Discursos 1999 237


DURANTE LA CEREMONIA DE BENDICIÓN


DE LA FACHADA DE LA BASÍLICA VATICANA


Jueves 30 de septiembre



Señores cardenales y venerados hermanos en el episcopado;
señor presidente de la República italiana;
señor presidente del Gobierno;
señores embajadores ante la Santa Sede e Italia;
238 señores dirigentes y técnicos de la E.N.I.;
señores y señoras:

1. En el centro de nuestra atención está hoy la fachada de la basílica vaticana, que desde hace siglos es testigo de grandes acontecimientos, que han deja- do su huella en la historia. Estamos reunidos aquí para celebrar la feliz culminación de los trabajos de restauración que, durante más de dos años, han realizado ingenieros, arquitectos, marmolistas, cinceladores, estucadores, herreros y otros obreros. Gracias a su trabajo, realizado con gran maestría y compe- tencia, la basílica vaticana, ya hermosa en su interior, se presenta ahora con toda la majestuosa solemnidad de la fachada con que Maderno supo adornarla.

Al dirigir mi cordial saludo a todos los presentes y, en particular, al cardenal arcipreste, que ha interpretado noblemente los sentimientos de todos, deseo expresar mi profundo agradecimiento a cuantos han empleado sus energías para devolver a esta obra maestra de la arquitectura su primitivo esplendor. Mi agradecimiento va, de modo especial, a la Empresa nacional de hidrocarburos (E.N.I), que con gran generosidad ha hecho posible la labor de restauración, utilizando para ello las más modernas tecnologías.

2. Mientras contemplamos admirados el prestigioso resultado de estos trabajos, surge espontáneamente en el corazón el deseo de bendecir al Señor, que ha dado al hombre la capacidad de dominar la materia y ennoblecerla, imprimiéndole el sello del espíritu.

¡Cuántos esfuerzos ha costado la obra que estamos admirando! Los mármoles, desbastados con innumerables golpes de martillo y cincel, y después pulidos con sumo cuidado y paciencia, fueron unidos admirablemente para adornar la fachada. En una visión transfigurada del templo de Dios, se pueden interpretar sus diversos elementos como el símbolo y la imagen de la variedad de los dones y carismas con que el divino Artífice ha querido adornar a la Iglesia, su esposa mística.

3. La mirada, llena de admiración, que dirigimos esta tarde a la arquitectura de la fachada anticipa la de los innumerables peregrinos que llegarán aquí procedentes de todo el mundo durante el Año santo, ya inminente. Podrán revivir las experiencias de los antiguos pere- grinos, extasiados ante la magnificencia y la solidez de las estructuras de esta imponente basílica, que la fe de los antepasados construyó «in honorem Principis Apostolorum», como reza la inscripción dedicatoria, puesta por el Papa Pablo V en el año 1612.

Para san Pedro y su sepulcro glorioso se edificó este templo, coronado por la cúpula de Miguel Ángel, que el Papa Clemente VIII, interpretando el pensamiento de su predecesor Sixto V, dedicó «sancti Petri gloriae», a la gloria de san Pedro. Lo confirman las numerosas representaciones del Apóstol, que aparecen en todas las partes del edificio. También en esta fachada, en el altorrelieve del milanés Ambrogio Bonvicino, se halla la imagen de Pedro, que recibe las llaves del Cristo.

4. Así, en cierto sentido, el apóstol san Pedro continúa su misión como «vicario del amor de Cristo», profesando con humildad, pero también con firmeza, su fe. Y «toda lengua que alaba al Señor -como dice san León Magno- es formada por el magisterio de esta voz» (Sermones 3, 3). Por ello, se comprende fácilmente por qué nuestro deleite ante esta obra de arte restaurada no puede ser sólo de carácter estético; también debe abrirse a la fascinación interior de la realidad espiritual que significa. Nos lo recuerda san Pedro a nosotros y a cuantos esta tarde están reunidos espiritualmente en torno a su sepulcro, como él escribía desde Roma, un día de los años 63-64, a los cristianos de Asia menor, por él evangelizados: «También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta» (
1P 2,5).

