Discursos 1999 245

245 Vaticano, 30 de septiembre de 1999





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS BENEDICTINAS REPARADORAS DE LA SANTA FAZ


Jueves 14 de cotubre de 1999


Queridas hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotras, con ocasión del cuarto capítulo general electivo de vuestra congregación.

Os dirijo a cada una mi saludo cordial, y lo extiendo con afecto fraterno al señor cardenal Fiorenzo Angelini, que ha querido acompañaros para testimoniar el profundo vínculo que lo une a las religiosas Benedictinas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo. Este vínculo recuerda el que él mantuvo con vuestro fundador, el siervo de Dios abad Ildebrando Gregori, de venerada memoria.

Dirijo, asimismo, un saludo especial, con mis mejores deseos, a la madre María Maurizia Biancucci, a quien la confianza de sus hermanas ha confirmado en el cargo de superiora general.

2. Queridas hermanas, vuestra familia religiosa, fundada hace casi cincuenta años, se caracteriza por la devoción al santo rostro de Cristo, con espíritu de «reparación». Adoráis el rostro del Se- ñor en la celebración de la Eucaristía y en el Tabernáculo; lo contempláis, a ejemplo de la Virgen de Nazaret, meditando en el silencio orante de vuestro corazón los misterios de la salvación; lo honráis en vuestros hermanos más necesitados, enfermos y pobres, a los que se dirige vuestro apostolado en Italia, India, Rumanía, Polonia y República democrática del Congo; y lo reconocéis en el rostro de las hermanas con quienes compartís la vida fraterna en comunidad, y en el de los sacerdotes, a los que prestáis vuestra valiosa colaboración.

Vuestra generosa entrega ha sido premiada con gran número de vocaciones. Esto requiere un fuerte compromiso en la formación, que será tanto más sólida cuanto más esté enraizada profundamente en los valores evangélicos propios de vuestro carisma.

3. Hace dos años, junto con el cardenal Angelini, vuestra congregación dio vida al Instituto internacional de investigación sobre el rostro de Cristo, cuyas iniciativas han encontrado gran acogida. Amadísimas hermanas, ojalá que el rostro de Cristo, que os comprometéis a dar a conocer y reconocer en cuantos sufren en el espíritu y en el cuerpo, sea el punto constante de referencia de vuestra vida espiritual y de vuestro apostolado, para que, por intercesión de la santísima Virgen, vuestra familia religiosa siga produciendo frutos cada vez más abundantes en la Iglesia.

Con estos deseos, acompañados por mi recuerdo en la oración, imparto de corazón la bendición apostólica a vosotras aquí presentes, a toda la congregación y a cuantos se dirige vuestro servicio diario.








AL EMBAJADOR DE ECUADOR


ANTE LA SANTA SEDE


14 de octubre de 1999


Señor Embajador:

246 1. Me es muy grato darle la bienvenida y recibir en este solemne acto las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede. Le estoy muy reconocido por las amables palabras que me ha dirigido, así como por el cordial y respetuoso saludo del Señor Presidente Constitucional de la República, Dr. Jamil Mahuad, al cual le ruego transmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y progreso integral de la querida Nación ecuatoriana.

2. En sus palabras se ha referido Usted al Acuerdo de Paz firmado hace poco más de un año entre su País y la República hermana del Perú, y en cuya negociación tuvo Usted un papel importante. Tuve la satisfacción de comprobar cómo mis llamados al diálogo respetuoso y a la negociación franca y digna entre las dos partes fueron acogidos, abriéndose así una nueva etapa entre estos dos países latinoamericanos, que tienen en común tantos valores. La capacidad para llegar a la solución de un problema secular ha de hacer madurar a los ecuatorianos en su arraigo en la tradición pacífica en aquella región, a la vez que se han de sentir directamente comprometidos en la lucha contra el narcotráfico y la corrupción, plagas sociales que implican especialmente a los jóvenes, y que ponen en peligro la paz social y la estabilidad. En este sentido, es de esperar que el Ecuador encuentre en la comunidad internacional todo el apoyo y la ayuda financiera necesaria para arrostrarlo.

