Discursos 1999 231

231 Continuando la reflexión comenzada con los grupos anteriores de obispos canadienses en esta serie de visitas ad limina, hoy deseo compartir con vosotros algunas breves consideraciones sobre la relación entre los sacerdotes y los fieles laicos en la vida pastoral de vuestras comunidades y en el testimonio de la Iglesia ante la sociedad. Solemos hablar de los obispos y los sacerdotes como "pastores", recurriendo a la tradición bíblica y patrística, en la que la imagen del pastor es rica y sugestiva. Pero a veces esto ha ido acompañado por un cierto rechazo a hablar de los laicos como "rebaño", como si, al hacerlo, los condenáramos a un papel estrictamente pasivo y dependiente. Ciertamente, eso no es lo que pensaba el Concilio, y tampoco lo que la Iglesia necesita ahora. Por eso, vale la pena analizar de nuevo esa imagen bíblica, para redescubrir el sentido de complementariedad y comunión que entraña.

La imagen viene de un mundo en que el rebaño era la piedra angular de la vida económica y la clave de la supervivencia humana. El pastor alimentaba y abrevaba a las ovejas y las protegía día y noche de los predadores y las enfermedades; en este sentido, las ovejas vivían gracias al pastor. El rebaño, a su vez, proporcionaba comida, vestido e incluso abrigo, no sólo al pastor, sino también a su familia y a su tribu. Desde este punto de vista, el pastor dependía de su rebaño, del mismo modo que el rebaño dependía de él. Por consiguiente, la imagen bíblica ofrece una visión de reciprocidad vital: las ovejas viven por el pastor, y éste por las ovejas. Esa misma idea se halla expresada en la carta que san Pablo escribió a la Iglesia de Tesalónica: "Ahora sí que vivimos, pues permanecéis firmes en el Señor" (1 Ts 3, 8). El Apóstol dio vida a la comunidad, y ahora, mediante su fidelidad, ella le da vida a él.


3. De modo más radical aún, las ovejas se convierten en el cuerpo del pastor, especialmente como fuente de alimento. Aquí la imagen es tan profunda, que nos introduce en la noción de Iglesia como Cuerpo de Cristo. Jesucristo es el pastor eterno del rebaño, en cuyo nombre prestan su servicio todos los pastores; pero el rebaño es el Cuerpo de Cristo en el mundo. Una vez más, hay una dramática reciprocidad en la entrega de sí que, en este caso, no atañe a la vida material y a la supervivencia humana; se trata, más bien, del gran misterio del sacrificio de Cristo por la salvación del mundo, que se hace presente cada vez que se celebra la eucaristía. Aquí llegamos al núcleo mismo del misterio del oficio cristiano de pastor, puesto que Cristo, el Pastor, es también el Cordero. En efecto, es el Pastor porque es el Cordero.Ningún pastor puede ser un verdadero pastor del rebaño de Dios si no se identifica con el Cordero de Dios, sacrificado por los pecados del mundo. No podemos esperar ser pastores semejantes a Cristo si no vivimos el misterio de su cruz (cf. Flp
Ph 3,10). Esto vale para los pastores de la Iglesia de nuestro tiempo como valía para los Apóstoles, a cuyas tumbas habéis venido en peregrinación. Al morir como mártires, se identificaron plenamente con el Cordero de Dios y, por eso, son para siempre los pastores que desde su lugar en el cielo siguen guiándonos (cf. Prefacio I de los Apóstoles). Lo que vale para los pastores, también vale para toda la Iglesia, el pueblo sacerdotal de Dios en el mundo. El centro de toda actividad pastoral y de toda forma de apostolado es la unión con el misterio pascual de Cristo. Al identificarse con el Señor crucificado y resucitado por la gracia del Espíritu Santo, todos los bautizados pueden participar en la misión evangelizadora de la Iglesia y en su servicio a la familia humana. El pastor y las ovejas tienen vocaciones de servicio complementarias.


4. Esta visión de la complementariedad y la comunión entre sacerdotes y laicos entraña estilos específicos de vida para los sacerdotes y para la formación en los seminarios, que muestren claramente que el sacerdote es un hombre "apartado" para un servicio particular. En la liturgia y en la tarea pastoral al frente de sus comunidades, los sacerdotes continúan el único sacerdocio de Jesucristo, el "pastor supremo" (1P 5,4). Al guiar el rebaño y presidir sus oraciones, el sacerdote eleva a Dios y ennoblece la vocación cristiana de todos los fieles a los que sirve. Es importante que los sacerdotes sean hombres "apartados" y, al mismo tiempo, "servidores", pues una característica es condición de la otra. Si el sacerdote no es claramente un hombre "apartado", no podrá prestar el servicio que la Iglesia le pide; si no es un verdadero servidor, estará condenado a una soledad vacía y estéril, impropia de un auténtico pastor.El celibato sacerdotal, la disciplina de oración, la sencillez de vida y el hábito eclesiástico constituyen signos evidentes de que el sacerdote es un hombre "apartado" para el servicio al Evangelio. Es innegable que esos signos producen frutos, especialmente en una cultura que busca con ansia signos de la trascendencia, una cultura que necesita verdaderos pastores y testigos convincentes.


