Audiencias 1999 16

Abril de 1999


Miércoles 7 de abril de 1999


El amor exigente del Padre

1. El amor que Dios Padre siente por nosotros no puede dejarnos indiferentes; más aún, nos exige corresponder a él con un compromiso constante de amor. Este compromiso cobra un significado cada vez más profundo cuanto más nos acercamos a Jesús, que vive plenamente en comunión con el Padre, convirtiéndose en nuestro modelo.

17 En el marco cultural del Antiguo Testamento, la autoridad del padre es absoluta, y se la considera un punto de referencia para describir la autoridad de Dios creador, a quien no es lícito contradecir. En el libro del profeta Isaías se lee: «¡Ay del que dice a su padre!: "¿Qué has engendrado?", y a su madre: "¿Qué has dado a luz?". Así dice el Señor, el Santo de Israel, que lo ha modelado: "a¿Vais a pedirme señales acerca de mis hijos y a darme órdenes acerca de la obra de mis manos?"» (Is 45,10 s). Un padre también tiene la tarea de guiar a su hijo, reprendiéndolo con severidad, si fuera necesario. El libro de los Proverbios recuerda que esto vale también para Dios: «El Señor reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido» (Pr 3,12 cf. Ps 103,13). Por su parte, el profeta Malaquías testimonia el afecto y la compasión que Dios siente por sus hijos (cf. Ml Ml 3,17), pero se trata siempre de un amor exigente: «Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel» (Ml 3,22).

2. La ley que Dios da a su pueblo no es un peso impuesto por un amo despótico; es la expresión del amor paterno, que indica el sendero recto de la conducta humana y la condición para heredar las promesas divinas. Éste es el sentido de la prescripción del Deuteronomio: «Guarda los mandamientos del Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y temiéndole, pues el Señor tu Dios te conduce a una tierra buena» (Dt 8,6-7). La ley, al sancionar la alianza entre Dios y los hijos de Israel, está dictada por el amor. Sin embargo, su transgresión tiene consecuencias dolorosas, aunque se rigen siempre por la lógica del amor, porque obligan al hombre a tomar conciencia saludable de una dimensión constitutiva de su ser. «Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él» (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1432).

Si el hombre se separa de su Creador, cae necesariamente en el mal, en la muerte, en la nada. Por el contrario, la adhesión a Dios es fuente de vida y bendición. Es lo que subraya el mismo libro del Deuteronomio: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas al Señor tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión» (Dt 30,15 s).

3. Jesús no vino a abolir la Ley en sus valores fundamentales, sino a perfeccionarla, como él mismo dijo en el sermón de la montaña: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17).

Jesús enseña que el precepto del amor es el centro de la Ley, y desarrolla sus exigencias radicales. Al ampliar el precepto del Antiguo Testamento, manda amar a amigos y enemigos, y explica esta extensión del precepto, haciendo referencia a la paternidad de Dios: «Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,43-45 cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 2784).

Con Jesús se produce un salto de calidad: él sintetiza la Ley y los profetas en una sola norma, tan sencilla en su formulación como difícil en su aplicación: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7,12). Incluso presenta esta norma como el camino que hay que recorrer para ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5,48). El que obra así, da testimonio ante los hombres, para que glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16), y se dispone a recibir el reino que él ha preparado para los justos, según las palabras de Cristo en el juicio final: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).

4. Jesús, al mismo tiempo que anuncia el amor del Padre, nunca deja de recordar que se trata de un amor exigente. Este rasgo del rostro de Dios se aprecia en toda la vida de Jesús. Su «alimento» consiste en hacer la voluntad del que lo envió (cf. Jn 4,34). Precisamente porque no busca su voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió al mundo, su juicio es justo (cf. Jn 5,30). Por eso, el Padre da testimonio de él (cf. Jn 5,37), y también las Escrituras (cf. Jn 5,39). Sobre todo las obras que realiza en nombre del Padre garantizan que fue enviado por él (cf. Jn 5,36 Jn 10,25 Jn 10,37-38). Entre ellas, la más importante es la de dar su vida, como el Padre se lo ha ordenado: esta entrega es precisamente la razón por la que el Padre lo ama (cf. Jn 10,17-18) y el signo de que él ama al Padre (cf. Jn 14,31). Si ya la ley del Deuteronomio era camino y garantía de vida, la ley del Nuevo Testamento lo es de modo inédito y paradójico, expresándose en el mandamiento de amar a los hermanos hasta dar la vida por ellos (cf. Jn 15,12-13).

