Audiencias 1999 78

78 5. Expreso mi gratitud a las autoridades civiles y a todos los que, en ambos países, trabajaron para que mi visita fuera fecunda y serena. Con emoción y agradecimiento, pienso en los obispos, en los sacerdotes, en los religiosos y en los laicos de la India y de Georgia, y de todos conservo un recuerdo inolvidable.
A María, Madre de la Iglesia, encomiendo a todas las personas con quienes me he encontrado; a ella le encomiendo la Iglesia en Asia y en el Cáucaso, "confiando plenamente en su oído que siempre escucha, en su corazón que siempre acoge y en su oración que nunca falla" (Ecclesia in Asia ).

Saludos

Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En especial al grupo de sacerdotes latinoamericanos que asisten a un curso en el CIAM. También a los participantes en la Semana europea de gastroenterología, a los miembros de la Banda juvenil de la paz, de Barrancabermeja (Colombia), y a la delegación de la Gendarmería nacional de Argentina. A todos os deseo que vuestra estancia en Roma reafirme vuestra fe y vuestro compromiso cristiano en todos los ambientes. Muchas gracias por vuestra atención.

(A los fieles croatas)
Estamos llamados no sólo a amarnos los unos a los otros como Dios nos ama, sino también a ser misericordiosos como él es misericordioso, soportándonos y perdonándonos mutuamente. Sólo así podremos decir con sinceridad a nuestro Padre que está en los cielos, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo: ¡Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden!

(En italiano)

Estáis viviendo un período de vuestra vida que puede ofrecer oportunidades especiales de crecimiento humano y cristiano. Ciertamente el servicio militar presenta dificultades vinculadas con las exigencias y la disciplina que lo caracterizan. Pero también lleva consigo notables posibilidades de maduración interior, tanto por los sacrificios que implica como por el horizonte humano más amplio que abre. Actuad de modo que este período de vuestra existencia sea una auténtica escuela de formación, que os haga hombres conscientes, profesionales competentes y honrados, y cristianos valientes.

Os saludo a todos vosotros, queridos jóvenes presentes. Nos estamos acercando al gran jubileo, en el que celebraremos el bimilenario del nacimiento de Cristo. Este acontecimiento nos invita a mirar a Jesús como el centro de nuestra existencia, a renovar la vida a la luz de su Evangelio para convertirnos en constructores de un mundo de auténtica paz y esperanza solidaria. Esta tarea está confiada particularmente a vosotros, queridísimos jóvenes. De vuestra fe valiente y de vuestra capacidad de amar con corazón generoso y fiel dependerá también la suerte de la humanidad futura.

A vosotros, queridos enfermos, que estáis experimentando el dolor y el sufrimiento, deseo que sintáis junto a vosotros a Cristo, y que cooperéis con él en la salvación del mundo entero; y a vosotros, queridos recién casados, que hace poco habéis recibido en el sacramento del matrimonio la efusión del Espíritu del amor, os exhorto a encontrar diariamente fuerza y valor en Dios. Así viviréis en plenitud vuestra vocación.



Miércoles 24 de noviembre de 1999




1. Entre los desafíos del actual momento histórico sobre los que la ocasión del gran jubileo nos impulsa a reflexionar he señalado, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el que atañe al respeto de los derechos de la mujer (cf. n. 51). Hoy deseo recordar algunos aspectos de la problemática relativa a la mujer, a los que, por lo demás, ya me he referido en otras ocasiones.

Sobre el tema de la promoción de la mujer arroja mucha luz la sagrada Escritura, indicando el proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer en los dos relatos de la creación.

En el primero se afirma: "Creó Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27). Esa afirmación es la base de la antropología cristiana, pues señala el fundamento de la dignidad del hombre en cuanto persona en su ser creado "a imagen" de Dios. Al mismo tiempo, el texto dice con claridad que ni el hombre ni la mujer separadamente son imagen del Creador, sino el hombre y la mujer en su reciprocidad. Representan en igual medida la obra maestra de Dios.

