Audiencias 1999 25

25 A esta luz, siento la necesidad de dar las gracias una vez más a la Iglesia ortodoxa rumana, porque, al invitarme, me brindó la oportunidad de poner en práctica algunos aspectos esenciales del ministerio petrino en la perspectiva que indiqué en la encíclica Ut unum sint.

5. El compromiso ecuménico no disminuye; más bien, confirma la tarea de Pastor de la Iglesia católica que corresponde al Sucesor de Pedro. Ejercí este ministerio mío, sobre todo, encontrándome con la Conferencia episcopal rumana, compuesta por obispos de rito latino y de rito greco-católico, cuyo presidente es monseñor Lucian Muresan, arzobispo de Fãgãras y Alba Julia. Los exhorté a anunciar incansablemente el Evangelio, a ser artífices de comunión y a cuidar la formación de los presbíteros y de las numerosas personas llamadas a la vida consagrada, así como de los laicos. Los animé a promover la pastoral juvenil y escolar, y a trabajar en la defensa de la familia, la tutela de la vida y el servicio a los pobres.

6. La nación rumana nació con la evangelización, y en el Evangelio encontrará la luz y la fuerza para realizar su vocación de encrucijada de paz en la Europa del próximo milenio.

El año 1989 fue un momento de cambio también para esta amada nación. Con la caída repentina de la dictadura, comenzó una nueva primavera de libertad; desde entonces, el país está construyendo poco a poco la democracia, meta que se ha de lograr con paciencia y honradez. De sus auténticas fuentes culturales y espirituales Rumanía ha heredado cultura y valores no sólo de la civilización latina -como lo testimonia su misma lengua-, sino también de la bizantina, con muchos elementos eslavos. Por su historia y su posición geográfica es parte integrante de la nueva Europa, que se está construyendo gradualmente después de la caída del muro de Berlín. La Iglesia quiere apoyar este proceso de desarrollo e integración democrática con su colaboración concreta.

7. Recordando que, según una difundida tradición popular, a Rumanía se la llama «Jardín de María», quisiera pedir a la santísima Virgen, en este mes dedicado a ella, que reavive en los cristianos el deseo de la unidad plena, para que todos juntos sean levadura evangélica. A María le suplico que el querido pueblo rumano crezca en los valores espirituales y morales, sobre los que se funda toda sociedad de dimensión humana y atenta al bien común. A ella, Madre celestial de la esperanza, le encomiendo sobre todo las familias y los jóvenes, que son el futuro del amado pueblo de Rumanía.

Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de España y de algunos países de América Latina. De modo especial a la delegación del Estado Mayor de la Fuerza aérea ecuatoriana. Saludo también a los diversos grupos parroquiales y estudiantiles. Según una tradición popular, Rumanía es llamada «Jardín de María». En este mes de mayo le pido a ella que infunda en todos los cristianos el deseo de la plena unidad querida por Cristo. Muchas gracias.

(A los superiores y estudiantes del Pontificio Colegio Pío Rumano)
Me han producido gran alegría los inolvidables encuentros vividos en Bucarest. Demos gracias juntos al Señor porque, después de mi visita, estamos verdaderamente más unidos en la fe y en el amor recíproco. A vosotros os deseo que el período de formación en Roma os prepare a desempeñar con celo vuestro ministerio en el amado pueblo de Rumanía.

(A los estudiantes checos)
Esta semana, el 16 de mayo, celebraréis la fiesta de san Juan Nepomuceno. Ojalá que su ejemplo de fidelidad a Dios despierte la magnanimidad en todos los pastores y fieles, a fin de que siempre sepan actuar prontamente según la exhortación del apóstol Pedro: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (cf.
Ac 5,29).

(En croata)
26 Queridos hermanos y hermanas: Podemos contemplar al Padre en el Hijo (cf. Jn 14,6-11), y en las obras de Cristo reconocer la infinita misericordia del Padre hacia el hombre, caído en el pecado y encaminado hacia la senda de la muerte. Esta misericordia brota del amor de Dios, manifestado ya en el momento de la creación del mundo, y del hombre en particular, y que llegó a su culmen en el misterio pascual de Cristo.