3. Por otro lado, sé que la grave situación económica que atraviesa el País, debido a la fuerte deuda externa e interna, es afrontada seriamente por todos los protagonistas de la vida política, económica y social. En diversas ocasiones me he referido a esta grave situación, que a escala mundial presenta muchos problemas e impide a tantos países salir del subdesarrollo y alcanzar deseables cotas de bienestar. A este propósito, deseo reafirmar cuanto expuse en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente (cf. n. 51), con la esperanza de que se favorezca el conveniente desarrollo para todos.

Es también importante que la sociedad ecuatoriana tome conciencia de ello y, con una actitud verdaderamente solidaria, esté dispuesta a soportar los necesarios sacrificios que, en ningún caso, deben agravar las condiciones de pobreza de las clases más humildes. Sería de desear que el Ecuador, algunos de cuyos territorios se han visto gravemente afectados por recientes calamidades naturales, pudiera beneficiarse de una particular consideración por parte de los organismos internacionales. En estos momentos sigo con atención las noticias que van llegando sobre la actividad del volcán Pichincha, con la esperanza de que no se produzcan ulteriores daños por este motivo.

4. Me complace constatar que la Constitución de su País contempla la importancia de la educación y ratifica el reconocimiento del derecho de los padres de familia en la educación de sus hijos. Esto significa un paso importante, frente a un régimen de estatismo típico de épocas pasadas, y que se ha puesto de relieve en la ley de libertad de los padres de pedir para sus hijos la educación religiosa según el propio credo. Esta libertad para abrirse a lo trascendente no es un privilegio para ningún sector social, sino una condición indispensable para que los niños y jóvenes reciban una formación integral, que les capacite para forjar un mundo más humano, más digno y solidario.

La mencionada ley permite ciertamente a las diócesis ofrecer una cooperación adecuada, incluso en las escuelas estatales. Es de desear también que, a nivel universitario, el principio de libertad religiosa presida la legislación correspondiente, para que se respete la peculiar forma de organización de las Universidades Católicas y sirva así como muestra de reconocimiento a la legítima autonomía que ha de tener la Universidad.

5. Usted, Señor Embajador, se ha referido también a las relaciones Iglesia-Estado en el Ecuador, las cuales se han distinguido por el mutuo respeto y la cordialidad. Respeto para no interferir en lo que es propio de cada institución, pero que lleva a apoyarse recíprocamente y colaborar por lograr el mayor bienestar para la comunidad nacional. Por esto, a través del diálogo constructivo, es posible la promoción de valores fundamentales para el ordenamiento y desarrollo de la sociedad.

A este respecto, aunque la misión de la Iglesia es de orden espiritual y no político, el fomentar cordiales relaciones entre la Iglesia y el Estado contribuye ciertamente a la armonía, progreso y bienestar de todos, sin distinción alguna.

6. En el momento en que Usted inicia la alta función para la que ha sido designado, deseo formularle mis votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede Apostólica. Al pedirle que tenga a bien transmitir estos sentimientos al Señor Presidente de la República, su Gobierno, Autoridades y al querido pueblo ecuatoriano, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble País, al que recuerdo siempre con particular afecto.








a las participantes en el Capítulo General de las


"Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad"




Queridas hermanas:

1. Es para mí un gran gozo poder compartir este encuentro con vosotras, Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, que celebráis en estos días vuestro XXVII Capítulo General, bajo el lema "comunidad de mujeres consagradas, radicadas en Cristo Eucaristía, llamadas a una misión liberadora, ante los retos del nuevo milenio". Con esta frase recogéis la esencia del carisma fundacional de Santa María Micaela del Santísimo Sacramento y expresáis vuestro propósito de vivirlo fielmente ante a las exigencias de los años venideros que, como escribía en mi Carta Tertio millennio adveniente, han de ser "una nueva primavera de vida cristiana" (n. 18).

247 Saludo a la Madre Emilia Orta, Superiora General, y a todas vosotras, queriendo por medio vuestro llegar a cada una de vuestras hermanas, que llevan adelante la misión propia del Instituto en diversos países de Europa, Asia, Africa y América.