El «mandamiento nuevo» del amor, como recuerda san Juan Crisóstomo, tiene su razón última de ser en el amor divino: «No podéis llamar padre vuestro al Dios de toda bondad, si vuestro corazón es cruel e inhumano, pues en ese caso ya no tenéis la impronta de la bondad del Padre celestial» (Hom. in illud «Angusta est porta»: PG 51, 44B). Desde esta perspectiva, hay a la vez continuidad y superación: la Ley se transforma y se profundiza como Ley del amor, la única que refleja el rostro paterno de Dios.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a las participantes en el IV cursillo de colaboradoras del «Regnum Christi» y a la cofradía de la Virgen de la Soterraña, de Olmedo, que celebra el 75° aniversario de la coronación de la imagen, así como a los seminaristas de Barcelona y Barbastro y a los alumnos del colegio San Luis de los Franceses, de Madrid. A todos os bendigo de corazón, invitándoos a descubrir las exigencias del amor de Dios Padre.

(En croata)
18 Si la Iglesia que está en Croacia permanece fiel a Cristo, podrá responder de forma adecuada a las expectativas y desafíos del momento presente.

(En italiano)
Saludo a los jóvenes presentes, especialmente a los numerosos grupos de muchachos y muchachas que hacen este año su «profesión de fe». Provienen de diversos arciprestazgos, parroquias y oratorios de Lombardía. Sed siempre fieles a vuestro bautismo: vivid en plenitud vuestra consagración bautismal y sed testigos de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Dirijo un pensamiento afectuoso también a vosotros, queridos enfermos. Que la luz de la Pascua os ilumine y os sostenga en vuestros sufrimientos. Y vosotros, queridos recién casados, sacad del misterio pascual el valor para ser protagonistas en la Iglesia y en la sociedad, contribuyendo con vuestro amor fiel y fecundo a la construcción de la civilización del amor. Con estos deseos, os bendigo a todos de corazón.





Miércoles 14 de abril de 1999



1. La orientación religiosa del hombre le viene de su misma naturaleza de criatura, que lo impulsa a buscar a Dios, quien lo ha creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,27). El concilio Vaticano II ha enseñado que «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. Desde su nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (Gaudium et spes GS 19).

El camino que lleva a los seres humanos al conocimiento de Dios Padre es Jesucristo, el Verbo hecho carne, que viene a nosotros con la fuerza del Espíritu Santo. Como he subrayado en las catequesis anteriores, este conocimiento es auténtico y pleno siempre que no se reduzca a algo meramente intelectual, sino que implique de modo vital a toda la persona humana. Ésta debe dar al Padre una respuesta de fe y amor, consciente de que, antes de conocerlo, ya ha sido conocida y amada por él (cf. Ga 4,9 1Co 13,12 1Jn 4,19).

Por desgracia, el hombre, atormentado por la duda y a menudo influido por el pecado, vive con fragilidad y contradicción este vínculo íntimo y vital con Dios, deteriorado por la culpa de sus antepasados ya desde el comienzo de la historia. Además, la época contemporánea ha conocido formas particularmente devastadoras de ateísmo «teórico» y «práctico» (cf. Fides et ratio FR 4647). Sobre todo es perjudicial el secularismo, con su indiferencia ante las cuestiones últimas y ante la fe, pues representa un modelo de hombre totalmente ajeno a la referencia al Trascendente. Así, el ateísmo «práctico» es una realidad amarga y concreta. Aunque se manifiesta sobre todo en las civilizaciones económica y técnicamente más avanzadas, sus efectos se extienden también a las situaciones y culturas que están en proceso de desarrollo.

2. Es preciso dejarse guiar por la palabra de Dios, para leer esta situación del mundo contemporáneo y responder a las graves cuestiones que plantea.