5. La complementariedad de la vocación diferente de los sacerdotes y los laicos debe constituir el marco en el que se realicen los esfuerzos por reunir las fuerzas de la Iglesia con vistas a la nueva evangelización en Canadá. Esta complementariedad, que responde al carácter sinfónico del Cuerpo de Cristo, del que todos son miembros pero en el que no todos tienen las mismas funciones, es la condición de una cooperación que sea fuente de gracia para la misión de la Iglesia. La tarea pastoral de los sacerdotes no es en absoluto una manera de ahogar las iniciativas de los laicos ni de reducir al pueblo a una actitud de pasividad o dependencia. Por el contrario, conviene favorecer formas de testimonios laicos que no sólo hagan presente con mayor eficacia a la Iglesia en el corazón del mundo, sino que también susciten abundantes y buenas vocaciones sacerdotales. Sin embargo, no hay que atenuar la distinción entre el sacerdocio ministerial y la vocación seglar, ya que ciertamente eso no es lo que los padres conciliares pensaban cuando pidieron una mayor cooperación entre los sacerdotes y los laicos, queriendo fortalecer en particular la vocación de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Una noción imprecisa de la misión diferente de los sacerdotes y los seglares ha llevado a veces a una crisis de identidad y confianza en el seno del clero, pero también a formas laicas de actividad que son demasiado clericalizadas o demasiado "politizadas".

El primer campo de la vocación seglar es la vida de la sociedad, de la cultura y de la empresa, que se extiende más allá de los límites visibles de la Iglesia. Los laicos, hombres y mujeres, están llamados a realizar su vocación bautismal y a promover el arte de ser cristianos en el mundo. En nuestra época, en que disminuyen las adhesiones a la Iglesia y la práctica religiosa, puede parecer extraño que la Iglesia quiera poner énfasis en la vocación secular de los laicos. Precisamente la misión evangelizadora de los seglares en el mundo constituye la respuesta de la Iglesia al malestar de la indiferencia, que se describe frecuentemente como "secularización". La tarea específica de los laicos de hoy, hombres y mujeres, fue uno de los temas principales de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, que, entre cosas, afirma: "Aunque el apostolado intraeclesial de los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el ámbito de las realidades temporales" (n. 44).


6. No debemos olvidar que el concilio Vaticano II quería suscitar nuevas fuerzas evangelizadoras dentro de la Iglesia, tras la devastación causada por las dos guerras mundiales y teniendo en cuenta las perspectivas del nuevo milenio. Resultaba necesario un nuevo estilo de compromiso misionero, una nueva evangelización, y el Concilio, con la gracia del Espíritu Santo, se convirtió en el instrumento para poner en marcha ese dinamismo. Éste fue el propósito principal de todas las nuevas disposiciones que el Concilio adoptó para la vida de la Iglesia. Sin embargo, debemos evitar cuidadosamente toda forma de introversión eclesial, que no reflejaría fielmente la intención del Concilio, dado que, en lugar de aumentar, disminuiría el impulso misionero necesario para afrontar las necesidades del nuevo siglo.

Queridos hermanos en el episcopado, estamos llamados a escuchar como discípulos lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias (cf. Ap Ap 2,7), para que podamos hablar como maestros en nombre de Cristo, declarando gozosamente con san Juan Damasceno: "¡Oh glorioso pueblo de la Iglesia, montaña imponente, pura y clara, tú que cuentas con la ayuda de Dios, tú en quien Dios descansa, recibe de nuestros labios la verdadera fe de Cristo, incontaminada por el error, tal como nos la han transmitido, que construye y fortalece a la Iglesia" (Expositio fidei, 1). Pido a Dios con fervor que tengáis éxito en esta gran tarea pastoral, para que la Iglesia en Canadá resplandezca con toda su gloria como Esposa de Cristo, que él ha escogido con infinito amor. Encomendando vuestra misión apostólica a la intercesión de la Virgen María, que en todas las épocas es la Estrella luminosa de la evangelización, de buen grado os imparto mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los fieles laicos de vuestras diócesis.





