Discursos 1998 - Jueves 29 de octubre de 1998

Sé cuán grande es la contribución de la Fundación a la obra de la propagación de la cultura cristiana. No sólo me refiero a las publicaciones hechas gracias a su financiación, sino sobre todo a la gran ayuda que brinda a los jóvenes que emprenden sus estudios en varios campos, tanto en Polonia como en el extranjero. Esa ayuda tiene gran importancia, especialmente hoy, cuando se han abierto nuevas posibilidades a nuestros hermanos de los países vecinos y, al mismo tiempo, se les plantean nuevos desafíos. Es la mejor inversión, a largo plazo, que aumenta sin cesar, cuando los becados, después de terminar sus estudios, dedican sus capacidades al servicio de los demás. No menos valiosas son las experiencias de los jóvenes representantes de la emigración polaca que vienen a Roma durante las vacaciones de verano, con el fin de conocer las raíces cristianas de la cultura polaca y mundial. Así, también miles de peregrinos de Polonia, de varios países de Europa y de otros continentes, encuentran en la Casa polaca no sólo un techo sino, además, atención y ayuda espiritual. Gracias a este servicio pueden gozar más fácilmente de los frutos de la peregrinación a la Sede apostólica.

Hay también otra obra que merece ser mencionada hoy. Gracias a la Fundación se recoge la documentación de este pontificado. Durante estos veinte años hemos sido testigos de muchos acontecimientos en la vida de la Iglesia y del mundo que, por voluntad de la divina Providencia, forman nuestra historia y nuestra vida diaria. Conviene que el recuerdo de estos signos del amor de Dios se conserve para las generaciones futuras, a fin de que también ellas puedan participar en nuestra acción de gracias por los dones recibidos en este tiempo.

Me he referido solamente a algunos sectores de la actividad a la que la Fundación puede dedicarse gracias a vuestra generosidad y a la de hombres de buena voluntad del mundo entero. Espero que se estén cumpliendo las palabras del Apóstol, según las cuales los beneficiarios de este servicio, «con su oración por vosotros, manifiestan su gran afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que en vosotros ha derramado Dios. ¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!» (2Co 9,14-15).

Creo que esta obra no sólo da frutos externos; también forma interiormente a las personas y a sociedades enteras. Como escribe el Apóstol, «quien da con alegría», quien comparte con los demás por un impulso del corazón, «no de mala gana ni forzado», se hace «rico en obras de bien», merece el amor de Dios y recibe abundantes gracias; de este modo, «crecerán los frutos de su justicia». De esta bondad y de esta justicia brota el vivo sentido de solidaridad con los demás que une a varios grupos humanos. Vuestra presencia aquí constituye una prueba evidente de ello. No sólo venís de los países de Europa, sino también de América del norte y del sur, e incluso de la lejana Indonesia. En varias partes del mundo surgen nuevos círculos de amigos de la Fundación, se entablan nuevos contactos, se forma una gran comunidad de hombres deseosos de colaborar en la misma obra. Hoy demos gracias a Dios por el don de esta unión para el bien.

Ayer fueron bendecidas las nuevas placas, sobre las que se han grabado los nombres de muchos de vosotros, e incluso de otros donantes. Es un signo externo de gratitud hacia los que responden con gran generosidad a las necesidades de la Fundación. Con todo, sabemos que es innumerable la multitud de los que le donan sus oraciones, sus sufrimientos y, a menudo, su «óbolo de la viuda». Con gran gratitud quiero recordarlos aquí también a ellos. Que Dios les recompense con abundantes gracias.

Al apoyar a la Fundación que lleva mi nombre, expresáis vuestra adhesión y vuestra benevolencia al Papa. Os doy las gracias por ello. Por mi parte, quiero corresponder a vuestra benevolencia encomendando a Dios en mi oración a todos los que me sostienen en mi ministerio petrino. Os ruego que transmitáis mi agradecimiento y mi cordial saludo a vuestros seres queridos, a los miembros de los círculos de amigos de la Fundación y a todos los que, de cualquier modo, colaboran en esta obra buena. Os bendigo de corazón.