2. Para responder a la llamada a dedicarse al servicio de la juventud socialmen te inadaptada, vuestra Fundadora sabía cuan necesaria es la fuerza que viene de lo Alto, de Jesucristo presente en la Eucaristía y, por eso, quiso acompañar el ejercicio de la caridad con la adoración eucarística. Ésta, como bien sabéis por experiencia, fortalece la vida cristiana y muy particularmente la vida consagrada, pues en ella, se encuentra el consuelo, la firme esperanza y el aliento para la caridad que vienen de la presencia misteriosa y oculta, pero real, del Señor. Él, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt
Mt 28,20), en este admirable Sacramento se hace presente en la realidad misma de su cuerpo resucitado, que los ángeles y los santos contemplan en la gloria del Cielo.

3. Os animo, pues, a proseguir, desde la fidelidad a vuestra espiritualidad eucarística, en las obras de apostolado en las que estáis comprometidas, ayudando a tantas jóvenes necesitadas en el cuerpo o en el espíritu, esclavas de diversos tipos de opresión, anunciándoles la verdad y proporcionándoles los medios para la vida nueva que nos trae Cristo, favoreciendo al mismo tiempo su promoción humana y cristiana en vuestros centros de formación.

Que en ese empeño os sea de aliento la Bendición Apostólica que gustoso os imparto y que complacido extiendo a todas las Religiosas de la Congregación, a vuestros bienhechores y a las personas a las que asistís.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL CONGRESO EUCARÍSTICO REGIONAL




Al venerado hermano

ENZIO D'ANTONIO

Arzobispo de Lanciano-Ortona (Italia)

1. He sabido con gran alegría que la Conferencia episcopal de Abruzos y Molise ha decidido organizar un congreso eucarístico regional, que tendrá lugar en la ciudad de Lanciano del 17 al 24 de octubre. Se trata de una etapa que anticipa y prepara la gran cita del año 2000, cuyo momento central será el Congreso eucarístico internacional. En efecto, «en el sacramento de la Eucaristía, el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina» (Tertio millennio adveniente TMA 55). Ese significativo acontecimiento eclesial que se está preparando quiere impulsar, durante el período ya breve que nos separa del inicio del gran jubileo, una oportuna reflexión sobre la Eucaristía, vínculo profundo de caridad.

Al saludarlo a usted, venerado hermano, en cuya diócesis se desarrollan los trabajos, deseo dirigirme también a los queridos prelados de las Iglesias de esa región eclesiástica, a los amados sacerdotes, a los consagrados y consagradas, a los fieles laicos y a cuantos, de diferentes maneras, participen con sus reflexiones y oraciones en una experiencia eclesial tan intensa. De todos es conocida la feliz coincidencia del desarrollo de los trabajos en la misma ciudad donde, durante el siglo VIII, en la iglesia de San Legonciano, tuvo lugar el primer milagro eucarístico,•cuyos testimonios se conservan hoy en una artística basílica.

2. La promesa de Cristo de permanecer con sus discípulos hasta el fin del mundo (cf. Mt Mt 28,20), se cumple de modo singular en la Iglesia, cuando la comunidad se reúne para «conmemorar» el sacrificio pascual. En el momento de la Eucaristía, es decir, cuando el Resucitado está presente realmente entre los suyos, se expresa de modo pleno la identidad misma de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, formado por «hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap 5,9).

Cristo, elevado sobre el altar de la cruz, sigue atrayendo a cuantos dirigen su mirada hacia él, mientras se entrega a sí mismo hasta el fin del mundo por la salvación de todos. Víctima inmolada sobre el altar del amor, forma con sus discípulos una unidad inseparable, a imagen del vínculo que une a la santísima Trinidad. Les dirige una exhortación que tiene valor perenne: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

La asamblea reunida en torno al altar y presidida por el sacerdote, que actúa in persona Christi, perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, congregada en torno a los Apóstoles. Los nuevos bautizados, como narra san Lucas, acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones (cf. Hch Ac 2,42).