Discurso a los delegados de las Conferencias episcopales


para la pastoral de la cultura


25 Setiembre, 1999



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
232 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Esta audiencia especial, con ocasión del encuentro mundial de los encargados de las Conferencias episcopales para la pastoral universitaria, es para mí motivo de alegría porque me brinda, entre otras cosas, la oportunidad de expresaros mi profundo aprecio por el trabajo que realizáis en los ambientes universitarios de vuestras respectivas naciones. Saludo al cardenal Pio Laghi, al que agradezco las nobles palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos. Saludo también al cardenal Paul Poupard y a los demás prelados presentes, así como a las autoridades académicas que han intervenido. Mi saludo se extiende, asimismo, a todos vosotros, comprometidos en un campo tan importante como es el del mundo universitario.

Este encuentro mundial constituye, ciertamente, un útil enriquecimiento para todos vosotros, puesto que os permite un provechoso intercambio de experiencias a nivel de Iglesias particulares. Además, os da la posibilidad de preparar juntos el Jubileo de los universitarios, con ocasión del cual, el año próximo, se reunirán en Roma numerosos representantes de universidades e instituciones escolares de todo el mundo.

Sé que os estáis preparando con gran esmero para esa cita. Al respecto, deseo expresar mi profunda satisfacción por el material preparado por la Congregación para la educación católica, en colaboración con el Consejo pontificio para la cultura y la diócesis de Roma, con el fin de sensibilizar y preparar a los universitarios para el gran jubileo. Lo encomiendo a vosotros y a todos los agentes de pastoral universitaria: son líneas de profundización y propuestas de acción, que se llevarán a cabo gracias a la creatividad de cada una de las realidades locales, para confluir de nuevo, con alegría y entusiasmo, en la celebración común de la Jornada mundial de la juventud y, sobre todo, en el Jubileo de los profesores universitarios del año próximo.


2. El tema que habéis elegido, "La universidad para un nuevo humanismo", se sitúa audazmente en el delicado punto de intersección entre las dinámicas del saber y la palabra del Evangelio. Estoy seguro de que, confiado a vuestro cuidado y al de las universidades católicas y eclesiásticas, dará abundantes frutos. Os proponéis hacer que participe toda la comunidad universitaria, en sus múltiples componentes (estudiantes, profesores y personal administrativo) y en su carácter de lugar privilegiado de elaboración y transmisión de la cultura: en el Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que no deja de ofrecer valores culturales, humanísticos y éticos que pueden influir en toda la visión de la vida y de la historia.

Así se confirma la vocación originaria de la universidad, a veces puesta en tela de juicio por tendencias dispersivas y pragmáticas: ser lugar rico en formación y en humanitas, al servicio de la calidad de la vida, según la verdad integral del hombre en su camino a lo largo de la historia. Es cultura del hombre y para el hombre, que se difunde y extiende a los diversos campos del saber, a las modalidades y formas de las costumbres, y al ordenamiento recto y armonioso de la sociedad.
Al respecto, no son pocos los problemas que debe afrontar la pastoral universitaria en su actividad diaria. Han aparecido problemas nuevos tras los profundos cambios que se han producido en este último tramo del milenio. En su raíz se halla el desafío constante que constituyen las relaciones entre fe y razón, entre fe y cultura, entre fe y progreso científico. En el ámbito de la universidad, la aparición de nuevos saberes y nuevas corrientes culturales está relacionada siempre, directa o indirectamente, con las grandes cuestiones sobre el hombre, sobre el sentido de su ser y obrar, sobre el valor de la conciencia, y sobre la interpretación de la libertad. Por eso, los intelectuales católicos tienen como tarea prioritaria promover una síntesis renovada y vital entre fe y cultura, sin olvidar jamás que el punto central de referencia en la múltiple actividad formativa sigue siendo Cristo, único Salvador del mundo.


3. Amadísimos hermanos y hermanas, con vuestra vida y vuestro trabajo proclamad la gran noticia: "Ecce natus est nobis Salvator mundi!". En este misterio se centra la celebración jubilar, que invita a todo creyente a convertirse en heraldo incansable de esta gozosa verdad.
Sin embargo, para cumplir esta tarea apostólica, debe dejarse guiar dócilmente por la palabra divina. Esto se deduce del testamento apostólico de san Pablo a los ancianos de Éfeso: "Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia" (
Ac 20,32). El Apóstol encomienda a los ancianos a la Palabra, convencido de que ellos, antes de ser heraldos de la Palabra, son impulsados por la Palabra de Dios, precisamente porque la Palabra es poderosa y eficaz. En cuanto realidad viva y operante (cf. Hb He 4,12), tiene el poder de salvar la vida (cf. St Jc 1,21), conceder la herencia con todos los santificados (cf. Hch Ac 20,32), y comunicar la sabiduría que lleva a la salvación (cf. 2Tm 3,15 2Tm 3,17), porque es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (cf. Rm Rm 1,16).

