivir una vida digna. Comparto este honor también con todos los agricultores, porque sin su duro y a menudo desconocido trabajo no habría esperanza de combatir el hambre y la desnutrición.

Durante los pasados 53 años, la FAO ha desempeñado un papel indispensable, recordando al mundo que asegurar un suministro adecuado de alimentos, así como fomentar un crecimiento equitativo y sostenido en el área de la agricultura, debe ser parte integrante de todo programa económico. En nombre de la Iglesia católica, y también de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, agradezco a la FAO todo lo que ha hecho desde 1945 para mejorar la producción alimentaria del mundo. Aliento a sus directores y a su personal a ser siempre decididos y escrupulosos en el cumplimiento de la importante tarea a la que la comunidad internacional los ha llamado.

Os doy las gracias a todos. Que Dios os bendiga a vosotros y vuestro trabajo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA

DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO


Jueves 15 de octubre de 1998



Venerados señores cardenales
y hermanos amadísimos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la plenaria de la Congregación para el clero, que os ha reunido con sentimientos de profundo amor a ese insustituible «don y misterio » que es el sacerdocio ministerial. Os saludo cordialmente y, de modo particular, al señor cardenal Darío Castrillón Hoyos, que en nombre de todos me ha dirigido nobles palabras de devoción y afecto.

El propósito de vuestra plenaria es ayudar a los sacerdotes a cruzar con las debidas disposiciones la Puerta santa del ya inminente gran jubileo, llevando en el corazón renovados sentimientos de adhesión a la propia identidad y de empeño en la entrega a la dinámica misionera que deriva de ella.

Habéis elegido oportunamente para vuestra reflexión un tema de fundamental importancia: «El presbítero, guía de la comunidad, maestro de la palabra y ministro de los sacramentos en la perspectiva de la nueva evangelización». Ese tema adquiere todo su significado si se examina a la luz del jubileo. En efecto, en el Año santo 2000 no sólo queremos celebrar un acontecimiento cronológico singular, sino también hacer memoria de las «magnalia Dei» (Ac 2,11), documentadas a lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia, que es prolongación de la encarnación del Verbo en los diversos lugares y tiempos. El jubileo pretende suscitar un corazón «contrito y humillado» por nuestras culpas personales, reavivar el impulso misionero, con la convicción de que sólo Jesucristo es el Salvador, e introducir a cada uno en la alegría del encuentro con el amor misericordioso de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tm 1Tm 2,4).

2. El sacerdocio de Cristo es una consecuencia de la Encarnación. Al nacer de María, siempre Virgen, el Hijo unigénito de Dios entró en el orden de la historia. Se convirtió en sacerdote, el único sacerdote, y, por eso, quienes en la Iglesia están revestidos de la dignidad del sacerdocio ordenado, participan de un modo específico en su único sacerdocio. El sacerdocio ordenado es un componente insustituible del edificio de la redención; es un canal por el que fluyen normalmente las aguas frescas necesarias para la vida. Este sacerdocio, al que se es llamado por pura gratuidad (cf. Hb He 5,4), es un punto central de toda la vida y misión de la Iglesia.

Mediante el sacramento del orden, el sacerdote es transformado en el «mismo Cristo», para realizar las obras de Cristo. Se actúa en él, gracias a un carácter específico, la asimilación a Cristo, cabeza y pastor. El carácter indeleble es una nota inseparable de la consagración sacerdotal (cf. Presbyterorum ordinis PO 2 Lumen gentium LG 21 Catecismo de la Iglesia católica CEC 1558): don de Dios, dado para siempre. Por tanto, el sacerdote, ungido en el Espíritu Santo, debe proponerse la fidelidad absoluta e incondicional al Señor y a su Iglesia, porque el compromiso del sacerdocio posee en sí el signo de la eternidad.

El sacerdote, como Cristo y en Cristo, es enviado. La «misión» salvífica que se le confía para el bien de los hombres es exigida por su misma «consagración sacerdotal» (cf. Lumen gentium LG 28), y ya está implícita en la «llamada» con la que Dios interpela al hombre. Así pues, «vocación, consagración y misión» constituyen el tríptico de una misma realidad, elementos constitutivos de la esencia del sacerdocio (cf. Pastores dabo vobis PDV 16).