Excelencia; queridos amigos, doy una cordial bienvenida a los miembros de la Fundación, con ocasión de vuestro encuentro en Roma. Esta visita tiene lugar poco después del vigésimo aniversario de la elección de este hijo de Polonia a la Sede de Pedro, y aprovecho esta ocasión para agradeceros vuestra cercanía espiritual durante estos años. La Fundación fue instituida para fomentar los ricos valores espirituales que forman gran parte de la milenaria cultura cristiana de Polonia. Os agradezco mucho el apoyo que prestáis a esta noble empresa y vuestros esfuerzos para asegurar su futuro mediante la creación de un fondo perpetuo para su financiación.

Fortalecer el vínculo entre la fe y la cultura es un aspecto esencial de la misión de la Iglesia, y particularmente en el umbral del tercer milenio cristiano. La nueva evangelización no sólo lleva a una renovada estima de la gran herencia cultural que forjó el pasado de Polonia, sino también a un compromiso personal por parte de todos los creyentes para construir una sociedad moderna, inspirada en los mismos profundos valores humanos y espirituales. Durante mi última visita pastoral a Polonia, puse de relieve que «de nuestra perseverancia en la fe de nuestros padres, del ardor de nuestro corazón y de la apertura de nuestra mente depende que las generaciones futuras sean impulsadas hacia Cristo por el testimonio de santidad que nos dejaron san Adalberto, san Estanislao y la reina santa Eduvigis» (Ángelus, 8 de junio de 1997, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de junio de 1997, p. 9).

Queridos hermanos, pido al Señor que vuestro apoyo a la Fundación dé abundantes frutos para la renovación de la vida cristiana y el progreso del reino de Dios. Os encomiendo a todos a nuestra Señora de Czestochowa, cuyo rostro familiar nos acompaña en nuestra peregrinación.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL OCÉANO ÍNDICO

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 29 de octubre de 1998



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos en el sacerdocio:

1. Mientras realizáis vuestra visita ad limina, me alegra acogeros en esta sede a vosotros, que habéis recibido la misión de guiar al pueblo de Dios, desempeñando el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar. Al mismo tiempo que venís en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, los miembros de la Conferencia episcopal del océano Índico manifestáis vuestra comunión viva y dinámica con la Iglesia universal, reuniéndoos con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores. Deseo que en esta ocasión se refuerce vuestro celo pastoral al servicio del Evangelio y que vuestras comunidades encuentren un nuevo impulso para su vida cristiana y su compromiso misionero.

Doy las gracias al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Maurice Piat, obispo de Port Louis (isla Mauricio), por haber expresado con delicadeza los sentimientos que os animan y haber presentado la reciente evolución de la situación de la Iglesia en vuestra región. A través de vosotros, saludo muy cordialmente a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y laicos de vuestras diócesis, así como a todos los pueblos que viven en las islas del océano Índico. ¡Que Dios los colme de sus beneficios, para que vivan siempre en paz y solidaridad! Deseo recordar aquí al querido cardenal Jean Margéot, a quien os pido que transmitáis mi afectuosa unión de oración.

2. El marco en el que desempeñáis vuestro ministerio episcopal presenta una gran diversidad. Espero que los grupos humanos y religiosos que constituyen cada una de vuestras regiones prosigan activamente su cooperación en la edificación de sociedades fraternas y pacíficas, en las que cada uno, reconocido y aceptado en su diferencia, pueda participar legítimamente en la vida de la comunidad.

La particularidad de las situaciones humanas que encontráis también son una riqueza para el testimonio de universalidad y unidad que la Iglesia de Cristo debe dar en medio de las naciones. Por otra parte, la dispersión de vuestras diócesis en islas frecuentemente muy distantes unas de otras es para vosotros una llamada a fortalecer la colaboración dentro de vuestra Conferencia episcopal y a desarrollar cada vez más las relaciones con las Iglesias particulares que están más cerca de vosotros, para que el clero y los fieles encuentren el apoyo necesario a su compromiso.

3. Ahora que estamos a punto de iniciar el último año de preparación para el gran jubileo, toda la Iglesia está invitada a ensanchar sus horizontes «según la visión misma de Cristo: la visión del .Padre celestial. (cf. Mt Mt 5,45), por quien fue enviado y a quien retornó (cf. Jn Jn 16,28)» (Tertio millennio adveniente TMA 49). Así, cada una de vuestras comunidades está comprometida, de modo particular, a dirigir su mirada al Padre de todos los hombres para hallar en su relación íntima con él la fuente del amor que le permite existir y que está á llamada a testimoniar con audacia.