Desde esta perspectiva, el concilio Vaticano II afirma que el Evangelio tiene la fuerza de renovar continuamente la vida y la cultura, purificándolas y elevándolas (cf. Gaudium et spes, GS 58). No debe ser motivo de desaliento la constatación de la insuficiencia de las propias fuerzas frente a las dificultades. Éste fue también el drama de san Pablo, el cual, sin embargo, consciente de la fuerza del Evangelio, al dirigirse a los Corintios, afirmaba: "Llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2Co 4,7).


4. Toda acción apostólica en el campo universitario debe tender a lograr que los jóvenes, los profesores y cuantos trabajan en el mundo académico se encuentren personalmente con Cristo.
233 Con esta finalidad, es de gran utilidad un servicio específico de pastoral universitaria, que se esfuerce por animar y coordinar las diversas realidades eclesiales activas en este campo: las capellanías, los colegios, los grupos parroquiales y los grupos de Facultad. En efecto, el horizonte de la evangelización de la cultura no se limita a los confines de la ciudad universitaria. Abarca toda la acción eclesial y, por eso, es tanto más eficaz cuanto más logra integrarse en una pastoral orgánica.

En este ámbito, es de desear que en toda universidad haya una capellanía, corazón de la pastoral universitaria. Debe ser un centro que impulse la formación y las iniciativas culturales específicas de la evangelización. Su tarea consistirá en cultivar el diálogo abierto y sincero con los diversos componentes de la universidad, proponiendo adecuados caminos de búsqueda de un encuentro personal con Cristo.

También será útil la promoción de iniciativas significativas a nivel nacional, como la consulta para la pastoral universitaria en el seno de la Conferencia episcopal y la Jornada de la universidad, articulada según un compromiso de oración, reflexión y programación. Como ya ha sucedido a nivel europeo, conviene que se instituya una coordinación de los capellanes de todos los continentes, en colaboración con los organismos pastorales de las Conferencias episcopales, para reforzar con la cooperación la riqueza multiforme de las iniciativas locales.


5. La Iglesia os invita, amadísimos hermanos y hermanas, a ser los evangelizadores de la cultura. El creyente, iluminado y guiado por la palabra de Dios, no teme confrontarse con el pensamiento humano. Al contrario, lo abraza como propio, seguro de la trascendencia de la verdad revelada, que ilumina y valora el esfuerzo humano. La sabiduría y la verdad provienen de Dios: donde existen el esfuerzo de la reflexión honrada y la pasión desinteresada por la verdad, se abre un camino que lleva a Cristo, Salvador de los hombres.

Amadísimos hermanos y hermanas, tened la seguridad de que no estáis solos en vuestra ardua tarea misionera. Cristo camina con vosotros. Por eso, sed valientes al anunciarlo y testimoniarlo: este anuncio tiene la fuerza y el poder de sacudir y maravillar a los oyentes, impulsándolos a una toma personal de posición con respecto a él (cf. Lc
Lc 2,34-35).

Invoco la protección de María, Sedes sapientiae, sobre vosotros, sobre vuestras comunidades universitarias y sobre cuantos encontréis en vuestro ministerio diario, y a la vez que os aseguro un recuerdo especial en mi oración, os imparto de corazón a cada uno mi afectuosa bendición.






A LOS MIEMBROS DEL 31 ESCUADRÓN


DE LA AERONÁUTICA MILITAR ITALIANA


Domingo 26 de septiembre de 1999



Señores oficiales y suboficiales;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra siempre poder acogeros y saludaros. Este encuentro, ya tradicional, se enriquece cada vez con nuevos motivos y sentimientos. Ante todo, me brinda la oportunidad de daros personalmente las gracias a vosotros, amables miembros del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar italiana, que, acompañándome durante los viajes aéreos en territorio italiano, me permitís participar en celebraciones y manifestaciones eclesiales en diversas localidades de la amada Italia.

De este modo cooperáis en mi ministerio y me brindáis la posibilidad de llevar el mensaje evangélico a numerosos hermanos y hermanas en la fe, sosteniéndolos en su testimonio y en su amor a Cristo y a la Iglesia; asimismo, me permitís llevar consuelo a cuantos se encuentran en particulares situaciones de sufrimiento.

234 2. Deseo renovaros mi más sincera y cordial gratitud por vuestro valioso y laudable servicio, así como por vuestra solícita y continua disponibilidad; a la vez, os manifiesto mi profunda estima por vuestra gran preparación técnica y profesional. Permitidme, además, poner de relieve los ideales de fe que inspiran y presiden vuestra no fácil actividad, ideales que vuestro comandante acaba de evocar al saludarme en nombre de todos vosotros.

Como sucede tradicionalmente en esta circunstancia, con profunda alegría confiero especiales distinciones y condecoraciones pontificias a algunos de vosotros: es un gesto exterior con el que os manifiesto mi gratitud personal y la de la Santa Sede por la generosa disponibilidad con que ponéis al servicio del Papa vuestra capacidad profesional; y es, además, un signo de la estima que siento por vosotros y por todos los componentes del 31° escuadrón.