Partiendo de la sagrada Escritura, se notará enseguida que no habla para nada del ateísmo «teórico»; en cambio, se esfuerza por rechazar el ateísmo «práctico». El salmista tacha de insensato al que piensa: «¡No hay Dios!» y obra en consecuencia: «Corrompidos están, de conducta abominable; no hay quien haga el bien» (Ps 14,1). En otro salmo, se reprocha la actitud del «impío insolente, que menosprecia al Señor», diciendo: «¡No hay Dios!» (Ps 10,4).

Más que de ateísmo, la Biblia habla de impiedad e idolatría. Impío e idólatra es quien, en vez de Dios, prefiere una serie de productos humanos, considerados falsamente divinos, vivos y activos. Se dedican largas invectivas proféticas contra la impotencia de los ídolos y, a la vez, contra quienes los fabrican. Con vehemencia dialéctica contraponen a la vacuidad e ineptitud de los ídolos fabricados por el hombre el poder del Dios creador y hacedor de prodigios (cf. Is 44,152 Jr 10,116).

Esta doctrina alcanza su desarrollo más amplio en el libro de la Sabiduría (cf. Sg 1315), donde se presenta el camino, que después evocará san Pablo (cf. Rm 1,31), del conocimiento de Dios a partir de las cosas creadas. Ser «ateo» significa entonces no conocer la verdadera naturaleza de la realidad creada, sino darle un valor absoluto y, por eso mismo, «idolatrarla», en lugar de considerarla como huella del Creador y camino que lleva a él.

19 3. El ateísmo puede incluso convertirse en una forma de ideología intolerante, como demuestra la historia. En los dos últimos siglos ha habido corrientes de ateísmo teórico que han negado a Dios en nombre de una supuesta autonomía absoluta o del hombre o de la naturaleza o de la ciencia. Es lo que pone de relieve el Catecismo de la Iglesia católica: «Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia con respecto a Dios» (CEC 2126).

Este ateísmo sistemático se ha impuesto durante decenios, creando la ilusión de que, eliminando a Dios, el hombre sería más libre, tanto psicológica como socialmente. Las principales objeciones que se hacen sobre todo a la figura de Dios Padre se basan en la idea de que la religión constituiría para los hombres un valor de tipo compensatorio. Después de eliminar la imagen del padre terreno, el hombre adulto proyectaría en Dios la exigencia de un padre amplificado, del que a su vez ha de liberarse, porque impediría el proceso de maduración de los seres humanos.

Frente a las formas de ateísmo y a sus motivaciones ideológicas, ¿cuál es la actitud de la Iglesia? La Iglesia no desprecia el estudio serio de los componentes psicológicos y sociológicos del fenómeno religioso, pero rechaza con firmeza la interpretación de la religiosidad como proyección de la psique humana o como resultado de condiciones sociológicas. En efecto, la auténtica experiencia religiosa no es expresión de infantilismo, sino actitud madura y noble de acogida de Dios, que responde a la exigencia de significado global de la vida y compromete responsablemente al hombre a construir una sociedad mejor.

4. El Concilio reconoció que los creyentes han podido contribuir a la génesis del ateísmo, porque no siempre han mostrado de forma adecuada el rostro de Dios (cf. Gaudium et spes GS 19 Catecismo de la Iglesia católica CEC 2125).

Desde esta perspectiva, el testimonio del verdadero rostro de Dios Padre es precisamente la respuesta más convincente al ateísmo. Es obvio que esto no excluye, sino que exige también la correcta presentación de los motivos de orden racional que llevan al reconocimiento de Dios. Desgraciadamente, dichas razones a menudo se ven ofuscadas por los condicionamientos debidos al pecado y por múltiples circunstancias culturales. Entonces, el anuncio del Evangelio, respaldado por el testimonio de una caridad inteligente (cf. Gaudium et spes GS 21), es el camino más eficaz para que los hombres puedan vislumbrar la bondad de Dios y reconocer progresivamente su rostro misericordioso.

Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de España y de algunos países de América Latina. De modo especial, saludo a los sacerdotes que realizan un curso de renovación en el Pontificio Colegio Español de Roma. Saludo también a los grupos parroquiales y escolares. Que Dios Padre, al mostrarnos su misericordia, haga sentirnos hermanos unos de otros, buscando siempre la paz y rechazando el odio y las divisiones que pueden llevar a cualquier forma de guerra.