Amadísimos hermanos y hermanas, aceptemos esta invitación a ser piedras vivas, miembros activos del edificio espiritual que es la Iglesia. Ojalá que el inminente jubileo nos encuentre dispuestos a anunciar y testimoniar nuestra fe con una entrega más generosa. Los trabajos de restauración nos recuerdan que cada creyente, cada uno de nosotros, está llamado a una conversión continua y a un valiente examen de vida, para poder realizar un profundo encuentro con Cristo y beneficiarse plenamente de los frutos del Año santo.

Que así sea para todos. Con este deseo, al tiempo que invoco la intercesión de la santísima Virgen María y de los apóstoles san Pedro y san Pablo sobre los presentes y sobre quienes, de diferentes modos, han colaborado en esta extraordinaria labor de restauración, a todos imparto complacido la bendición apostólica.





Discurso a la Sociedad internacional de


oncología ginecológica


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30 de Septiembre 1999





Excelencias; señoras y señores:

1. Me alegra mucho recibiros a vosotros, participantes en el VII Congreso de la Sociedad internacional de oncología ginecológica. Doy gracias al profesor Mancuso por sus palabras de saludo, y a todos vosotros por lo que estáis haciendo por servir a quienes necesitan vuestra competencia médica, especialmente las mujeres enfermas de cáncer.

En la práctica de la medicina, afrontáis las realidades más fundamentales de la vida humana: nacimiento, sufrimiento y muerte. Compartís las dificultades de vuestros pacientes y sus inquietudes más profundas. Procuráis darles esperanza y, cuando es posible, curarlos. Quienes se someten a una operación, nunca olvidan a los médicos y a los asistentes sanitarios que los han acogido, visitado y curado. Vienen inmediatamente a nuestra memoria las palabras del Evangelio: "Venid, benditos de mi Padre. (...) Estaba enfermo, y me visitasteis" (Mt 25,34 Mt 25,36). "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).


2. Los médicos son custodios y servidores de la vida humana. En mi carta encíclica Evangelium vitae, subrayé el significado humano y el aspecto ético de la profesión médica. Hoy, la profesión médica se encuentra en una especie de encrucijada: "En el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder su dimensión ética original, ellos pueden estar a veces fuertemente tentados de convertirse en manipuladores de la vida o incluso en agentes de muerte. Ante esta tentación, su responsabilidad ha crecido hoy enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más fuerte precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la profesión sanitaria" (n. 89).

Custodios y servidores de la vida: esto es lo que sois verdaderamente en vuestra actividad médica. Como ginecólogos, os preocupáis de las madres y de sus hijos por nacer, desde la concepción hasta el nacimiento. Para el niño, la gestación es siempre un tiempo de riesgo e incertidumbre, pero cuando la madre esta enferma de cáncer, el niño afronta otros peligros graves para su salud y la terrible posibilidad de perder a su madre. Sabéis bien cuán delicada y dramática puede ser esta situación, especialmente cuando la mujer debe luchar contra las presiones de la sociedad y de su familia encaminadas a poner fin a la vida que lleva en su seno, para aliviar su propia situación. En vuestros esfuerzos por ser verdaderos "servidores de la vida", estoy seguro de que encontraréis luz y aliento en la enseñanza de la Iglesia, fruto de dos milenios de reflexión moral católica, sobre lo que Dios ha revelado acerca de la condición humana.


3. Aunque hoy existe una fuerte presión social para que los ginecólogos y obstetras aprovechen cualquier mínimo signo de riesgo o alarma como justificación para recurrir al aborto, incluso cuando disponen de tratamientos eficaces, los progresos en vuestro campo hacen cada vez más posible salvaguardar tanto la vida de la madre como la del niño. Debemos estar agradecidos por este progreso, y seguir incentivando el avance de la medicina, que permitirá que los casos dramáticos, a los que me he referido, sean cada vez menos frecuentes.