3. Estamos viviendo el tercer año de preparación inmediata para el gran jubileo, ya inminente. El año 1999 está dedicado al Padre. Jesús nos enseñó a dirigirnos al Padre celestial así: «Padre nuestro que estás en los cielos» (
Mt 6,9). Ciertamente, la referencia al «cielo» com o lugar donde mora el Padre es simbólica: el cielo, con sus dimensiones ilimitadas y con la multiplicidad de los astros que lo embellecen, es el lugar donde resplandecen de modo particular la hermosura y la grandeza del Padre, «creador del cielo y de la tierra».

Los cielos os resultan familiares: los surcáis en cada uno de vuestros vuelos. Ojalá que vuestra actividad y toda vuestra vida esté impregnada constantemente del amor del Padre, que en Jesucristo reveló su verdadero rostro de misericordia y ternura. Que vele por vosotros con su presencia paterna y abra vuestro espíritu a una gran confianza en él.

Con estos sentimientos, invoco sobre vosotros, sobre el 31° escuadrón y sobre vuestras familias, la protección del Señor, por intercesión de la Virgen de Loreto, a quien la Aeronáutica profesa una especial devoción.

A todos vosotros, y a vuestros seres queridos, os imparto mi afectuosa bendición.





Discurso a los administradores de la


Universidad católica de América


27 de Septiembre 1999







Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:


En el amor de Dios, de quien procede toda sabiduría, os doy la bienvenida a vosotros, administradores de la Universidad católica de América. Vuestra universidad ha dado durante mucho tiempo una contribución muy notable a la Iglesia y a la sociedad en Estados Unidos, y por eso me alegro de tener esta oportunidad para animaros a seguir formando y haciendo realidad la visión de una universidad verdaderamente católica en vuestra cultura, especialmente en esta época.
235 En el umbral del nuevo milenio, la Iglesia está comprometida profundamente en la nueva evangelización, y las universidades católicas desempeñan un papel específico en esta gran tarea. En mi carta encíclica Fides et ratio, escribí que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (n. 1). La razón puede ayudar a la fe a evitar los peligros del mito o la superstición, y la fe puede abrir la razón a la plenitud de verdad que, por su misma naturaleza, busca siempre (cf. n. 48). Toda la tradición católica testimonia esta reciprocidad, y la mayor contribución que puede dar la Universidad católica de América a la obra de la nueva evangelización consiste en testimoniar esta profunda armonía entre fe y razón.

Me alegra, asimismo, dar la bienvenida al Grupo coral estudiantil presente hoy aquí. Os doy las gracias por la belleza de vuestra música, la cual muestra que en la tradición católica el bien y la verdad van siempre unidos a la belleza. Esto también forma parte del testimonio de las universidades católicas, porque la belleza es siempre "clave del misterio y llamada a lo trascendente" (Carta a los artistas, 16).

Encomendando a toda la comunidad de la Universidad católica de América a la constante intercesión de María, Sede de la sabiduría, os imparto cordialmente a vosotros y a vuestros seres queridos mi bendición apostólica.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA CENTROAFRICANA EN VISITA «AD LIMINA»


: 27 de septiembre de 1999



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Al realizar juntos vuestra visita ad limina, venís a pedir a Dios que acreciente en vosotros la fuerza interior y el dinamismo misionero que animaban a san Pedro y san Pablo cuando vinieron a Roma para testimoniar el evangelio de Cristo. Como Sucesor del apóstol Pedro, me alegra acogeros a vosotros, que habéis recibido la misión de guiar a la Iglesia católica en la República centroafricana, para animaros y confirmaros en la fe común recibida de nuestros padres. Mis colaboradores de la Curia romana os brindarán el apoyo y la ayuda necesarios para llevar a cabo la tarea que se os ha confiado.

Doy las gracias a monseñor Paulin Pomodimo, obispo de Bossangoa y presidente de vuestra Conferencia episcopal. En vuestro nombre ha expresado con claridad los sentimientos que os animan en estos momentos privilegiados de reflexión sobre vuestro ministerio pastoral.

Al volver a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los laicos de vuestras comunidades el saludo afectuoso del Papa, que ruega al Señor que los fortalezca en su vida cristiana y en su compromiso apostólico. Transmitid a todos vuestros compatriotas mis mejores deseos de paz y prosperidad, en un período importante para el futuro del país.

