Discursos 1998 - Martes 20 de octubre de 1998


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL II ENCUENTRO

DE POLÍTICOS Y LEGISLADORES DE EUROPA


Viernes 23 de octubre de 1998



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
señoras y señores:

1. Con ocasión del II Encuentro de políticos y legisladores de Europa organizado por el Consejo pontificio para la familia, me alegra acogeros en la sede del Sucesor de Pedro. Agradezco cordialmente al señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo, las palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre.

Os expreso a todos mi profunda gratitud por haber aceptado participar, por iniciativa del Consejo pontificio para la familia, en las reflexiones de la Santa Sede sobre las cuestiones que se plantean continuamente acerca de la familia y el ámbito de la ética. Los progresos científicos y técnicos exigen una reflexión moral seria y profunda, así como legislaciones apropiadas, para poner la ciencia al servicio del hombre y de la sociedad. En efecto, no dispensan a nadie de plantearse las cuestiones morales fundamentales y encontrar respuestas adecuadas para el buen orden social (cf. Veritatis splendor VS 2-3). Al dedicarse a conocer claramente los diferentes aspectos científicos, quienes tienen el deber de tomar decisiones políticas y sociales en sus naciones están llamados a fundar esencialmente sus actividades en los valores antropológicos y morales, y no en el progreso técnico que, en sí mismo, no es ni un criterio de moralidad ni un criterio de legalidad. A lo largo de este siglo, hemos podido comprobar muchas veces en Europa que, cuando se niegan los valores, las decisiones públicas tomadas no pueden menos de oprimir al hombre y a los pueblos.

2. Como hicieron en la antigüedad Sófocles y Cicerón, el filósofo contemporáneo Jacques Maritain recuerda que «el bien común de las personas humanas » consiste en «la vida buena de la multitud» (Les droits de l'homme et la loi naturelle, p. 20). El punto de partida de esta filosofía es la persona humana, que «tiene una dignidad absoluta, puesto que está en relación directa con lo absoluto» (ib., p. 16). Ya se sabe que algunas personas querrían justificar, en nuestros días, la obra del político que, «en su actividad, debería distinguir netamente entre el ámbito de la conciencia privada y el del comportamiento público » (Evangelium vitae EV 69). Pero, en realidad, el valor de este último, particularmente en el marco de la vida democrática, «se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son, ciertamente, la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el .bien común. como fin y criterio regulador de la vida política» (ib., 70).

3. En el ámbito de la vida social, la Iglesia presta gran atención a las instituciones primarias, como la familia, célula básica de la sociedad, que sólo puede existir si se respetan los principios. La familia representa para cada nación y para toda la humanidad un bien de suma importancia. Ya en la antigüedad, como muestra Aristóteles, era considerada la institución social primera y fundamental, anterior y superior al Estado (cf. Ética a Nicómaco, VII, 12, 18), pues contribuye eficazmente a la bondad de la sociedad misma.

Es importante, por tanto, que los que están llamados a guiar el destino de las naciones reconozcan y afirmen la institución matrimonial; en efecto, el matrimonio tiene una condición jurídica específica, que reconoce derechos y deberes por parte de los esposos, de uno con respecto al otro y de ambos en relación con los hijos, y el papel de las familias en la sociedad, cuya perennidad aseguran, es primordial. La familia favorece la socialización de los jóvenes y contribuye a atajar los fenómenos de violencia mediante la transmisión de valores y mediante la experiencia de la fraternidad y la solidaridad, que permite vivir diariamente. En la búsqueda de soluciones legítimas para la sociedad moderna, no se la puede poner en el mismo nivel de simples asociaciones o uniones, y éstas no pueden beneficiarse de los derechos particulares vinculados exclusivamente a la protección del compromiso matrimonial y de la familia, fundada en el matrimonio, como comunidad de vida y de amor estable, fruto de la entrega total y fiel de los esposos, abierta a la vida. Desde el punto de vista de los responsables de la sociedad civil, es importante que sepan crear las condiciones necesarias a la naturaleza específica del matrimonio, a su estabilidad y a la acogida del don de la vida.