Ojalá que esta última etapa permita a todos los fieles avanzar resueltamente por el camino de la conversión del corazón, para afrontar el nuevo milenio animados por la voluntad de vivir cada vez con mayor fidelidad el mensaje del Evangelio. Espero que vuestras diócesis encuentren en la celebración jubilar la oportunidad de comprometerse ardientemente en una nueva evangelización, apoyándose en la lectura y la meditación de la palabra de Dios y en la participación regular en la Eucaristía, en la que el Verbo encarnado presenta sacramentalmente su ofrenda para la salvación del mundo. Ojalá que en esta ocasión, prestando particular atención a los fieles que se han alejado de la comunidad eclesial, la misión evangelizadora de la Iglesia se esfuerce por dirigirse a todos los hombres, para manifestarles el amor de Cristo y despertar en ellos una nueva esperanza.

4. Para vivir y desarrollarse, vuestras comunidades necesitan ministros ordenados animados por un profundo espíritu apostólico. Por medio de vosotros, aliento cordialmente a todos los sacerdotes que se entregan con abnegación al servicio de la Iglesia, anunciando la buena nueva de Cristo hasta las islas más lejanas. Los invito a formar un presbiterio cada vez más unido en torno a su obispo. Espero que sean fieles a la misión que han recibido, reconociendo la grandeza del don que Dios les ha hecho. En una profunda vida espiritual y una mutua comunión fraterna encontrarán un gran apoyo para el dinamismo de su acción apostólica y pastoral.

Para favorecer la vitalidad de las comunidades cristianas dispersas en vastas extensiones, podría ser útil promover en vuestras regiones el diaconado permanente, que es un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. Como afirmé en otra ocasión, «a la hora de decidir el restablecimiento del diaconado permanente influyó notablemente la necesidad de una presencia mayor y más directa de ministros de la Iglesia en los diversos ambientes: familia, trabajo, escuela, etc., además de en las estructuras pastorales constituidas» (Audiencia general, 6 de octubre de 1993, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de octubre de 1993, p. 3; cf. Congregación para la educación católica y Congregación para el clero, El ministerio y la vida de los diáconos permanentes, 22 de febrero de 1998).

También expreso a los religiosos y religiosas mi deseo de que sigan viviendo plenamente su entrega a Dios con una disponibilidad cada vez mayor a la obra del Espíritu, y de que puedan descubrirse en ellos signos de la acción santificadora de Dios entre los hombres.

Queridos hermanos en el episcopado, en el ejercicio de vuestro ministerio, os compete velar particularmente por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Que vuestras comunidades estén atentas a transmitir a los jóvenes la invitación del Señor a seguirlo en el servicio a la Iglesia y al mundo. A los jóvenes de vuestra región les dirijo una apremiante exhortación a manifestar su disponibilidad interior, poniéndose a la escucha de Cristo. Pido a sus familias que les ayuden a responder generosamente a la llamada del Señor.

Me alegro también de vuestro deseo de dar a los seminaristas una estructura de formación común que les ayude a conservar su interés por los verdaderos valores de su región, permitiéndoles llegar a ser sacerdotes espiritualmente firmes y disponibles, entregados a la causa del Evangelio (cf. Ecclesia in Africa ). Así, os resultará más fácil formar un presbiterio unido y preparado para una colaboración más estrecha.

5. La pastoral familiar es una de vuestras preocupaciones constantes. Cuando muchas personas, aun viviendo juntas, ponen en tela de juicio la necesidad del matrimonio, la Iglesia tiene como exigencia primaria de su misión hacer que tomen mayor conciencia de su significado humano y espiritual, así como del de la familia. Son realidades esenciales que Dios ha querido para la vida de la Iglesia y de la sociedad.

El primer deber de la familia es «vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas» (Familiaris consortio FC 18). Los esposos cristianos tienen la misión urgente de testimoniar la unidad y la indisolubilidad de esta comunión, que encuentra su fundamento y su fuerza en Jesucristo.

