Discursos 1999 218

218 En la encíclica Centesimus annus, tratando la cuestión de la "creciente internacionalización de la economía", recordé la necesidad de promover "órganos internacionales de control y de guía válidos, que orienten la economía misma hacia el bien común" (n. 58), teniendo en cuenta también que la libertad económica es sólo uno de los elementos de la libertad humana. La actividad financiera, según características propias, debe estar ordenada a servir al bien común de la familia humana.
Sin embargo, hay que preguntarse cuáles son los criterios de valor que deben orientar las opciones de los agentes, incluso más allá de las exigencias de funcionamiento de los mercados, en una situación como la actual, en la que aún falta un marco normativo y jurídico internacional adecuado. También es preciso preguntarse cuáles son las autoridades idóneas para elaborar y proporcionar esas indicaciones, así como para velar por su aplicación.
Un primer paso corresponde a los mismos agentes, que podrían dedicarse a elaborar códigos éticos o de comportamiento, vinculantes para este sector. Los responsables de la comunidad internacional están llamados, asimismo, a adoptar instrumentos jurídicos idóneos para afrontar las situaciones cruciales que, si no se controlan, podrían tener consecuencias desastrosas no sólo en el ámbito económico, sino también en el social y político. Y, ciertamente, los más débiles serían los primeros en pagar las consecuencias, y los que más pagarían.

3. La Iglesia, que es maestra de unidad y por su vocación camina con los hombres, se siente llamada a tutelar sus derechos, con constante solicitud especialmente por los más pobres. Con su doctrina social presta su ayuda para la solución de esos problemas que, en varios sectores, influyen en la vida de los hombres, consciente de que "aun cuando la economía y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen principios propios, a pesar de ello es erróneo que el orden económico y el moral estén tan distanciados y ajenos entre sí, que bajo ningún aspecto dependa aquél de éste" (Pío XI, Quadragesimo anno, 42). El desafío se presenta arduo, por la complejidad de los fenómenos y la rapidez con que surgen y se desarrollan.
Los cristianos que trabajan en el sector económico y, particularmente en el financiero, están llamados a descubrir caminos adecuados para cumplir este deber de justicia, que para ellos es evidente por su enfoque cultural, pero que pueden compartir todos los que quieran poner a la persona humana y el bien común en el centro de cualquier proyecto social. Sí, todas vuestras operaciones en el campo financiero y administrativo deben tener siempre como objetivo no violar jamás la dignidad del hombre, construyendo con este fin estructuras y sistemas que favorezcan la justicia y la solidaridad para el bien de todos.

4. Por otra parte, hay que añadir que los procesos de globalización de los mercados y de las comunicaciones no poseen por sí mismos una connotación éticamente negativa, y, por tanto, no se puede tomar frente a ellos una actitud de condena sumaria y a priori. Sin embargo, los que aparecen en principio como factores de progreso pueden producir, y de hecho ya lo hacen, consecuencias ambivalentes o decididamente negativas, especialmente en perjuicio de los más pobres.
Por consiguiente, se trata de constatar el cambio y hacer que contribuya al bien común. La globalización tendrá efectos muy positivos si se apoya en un fuerte sentido del valor absoluto de la dignidad de todas las personas humanas y del principio según el cual los bienes de la tierra están destinados a todos. Hay espacio, en esta dirección, para trabajar de modo leal y constructivo, también dentro de un sector muy expuesto a la especulación. A este propósito, no basta respetar leyes locales o reglamentos nacionales; es necesario un sentido de justicia global, que corresponda a las responsabilidades que están en juego, constatando la interdependencia estructural de las relaciones entre los hombres más allá de las fronteras nacionales.
Mientras tanto, es muy oportuno apoyar y fomentar los proyectos de "finanzas éticas", de microcrédito y de "comercio equitativo y solidario", que están al alcance de todos y poseen también un valor pedagógico positivo, orientado a la corresponsabilidad global.

