Audiencias 1999 70

70 4. La Iglesia ha expresado esta sublime realidad enseñando que la caridad es una virtud teologal, es decir, una virtud que se refiere directamente a Dios y hace que las criaturas humanas entren en el círculo del amor trinitario. En efecto, Dios Padre nos ama como ama Cristo, viendo en nosotros su imagen. Esta, por decirlo así, es dibujada en nosotros por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo.

También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntimo de nuestra persona las líneas fundamentales de la respuesta cristiana. El dinamismo del amor a Dios brota de una especie de «connaturalidad» realizada por el Espíritu Santo, que nos «diviniza», según el lenguaje de la tradición oriental.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima la vida moral del cristiano, orienta y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la estructura del hombre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, «el ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es 2el vínculo de la perfección" (
Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino» (CEC 1827). Como cristianos, estamos siempre llamados al amor.

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En especial a los superiores y alumnos del Pontificio Colegio Mexicano. También a la Asociación de vecinos «Tesorillo», de Melilla, así como a los peregrinos venidos desde España, México, Uruguay, Perú, Chile y Argentina. Os deseo que experimentéis siempre el amor de Dios y viváis siempre la llamada al amor.

(En eslovaco)
Durante los diversos encuentros con vosotros suelo oíros cantar: "¡Señor, bendice al Santo Padre, Vicario de Cristo!". Os agradezco las oraciones y sacrificios, con que acompañáis mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal. También el Papa ora por vosotros.

A los fieles procedentes de Croacia los exhortó a responder al amor de Dios con amor a Dios y al prójimo. «Este amor -prosiguió- es regla fundamental de la vida humana y base para construir un mundo en sintonía con el proyecto divino. Este amor, por naturaleza, crea las condiciones sociales, económicas y políticas indispensables para que todos puedan llevar una vida digna».

(Bendición de dos estatuas de un hospital italiano)
Que la Sagrada Familia proteja vuestro centro sanitario que acoge a tantas personas que sufren y necesitan cuidados médicos.

Me dirijo, ahora, con mucho afecto a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

71 Mi pensamiento va a la Virgen de Fátima, de cuya última aparición celebramos precisamente hoy el aniversario. A la celestial Madre de Dios os encomiendo a vosotros, queridos jóvenes, para que respondáis generosamente a la llamada del Señor. Que María sea para vosotros, queridos enfermos, consuelo en vuestras penas; y os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en vuestro incipiente camino familiar.





Miércoles 20 de Octubre de 1999



1. «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a•Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,20-21).

La virtud teologal de la caridad, de la que hablamos en la catequesis anterior, se expresa en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nuestro interior.

En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, crucificado y resucitado, y es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace partícipes de su mismo amor.

Quien ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como él lo ama. Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.

2. La enseñanza de la sagrada Escritura a este respecto es inequívoca. El amor a los semejantes es recomendado ya a los israelitas: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). Aunque este mandamiento en un primer momento parece restringido únicamente a los israelitas, progresivamente se entiende en sentido cada vez más amplio, incluyendo a los extranjeros que habitan en medio de ellos, como recuerdo de que Israel también fue extranjero en tierra de Egipto (cf. Lv 19,34 Dt 10,19).

En el Nuevo Testamento este amor es ordenado en un sentido claramente universal: supone un concepto de prójimo que no tiene fronteras (cf. Lc 10,29-37) y se extiende incluso a los enemigos (cf. Mt 5,43-47). Es importante notar que el amor al prójimo se considera imitación y prolongación de la bondad misericordiosa del Padre celestial, que provee a las necesidades de todos y no hace distinción de personas (cf. Mt 5,45). En cualquier caso, permanece vinculado al amor a Dios, pues los dos mandamientos del amor constituyen la síntesis y el culmen de la Ley y de los Profetas (cf. Mt 22,40). Sólo quien practica ambos mandamientos, está cerca del reino de Dios, como dice Jesús respondiendo al escriba que le había hecho la pregunta (cf. Mc 12,28-34).