En el segundo relato de la creación, a través del simbolismo de la creación de la mujer a partir de la costilla del hombre, la Escritura pone de relieve que la humanidad realmente no está completa hasta que es creada la mujer (cf. Gn 2,18-24). Ésta recibe un nombre que, por la asonancia verbal en la lengua hebrea, expresa relación con el hombre (is/issah). "Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 371). El hecho de que la mujer sea presentada como una "ayuda adecuada a él" (Gn 2,18) no ha de interpretarse en el sentido de que la mujer sea sierva del hombre, pues "ayuda" no equivale a "siervo"; el salmista dice a Dios: "Tú eres mi ayuda" (Ps 70,6 cf. Ps 115,9 Ps 115,10 Ps 115,11 Ps 118,7 Ps 146,5). Esa expresión quiere decir, más bien, que la mujer es capaz de colaborar con el hombre porque es su correspondencia perfecta. La mujer es otro tipo de "yo" en la humanidad común, constituida en perfecta igualdad de dignidad por el varón y la mujer.

2. Conviene alegrarse de que la profundización de "lo femenino" haya contribuido, en la cultura contemporánea, a replantear el tema de la persona humana en función del recíproco "ser el uno para el otro" en la comunión interpersonal. Hoy concebir a la persona en su dimensión oblativa se está convirtiendo en un logro de principio. Por desgracia, a veces eso no se refleja en la práctica. Por tanto, entre las numerosas agresiones contra la dignidad humana, es preciso condenar con vigor la violación generalizada de la dignidad de la mujer, que se manifiesta con la explotación de su persona y de su cuerpo. Es necesario luchar enérgicamente contra cualquier práctica que ofenda a la mujer en su libertad y en su femineidad: el así llamado "turismo sexual", la compraventa de muchachas, la esterilización masiva y, en general, toda forma de violencia hacia el otro sexo.

Una actitud muy diversa exige la ley moral, que predica la dignidad de la mujer como persona creada a imagen de un Dios-comunión. Hoy resulta más necesario que nunca volver a proponer la antropología bíblica sobre el carácter relacional, que ayuda a comprender de modo auténtico la identidad de la persona humana en su relación con las demás personas y, en particular, entre hombre y mujer. En la persona humana, considerada en su aspecto "relacional", se descubre una huella del misterio mismo de Dios, revelado en Cristo como unidad sustancial en la comunión de tres divinas personas. A la luz de este misterio se entiende bien la afirmación de la Gaudium et spes según la cual la persona humana, que "es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí misma sino en la entrega sincera de sí misma" (GS 24). La diferencia entre hombre y mujer recuerda la exigencia de la comunión interpersonal, y la meditación en la dignidad y vocación de la mujer corrobora la concepción del ser humano como comunión (cf. Mulieris dignitatem MD 7).

3. Precisamente esta índole de comunión que lo femenino evoca con vigor permite replantear la paternidad de Dios, evitando las representaciones de tipo patriarcal tan rechazadas, no sin motivo, en algunas corrientes de la literatura contemporánea. En efecto, se trata de captar el rostro del Padre dentro del misterio de Dios en cuanto Trinidad, es decir, perfecta unidad en la distinción. La figura del Padre se ha de replantear en su vínculo con el Hijo, el cual desde la eternidad está dirigido hacia él (cf. Jn 1,1) en la comunión del Espíritu Santo. Es preciso subrayar también que el Hijo de Dios se hizo hombre en la plenitud de los tiempos y nació de la Virgen María (cf. Ga 4,4) y eso proyecta luz también sobre lo femenino, mostrando en María el modelo de mujer que Dios quiere. En ella y mediante ella aconteció lo más grande que ha sucedido en la historia de los hombres. La paternidad de Dios Padre no sólo está relacionada con Dios Hijo en el misterio eterno, sino también con su encarnación realizada en el seno de una mujer. Si Dios Padre que "engendra" al Hijo desde la eternidad, para "engendrarlo" en el mundo valoró a una mujer, María, haciéndola así "Theotókos", Madre de Dios, eso tiene significado para captar la dignidad de la mujer en el proyecto divino.

4. Así pues, el anuncio evangélico de la paternidad de Dios, lejos de constituir una limitación para la dignidad y el papel de la mujer, es una garantía de lo que lo "femenino" simboliza humanamente, es decir: acoger, cuidar del ser humano y engendrar la vida. En efecto, todo ello está arraigado de modo trascendente en el misterio de la eterna "generación" divina. Desde luego, la paternidad de Dios es totalmente espiritual. Sin embargo expresa aquella eterna reciprocidad e índole relacional propiamente trinitaria que está en el origen de toda paternidad y maternidad y que funda la riqueza común de lo masculino y lo femenino.