Doy ahora una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana; en particular, saludo a los miembros de la Asociación nacional de mutilados e inválidos del trabajo, a los cuales manifiesto aprecio por el empeño que ponen en tutelar a cuantos son víctimas de infortunios. Deseo de corazón que este encuentro sirva para impulsar a la opinión pública a prestar una mayor atención a la seguridad en el mundo del trabajo.

Mi pensamiento se dirige, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La solemnidad de la Ascensión del Señor, que celebraremos mañana, nos invita a contemplar el momento en el que Jesús, antes de volver al Padre, confía a los Apóstoles el mandato de anunciar a todos los hombres el Evangelio, mensaje universal de salvación.

Queridos jóvenes, no tengáis miedo de poner vuestras energías al servicio del Evangelio, con la generosidad y el entusiasmo característicos de vuestra edad; vosotros, queridos enfermos, dais una aportación valiosa e insustituible a la construcción del reino de Dios, gracias al ofrecimiento diario de vuestros sufrimientos; vosotros, queridos recién casados, haced que vuestras familias sean lugares en los que se aprenda a amar a Dios y al prójimo con serenidad y alegría.



Miércoles 5 de mayo de 1999



1. Profundizando en el tema del diálogo interreligioso, reflexionemos hoy en el diálogo con los musulmanes, que «adoran con nosotros al Dios único y misericordioso» (Lumen gentium LG 16 cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 841). La Iglesia los mira con aprecio, convencida de que su fe en Dios trascendente contribuye a la construcción de una nueva familia humana, fundada en las más altas aspiraciones del corazón humano.

Como los judíos y los cristianos, también los musulmanes contemplan la figura de Abraham como un modelo de sumisión incondicional a los designios de Dios (cf. Nostra aetate NAE 3). Siguiendo el ejemplo de Abraham, los fieles se esfuerzan por reconocer en su vida el lugar que corresponde a Dios, origen, maestro, guía y fin último de todos los seres (cf. Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, Mensaje a los musulmanes con ocasión del fin del Ramadán, 1997). Esta disponibilidad y apertura humana a la voluntad de Dios se traduce en una actitud de oración, que expresa la situación existencial de toda persona ante el Creador.

En la trayectoria de la sumisión de Abraham a la voluntad divina se encuentra su descendiente la Virgen María, Madre de Jesús, que, especialmente en la piedad popular, es invocada con devoción también por los musulmanes.

2. Con alegría los cristianos reconocemos los valores religiosos que tenemos en común con el islam. Quisiera hoy repetir lo que dije hace algunos años a los jóvenes musulmanes en Casablanca: «Creemos en el mismo Dios, el Dios único, el Dios vivo, el Dios que creó el mundo y que lleva a todas las criaturas a su propia perfección» (19 de agosto de 1985, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, p. 14). El patrimonio de textos revelados de la Biblia afirma de modo unánime la unicidad de Dios. Jesús mismo la reafirma, haciendo suya la profesión de Israel: «El Señor, nuestro Dios, es el único Señor» (Mc 12,29 cf. Dt Dt 6,4-5). Es la unicidad expresada también en estas palabras de alabanza que brotan del corazón del apóstol san Pablo: «Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén» (1Tm 1,17).

Sabemos que, a la luz de la plena revelación en Cristo, esa unicidad misteriosa no se puede reducir a una unidad numérica. El misterio cristiano nos lleva a contemplar en la unidad sustancial de Dios a las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: cada una posee la entera e indivisible sustancia divina, pero una es distinta de la otra en virtud de su relación recíproca.

27 3. Las relaciones no atenúan en lo más mínimo la unidad divina, como explica el IV concilio de Letrán, celebrado el año 1215: «Cualquiera de las tres personas es aquella realidad, es decir, la sustancia, esencia o naturaleza divina (...). Aquel ser ni engendra, ni es engendrado, ni procede» (DS 804). La doctrina cristiana sobre la Trinidad, reafirmada en los concilios, rechaza explícitamente cualquier «triteísmo» o «politeísmo». En este sentido, o sea, en referencia a la única sustancia divina, hay una significativa correspondencia entre cristianismo e islam.