5. Nos hallamos en el ocaso de un siglo que ha experimentado, también en este campo, cambios rápidos y fundamentales. La inminente celebración del gran jubileo del año 2000 representa una ocasión privilegiada para una reflexión de amplio alcance sobre esta problemática. Por eso, doy las gracias a vuestra fundación "Centesimus annus", que ha querido orientar sus trabajos a la luz del gran acontecimiento jubilar, teniendo en cuenta la perspectiva que indiqué en la carta apostólica Tertio millennio adveniente. En efecto, escribí que "el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del jubileo" (n. 51).
Queridos hermanos, habéis comprendido que el año jubilar os invita a dar vuestra contribución específica y cualificada para que la palabra de Cristo, que vino a evangelizar a los pobres (cf. Lc
Lc 4,18), encuentre acogida. Os apoyo cordialmente en esta iniciativa, con el deseo de que, gracias al jubileo, madure "una nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales, en la que todos, especialmente los países ricos y el sector privado, asuman su responsabilidad en un modelo de economía al servicio de cada persona" (Incarnationis mysterium, 12).
Con estos sentimientos, mientras os deseo de todo corazón que la fundación crezca, para que brinde una colaboración cada vez más eficaz a la Santa Sede y a la Iglesia en la obra de la nueva evangelización y en la instauración de la civilización del amor, encomiendo todos vuestros proyectos e iniciativas a María, Madre de la esperanza.
219 Os acompañe y sostenga también mi bendición, que, complacido, os imparto a vosotros y a todos vuestros seres queridos.





Discurso al final del concierto ofrecido al Papa


en el palacio pontificio de Castelgandolfo


12 de septiembre




1. Al concluir esta sugestiva velada musical, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, amables señores y señoras, que habéis participado en el concierto organizado por la fundación Lucchini de Brescia. Saludo ante todo al presidente, dr. Luigi Lucchini, y le agradezco las corteses palabras que me acaba de dirigir.

Expreso mi aprecio al joven pianista Daniele Alberti, que ha tocado con entusiasmo y gran maestría.

Con motivo del 150° aniversario de la muerte del compositor y pianista polaco Federico Chopin, vuestra fundación ha programado una serie de conciertos en algunas localidades relacionadas con la vida del gran músico.

Doy gracias a los organizadores por haber querido que la primera de esas iniciativas se realizara precisamente aquí, en Castelgandolfo. Ojalá que vuestra benemérita fundación contribuya, con sus múltiples actividades, a difundir los valores humanos y espirituales que constituyen la base indispensable del progreso moral, civil y económico de toda la colectividad.

2. De Chopin, considerado uno de los mayores músicos del romanticismo europeo, hemos escuchado algunos Nocturnos, en los que se manifiesta, de forma nítida e impresionante, la finura interior del gran maestro, que sabía abstraerse del mundo exterior para sumergirse en el espíritu humano, delineando sus rasgos más finos y ocultos con un lenguaje musical muy expresivo. En la siguiente pieza, Fantasía-Impromptu en Do sostenido menor y en los valses hemos podido admirar la original inspiración y la elevada vena poética del autor. Al final nos habéis ofrecido algunas Polonesas: páginas musicales en las que Chopin, utilizando motivos escuchados desde niño, evoca su patria lejana e inolvidable.

Escuchando la magistral interpretación de Daniele Alberti, reflexionaba en que también este concierto constituye un testimonio significativo de la unidad cultural y espiritual de Europa, a la que la tradición cristiana ha dado a lo largo de los siglos, y sigue dando en la actualidad, una contribución fundamental.

Al renovar, también en nombre de los presentes, nuestra viva gratitud tanto a los organizadores de la velada como al virtuoso pianista, os expreso mis mejores deseos de que las iniciativas puestas en marcha por la fundación Lucchini, con motivo del aniversario de la muerte de Chopin, constituyan una oportunidad privilegiada para favorecer la comprensión entre las personas y los pueblos.

Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno de vosotros, y sobre vuestras respectivas familias, la constante protección del Señor, y de todo corazón os imparto a todos la bendición apostólica.





Discurso del Santo Padre a los Obispos de la


Conferencia Episcopal de Lituania en visita "ad Limina


Apostolorum"


: Venerados hermanos en el episcopado:


220 1. ¡Bienvenidos ad Petri sedem! Con gran alegría os saludo de nuevo con motivo de esta visita, que la tradición eclesial prevé como apoyo a la comunión y a la corresponsabilidad pastoral. Por medio de vosotros saludo a vuestras comunidades, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de la querida tierra de Lituania.

Agradezco a monseñor Audrys J. Backis las amables palabras con que, en calidad de presidente de vuestra Conferencia episcopal, me ha manifestado los sentimientos de devoción que os animan en vuestra relación con el Sucesor de Pedro. Esta unidad profunda de vuestra tierra con la Sede apostólica jamás se ha resquebrajado; por el contrario, se ha visto reforzada durante la gran prueba que vuestro país ha soportado durante este siglo.

Nuestro encuentro nos brinda la oportunidad de una verificación del camino recorrido desde 1993, cuando, con ocasión de mi visita pastoral a Lituania, festejamos juntos la nueva primavera que Dios ha concedido a vuestras Iglesias.