2. Al acercarse el momento de entrar solemnemente en la alegría del gran jubileo del año 2000, toda la Iglesia, tomando cada vez mayor conciencia de su misterio y de su misión, está llamada a «extender su mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del reino de Dios» (Incarnationis mysterium, 2). Me alegra mucho constatar que los signos de la presencia activa del Espíritu de Dios en vuestro pueblo son numerosos. La reciente creación de dos nuevas diócesis ha puesto de relieve la vitalidad apostólica de vuestras comunidades y la apertura de los hombres y mujeres de vuestra región a las llamadas del Señor. Ojalá que los católicos de la República centroafricana descubran en esos signos una invitación urgente a un renovado dinamismo misionero. Os deseo a todos, y particularmente a los nuevos obispos, que sepáis responder con valentía y audacia a las necesidades espirituales del pueblo que habéis recibido la misión de congregar para que constituya la Iglesia familia de Dios.

En la difícil y compleja situación que vive vuestro país, la Iglesia tiene la responsabilidad particular de lograr que todos los miembros de la nación conserven la esperanza y ayudarles en su búsqueda de razones para vivir auténticas y creíbles, a fin de que puedan mirar al futuro con confianza. Durante los últimos años, ha sido la voz de los que no tienen voz, favoreciendo la reconciliación y la formación de una conciencia común, con vistas a la construcción de una comunidad nacional unida y solidaria. La Iglesia tiene el deber de recordar a tiempo y a destiempo los valores fundamentales relacionados con la dignidad de todo ser humano, con la verdad y con la responsabilidad de sus actos personales, pues Dios quiere que todos los hombres constituyan una sola familia y se traten mutuamente como hermanos. Por eso, «anunciar a Cristo es revelar al hombre su dignidad inalienable, que Dios ha rescatado mediante la encarnación de su Hijo único. (...) Dotado de esta incomparable dignidad, el hombre no puede vivir en condiciones de vida social, económica, cultural y política infrahumanas» (Ecclesia in Africa ). Os invito a vosotros y a vuestras comunidades a seguir librando la valiente batalla en favor del desarrollo integral del hombre y de la promoción de la justicia y la concordia entre todos los componentes de la nación.

3. Con su compromiso social, la Iglesia quiere desempeñar su función profética al servicio del hombre y de su dignidad. En efecto, existe un vínculo es- trecho entre evangelización y acción social. No es posible proclamar el mandamiento del amor sin promover un verdadero crecimiento de la persona humana y de la sociedad. Conozco la generosidad de vuestras comunidades, que se expresa a menudo con medios pobres y limitados, pero de gran significado humano y espiritual. Aliento vivamente a las personas que, con gran generosidad, se ponen al servicio de sus hermanos y hermanas necesitados o desamparados, enfermos, personas solas, ancianos o refugiados, que llegan de los países vecinos. Quiera Dios que cada cristiano, con sentido de comunión y abriendo generosamente los tesoros de su corazón, se considere un enviado del Señor para aliviar la miseria y combatir toda forma de marginación, anunciando así con sus actos el evangelio de Cristo.

236 Habéis querido que las escuelas católicas ocupen un lugar particular en vuestro servicio a la sociedad centroafricana, a fin de preparar a los jóvenes para los compromisos de la vida, así como para su papel cívico y su deber moral. En efecto, esas escuelas «son a la vez lugares de evangelización, educación integral, inculturación y aprendizaje del diálogo entre jóvenes de religiones y ambientes sociales diferentes» (ib., 102). Hay que impulsar esta orientación con la debida prudencia, para que la Iglesia contribuya de manera eficaz a que todos los jóvenes puedan acceder a la educación, y encuentre los medios de prestar una atención privilegiada a los más pobres de entre ellos. Eso exige que la solidaridad real de la Iglesia universal siga manifestándose concretamente, para que se aseguren la presencia y la formación humana, cultural y religiosa de un número suficiente de educadores, y puedan superarse los problemas materiales que dicho proyecto ciertamente creará.

4. En vuestras diócesis, la pastoral vocacional está experimentando un nuevo impulso, lo cual me alegra. Es indispensable que todos los católicos, especialmente en su vida familiar, tomen conciencia de que tienen la responsabilidad de promover y fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A los jóvenes que se sienten llamados por el Señor a seguirlo por este camino les deseo que acojan sin temor la mirada de amor que el Señor les dirige y le respondan libre y generosamente. Corresponde luego a los obispos, con la ayuda de los responsables encargados del acompañamiento de las vocaciones y de los formadores del seminario, discernir y confirmar la autenticidad de la llamada recibida.

Parece importante incluir un año propedéutico a fin de permitir a los jóvenes progresar en su búsqueda y proporcionarles los elementos necesarios para profundizar sus conocimientos humanos, culturales y espirituales. Así podrán entrar con mayor provecho en el primer ciclo del seminario mayor.