248 Por eso, de la comunidad eucarística brota una intensa experiencia de acogida. Como el Padre acoge amorosamente a sus hijos que, sin distinción e impulsa dos por el Espíritu Santo, se dirigen a él en nombre del Hijo, así también cada uno debe estar dispuesto a acoger a su hermano como don de Dios, para conmemorar juntos los acontecimientos salvíficos de la Pascua, hasta el día en que vuelva el Señor. De este modo, en la familia de Dios, congregada para alimentarse con el pan eucarístico, se manifiesta la solicitud de unos por otros, puesto que todos son uno en Cristo (cf. Ga Ga 3,28).

3. Esta experiencia de unidad, vivida en la Eucaristía, se debe prolongar en actitudes responsables de fraternidad, dado que «la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Euca ristía enciende y arrastra a los fieles la apremiante caridad de Cristo» (Sacro sanctum Concilium, 10). Por consiguiente, cuantos se acercan al Pan de vida se reconocen deudores no sólo con respecto a Dios, sino también recíprocamente, los unos con respecto a los otros, de un amor sincero y concreto, que se traduce en acción de apoyo fraterno y diálogo fructífero, con vistas a la edificación mutua. De aquí brota la alegría de testimoniar al mundo el amor misericordioso de Dios. En quienes vi ven de la Eucaristía, no puede predominar el egoísmo, puesto que en ellos vive Cristo (cf. Ga Ga 2,20).

De esta renovación interior nace el deseo de abrirse a los hermanos para construir juntos el reino de Dios, con una actitud de recíproco intercambio espiritual. Así, cada miembro de la Iglesia evangeliza al otro en la caridad, invitán dolo a convertirse, a su vez, en testigo convencido del Evangelio. La comuni dad de los creyentes, plasmada por la Eucaristía, se reconoce como familia de hermanos, deudores los unos con respecto a los otros de amor y perdón. Cada uno se alegra de la presencia del otro, y valora la contribución que éste sabe y puede dar a la edificación común.

4. La Eucaristía es, además, el sagrado banquete desde el cual la fraternidad solidaria impulsa al creyente a llevar el bálsamo de la caridad a todos los necesitados. La asamblea litúrgica, reunida en torno al altar, expresa de modo auténtico su catolicidad cuando la comunión que la une a Dios se convierte en atención concreta a todas las personas, especialmente a cuantos se encuentran en una situación difícil y esperan una ayuda moral y material.

A este propósito, afirmé en la carta Dies Domini que «la eucaristía dominical no sólo no aleja de los deberes de caridad, sino, al contrario, compromete más a los fieles "a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, mediante las cuales se manifieste que los cristianos, aunque no son de este mundo, sin embargo son luz del mundo y glorifican al Padre ante los hombres"» (n. 69). Toda la tradición cristiana testimonia que no existe auténtico culto a Dios sin amor efectivo a los hermanos. La Eucaristía, cuando se celebra de modo verdadero y sincero, impulsa a realizar gestos de acogida y reconciliación entre los miembros de la comunidad y con toda la humanidad.

Los creyentes que se reúnen para la liturgia eucarística saben que no pueden ser felices ellos solos, puesto que los dones recibidos de lo alto son para el bien de todos. Bajo la acción del Espíritu Santo, la mesa sagrada se convierte en escuela de caridad, justicia y paz. Surgen iniciativas que alivian el hambre de quienes no tienen comida, brindan acogida respetuosa y cordial a inmigrantes y extranjeros que por necesidad han debido dejar el propio país, consuelan a quienes viven solos o están enfermos, y sostienen la obra de los misioneros comprometidos en las fronteras de la evangelización y de la promoción humana.

5. Sí, la Eucaristía es vínculo de caridad, como con acierto habéis subrayado en el tema de vuestro Congreso eucarístico regional, con ocasión del cual acudirán a Lanciano, del 17 al 24 del mes de octubre, representantes de cada parroquia para una fuerte experiencia de fe. Estoy seguro de que será una ocasión propicia para renovar el corazón de los creyentes, haciéndolos más dóciles a la voluntad salvífica de Dios.

