Discursos 1998 - Viernes 13 de noviembre de 1998

En particular, la diplomacia pontificia se apoya en la unidad que existe dentro de la Iglesia católica, presente en casi todos los países del mundo. La comunión que asegura las relaciones entre las diferentes Iglesias particulares y el Obispo de Roma, además de ser un principio eclesiológico imprescriptible, constituye también una riqueza internacional.

Agradeciéndoos vuestra contribución a la reflexión sobre los criterios que guían la diplomacia de la Sede apostólica, con vuestras investigaciones y con la documentación propuesta, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros y a todos vuestros seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS HERMANAS DE SANTA ISABEL

Sábado 14 de noviembre de 1998



Amadísimas hermanas:

1. Os doy a todas mi bienvenida y os agradezco cordialmente esta visita, con la que habéis querido testimoniar vuestra generosa y profunda fidelidad a la persona y al magisterio del Sucesor de Pedro, durante vuestro vigésimo primer capítulo general. Deseo dirigir un saludo particular a la madre Margarita Wisniewska, a quien también felicito por su reelección como superiora general: ojalá que con la ayuda de Dios siga guiando a sus hermanas con competencia y sabiduría hacia una fidelidad cada vez más intensa al carisma originario y hacia nuevas metas de generoso servicio a los más pobres.

Saludo a las capitulares y a toda la familia religiosa de las Hermanas de Santa Isabel que, en numerosas naciones del mundo, con admirable entrega, son signo especial de la ternura de Dios hacia sus hermanos necesitados y enfermos, dando un testimonio concreto del misterio de la Iglesia, virgen, esposa y madre. También deseo animar a los miembros de la Comunidad apostólica de Santa Isabel que, viviendo intensamente su consagración bautismal, comparten el carisma y la misión de la congregación, haciendo presente con su vida y su trabajo el amor misericordioso de Dios.

Vuestra congregación nació en 1842 de la fe y del corazón de cuatro mujeres de la ciudad polaca de Nysa, que entonces pertenecía a Alemania, quienes, frente a las necesidades de los más indigentes, se sintieron llamadas a entregarse con corazón indiviso a Cristo, para gastar todas sus energías al servicio de su reino de amor.

Para alcanzar esa meta, teniendo como punto de referencia el ejemplo del buen samaritano y poniéndose bajo la protección especial del Sagrado Corazón de Jesús, tomaron como modelo a una mujer llena de amor a Dios y a los más necesitados de su tiempo, santa Isabel de Hungría, y quisieron que fuera la patrona especial del instituto.

2. Amadísimas hermanas, las enseñanzas y los ejemplos de los santos impulsan a los creyentes a seguir el camino de la perfección evangélica para anunciar con entusiasmo el reino de Dios y testimoniar el Evangelio con una vida totalmente entregada al Señor. Por este motivo, en la exhortación apostólica Vita consecrata, recordé que «los institutos están invitados a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor» (n. 37).

También vosotras, sostenidas por el recuerdo siempre vivo de vuestras fundadoras, durante estos días de reuniones capitulares os habéis puesto a la escucha del Espíritu Santo, para leer con sabiduría los signos de los tiempos y responder con fidelidad creativa a los desafíos que se os presentan en este último tramo de siglo y de milenio. Conscientes de que la vida religiosa «pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la Iglesia» (ib., 29) y «anuncia y, en cierto sentido, anticipa el tiempo futuro» (ib., 32), habéis emprendido un proceso de valiente renovación, para vivir de manera más intensa la maternidad «según el Espíritu» (Rm 8,4) en el servicio a los pobres, los enfermos y los marginados, en la educación cristiana de la infancia y de la juventud, y en la formación religiosa de los adultos (cf. Mulieris dignitatem MD 21).

3. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). En estas palabras del Señor habéis reconocido la meta y el programa de vuestra vida como consagradas y la motivación de la actualización de vuestra vida comunitaria y de vuestro compromiso apostólico.