Por consiguiente, la reflexión sobre el papel y la misión de la mujer encaja muy bien en este año dedicado al Padre, impulsándonos a un compromiso aún más intenso para que a la mujer se le reconozca todo el espacio que le corresponde en la Iglesia y en la sociedad.

Saludos

80 Me es grato saludar a los peregrinos de lengua española, de modo especial a los grupos venidos de España, Guatemala, Venezuela y de otros países de América Latina, así como a los alumnos del colegio San Francisco del Alba de Chile, y de Argentina: a los cadetes de policía de la escuela Coronel Falcón y a los cadetes de la Escuela penitenciaria. Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os bendigo con afecto. Muchas gracias.

(En italiano)
Hoy, recordando a san Andrés Dung Lac y compañeros, mártires vietnamitas, os invito a vosotros, queridos jóvenes, a esforzaros por permanecer siempre fieles al Señor; os exhorto a vosotros, queridos enfermos, a acoger con sereno abandono lo que el Señor da en cada situación de la vida; y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que forméis una familia auténticamente cristiana, hallando la fuerza necesaria para realizar ese proyecto en la palabra de Dios y en la Eucaristía.



Diciembre de 1999


Miércoles 1 de diciembre de 1999


Compromiso por la promoción de la familia

1. Para una adecuada preparación al gran jubileo no puede faltar en la comunidad cristiana un serio compromiso de redescubrimiento del valor de la familia y del matrimonio (cf. Tertio millennio adveniente TMA 51). Ese compromiso es tanto más urgente, cuanto que este valor hoy es puesto en tela de juicio por gran parte de la cultura y de la sociedad.

No sólo se discuten algunos modelos de vida familiar, que cambian bajo la presión de las transformaciones sociales y de las nuevas condiciones de trabajo. Es la concepción misma de la familia, como comunidad fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, la que se ataca en nombre de una ética relativista que se abre camino en amplios sectores de la opinión pública e incluso de la legislación civil.

La crisis de la familia se transforma, a su vez, en causa de la crisis de la sociedad. No pocos fenómenos patológicos -como la soledad, la violencia y la droga- se explican, entre otras causas, porque los núcleos familiares han perdido su identidad y su función. Donde cede la familia, a la sociedad le falla su entramado de conexión, con consecuencias desastrosas que afectan a las personas y, especialmente, a los más débiles: niños, adolescentes, minusválidos, enfermos, ancianos...

2. Así pues, es preciso promover una reflexión que ayude no sólo a los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad, a redescubrir el valor del matrimonio y de la familia. En el Catecismo de la Iglesia católica se lee: "La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad" (CEC 2207).

Al redescubrimiento de la familia puede llegar por sí sola la razón, escuchando la ley moral inscrita en el corazón humano. La familia, comunidad "fundada y vivificada por el amor" (Familiaris consortio FC 18), encuentra su fuerza en la alianza definitiva de amor con la que un hombre y una mujer se entregan recíprocamente, convirtiéndose juntos en colaboradores de Dios para transmitir la vida.

81 En la base de esta relación fontal de amor, también las relaciones que se entablan con los demás miembros de la familia, y entre ellos, deben inspirarse en el amor y caracterizarse por el afecto y el apoyo mutuo. El amor auténtico, lejos de encerrar a la familia en sí misma, la abre a la sociedad entera, dado que la pequeña familia doméstica y la gran familia de todos los seres humanos no se oponen, sino que mantienen una relación íntima y originaria. En la raíz de todo esto se halla el misterio mismo de Dios, que precisamente la familia evoca de modo especial. En efecto, como escribí hace algunos años en la Carta a las familias, "a la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El Nosotros divino constituye el modelo eterno del nosotros humano; ante todo, de aquel nosotros que está formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina" LF 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de febrero de 1994, p. 6).