Dado que todos somos conscientes de la angustia que experimentan las familias y los ginecólogos cuando afrontan un embarazo amenazado por el cáncer, doy gracias a Dios por todo lo que hacéis para prevenir la manifestación cada vez más frecuente de este cáncer particular en las mujeres. En los diferentes campos de la investigación sobre el cáncer hay que promover y sostener ese trabajo con fondos adecuados, proporcionados por las autoridades públicas responsables de la investigación científica. Considerando el creciente coste de la asistencia sanitaria, particularmente en el área del tratamiento del cáncer, se tiene la sensación de que se hace e invierte muy poco en la educación sanitaria y la prevención del cáncer. No habría que dudar en puntualizar claramente que el cáncer puede ser el resultado del comportamiento de la gente, incluyendo ciertos comportamientos sexuales, así como la contaminación del ambiente y sus efectos en el cuerpo mismo.


4. Al pensar en vuestra actividad al servicio de la vida, no puedo menos de mencionar la importancia de vuestro profundo compromiso en la asistencia a las madres jóvenes enfermas de cáncer que deben afrontar una muerte prematura. No cabe duda de que cuando sucede esto, el ginecólogo y el obstetra, más acostumbrados al contacto con el nacimiento de una nueva vida, experimentan un profundo sentido de participación en el dolor de los demás y, quizá, incluso un sentimiento de frustración e impotencia.

Una vida que está llegando a su fin no es menos valiosa que una vida que está comenzando. Por esta razón, el moribundo merece el mayor respeto y la atención más solícita. En su nivel más profundo, la muerte es como el nacimiento: ambos son momentos críticos y dolorosos de transición, que abren a una vida más rica que la anterior. La muerte es un éxodo, después del cual es posible ver el rostro de Dios, que es la fuente de vida y amor, precisamente como un niño que acaba de nacer puede ver el rostro de sus padres. Por esta razón, la Iglesia habla de la muerte como de un segundo nacimiento.

Hoy se discuten muchas cuestiones relacionadas con el tratamiento de los pacientes enfermos de cáncer. Tanto la razón como la fe nos exigen resistir a la tentación de poner fin a la vida de un paciente mediante un acto deliberado de omisión o una intervención activa, dado que la "eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (Evangelium vitae EV 65). Nada, ni siquiera la petición del paciente, que muy a menudo no es otra cosa que un grito pidiendo ayuda, puede justificar la eliminación de una vida que es preciosa a los ojos de Dios y que puede ser un gran don de amor para la familia, incluso en su sufrimiento de los últimos días.

240 Por lo que atañe a las propuestas que se han hecho en algunos lugares para legislar en favor de la eutanasia y del suicidio asistido, permitidme destacar que "compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla mediante el llamado suicidio asistido significa hacerse colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es solicitada" (ib., 66). Tampoco se puede apoyar o justificar la así llamada "autodeterminación" del moribundo, cuando esto significa de hecho que un médico ayuda a suprimir la vida, que es el fundamento mismo de todo acto libre y responsable.

Para curar hoy a los pacientes enfermos de cáncer se necesita una terapia que incluya formas eficaces y accesibles de tratamiento, alivio del dolor y medios ordinarios de apoyo. Habría que evitar un tratamiento ineficaz o que aumente el sufrimiento, así como la imposición de métodos terapéuticos insólitos y extraordinarios. Es muy importante la ayuda humana que se brinda al moribundo, dado que "el deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba" (ib., 67).


5. Queridos amigos, mientras el siglo XX y el segundo milenio de la era cristiana están llegando a su fin, habéis venido a Roma como hombres y mujeres que están construyendo sobre la magnífica obra de sus predecesores en este siglo y en este milenio. El siglo XX ha vivido sus tragedias humanas, pero seguramente entre sus triunfos figura el extraordinario avance de la investigación y el tratamiento médicos (cf. Fides et ratio
FR 106). A la luz de esto, y más aún si consideramos los últimos mil años, no podemos por menos de aplaudir a los que abrieron el camino, dando gracias a Dios, que es la fuente de toda iluminación y curación. Mirar atrás significa comprender humildemente que recorremos un camino marcado por las intuiciones y la abnegación de los demás; al ver lo mucho que se ha avanzado, renovamos en este momento decisivo nuestra esperanza de que el poder de la muerte será, Dios mediante, derrotado.