3. Siguiendo este itinerario, que vincula el amor al prójimo con el amor a Dios, y a ambos con la vida de Dios en nosotros, es fácil comprender por qué el Nuevo Testamento presenta el amor como fruto del Espíritu, es más, como el primero entre los muchos dones enumerados por san Pablo en la carta a los Gálatas: «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5,22-23).

La tradición teológica ha distinguido las virtudes teologales, los dones y los frutos del Espíritu Santo, aunque los ha puesto en correlación (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1830-1832). Mientras las virtudes son cualidades permanentes conferidas a la criatura con vistas a las obras sobrenaturales que debe realizar y los dones perfeccionan tanto las virtudes teologales como las morales, los frutos del Espíritu son actos virtuosos que la persona realiza con facilidad, de modo habitual y con gusto (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II 70,1, ad 2). Estas distinciones no se oponen a lo que san Pablo afirma cuando habla en singular de fruto del Espíritu. En efecto, el Apóstol quiere indicar que el fruto por excelencia es la caridad divina, el alma de todo acto virtuoso. De la misma forma que la luz del sol se expresa en una variada gama de colores, así la caridad se manifiesta en múltiples frutos del Espíritu.

4. En este sentido, la carta a los Colosenses dice: «Por encima de todo esto, revestíos del •amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3,14). El himno a la caridad, contenido •en •la primera carta a los Corintios (cf. 1Co 13) celebra este primado de la caridad sobre todos los demás dones (cf. 1Co 13,1-3), incluso sobre la fe y la esperanza (cf. 1Co 13,13). En efecto, el Apóstol afirma: «La caridad no acaba nunca» (1Co 13,8).

72 El amor al prójimo tiene una connotación cristológica, dado que debe adecuarse al don que Cristo ha hecho de su vida: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3,16). Ese mandamiento, al tener como medida el amor de Cristo, puede llamarse «nuevo» y permite reconocer a los verdaderos discípulos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,34-35). El significado cristológico del amor al prójimo resplandecerá en la segunda venida de Cristo. Precisamente entonces se constatará que la medida para juzgar la adhesión a Cristo es precisamente el ejercicio diario y visible de la caridad hacia los hermanos más necesitados: «Tuve hambre y me disteis de comer...» (cf. Mt 25,31-46).

Sólo quien se interesa por el prójimo y sus necesidades muestra concretamente su amor a Jesús. Si se cierra o permanece indiferente al «otro», se cierra al Espíritu Santo, se olvida de Cristo y niega el amor universal del Padre.

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En especial a la delegación del Estado de Cojedes, en Venezuela, así como a los demás peregrinos venidos desde España, México, Argentina y otros países hispanoamericanos. Os deseo que la gracia de Dios os ayude a amar como Cristo nos ha enseñado.

(A los peregrinos croatas)
Se espera efectivamente que los bautizados, con su vida y sus obras diarias, muestren cada vez más que son discípulos de Cristo.

(A la Sociedad italiana de medicina interna)
Os agradezco vuestra presencia y vuestra cualificada actividad en el campo de la medicina clínica italiana e internacional. Os deseo de corazón que vuestro importante trabajo al servicio del hombre dé copiosos frutos, fortaleciendo en los ciudadanos la conciencia del valor sagrado de la vida y comprometiéndolos en la defensa del derecho de todo ser humano a que se respete absolutamente este bien primario.

Mi pensamiento va ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, el mes de octubre os invita a renovar vuestra contribución activa a la misión de la Iglesia. Sed misioneros del Evangelio con las grandes energías de la juventud, con la fuerza de la oración y del sacrificio y con las potencialidades de la vida conyugal, dando vuestro apoyo concreto a cuantos tratan de llevarlo a quienes aún no lo conocen.





Miércoles 27 de Octubre de 1999

73
1. El concilio Vaticano II subraya una dimensión específica de la caridad, que nos lleva, a ejemplo de Cristo, a salir al encuentro sobre todo de los más pobres: «Como Cristo fue enviado por el Padre a i.anunciar la buena nueva a los pobres, a sanar a los de corazón destrozadoló (
Lc 4,18), i8a buscar y salvar lo que estaba perdidolt (Lc 9,10), así también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos» (Lumen gentium LG 8).