Sin embargo, esa correspondencia no debe hacernos olvidar las diferencias que existen entre las dos religiones. En efecto, sabemos que la unidad de Dios se expresa en el misterio de las tres divinas personas, pues, dado que es Amor (cf. 1Jn 4,8), Dios es desde siempre Padre que se dona enteramente engendrando al Hijo, unidos ambos en una comunión de amor que es el Espíritu Santo. Esta distinción y compenetración (pericóresis) de las tres personas divinas no se añade a su unidad, sino que es su expresión más profunda y caracterizante.

Por otra parte, no hay que olvidar que el monoteísmo trinitario típico del cristianismo sigue siendo un misterio inaccesible a la razón humana, la cual, sin embargo, está llamada a aceptar la revelación de la íntima naturaleza de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 237).

4. El diálogo interreligioso, que lleva a un conocimiento más profundo y a la estima recíproca, es un gran signo de esperanza (cf. Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, Mensaje a los musulmanes con ocasión del fin del Ramadán, 1998). Las tradiciones cristiana y musulmana tienen una larga historia de estudio, reflexión filosófica y teológica, arte, literatura y ciencia, que ha dejado huellas en las culturas occidentales y orientales. La adoración del único Dios, Creador de todos, nos impulsa a intensificar en el futuro nuestro conocimiento recíproco.

En el mundo de hoy, marcado trágicamente por el olvido de Dios, cristianos y musulmanes están llamados a defender y promover siempre, con espíritu de amor, la dignidad humana, los valores morales y la libertad. La peregrinación común hacia la eternidad debe expresarse mediante la oración, el ayuno y la caridad, pero también con un compromiso solidario en favor de la paz y la justicia, la promoción humana y la protección del ambiente. Avanzando juntos por el camino de la reconciliación y renunciando, con humilde sumisión a la voluntad divina, a toda forma de violencia como medio para resolver las divergencias, las dos religiones podrán dar un signo de esperanza, haciendo que resplandezca en el mundo la sabiduría y la misericordia del único Dios, que creó y gobierna la familia humana.

Saludos

(En francés)
Queridos hermanos en el episcopado de la Iglesia armenia católica: En el momento en que celebráis en el Vaticano un sínodo dedicado a importantes cuestiones concernientes a la vida de vuestras comunidades, la Iglesia manifiesta su agradecimiento a vuestro pueblo por su testimonio de fidelidad a Cristo, y se alegra de la celebración del 1700° aniversario de la evangelización. Estáis llamados a un nuevo impulso apostólico con valentía, fe, entusiasmo y oración. Vuestro pueblo espera una palabra enérgica y gestos concretos que la confirmen. A Su Beatitud Jean-Pierre XVIII, patriarca de Cilicia de los armenios, y a todos los obispos, deseo un trabajo fructífero: invoco sobre ellos la ayuda del Espíritu Santo, para que dé fuerza y valor a la comunidad armenia católica en este importante período de su historia.

(En rumano)
Pasado mañana iré a Rumanía. Es la primera vez que voy a un país en el que los cristianos son en su mayoría ortodoxos. Envío desde ahora mi saludo a todos, feliz por realizar este viaje para confirmar los vínculos entre Rumanía y la Santa Sede, que tanto relieve han tenido para la historia del cristianismo en esa vasta región. Voy a visitaros en el nombre de Cristo en el umbral del tercer milenio. A los fieles de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica de Rumanía deseo alegría y paz en el Señor resucitado. Queridos rumanos, espero con alegría el momento de estar entre vosotros. Y a todos confirmo mi afecto y mi estima.

(En checo)
28 Mañana celebraremos la fiesta de san Juan Sarkander, sacerdote que supo vivir del misterio pascual. El Salvador fue para él fortaleza hasta el martirio. Ojalá que también vosotros saquéis siempre fuerza de la cruz de Cristo y de su resurrección.