El Señor resucitado suscite en cada uno de vosotros, queridos jóvenes, la alegría de seguirlo con valentía y entusiasmo; a vosotros, queridos enfermos, os conforte y consuele, para que podáis comprender que los sufrimientos, aceptados con amor, difunden la gracia del sacrificio pascual a toda la humanidad; y a vosotros, queridos recién casados, os permita acoger y promover siempre la vida, don precioso de su infinito amor.





Miércoles 21 de abril de 1999


Testimoniar a Dios Padre,: en diálogo con todos los hombres religiosos

20 1. «Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ep 4,6).

A la luz de estas palabras de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso, queremos reflexionar hoy en el modo como debemos testimoniar a Dios Padre en diálogo con todos los hombres religiosos.

En esta reflexión tendremos dos puntos de referencia: el concilio Vaticano II, con su declaración Nostra aetate sobre «las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas», y la meta, ya cercana, del gran jubileo.

La declaración Nostra aetate puso las bases de un nuevo estilo, el del diálogo, en las relaciones de la Iglesia con las diversas religiones.

Por su parte, el gran jubileo del año 2000 constituye una ocasión privilegiada para testimoniar ese estilo. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente invité a profundizar, precisamente en este año dedicado al Padre, el diálogo con las grandes religiones, entre otros modos, mediante encuentros en lugares significativos (cf. nn. 52-53).

2. En la sagrada Escritura el tema del único Dios, frente a la universalidad de los pueblos que buscan la salvación, se va desarrollando progresivamente hasta alcanzar su culmen de la plena revelación en Cristo. El Dios de Israel, expresado con el tetragrama sagrado, es el Dios de los patriarcas, el Dios que se apareció a Moisés en la zarza ardiente (cf. Ex 3) para liberar a Israel y convertirlo en el pueblo de la alianza. En el libro de Josué se relata la opción por el Señor que se realizó en Siquem, donde la gran asamblea del pueblo eligió a Dios, que se había mostrado benévolo y próvido con él, y abandonó a todos los demás dioses (cf. Jos Jos 24).

Esta opción, en la conciencia religiosa del Antiguo Testamento, se precisa cada vez más en el sentido de un monoteísmo riguroso y universalista. Si el Señor Dios de Israel no es un Dios entre otros muchos, sino el único Dios verdadero, por él deben ser salvadas todas las gentes «hasta los confines de la tierra» (Is 49,6). La voluntad salvífica universal transforma la historia humana en una gran peregrinación de pueblos hacia un solo centro, Jerusalén, pero sin anular las diversidades étnico-culturales (cf. Ap 7,9). El profeta Isaías expresa sugestivamente esta perspectiva mediante la imagen de una calzada que lleva de Egipto a Asiria, subrayando que Dios bendice tanto a Israel, como a Egipto y Asiria (cf. Is 19,23-25). Cada pueblo, conservando plenamente su identidad propia, está llamado a convertirse cada vez más al Dios único, que se reveló a Israel.

3. Esta dimensión «universalista», presente en el Antiguo Testamento, se desarrolla aún más en el Nuevo, el cual nos revela que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,4). La convicción de que Dios está preparando efectivamente a todos los hombres para la salvación funda el diálogo de los cristianos con los hombres religiosos de creencias diversas. El Concilio definió así la actitud de la Iglesia con respecto a las religiones no cristianas: «La Iglesia (...) considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es i.camino, verdad y vidald (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate NAE 2).

En los años pasados, algunos han opuesto el diálogo con los hombres religiosos al anuncio, deber primario de la misión salvífica de la Iglesia. En realidad, el diálogo interreligioso es parte integrante de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 856). Como he reafirmado en varias ocasiones, es fundamental para la Iglesia y expresa su misión salvífica: es un diálogo de salvación (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de septiembre de 1984, p. 18). Por tanto, en el diálogo interreligioso no se trata de renunciar al anuncio, sino de responder a una invitación divina para que el intercambio y la participación lleven a un recíproco testimonio de la propia visión religiosa, a un profundo conocimiento de las respectivas convicciones y a un entendimiento sobre algunos valores fundamentales.