No estáis solos en la gran tarea de combatir el cáncer y servir a la vida. Toda la familia humana está con vosotros; la Iglesia en todo el mundo os mira con respeto. Os aseguro a todos un especial recuerdo en mi oración, y encomiendo vuestra noble actividad a la intercesión de la Madre de Cristo, Salud de los enfermos. Invocando sobre vosotros la gracia y la paz de su Hijo, que curó a los enfermos y resucitó a los muertos, os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la amorosa protección de Dios todopoderoso.





                                                                                  Octubre de 1999




A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON


A LA BEATIFICACIÓN


Lunes 4 de octubre de 1999


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La solemne celebración litúrgica de ayer se prolonga, en cierto sentido, en este encuentro, durante el cual queremos renovar el cántico de alabanza y de acción de gracias al Señor por los nuevos beatos, que la Iglesia nos señala como ejemplos para imitar. Con gran afecto os saludo a cada uno de vosotros, que habéis venido en gran número para rendir honor a estos testigos fieles del Evangelio.

Al contemplar a don Fernando María Baccilieri, afable y celoso pastor, dirijo un saludo cordial a las religiosas Siervas de María de Galeazza, que lo veneran como su fundador y se sienten comprometidas a mantener vivo y operante su espíritu en las obras de su instituto.

Quiera Dios que las hijas espirituales de este nuevo beato, y cuantos lo invocan como protector, acepten su invitación a realizar una constante reflexión sobre el mensaje cristiano y a manifestar una tierna devoción a la Virgen de los Dolores. Es importante comprender que seguir a Cristo implica necesariamente el serio examen de vida que recomendaba a todos, especialmente con ocasión de las misiones parroquiales. Ojalá que, al imitar su ejemplo, crezca en cuantos prosiguen su acción apostólica el deseo de llegar a las familias y a todos los fieles, para ofrecerles la enseñanza luminosa del Evangelio.

2. Hermanos y hermanas que habéis venido, sobre todo desde Bélgica, para la beatificación del presbítero Eduardo Poppe, os saludo cordialmente. La Iglesia se alegra de contar con un nuevo beato. Os aliento a todos a considerarlo como modelo y guía a él, que fue testigo de la fe y la caridad. En la oración y en la Eucaristía encontraba la fuerza para su vida diaria y para su misión pastoral. Amaba totalmente a Cristo y se dedicaba a imitarlo en todas las cosas, haciendo la voluntad de nuestro Padre celestial y acogiendo a todas las personas. En su relación íntima con el Dueño de la mies, el presbítero Poppe ofrecía el mundo a Dios, para poder ofrecer a Dios al mundo.

241 Había hecho suyos el lema y el deseo de pobreza y humildad del beato Antoine Chevrier: «Mi vida es Jesucristo». Eso constituye en realidad el ideal de todo sacerdote y de todo cristiano, pues una vida vivida con amor al Señor y en su amor es una existencia que encuentra su auténtica realización. Invito en particular a las familias a ayudar a los jóvenes a escuchar la llamada de Dios a seguirlo en el sacerdocio con generosidad. En efecto, es en el seno de las familias donde pueden nacer las vocaciones, mediante la transmisión de la fe y de los valores morales.

3. «¿Queremos ir al cielo? ¡Ánimo!: la oración es la escalera para llegar a él». Con esta exhortación del beato Arcángel Tadini, muy actual, deseo saludar a las religiosas Obreras de la Santa Casa de Nazaret, así como a los peregrinos procedentes de la diócesis de Brescia y a cuantos hoy se alegran por la beatificación de este generoso e intrépido pastor del pueblo de Dios.