En efecto, la posibilidad de una renovada fidelidad al carisma de los orígenes se funda, ante todo, en la escucha atenta y humilde del Señor y en la capacidad de descubrir en los hermanos el rostro de Jesús, sirviendo así al reino de Dios.

Durante vuestros trabajos capitulares, con razón habéis subrayado una mayor comprensión de la Palabra revelada, para que ilumine y guíe la vida comunitaria, y la enriquezca con la contemplación, la entrega generosa, la comunión gozosa y la caridad recíproca.

La confrontación diaria con las rápidas y profundas transformaciones que tienen lugar en la sociedad actual, y con una cultura que, aun secularizada, es sensible al testimonio de los creyentes auténticos, os impulsa a desarrollar particularmente la dimensión misionera, propia de vuestro carisma, y a buscar la forma de afrontar esos desafíos sociales y religiosos.

Vuestro anhelo de mayor fidelidad al carisma de vuestras fundadoras y de ardiente compromiso misionero no puede menos de llevaros a realizar un esfuerzo para corresponder de manera cada vez más generosa a la gracia de la vocación. Esto supone una esmerada formación, extendida a todas las fases de la vida religiosa, con la finalidad de preparar personas maduras y coherentes, que sepan llevar el mensaje de Cristo a las personas afectadas por las formas modernas de pobreza física y espiritual, sanando las heridas y difundiendo la esperanza. Que vuestras comunidades sean lugares de acogida y casas de misericordia para los enfermos, los ancianos, los pequeños, y los que sufren innumerables formas de marginación, presentes también en los países más avanzados.

4. Amadísimas hermanas, os encomiendo a cada una de vosotras y a toda vuestra familia religiosa a la protección materna de la santísima Virgen, y os expreso mi deseo de que vuestro capítulo sepa reavivar, ya en el umbral de un nuevo milenio, el celo y la fe de vuestras fundadoras y el ejemplo de caridad de vuestra patrona celestial.

Con estos deseos, invoco sobre vosotras, sobre vuestro servicio diario y sobre vuestros proyectos, así como sobre los laicos que comparten vuestro carisma y vuestra misión, y sobre todos aquellos con quienes os encontréis en vuestro camino, las recompensas celestiales, y os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE DIRIGENTES DEL FONDO DE SEGUROS

PARA AGRICULTORES DE ITALIA


Sábado 14 de noviembre de 1998




Amadísimos hermanos y hermanas:

Os doy a todos mi cordial bienvenida a este encuentro, que habéis deseado tanto y con el que habéis querido dar mayor solemnidad a las celebraciones del septuagésimo aniversario de la fundación de esta institución. Saludo al doctor Giancarlo Giannini, administrador delegado del grupo, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes y de los miembros de la asociación. Saludo, asimismo, a todos los dirigentes; les expreso mi gratitud por su compromiso en favor del mundo agrícola y los aliento a seguir apoyando con decisión la realidad rural.

Las rápidas y profundas transformaciones de la sociedad, que han impulsado los fenómenos de la urbanización y el abandono de los campos, desde hace algunos años están obligando al mundo agrícola a revisar su función y a adecuarse a las tecnologías modernas. A pesar de esos cambios, sigue siendo una gran reserva económica y moral de la nación, una realidad que hay que proteger y sostener, para el desarrollo armonioso de la sociedad entera.

Vuestra asociación, con su presencia extendida por todo el territorio italiano, desde hace setenta años está al servicio de esa realidad y de su desarrollo.

Al manifestaros mi gran aprecio por vuestra benemérita labor, formulo votos para que el Fondo de seguros para agricultores, aprovechando la experiencia acumulada desde el comienzo de su fundación, prosiga con renovado empeño su servicio al mundo rural, no sólo garantizando el éxito económico y productivo, sino también la permanencia y el desarrollo de la cultura rural con su gran patrimonio de valores cristianos y humanos.