Para las Iglesias de Abruzos y Molise, el Congreso eucarístico, preparado oportunamente a nivel local, constituye un valioso estímulo para redescubrir la Eucaristía como don que plasma la vida de los creyentes y de las comunidades eclesiales, e impulsa a cada uno a dar testimonios siempre nuevos de comunión y solidaridad. En un mundo que necesita experimentar cada vez más profundamente el amor de Dios a la humanidad, el ágape eucarístico debe ser para vuestras comunidades un momento fuerte de renovación interior, gracias al cual puedan compartir con todos la experiencia de la solicitud del Padre celestial, que cuida con amor a cada uno de sus hijos.

La santísima Virgen, que al pie de la cruz vivió en comunión con su Hijo el sacrificio de la redención, acompañe los trabajos de vuestro Congreso eucarístico regional. Ojalá que los fieles de las comunidades de Abruzos y Molise den en la Eucaristía un culto perfecto a la santísima Trinidad, cantando la misericordia de Dios, que «alcanza de genera ción en generación a los que le temen» (Lc 1,50).

Acompaño estos sentimientos con la bendición apostólica, que, complacido, le imparto a usted, a los prelados de la Conferencia episcopal y a cuantos participen en el Congreso eucarístico, recordando de modo especial a los niños y a los jóvenes, a los ancianos y a los enfermos.

Castelgandolfo, 6 de agosto de 1999, fiesta de la Transfiguración del Señor








AL PRESIDENTE DE ITALIA, CARLO AZEGLIO CIAMPI


249

Martes 19 de octubre de 1999



Señor presidente:

1. Es siempre una gran alegría para el Sucesor de Pedro encontrarse con el jefe del Estado italiano, recordando la inconfundible contribución que este país ha dado a toda la cristiandad y, al mismo tiempo, reconociendo el signo impreso por la fe cristiana, durante estos dos milenios, en la formación y el florecimiento de la identidad nacional italiana.

Por eso, con gran cordialidad, le doy mi bienvenida, señor presidente, agradeciéndole la visita con que me honra. Extiendo mi sentimiento de gratitud también a los ilustres miembros de la delegación que lo acompaña. En usted saludo a todo el pueblo italiano, al que aprecio y amo por las numerosas muestras de afecto que siempre me ha dado. Es un pueblo que ha estado siempre muy cercano, no sólo geográficamente, a la Sede de Pedro, desde que el Pescador de Galilea desembarcó en las costas de la península. Este encuentro confirma la armonía que existe en las relaciones entre el Estado y la Iglesia, gracias a una comprensión estable que ha favorecido el compromiso concorde al servicio del bien de la comunidad italiana, tan rica en cultura, arte e historia, según el espíritu de la civilización enraizada en el cristianismo que la ha hecho famosa y la ha honrado en todo el mundo.

2. Italia está bien insertada entre las naciones hermanas de Europa y me complace recordar que su visita, señor presidente, tiene lugar mientras está reunido en el Vaticano un Sínodo, en el que los representantes de los Episcopados europeos afrontan los problemas antiguos y nuevos de la vida de la Iglesia en el continente. Y a pesar de que se han superado algunos dramas de un pasado no lejano, dramas de los que nosotros mismos hemos sido testigos, la convivencia presenta aún desafíos y citas decisivas para las personas y para toda la organización social.

Europa, que ha alcanzado metas inesperadas de bienestar, tiene hoy la tarea de examinarse para adecuar sus estructuras a la consecución de fines superiores, quizá hasta ahora inimaginables. El progreso no puede ser sólo económico. La abundancia de bienes materiales e incluso la perspectiva discutible del «desarrollo ilimitado» exigen que la dimensión económica de la convivencia europea se enriquezca, más aún, que se vea coronada por una «centralidad del alma». Las razones del espíritu no se pueden suprimir: de su aceptación depende la formación de una convivencia humana en la que se tutele y promueva de forma adecuada la dignidad personal de cada uno de sus componentes. En este marco, es esencial que las autoridades públicas reconozcan los valores humanos de fondo en los que se apoyan las bases mismas de la sociedad. Estado pluralista no significa Estado agnóstico.