En efecto, respetando la legítima libertad de las personas, equiparar al matrimonio otras formas de relación entre las personas y legalizarlas es una decisión grave, que no puede menos de perjudicar a la institución matrimonial y familiar. A largo plazo, sería perjudicial que ciertas leyes, no fundadas ya en los principios de la ley natural, sino en la voluntad arbitraria de las personas (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1904), concedieran la misma situación jurídica a diferentes formas de vida en común, creando gran confusión. Por tanto, las reformas relativas a la estructura familiar consisten ante todo en un fortalecimiento del vínculo conyugal y en un apoyo cada vez mayor a las estructuras familiares, recordando que los hijos, que en el futuro serán los protagonistas de la vida social, son los herederos de los valores recibidos y de la atención dedicada a su formación espiritual, moral y humana.

No hay que subordinar jamás la dignidad de la persona y de la familia solamente a los elementos políticos o económicos, o incluso a simples opiniones de posibles grupos de presión, aunque sean importantes. El ejercicio del poder descansa en la búsqueda de la verdad objetiva y en la dimensión de servicio al hombre y a la sociedad, reconociendo a toda persona humana, incluso a la más pobre y humilde, su dignidad trascendente e imprescriptible. Con este criterio deben tomarse las decisiones políticas y jurídicas indispensables para el futuro de la civilización.

4. Por otra parte, los niños son una de las riquezas principales de una nación, y conviene ayudar a los padres a cumplir su misión educativa, respetando los principios de responsabilidad y subsidiariedad, afirmando así el valor eminente de este servicio. Se trata de un deber y de una solidaridad legítima de toda comunidad nacional. En cierto modo, una sociedad y su futuro dependen de la política familiar que se pone en práctica.

5. Hoy, numerosas acciones contra la vida, reivindicadas como gestos de libertad, constituyen lo que he llamado «cultura de la muerte» (Evangelium vitae EV 12), que atenta contra los niños por nacer y contra las personas enfermas o ancianas. Es evidente que asistimos a una debilitación del sentido y del valor de la vida, así como a una especie de anestesia de las conciencias. Y todo atentado contra la vida de una persona es también un atentado contra la humanidad, ya que existe un vínculo de fraternidad entre todos los seres humanos, y nadie puede ser indiferente ante lo que le sucede a un hermano. Por consiguiente, los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados a unir sus fuerzas, con firmeza y paciencia, para hacer que triunfe la «cultura de la vida », especialmente entre los jóvenes, a los que conviene dar una educación apropiada en los ámbitos moral, antropológico y biológico. La libertad y el sentido de la responsabilidad deben inculcarse desde la más tierna edad, para que lleguen a ser lo que son verdaderamente: «A la vez, inalienable autoposesión y apertura universal» (Veritatis splendor VS 86). Así, los jóvenes estarán en condiciones de comprender lo que es la persona humana, realizar actos responsables en favor de la vida y convertirse en sus defensores ante las personas de su entorno.

6. Defender la vida en un mundo que carece de puntos de referencia supone recurrir a datos antropológicos claros y objetivos, para mostrar que, desde su concepción y hasta su fin natural, una persona es única y digna del respeto debido a todo ser humano, en virtud de su origen y su destino. Todo atentado contra la vida es una forma de negación de la dignidad personal del hombre que desfigura también a la humanidad y la solidaridad entre los seres humanos, dado que viola «el parentesco espiritual que agrupa a los hombres en una única gran familia, donde todos participan del mismo bien fundamental: la idéntica dignidad personal» (Evangelium vitae EV 8). Todos los hombres están llamados a buscar el bien de las personas y el bien común, promulgando leyes justas y equitativas, pues la fuerza de las leyes implica la rectitud de las personas y la confianza necesaria para la convivencia social (cf. ib., 59). Los invito, asimismo, a seguir interesándose por la formación de la conciencia moral y cívica de las personas que, por medio de la recta razón, ilumina a los ciudadanos en su conducta personal y comunitaria, fundada en los principios de la verdad, la justicia, la igualdad y la caridad.