Con estos deseos, invoco sobre vuestro trabajo y vuestra sociedad la protección materna de la santísima Virgen, y os imparto a cada uno de vosotros, a los miembros de vuestro grupo y a vuestras familias, una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA FEDERACIÓN DE ASOCIACIONES DEL CLERO EN ITALIA

Lunes 16 de noviembre de 1998



Amadísimos hermanos:

1. ¡Bienvenidos! Os dirijo a todos mi cordial saludo, con ocasión de esta grata visita, expresión del fuerte y sincero vínculo con la Cátedra de Pedro que ha caracterizado siempre a la Federación de asociaciones del clero en Italia. Os saludo con afecto a todos y doy las gracias de modo particular a vuestro presidente, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.

Conozco las actividades que realizáis en favor de gran parte del clero que vive y trabaja en Italia. Procuráis salir al encuentro de las esperanzas y preocupaciones que, en diversos niveles, afectan a la vida espiritual, pastoral, social, jurídica y económica de los presbíteros y los diáconos. Por tanto, prestáis un gran servicio en las diócesis y en el entramado de relaciones de toda la Iglesia en Italia.

Me alegro por ello y me uno a vosotros en la acción de gracias al Señor, que ama a sus ministros con singular predilección y que precisamente a ellos les ha señalado que la actitud de servicio recíproco es el modelo que deben testimoniar y anunciar a todos los cristianos y a todo el mundo.

2. Al mismo tiempo, quisiera alentaros a perseverar en vuestro compromiso, intensificando los esfuerzos, coordinando las intervenciones y superando los posibles obstáculos y el desaliento.

Sed conscientes de que vuestra acción redunda en beneficio de toda la comunidad eclesial, llamada a responder hoy a muchos desafíos nuevos.

Por lo que atañe a vuestra misión específica al servicio del clero, quisiera destacar tres aspectos de gran importancia.

Ante todo, el compromiso del diálogo en un tiempo de indiferencia, particularmente entre los hermanos en el sacerdocio, con el propio obispo, con las comunidades, con las personas que se han alejado de la Iglesia, y con cualquiera que atraviese dificultades.

A ese diálogo provechoso e indispensable hay que añadir la exigencia de una colaboración constante, que es búsqueda de un camino común, entre los ministros ordenados y los laicos, para la realización del reino de Dios en el mundo.

Por último, en ese camino es cada vez mayor la necesidad de signos concretos, en este tiempo de inflación de palabras. Es decir, se trata de construir, con la humildad de los gestos, unas relaciones reales y tangibles de amistad y comunión.

3. Queridos hermanos en el sacerdocio, que el Señor os apoye e ilumine con la fuerza de su Espíritu, para que podáis ayudar a la Federación de asociaciones del clero en Italia a responder a estas exigencias con apertura de mente y de corazón.

Con este fin, invoco también la asistencia de María, Madre de la Iglesia, y, a la vez que os aseguro mi constante recuerdo en la oración, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros y a todos los que forman parte de vuestra asociación.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PROFESORES Y ALUMNOS

DE LA UNIVERSIDAD LUISS DE ROMA


Martes 17 de noviembre de 1998



Señor presidente;
rector magnífico;
ilustres huéspedes y profesores;
gentil personal técnico-administrativo;
amadísimos estudiantes:

1. Es para mí motivo de gran alegría encontrarme hoy con la comunidad universitaria de la Universidad libre internacional de estudios sociales Guido Carli, con los miembros del Senado académico y del consejo de administración. Gracias por vuestra invitación.

Agradezco al presidente, al rector magnífico y al joven alumno las palabras de saludo que me han dirigido en nombre de toda la universidad. Saludo al cardenal vicario, al ministro de Universidades e investigación científica, y a los rectores de las universidades romanas, que con su presencia honran nuestro encuentro.

Esta visita adquiere un significado particular, puesto que precede inmediatamente a la apertura del año misionero, que la Iglesia de Roma dedica al anuncio del Evangelio en los ambientes de vida y de trabajo de la ciudad.

Las palabras del apóstol san Pablo que acabamos de proclamar nos han sugerido el auténtico significado de la misión ciudadana. Es un gesto de amor de la comunidad cristiana de Roma hacia los hombres y mujeres que viven en la ciudad, y una invitación a dejarse guiar por el Evangelio para promover por doquier los grandes valores humanos y civiles.