Él sentía fuertemente la responsabilidad por las personas que le habían confiado, y hacía todo lo posible para preservarlas de cualquier peligro. A la oración intensa y constante, a la predicación eficaz y popular el beato Tadini sabía unir una gran valentía en las iniciativas pastorales. De su espíritu emprendedor surgieron realidades eclesiales y sociales innovadoras para responder a los «signos de los tiempos»: la hilandería para dar trabajo a las jóvenes de la parroquia y la residencia para las obreras vecinas, así como la congregación de las religiosas Obreras de la Santa Casa de Nazaret, que prosiguen su rico y fecundo apostolado. Deseo de corazón que las religiosas Obreras y todos los que siguen su espiritualidad vivan y transmitan fielmente el mensaje de este beato, tan actual porque destaca la dignidad del trabajo y la vocación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad.

4. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos religiosos de la orden franciscana de los Frailes Menores, y a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que compartís la alegría por la beatificación de estos dos ilustres franciscanos: Mariano de Roccacasale y Diego Oddi.

El beato Mariano vivió desde su juventud el espíritu de pobreza, tan propio de la tradición franciscana. Habiendo vivido en tiempos difíciles a causa de las persecuciones y la supresión de muchas instituciones religiosas, encontró en el Retiro de Bellegra un lugar para redescubrir el silencio de la naturaleza y del corazón, a fin de vivir con mayor radicalismo el seguimiento de Cristo pobre y crucificado. Su vida sencilla, hecha de contemplación y acogida de los pobres y participación en sus sufrimientos, de unión con Dios y solidaridad con sus hermanos, constituye para todos los creyentes un luminoso ejemplo de fidelidad evangélica.

También fray Diego Oddi, durante cuarenta años ángel de paz y de bien en la región de Subiaco, lleva consigo el perfume de las Florecillas del Poverello de Asís. Su fe y su existencia en busca de lo esencial constituyen una significativa realización de la gran tradición espiritual franciscana, que lo orienta todo a la búsqueda de Dios, deseado y percibido como el «Sumo Bien».

Cuán útil es para todos nosotros conocer e imitar la experiencia espiritual de estos dos humildes franciscanos, que unieron sabiamente oración y trabajo, silencio y testimonio, paciencia y caridad. Que ellos nos ayuden con su intercesión a vivir también hoy el espíritu de auténtica conversión y acogida del Evangelio, que los caracterizó.

5. Saludo ahora con afecto a los religiosos capuchinos y a cuantos han venido a Roma, sobre todo desde Cerdeña, con ocasión de la beatificación de Nicolás de Gésturi. Fue humilde limosnero por las calles de Cagliari y, con su vida silenciosa, se transformó en un mensaje elocuente del amor misericordioso de Dios.

De religioso que «buscaba» limosnas para las necesidades del convento se convirtió en hermano «buscado» por muchas personas. Siguió de cerca el ejemplo de san Francisco, el cual, más con el ejemplo que con las palabras, solía invitar a todos a recorrer el camino del bien (cf. Vida Segunda de Tomás de Celano CLVII, en: Fuentes Franciscanas, 796), y deseaba que sus frailes hicieran lo mismo (cf. ib., 1674; 1738). Ojalá que sus devotos y cuantos forman parte de su familia religiosa atesoren la enseñanza que nos ha transmitido con el testimonio de su vida.

Amadísimos hermanos y hermanas, demos gracias juntos al Señor por el don valioso de estos nuevos beatos. Al volver a vuestra tierra y a vuestra casa, llevad el compromiso de seguir el ejemplo de los nuevos beatos. Os sostenga ahora y siempre la protección materna de María, Reina de todos los santos. Os consuele también la certeza de la intercesión de los nuevos beatos y os acompañe mi bendición, que os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestras comunidades y a vuestras familias.





Mensaje con ocasión del IX centenario


de la fundación de la catedral de la


archidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie








Al venerado hermano
242 Monseñor CARMELO CASSATTI
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisceglie
Titular de Nazaret