Hoy queremos profundizar en la enseñanza de la sagrada Escritura sobre las motivaciones del amor preferencial por los pobres.

2. Ante todo, conviene observar que, del Antiguo Testamento al Nuevo, existe un progreso en la valoración del pobre y de su situación. En el Antiguo Testamento se manifiesta a menudo la convicción humana común según la cual la riqueza es mejor que la pobreza y constituye la justa recompensa reservada al hombre recto y temeroso de Dios: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. (...) En su casa habrá riquezas y abundancia» (Ps 112,1 Ps 112,3). La pobreza se entiende como castigo para quien rechaza la instrucción sapiencial (cf. Pr Pr 13,18).

Pero, desde otra perspectiva, el pobre es objeto de particular atención en cuanto víctima de una injusticia perversa. Son famosas las invectivas de los profetas contra la explotación de los pobres. El profeta Amós (cf. Am Am 2,6-15) incluye la opresión del pobre entre las acusaciones contra Israel: «Venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y tuercen el camino de los humildes» (Am 2,6-7). También Isaías subraya la vinculación de la pobreza con la injusticia: «¡Ay de los que dan leyes inicuas, y de los escribas que escriben prescripciones tiránicas, para apartar del tribunal a los pobres, y conculcar el derecho de los desvalidos de mi pueblo, para despojar a las viudas y robar a los huérfanos» (Is 10,1-2)

Esta vinculación explica también por qué abundan las normas en defensa de los pobres y de los que son más débiles socialmente: «No vejarás a viuda ni a huérfano. Si lo haces, clamarán a mí, y yo oiré su clamor» (Ex 22,21-22 cf. Pr Pr 22,22-23 Si 4,1-10). Defender al pobre es honrar a Dios, padre de los pobres. Por tanto, se justifica y se recomienda la generosidad con respecto a ellos (cf. Dt 15,1-11 Dt 24,10-15 Pr 14,21 Pr 17,5).

En la progresiva profundización del tema de la pobreza, ésta va asumiendo poco a poco un valor religioso. Dios habla de «sus» pobres (cf. Is 49,13), que llegan a identificarse con «el resto de Israel», pueblo humilde y pobre, según una expresión del profeta Sofonías (cf. So 3,12). También del futuro Mesías se dice que se interesará por los pobres y oprimidos, como afirma Isaías en el conocido texto sobre el retoño que brotará del tronco de Jesé: «Juzgará con justicia a los pobres y sentenciará con rectitud a los oprimidos de la tierra» (Is 11,4).

3. Por eso, en el Nuevo Testamento se anuncia a los pobres la buena nueva de la liberación, como Jesús mismo subraya, aplicándose la profecía del libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19, cf. Is 61,1-2).

Es preciso asumir la actitud interior del pobre para poder participar del «reino de los cielos» (cf. Mt 5,3 Lc 6,20). En la parábola de la gran cena los pobres y los lisiados, los ciegos y los cojos, es decir, todas las clases sociales más afligidas y marginadas, son invitados al banquete (cf. Lc 14,21). Santiago dirá que Dios «escogió a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman» (Jc 2,5).

4. La pobreza «evangélica» implica siempre un gran amor a los más pobres de este mundo. En este tercer año de preparación para el gran jubileo es necesario redescubrir a Dios como Padre providente que se inclina sobre los sufrimientos humanos para elevar a los que se encuentran inmersos en ellos. También nuestra caridad debe traducirse en participación y promoción humana, entendida como crecimiento integral de toda persona.

La radicalidad evangélica ha impulsado a numerosos discípulos de Jesús, a lo largo de la historia, a buscar la pobreza hasta el punto de vender sus bienes y darlos como limosna. La pobreza aquí llega a ser una virtud que, además de aligerar la situación del pobre, se transforma en camino espiritual gracias al cual puede alcanzar la verdadera riqueza, o sea, un tesoro inagotable en los cielos (cf. Lc 12,32-34). La pobreza material nunca es fin en sí misma, sino un medio para seguir a Cristo, el cual, como recuerda san Pablo a los Corintios, «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2Co 8,9).