2. La enseñanza de san Pablo ilumina también la vida de la universidad, ya que exhorta a buscar en la caridad las razones últimas de su ser y de su obrar.

En efecto, la institución universitaria, que nació del corazón de la Iglesia, se ha caracterizado a lo largo de los siglos por el cultivo del saber y la búsqueda asidua de la verdad al servicio del bien del hombre.

La investigación científica, que se realiza con ardua y constante dedicación, con entusiasmo y osadía intelectual, afecta tanto a los ámbitos de antigua tradición científica como a los más recientes, entre los que destacan las disciplinas económicas y sociales, muy estrechamente relacionadas con la vida diaria y las estructuras de la sociedad global.

Jamás puede ignorar la dimensión humanística, que corresponde a la universidad en el ámbito de la profundización del saber, de su adecuada transmisión y de su insustituible misión educativa.

En efecto, la universidad se sitúa en la tradición de la caritas intellectualis, en la que el saber y la experiencia del descubrimiento científico, al igual que la de la inspiración artística, se transforman en dones que se comunican como una gran energía. La fe cristiana reconoce en ello la verdadera sabiduría, don del Espíritu Santo (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q.45, a.3).

Asimismo, en la formación universitaria, la caritas intellectualis es fuente de relaciones interpersonales significativas, que ofrecen a cada uno la posibilidad de expresar plenamente su identidad irrepetible y de poner al servicio de ese objetivo los instrumentos para desempeñar su profesión.

3. El perfil académico de la actividad universitaria exige prestar atención a la vida de la ciudad, para que la profesionalidad científica se convierta en auténtica misión y en servicio al progreso de todo el hombre y de todos los hombres. Es preciso que esa atención se complemente con formas significativas de la comunión intelectual y espiritual entre discípulos y maestros, que era el aspecto característico de la universidad medieval.

Las exigencias de una especialización cada vez más articulada y la dispersión de las diversas instituciones universitarias en el entramado de la ciudad no siempre favorecen esa comunión intelectual y vital que, no obstante, puede encontrar un instrumento interesante en las modernas y renovadas tecnologías, que abren caminos de interconexión y comunicación hasta hace poco inimaginables.

Además, la necesaria relación entre exigencias económicas y profesionales jamás debe hacer perder de vista el objetivo principal de la enseñanza, que tiende a formar sobre todo maestros de vida. De igual modo, la correlación entre la realidad universitaria y el mundo de la economía y de la empresa, en sí misma legítima y a menudo fecunda, no puede ser condicionada por una visión simplemente pragmática que, en definitiva, resultaría reductiva y estéril. Más bien, debe dejarse guiar por criterios basados en la concepción cristiana de la persona y de la comunidad, que refuercen y exalten también en nuestro tiempo la dimensión cultural y social de la universidad.

4. Hay otro aspecto importante que deseo proponer. En la encíclica Fides et ratio subrayé «el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón» (n. 16): en virtud de este vínculo, la palabra de la fe, al iluminar y orientar el camino de la razón, no permite que el don de la inteligencia se encierre, incierto y derrotado, dentro de un horizonte en el que todo se reduce a opinión (cf. ib., 5). Por el contrario, lo sostiene y lo estimula continuamente a elevar la mirada, hasta llegar a los confines mismos del misterio, núcleo generador y energía que impulsa a toda cultura auténtica, en la que el fragmento revela un Todo que lo trasciende. En efecto, «toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios» (ib., 2).

La Iglesia en Italia, consciente de ello, está elaborando desde hace algunos años un proyecto cultural que, sobre la base de los valores cristianos, pretende dar una ulterior contribución a la renovación del entramado social y cultural de la nación. De este modo, la fe cristiana quiere responder a los interrogantes que agitan el corazón del hombre y guiar sus pasos para que, mientras nos preparamos a cruzar el umbral del tercer milenio, se reavive la esperanza y se refuerce la solidaridad entre los hombres.