4. La llamada a la «paternidad» común de Dios no resultará, entonces, una vaga llamada universalista, sino que los cristianos la vivirán con la plena conciencia de que el diálogo salvífico pasa por la mediación de Jesús y la obra de su Espíritu. Así, por ejemplo, recogiendo de religiones como la musulmana la fuerte afirmación del Absoluto personal y trascendente con respecto al cosmos y al hombre, podemos, por nuestra parte, ofrecer el testimonio de Dios en lo más íntimo de su vida trinitaria, aclarando que la trinidad de las Personas no atenúa sino que califica la misma unidad divina.

Así también, de los itinerarios religiosos que llevan a concebir la realidad última en sentido monista, como un «Ser» indiferenciado en el que todo confluye, el cristianismo recoge la llamada a respetar el sentido más profundo del misterio divino, por encima de todas las palabras y los conceptos humanos. Y, con todo, no duda en testimoniar la trascendencia personal de Dios, mientras anuncia su paternidad universal y amorosa que se manifiesta plenamente en el misterio de su Hijo, crucificado y resucitado.

21 Quiera Dios que el gran jubileo sea una magnífica ocasión para que todos los hombres religiosos se conozcan más, a fin de que se estimen y amen en un diálogo que constituya para todos un encuentro de salvación.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española; de modo particular a los grupos de España, México, Chile y de los demás países de América Latina. Que vuestra estancia en Roma os sirva de ayuda para poder dar testimonio del Padre celestial a todos los hombres. Con este deseo, invoco sobre vosotros y vuestras familias la abundancia de la gracia divina, y os bendigo de corazón.

(En eslovaco)
La fe, fortificada durante la Pascua, halla su alimento y su desarrollo en la comunidad reunida por el Espíritu Santo para celebrar la eucaristía. Rogad para que todos los fieles en vuestra patria participen con alegría en la misa dominical, viviéndola con renovado amor y fe.



(En italiano)

Un recuerdo especial va para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. El próximo domingo, cuarto del tiempo de Pascua, se celebra la Jornada de oración por las vocaciones.

A vosotros, queridos jóvenes, os deseo que halléis en el diálogo con Dios vuestra respuesta personal a su designio de amor; queridos enfermos, os invito a ofrecer vuestros sufrimientos para que surjan numerosas y santas vocaciones. Y vosotros, queridos recién casados, hallad en la oración diaria la fuerza para construir una auténtica familia cristiana.
Llamanientos por la paz en África y Colombia


Por desgracia, en los días gozosos del tiempo pascual se prolonga la pasión de numerosos pueblos del mundo. Además del drama que prosigue en Kosovo, deseo recordar hoy las numerosas «guerras olvidadas» que ensangrientan África: Angola, los Grandes Lagos, Congo-Brazzaville, Sierra Leona, Guinea Bissau, República democrática del Congo, el cuerno de África, Sudán... Se trata de una larga y amarga serie de conflictos internos y entre Estados, que afectan sobre todo a las poblaciones inocentes y alteran la vida de las comunidades católicas. Dolor y tristeza ha suscitado, en particular, la noticia del arresto de mons. Augustin Misago, obispo de Gikongoro, en Ruanda.

Cristo resucitado no cesa de repetir a esos hermanos nuestros, tan duramente probados: «¡Paz a vosotros!» (cf.
Jn 20,19). Ojalá que esas palabras divinas sean escuchadas por los que tenazmente se resisten a aceptar su mensaje de vida. Que Jesucristo ilumine la ceguera de los que se obstinan en recorrer las sendas tortuosas del odio y la violencia, convenciéndolos a optar definitivamente por un diálogo sincero y paciente, que lleve a soluciones beneficiosas para todos.

22 Con la certeza de que la fuerza de la Resurrección es superior a la del mal, imploremos a Cristo, vencedor del pecado y de la muerte, que se convierta pronto en realidad consoladora la aspiración de un África pacífica y fraterna.
* * *


He seguido con interés las noticias acerca de la suerte del grupo de personas secuestradas el pasado 12 de abril cuando viajaban en avión desde Bucaramanga a Bogotá, y que permanecen aún retenidas contra su voluntad en el norte de Colombia.