3. Recordar estas realidades hablar de la índole insustituible del sacerdocio ordenado, equivale a realizar hoy una acción que, para quien analiza a fondo la vida eclesial, no puede menos de resultarle verdaderamente providencial. En efecto, no faltan tentativas más o menos explícitas de desnaturalizar todo el evento eclesial, tal como lo quiso su divino Fundador. De hecho, por voluntad de Cristo, su Iglesia, pueblo de Dios en camino, está constituida y estructurada como sociedad jerárquicamente ordenada (cf. Lumen gentium LG 20), en la que, aunque todos están revestidos de la misma dignidad, no todos desempeñan las mismas funciones, sino que con diversos ministerios, es decir, oficios o servicios, cada uno contribuye según su propio estado a dar testimonio del Evangelio en el mundo.

Por eso, os animo en vuestro empeño de destacar la misión del presbítero a la luz de la reflexión que estáis realizando en esta plenaria.

4. El presbítero es, ante todo, guía del pueblo encomendado a él. La estructura de la Iglesia trasciende tanto el modelo «democrático» como el «autocrático», porque se funda en el «envío» del Hijo por parte del Padre y en la asignación de la «misión» mediante el don del Espíritu Santo a los Doce y a sus sucesores (cf. Jn Jn 20,21). Esta enseñanza ya está presente en la Presbyterorum ordinis, en donde el decreto conciliar trata de la «autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna su pueblo» (cf. n. 2). Se trata de una autoridad que no tiene origen en la base; por tanto, ningún consenso de la base puede definir autónomamente su extensión y su ejercicio.

El presbítero es, además, en unión con su obispo, maestro de la Palabra. Es maestro, aunque es ante todo su servidor (cf. ib., 4). Todos los fieles, en virtud de los sacramentos de la iniciación cristiana, están llamados a evangelizar, según su propio estado de vida; pero el ministro ordenado cumple esta misión con una autoridad y una gracia que no le vienen de la ciencia y la competencia, siempre necesarias, sino de la ordenación (cf. Pastores dabo vobis PDV 35).

El presbítero es, por último, ministro de los sacramentos. En efecto, no puede haber una auténtica evangelización que no tienda a desembocar en la celebración de los sacramentos. Por tanto, no puede haber una evangelización que no se oriente hacia esa celebración (cf. Presbyterorum ordinis PO 5).

5. Todo esto debe vivirse en la perspectiva de la nueva evangelización, que tiene uno de sus momentos fuertes en el compromiso del gran jubileo. Aquí se entrecruzan providencialmente los caminos trazados por la carta apostólica Tertio millennio adveniente, por los Directorios para los presbíteros y los diáconos permanentes, por la Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, y por cuanto será fruto de la presente plenaria.

Gracias a la aplicación universal y convencida de estos documentos, la expresión ya habitual «nueva evangelización» podrá hacerse realidad operante más eficazmente. El título mismo de vuestra plenaria destaca la peculiaridad del sacerdote, su ser en la Iglesia y ante ella (cf. Pastores dabo vobis PDV 16). Ayudar a los sacerdotes a redescubrir las características fundamentales del sagrado ministerio será para ellos la mejor preparación para cruzar el umbral de la Puerta santa convertidos a la verdad de sí mismos: la de personas configuradas con Cristo, cabeza y pastor, en virtud de un carácter específico. Sólo de aquí nace la misión, que exige que cada cristiano sea exactamente lo que debe ser y actúe en consecuencia. De este modo se comprende la índole insustituible de los diversos estados de vida en la Iglesia.

Así pues, hay que lograr que la identidad y la especificidad de cada uno sean cada vez más claras. Sólo respetando las identidades diversas y complementarias, la Iglesia será plenamente creyente y, por consiguiente, creíble, y podrá entrar, llena de esperanza, en el nuevo milenio (cf. ib., 12).

En esta perspectiva, mientras os invito a poner todas vuestras iniciativas en las manos de Aquella que, como el alba, anuncia la llegada siempre nueva del Señor Jesús en la historia, os imparto a todos mi bendición.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PEREGRINOS POLACOS EN EL 20 ANIVERSARIO

DE SU ELECCIÓN A LA CÁTEDRA DE PEDRO


Viernes 16 de octubre de 1998



¡Alabado sea Jesucristo!