5. Encomiendo estas reflexiones de modo particular a vosotros, que actuáis en esta universidad, para que podáis contribuir a su crecimiento espiritual y cultural. Además, deseo agradeceros vuestra colaboración en la preparación del jubileo de los profesores universitarios, que se celebrará en septiembre del año 2000, y vuestra generosa disponibilidad a acoger uno de los congresos previstos con esa ocasión.

Mi pensamiento va, de modo especial, a vosotros, queridos alumnos. Avanzad con generosidad por el camino de la caridad intelectual, para ser promotores de una auténtica renovación social, que contrarreste las graves formas de injusticia que amenazan la vida de los hombres. Amad vuestro estudio, sed humildes al aprender, y estad dispuestos a poner al servicio de todos los conocimientos adquiridos durante los valiosos años de vuestro itinerario universitario.

Que os acompañe a todos la bendición de Dios, que invoco en abundancia sobre cada uno de vosotros.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL

SOBRE EL CINE


Jueves 19 de noviembre de 1998



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra recibiros con ocasión del congreso internacional de estudio dedicado al tema: «Arte, vida y representación cinematográfica. Sentido estético, exigencias espirituales e instancias culturales». Os doy mi cordial bienvenida a cada uno.

Saludo y agradezco de modo particular al cardenal Paul Poupard las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Expreso, asimismo, mi estima a los miembros del Consejo pontificio para la cultura y del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales que, en colaboración con la Oficina de espectáculos (de la Conferencia episcopal italiana), han reunido a estudiosos y aficionados al cine, prosiguiendo una interesante iniciativa ya experimentada positivamente el año pasado. Estas intensas jornadas, con la ayuda de expertos, directores, guionistas y críticos de arte y especialistas en técnicas de comunicación, os han permitido reflexionar en el lenguaje del cine, a menudo elevado a la categoría de auténtico arte, que la Iglesia contempla cada vez con mayor atención e interés.

Me congratulo con vosotros porque, para afrontar estos temas y responder adecuadamente a los desafíos de la cultura contemporánea, habéis aprovechado los recursos y las competencias de vuestros dicasterios, a fin de dar juntos una significativa contribución al compromiso común de evangelización, especialmente en la perspectiva del próximo milenio. A los promotores y organizadores, a los relatores y participantes, así como a cuantos están comprometidos en el ámbito de la cultura, del cine, de las comunicaciones y de las artes, expreso mi más ferviente deseo de que vuestra actividad sea fecunda.

2. El año pasado, al recibir a los participantes en el congreso sobre: «El cine, vehículo de espiritualidad y cultura», subrayé que esta forma moderna de comunicación y cultura, si es bien concebida, producida y difundida, «puede contribuir al crecimiento de un verdadero humanismo» (Discurso del 1 de diciembre de 1997, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de diciembre de 1997, p. 8). Me alegra constatar que, prosiguiendo por este camino, el encuentro de este año está dedicado al cine y al valor de la vida.

En efecto, durante estos días habéis reflexionado en el cine como medio adecuado para defender la dignidad del hombre y el valor de la vida. A este respecto, es muy oportuna la exhortación de los obispos italianos «Transmitir la vida », dirigida a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, con ocasión de la vigésima Jornada en favor de la vida. Fue propuesta en el marco del «Proyecto cultural orientado en sentido cristiano», que la comunidad eclesial está profundizando en el umbral del tercer milenio. En este proyecto no puede faltar la aportación del cine; más aún, desempeña un papel destacado, dado que constituye el punto de encuentro entre el mundo de las comunicaciones sociales y otras formas culturales. Pensemos en cuánto puede influir, positiva o negativamente, el cine en la opinión pública y en las conciencias, sobre todo de los jóvenes. La vida humana posee un carácter sagrado, que es preciso defender y promover siempre. Es don sublime de Dios. Se trata de un desafío que todos deben aceptar responsablemente, a fin de que el cine se convierta en un medio expresivo adecuado para presentar el valor de la vida, respetando la dignidad de la persona.