7. Queridos participantes en este Encuentro, legisladores, políticos, responsables de asociaciones familiares o universitarias, os animo a proseguir vuestra reflexión y a transmitir vuestras convicciones morales y espirituales a las personas con las que colaboráis. Se trata de un servicio que hay que prestar a los hombres, para que su vida esté en armonía con lo que verdaderamente están llamados a ser. Es importante ayudar a nuestros contemporáneos a buscar la verdad y a fundar su vida en una sana antropología: sólo ellas dan el sentido profundo a toda existencia, como he subrayado en mi reciente encíclica Fides et ratio.

Al término de este encuentro, pido a Cristo que derrame su Espíritu sobre vosotros para que permanezcáis fieles a los valores fundamentales y a las convicciones que deben guiar vuestra misión en el seno de la sociedad, y, a la vez, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a vuestros colaboradores y a los miembros de vuestras familias.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DE LA FIRMA

DEL «ACUERDO GLOBAL DEFINITIVO» ENTRE ECUADOR Y PERÚ




A los excelentísimos
señores presidentes
de la República del Ecuador y de la República del Perú

Me complace hacerme presente espiritualmente en el momento solemne de la firma del Acuerdo global y definitivo entre Ecuador y Perú, con el que se concluye el proceso de paz iniciado con la «Declaración de paz de Itamaraty», del 17 de febrero de 1995.

Me uno a la alegría de vuestros nobles pueblos, tan queridos por mí, que están unidos por muchos vínculos comunes de fe cristiana y de cultura, los cuales ven hoy cómo se cierra un capítulo doloroso de la historia de sus relaciones y se abren perspectivas duraderas de paz.

El Acuerdo tiene un alto significado, tanto para el continente americano, a la búsqueda de una integración cada vez mayor, como para toda la comunidad internacional.

Deseo congratularme vivamente con el señor presidente del Ecuador, doctor Jamil Mahuad, y con el señor presidente del Perú, ingeniero Alberto Fujimori, por el logro alcanzado.

Quiero expresar una especial gratitud a los países garantes del «Protocolo de paz, amistad y límites de Río de Janeiro » .Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos. y a sus jefes de Estado, que han manifestado una continua disponibilidad para ayudar a las partes y cuya activa colaboración, coordinada de modo eficaz por el señor presidente Henrique Cardoso, ha permitido de modo determinante llegar al destino.

Mi pensamiento se dirige también a las comunidades católicas en Ecuador y Perú, que, bajo la guía de sus pastores, con iniciativas oportunas .como, por ejemplo, las jornadas de oración por la paz. han sabido promover una auténtica «pedagogía de la paz». No dudo de que continuarán por este camino.

Deseo vivamente que vuestras naciones hermanas no dejen de avanzar, con voluntad firme y perseverante, por las vías trazadas por este Acuerdo, confiando a todos a la intercesión de santa Marianita de Quito, de santa Rosa de Lima y, sobre todo, de la santísima Virgen María, Reina de la paz, tan amada y venerada por las poblaciones de ambos países.

Sobre vuestras personas, señores presidentes, y vuestros colaboradores, sobre todo Ecuador y Perú, así como sobre quienes están ahí presentes, invoco de corazón la bendición de Dios omnipotente.

Vaticano, 23 de octubre de 1998

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE EDITORES Y PERIODISTAS BELGAS

Viernes 23 de octubre de 1998

Señor presidente;
queridos amigos:

Como todos los años, habéis deseado encontraros con el Sucesor de Pedro, para ofrecerle el fruto de la colecta Donativos pontificios, organizada por las Asociaciones de editores y periodistas católicos de Bélgica. Apreciando vuestra felicitación con ocasión del aniversario de mi pontificado, me alegra acogeros en esta circunstancia y agradeceros profundamente, a vosotros y a vuestros generosos donantes, este gesto que testimonia la adhesión de los periodistas y los lectores de la prensa católica de Bélgica a la Santa Sede y a la misión de la Iglesia. A pesar de las dificultades que atraviesa vuestro país, vuestros compatriotas han aceptado renunciar a una parte de sus bienes en favor de la Iglesia universal y de sus obras de caridad. Estimo de modo particular esta iniciativa, signo de la comunión entre las comunidades cristianas que encomiendan al Papa la tarea de distribuir los donativos provenientes de las diferentes Iglesias particulares.