Deseo vivamente que los jóvenes de vuestra región asuman sus responsabilidades en este campo tan importante de su existencia, y se preparen para formar familias unidas y abiertas a la vida. Os animo a proseguir vuestro compromiso en favor de la educación de la juventud en el amor humano. Frente a situaciones de permisividad o de contestación de los valores esenciales de la vida humana, es necesario que los jóvenes descubran la grandeza y la función del sacramento del matrimonio, por el que los esposos se convierten en colaboradores del amor de Dios creador para transmitir el don de la vida humana. Este sacramento, al darles la gracia de amarse con el amor de Cristo, será para ellos un apoyo valioso a fin de perfeccionar su amor humano, fortalecer la unidad de su pareja y ayudarles a avanzar por el camino de la santidad. Es esencial sostener constantemente a las parejas jóvenes, para que puedan vivir su amor con generosidad y autenticidad. También se les ha de proponer el ejemplo de familias cristianas radiantes, fieles y abiertas a los demás.

6. Una sólida educación humana y espiritual debe ayudar a los jóvenes a profundizar su formación, desarrollar todas las dimensiones de su ser y ocupar su lugar en la sociedad. Con este fin, las escuelas católicas, que existen en vuestras diócesis, desempeñan un papel importante, participando en la transmisión del mensaje evangélico y de los verdaderos valores morales y espirituales.

La actividad educadora de la Iglesia también debe preparar a los laicos cristianos para tomar parte activa en todos los campos de la vida de su país y testimoniar en ellos la justicia y la verdad, siendo sal de la tierra en la vida diaria. En efecto, como escribí en la exhortación apostólica Christifideles laici, «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común» (n. 42). Por eso, invito a los católicos, en colaboración con los hombres de buena voluntad, donde sea posible, a trabajar con espíritu de servicio por promover con empeño una sociedad justa y solidaria.

7. La Iglesia debe manifestar la presencia amorosa de Dios a toda la sociedad, recordando que «avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como levadura y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios» (Gaudium et spes GS 40). El mensaje evangélico de libertad y esperanza dirigido a los hombres de nuestro tiempo ha de ser más insistente aún en este año, en que se celebra el 150 aniversario de la abolición de la esclavitud, un comercio vergonzoso del que fueron víctimas también hombres, mujeres y niños de vuestras islas.

El último año de preparación para el jubileo que está punto de comenzar nos invita a subrayar más claramente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados. En efecto, el testimonio de la caridad es primordial en la vida cristiana. En vuestras diócesis son numerosas las personas que, con gran generosidad, se ponen al servicio de los más humildes y necesitados de la sociedad. Así, testimonian que Dios, Padre de todos los hombres, no puede ser indiferente a ninguno de sus hijos, sobre todo a los que están desamparados.

Con sus compromisos de caridad, la Iglesia también quiere mostrar que están en juego el sentido mismo de la vida del hombre y su dignidad. «Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido, es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana» (Christifideles laici CL 37). Así pues, deseo vivamente que la doctrina social de la Iglesia sea para los fieles una guía y un estímulo cada vez más fuerte a vivir la caridad de Cristo.

8. El encuentro con los miembros de otras tradiciones religiosas es una de las realidades que viven los católicos de vuestra región. Me alegra saber que, en general, existen buenas relaciones entre las diversas comunidades. En efecto, es importante que el respeto mutuo, fundado en una comprensión recíproca, presida los vínculos entre los grupos humanos y religiosos, para favorecer un servicio común al hombre y la promoción de su dignidad. Deseo que se desarrollen contactos provechosos sobre las grandes cuestiones que el hombre de hoy debe afrontar en ámbitos como los de los problemas éticos o los derechos humanos, para poner los valores comunes al servicio de la sociedad. Mediante la búsqueda de un mejor conocimiento recíproco, sobre todo con el diálogo de la vida, podrán consolidarse los vínculos de fraternidad y comprensión, que garantizan la estabilidad de las sociedades y el respeto a la libertad religiosa.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al terminar nuestro encuentro, doy gracias con vosotros por la obra de Dios en vuestra región. La vitalidad de la fe cristiana en las islas del océano Índico sigue marcada por las figuras luminosas de fray Scubilion y el padre Jacques-Désiré Laval. Que el ejemplo de estos beatos inspire a quienes hoy se esfuerzan por construir un mundo más fraterno y tratan de eliminar todas las esclavitudes que afligen aún a nuestro mundo. Que sean para todos los discípulos de Cristo modelos en su búsqueda de la santidad y del servicio a los demás.