(A los fieles eslovacos)
Roma y toda Italia viven en el clima de la beatificación del padre Pío de Pietrelcina. Que el ejemplo y el sacrificio de este celoso religioso os sirvan a vosotros de aliento y fuerza en la vida de cada día.

(A los peregrinos croatas)
Queridos hermanos y hermanas, en el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros (cf.
Jn 1,14), el Padre ha querido dar testimonio de manera visible de su cercanía a cada hombre, una cercanía que salva y que está llena de amor, mostrándole al mismo tiempo que iusu mandamiento es la vida eternalo (Jn 12,50).

(En español)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, de modo particular a los representantes de las poblaciones españolas de San Fulgencio (Alicante) y Blanca (Murcia), hermanadas respectivamente con las ciudades italianas de Sermoneta y Angullara. Extiendo también mi cordial saludo a los grupos venidos de México, Venezuela, Chile, Uruguay, y de los demás países de América Latina. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la abundancia de la gracia divina y os bendigo de corazón.

(En italiano)
Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados y los invito a renovar, en este mes de mayo que acaba de iniciar, su devoción a la Virgen.

A vosotros, queridos jóvenes, os deseo que conozcáis más profundamente a María, entrando en intimidad con ella para acogerla como Madre espiritual y modelo de fidelidad a Cristo.

A vosotros, queridos enfermos, os encomiendo a la «Salus infirmorum»: que su cercanía os ayude a vivir con amor paciente también las horas difíciles de la enfermedad y de la prueba.

29 Vosotros, queridos recién casados, aprended de la Virgen de Nazaret el estilo evangélico de la familia, caracterizado por su humilde docilidad a la palabra de Dios y al amor recíproco, fiel y sincero.
* * * * *


Llamamiento por el derecho a la vida

Durante estos días, en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, se está celebrando una importante reunión sobre la aplicación de las decisiones tomadas en la Conferencia de El Cairo del año 1994.

En esa ocasión, la Santa Sede insistió en la primacía de la persona humana, que debe ocupar el centro de todo programa de desarrollo. Eso conlleva que la solución de los problemas relacionados con el crecimiento de la población debe respetar la dignidad de todo ser humano y, al mismo tiempo, promover sus derechos fundamentales, el primero de todos el derecho a la vida. A esto se debe añadir el derecho a la salud y a la educación, implicando a la familia en su insustituible papel de promotora de valores humanos, espirituales y morales. A cinco años de la Conferencia internacional sobre población y desarrollo, es necesario que los gobiernos renueven sus compromisos hechos por escrito para asegurar un desarrollo humano auténtico y duradero.



Miércoles 19 de mayo de 1999


El diálogo con las grandes religiones mundiales

1. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece un discurso de san Pablo a los atenienses, que resulta de gran actualidad para el areópago del pluralismo religioso de nuestro tiempo. Para presentar al Dios de Jesucristo, san Pablo toma como punto de partida la religiosidad de sus oyentes, con palabras de aprecio: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. En efecto, al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: "Al Dios desconocido". Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar» (Ac 17,22-23).

En mi peregrinación espiritual y pastoral a través del mundo de hoy he expresado repetidamente la estima de la Iglesia por «cuanto hay de verdadero y santo» en las religiones de los pueblos. Siguiendo la línea del Concilio, he añadido que la verdad cristiana ayuda a «promover los bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentran en ellos» (Nostra aetate NAE 2). La paternidad universal de Dios, que se manifestó en Jesucristo, impulsa al diálogo también con las religiones que no provienen de la raíz de Abraham. Ese diálogo se presenta lleno de estímulos y desafíos si se piensa, por ejemplo, en las culturas asiáticas, profundamente impregnadas de espíritu religioso, o en las religiones tradicionales africanas, que constituyen para muchos pueblos una fuente de sabiduría y vida.