Recuerdo los sentimientos que experimenté entonces, durante la cordial acogida que me dispensaron en los lugares que visité: Vilna, Kaunas, Siauliai y Siluva. ¿Cómo olvidar la profunda emoción y la alegría incontenible de aquellos momentos? Podríamos haber dicho con el salmista: "Entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de cantos de alegría" (
Ps 126,2).

Demasiado largo fue vuestro "vía crucis". Muchos hijos de vuestra tierra dieron testimonio de Cristo afrontando privaciones, detenciones, limitaciones de todo tipo e, incluso, el sacrificio de su vida. Por eso, la libertad de profesar la fe era para vuestra comunidad como un nuevo nacimiento. Brillaban con una nueva luz los símbolos tradicionales que la Lituania católica había contemplado también en las horas más oscuras, tanto desde el santuario dedicado a la Virgen de la "Puerta de la aurora" como desde la conmovedora "Colina de las cruces", donde las cruces de vuestro pueblo se fundieron muchas veces con la de Cristo. La Madre y el Hijo divino volvían al centro de la vida y de la cultura lituana, como en los mejores siglos de vuestra historia.


2. Al hallarme entre vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, tuve la posibilidad de constatar con cuánta vitalidad la fe de los lituanos había superado la hora de la prueba. Ciertamente, como sucede siempre en tiempos de persecución, no habían faltado las defecciones. Aún hoy, en vuestros informes, ponéis de relieve que los años de propaganda atea han tenido efectos muy negativos, y que no es fácil contrarrestarlos. Pero, al mismo tiempo, la fe de muchos, probada en el crisol, se ha fortificado. Además, no debemos dudar de la misteriosa fecundidad del sufrimiento soportado por amor a Cristo. Ninguna lágrima se ha perdido a los ojos de Dios, como nos recuerda también el salmista: "Recoge mis lágrimas en tu odre" (Ps 56,9). Y no pienso sólo en la recompensa preparada para cuantos han reconocido a Cristo ante los hombres y que, según su promesa, serán reconocidos por él en presencia del Padre (cf. Mt Mt 10,23). Pienso, también, en la fecundidad que brota del devenir mismo de la historia, aunque no siempre podamos constatarla o cuantificarla sensiblemente. "Semen est sanguinis christianorum" (Tertuliano, Apolog. 50). Por esta razón, el recuerdo de cuantos dieron testimonio entre vosotros hasta el sacrificio de su vida, debe cultivarse y enterrarse como una semilla en los surcos del presente, para que oriente los esfuerzos diarios y sostenga las esperanzas del futuro.


3. En realidad, la Iglesia lituana afronta hoy desafíos que exigen vigilancia, compromiso generoso y nueva creatividad. Libre ya de los cepos de un Estado totalitario y anticristiano, la fe está asechada por los tentáculos de una agresión más sutil, constituida por la seducción del modelo secularista y hedonista de la vida, que predomina ampliamente en los países más desarrollados desde el punto de vista económico. He notado que estáis preocupados por ello, especialmente con respecto a las nuevas generaciones. Algunos de los problemas éticos que, por desgracia, existen en todo el mundo -desde la crisis de la familia hasta la escasa consideración del valor de la vida-, son importantes también en Lituania. En el campo específicamente religioso, la fe también afronta la prueba de la difusión de las sectas. Cuanto os dije en mi anterior visita pastoral, a la luz de este quinquenio, sigue siendo de mucha actualidad: la nueva evangelización es la primera e inderogable urgencia de la pastoral lituana.


4. Así pues, me alegra comprobar la conciencia que tenéis de vuestra tarea en este campo y los esfuerzos que realizáis para valorar cada vez más el movimiento catequístico. Una catequesis auténtica no se reduce a la comunicación de un patrimonio de verdades; más bien, tiende a introducir a las personas en una vida de fe consciente y plena. Es importante que el Evangelio se anuncie como una "nueva", la "buena nueva", centrada totalmente en la persona de Jesús, Hijo de Dios y Redentor del hombre. La catequesis debe ayudar a las personas a "encontrarse" con Jesucristo, a dialogar con él y a sumergirse en él. Si no existe la vibración de este encuentro, el cristianismo se convierte en un tradicionalismo religioso sin alma, que cede fácilmente ante los ataques del secularismo o ante las seducciones de propuestas religiosas alternativas. Además, este encuentro, como la experiencia confirma, no se promueve sólo con frías "lecciones"; más bien, por decirlo así, hay que "contagiarlo" con la fuerza de un testimonio de vida. La catequesis debe redescubrir todo el calor del comienzo de la primera carta de san Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, (...) os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,1 1Jn 1,3).


