Discursos 1999 81


AL CONSEJO DE PRESIDENCIA


DE LA FEDERACIÓN MUNDIAL DE CIENTÍFICOS


Sábado 27 de marzo de 1999



Ilustrísimo presidente;
82 insignes miembros de la «Federación mundial de científicos»:

1. ¡Bienvenidos! Me alegra dirigiros mi más sincero y cordial saludo a vosotros, que os dedicáis de diferentes modos al estudio y a la investigación. Agradezco al profesor Antonino Zichichi las palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes, ilustrando, a la vez, los objetivos y proyectos de vuestra benemérita federación.

Este encuentro, que me trae a la memoria el que se celebró hace veinte años, durante los primeros meses de mi pontificado, constituye una valiosa ocasión para mirar al futuro, analizando cuanto se ha realizado en el ámbito de la ciencia en nuestro siglo, en el que se ha logrado un progreso científico nunca visto en todo el arco de la historia. Queréis hacer un balance, parcial pero significativo, de dicho progreso.

De él emerge, ante todo, un componente cultural, articulado y variado, que consiste principalmente en una nueva visión de la ciencia, caracterizada por el fin del «mito del progreso», según el cual la ciencia sería capaz de resolver en poco tiempo todos los problemas del hombre.

Otro factor importante en vuestra actividad científica es el aspecto económico, relacionado tanto con la investigación como con la aplicación tecnológica de los descubrimientos. Con esta finalidad, se destinan y se gastan ingentes recursos financieros, que suscitan legítimas preocupaciones acerca de su uso y de la validez de los proyectos.

Además, reviste importancia fundamental la dimensión política de la ciencia, por las consecuencias que tiene para la construcción de la paz. A este respecto, vuestra federación se propone favorecer un intercambio concreto y una participación generosa entre los estudiosos procedentes de diversos países y de diferentes ambientes culturales.

2. No hay que subestimar la cercanía cada vez mayor entre la experiencia científica y la concepción religiosa de la realidad, a la que he tratado de dar una contribución en la reciente encíclica Fides et ratio. Aun denunciando el grave riesgo de ver exclusivamente con mentalidad cientificista los datos fenoménicos (cf. ib., 88), quise expresar mi admiración y mi apoyo al trabajo del científico como investigador incansable de la verdad (cf. ib., 106). En efecto, es muy necesario que la fe y la ciencia, despejado el camino de los equívocos y los malentendidos que, desgraciadamente, se han sucedido a lo largo de los siglos, se abran a una comprensión recíproca cada vez más profunda, al servicio de la vida y de la dignidad del hombre.

Aquí la mirada se ensancha hacia el futuro, lleno de desafíos y emergencias. Como usted, señor presidente, acaba de destacar, el planeta tierra presenta algunos desafíos impostergables, puesto que sobre la salud de todos y cada uno, así como sobre la misma supervivencia de los pueblos, se ciernen amenazas de gran alcance. Por consiguiente, hacen falta proyectos adecuados que, implicando al voluntariado científico y con la cooperación responsable de los agentes culturales, económicos y políticos, contribuyan a elaborar proyectos destinados a la salvaguardia de la creación y en beneficio del auténtico desarrollo humano.

3. Dentro de pocos días, durante la Vigilia pascual, la liturgia nos hará escuchar de nuevo la antigua narración bíblica de la creación, tomada del libro del Génesis. Dios, Creador del universo, confía el mundo al hombre para que lo conserve y cultive. Éste, al aceptar esa tarea, no puede menos de asumir toda su responsabilidad ante una misión tan importante. Con las iniciativas promovidas por la Federación mundial de científicos, vosotros, ilustres científicos, os proponéis dar una aportación a su realización concreta. Se trata de proyectos piloto en el ámbito de las urgencias planetarias, que con valentía y clarividencia no dejáis de profundizar y proponer, poniendo en marcha un significativo «voluntariado científico» al servicio del bien común.

Os animo de corazón a proseguir por este camino, y os acompaño con mi oración, para que vuestro trabajo sea fecundo y lleno de frutos.