3. A este respecto, el cine puede dar y hacer mucho. Lo testimonian elocuentemente las tres películas que habéis elegido para vuestro encuentro. Como acaba de recordar el cardenal Poupard, el cine, ya desde su nacimiento, es el espejo del espíritu humano, que busca constantemente a Dios, a menudo incluso sin darse cuenta. Con efectos especiales e imágenes sorprendentes, sabe explorar de manera profunda el universo del ser humano. Sabe encarnar en las imágenes la vida y su misterio. Además, cuando alcanza las cimas de la poesía, unificando y armonizando diferentes artes, como por ejemplo la literatura, el teatro, la música y la declamación, puede convertirse en fuente de admiración interior y de profunda meditación.

Por eso, la libertad creativa del autor, facilitada por los medios tecnológicos de vanguardia, está llamada hoy a ser vehículo de transmisión de un mensaje positivo que se refiera constantemente a la verdad, a Dios y a la dignidad del hombre.

La cultura y sus campos de investigación, las comunicaciones sociales y sus consecuencias amplias y complejas, las artes y su encanto, que enriquecen la vida y la abren a la belleza y a la verdad de Dios, están en el centro de la misión de la Iglesia, que se preocupa por el hombre en su relación constitutiva y vital con Dios, y en sus relaciones con sus semejantes y con toda la realidad creada.

Por eso, la Iglesia considera el cine como una peculiar expresión artística del año 2000, y lo anima en su función pedagógica, cultural y pastoral. En las secuencias cinematográficas confluyen creatividad y progreso técnico, inteligencia y reflexión, fantasía y realidad, sueño y sentimientos. El cine constituye un medio fascinante para transmitir el perenne mensaje de la vida y describir sus extraordinarias maravillas. Al mismo tiempo, puede transformarse en un lenguaje fuerte y eficaz para censurar la violencia y los atropellos. Así, enseña y denuncia, conserva la memoria del pasado, se convierte en conciencia viva del presente e impulsa la búsqueda de un futuro mejor.

4. Con todo, la técnica cinematográfica no debe prevalecer jamás sobre el hombre y sobre la vida, subordinándolos a la creación artística. El progreso científico ha abierto al cine horizontes hasta hace poco tiempo inimaginables, permitiendo que las imágenes superen, en el bien y en el mal, las demás obras de la creatividad humana y capten la atención y la admiración del espectador. Al mismo tiempo, el cine, tentado de considerarse a sí mismo como fin, ha llegado a veces a perder el contacto con la realidad y con los valores positivos de la vida. ¡Cuántas veces las imágenes envilecen al ser humano, desfigurando y anulando su humanidad, y convirtiéndose en vehículo de degradación, más que de crecimiento!

Vosotros sois los primeros en estar convencidos de ello: el cine no puede expresarse plenamente sin una clara y constante referencia a los valores morales y a los fines para los que nació. A cuantos trabajan en este campo corresponde explorar con competencia y experiencia el sentido positivo de la cinematografía, ayudando a los escenógrafos, productores y actores a convertirse, con su genio y fantasía, en mensajeros de civilización y de paz, de esperanza y de solidaridad; en una palabra, en mensajeros de auténtica humanidad.

Deseo de corazón que las personas que trabajan en el mundo del cine se sientan responsables de la gran tarea de promover un auténtico humanismo. Invito a los cristianos a ser corresponsables con ellas en esta vasta cooperación artística y profesional, para defender y fomentar los verdaderos valores de la existencia humana. Se trata de un servicio valioso que prestan a la obra de la nueva evangelización, con vistas al tercer milenio.

Con este fin, invoco sobre vuestras personas y sobre vuestra actividad la abundancia de los dones del Espíritu Santo. Y como signo de mi estima y mi afecto, os imparto de buen grado a vosotros, así como a vuestros colaboradores y a vuestras familias, una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN

PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS


Viernes 20 de noviembre de 1998



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, miembros de la plenaria y oficiales del dicasterio para la evangelización de los pueblos. Agradezco al señor cardenal Jozef Tomko las amables palabras que ha querido dirigirme, también en nombre de los presentes. Os saludo a cada uno y os agradezco el generoso empeño con que os dedicáis a la difusión del mensaje evangélico.