5. A esta luz, también adquieren todo su valor los aspectos metodológicos, encaminados a elaborar itinerarios de formación atentos a las diferentes situaciones y a los tiempos de cada persona. Es necesaria una propuesta de fe adecuada a los más alejados. De igual modo, para cuantos ya creen y frecuentan los sacramentos, es importante una catequesis que no se limite a la formación de los muchachos, sino que los acompañe durante su camino cristiano hasta que alcancen su plena madurez. Por tanto, las beneméritas "escuelas parroquiales" de catecismo deben abrirse a las exigencias y a los métodos de una catequesis permanente. La atención esmerada a la transmisión íntegra de la fe, facilitada hoy también por el Catecismo de la Iglesia católica, ofrecido como punto de referencia de los demás instrumentos catequísticos, ha de ir acompañada por la creatividad y las adaptaciones necesarias para una auténtica pedagogía de la fe, como pone de relieve el Directorio general para la catequesis (1997).

En este sentido, la catequesis tiene una configuración diversa de la enseñanza escolar de la religión (cf. ib., nn. 73-75), que se imparte dentro de los límites establecidos por las finalidades propias de la escuela, especialmente de la escuela estatal. La catequesis va más allá, porque por encima de la dimensión cultural, busca formar al hombre de fe, plenamente coherente con su opción por el evangelio de Cristo. El sujeto de esta propuesta es toda la comunidad cristiana, en sus diversas articulaciones. La acción educativa de cada familia es fundamental.

Hay que acoger también como una bendición las experiencias nuevas que el Espíritu Santo ha suscitado en la primavera de movimientos eclesiales, que están animado a la Iglesia en el posconcilio. Cuando actúan en plena sintonía con los pastores, pueden dar una contribución importante al crecimiento de la vida cristiana, y el cristianismo lituano se beneficiará ciertamente de su capacidad de unir "nova et vetera", valorando lo mejor de sus tradiciones y abriéndose a la novedad que suscita el Espíritu de Dios.

221 Con la ayuda de estos múltiples recursos, también se podrán redescubrir fórmulas clásicas de evangelización y animación pastoral, como las "misiones". Ciertamente, hay que adaptarlas a la situación de nuestro tiempo, para que lleguen a las más diversas clases de fieles y también a quienes han perdido totalmente su fe. Pero, si se organizan bien, siguen dando fruto, como he podido constatar yo mismo aquí, en Roma, donde ha terminado recientemente la misión ciudadana como preparación para el gran jubileo.


6. No cabe duda de que la eficacia de la evangelización depende en gran parte de la tensión espiritual de los sacerdotes, "colaboradores diligentes de los obispos" (Lumen gentium
LG 28). Queridos hermanos en el episcopado, si a vosotros os corresponde ser "predicadores del Evangelio" y "maestros auténticos" (cf. ib., 25) en medio de la grey que el Espíritu Santo os ha encomendado (cf. Hch Ac 20,28), sólo la acción capilar de vuestros presbíteros puede asegurar que cada comunidad cristiana se alimente con la palabra de Dios y se sostenga con la gracia de los sacramentos.

Gracias a Dios, vuestras comunidades pueden disponer de un buen número de presbíteros. Sin embargo, vosotros mismos me habéis hecho notar que no siempre son suficientes, y muchas parroquias carecen de párroco. Por tanto, es laudable el esfuerzo que estáis realizando en la pastoral vocacional, para que el número de sacerdotes responda a las exigencias de la comunidad lituana y, sobre todo, para que estén bien formados. A este respecto, es preciso que la formación que se imparta en los seminarios sea de elevada calidad. Vuestra prudencia pastoral sabrá juzgar cuáles opciones son preferibles concretamente para prestar mejor este servicio, también con la colaboración entre las diferentes diócesis. Por lo que atañe a la línea educativa, no es difícil encontrarla en los documentos del Concilio y en los sucesivos del Magisterio, con vistas a lograr el máximo equilibrio entre las exigencias de una rigurosa formación espiritual y teológica y las no menos importantes de una formación humana integral, abierta y atenta a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo. Además de las vocaciones sacerdotales, no hay que olvidar la gran oportunidad que ofrece el diaconado permanente. El Concilio nos ha hecho redescubrir este ministerio, que ha de promoverse no como algo marginal o sustitutivo, para cubrir la posible falta de sacerdotes, sino por el valor intrínseco de este servicio al pueblo de Dios "en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad" (Lumen gentium LG 29).

Ciertamente, en el campo de la evangelización desempeñan un papel específico y particularmente benemérito los catequistas. Me complace comprobar la gran atención que dedicáis a su formación. ¡Cómo no mencionar aquí también el servicio que prestan las personas de vida consagrada! El renacimiento cristiano de Lituania se beneficiará cada vez más de la promoción de la vida religiosa, con tal de que cada instituto sepa mostrar, junto con la fidelidad al propio carisma, una disponibilidad operante y cordial a la comunión pastoral con las Iglesias particulares (cf. Vita consecrata VC 81).