1. He sabido con alegría que la archidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie se dispone a celebrar el IX centenario de la fundación de su basílica catedral, insigne edificio sagrado. Esta celebración adquiere particular importancia, puesto que en ese templo, meta continua de visitantes, se conservan los restos mortales de aquel joven griego de 17 años, llamado Nicolás, que se dirigía como peregrino a Roma y que, habiendo llegado a Trani, murió en la miseria el año 1094, mientras con la invocación "Kyrie eleison" testimoniaba a todos la necesidad de volver a Dios. Sus restos mortales, depositados provisionalmente en la catedral de Santa María de la Scala, se convirtieron en objeto de veneración para toda la población, que lo escogió como patrono de su ciudad.
La historia de la actual catedral románica comienza en el año 1099, cuando el arzobispo de Bizancio proclama santo al peregrino Nicolás, iniciando la construcción de una iglesia donde se depositarían sus restos mortales. La nueva y gran basílica sufrió sucesivas transformaciones, impulsadas por exigencias de carácter litúrgico o de devoción, con añadiduras y enriquecimientos ornamentales, que han determinado su actual fisonomía, ante la cual se detienen admirados los peregrinos y los turistas.

En la celebración de este aniversario deseo unirme espiritualmente al pueblo de Trani, que rinde fervientemente acción de gracias al Señor por los innumerables beneficios recibidos durante su larga historia de fe. Dirijo, asimismo, un saludo cordial a las autoridades y a cuantos participen en un acontecimiento tan significativo para la comunidad cristiana de esa ciudad. Orgullosa del tesoro artístico e histórico que posee en su antigua catedral, da gracias a Dios por el bien que se ha irradiado desde el templo en el decurso de los siglos y, al mismo tiempo, se siente estimulada a tomar mayor conciencia del deber siempre urgente de llevar el anuncio de Cristo a cuantos aún no lo han recibido. Desde esta perspectiva, deseo que, por intercesión del joven peregrino san Nicolás, numerosos jóvenes, acogiendo la vocación sacerdotal o religiosa, o comprometiéndose en las filas del laicado católico, se pongan al servicio del Evangelio, para ofrecer también a los hombres de hoy la posibilidad de descubrir en el Evangelio las respuestas que anhela su corazón.

2. "¡Oh Dios, nos saciaremos de los bienes de tu casa, de la santidad de tu templo!" (cf. Sal
Ps 65,5). Éste es el sentimiento que brota en la comunidad cristiana cuando se reúne en la casa de Dios para celebrar su fe y los misterios del Señor, testimoniando visiblemente su identidad de familia de Dios.

Las estructuras exteriores del lugar sagrado han sido construidas para favorecer esa experiencia e ilustrar el esplendor del edificio espiritual levantado sobre el fundamento de los Apóstoles y los profetas, cuya "piedra angular es Cristo mismo", en quien "toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor" (Ep 2,21).

A lo largo de los siglos, el pueblo cristiano se ha esforzado siempre por hacer que resplandezca de magnificencia el lugar del encuentro con Dios, embelleciéndolo con obras de arte y enriqueciéndolo con adornos preciosos. En efecto, debe manifestar a los hombres las insondables riquezas de la misericordia divina y las maravillas que no deja de realizar en medio de ellos. Es lo que muestra la historia de esa catedral. Espero que la extraordinaria síntesis de fe y belleza, confiada a la posteridad hace ya tantos siglos por artistas evangélicamente inspirados a través de las líneas arquitectónicas del templo y de las creaciones artísticas que lo adornan, reavive en cuantos lo visiten el deseo de Dios y los impulse a testimoniarlo con la palabra y con la vida, siguiendo el ejemplo de su santo patrono.

3. Venerado hermano, las celebraciones programadas para este centenario se insertan en el itinerario de preparación para el gran jubileo del año 2000, cita a la que se orientan con confianza todos los cristianos, llamados a recorrer un profundo camino de conversión y reconciliación, para entrar en el nuevo milenio más afianzados en su adhesión al Redentor. La coincidencia de estos acontecimientos no puede por menos de constituir para la comunidad eclesial de Trani-Barletta-Bisceglie una invitación a vivir las próximas celebraciones jubilares como ocasión propicia para dar gracias al Señor por los dones con que ha sido enriquecida en el decurso de los siglos. Quiera Dios que los fieles, recordando su milenaria tradición cristiana, se sientan confirmados en su compromiso de infundir en la sociedad la levadura del anuncio evangélico.
Los guiará con su apoyo materno María, Madre de la Iglesia, modelo insuperable de fe, esperanza y caridad. Al seguirla fielmente y al imitar el ejemplo de san Nicolás, el peregrino, los miembros de esa antigua e ilustre Iglesia se convertirán en piedras resplandecientes del amoroso designio del Padre y contribuirán a edificar con la fuerza del Evangelio la civilización del amor.