La formación de los candidatos al sacerdocio es una responsabilidad esencial del obispo, que exige prestar atención particular a su organización, así como a la vida de los formadores y de cada uno de los seminaristas. Una seria formación espiritual, intelectual y pastoral, indispensable para el ejercicio del ministerio presbiteral, deberá ir unida a una sólida formación humana y cultural. «Sin una adecuada formación humana, toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario» (Pastores dabo vobis
PDV 43). Los futuros sacerdotes deben adquirir las cualidades humanas indispensables para el desarrollo de personalidades equilibradas, fuertes y libres. Será particularmente importante insistir en la maduración afectiva de los candidatos, elemento decisivo de la educación en el amor verdadero y responsable, necesario para quien está llamado al celibato y que consiste en «ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia» (ib., 44).

Saludo cordialmente a cada uno de vuestros sacerdotes. Son para vosotros colaboradores valiosos e indispensables en el anuncio del Evangelio, y vosotros tenéis solicitud y veláis por ellos, lo cual me alegra. Les agradezco su generosidad en el servicio a Cristo y a su Iglesia, en condiciones a menudo difíciles. Recuerden que, en profunda comunión con su obispo, y como hermanos entre sus hermanos bautizados, tienen la misión de congregar al pueblo de Dios, para que todos sus miembros, santificados por el Espíritu Santo, se ofrezcan a sí mismos como «una víctima viva, santa y agradable a Dios» (Rm 12,1). Así pues, se trata de que los presbíteros vivan una vida digna y santa, conforme a su vocación y al testimonio que tienen que dar de ser hombres de Dios «apartados» para el servicio al Evangelio, sin dejarse atraer por la concupiscencia del mundo (cf. Ef Ep 4,22). «Los presbíteros (...) han de presidir de tal manera, que no busquen sus propios intereses, sino los de Cristo» (Presbyterorum ordinis PO 9). Mediante una sólida vida espiritual, funda- da en la oración, en la Eucaristía y en el sacramento de la reconciliación, se con- vertirán para los fieles en guías auténticos por los caminos de la santidad, a la que todos los bautizados están llamados.

5. La vida consagrada, en su gran diversidad, es una riqueza de la Iglesia en vuestro país. La calidad espiritual de sus miembros, que se refleja en los fieles y que es también un apoyo valioso para los sacerdotes, hace cada vez más presente en la conciencia del pueblo de Dios «la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu Santo, reflejando en la conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el bautismo, la confirmación o el orden» (Vita consecrata VC 33). Exhorto a los responsables de los institutos presentes en vuestras diócesis a impartir a los jóvenes religiosos y religiosas una formación humana, intelectual y espiritual enraizada en la cultura de su país, que permita una conversión a Cristo de todo su ser, para que su consagración en el seguimiento de Cristo los configure cada vez más al Señor Jesús en su oblación al Padre. Las personas consagradas también han de recordar que la llamada que han recibido implica el compromiso de dedicarse totalmente a la misión. Los institutos religiosos, fieles a su propio carisma, en comunión y diálogo con los demás componentes eclesiales, en primer lugar con los obispos, deben responder con generosidad a las llamadas del Espíritu y han de preocuparse por buscar caminos nuevos para la misión, a fin de que Cristo sea anunciado a todas las culturas, hasta las regiones más lejanas.

Aprovecho esta ocasión para dar gracias a Dios por la inmensa obra realizada en la República centroafricana por los institutos religiosos desde la llegada de los primeros misioneros, hace más de un siglo. El desarrollo de una Iglesia particular, ya bien constituida, es el signo del dinamismo espiritual y apostólico que han sabido infundirle, transmitiendo el mensaje evangélico. Doy gracias, asimismo, a los sacerdotes fidei donum y a los laicos misioneros, que manifiestan concretamente su solidaridad y la de sus Iglesias particulares de origen mediante su misión en la República centroafricana.

6. En vuestros informes habéis subrayado que, en vuestras diócesis, son numerosos los laicos que están comprometidos en movimientos y asociaciones católicas. Los felicito por su disponibilidad y su fervor. Los aliento vivamente a transformar sus diferentes grupos en lugares privilegiados para desarrollar su compromiso misionero en medio de sus hermanos. Ojalá que sean en todas partes signos de la misericordia de Dios, abriéndose generosamente a las necesidades materiales y espirituales de los demás. Que no tengan miedo de anunciar el Evangelio mediante una vida cristiana ejemplar, conforme a los compromisos de su bautismo.

La formación de los laicos reviste una importancia decisiva para el futuro de la Iglesia. En efecto, «tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad cada vez mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión» (Christifideles laici CL 58). Os invito a prestar atención particular a la formación doctrinal y espiritual de los jóvenes y de las personas llamadas a asumir responsabilidades en todos los niveles y en todos los sectores de la vida social. En un mundo que necesita puntos de referencia y motivos de esperanza, la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia permitirá preparar a los cristianos para las tareas políticas, económicas y sociales, a fin de que sean testigos activos de Cristo en sus ambientes de vida y participen eficazmente en la construcción de la nación.