3. La paternidad de Dios es la fuente trascendente de toda otra paternidad y maternidad humana. Contemplándola con amor, debemos sentirnos comprometidos a redescubrir la riqueza de comunión, de generación y de vida que caracteriza al matrimonio y a la familia
. En ella se desarrollan relaciones interpersonales, en las que a cada uno se le encomienda, aunque sin esquemas rígidos, una tarea específica. No pretendo aquí referirme a las tareas sociales y funcionales, que son expresiones de marcos históricos y culturales particulares. Más bien pienso en la importancia que revisten, en la relación esponsal recíproca y en el común compromiso de padres, la figura del hombre y de la mujer en cuanto llamados a actuar sus características naturales en el ámbito de una comunión profunda, enriquecedora y respetuosa. "A esta unidad de los dos confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia" (Carta a las mujeres, 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1995, p. 12).

4. Asimismo, el hijo debe considerarse como la expresión máxima de la comunión del hombre y de la mujer, o sea, de la recíproca acogida-donación que se realiza y se trasciende en un "tercero", en el hijo precisamente. El hijo es la bendición de Dios. Transforma al marido y a la mujer en padre y madre (cf. Familiaris consortio FC 21). Ambos "salen de sí mismos" y se expresan en una persona que, a pesar de ser fruto de su amor, va más allá de ellos
. A la familia se aplica de modo especial el ideal expresado en la oración sacerdotal, en la que Jesús pide que su unidad con el Padre implique a sus discípulos (cf. Jn 17,11) y a los que crean en su palabra (cf. Jn 17,20-21). La familia cristiana, "iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium LG 11), está llamada a realizar de modo especial este ideal de perfecta comunión.

5. Así pues, al acercarse la conclusión de este año dedicado a la meditación sobre Dios Padre, redescubramos la familia a la luz de la paternidad divina. De la contemplación de Dios Padre podemos deducir sobre todo una urgencia que responde muy bien a los desafíos del actual momento histórico.

Contemplar a Dios Padre significa concebir la familia como el lugar de la acogida y de la promoción de la vida, laboratorio de fraternidad donde, con la ayuda del Espíritu de Cristo, se crea entre los hombres "una nueva fraternidad y solidaridad, verdadero reflejo del misterio de recíproca entrega y acogida propio de la santísima Trinidad" (Evangelium vitae EV 76).

A la luz de la experiencia de familias cristianas renovadas, la Iglesia misma podrá aprender a cultivar, entre todos los miembros de la comunidad, una dimensión más familiar, adoptando y promoviendo un estilo de relaciones más humano y fraterno (cf. Familiaris consortio FC 64).

Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de lengua española, de modo especial a la "Asociación Profesional Española de Informadores". Saludo también a las parroquias de Yecla y a los visitantes de diversos Países de América Latina. Al exhortaros a todos a trabajar por la salvaguardia de la familia, os bendigo con afecto.

Muchas gracias.

82 Saludo a los peregrinos croatas

A Aquel que es Amor (cf.
1Jn 4,16) sólo se puede acceder con un corazón lleno de amor. Por tanto, el perdón a los hermanos y hermanas, y la reconciliación con ellos, son necesarios para poder acceder a Dios (cf. Mt 5,23-24), para recibir de él el perdón (cf. Mt 6,14-15 Mt 18,33-35 Mc 11,25) y restablecer la concordia, destruida por el pecado, entre Dios y el hombre y, al mismo tiempo, entre los hombres.


Saludo a una delegación de Eslovenia

Amadísimos hermanos, habéis venido a Roma para devolverme la visita que realicé a vuestro país con motivo de la beatificación del obispo Anton Martin Slomsek. Os agradezco de corazón este amable gesto, que confirma vuestra devoción al Sucesor de Pedro. Expreso mi gratitud a los miembros del comité organizador aquí presentes, encabezados por el presidente. Al recordar con alegría la cordial acogida que me dispensaron y el fervor que manifestaron los fieles durante las celebraciones, deseo que, por intercesión del beato Anton Martin Slomsek, las semillas sembradas entonces produzcan una abundante cosecha de fe profunda y de caridad operante. A todos imparto mi bendición.
. Saludo en italiano


Me dirijo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, en este encuentro recién iniciado el Adviento.
Queridos jóvenes, salid al encuentro de Cristo con la coherencia de la fe testimoniada en la vida ordinaria.
A Jesús, que os ha querido asociar más íntimamente al plan de salvación, ofrecedle, queridos enfermos, vuestros sufrimientos, convencidos de que así cooperáis al bien de la humanidad entera.
Y vosotros, queridos recién casados, que habéis consagrado vuestro amor en el sacramento del matrimonio, sed generosos, acogiendo el gran don de la vida.
A todos imparto mi bendición.