Os encomiendo a la intercesión materna de la Virgen María, ejemplo perfecto de amor a Dios y al prójimo, y de todo corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos vuestros diocesanos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR JAVIER GUERRA LASPIUR

NUEVO EMBAJADOR DE COSTAR RICA


Jueves 29 de octubre de 1983



Señor embajador:

1. Me es muy grato recibir las cartas credenciales que me presenta y que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Costa Rica ante esta Sede apostólica. En esta circunstancia quiero expresarle mi gratitud por las amables palabras que me ha dirigido, las cuales atestiguan los nobles sentimientos de cercanía y adhesión a la Cátedra de Pedro presentes en el corazón de tantos ciudadanos costarricenses.

Agradezco igualmente, de modo particular, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del ing. Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, presidente de la República, al que correspondo con mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por el progreso y el bien espiritual de todos los hijos e hijas de esa amada nación.

2. Costa Rica, señor embajador, es una nación admirada en el mundo por su acendrada vocación a la paz, que la llevó a eliminar de su Constitución política la existencia del ejército como estamento permanente. Esta determinación no sólo ha sido garantía de su proceso democrático, sino que le ha permitido ahorrar cuantiosos recursos económicos dedicándolos a promover la educación, a mejorar sus índices de salud, a ejecutar planes de vivienda para los más pobres y a buscar la promoción integral de su pueblo.

Además, su país se ha distinguido siempre por la hospitalidad. En los últimos años, miles de ciudadanos centroamericanos, forzados por difíciles situaciones sociales, políticas y económicas de sus países de origen, se han encaminado a Costa Rica en busca de refugio. Es sabido cómo los pastores de la Iglesia han motivado a los fieles y a toda la ciudadanía para ver en cada refugiado la imagen de la Sagrada Familia que hubo de emigrar de Nazaret a Egipto. Esto ha contribuido a que se les acoja con afecto fraterno y puedan obtener los mismos servicios que el resto de la población, especialmente en materia de educación y salud.

3. Es sabido también que, tanto el Gobierno de la República como los grupos más representativos de su país, acogiendo el llamado que hizo el Episcopado de Costa Rica, buscan encontrar las mejores soluciones a los más graves problemas detectados a través de procesos de concertación (cf. Comunicado de la Conferencia episcopal de Costa Rica, 1 de diciembre de 1997). La experiencia enseña que cuantas más instituciones y personas unen sus esfuerzos en la búsqueda de objetivos comunes para el bien de todos, más pronto y fácilmente se logra alcanzarlos. En cambio, la división lleva inexorablemente al retroceso y al estancamiento. A este respecto, es grato constatar que el pueblo costarricense, dando muestras de gran madurez cívica, busque en la concertación lo que jamás podría lograr por los caminos de la confrontación.

4. Por otra parte, usted ha puesto de relieve la importancia que la familia tiene en la sociedad, máxime en un país de larga tradición cristiana como es Costa Rica. Si la llamamos «célula fundamental de la sociedad» (Gratissimam sane, 4), es porque cuanto acontece dentro de la familia tiene hondas repercusiones en todo el cuerpo social. Es en la familia, especialmente la cristiana, donde los niños aprenden de sus padres el respeto por la vida humana, sagrada e inviolable desde el momento mismo de su concepción y hasta su ocaso. Ella es también escuela de acrisoladas virtudes, que va dando a la Iglesia y a la sociedad cristianos y ciudadanos ejemplares que luchan contra la corrupción, la violencia, la delincuencia y la degradación moral en sus más variadas y dolorosas manifestaciones. La colaboración en este campo entre el Estado y la Iglesia, en la escuela y en los medios de comunicación social, es indispensable para proteger y favorecer la familia como santuario de la vida y del amor, educadora de personas y promotora del desarrollo para todos.