7. Pero, más allá de las funciones pastorales específicas, es preciso estar profundamente convencidos de que los desafíos de una evangelización eficaz sólo pueden afrontarse asumiendo la responsabilidad profética propia de todos los bautizados. Ha llegado la hora de que las comunidades cristianas se conviertan en comunidades de anuncio.

Desde esta perspectiva, es urgente la formación del laicado, más aún, la promoción de una espiritualidad seglar, que ayude a los laicos cristianos a vivir profundamente su vocación a la santidad, "ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Lumen gentium LG 31). En particular, corresponde a los laicos bien formados convertirse en levadura de la sociedad, para salvaguardar los valores humanos y cristianos, de los que depende el futuro del hombre. Me refiero, en particular, al respeto de la vida humana, hoy cada vez más amenazada por una cultura de muerte que se disfraza de cultura de libertad. Pienso también en la familia, que hay que presentar con fuerza como alianza de amor indisoluble, que une para siempre a un hombre y a una mujer y los convierte en colaboradores de Dios en la procreación y educación de los hijos. Un compromiso seglar significativo, particularmente urgente en la joven democracia lituana, es el que concierne a la política. Exige al cristiano plena coherencia con los valores evangélicos, como los propone la doctrina social de la Iglesia, y, al mismo tiempo, su aplicación inteligente y responsable en las complejas circunstancias de la historia. De este estatuto de acción política deriva una necesaria distinción de ámbitos y funciones. Como nos ha enseñado el Concilio, una cosa es la tarea de los pastores, y otra la responsabilidad que los fieles laicos asumen, personalmente o en grupo (cf. Gaudium et spes GS 76). La confusión de funciones podría arrastrar a la Iglesia a terrenos que no le corresponden, y esto, aunque a veces puede justificarse en circunstancias excepcionales, normalmente acaba por tener efectos contraproducentes.


8. En realidad, el verdadero "secreto" de una presencia significativa de la Iglesia en la sociedad lituana es la formación de un laicado maduro, que dará cada vez mejor su testimonio en la sociedad si encuentra también su espacio propio dentro de la comunidad cristiana, recibiendo formación y apoyo, y a la que, al mismo tiempo, prestará los servicios correspondientes a la vocación seglar. Los laicos no pueden ser en la Iglesia sujetos pasivos. Con este fin, la comunidad cristiana, en sus diversas articulaciones, debe desarrollarse cada vez más como lugar de comunión y corresponsabilidad, para que a todos los bautizados se les ayude a llegar a ser "adultos" en la fe y se sientan tales. En este camino de maduración pueden encontrar ayuda en las formas asociativas, tanto en las tradicionales como en las nuevas, que bajo la guía de los pastores les ofrecen una formación segura, orientándolos hacia expresiones adecuadas de testimonio. Otro lugar de crecimiento son los organismos de participación, que promovió el concilio Vaticano II y que ahora son una práctica consolidada de la comunidad cristiana, tanto a nivel diocesano como parroquial (cf. Código de derecho canónico, cc. 511 y 536-537). No se trata de imitar las estructuras parlamentarias de la sociedad civil, sino de expresar, con el estilo propio de la vida eclesial, el sentido de comunión basado en la convicción de que el Espíritu de Dios, mientras asiste a los pastores en su oficio de magisterio y guía, anima a todos los miembros de la comunidad cristiana, enriqueciéndola con su participación consciente, responsable y madura. En este sentido, revisten gran significado los Sínodos diocesanos, que, si se celebran como lo prescribe la normativa actual, prevén también la participación de los laicos (cf. ib., c. 461, 5) y, más aún, permiten que toda la comunidad diocesana colabore en el "camino sinodal", quedando a salvo, obviamente, el papel del obispo como "único legislador" (ib., canon 466).


9. Vosotros, queridos hermanos lituanos en el episcopado, estáis cumpliendo con convicción estas orientaciones conciliares. Perseverad en esta línea, para asegurar nueva vitalidad a vuestras comunidades. Tened confianza. Todo lo que habéis realizado durante estos años es valioso a los ojos de Dios. Ahora comienza una nueva etapa, y la misma circunstancia del gran jubileo, ya inminente, constituye una ocasión providencial para dar impulso a vuestro compromiso pastoral. Es preciso sembrar con abundancia y con mucha esperanza. Recordemos, a este propósito, la parábola evangélica: la semilla del reino de Dios crece según una lógica misteriosa, bajo la acción del Espíritu Santo, hasta el punto de que incluso el sembrador se sorprende (cf. Mc Mc 4,27). Y, si no podemos ver los resultados de nuestro trabajo, recordemos que somos "siervos inútiles" (Lc 17,10), como dice el Evangelio, siempre dispuestos a ser instrumentos de Dios, pues "ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que hace crecer" (1Co 3,7).