Miércoles 15 de Diciembre 1999

83

Compromiso por la edificación de la "civilización del amor"

1. "Los cristianos, recordando la palabra del Señor: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros" (Jn 13,35), nada pueden desear más ardientemente que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual" (Gaudium et spes, GS 93).

Esta tarea que el concilio Vaticano II nos encomendó al final de la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual responde al desafío fascinante de construir un mundo animado por la ley del amor, una civilización del amor, "fundada en los valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (Tertio millennio adveniente TMA 52).

En la base de esta civilización se encuentra el reconocimiento de la soberanía universal de Dios Padre como manantial inagotable de amor. Precisamente aceptando este valor fundamental, con ocasión del gran jubileo del año 2000, se ha de realizar un sincero examen de fin de milenio, para reemprender con más agilidad el camino hacia el futuro que nos espera.

Hemos asistido al ocaso de las ideologías que vaciaron de referencias espirituales a muchos hermanos nuestros, pero los frutos nefastos de un secularismo que engendra indiferencia religiosa siguen presentes, sobre todo en las regiones más desarrolladas. Desde luego, a esta situación no se responde adecuadamente con la vuelta a una vaga religiosidad, con la que se buscan frágiles compensaciones y un equilibrio psico-cósmico, como pretenden muchos nuevos paradigmas religiosos que proclaman una religiosidad sin referencia a un Dios trascendente y personal.

Por el contrario, es preciso analizar con esmero las causas de la pérdida del sentido de Dios y volver a proponer con valentía el anuncio del rostro del Padre, revelado por Jesucristo a la luz del Espíritu. Esta revelación, no disminuye, sino que exalta la dignidad de la persona humana en cuanto imagen de Dios Amor.

2. En los últimos decenios, la pérdida del sentido de Dios ha coincidido con el avance de una cultura nihilista que empobrece el sentido de la existencia humana y, en el campo ético, relativiza incluso los valores fundamentales de la familia y del respeto a la vida. Con frecuencia, todo esto no se realiza de modo llamativo, sino con la sutil metodología de la indiferencia, que lleva a considerar normales todos los comportamientos, de modo que no surja ningún problema moral.

Paradójicamente, se exige que el Estado reconozca como "derechos" muchos comportamientos que atentan contra la vida humana, sobre todo contra la más débil e indefensa. Por no hablar de las enormes dificultades que existen para aceptar a los demás cuando son diversos, incómodos, extranjeros, enfermos o minusválidos. Precisamente el rechazo cada vez más fuerte de los demás, en cuanto diferentes, plantea un interrogante a nuestra conciencia de creyentes. Como afirmé en la encíclica Evangelium vitae: "Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera cultura de muerte" EV 12).

3. Frente a esta cultura de muerte nuestra responsabilidad de cristianos se expresa en el compromiso de la nueva evangelización, entre cuyos frutos más importantes se ha de contar la civilización del amor.

"El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas" (Evangelii nuntiandi EN 20); con todo, poseen una fuerza regeneradora que puede influir positivamente en las culturas. El mensaje cristiano no las perjudica destruyendo sus características peculiares; al contrario, actúa en ellas desde dentro, valorando las potencialidades originales que su genio es capaz de expresar. El influjo del Evangelio sobre las culturas purifica y eleva lo humano, haciendo resplandecer la belleza de la vida, la armonía de la convivencia pacífica, la genialidad que todo pueblo aporta a la comunidad de los hombres. Ese influjo tiene su fuerza en el amor, que no impone sino propone, apoyándose en la adhesión libre, en un clima de respeto y acogida recíproca