5. Aquí no puedo por menos de destacar, una vez más, que los pobres constituyen el desafío actual, sobre todo para los pueblos ricos de nuestro planeta, donde millones de personas viven en condiciones inhumanas y muchos, literalmente, mueren de hambre. No se puede anunciar a Dios Padre a estos hermanos sin el compromiso de colaborar en nombre de Cristo con vistas a la construcción de una sociedad más justa.

La Iglesia se ha esforzado siempre, especialmente con su magisterio social, desde la Rerum novarum hasta la Centesimus annus, por afrontar el tema de los más pobres. El gran jubileo del año 2000 debe vivirse como una nueva ocasión de fuerte conversión de los corazones, para que el Espíritu Santo suscite en esta dirección nuevos testigos. Los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza (cf. Centesimus annus CA 57).

Saludos

74 (A los miembros del navío-escuela «Brasil»)
Os felicito a todos y deseo que, creciendo en la fe y en la conciencia de la vocación cristiana, honréis siempre la dignidad a la que os ha elevado el bautismo. A los oficiales y cadetes de la Marina de Brasil os invito a servir siempre a la patria con espíritu de lealtad y solidaridad, demostrando, con el ejemplo, que seréis siempre constructores de fraternidad y defensores de la paz. Con estos deseos, os bendigo a vosotros y a vuestras familias.

(En checo)
Los santos apóstoles Simón y Judas, cuya fiesta celebraremos mañana, son llamados también Simón "el Zelotes" y Judas "el magnánimo". Deseo que también vosotros deis testimonio de la fe con ioceloln y abráis siempre con iomagnanimidadl. vuestros corazones a Dios.

(A los fieles croatas)
De los bautizados se espera que se vea que son cristianos por su modo de vivir y actuar. Esta actitud debe ser de amor hacia todos, incluidos los enemigos, grande en el perdón y que extiende la mano como signo de reconciliación. Efectivamente, el amor auténtico incluye el perdón y la reconciliación.

(En español)
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a los grupos parroquiales procedentes de España, Panamá, Chile y de otros países de Latinoamérica. Invocando sobre todos la misericordia de Dios Padre, os bendigo de corazón.

(En italiano)

(A los peregrinos procedentes del patriarcado de Moscú, huéspedes en Roma del Círculo de San Pedro)
Vuestra visita a los lugares comunes de fe, que se remontan a los primeros siglos, favorezca el enriquecimiento mutuo».

75 Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos hermanos: mañana celebraremos la fiesta de los santos Apóstoles Simón y Judas Tadeo. Su glorioso testimonio os sostenga a todos para que respondáis generosamente a la llamada del Señor.



Noviembre de 1999

                                                                                             

Miércoles 3 de Noviembre de 1999



1. «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber» (Mt 25,34-35).

Estas palabras del evangelio nos ayudan a dar concreción a nuestra reflexión sobre la caridad, impulsándonos a poner por obra, de acuerdo con las indicaciones de la carta apostólica Tertio millennio adveniente (cf. TMA 51), algunas líneas de compromiso particularmente acordes con el espíritu del gran jubileo que nos disponemos a celebrar.

Con este fin, es oportuno hacer referencia al jubileo bíblico, descrito en el libro del Levítico (capítulo 25). En ciertos aspectos recalca y expresa de modo más completo la función del año sabático (cf. Lv 25,2-7 Lv 25,18-22), que es el año en el que no se debe cultivar la tierra. El año jubilar cae después de un período de 49 años. También se caracteriza por la renuncia a cultivar la tierra (cf. Lv 25,8-12), pero implica dos normas que benefician a los israelitas. La primera atañe a la recuperación de las propiedades de tierras y casas (cf. Lv 25,13-17 Lv 25,23-24); la segunda, a la liberación del esclavo israelita que se vendió por deudas a otro (cf. Lv 25,39-55).