243 Con estos sentimientos, le imparto a usted, venerado hermano, al clero, a los religiosos, a las religiosas y a cuantos forman parte de esa familia diocesana, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 1999





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA CONFERENCIA DE LAS ORGANIZACIONES


CATÓLICAS INTERNACIONALES




Al señor Joseph PIRSON
Presidente de la Conferencia de las organizaciones católicas internacionales

1. «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor» (1Th 1,2-3). Con estas palabras del apóstol san Pablo a los tesalonicenses me alegra saludaros a vosotros, así como a los participantes en la XXXIII Asamblea general de la Conferencia de las organizaciones católicas internacionales y, a través de vosotros, a los miembros de las numerosas organizaciones esparcidas por todo el mundo.

Esta asamblea constituye una etapa importante en vuestro camino de preparación para el gran jubileo. Deseo que para cada una de vuestras organizaciones sea ocasión de reafirmar su compromiso propio con vistas a la evangelización, y para sus miembros, un tiempo favorable para fortalecer su fe y su testimonio.

Habéis decidido realizar vuestro encuentro en Líbano. Es un acierto, porque así podéis recibir el testimonio de los cristianos de ese país, llamados a vivir con valentía la exhortación de san Pablo: «Con la alegría de la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración, compartiendo las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad» (Rm 12,12-13). Ojalá que, al descubrir la vida y los compromisos de las comunidades cristianas libanesas, percibáis también su tradición milenaria y, a partir de ella, recorráis de nuevo las etapas de la historia de la salvación.

2. El marco en que se desarrollan vuestros trabajos pone de relieve el tema que habéis elegido: «Erradicación de la pobreza: nuestras actividades y nuestras perspectivas». En un mundo marcado a menudo por la influencia de la codicia, la violencia y la mentira, que dejan sus huellas en múltiples formas de alienación y explotación, es urgente fa- vorecer un nuevo impulso de solidaridad. De igual manera, conviene movilizar las conciencias y los recursos éticos a fin de buscar con audacia soluciones más humanas para los problemas de muchos pueblos, que han sido marginados del proceso de globalización y cuyos miembros más débiles están excluidos de los beneficios del desarrollo.

Las cuestiones relacionadas con la pobreza de las personas y de los pueblos, que en nuestros días dominan el escenario internacional, son decisivas. No se pueden resolver con eslóganes fáciles o declaraciones estériles. Como Organizaciones católicas internacionales, tenéis una larga experiencia y una vasta com- petencia en el campo de la vida internacional. Conocéis las dificultades que encuentra y los esfuerzos que realiza la comunidad de las naciones para afrontar el empobrecimiento de una parte cada vez más notable de la humanidad. Os invito a promover con vigor una cultura de la solidaridad y de la cooperación en- tre los pueblos, en la que todos asuman sus responsabilidades para hacer que retroceda de modo decisivo la miseria, fuente de violencia, rencores y escánda- los (cf. Incarnationis mysterium, 12); así participaréis en el anuncio del Evangelio, ayudaréis a los hombres a descubrir el rostro de Dios, Padre de todas las misericordias, y contribuiréis a la construcción de un mundo donde reinen la justicia y la paz. Por eso, es necesario y urgente un cambio radical de las mentalidades y de las actividades internacionales, fundado en una verdadera conversión del corazón.