3. La naturaleza universal del Pontificado romano atribuye al Sucesor de Pedro una responsabilidad específica con respecto a todos los pueblos. Su vocación consiste en ser servidor de la paz, según las palabras de Isaías acerca del futuro Mesías, al que el profeta llamaba «príncipe de la paz», anunciando incluso una «paz que no tendrá fin», porque se fundará en «la equidad y la justicia» (Is 9,5-6). El fin de los conflictos de los tiempos pasados, en los que por desgracia se han visto envueltas las grandes naciones europeas, no nos exime de velar para que no se vuelvan a repetir los flagelos que han afectado a las generaciones anteriores, aunque en áreas remotas y con modalidades nuevas.

El Sucesor de Pedro espera mucho de Italia, y con razón, teniendo en cuenta que desde hace muchos decenios ella ha inscrito en las tablas fundamentales de su convivencia -la Constitución de la República- la renuncia a la guerra «como instrumento de ofensa a la libertad de los demás pueblos y como medio de resolución de las controversias internacionales» (art. 11). Por este motivo, en los Balcanes, en el Mediterráneo, en el tercer mundo, dondequiera que surjan focos de ese incendio antihumano que es precisamente la guerra, Italia, coherente con sus raíces cristianas y las opciones culturales que la distinguen, está tratando de dar su contribución decidida y cualificada de amistad y solidaridad humana.

4. En Italia, gracias a Dios, reina la paz: es importante que esta situación se mantenga, porque sólo en el marco de la paz pueden afrontarse y resolverse convenientemente los complejos problemas que la nación tiene planteados. Es preciso tutelar la vida desde la concepción, y proteger, con amor y dignidad, su evolución natural. Nace y crece en la familia, célula fundamental en la que se apoya la nación, y merece ser ayudada cada vez mejor, con oportunas intervenciones, para que cumpla su función social esencial.

Después está la escuela, que debe ser libre y abierta al crecimiento moral e intelectual de las generaciones jóvenes. ¡Cómo no reconocer la conveniencia de hacer que florezcan múltiples experiencias de itinerarios educativos, en los que la familia, fundada en el matrimonio, y los grupos sociales puedan experimentar concretamente sus convicciones!

Y, por último, está el trabajo, que hoy más que nunca se remite al mandato bíblico que compromete al hombre en la transformación del mundo. Los poderes públicos, del mismo modo que hacen con la vida, la familia y la escuela, tienen el deber de ayudar con todos los medios posibles a la persona a expresar sus potencialidades creativas: sería una culpa grave permanecer indiferentes e inducir a las generaciones jóvenes a un ocio corruptor, que desfigura la dignidad que hoy todos reconocen a la persona y al ciudadano.

250 5. La Iglesia, en todos sus componentes, está dispuesta a colaborar con los poderes públicos, más aún, con la sociedad nacional, de la que es parte significativa y que la caracteriza. De buen grado pone sus energías a disposición también de este país, que por muchos aspectos le es tan cercano y tan querido. Lo hace en el respeto de su misión específica, que consiste en el anuncio del Evangelio a todos los hombres. En efecto, sólo así el ser humano puede desarrollarse en el tiempo de una forma que responda plenamente al designio de su Creador y Redentor.

La Iglesia busca el verdadero bien del país, al que contribuye con su fidelidad a Cristo y su creatividad en los sectores de la educación, la cultura, la asistencia y tantas otras formas de testimonio propias de ella, sin renunciar jamás a su idea del hombre y del significado de las relaciones sociales.

6. Con estos sentimientos y estas esperanzas, dirigimos nuestra mirada a la apertura, ya inminente, del jubileo del bimilenario de la encarnación del Hijo de Dios. En esa ocasión, millones y millones de personas confluirán hacia Roma. Serán acogidas con la tradicional hospitalidad del pueblo italiano, pero también se trata de una ulterior responsabilidad que compete a dos realidades, el Estado y la Iglesia, que hoy se han encontrado visiblemente en esta visita, y cuyas relaciones se caracterizan por una significativa colaboración.

Al mismo tiempo que agradezco todo lo que las autoridades italianas están haciendo por el éxito del Año jubilar, expreso mi deseo de que este compromiso prosiga con la misma eficacia en los próximos meses, para asegurar a los peregrinos del mundo entero la acogida solícita y atenta que esperan.