Entre los laicos comprometidos de modo particular al servicio de la comunidad, saludo y felicito a los catequistas, cuya generosidad conozco, así como a sus familias. Son para vosotros, y para los sacerdotes, colaboradores insustituibles en el apostolado. En nuestros días, los cambios que se están produciendo tanto en la Iglesia como en la sociedad exigen de cada uno de ellos una profunda preparación doctrinal y pedagógica, así como una constante renovación espiritual y apostólica. Deseo que, en su tarea tan decisiva para la implantación y expansión de la Iglesia, cobren cada vez mayor conciencia de su pertenencia a la comunidad eclesial y de la dignidad de su función.

7. Son numerosas y de todo tipo las amenazas que hoy se ciernen sobre la familia africana y sobre sus fundamentos, socavando así la cohesión de toda la sociedad, puesto que es un pilar insustituible del edificio social. «Desde el punto de vista pastoral, esto es un verdadero desafío, dadas las dificultades de orden político, económico, social y cultural que los núcleos familiares en África deben afrontar en el contexto de los grandes cambios de la sociedad contemporánea» (Ecclesia in Africa ). Así pues, es esencial impulsar a los católicos a trabajar con todas sus fuerzas para preservar y promover los valores fundamentales de la familia. Los fieles deben tener en gran consideración la dignidad del matrimonio cristiano, que refleja y realiza el amor de Cristo a su Iglesia. Por eso, se debe enseñar claramente la verdad sobre el matrimonio y la familia, tal como Dios los estableció, recordando sobre todo que el amor de los esposos es único e indisoluble; y que, gracias a su estabilidad, el matrimonio contribuye a la realización plena de su vocación humana y cristiana.

237 Una seria preparación de las parejas, teniendo en cuenta su situación particular y su cultura, les hará tomar conciencia de que el sacramento del matrimonio es una gracia que Dios les concede para que crezca su amor a lo largo de toda la vida. Por tanto, conviene ayudarles a lograr la madurez humana que les permita asumir sus responsabilidades de esposos y padres cristianos, y ofrecerles una sólida espiritualidad matrimonial, para que consideren el matrimonio y la vida familiar como medios de santificación. Ojalá que durante su existencia encuentren, tanto en sus pastores como en la comunidad cristiana, especialmente en el testimonio de vida evangélica de las demás familias, un apoyo para afrontar las tareas y las difi cultades diarias.

8. Para expresar su misión de comunión entre todos los hombres, la Iglesia, llamada a ser signo y sacramento de la unidad del género humano, debe mantener y promover relaciones fraternas con todos, con vistas a la construcción de una sociedad unida y solidaria. El desarrollo, con espíritu de diálogo, de la colaboración entre los discípulos de Cristo con los demás creyentes y con todos los hombres de buena voluntad, contribuirá seguramente al bien común. Sin embargo, hay que tratar de ayudar a los católicos a realizar un serio discernimiento de la fe y de su expresión eclesial, principalmente en su encuentro con los hermanos bautizados de otras confesiones cristianas, para que fomenten relaciones fundadas en la verdad, teniendo en cuenta lo que une, pero también lo que aún impide la comunión total.

En una sociedad en la que se desarrolla el pluralismo religioso, también resulta cada vez más necesario dedicar una atención particular a las relaciones con los musulmanes. Un conocimiento auténtico de los valores espirituales y morales del islam, basado en una voluntad de respeto mutuo, facilitará una mayor comprensión y una sincera aceptación de la libertad religiosa. Desde esta perspectiva, os animo, como ya hacen algunos de vosotros, a formar a expertos en ciencias de las religiones y en cuestiones interreligiosas, que sean capaces, con clarividencia y sabiduría, de entablar un diálogo auténtico con los demás creyentes y aconsejar a las comunidades cristianas más directamente afectadas.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al volver a vuestro país, os invito a mirar al futuro con confianza. La cercanía del año jubilar, durante el cual celebraremos el bimilenario del misterio central de nuestra fe, constituye una fuerte invitación a la esperanza. Deseo vivamente que este tiempo de gracia sea para vuestras comunidades una ocasión privilegiada para profundizar su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que está en el origen y en el fin de nuestro camino. Ojalá que todos los fieles de vuestras diócesis encuentren en la contemplación de la encarnación del Hijo de Dios la revelación del rostro del Padre misericordioso y compasivo. Que, permaneciendo a la escucha del Espíritu, reconozcan los signos de los tiempos nuevos, y hagan cada vez más viva la espera de la vuelta gloriosa del Señor.

Encomiendo vuestro ministerio episcopal a la intercesión materna de María, la Virgen santísima, llamada a ser la Madre del Señor. Que ella sea para vosotros, y para el pueblo que os ha sido confiado, la Madre que muestra a todos sus hijos el sendero que lleva a su Hijo, asegurándoos su protección por los caminos de la vida.

De todo corazón, os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.






Discursos 1999 231