En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías (cf. Is Is 58,6-9) recuerda que el que desea estar cerca de Dios y ser luz que brilla como la aurora, debe preocuparse por los pobres y «repartir su pan con el hambriento», como signo de amor a Dios y a sus hermanos. Con este espíritu, deseáis entregar al Sucesor de Pedro vuestra ofrenda y la de vuestros lectores. Ojalá que vuestros generosos bienhechores descubran que «perder algo por Dios significa recuperarlo muchas veces» (Orígenes, Homilía sobre el Gn 7,6).

Vuestro gesto recuerda también que somos solidarios con nuestros hermanos los hombres, y que debemos abrir nuestro corazón a las necesidades tanto de quienes están cerca como de los que están lejos. Éste es uno de los aspectos esenciales de la tradición constante de la Iglesia (cf. Centesimus annus CA 57), puesto que el amor a los pobres es un testimonio tangible de la presencia misericordiosa de Cristo en medio de los hombres. Participamos, asimismo, en la construcción de la ciudad terrena, en la que cada uno debe poder gozar de la parte que le corresponde de la riqueza de la creación. También conviene sostener la promoción social de los pueblos con una educación y una formación apropiadas en todos los campos, para que se hagan cargo de su futuro personal y comunitario y ocupen así el lugar que les compete en el concierto de las naciones. Es deber de todos favorecer los proyectos que permitan a los hombres de cada país ser cada vez más responsables de su futuro y del de su familia, y poder alimentarse gracias a una gestión racional y equitativa de los recursos obtenidos de su tierra.

Al término de nuestro encuentro, quisiera renovar mi exhortación para que, durante el gran jubileo, los cristianos y los hombres de buena voluntad estén cada vez más atentos al sentido de la justicia en la distribución de las riquezas entre las personas y entre los pueblos.

Encomendándoos a la intercesión de nuestra Señora del Rosario y de san Francisco de Sales, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a los miembros de vuestras asociaciones, a vuestros lectores y a vuestras familias.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEGUNDO CONGRESO ORGANIZADO

POR EL INSTITUTO INTERNACIONAL DE INVESTIGACIÓN


SOBRE EL ROSTRO DE CRISTO


.



Venerado hermano
señor cardenal FIORENZO ANGELINI

Me alegra dirigirle, señor cardenal, mi cordial saludo, y pedirle que lo transmita a los ilustres relatores y a cuantos intervienen en el II Congreso organizado por el Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo.

Este importante encuentro de estudio brinda una valiosa contribución a la profundización de un tema central en la piedad cristiana y que tiene fundamentos sólidos en la sagrada Escritura, en la tradición patrística, en el magisterio constante de la Iglesia, en la liturgia oriental y occidental, en la reflexión teológica, y en las más elevadas expresiones de la iconografía, la literatura y el arte.

El Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo, creado en la primavera del año pasado por iniciativa suya, señor cardenal, y de la congregación benedictina de las religiosas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, se propone, según su estatuto, afirmar de modo científico y testimoniar en la práctica la estrecha relación existente entre la cristología y la investigación sobre el santo rostro del Redentor, mediante la triple iniciativa de promover su conocimiento, profundizar su doctrina y difundir su espiritualidad.

Conocer y contemplar el rostro de Dios es la aspiración del hombre de todos los tiempos. La dificultad, la desconfianza o la prohibición de representar a la divinidad surgen de la convicción de que toda tentativa de atribuir una imagen a Dios es inadecuada. Sin embargo, la antigua invocación del Salmo: «Brille sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (Ps 4,7), introducía proféticamente en la revelación de Cristo, puesto que el Dios de la alianza revelaba su naturaleza de Ser personal, más aún, de Padre, que en la encarnación asumiría, en Cristo, un rostro humano y a la vez divino. Jesús mismo lo declara al apóstol Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).

La revelación cristiana libera la representación de Dios de todo antropomorfismo. En Cristo la divinidad se une a la humanidad y se hace visible en el rostro misericordioso y compasivo del Salvador, en el misterio de su encarnación, pasión, muerte y resurrección.

Vuestro Congreso, en el que también ha participado activamente el Centro de estudios e investigaciones «Ezio Aletti» de Roma, que promueve contactos ecuménicos individuales y encuentros y publicaciones adecuados, cuenta con la colaboración de profesores de teología de diferentes universidades romanas y de varias naciones del mundo, de estudiosos, científicos, investigadores y expertos en arte y otras disciplinas.