5. Inspirada en las palabras de Jesús: «Pobres siempre tendréis con vosotros» (Jn 12,8), la Iglesia católica en su país, señor embajador, hace notables esfuerzos a todos los niveles por atender a los niños huérfanos y abandonados, a los ancianos desamparados, a los enfermos terminales de sida, así como por la construcción de instalaciones para acoger a mujeres que estuvieron tentadas de abortar. Asimismo, son laudables los esfuerzos, especialmente a nivel parroquial, que se hacen para atender a las familias afectadas por el desempleo, la falta de vivienda y el cuidado de miembros discapacitados. Ante estas situaciones es muy recomendable que el Estado, la Iglesia y la iniciativa privada sumen esfuerzos no sólo para asistir a los pobres, sino sobre todo para promocionarlos a través de la educación. Así podrán caminar por sus propios medios y ser responsables de su destino.

Se sabe también que su país realiza importantes esfuerzos por mejorar la economía. En este sentido, es de esperar que las mejoras económicas beneficien ante todo a la población más pobre. De este modo, la paz social, lejos de resquebrajarse, se fortalecerá cada día más en Costa Rica, pues no se ha de olvidar que la economía debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía.

6. Desde su independencia, las relaciones Iglesia-Estado en Costa Rica se han distinguido por el mutuo respeto y cordialidad. Respeto para no interferir en lo que es propio de cada institución, pero que lleva a apoyarse recíprocamente y colaborar por lograr el mayor bienestar para la comunidad nacional. Por esto, a través del diálogo constructivo, es posible la promoción de valores fundamentales para el ordenamiento de la sociedad, favoreciendo su desarrollo. A este respecto, aunque la misión de la Iglesia es de orden espiritual y no político, el fomentar cordiales relaciones entre la Iglesia y el Estado contribuye poderosamente a la armonía, progreso y bienestar de todos, sin distinción alguna.

7. En el momento en que usted inicia la alta función para la que ha sido designado, deseo formularle mis votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede apostólica, deseosa siempre de que se mantengan y consoliden cada vez más las buenas relaciones con Costa Rica. Al pedirle que tenga a bien transmitir estos sentimientos al señor presidente de la República, su Gobierno, autoridades y al querido pueblo costarricense, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de su patrona, Nuestra Señora de los Ángeles, asista siempre con sus dones a usted y su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble país, al que recuerdo siempre con particular afecto.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA

DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Viernes 30 de octubre de 1998

Querido cardenal Arinze;
eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
hermanos y hermanas en Cristo:

1. Me alegra tener esta oportunidad de saludaros a vosotros, miembros, consultores y personal del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, con ocasión de vuestra asamblea plenaria. Nos encontramos hoy en el marco del ya inminente gran jubileo del año 2000, un momento especial de gracia y alegría en el que toda la Iglesia elevará una gran oración de alabanza y acción de gracias al Padre por el inestimable don de la redención, que Cristo nos conquistó con su encarnación, su muerte y su resurrección.

Pronto entraremos en el tercer año, el último, de la preparación inmediata para este acontecimiento único en la historia de la salvación, un año durante el cual centraremos nuestra atención en la persona de Dios Padre, por el que Jesucristo fue enviado y al que regresó (cf. Jn Jn 16,28). Uno de los objetivos particulares de este último año de preparación, como subrayé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, es ensanchar los horizontes de los creyentes, para que toda la vida cristiana pueda verse «como una gran peregrinación hacia la casa del Padre», un viaje de fe, que «afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera» (n. 49).

2. Para lograr correctamente este «ensanchamiento de horizontes», es necesaria una conversión del corazón, una metanoia, que muy oportunamente ha sido objeto de vuestras reflexiones durante estos días. En efecto, el corazón humano es el punto de partida de este viaje interior, y desempeña un papel especial en todo diálogo religioso. Por eso, vuestras discusiones persiguen un fin muy importante. Ayudarán a la Iglesia a comprometerse de modo cada vez más pleno y eficaz en el diálogo con nuestros hermanos y hermanas de las diferentes tradiciones religiosas, especialmente con los musulmanes y, siguiendo las directrices de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, celebrada recientemente, con los seguidores del hinduismo, el budismo, el sintoísmo, y con los modos de pensar y vivir que ya estaban arraigados en Asia antes de la llegada del Evangelio a esas tierras.