Deseo dirigir mi vehemente llamado a los secuestradores para que depongan su actitud injusta hacia estas personas, cuyos derechos violan gravemente, y se les devuelva la libertad. Así se favorecerá el proceso de reconciliación en el que se halla empeñada toda esa amada nación, por cuyo éxito ruego constantemente al Dios de la paz.





Miércoles 28 de abril de 1999


El diálogo con los judíos

1. El diálogo interreligioso que la carta apostólica Tertio millennio adveniente impulsa como aspecto característico de este año dedicado en especial a Dios Padre (cf. nn. 52-53), atañe ante todo a los judíos, «nuestros hermanos mayores», como los llamé con ocasión del memorable encuentro con la comunidad judía de la ciudad de Roma, el 13 de abril de 1986 (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1986, p. 1). Reflexionando en el patrimonio espiritual que tenemos en común, el concilio Vaticano II, especialmente en la declaración Nostra aetate, dio una nueva orientación a nuestras relaciones con la religión judía. Es preciso profundizar cada vez más esa doctrina, y el jubileo del año 2000 podrá representar una ocasión magnífica de encuentro, posiblemente en lugares significativos para las grandes religiones monoteístas (cf. Tertio millennio adveniente TMA 53).

Es sabido que, por desgracia, la relación con nuestros hermanos judíos ha sido difícil desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta nuestro siglo. Pero en esta larga y atormentada historia no han faltado momentos de diálogo sereno y constructivo. Conviene recordar, al respecto, el hecho significativo de que el filósofo y mártir san Justino, en el siglo II, dedicó su primera obra teológica, que lleva por título precisamente «Diálogo», a su confrontación con el judío Trifón. Asimismo, hay que señalar que la perspectiva del diálogo se halla muy presente en la literatura neo-judía contemporánea, la cual ha ejercido gran influjo en el pensamiento filosófico y teológico del siglo XX.

2. Esta actitud de diálogo entre cristianos y judíos no sólo expresa el valor general del diálogo entre las religiones, sino también la participación en el largo camino que lleva del Antiguo Testamento al Nuevo. Hay un largo tramo de la historia de la salvación que los cristianos y los judíos contemplan juntos. «A diferencia de otras religiones no cristianas, la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la antigua alianza» (Catecismo de la Iglesia católica CEC 839). Esta historia se halla iluminada por una inmensa multitud de personas santas, cuya vida testimonia la posesión, en la fe, de lo que se espera. La carta a los Hebreos pone de relieve precisamente esta respuesta de fe a lo largo de la historia de la salvación (cf. He 11).

El testimonio valiente de la fe debería marcar también hoy la colaboración de cristianos y judíos para proclamar y actuar el designio salvífico de Dios en favor de la humanidad entera. El hecho de que ese designio sea interpretado de forma diversa con respecto a la aceptación de Cristo, implica evidentemente una divergencia decisiva, que está en la raíz misma del cristianismo, pero eso no quita que muchos elementos sigan siendo comunes.

Sobre todo tenemos el deber de colaborar para promover una condición humana más acorde con el designio de Dios. El gran jubileo, que se remonta precisamente a la tradición judía de los años jubilares, indica la urgencia de ese compromiso común para restablecer la paz y la justicia social. Reconociendo el señorío de Dios sobre toda la creación, y en particular sobre la tierra (cf. Lv 25), todos los creyentes están llamados a traducir su fe en un compromiso concreto para proteger el carácter sagrado de la vida humana en todas sus formas y defender la dignidad de todo hermano y hermana.

23 3. Meditando en el misterio de Israel y en su «vocación irrevocable» (cf. Discurso a la comunidad judía de Roma: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1986, p. 1), los cristianos investigan también el misterio de sus raíces. En las fuentes bíblicas, que comparten con sus hermanos judíos, encuentran elementos indispensables para vivir y profundizar en su misma fe.