Con sensibilidad ecuménica, los participantes en el Congreso también pueden escuchar la voz de ilustres hermanos de las Iglesias ortodoxas, sin renunciar a la aportación que el judaísmo puede dar al estudio de este tema.

En una sociedad como la nuestra, una reflexión atenta y orante sobre el santo rostro de Cristo no puede menos de contribuir a hacer más eficaz la evangelización, como, por otra parte, han confirmado la extraordinaria emoción y la sincera piedad suscitadas por la reciente ostensión de la Sábana santa de Turín.

Que la veneración y el estudio del santo rostro predispongan los corazones a una especial reflexión sobre la persona del Padre, que la Iglesia va a guiar durante el próximo año, en preparación para el gran jubileo del año 2000. Con este deseo, a la vez que animo a cuantos se dedican a promover la devoción al santo rostro de Jesús, imparto de corazón, por intercesión de María santísima, íntimamente unida a la misión de Cristo, una especial bendición apostólica a usted, señor cardenal, a las religiosas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo y a los participantes en ese Congreso internacional.

Vaticano, 23 de octubre de 1998

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

Plaza de San Pedro

Sábado 24 de octubre de 1998

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros y encontrarme con vosotros en esta plaza, en la que vuestras diferentes procedencias y experiencias eclesiales están llamadas a confluir, para un singular momento de Iglesia, en presencia del Sucesor de Pedro.

Dirijo a cada uno mi saludo cordial: a vosotros, socios y amigos de la asociación «Nuestra Familia»; a vosotros, dirigentes y ancianos de la Asociación nacional de centros sociales; a vosotros, peregrinos de la archidiócesis de Rávena-Cervia; a vosotros, miembros de los Consultorios familiares de inspiración cristiana; y, por último, a vosotros, que sois los más numerosos, alumnos, profesores y padres de las escuelas católicas de Roma y de otras partes de Italia.

Al veros reunidos no puedo menos de pensar en la riqueza y variedad de los dones del Espíritu Santo, suscitados y distribuidos continuamente en la Iglesia para que ella, como organismo espiritual que prolonga la acción salvífica de Cristo, se difunda en todos los ámbitos de la sociedad y llegue a los hombres y mujeres de las diversas edades y condiciones de vida. A los peregrinos de Rávena

2. Amadísimos hermanos y hermanas de Rávena, ¡sed bienvenidos! Vuestro arzobispo, monseñor Luigi Amaducci, al que abrazo fraternalmente, os ha guiado a Roma con ocasión del noveno centenario del hallazgo de la venerada imagen de la «Virgen griega», tan querida por vuestra comunidad y que, con devoción, voy a coronar. Os expreso mi gran satisfacción por esta iniciativa, que brinda la ocasión propicia para celebrar también el milenio de mi predecesor Silvestre II, el Papa del año 1000, que fue arzobispo de Rávena. Esto nos lleva a pensar en el importante papel que Rávena ha desempeñado en la historia de la Iglesia, y que oportunamente habéis conmemorado con las celebraciones del 1450 aniversario de san Vital. Ojalá que vuestra fe resplandezca como los mosaicos de vuestras estupendas basílicas.

Saludo, asimismo, al cardenal Ersilio Tonini, que fue vuestro arzobispo y que se ha unido a vuestra peregrinación a Roma.

3. Amadísimas Pequeñas Apóstoles de la Caridad; amadísimos hermanos y hermanas de la asociación «Nuestra Familia », este año se celebra el centenario del nacimiento del siervo de Dios don Luigi Monza, vuestro fundador, sacerdote lombardo animado de gran espíritu apostólico. Habéis querido recordarlo oportunamente con el congreso del pasado mes de marzo, que abordó los temas de la paternidad, la secularidad y la sociabilidad. Doy gracias al Señor por todo lo realizado a través de la obra de don Monza y de sus hijos espirituales en Italia y en otras naciones del mundo, al servicio de las personas minusválidas. «Nuestra Familia» cuenta hoy con numerosos centros de rehabilitación que demuestran, mejor que las palabras, que el Evangelio puede suscitar la fraternidad también en la sociedad contemporánea, caracterizada en muchos sectores por un nuevo paganismo. Os animo a proseguir con empeño, como Instituto y como Asociación, en el espíritu de vuestro venerado padre espiritual.

4. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos ancianos, que habéis venido en gran número gracias a la organización de la Asociación italiana de centros sociales, también con vistas al Año internacional del anciano, proclamado por la Organización de las Naciones Unidas para 1999. Constituís una fuerza viva de la Iglesia y dais una contribución indispensable a la sociedad, en la que la «tercera edad» representa un sector de la población en aumento. Las Casas y las demás obras de promoción social de los ancianos desempeñan un papel cada vez más importante, para que podáis ser activos, partícipes y útiles a los demás. Ojalá que, con la necesaria solidaridad entre las diversas generaciones, la comunidad cristiana sirva de ejemplo y aliciente para toda la sociedad.

5. La presencia hoy entre nosotros de tantos ancianos y tantos jóvenes nos lleva a pensar en la familia y en su importancia, no sólo social, sino también y sobre todo educativa. Por eso, me alegra particularmente acogeros a vosotros, representantes de los Consultorios familiares de inspiración cristiana, presentes en todas las regiones de Italia. Aliento de corazón vuestro valioso servicio. El congreso que estáis celebrando durante estos días afronta en particular el tema de la adopción internacional. Al respecto, espero que todo niño, especialmente si es víctima de situaciones difíciles, encuentre una familia en la que pueda crecer en el amor y prepararse para la vida.

6. Queridos amigos que formáis las comunidades educativas romanas de inspiración católica, mañana se celebra en Roma la Jornada diocesana de la escuela católica, y por eso hoy habéis querido reuniros con el Papa, juntamente con el cardenal vicario, Camillo Ruini, y el vicegerente, monseñor Cesare Nosiglia. A todos os saludo cordialmente. También se han unido a vosotros estudiantes, profesores y familias de muchas otras ciudades. Juntos renovemos nuestra petición a las autoridades competentes para que las escuelas católicas puedan vivir y crecer y se les reconozca la misma dignidad de la escuela pública. ¿Cómo no entristecerse al ver que institutos prestigiosos, apreciados por las familias, se ven obligados a cerrar? Espero que se ponga fin a ese fenómeno, que empobrece gravemente a toda la realidad escolar italiana.

Por esta razón, queridos administradores, profesores, alumnos y padres aquí presentes, vuestro compromiso educativo y cultural es más valioso aún. Ojalá que lo desempeñéis con serenidad y provecho, para que las nuevas generaciones reciban, junto con conocimientos adecuados, auténticos valores espirituales y morales.

Amadísimos hermanos y hermanas, gracias nuevamente a todos por vuestra visita. Os encomiendo a cada uno a la solícita asistencia de la santísima Virgen y os imparto de corazón, a vosotros y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE NUEVA INGLATERRA

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 24 de octubre de 1998



Querido cardenal Law;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Os saludo afectuosamente, obispos de Nueva Inglaterra, que comprende las provincias eclesiásticas de Boston y Hartford. Durante este año he tenido la alegría espiritual de encontrarme prácticamente con todos los pastores de la Iglesia en Estados Unidos de América, que representan a más de doscientas jurisdicciones, incluyendo las Iglesias católicas de rito oriental. Ahora que estamos llegando al final de esta serie de visitas ad limina, «doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo» (1Co 1,4-5). Hemos orado juntos y nos hemos escuchado unos a otros, tratando de atesorar todo el bien que el Espíritu Santo inspira al pueblo de Dios en vuestro país. Además de fortalecer los vínculos de comunión entre nosotros, estas visitas nos han permitido reflexionar, en un clima de peregrinación, recogimiento y oración, sobre las oportunidades de evangelización y apostolado que tiene la Iglesia en Estados Unidos a la luz de la enseñanza del concilio Vaticano II, en el umbral del gran jubileo del año 2000.