4. El mensaje de amor que encierra el Evangelio impulsa valores humanos como la solidaridad, el deseo de libertad e igualdad, y el respeto del pluralismo de formas de expresión. El eje de la civilización del amor es el reconocimiento del valor de la persona humana y concretamente de todas las personas humanas. El cristianismo ha dado una gran aportación precisamente en este ámbito. En efecto, de la reflexión sobre el misterio del Dios trinitario y sobre la persona del Verbo encarnado ha brotado gradualmente la doctrina antropológica de la persona humana como ser relacional. Este valioso logro ha hecho madurar la concepción de una sociedad que sitúa a la persona como su punto de partida y su meta. La doctrina social de la Iglesia, que el espíritu del jubileo invita a volver a meditar, ha contribuido a fundar en el derecho de la persona también las leyes de la convivencia social. En efecto, la visión cristiana del ser humano como imagen de Dios implica que los derechos de la persona se imponen, por su naturaleza, al respeto de la sociedad, que no los crea, sino simplemente los reconoce (cf. Gaudium et spes, GS 26).

84 5. La Iglesia es consciente de que esta doctrina puede quedarse en letra muerta si la vida social no está animada por el espíritu de una auténtica experiencia religiosa y especialmente por el testimonio cristiano alimentado sin cesar por la acción creadora y sanante del Espíritu Santo. En efecto, es consciente de que la crisis de la sociedad y del hombre contemporáneo está motivada en gran parte por la reducción de la dimensión espiritual específica de la persona humana.

El cristianismo contribuye a la construcción de una sociedad a la medida del hombre precisamente infundiéndole un alma y proclamando las exigencias de la ley de Dios, en la que todas las organizaciones y legislaciones de la sociedad deben fundarse, si quieren garantizar la promoción humana, la liberación de todo tipo de esclavitud y el auténtico progreso.

Esta contribución de la Iglesia se realiza sobre todo mediante el testimonio que dan los cristianos, y especialmente los laicos, en su vida ordinaria. El hombre actual acepta el mensaje de amor más de testigos que de maestros, y de éstos cuando se presentan como auténticos testigos (cf. Evangelii nuntiandi
EN 41). Este es el desafío que hemos de afrontar, para que se abran nuevos espacios para el futuro del cristianismo e incluso de la humanidad.


SALUDOS

Saludo con afecto a los peregrinos venidos de España y Latinoamérica. En especial a las Religiosas Oblatas al Divino Amor que participan en su Capítulo General en Roma. A todos os aliento a comprometeros en la construcción de una sociedad digna del hombre, dotándola de un alma y proclamando sin cesar las exigencias de la ley de Dios. Feliz Navidad .

En lengua croata
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de corazón y la reconciliación son frutos de la conversión y de la adhesión sincera al Evangelio. A esto nos invita, en particular, el gran jubileo del año 2000, que comenzará dentro de pocos días y que nos recuerda el misterio de la Encarnación y del inmenso amor de Dios uno y trino al hombre. Por esa razón, la próxima celebración entraña nuevas esperanzas y una alegría sobreabundante.

A los jóvenes, los enfermos y los recién casados
A vosotros, queridos jóvenes, y especialmente a vosotros, los estudiantes que habéis venido en tan gran número, os deseo que dispongáis vuestro corazón para acoger a Jesús, que viene a salvarnos con la fuerza de su amor.
A vosotros, queridos enfermos, que en vuestra experiencia de enfermedad compartís con Cristo el peso de la cruz, deseo que las próximas fiestas navideñas os traigan serenidad y consuelo.
Y a vosotros, queridos recién casados, que desde hace poco tiempo habéis fundado vuestra familia, os invito a crecer cada vez más en el amor que Jesús nos ha dado en su nacimiento.





Miércoles 22 de diciembre de 1999


85 1. La tradicional audiencia del miércoles tiene lugar hoy en el clima litúrgico y espiritual del Adviento, intensificado aún más ante la cercanía de las fiestas navideñas. La novena de la santa Navidad que estamos viviendo estos días constituye un itinerario litúrgico que nos acompaña en nuestro esfuerzo de preparación para la celebración del gran "hecho" acaecido hace veinte siglos: nos invita a meditar en los aspectos profundos del misterio de la Encarnación y a acogerlos en nuestra vida.