7. Quiero concluir mis palabras con el deseo cordial de que la nación italiana, también gracias a su acción, señor presidente, avance por el camino del auténtico progreso, recibiendo de sus ricas tradiciones de civilización renovados impulsos para la promoción de los valores humanos y cristianos que le han granjeado estima y prestigio en el concierto de los pueblos. Con estos sentimientos, le formulo fervientes votos por el feliz cumplimiento del alto cargo que acaba de iniciar, a la vez que con gran aprecio invoco sobre su persona, su amable esposa, las autoridades aquí presentes y todo el pueblo italiano, la constante protección de Dios todopoderoso.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A PROFESORES Y ALUMNOS DEL SEMINARIO DE PARÍS



25 de octubre de 1999




Señor cardenal;
queridos amigos:
1. Me alegra acogeros, profesores y seminaristas de París, con vuestro arzobispo, el señor cardenal Jean-Marie Lustiger, al que me uno en particular pocos días antes del vigésimo aniversario de su ordenación episcopal. Aprecio la atención que la archidiócesis de París presta a la formación sacerdotal, de importancia capital (cf. Optatam totius, preámbulo). Los conocimientos que se adquieren durante el período de formación, tiempo de discernimiento para la Iglesia, son para cada presbítero el bagaje de su vida sacerdotal. El año que pasáis en la casa "San Agustín" os permite profundizar vuestro bautismo gracias a una relación de intimidad con Cristo, sobre todo a través de la palabra de Dios y los sacramentos, para responder a su llamada. Así, recorréis decididamente el camino de su Pascua, viviendo la pobreza, la obediencia y la castidad, de acuerdo con su ejemplo. Vuestra formación en el seminario y la formación permanente os preparan para la misión. Lo que habéis comenzado a practicar con regularidad debe ser la regla de vuestra vida: encuentro con el Señor en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, amor confiado a la Iglesia, oración litúrgica y personal, lectio divina, vida fraterna, que es como el alma del presbiterio, y solicitud hacia el pueblo de Dios, sobre todo hacia los pobres.

2. Habéis sido llamados a escrutar el misterio cristiano, para entrar en la inteligencia de la fe. No se trata de un simple conocimiento, sino de un camino de creyente, donde ante todo hay que dejarse modelar y unificar por el credo, para proclamar el Evangelio con palabras adecuadas a nuestro tiempo. El estudio de la Escritura, leída en la Tradición, debe ocupar el centro de vuestra vida; "es el alma de la teología" (Dei Verbum DV 24), y, para responder a la crisis actual de sentido del hombre, "presupone e implica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva" (Fides et ratio FR 66).

3. Mediante la ordenación sacerdotal, seréis configurados con Cristo, cabeza y pastor. Amad a la Iglesia con el mismo amor con que el Señor la amó, entregándose por ella (cf. Ef Ep 5,25). A tiempo y a destiempo, proclamad el misterio de la cruz con vuestra vida, con vuestra predicación y con el don de los sacramentos. De este modo, seréis para vuestros hermanos verdaderos pastores y verdaderos servidores, disponibles y preparados para responder a las exigencias del anuncio de la salvación, con el respeto y la obediencia debidos a vuestro obispo.

251 Encomiendo vuestra formación sacerdotal a la Virgen María, Madre de Cristo y Trono de la sabiduría. Que ella os enseñe a responder con alegría a la voluntad de Aquel que os llama.










A UN GRUPO DE FRANCISCANAS DE LA CARIDAD CRISTIANA


Y AL «COMITÉ DE LA HERMANA RESTITUTA»


Jueves 28 de octubre de 1999



Queridas religiosas;
queridos hermanos y hermanas:

1. Es para mí una gran alegría acogeros hoy en el palacio apostólico. Saludo, en particular, a las religiosas Franciscanas de la Caridad Cristiana, encabezadas por la reverenda madre general. También doy la bienvenida a los miembros del «Comité de la Hermana Restituta». De este modo, ya hemos mencionado la palabra clave que os une y que os ha impulsado a realizar juntos la peregrinación a la ciudad eterna. Habéis venido a Roma, a las tumbas de los príncipes de los Apóstoles, para agradecer a Dios, dador de todo bien, la gracia que nos ha concedido con la beatificación de la hermana Restituta Kafka.