2. Ocasiones como la del gran jubileo nos recuerdan a todos que Dios guía la historia, y nos impulsan a mirar al futuro, confiando en la promesa del Señor de que estará con nosotros siempre, «hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Los cristianos saben que el tiempo no es una mera sucesión de días, meses y años, ni tampoco un ciclo cósmico de eterno retorno. El tiempo es un gran drama, con un comienzo y un fin, escrito y dirigido por la Providencia amorosa de Dios: «Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la .plenitud de los tiempos. de la encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos» (Tertio millennio adveniente TMA 10). La vigilia pascual nos recuerda que la resurrección constituye «el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio del principio y el del destino final del mundo» (Dies Domini, 2). Sólo a la luz de Cristo resucitado llegamos a comprender el verdadero significado de nuestra peregrinación personal en el tiempo hacia nuestro destino eterno. Éste es el mensaje que la Iglesia debe proclamar hoy y siempre. Lo hace sobre todo en la liturgia, que celebra la historia de la salvación y es el lugar privilegiado para nuestro encuentro con el Padre y con su enviado, Jesucristo. Lo hace con su kerigma y su catequesis, que dan a conocer la enseñanza salvífica del Evangelio, dialogando con la profunda aspiración del corazón humano a algo divino y eterno, a algo sumamente bueno, que no termine jamás. Y lo hace con sus obras de caridad, que procuran aliviar las aflicciones de la vida humana mediante la experiencia consoladora del amor cristiano.

3. Durante mis discursos a los obispos, no sólo dirigidos a los presentes en cada ocasión, sino también a toda vuestra Conferencia, he tratado de reflexionar en algunos aspectos de vuestro ministerio episcopal que pueden impulsar la gran primavera del cristianismo que Dios está preparando al acercarse el tercer milenio cristiano, y de la que ya podemos ver algunos signos (cf. Redemptoris missio RMi 86). Hemos hablado sobre muchas características de la vida de la comunidad católica en Estados Unidos, bendecida por la auténtica santidad de muchos de sus miembros y marcada por una profunda sed de justicia, constante y activa en las diferentes formas de servicio cristiano. Como obispos, sois conscientes de las fuerzas de vuestro pueblo. Al igual que el hombre sabio del evangelio, debéis calcular cómo podéis afrontar, con las energías y los medios disponibles, las necesidades actuales (cf. Lc Lc 14,31). Creo que hoy el Señor nos está diciendo a todos: no dudéis, no tengáis miedo de librar el buen combate de la fe (cf. 1Tm 6,12). Cuando predicamos el mensaje liberador de Jesucristo, ofrecemos al mundo palabras de vida (cf. Jn Jn 6,68). Nuestro testimonio profético es un servicio urgente y esencial, no sólo para la comunidad católica, sino también para toda la familia humana, ya que el Evangelio narra la verdadera historia del mundo, su historia y su futuro, que es la vida en comunión con la santísima Trinidad.

Al final del segundo milenio, la humanidad se encuentra en una especie de encrucijada. Como pastores responsables de la vida de la Iglesia, necesitamos meditar profundamente en los signos de una nueva crisis espiritual, cuyos peligros no sólo se ciernen sobre las personas, sino también sobre la civilización misma (cf. Evangelium vitae EV 68). Si esta crisis se agrava, el utilitarismo reducir á cada vez más a los seres humanos a objetos susceptibles de ser manipulados. Si la verdad moral revelada en la dignidad de la persona humana no regula y dirige las energías explosivas de la tecnología, a este siglo de lágrimas, más que una primavera de esperanza, podría seguir una nueva era de barbarie (cf. Discurso a las Naciones Unidas, 5 de octubre de 1995, n. 18).

Al dirigirme a la Asamblea general de las Naciones Unidas en 1995, propuse que, para recuperar nuestra esperanza y nuestra confianza en el umbral de un nuevo siglo, debíamos «recuperar la visión del horizonte trascendente de posibilidades al cual tiende el espíritu humano » (ib., 16). Dado que la crisis espiritual de nuestro tiempo consiste de hecho en alejarse del misterio trascendente de Dios, también es al mismo tiempo alejarse de la verdad acerca de la persona humana, la más noble criatura de Dios en la tierra. La cultura de nuestro tiempo trata de construir sin referencia al Arquitecto, ignorando la advertencia bíblica: «Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles» (Ps 127,1). Al actuar de este modo, una parte de la cultura contemporánea pierde la profundidad y la riqueza del misterio humano; por eso la vida misma se empobrece al carecer de sentido y alegría. Ninguna tarea de nuestro ministerio es más urgente que la «nueva evangelización», necesaria para saciar el hambre espiritual de nuestro tiempo. No debemos dudar ante el desafío de comunicar la alegría de ser cristianos, de vivir «en Cristo», en estado de gracia con Dios y unidos a la Iglesia. Esto es lo que puede colmar verdaderamente el corazón humano y su anhelo de libertad.