3. Con los cristianos que también participan, de otras maneras, en la vida internacional, y en colaboración con todos los que buscan auténticamente el bien del hombre, podéis dar una contribución particular a la obra de la comunidad humana. Para vivir cada vez con mayor plenitud este compromiso, os exhorto a acudir constantemente a las fuentes de vuestra identidad católica y a inspiraros en el patrimonio de la doctrina social de la Iglesia. En efecto, esto es lo que hace que vuestra presencia sea original, constructiva y portadora de esperanza. La Iglesia os necesita y cuenta con vosotros. Pido al Señor que la gracia del gran jubileo os ayude a entrar en el tercer milenio animados por la preocupación de inventar modalidades nuevas y más eficaces de presencia y acción en el mundo. Os exhorto a proseguir con determinación esta renovación, afirmando siempre vuestra pertenencia a la Iglesia, con el apoyo del Consejo pontificio para los laicos, dicasterio de la Curia romana con el que mantenéis un diálogo confiado y profundo, así como con la Secretaría de Estado.

Encomiendo a Cristo, Señor de la historia, los trabajos de vuestra asamblea, y de todo corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los participantes en ese encuentro y a todas las personas que trabajan en el ámbito de las Organizaciones católicas internacionales y a sus familias.

244 Vaticano, 30 de septiembre de 1999





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE CESENA-SARSINA (ITALIA)




Al venerado hermano
Mons. LINO GARAVAGLIA, o.f.m. cap.
Obispo de Cesena-Sarsina


Hace doscientos años, Cesena vivió un momento verdaderamente extraordinario de su historia: el 29 de agosto de 1799 moría en Valence el Sumo Pontífice Pío VI, Giovanni Angelo Braschi, originario de Cesena; y el 14 de marzo de 1800 era elegido como su sucesor Luigi Barnaba Chiaramonti, también él de Cesena, que quiso llamarse Pío VII.

Si se considera que el pontificado de Pío VI había comenzado casi veinticinco años antes, y el de Pío VII superó los veintitrés, se puede constatar que durante casi cincuenta años permaneció en la Sede de Pedro un hijo de esa ilustre ciudad.

Por tanto, venerado hermano, es muy oportuno, y motivo de viva satisfacción para mí, que un aniversario tan singular se recuerde en Cesena con dos importantes iniciativas: un congreso sobre los pontificados de Pío VI y Pío VII, organizado por la diócesis; y una exposición, patrocinada por la biblioteca Malatestiana y acompañada por una publicación científica, sobre los documentos relativos a esos dos Papas que se conservan en esa misma biblioteca y en la Piancastelli.
Con ocasión de dichas celebraciones, deseo manifestarle a usted y a la querida comunidad cristiana de Cesena mi afecto cordial, al mismo tiempo que les aseguro mi cercanía espiritual, testimoniando, al cabo de dos siglos, la perenne gratitud de la Iglesia universal por esos dos grandes Pontífices de Cesena.

En efecto, es sabido que, en el dificilísimo período histórico en que la Providencia los llamó a ejercer el ministerio petrino, la época revolucionaria y napoleónica, Pío VI y Pío VII contribuyeron de manera decisiva a proteger al pueblo de Dios y a garantizar la estabilidad de las instituciones eclesiásticas. Con su sufrimiento personal en los momentos del exilio, que ambos debieron soportar, honraron más que nunca a Cristo y la dignidad pontificia, trabajando eficazmente por la construcción auténtica de la Iglesia con su valiente testimonio evangélico, iluminado por la fuerza victoriosa de la cruz.

Me complace aprovechar esta oportunidad para desear a la diócesis de Cesena-Sarsina que obtenga abundantes frutos de la gracia del gran jubileo, ya cercano, a fin de entrar renovada interiormente en el tercer milenio. Así, podrá ofrecer a la Iglesia y a la sociedad hombres y mujeres adultos en la fe, dispuestos a participar activamente en la obra de la nueva evangelización. Éste es el mejor modo de honrar la memoria de cuantos, antes que nosotros, han trabajado en la viña del Señor. Y éste es también el camino para lograr que la valiosa herencia de mis venerados predecesores Pío VI y Pío VII siga fructificando en su ciudad natal, en Italia y en todo el mundo.
Expresando mis mejores deseos de éxito para el congreso y la exposición, saludo cordialmente a cuantos participen en las celebraciones del bicentenario, y le envío de corazón a usted y a la comunidad diocesana una bendición apostólica especial.



Discursos 1999 237