2. En el encuentro de la Iglesia con las religiones mundiales es necesario el discernimiento de su carácter específico, es decir, del modo como se acercan al misterio de Dios salvador, realidad definitiva de la vida humana. En efecto, toda religión se presenta como una búsqueda de salvación y propone itinerarios para alcanzarla (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 843). Uno de los presupuestos del diálogo es la certeza de que el hombre, creado a imagen de Dios, es también «lugar» privilegiado de su presencia salvífica.

La oración, como reconocimiento adorante de Dios, gratitud por sus dones y petición de ayuda, es camino especial de encuentro, sobre todo con aquellas religiones que, aun sin haber descubierto el misterio de la paternidad de Dios, «tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo» (Evangelii nuntiandi EN 53). En cambio, resulta más difícil el diálogo con algunas corrientes de la religiosidad contemporánea, en las que a menudo la oración acaba por convertirse en una ampliación de la energía vital, que confunden con la salvación.

30 3. Son varias las formas y los niveles del diálogo del cristianismo con las demás religiones, comenzando por el diálogo de la vida, «en el que las personas se esfuerzan por vivir en un espíritu de apertura y de buena vecindad, compartiendo sus alegrías y penas, sus problemas y preocupaciones humanas» (Documento Diálogo y anuncio del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y la Congregación para la evangelización de los pueblos, 19 de mayo de 1991, n. 42: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de junio de 1991, p. 11).

Especial importancia tiene el diálogo de las obras, entre las que cabe destacar la educación para la paz y el respeto del medio ambiente, la solidaridad con el mundo del sufrimiento y la promoción de la justicia social y del desarrollo integral de los pueblos. La caridad cristiana, que no conoce fronteras, valora el testimonio solidario de los miembros de otras religiones, alegrándose por el bien que realizan.

Está, luego, el diálogo teológico, en el que los expertos tratan de profundizar la comprensión de sus respectivos patrimonios religiosos y de apreciar sus valores espirituales. Sin embargo, los encuentros entre especialistas de diversas religiones no pueden limitarse a la búsqueda de un mínimo común denominador. Tienen como objetivo prestar un valiente servicio a la verdad, poniendo de relieve tanto áreas de convergencia como diferencias fundamentales, en un esfuerzo sincero por superar prejuicios y malentendidos.

4. También el diálogo de la experiencia religiosa está cobrando cada vez mayor importancia. El ejercicio de la contemplación responde a la inmensa sed de interioridad propia de las personas que realizan una búsqueda espiritual y ayuda a todos los creyentes a penetrar más hondamente en el misterio de Dios. Algunas prácticas procedentes de grandes religiones orientales ejercen gran atractivo sobre el hombre de hoy. Pero los cristianos deben aplicar un discernimiento espiritual, para no perder nunca de vista la concepción de la oración, tal como la ilustra la Biblia a lo largo de toda la historia de la salvación (cf. carta Orationis formas de la Congregación para la doctrina de la fe, sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de diciembre de 1989, pp. 6-8).

Este necesario discernimiento no impide el diálogo interreligioso. En realidad, desde hace varios años, los encuentros con los ambientes monásticos de otras religiones, caracterizados por una cordial amistad, abren caminos para compartir las riquezas espirituales «en lo que se refiere a la oración y la contemplación, la fe y las vías de la búsqueda de Dios y del Absoluto» (Diálogo y anuncio, 42). Con todo, nunca se ha de usar la mística como pretexto para favorecer el relativismo religioso, en nombre de una experiencia que reduzca el valor de la revelación de Dios en la historia. En calidad de discípulos de Cristo, sentimos la urgencia y la alegría de testimoniar que precisamente en él Dios se manifestó, como nos dice el evangelio de san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (
Jn 1,18).

Este testimonio se ha de dar sin ninguna reticencia, pero también con la convicción de que la acción de Cristo y de su Espíritu ya está misteriosamente presente en los que viven sinceramente su experiencia religiosa. Y junto con todos los hombres auténticamente religiosos la Iglesia realiza su peregrinación en la historia hacia la contemplación eterna de Dios en el esplendor de su gloria.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, de modo particular a las religiosas Hijas de María Madre de la Iglesia, a los miembros de la Hermandad de la Sangre de Cristo de Jaca, y a los demás grupos venidos de España, Argentina y otros países de América Latina. Invocando sobre todos vosotros y vuestras familias la acción renovadora del Espíritu Santo, os bendigo de corazón en la espera gozosa de Pentecostés.