Queridos hermanos en el episcopado, quiera Dios que esta conciencia os anime siempre. Que vuestro encuentro con el Sucesor de Pedro os aliente e impulse. Transmitid a vuestro pueblo el afecto que el Papa siente por toda la comunidad lituana, y saludad de mi parte a todos y cada uno. A María santísima, "Puerta de la aurora", le encomiendo el camino que os espera, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros fieles mi bendición.

Castelgandolfo, 17 de Setiembre de 1999





Discurso del Santo Padre a los Obispos de la


Conferencia Episcopal de Letonia en visita


"ad Limina Apostolorum"






Amadísimos hermanos en el episcopado:


222 1. Me alegra volver a veros, con ocasión de esta visita ad limina, que nos brinda la oportunidad de vivir un momento de intensa fraternidad, mediante el fecundo intercambio que debe caracterizar las relaciones entre los pastores de las Iglesias particulares y el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal.

Doy las gracias a monseñor Jlnis Pujats, arzobispo de Riga, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos de comunión. Por medio de vosotros saludo a toda la comunidad letona, con la que hace seis años tuve la alegría de encontrarme personalmente. ¿Cómo olvidar la acogida cordial que me dispensó? Me complace recordar, sobre todo, la celebración en el santuario de Aglona, corazón mariano de Letonia, donde presentamos a la santísima Virgen las lágrimas del pasado y las esperanzas del futuro. Fue la hora exaltante del Magníficat, después de muchos años de prueba.
Memorable fue también el clima ecuménico que distinguió mi viaje. El hecho de haber podido orar con vosotros, y con nuestros hermanos luteranos y ortodoxos, me permitió dirigir la mirada, con un deseo especialmente intenso, al día en que la oración común, por don del Espíritu Santo, pueda elevarse en la comunión plena. Vosotros, queridos hermanos, pastores de una comunidad católica que es minoría entre los demás hermanos cristianos, estáis llamados a promover con particular celo el camino del ecumenismo, que ya caracteriza irreversiblemente a los discípulos de Cristo, en sintonía con su oración sacerdotal: "Que todos sean uno" (
Jn 17,11 Jn 17,21).


2. Junto con los hermanos cristianos de las diversas confesiones, habéis sufrido durante muchos años la dureza de un régimen que quería construir una ciudad terrena sin la luz de la fe. Las secuelas de la propaganda atea se perciben todavía hoy en las generaciones que tuvieron que absorberla en gran medida. Por otra parte, los más jóvenes no son mucho más afortunados, dado que, con la llegada de la libertad, sienten también la influencia del modelo cultural dominante en muchas partes del mundo, donde la indiferencia y el relativismo religioso van unidos a menudo con comportamientos de masa totalmente incompatibles con el evangelio de Cristo. Eso afecta a la familia, que pierde cada vez más el valor de la unidad y la estabilidad; asimismo, se menoscaba el valor de la vida humana, blanco de múltiples agresiones, a veces incluso legalizadas.

Frente a problemas tan graves, hay que volver a proponer con fuerza el auténtico humanismo, basado en la ley moral universal e iluminado por el mensaje evangélico. Pero sabemos que esto significa ir "contra corriente". ¿Cómo hacerse escuchar?, ¿cómo hablar a las conciencias, cuando todo parece ir en otra dirección? Por eso, es necesario que la Iglesia actúe con entusiasmo y fervor, permitiendo que el Espíritu Santo se derrame sobre ella como en el primer Pentecostés.


3. Para este nuevo impulso pastoral también es de gran utilidad la reestructuración de la comunidad católica, con la constitución de las recientes diócesis. Gracias a esa estructuración más diversificada y más ajustada al territorio, la Iglesia letona puede aumentar su capacidad de presencia y de acción. Como subrayó el concilio Vaticano II, las diócesis no son simples circunscripciones administrativas, sino verdaderas Iglesias: "En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única" (Lumen gentium LG 23).

El sentido de la Iglesia particular se comprende en el marco de lo que explicó el Concilio sobre el "misterio" de la Iglesia, enraizado en la Trinidad misma. Es un misterio que, a la vez que se expresa plenamente en la unidad de la Iglesia universal, se manifiesta también en cada una de las Iglesias, donde los fieles se reúnen en torno a la palabra de Dios, en la celebración de la Eucaristía, bajo la guía del obispo. No hay oposición, sino más bien "interioridad mutua", entre el aspecto universal de esta comunión y la vocación propia de cada Iglesia particular (cf. Communionis notio, 28 de mayo de 1992, n. 8: AAS 85 [1993] 842).