En la Navidad de este año 1999 nos disponemos a vivir un evento extraordinario. En la Nochebuena, ya cercana, comenzará el gran jubileo del año 2000, al que desde hace tiempo la Iglesia se está preparando con fe, y esto da nuevo vigor a nuestra espera. En el último tramo de este tiempo de Adviento, la liturgia pone de relieve la espera de la creación entera. Es como si ésta, después de dos mil años, percibiera con alegría renovada la llegada de Aquel que restablece de modo aún más perfecto su primordial armonía, alterada a causa del pecado.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos ya desde ahora a vivir con intensa participación el evento salvífico de la Navidad, comenzando con profunda alegría el Año jubilar. Contemplemos en la pobreza de Belén el gran "hecho" de la Encarnación: Dios se hace hombre para encontrarse con cada uno de nosotros. Dejemos que este gran misterio transforme nuestra existencia durante todo el tiempo de gracia del jubileo. Revivamos la experiencia conmovedora y exaltante de los pastores, que acogieron con prontitud el anuncio de los ángeles, y se apresuraron a adorar al Salvador, convirtiéndose así en los primeros testigos de su presencia en el mundo.
3. La Virgen María, que fue la primera en preparar una digna morada al Mesías prometido y también hoy lo presenta al mundo, nos enseñe a abrir, más aún, a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al mensaje de luz y paz de la Navidad.

Con estos sentimientos y en el marco de alegría espiritual por la inminente apertura del gran jubileo del año 2000, me complace expresaros a cada uno de vosotros mis mejores deseos. Extiendo estos cordiales sentimientos a todos los que se hallan oprimidos por el sufrimiento, a los que deben soportar las pesadas consecuencias de la guerra y a los que se encuentran en dificultades particulares. A todos deseo que experimenten en las próximas festividades el consuelo que deriva de la presencia del Señor, testimoniada por gestos significativos de amor y solidaridad.

Saludos
Saludo muy cordialmente a los peregrinos venidos de México, Argentina y Chile, así como de otros países latinoamericanos y España. Os invito a preparar vuestro corazón para la venida del Hijo de Dios hecho hombre, acogiéndole con gozo en las familias y comunidades. Dejad que él transforme vuestras vidas, suscitando sentimientos de reconciliación y de paz, de amor y de solidaridad, y que su presencia se haga particularmente cercana durante el gran jubileo del año 2000. ¡Feliz Navidad!

(A un grupo de peregrinos eslovacos)
Queridos hermanos y hermanas, en la cercanía del gran jubileo, os deseo que el Hijo de Dios, Luz del mundo, nacido por nosotros de la Virgen María, conceda a todos la gracia de crecer en el amor, para que nadie camine en tinieblas. Llevad este mensaje a todas las regiones de vuestra patria. Con estos deseos os bendigo.

(En polaco)
Queridos hermanos y hermanas, el villancico que habéis cantado expresa de modo profundo el clima de la Navidad del Señor y nos introduce en el misterio de los acontecimientos que sucedieron en la noche de Belén, cuando el Dios inefable se rebajó hasta sus criaturas, asumió la naturaleza humana y se hizo hombre por nuestra salvación... La Navidad de este año tiene una elocuencia particular: a medianoche de la Vigilia se abrirá la Puerta santa, y en la solemnidad de la Navidad comenzarán en todas las diócesis del mundo las celebraciones del gran jubileo. Los cristianos viviremos el año 2000 como recuerdo de la Encarnación, de la venida al mundo de Jesucristo, verdadero Dios y perfecto hombre.

86 (A los jóvenes, enfermos y recién casados)
La solemnidad de la Navidad, que este año coincide con la apertura del gran jubileo del año 2000, nos invita a fijar nuestra mirada en el misterio de la encarnación del Verbo.

Mirad a Cristo, queridos jóvenes, para que vuestra vida esté siempre iluminada por su presencia.
Vosotros, queridos enfermos, recibid del misterio de la Navidad serenidad y consuelo.

Y vosotros, queridos recién casados, seguid el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, modelo de toda familia cristiana.

A cada uno deseo una santa y feliz Navidad: el Niño Jesús llene el corazón de todos de la alegría verdadera que él vino a traer a la humanidad.
Os bendigo a todos.







Audiencias 1999 78