2. El jubileo cristiano, como se comenzó a celebrar a partir del Papa Bonifacio VIII en el año 1300, tiene una configuración específica, pero también elementos que se remontan al jubileo bíblico. Por lo que concierne a la posesión de los bienes inmuebles, las normas del jubileo bíblico se fundaban en el principio según el cual la «tierra es de Dios» y, por tanto, fue dada para beneficio de la comunidad entera. Por eso, si un israelita había enajenado su terreno, el año jubilar le permitía recobrarlo. «La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes. En todo terreno de vuestra propiedad concederéis derecho a rescatar la tierra» (Lv 25,23-24).

El jubileo cristiano se remonta cada vez más conscientemente a los valores sociales del jubileo bíblico, que quiere interpretar y volver a proponer en el marco contemporáneo, reflexionando sobre las exigencias del bien común y sobre el destino universal de los bienes de la tierra. Precisamente en esta perspectiva, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente propuse que el jubileo se viva como «un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda externa, que grava sobre el destino de muchas naciones» (TMA 51).

3. Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, a propósito de este problema, típico de numerosos países económicamente débiles, afirmó que hace falta un diálogo entre quienes aportan los medios y quienes se benefician de ellos, a fin de «medir las aportaciones no sólo de acuerdo con la generosidad y las disponibilidades de los unos, sino también en función de las necesidades reales y de las posibilidades de empleo de los otros. Con ello los países en vías de desarrollo no correrán en adelante el riesgo de estar abrumados de deudas, cuya satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios» (PP 54). En la encíclica Sollicitudo rei socialis, advertí que, por desgracia, las nuevas circunstancias tanto en los países endeudados como en el mercado internacional que financia han hecho que la financiación misma resulte «contraproducente», y esto «ya sea porque los países endeudados, para satisfacer los compromisos de la deuda, se ven obligados a exportar los capitales que serían necesarios para aumentar o, incluso, para mantener su nivel de vida, ya sea porque, por la misma razón, no pueden obtener nuevas fuentes de financiación igualmente indispensables» (SRS 19).

4. El problema es complejo y no tiene fácil solución. Sin embargo, debe quedar claro que no es sólo de índole económica, sino que afecta a los principios éticos fundamentales y es preciso que encuentre espacio en el derecho internacional, para que sea afrontado y resuelto de forma adecuada según perspectivas a medio y largo plazo. Es necesario aplicar una «ética de la supervivencia» que regule las relaciones entre acreedores y deudores, de modo que el deudor en dificultad no cargue con un peso insoportable. Se trata de evitar especulaciones abusivas, hallar soluciones mediante las cuales los que prestan tengan mejores garantías y los que reciben se sientan comprometidos a realizar reformas globales efectivas por lo que atañe al aspecto político, burocrático, financiero y social de sus países (cf. Comisión pontificia Justicia y paz, Al servicio de la comunidad humana. Una consideración ética de la deuda externa, II). Hoy, en el marco de la economía «globalizada», el problema de la deuda externa resulta aún más complicado, pero la misma «globalización» exige que se siga el camino de la solidaridad, si se quiere evitar una catástrofe general.

76 5. Precisamente en el contexto de estas consideraciones acogemos la solicitud casi universal que nos llega de los recientes Sínodos, de muchas Conferencias episcopales o de diversos hermanos obispos, así como de numerosos religiosos, sacerdotes y laicos, para hacer un apremiante llamamiento a fin de que se condonen, parcial o totalmente, las deudas contraídas a nivel internacional. Especialmente, exigir el pago con intereses desmesurados obligaría a opciones políticas que reducirían al hambre y a la miseria a poblaciones enteras.

Esta perspectiva de solidaridad, que ya señalé en la encíclica Centesimus annus (cf.
CA 35), se ha vuelto aún más urgente en la situación mundial de los últimos años. El jubileo puede constituir una ocasión propicia para gestos de buena voluntad: los países más ricos deben dar señales de confianza con respecto al saneamiento económico de las naciones más pobres; los agentes de mercado deben saber que en el vertiginoso proceso de globalización económica no es posible salvarse por sí solos. El gesto de buena voluntad de condonar las deudas, o al menos reducirlas, ha de ser el signo de un modo nuevo de considerar la riqueza en función del bien común.