Se trata de una síntesis que explica el ministerio del obispo, quien, por una parte, con su inserción en el Colegio episcopal, participa en la dimensión universal de la comunión y del servicio pastoral, y, por otra, concreta su triple oficio (munus) de maestro, santificador y guía (cf. Lumen gentium LG 25-27) en el ámbito de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado. Asimismo, desde el Concilio se reafirmó y enriqueció de modo particular con nuevos instrumentos la dimensión colegial.

En este sentido, desempeña un papel muy importante la Conferencia episcopal, que ayuda a las Iglesias de un mismo territorio a sintonizar constantemente su acción pastoral. Podéis comprobar su utilidad gracias a la experiencia, aunque sea reciente, de vuestra Conferencia. Por otra parte, hay que recordar que la Conferencia no sustituye el ministerio propio de cada pastor, que sigue siendo responsable, directa y personalmente, de toda la pastoral de su territorio (cf. Carta apostólica sobre la naturaleza teológica y jurídica de las Conferencias episcopales, 21 de mayo de 1998, n. 20: AAS 90, 1998).


4. Vuestra Iglesia, queridos hermanos, está viviendo un momento de transformación. Durante los decenios de dominación del comunismo, habéis recibido el don de la fidelidad y del martirio, que sigue siendo una gran semilla de esperanza para vuestro futuro. Pero vosotros mismos me habéis hecho notar algunos de los signos negativos que aquel largo período ha dejado en la comunidad eclesial. Muchos católicos ya no frecuentan regularmente la eucaristía dominical y los sacramentos. Algunos ni siquiera bautizan a sus hijos o aplazan el bautismo. Mientras tanto, aumenta la difusión de las sectas. Se trata de señales preocupantes.

Por eso, es preciso que la nueva evangelización sea un imperativo prioritario. Hay que presentar a Cristo a la sociedad letona, y especialmente a las nuevas generaciones, de modo que todos puedan acogerlo como el Salvador, el que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn Jn 6,68), el que es "gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones" (Gaudium et spes GS 45). Así pues, me alegra el esmero que ponéis en valorar y desarrollar la catequesis, sirviéndoos del Instituto catequístico de Riga y de sus ramas interdiocesanas. Tenéis como objetivo que la fe de todo bautizado se convierta en una verdadera opción, sostenida por una catequesis que no sólo lleve al conocimiento de la verdad, sino también a la experiencia del misterio y a la coherencia de vida.

223 Vosotros, queridos hermanos en el episcopado, sois "los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia" (Catechesi tradendae CTR 63). Seguid esforzándoos para que la palabra de Cristo llegue en abundancia a las personas, a las familias y a todos los componentes de la sociedad.


5. La acogida de la palabra de Dios impulsa, a su vez, a vivir con mayor conciencia la liturgia, "fuente y cumbre" de la vida eclesial (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10). Debemos considerar un gran don de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo la renovación litúrgica realizada por el Concilio, ayudando a nuestros fieles a vivirlo plenamente. En este sentido, tiene particular significado el redescubrimiento de la celebración del domingo, el día del Señor, al que el año pasado dediqué la carta apostólica Dies Domini.

Es preciso promover con gran empeño la práctica del precepto dominical, aun considerando con comprensión pastoral las dificultades que a menudo afrontan los fieles de un territorio determinado. Sobre todo, es necesario ayudarles a captar el significado de ese día, que es la síntesis del misterio cristiano. En efecto, es la conmemoración semanal del día de la resurrección de Cristo, día en que toda la creación, redimida por él, en cierto modo "renace" a una vida nueva, en espera de su venida gloriosa al final de los tiempos. Por tanto, es por excelencia el "día de la fe": un día irrenunciable (cf. Dies Domini, 29-30).


6. Al mismo tiempo, y de modo muy especial, es el dies Ecclesiae.Por este motivo, es necesario que la celebración dominical de la Eucaristía se haga de modo que exprese plenamente el sentido de la Iglesia. En la "mesa de la Palabra", Dios llama a su pueblo a un perenne diálogo de amor. En el banquete eucarístico Cristo plasma a este pueblo como su "cuerpo" y su "esposa", transformándose en pan de vida y en vínculo de unidad. La Eucaristía dominical es de verdad un momento privilegiado para que los fieles perciban que son "iglesia" y crezcan en la comunión.