4. En ningún otro ámbito el contraste entre la visión evangélica y la cultura contemporánea es más evidente que en el dramático conflicto entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte. No quiero terminar esta serie de encuentros sin agradecer una vez más a los obispos su liderazgo y su defensa de la vida humana, particularmente de la vida de los más vulnerables. La Iglesia en vuestro país se dedica de diversas maneras a la defensa y promoción de la vida y la dignidad humana. Mediante innumerables organizaciones e instituciones, brinda con gran generosidad servicios sociales a los pobres, promueve leyes más favorables a los inmigrantes y participa en el debate público sobre la pena capital, consciente de que en el Estado moderno son muy raros, por no decir prácticamente inexistentes, los casos en que la ejecución de un criminal es absolutamente necesaria (cf. Evangelium vitae EV 56 Catecismo de la Iglesia católica, n. 2267). Al mismo tiempo, subrayáis con razón la prioridad que se ha de dar al derecho fundamental a la vida del hijo por nacer y a la oposición a la eutanasia y al suicidio asistido. El testimonio de muchos católicos norteamericanos, incluyendo un gran número de jóvenes, al servicio del «evangelio de la vida» es un signo seguro de esperanza en el futuro y un motivo para dar gracias al Espíritu Santo, que inspira tanto bien en los fieles.

5. Como respuesta a la crisis espiritual de nuestro tiempo, estoy convencido de que hay una necesidad radical de curar tanto la mente como el corazón. La historia violenta de este siglo se ha debido en gran parte a que la razón se ha negado a aceptar la existencia de una verdad última y objetiva. De ello han derivado un escepticismo y un relativismo generalizados que no han llevado a la humanidad a una mayor «madurez », sino a la desesperación y la irracionalidad. Con la carta encíclica Fides et ratio, publicada la semana pasada, he deseado defender la capacidad de la razón humana de conocer la verdad. Esta confianza en la razón es parte integrante de la tradición intelectual católica, pero debe reafirmarse hoy ante una duda doctrinal muy difundida sobre nuestra capacidad de responder a las preguntas fundamentales: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida? (cf. Fides et ratio FR 3 y 5). Muchas personas han sido convencidas de que las únicas verdades son las que pueden demostrarse mediante la experiencia o la experimentación científica. El resultado es una tendencia a reducir el campo de la investigación racional a dimensiones tecnológicas, instrumentales, utilitarias, funcionales y sociológicas. Ha surgido una visión relativista y pragmática de la verdad. «La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas» (ib., 5). Una de las señales más sorprendentes de la actual pérdida de confianza en la verdad es la tendencia de algunos a conformarse con verdades parciales y provisionales, «sin intentar hacer preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social» (ib.). Al conformarse con el conocimiento experimental e incompleto, la razón no logra hacer justicia al misterio de la persona humana, creada para la verdad y profundamente deseosa de conocerla.

Esta actitud tan difundida tiene consecuencias graves para la fe. Si la razón no puede conocer las verdades últimas, la fe pierde su carácter racional e inteligible, y se reduce a algo indefinible, sentimental e irracional. El resultado es el fideísmo. Sin su relación con la razón humana, la fe pierde su validez pública y universal, y se limita a la esfera subjetiva y privada. Al final, se destruye la fe teológica. Basándome en estas preocupaciones, consideré importante escribir la carta encíclica Fides et ratio, dirigida a los obispos de la Iglesia, que sois los principales testigos de la verdad divina y católica (cf. Lumen gentium LG 25). Deseo animaros a vosotros, los obispos, a mantener siempre abierto el horizonte de vuestro ministerio, más allá de las tareas inmediatas de vuestra actividad pastoral diaria, a la sed profunda y universal de verdad que se encuentra en todo corazón humano.


Discursos 1998 - Martes 20 de octubre de 1998