Vuestras reflexiones se han situado de modo apropiado en el marco global del «diálogo de espiritualidad y espiritualidad del diálogo», continuación y profundización del tema de vuestra última asamblea plenaria. En efecto, no puede haber auténtica y duradera conversión del corazón sin espíritu de oración.

«La oración es el vínculo que nos une de forma más eficaz, pues en ella se realiza el encuentro de los creyentes cuando se superan desigualdades, incomprensiones, rencores y hostilidades; es decir, cuando se encuentran en Dios, Señor y Padre de todos» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1992, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 1991, p. 21). De esa forma podemos apreciar también la importancia de las comunidades cristianas de oración, especialmente las contemplativas, en las sociedades multirreligiosas. Además de testimoniar la buena nueva de Jesucristo, esas comunidades se convierten en puentes de fraternidad y solidaridad, fomentando un diálogo y una cooperación fecundos entre los cristianos y los seguidores de las demás religiones.

3. Nos hallamos en el umbral de un nuevo milenio, que se abre con el desafío planteado a la Iglesia de recoger los copiosos frutos de las semillas sembradas por el concilio Vaticano II. Con los padres conciliares, os exhorto a vosotros y a todos los hijos e hijas de la Iglesia a que, «con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcáis, guardéis y promováis aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentran en ellos» (Nostra aetate NAE 2). De este modo, la Iglesia estará atenta a la obra del Espíritu en el corazón de los demás creyentes, y seremos capaces de construir sobre los logros del pasado, consolidar los esfuerzos actuales y animar la futura cooperación entre todos los que buscan la verdad trascendente.

Invocando sobre vosotros la intercesión de María, Reina de los Apóstoles, de corazón os imparto mi bendición apostólica.

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA

Viernes 30 de octubre de 1998



Queridos hermanos y hermanas:

1. Al saludar a la Conferencia internacional de líderes carismáticos católicos, «doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en todo el mundo» (Rm 1,8). La Renovación carismática católica ha ayudado a muchos cristianos a redescubrir la presencia y la fuerza del Espíritu Santo en su vida, en la vida de la Iglesia y en el mundo; y este redescubrimiento ha despertado en ellos una fe en Cristo rebosante de alegría, un gran amor a la Iglesia y una entrega generosa a su misión evangelizadora. Durante este año dedicado al Espíritu Santo, me uno a vosotros para alabar a Dios por los grandes frutos que ha querido hacer madurar en vuestras comunidades y, mediante ellas, en las Iglesias particulares.

2. Como líderes de la Renovación carismática católica, una de vuestras primeras tareas consiste en salvaguardar la identidad católica de las comunidades carismáticas esparcidas por todo el mundo, e impulsarlas a mantener siempre un estrecho vínculo jerárquico con los obispos y con el Papa. Pertenecéis a un movimiento eclesial; y la palabra «eclesial» implica una precisa tarea de formación cristiana, que conlleva una profunda armonía entre la fe y la vida. La fe gozosa que anima a vuestras comunidades debe ir acompañada por una formación cristiana integral y fiel a la enseñanza de la Iglesia. De una sólida formación brotará una espiritualidad profundamente arraigada en las fuentes de la vida cristiana y capaz de responder a las cuestiones cruciales planteadas por la cultura actual. En mi reciente encíclica Fides et ratio, he puesto en guardia contra un fideísmo que no reconoce la importancia de la función de la€razón, no sólo para la comprensión de la fe, sino también para el acto mismo de fe.

3. El tema de vuestra Conferencia, «¡Que el fuego se vuelva a encender!», remite a las palabras de Cristo: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12,49). Al dirigir nuestra mirada hacia el gran jubileo, estas palabras resuenan con toda su fuerza. El Verbo de Dios encarnado nos trajo el fuego del amor y la verdad que salva. En el umbral del tercer milenio de la era cristiana, ¡cuán grande es el desafío evangélico!: «Ve hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28).

Acompaño vuestra Conferencia con mis oraciones, confiando en que dé grandes frutos espirituales para la Renovación carismática católica en todo el mundo. Que María, Esposa del Espíritu y Madre de Cristo, vele por todo lo que hacéis en nombre de su Hijo. A todos vosotros, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL

DE ESTUDIO SOBRE LA INQUISICIÓN



Sábado 31 de octubre de 1998




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;

Discursos 1998 - Jueves 29 de octubre de 1998