Además, por su misma naturaleza, la escucha de la Palabra y la comunión con el cuerpo de Cristo impulsan a los creyentes a convertirse en "evangelizadores y testigos" (ib., 45) en la vida diaria. De la misa a la misión: es el movimiento natural de toda comunidad cristiana, particularmente necesario en la actual fase histórica de la Iglesia letona, frente al desafío de la nueva evangelización.


7. Todo esto sólo podrá realizarse en la medida en que cada bautizado tome conciencia de su vocación. A este propósito, es decisiva la promoción del laicado.

En efecto, un determinado modo de entender la comunidad cristiana había relegado a menudo a los laicos a una situación de pasividad. Por lo demás, la confianza en una mayor responsabilización del laicado en vuestro país puede verse frenada por los dolorosos recuerdos del pasado régimen, que utilizaba a algunos colaboradores para sus vejaciones a la Iglesia. Sin embargo, es preciso mirar con confianza al futuro. Según la línea trazada por el Concilio, los fieles laicos, sin sustituir jamás a los pastores, están llamados a un verdadero "apostolado" que, en las condiciones actuales, debe ser "mucho más intenso y amplio" (Apostolicam actuositatem AA 1).

Pueden llegar más fácilmente a esta certeza también con la ayuda de las asociaciones y los movimientos eclesiales aprobados por la Iglesia, con tal de que actúen en plena sintonía con los obispos y con la pastoral diocesana. Más allá de esta tarea, por decirlo así, "interna", la vocación laical se expresa, sobre todo, en la relación entre la Iglesia y el mundo. "Corresponden, propia aunque no exclusivamente, a los laicos las tareas y actividades seculares" (Gaudium et spes GS 43). Especialmente mediante el testimonio diario de los seglares el Evangelio puede convertirse en levadura de todos los aspectos de la vida: la familia, la cultura, el arte, la economía e incluso el compromiso político. "El cristiano que descuida sus deberes temporales, descuida sus deberes con el prójimo, e incluso con Dios" (ib.).


8. Por último, queridos hermanos en el episcopado, es evidente que el secreto del impulso y de la renovación de la Iglesia letona reside, en gran parte, en las personas que por una especial vocación se han consagrado a la causa del reino de Dios. Pienso en los religiosos y las religiosas, esperando que su presencia en vuestras comunidades sea cada vez más cualificada y viva.
Pero mi pensamiento va, sobre todo, al ministerio de los sacerdotes. En vuestras comunidades se advierte la urgencia de que aumente su número, para cubrir las necesidades de las diversas parroquias. Ciertamente, esta necesidad puede atenuarse con la colaboración de los laicos y también con la promoción del diaconado permanente. Pero el sacerdote es insustituible, ya que a él corresponde actuar "in persona Christi" en la administración de los sacramentos, y desempeñar, en dócil colaboración con el obispo, el ministerio de heraldo de la Palabra y guía de la comunidad. El pueblo de Dios tiene derecho a su servicio de pastor y padre.

De aquí la urgencia de una activa pastoral vocacional que, basándose en la oración dirigida al "Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies" (Mt 9,38), se ocupe a la vez de sensibilizar a las familias y a toda la comunidad cristiana, a fin de que a los muchachos y a los jóvenes se les ayude a responder a una posible llamada de Dios. Asimismo, conocemos bien la importancia que tiene la formación que se ha de impartir a cuantos se preparan para cumplir una misión tan relevante en la comunidad. En efecto, se requiere una sólida formación teológica y eclesial, atenta al equilibrio humano y afectivo, enraizada en una profunda espiritualidad, caracterizada por una apertura cordial y, al mismo tiempo, vigilante ante la realidad del mundo en que vivimos. De la formación de vuestros presbíteros depende, en gran parte, el futuro de la Iglesia letona.


224 9. Gracias, queridos hermanos en el episcopado, por la alegría que me habéis dado con vuestra presencia. Deseo manifestaros una vez más toda mi estima por cuanto hacéis y seguiréis haciendo en bien del pueblo de Dios, aun en medio de las numerosas dificultades que debéis afrontar. En las inevitables horas oscuras jamás olvidemos que no estamos solos: nuestros esfuerzos están sostenidos por la gracia, y en ella confiamos.

Por eso, ¡ánimo!: "Caritas Christi urget nos" (
2Co 5,14). Avancemos, como el Apóstol, con la fuerza de este amor que nos envuelve y acompaña. Nos estimule también la expectativa del inminente gran jubileo, que nos llama a todos a un compromiso especial de conversión.
Invocando a la Madre celestial para que os obtenga fuerza, perseverancia y eficacia en vuestro trabajo apostólico, os imparto de corazón mi bendición a vosotros y a los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.

Castelgandolfo, 18 de septiembre , 1999






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