2. Así, mi pensamiento vuelve a la plaza de los Héroes de Viena, donde el 21 de junio del año pasado, con ocasión de mi tercera visita pastoral a Austria, tuve la dicha de elevar al honor de los altares, junto con los sacerdotes Jakob Kern y Antón María Schwartz, también a la religiosa franciscana, Restituta Kafka. Comparto la alegría que os embarga a vosotros, y a numerosos fieles, al poder venerar como mártir a esta religiosa, que muchos de vosotros consideráis como una «hermana mayor». Al mismo tiempo, sigue vivo el perenne mensaje que, en un período oscuro de nuestro tiempo, esta espléndida testigo de la fe nos dirigió a los que nos encontramos en el umbral del tercer milenio. Gracias a la beata Restituta podemos conocer hasta qué cumbres de madurez interior puede ser guiado el hombre, si se pone en las manos de Dios.

El camino de su vida terrena fue una especie de subida al Calvario, a lo largo de la cual la beata tuvo una visión que le permitió contemplar de un modo diferente su ser y su obra, y fortaleció tan profundamente en ella la esperanza en la vida eterna, que le hizo decir ante la muerte: «He vivido por Cristo, y por Cristo deseo morir». Por este motivo, su confesor definió acertadamente su vía crucis como una «universidad para la conducta de las almas», que ella superó brillantemente.

3. Lo primero que aprendió la herma-na Restituta fue el significado de la humildad. Entró joven en el convento «por amor a Dios y a los hombres». Durante decenios sirvió a Dios en los enfermos, a quienes dedicó incansablemente sus múltiples cualidades y su competencia. Cuando hablaba del cielo, lo hacía, en el verdadero sentido de la expresión, con los pies en la tierra. Al final de su vida terrena, con la gracia de Dios fue profundizando cada vez más en la humildad, hasta prepararse para la entrega completa. La religiosa que, como enfermera, se había inclinado sobre sus pacientes, inclinó finalmente su cabeza para profesar su fe en el Crucificado.

4. En la «universidad para la conducta de las almas», la hermana Restituta aprendió también la virtud de la docilidad. Tenía un carácter fuerte, era directa y abierta, llena de solicitud materna y dispuesta siempre a ayudar, alegre y, a veces, poco convencional. Una vez fue definida un «diamante bruto» a causa de su temperamento, pero se dejó pulir por Dios, y así llegó a ser un diamante precioso. Manifestó gran atención y sensibilidad hacia las hondas aflicciones del alma de sus hermanas y de sus pacientes. Por eso, no sorprende que considerara el tiempo pasado en la cárcel como un don para aprender mejor la docilidad y la paciencia, y «poder contribuir mucho a la cura de almas».

5. Por último, también maduró plenamente el aspecto del carácter de la hermana Restituta que más la distinguía: la valentía. Para esta religiosa, a menudo llamada sor «Resoluta» a causa de su firme manera de actuar, la cárcel se convirtió en una especie de lugar de gracia para honrar el nombre que había recibido en su consagración: Restituta, la que fue restituida por Dios. En efecto, contemplando la fuerza redentora de la cruz, creció cada vez más en su alma la certeza de que, aunque el hombre exterior debe morir, el hombre interior no muere. De este modo, su valentía se afianzó tanto, que pudo decir con san Pablo: «Como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres» (2Co 6,9-10).

6. Queridos hermanos y hermanas, que la beata hermana Restituta sea para vosotros un modelo de vida. Conquistó la grandeza con la humildad, se distinguió por su docilidad, y no perdió su valor ni siquiera cuando su fidelidad a la cruz le costó la vida. En los momentos de dificultad presentaba sus preocupaciones a la Madre Dolorosa, a quien estuvo íntimamente unida durante toda su vida. Que la Madre Dolorosa sea también para vosotros fiel compañera en toda prueba y fuente de consuelo y confianza para vuestro testimonio diario de fe.


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