Se ve, por ejemplo, en la liturgia. Como Jesús, a quien san Lucas nos presenta mientras abre el libro del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret (cf.
Lc 4,26 ss), también la Iglesia aprovecha la riqueza litúrgica del pueblo judío. Ordena la liturgia de las Horas, la liturgia de la Palabra e incluso la estructura de las Plegarias eucarísticas según los modelos de la tradición judía. Algunas grandes fiestas, como Pascua y Pentecostés, evocan el año litúrgico judío y constituyen ocasiones excelentes para recordar en la oración al pueblo que Dios eligió y sigue amando (cf. Rm 11,2). Hoy el diálogo implica que los cristianos sean más conscientes de estos elementos que nos acercan. De la misma manera que tomamos conciencia de la «alianza nunca revocada» (cf. Discurso a los representantes de la comunidad judía, en Maguncia, 17 de noviembre de 1980, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de noviembre de 1980, p. 15), debemos considerar el valor intrínseco del Antiguo Testamento (cf. Dei Verbum DV 3), aunque cobra su sentido pleno a la luz del Nuevo y contiene promesas que se cumplen en Jesús. ¿No fue la lectura actualizada de la sagrada Escritura judía, hecha por Jesús, la que hizo arder el corazón de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,32), permitiéndoles reconocer al Resucitado al partir el pan?

4. No sólo la historia común de cristianos y judíos, sino particularmente el diálogo debe orientarse al futuro (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 840), convirtiéndose, por decirlo así, en «memoria del futuro» (Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoa: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1998, p. 11). El recuerdo de los hechos tristes y trágicos del pasado puede abrir el camino a un renovado sentido de fraternidad, fruto de la gracia de Dios, y al esfuerzo por lograr que las semillas infectadas del antijudaísmo y el antisemitismo nunca más echen raíces en el corazón del hombre.

Israel, pueblo que construye su fe sobre la promesa hecha por Dios a Abraham: «Serás padre de una multitud de pueblos» (Gn 17,4 Rm 4,17), señala al mundo Jerusalén como lugar simbólico de la peregrinación escatológica de los pueblos, unidos en la alabanza al Altísimo. Ojalá que, en el umbral del tercer milenio, el diálogo sincero entre cristianos y judíos contribuya a crear una nueva civilización, fundada en el único Dios, santo y misericordioso, y promotora de una humanidad reconciliada en el amor.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, provenientes de España, México y otros países latinoamericanos. Os invito a poner vuestros ojos en María, la piadosa Hija de Israel que, habiendo reconocido las maravillas realizadas por Dios en favor de su pueblo, no dudó en aceptar en su vida el don supremo del Hijo de Dios, que vino a salvar a todos los hombres.

(En italiano)
Me dirijo ahora de modo especial a vosotros, jóvenes, enfermos y recién casados.

La Iglesia recuerda hoy a san Luis Grignion de Montfort, sacerdote y fundador de la Compañía de María, el cual, habiendo experimentado la dulzura y la eficacia de la plena consagración a la Virgen, señaló en la consagración a ella un camino seguro hacia la santidad.

Queridos jóvenes, seguid también vosotros con especial fervor la escuela de la Madre del Señor para realizar bajo su maternal guía todos los proyectos de vuestra vida.

La íntima unión con Nuestra Señora os ayude a vosotros, queridos enfermos, a aprovechar todas las ocasiones de hacer el bien que se os presentan en cada uno de los sufrimientos y pruebas, y a vosotros, queridos recién casados, os prepare para convertiros en educadores atentos y ejemplares de los hijos que el Señor os dé.



24

Mayo de 1999



Miércoles 12 de mayo de 1999



1. Mi pensamiento vuelve con viva emoción a la visita que Dios me ha concedido realizar los días pasados a Rumanía. Se ha tratado de un acontecimiento histórico, puesto que ha sido mi primer viaje a un país donde los cristianos son en su mayoría ortodoxos. Doy gracias a Dios que, en su providencia, ha dispuesto que esto sucediera en el umbral del año 2000, ofreciendo a los católicos y a los hermanos ortodoxos la oportunidad de realizar juntos un gesto particularmente significativo en el camino hacia la unidad plena, de acuerdo con el espíritu propio del gran jubileo, ya cercano.