(Al Colegio de defensa de la OTAN)
Desgraciadamente, hoy no reina la paz en los Balcanes y somos testigos diariamente del gran dolor de muchos hermanos y hermanas. Os exhorto a considerar claramente la necesidad de que todos trabajen por garantizar que el diálogo y las negociaciones logren poner fin a la violencia en esa zona.

(A los fieles lituanos)
31 En este último año de preparación al gran jubileo, os animo a continuar fielmente vuestro itinerario espiritual, buscando a Cristo y su verdad en el contexto de la vida de cada día. Os encomiendo a vosotros, vuestras familias y vuestra patria a la protección de María, Madre de Dios, y con afecto os bendigo a todos.

(En lengua croata)
La oración que Jesús dirigió al Padre, desde la cruz, pidiendo perdón para sus perseguidores (cf.
Lc 23,34), y la promesa que hizo a uno de los dos malhechores que como él estaban crucificados (cf. Lc 23,39-43), manifiestan claramente que Dios ama al hombre "hasta el extremo" (cf. Jn 13,1) y que su bondad no conoce límites. El amor que ha creado al hombre es el mismo que lo salva: el hombre, que Dios ha creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27), se ha hecho en Cristo amigo de Dios para siempre.

(En italiano)
Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Estamos en la novena de Pentecostés y os invito, queridos jóvenes, a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, dado a los creyentes en los sacramentos del bautismo y de la confirmación. Os exhorto a vosotros, queridos enfermos, a que acojáis al Espíritu Consolador, a fin de que os asista en las dificultades y os ayude a transformar el sufrimiento en ofrenda grata a Dios para el bien de los hermanos. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que la vida de vuestra familia esté siempre alimentada por el fuego del Espíritu, que es el Amor mismo de Dios.



Miércoles 26 de mayo de 1999


Escatología universal: la humanidad en camino hacia el Padre

1. El tema sobre el que estamos reflexionando en este último año de preparación para el jubileo, es decir, el camino de la humanidad hacia el Padre, nos sugiere meditar en la perspectiva escatológica, o sea, en la meta final de la historia humana. Especialmente en nuestro tiempo todo procede con increíble velocidad, tanto por los progresos de la ciencia y de la técnica como por el influjo de los medios de comunicación social. Por eso, surge espontáneamente la pregunta: ¿cuál es el destino y la meta final de la humanidad? A este interrogante da una respuesta específica la palabra de Dios, que nos presenta el designio de salvación que el Padre lleva a cabo en la historia por medio de Cristo y con la obra del Espíritu.

En el Antiguo Testamento es fundamental la referencia al Éxodo, con su orientación hacia la entrada en la Tierra prometida. El Éxodo no es solamente un acontecimiento histórico, sino también la revelación de una actividad salvífica de Dios, que se realizará progresivamente, como los profetas se encargan de mostrar, iluminando el presente y el futuro de Israel.

2. En el tiempo del exilio, los profetas anuncian un nuevo Éxodo, un regreso a la Tierra prometida. Con este renovado don de la tierra, Dios no sólo reunirá a su pueblo disperso entre las naciones; también transformará a cada uno en su corazón, o sea, en su capacidad de conocer, amar y obrar: «Yo les daré un nuevo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi •pueblo y yo sea su Dios» (Ez 11,19-20 cf. Ez 36,26-28).

32 El pueblo, esforzándose por cumplir las normas establecidas en la alianza, podrá habitar en un ambiente parecido al que salió de las manos de Dios en el momento de la creación: «Esta tierra, hasta ahora devastada, se ha hecho como jardín de Edén, y las ciudades en ruinas, devastadas y demolidas, están de nuevo fortificadas y habitadas» (Ez 36,35). Se tratará de una alianza nueva, concretada en la observancia de una ley escrita en el corazón (cf. Jr 31,31-34).