1. Deseo saludar a los peregrinos que han venido de Polonia con estas palabras tomadas de la carta a los Filipenses: «Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros. (...) Estoy convencido de que quien inició en vosotros la obra buena, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús. Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en mi corazón» (Ph 1,3-7). Aquí, en la plaza de San Pedro, saludo a los peregrinos que han venido de las diócesis de Polonia y del extranjero, así como a todos mis compatriotas, dondequiera que se encuentren. De modo especial, saludo al señor cardenal primado, al que agradezco las palabras que me ha dirigido; al señor cardenal Franciszek, metropolita de Cracovia; al señor cardenal Andrzej Deskur; al señor cardenal Adam Maida, arzobispo de Detroit; al señor cardenal Kazimierz Swiatek, metropolita de Minsk-Mohilev. Saludo a la delegación de las escuelas superiores católicas: de la Universidad católica de Lublin y de la Academia pontificia de teología de Cracovia; a los arzobispos, los obispos, los presbíteros y las personas consagradas. Saludo al señor presidente de la República polaca y a su esposa, a los presidentes del Parlamento y el Senado, a los diputados, a los senadores, a la delegación del sindicato Solidaridad, al Ejército polaco y a su orquesta, así como a los representantes de las autoridades locales, de modo particular, a las autoridades de la ciudad de Cracovia, representadas por el señor presidente de la provincia y por el alcalde, y a las autoridades de la ciudad de Varsovia.

2. Queridos amigos, habéis venido a la tumba del Príncipe de los Apóstoles para dar gracias a Dios, junto conmigo, por los veinte años de mi servicio pastoral a la Iglesia universal. Este encuentro me recuerda aquel momento en la capilla Sixtina, cuando, tras la elección hecha de acuerdo con las prescripciones de los cánones, me preguntaron: «¿Aceptas? ». Respondí entonces: «En la obediencia de la fe ante Cristo, mi Señor, abandonándome a la Madre de Cristo y de la Iglesia, consciente de las grandes dificultades, acepto». Los caminos de la divina Providencia son inescrutables. Cristo me ha llamado de la colina de Wawel a la del Vaticano, de la tumba de san Estanislao a la de san Pedro, para que guíe a la Iglesia por el camino de la renovación conciliar. Ante mis ojos se presenta, en este momento, la figura del siervo de Dios cardenal Stefan Wyszynski. Durante el Cónclave, el día de santa Eduvigis de Silesia, se acercó a mí y me dijo: «Si te eligen, te ruego que aceptes ». Le respondí: «Muchas gracias. Me ha dado una gran ayuda, señor cardenal». Fortalecido por la gracia y las palabras del Primado del milenio, pude pronunciar mi Fiat ante los inescrutables designios de la divina Providencia. Y hoy deseo repetir las palabras que dirigí a mis compatriotas en la sala Pablo VI, al día siguiente de la inauguración de mi pontificado: «No estaría en la Cátedra de Pedro este Papa polaco sin la heroica fe de nuestro gran Primado, sin su fe, sin su heroica esperanza, sin su confianza ilimitada en la Madre de la Iglesia; sin Jasna Góra».

Cuando contemplo hoy los años pasados de mi ministerio en la Sede romana, doy gracias a Dios por haberme concedido la gracia de anunciar el Evangelio, la buena nueva de la salvación a muchos pueblos y a muchas naciones de todos los continentes, y, entre éstos, también a mis compatriotas en Polonia. La evangelización constituye un elemento esencial de la misión del Sucesor de san Pedro, su contribución diaria a la edificación de la civilización del amor, la verdad y la vida.

3. Ya desde el comienzo, en mi ministerio apostólico me sostienen la oración y el sacrificio de todo el pueblo de Dios, y la Iglesia en Polonia tiene una participación especial en ellos. Tras mi elección a la Sede de san Pedro, pedí a mis compatriotas: «No me olvidéis en la oración en Jasna Góra y en todo el país, para que este Papa, que es sangre de vuestra sangre y corazón de vuestros corazones, sirva bien a la Iglesia y al mundo en los difíciles tiempos que preceden el fin de este segundo milenio» y esta ayuda de la oración la experimento constantemente. Vuestra oración me acompaña cada hora y cada día en los caminos de mi ministerio papal. Lo sé, y en mi interior siento este profundo vínculo que se crea en la oración; cuando nos acordamos unos de otros, compartimos nuestro corazón y nuestros problemas humanos, depositándolos en las manos del Padre omnipotente y bueno que está en el cielo.