Saludos

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a la delegación de la Academia superior de la Policía de Investigaciones chilena, a los peregrinos de la Confraternidad judeo-cristiana de Chile, a las participantes en el curso de formación de la Unión internacional de superiores generales y a los grupos procedentes de Madrid y de otras partes de España, de Panamá, Argentina, Puerto Rico, Guatemala, Chile y otros países de Latinoamérica. Invocando al amor misericordioso de Dios Padre sobre todos vosotros, os bendigo de corazón.

(A los peregrinos croatas)
El amor verdadero no tiene en cuenta el mal recibido, sino que todo lo excusa, todo lo soporta. Supera abundantemente la justicia y la sustituye con la misericordia, que perdona de corazón. El perdón es otro nombre del amor cristiano.

(En italiano)
Dirijo, por último, mi saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. La solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos, que acabamos de celebrar, así como la próxima memoria de san Carlos Borromeo, tan querida para mí, nos ofrecen la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre el auténtico significado de la existencia terrena y sobre su valor para la eternidad.

Que estos días de reflexión y oración constituyan para vosotros, queridos jóvenes, una invitación a imitar el heroísmo de los santos, que gastaron la vida al servicio de Dios y del prójimo. Que os sirvan de gran consuelo especialmente a vosotros, queridos enfermos, asociados, de manera profunda, al misterio de la pasión de Cristo. Finalmente, sean una ocasión propicia para vosotros, queridos recién casados, a fin de que comprendáis cada vez mejor que estáis llamados a testimoniar con vuestra fidelidad recíproca el amor infinito que Dios tiene por cada uno de los hombres.

Llamamiento en favor de Burundi

En estos días han llegado noticias de tensiones étnicas en Burundi, donde la población, ya extenuada por largos años de precariedad política y económica, ve agravarse sus condiciones de vida. Una vez más, deseo insistir en la urgente necesidad de favorecer el regreso de las familias a sus tierras, el acceso libre y seguro de las organizaciones humanitarias a todas las zonas, y la distribución equitativa de las ayudas. No se prepara el futuro de un país con el exilio forzado de las poblaciones ni con el atropello y la lucha armada. Además, actuando así no se puede esperar que se interese la comunidad internacional. Por su parte, la Iglesia católica, tan presente en aquella nación, seguirá dando su contribución valiosa para la formación de las conciencias y la pacificación de los ánimos, con vistas a un futuro mejor.





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Miércoles 17 de noviembre de 1999


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Deseo hoy reflexionar sobre la visita que realicé los días pasados a la India y a Georgia. Repasar este viaje me brinda la oportunidad de dar gracias ante todo al Padre celestial, "por quien es todo y para quien es todo" (He 2,10). Con su ayuda, pude afrontar también esta tarea de mi servicio al Evangelio y a la causa de la unidad de los cristianos.
La primera etapa de esta peregrinación espiritual fue la ciudad de Nueva Delhi, en la India, para la firma y promulgación de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, en la que recogimos el fruto del estudio y de las propuestas de la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en Roma en 1998. La India es cuna de antiguas culturas, religiones y tradiciones espirituales, que siguen modelando la vida de millones de personas, en un marco social caracterizado durante muchos siglos por un grado notable de tolerancia recíproca. El cristianismo, que constituye una parte considerable de esa historia de relaciones pacíficas, se halla presente, según los cristianos del sur de la India, desde la predicación del apóstol santo Tomás.
Hoy, en algunos aspectos, ese espíritu de mutuo respeto atraviesa dificultades. Por eso, era importante reafirmar el vivo deseo de la Iglesia de que los seguidores de todas las religiones mantengan un diálogo fecundo, que lleve a renovar relaciones de comprensión y solidaridad al servicio de toda la familia humana.