El tema de vuestra plenaria de este año versa sobre «la dimensión misionera de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica». Se trata de un tema de gran importancia y actualidad, porque sigue la línea de las enseñanzas de la encíclica Redemptoris missio y de la exhortación apostólica Vita consecrata.

Habéis hecho muy bien en centrar vuestras reflexiones en el papel de la vida consagrada en la misión ad gentes.En efecto, es grande la contribución que da a la evangelización la numerosa multitud de monjes, religiosos y miembros de institutos de vida religiosa y misionera, y de sociedades de vida apostólica. Durante el último siglo también las religiosas se han insertado en gran número en el dinamismo misionero, manifestando con su carisma peculiar el rostro misericordioso de Dios y el corazón materno de la Iglesia.

La historia de todos los pueblos se ha enriquecido con el influjo de la presencia de los consagrados, con su testimonio, con su actividad caritativa y evangelizadora, y con su sacrificio. Y todo esto no es sólo historia del pasado. En los territorios de misión, siguen siendo numerosos los sacerdotes religiosos; con las religiosas y los hermanos, constituyen la mayoría de las fuerzas vivas para la misión. En los países en que la Iglesia ha reanudado recientemente su presencia, los religiosos siguen estando en la vanguardia de la proclamación del Evangelio a todos los pueblos.

Hoy quisiera renovar a los religiosos y a las religiosas mi más vivo aliento y mi gratitud. Queridos hermanos, el Papa y toda la Iglesia cuentan con vosotros, sobre todo para la misión ad gentes, que constituye la tarea primordial y el paradigma de toda la misión de la Iglesia (cf. Redemptoris missio RMi 34 y 66).

2. A la luz de las enseñanzas del concilio Vaticano II, son numerosos los signos del Espíritu que influyen en la vida consagrada y en su papel misionero. También gracias a los Sínodos, en la Iglesia se ha tomado mayor conciencia de la vocación misionera que afecta a los diversos estados de vida: cristianos laicos, ministros ordenados y consagrados. Dentro de la comunidad cristiana estos estados son necesarios y complementarios; por eso, hay que promoverlos y animarlos en la comunión recíproca.

Además, durante los años del posconcilio, los miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica se han dedicado con generosidad a la renovación propuesta por la Iglesia y a la profundización de sus carismas específicos. Así, han redescubierto la dimensión misionera insita en la constitución y en la praxis de cada uno de ellos.

Demos gracias al Señor también porque las vocaciones a la vida consagrada en sus diversas formas están aumentando de modo evidente en las Iglesias jóvenes, lo cual hace tener buenas esperanzas con respecto al futuro de la misi ón. Los religiosos y las religiosas que provienen de esas Iglesias ayudan con su presencia activa y contribuyen a la obra misionera universal.

También los obispos, pastores del pueblo cristiano, animadores de la comunión eclesial e impulsores del compromiso pastoral, durante estos años han comprendido con más claridad su papel de custodios y promotores de los carismas de la vida consagrada. Como escribí en la citada exhortación apostólica Vita consecrata: «Los obispos en el Sínodo lo han confirmado muchas veces: de re nostra agitur, es algo que nos afecta. En realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión» (n. 3). A este propósito, dirijo un apremiante llamamiento a los obispos responsables de institutos diocesanos, numerosos en muchos territorios de misión, para que dediquen especial atención a la formación y al crecimiento espiritual de los candidatos.

3. A pesar de los grandes progresos logrados hasta ahora, las necesidades de la misión ad gentes siguen siendo todavía inmensas y urgentes. En la Redemptoris missio escribí: «La actividad misionera representa aún hoy el mayor desafío para la Iglesia. Mientras se aproxima el final del segundo milenio de la Redención, resulta cada vez más evidente que las gentes que todavía no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayoría de la humanidad» (n. 40). Y añadí: «Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu» (ib., 30). También con ocasión del nombramiento de obispos en algunas diócesis, especialmente de Asia, me doy cuenta de que la misión es aún incipiente.