Os agradezco particularmente vuestra oración en los momentos de mi sufrimiento y mi enfermedad, y, de modo especial, en aquel memorable 13 de mayo de 1981. Me resulta difícil hablar de esto sin conmoverme. Estuvisteis en oración durante todo ese tiempo; estuvisteis entonces particularmente unidos a mí con vínculos de solidaridad y cercanía espiritual. Toda la Iglesia respondió al atentado en la plaza de San Pedro, y la Iglesia en Polonia de un modo particular. ¿Cómo no recordar en este momento la «marcha blanca» en Cracovia, que reunió en la oración a una gran multitud de personas, sobre todo jóvenes? Hoy quiero recordar todo esto y decir: «¡Que Dios os lo pague!». También yo trato de corresponder con la oración diaria por todos mis compatriotas, por toda nuestra nación, por toda Polonia, mi patria, en la que estoy siempre profundamente insertado con las raíces de mi vida, de mi corazón y de mi vocación. Los problemas de mi patria me han interesado y siguen interesándome siempre. Conservo profundamente en el corazón todo lo que vive mi nación. Considero que el bien de mi patria es mi bien, y lo que la ofende, o la deshonra, todo lo que la amenaza, en cierto sentido repercute siempre en mí, en mi corazón, en mis pensamientos y en todo lo que siento.

4. Con toda la Iglesia, nos preparamos para entrar en el tercer milenio. ¡Qué histórica preparación al gran jubileo fue para mí el milenio del bautismo de Polonia, esa extraordinaria experiencia de la lucha de toda mi nación por la fidelidad a Dios, a la cruz y al Evangelio, durante los tiempos difíciles de opresión de la Iglesia!

Hace veinte años, cuando comenzaba mi ministerio petrino en la Iglesia, dije: «¡Abrid las puertas a Cristo!». Hoy, que nos encontramos en el umbral del tercer milenio, estas palabras adquieren una elocuencia especial. Las dirijo nuevamente a todos mis compatriotas, como expresión de mi mejor deseo. Abrid de par en par las puertas a Cristo: las puertas de la cultura, de la economía, de la política, de la familia y de la vida personal y social. No hay bajo el cielo otro nombre por el que debamos salvarnos, sino el del Redentor del hombre (cf. Hch Ac 4,12). Sólo Cristo es nuestro mediador ante el Padre, la única esperanza que no defrauda. Sin Cristo, el hombre no se conocerá plenamente a sí mismo, no sabrá a fondo quién es y a dónde va.

Abrir las puertas a Cristo quiere decir abrirse a él y a su enseñanza. Convertirse en testigos de su vida, su pasión y su muerte. Quiere decir unirse a él mediante la oración y los santos sacramentos. Sin ese vínculo con Cristo, todas las cosas pierden su sentido pleno y se ofuscan los confines entre el bien y el mal. Hoy, en Polonia, se necesitan hombres de profunda fe y recta conciencia, formada en el Evangelio y en la doctrina social de la Iglesia. Hombres para quienes las cosas de Dios sean las más importantes; hombres capaces de realizar opciones acordes con los mandamientos divinos y con el Evangelio. Hacen falta cristianos intrépidos y responsables, que participen en todos los sectores de la vida social y nacional, que no teman los obstáculos y las dificultades. Ha llegado la hora de la nueva evangelización. Por eso, queridos hermanos, me dirijo a vosotros con esta exhortación: «¡Abrid las puertas a Cristo!». Sed sus testigos hasta los últimos confines de la tierra (cf. Hch Ac 1,8), pero sobre todo en nuestra patria. Sed auténticos discípulos suyos, capaces de «renovar la faz de la tierra », de encender en el corazón de los hombres y en toda la nación la llama del amor y la justicia.

5. En un día tan importante para mí, dirijo la mirada de mi alma a la Señora de Jasna Góra, y en sus manos maternas pongo todos los problemas de la Iglesia en Polonia y a mis compatriotas. Hoy, 16 de octubre, mientras la Iglesia recuerda a santa Eduvigis de Silesia, patrona de mi elección a la Sede de Pedro, os pido nuevamente que recéis, «para que pueda llevar a cabo la obra que Dios me ha encomendado realizar » (cf. Jn Jn 17,4) para su gloria, al servicio de la Iglesia y del mundo. Concluyamos este encuentro con la oración y la bendición.

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Discursos 1998