2. El documento sinodal Ecclesia in Asia nos ayuda a comprender que este diálogo interreligioso y el mandato de la Iglesia de difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra no se excluyen mutuamente, sino que más bien se completan. Por una parte, la proclamación del Evangelio de la salvación en Jesucristo siempre debe hacerse respetando profundamente la conciencia de los oyentes y también todo lo que haya de bueno y santo en la cultura y en la tradición religiosa a la que pertenecen (cf. Nostra aetate NAE 2). Por otra, la libertad de conciencia y el libre ejercicio de la religión en la sociedad son derechos humanos fundamentales, que hunden sus raíces en el valor y en la dignidad inherente a toda persona, reconocida en muchos documentos y acuerdos internacionales, incluida la Declaración universal de derechos humanos.
Recuerdo con gran placer la misa que concelebré con numerosos obispos de la India y de muchos países de Asia en el estadio Jawaharlal Nehru, el domingo 7 de noviembre. Expreso nuevamente mi gratitud al arzobispo Alan de Lastic y a la archidiócesis de Delhi por la organización de la solemne liturgia, marcada por una viva y fervorosa participación, animada mediante cantos elegidos con gran esmero y danzas locales tradicionales. El tema de la misa fue: Jesucristo, verdadera luz del mundo, que se encarnó en tierra de Asia. En cierto sentido, en esa celebración eucarística la comunidad católica de la India representaba a todos los católicos de Asia, a los que entregué la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia como guía para su crecimiento espiritual, en el umbral del nuevo milenio. Estoy seguro de que, con la gracia de Dios, permanecerán firmes y fieles.

3. La segunda etapa de mi viaje fue Georgia, para devolver la visita que el presidente Shevarnadze y Su Santidad Ilia II, Catholicós patriarca de toda Georgia, habían realizado a Roma. Tenía un deseo ardiente de rendir homenaje al testimonio que la Iglesia de Georgia ha dado a lo largo de los siglos y establecer nuevos puntos de contacto entre los cristianos, de modo que, al iniciar el tercer milenio cristiano, puedan esforzarse juntos por proclamar el Evangelio al mundo con un solo corazón y una sola alma.
Georgia está viviendo un período muy importante. En efecto, mientras se prepara para celebrar el tercer milenio de su historia en el marco de la independencia recuperada, tiene planteados grandes desafíos económicos y sociales. Sin embargo, está decidida a afrontarlos con valentía, para convertirse en miembro digno de confianza de una Europa unida. La Georgia cristiana cuenta con una historia milenaria y gloriosa, que comienza en el siglo IV, cuando el testimonio de una mujer, santa Nina, convirtió al rey Mirian y a toda la nación a Cristo. Desde entonces, una floreciente tradición monástica ha dado a esa tierra monumentos duraderos de cultura, civilización y arquitectura religiosa, como la catedral de Mzjeta, que pude visitar en compañía del Catholicós patriarca, después del encuentro cordial que tuve personalmente con él.

4. Y ahora, después de setenta años de represión comunista soviética, durante los cuales muchos mártires, ortodoxos y católicos, dieron testimonio heroico de su fe, la pequeña pero fervorosa comunidad católica del Cáucaso está progresivamente fortaleciendo su vida y sus estructuras. La alegría que percibí entre los sacerdotes, los religiosos y los laicos, reunidos en un número superior al que se podía esperar para la misa en el estadio de Tbilisi, constituye un signo de esperanza segura con vistas al futuro de la Iglesia en toda esa región. El encuentro con ella en el templo de San Pedro y San Pablo, en Tbilisi, la única iglesia católica que quedó abierta durante el período del totalitarismo, fue una ocasión particularmente gozosa. Pido a Dios que los católicos de Georgia puedan dar siempre su contribución específica a la construcción de su patria.
Un momento intenso de reflexión fue el encuentro con hombres y mujeres del mundo de la cultura, de la ciencia y del arte, presidido por el presidente Shevarnadze, y que contó también con la presencia del Catholicós patriarca, cuyo tema fue la vocación específica de Georgia, encrucijada entre Oriente y Occidente. Como recordé durante ese encuentro, el siglo que está a punto de concluir, marcado por muchas sombras, pero también lleno de luces, constituye un testimonio de la fuerza inquebrantable del espíritu humano, que logra triunfar sobre todo lo que pretende ahogar la aspiración irrenunciable del hombre hacia la verdad y la libertad.


Audiencias 1999 70