La misión ad gentes, en el umbral del tercer milenio, exige un renovado impulso y nuevos misioneros, interpelando ante todo, en virtud de su vocación, precisamente a los consagrados. Lo subrayé en la mencionada exhortación apostólica: «Este deber continúa urgiendo hoy a los institutos de vida consagrada y a las sociedades de vida apostólica: el anuncio del Evangelio de Cristo espera de ellos la máxima aportación posible. También los institutos que surgen y que operan en las Iglesias jóvenes están invitados a abrirse a la misión entre los no cristianos, dentro y fuera de su patria. A pesar de las comprensibles dificultades que algunos de ellos puedan atravesar, conviene recordar a todos que, así como la fe se fortalece dándola, también la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad. Por su parte, la actividad misionera ofrece amplios espacios para acoger las variadas formas de vida consagrada» (Vita consecrata VC 78).

Por consiguiente, invito a los institutos de consagración especial a comprometerse aún más en la misión ad gentes, convencido de que este celo misionero les atraerá vocaciones auténticas y será levadura para la verdadera renovación de las comunidades.

Me dirijo ahora a vosotros, queridos pastores de Iglesias antiguas y jóvenes, pidiéndoos no sólo que cultivéis la vida consagrada, sino también que la impulséis en ese sentido. Los institutos exclusivamente misioneros esperan ser confirmados y apoyados en la primera evangelización y en la animación misionera (cf. Redemptoris missio RMi 65-66); las religiosas y los religiosos, tanto contemplativos como activos, necesitan ser estimulados a «contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su instituto» (Código de derecho canónico, c. 783; cf. Redemptoris missio RMi 69); es preciso animar a las personas consagradas, al igual que a los sacerdotes diocesanos y a los laicos, a comprometerse en la misión ad gentes, aunque sea durante períodos limitados de su ministerio (cf. Redemptoris missio RMi 67-68).

La Iglesia entera necesita este nuevo compromiso apostólico. En efecto, la evangelización y la obra misionera son la contribución inicial y fundamental que da a la humanidad. Espíritu misionero de los consagrados

4. Es evidente que la misión no consiste y no se agota en una actividad de mera organización, sino que está relacionada estrechamente con la vocación universal a la santidad (cf. Redemptoris missio RMi 90). Esto vale para todo cristiano y, con mayor razón, para los cristianos que viven su fe compartiendo el proyecto de un instituto de vida consagrada o de una sociedad de vida apostólica. Están llamados a una relación íntima con Dios, que es amor (cf. Vita consecrata VC 84). La profesión religiosa les exige una conformación cada vez más integral y visible a Cristo casto, pobre y obediente (cf. ib., 93). La vida comunitaria los impulsa a vivir la comunión y a ser signos e instrumentos de unidad en el pueblo de Dios (cf. ib., 51), al tiempo que el servicio eclesial los invita a la coherencia entre su vida y su actividad apostólica (cf. ib., 85).

«Tender a la santidad» es, en síntesis, el programa de toda vida consagrada. «Dejando todo por Cristo, anteponiéndolo a cualquier otra cosa para poder participar plenamente en su misterio pascual » (ib., 93): éste es el sentido de un seguimiento capaz de implicar y transformar a las personas.

A este programa y a este seguimiento las comunidades de vida consagrada, también en las Iglesias jóvenes, han de dedicar la mayor atención y han de convertirse en oasis y en «escuelas de verdadera espiritualidad evangélica», señalándose a sí mismas y señalando a los demás fieles y al mundo los valores definitivos y las metas últimas del camino humano.

Encomendando a la protección de María santísima, Reina de los Apóstoles, vuestra asamblea plenaria, invoco su asistencia materna sobre todos los consagrados y las consagradas implicados en la acción misionera en todos los rincones de la tierra.

A todos y a cada uno os aseguro mi recuerdo en la oración, y os imparto de buen grado una especial bendición apostólica.

Discursos 1998 - Viernes 13 de noviembre de 1998