Luego la perspectiva se ensancha y se anuncia la promesa de una nueva tierra. La meta final es una nueva Jerusalén, en la que ya no habrá aflicción, como leemos en el libro de Isaías: «He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva (...). He aquí que yo voy a crear para Jerusalén alegría, y para su pueblo gozo. Y será Jerusalén mi alegría, y mi pueblo mi gozo, y no se oirán más en ella llantos ni lamentaciones» (Is 65,17-19).

3. El Apocalipsis recoge esta visión. San Juan escribe: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (Ap 21,1-2).

El paso a este estado de nueva creación exige un compromiso de santidad, que el Nuevo Testamento revestirá de un radicalismo absoluto, como se lee en la segunda carta de san Pedro: «Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2P 3,11-13).

4. La resurrección de Cristo, su ascensión y el anuncio de su regreso abrieron nuevas perspectivas escatológicas. En el discurso pronunciado al final de la cena, Jesús dijo: «Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). Y san Pablo escribió a los Tesalonicenses: «El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor» (1Th 4,16-17).

No se nos ha informado de la fecha de este acontecimiento final. Es preciso tener paciencia, a la espera de Jesús resucitado, que, cuando los Apóstoles le preguntaron si estaba a punto de restablecer el reino de Israel, respondió invitándolos a la predicación y al testimonio: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Ac 1,7-8).

5. La tensión hacia el acontecimiento hay que vivirla con serena esperanza, comprometiéndose en el tiempo presente en la construcción del reino que al final Cristo entregará al Padre: «Luego, vendrá el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad» (1Co 15,24). Con Cristo, vencedor sobre las potestades adversarias, también nosotros participaremos en la nueva creación, la cual consistirá en una vuelta definitiva de todo a Aquel del que todo procede. «Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1Co 15,28).

Por tanto, debemos estar convencidos de que «somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo» (Ph 3,20). Aquí abajo no tenemos una ciudad permanente (cf. He 13,14). Al ser peregrinos, en busca de una morada definitiva, debemos aspirar, como nuestros padres en la fe, a una patria mejor, «es decir, a la celestial» (He 11,16).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de México, Guatemala, Chile y Argentina, así como de los otros países latinoamericanos y España. Os invito a renovar vuestra esperanza en Cristo, para que no cese el compromiso de construir con su gracia un mundo de paz y justicia.

(En checo)
33 En Pentecostés los Apóstoles recibieron el don del Espíritu de Dios para poder dar testimonio público de Cristo con valor. El mismo Espíritu se derrama sobre cada cristiano. Que el Espíritu Santo halle siempre en vuestro corazón una digna morada.

(En eslovaco)
dorad a Dios, uno y trino, y orad para que crezcáis cada vez más en el amor y seáis de esta forma artífices de paz y de esperanza en vuestra patria.

(En lengua croata)
Dios, por el inmenso amor que tiene al género humano, ha elevado al hombre y a la mujer a la dignidad de hijos suyos y los ha hecho herederos y coherederos de Cristo. El Padre nos lo confirma, dándonos al Espíritu Santo, que ha derramado el amor de Dios en nuestro corazón y ha hecho de nuestro cuerpo su morada, el templo santo de Dios.

(En italiano)

Dirijo un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridísimos hermanos, la Iglesia recuerda hoy a un santo romano, san Felipe Neri, que desde los primeros años de su apostolado se distinguió por su alegría, su generosa dedicación a los hermanos pobres y enfermos, y especialmente a la juventud, a la que educó y evangelizó a través de la inspirada iniciativa pastoral del Oratorio.

Queridos jóvenes, mirad a este santo para aprender a vivir, como él hizo, con sencillez evangélica y fiel adhesión a Cristo. Queridos enfermos, que san Felipe os ayude a hacer de vuestro sufrimiento una ofrenda al Padre celestial, en unión con Jesús crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, sostenidos por la intercesión de san Felipe, inspiraos siempre en el Evangelio para fortificar vuestra unión conyugal y construir una familia verdaderamente cristiana.




Audiencias 1999 25