Deseo renovar mi agradecimiento a cuantos han hecho posible esta peregrinación apostólica. Agradezco la cordial invitación del presidente de Rumanía, señor Emil Costantinescu, cuya cortesía he apreciado. Doy las gracias con afecto fraterno a Su Beatitud Teoctist, patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, y al Santo Sínodo: la gran cordialidad con que me han acogido y el cariño sincero que se reflejaba en las palabras y en el rostro de cada uno han dejado una huella indeleble en mi corazón. También doy las gracias a los obispos, tanto greco-católicos como latinos, con quienes he podido confirmar los vínculos de profunda comunión en el amor de Cristo.

Por último, doy las gracias a las autoridades, a los organizadores y a cuantos han colaborado para que todo se desarrollara del mejor modo posible. Al recordar cómo era la situación política hasta hace pocos años, ¿cómo no ver en este acontecimiento un signo elocuente de la acción de Dios en la historia? Entonces era totalmente inimaginable prever una visita del Papa; pero el Señor, que guía el camino de los hombres, ha hecho posible lo que humanamente parecía irrealizable.

2. Con esta peregrinación he querido rendir homenaje al pueblo rumano y a sus raíces cristianas, que se remontan, según la tradición, a la obra evangelizadora del apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro. La gente lo comprendió, y acudió en gran número a las calles y a las celebraciones. En el curso de los siglos, la savia de las raíces cristianas ha alimentado una vena ininterrumpida de santidad, con numerosos mártires y confesores de la fe. Esta herencia espiritual fue recogida en nuestro siglo por numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que dieron testimonio de Cristo durante la larga y dura dominación comunista, afrontando con valentía la tortura, la cárcel y, a veces, incluso la muerte.

¡Con cuánta emoción me recogí en oración ante las tumbas del cardenal Iuliu Hossu y del obispo Vasile Aftenie, víctimas de la persecución durante el régimen dictatorial! ¡Honor a ti, Iglesia de Dios que estás en Rumanía! Sufriste mucho por la verdad, y la verdad te ha hecho libre.

La experiencia del martirio ha unido a los cristianos de las diferentes confesiones presentes en Rumanía. Es único el testimonio de Cristo que han dado ortodoxos, católicos y protestantes con el sacrificio de su vida. El heroísmo de estos mártires impulsa a la concordia y a la reconciliación, para superar las divisiones aún existentes.

3. Este viaje me ha permitido experimentar la riqueza de respirar, como cristianos, con los dos «pulmones» de la tradición oriental y occidental. Me di cuenta de esto en las solemnes y sugestivas celebraciones litúrgicas: en efecto, tuve la alegría de presidir la eucaristía según el rito greco-católico; asistí a la divina liturgia que presidió el patriarca para los hermanos ortodoxos, según el rito bizantino-rumano, y pude orar con ellos; por último, celebré la misa según el rito romano para los fieles de la Iglesia latina.

Durante el primero de estos momentos de solemne e intensa oración, rendí homenaje a la Iglesia greco-católica, probada duramente en los años de la persecución, recordando que en el 2000 se cumplirá el tercer centenario de su unión con Roma. El venerado cardenal Alexandru Todea, a quien el régimen condenó a dieciséis años de cárcel y a veintisiete de arresto domiciliario, es símbolo de la heroica resistencia de esta Iglesia. A pesar de su edad avanzada y de su enfermedad, logró ir a Bucarest: haberlo podido abrazar fue una de las alegrías más grandes de esta peregrinación.

4. Particularmente esperado y significativo fue el encuentro con el patriarca Teoctist y el Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa rumana. El sábado por la tarde fui acogido en el patriarcado con gran cordialidad, y hallé en Su Beatitud y en los demás miembros del Santo Sínodo comprensión fraterna y un sincero deseo de comunión plena, según la voluntad del Señor. En esa ocasión pude asegurar a la Iglesia ortodoxa rumana, comprometida en una importante obra de renovación, el afecto y la colaboración de la Iglesia católica. El amor fraterno es el alma del diálogo, y éste es el camino para superar los obstáculos y las dificultades que perduran, con vistas a alcanzar la unidad plena entre los cristianos. Dios ya ha realizado maravillas en este itinerario de reconciliación: es preciso proseguir por ese camino con empeño y confianza, porque Europa y el mundo necesitan hoy más que nunca el testimonio visible de fraternidad de los creyentes en Cristo.


Audiencias 1999 16