Invocando sobre cada uno de vosotros la protección materna de María, Sede de la sabiduría, os bendigo a vosotros, a vuestras familias y la obra que realizáis diariamente.










A LA ASAMBLEA PARLAMENTARIA


DEL CONSEJO DE EUROPA


83

Lunes 29 de marzo de 1999



Señor presidente;
señoras y señores:

1. Me alegra acoger a los miembros de la oficina de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa y a los miembros de los comités parlamentarios para asuntos políticos, para asuntos jurídicos y derechos del hombre, para migraciones, refugiados y demografía. Saludo en particular a vuestro presidente, lord Russel Johnston, al que agradezco las corteses palabras que ha tenido la amabilidad de dirigirme. Saludo cordialmente también al notario de la Asamblea, señor Bruno Haller.

Celebráis este año el 50° aniversario de la creación del Consejo de Europa. El trabajo realizado a lo largo de medio siglo ha sido un servicio eminente prestado a los pueblos de Europa. Aunque las dificultades encontradas en el camino de la democracia y de los derechos del hombre han sido y siguen siendo considerables, habéis mantenido el rumbo fijo establecido desde el comienzo por los Estatutos del Consejo de Europa: unir más estrechamente a los pueblos europeos sobre la base del patrimonio de valores comunes.

2. Durante estos cincuenta años los valores morales y espirituales han manifestado su fecundidad y su capacidad de transformar la sociedad, como lo han demostrado los acontecimientos que se produjeron en Europa hace casi diez años. Aún hoy deben seguir siendo el pilar sobre el cual es necesario proseguir la construcción del proyecto europeo.

Conviene, ante todo, recordar que no existe vida política, económica y social justa si no se respeta la dignidad de cada uno, con todas las consecuencias que derivan de ella en materia de derechos del hombre, de libertad, de democracia, de solidaridad y de libertad.

Estos valores están enraizados profundamente en la conciencia europea; representan las aspiraciones más fuertes de los ciudadanos europeos. Deben inspirar todos los proyectos que tienen la noble ambición de unir a los pueblos de este continente. Los esfuerzos que hacéis para traducir estos valores y estas aspiraciones en términos de derecho, de respeto de las libertades y de progreso democrático son esenciales. Sólo si la persona humana y su dignidad inalienable ocupan continuamente el centro de vuestras preocupaciones y decisiones daréis una colaboración duradera a la construcción de Europa, y serviréis al hombre y a toda la humanidad.

3. Deseo mencionar aquí el conflicto que tiene lugar a nuestras puertas, en Kosovo, y que hiere a toda Europa. Pido encarecidamente que se haga todo lo posible para restablecer la paz en esa región, y para que las poblaciones civiles puedan vivir fraternalmente en su tierra. Como respuesta a la violencia, otra violencia jamás es un camino con futuro para salir de una crisis. Conviene, pues, hacer callar las armas y suspender los actos de venganza, para entablar negociaciones que obliguen a las partes, con el deseo de llegar cuanto antes a un acuerdo que respete los diferentes pueblos y las diversas culturas, llamados a construir una sociedad común respetuosa de las libertades fundamentales. Así esta actitud se podrá inscribir en la historia como un nuevo elemento prometedor para la construcción europea.

4. Por otra parte, uno mi voz a la del Consejo de Europa para pedir que en todo el espacio europeo se reconozca el derecho más fundamental, el derecho a la vida de toda persona, y que sea abolida la pena de muerte. Este derecho fundamental e imprescriptible de vivir no sólo implica que todo ser humano pueda sobrevivir, sino también que pueda vivir en condiciones justas y dignas. En particular, ¿cuánto tiempo debemos esperar aún para que el derecho a la paz se reconozca como un derecho fundamental en toda Europa, y todos los responsables de la vida pública lo pongan en práctica? Muchos hombres se ven obligados a vivir en el miedo y la inseguridad. Aprecio los esfuerzos realizados por la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa y las demás organizaciones europeas, para que se aplique este derecho a la paz y aliviar los sufrimientos de los pueblos probados por la guerra y la violencia. Los derechos del hombre también deben encontrar su prolongación en la vida social. A este respecto, es de apreciar que, a partir de la segunda cumbre de Estrasburgo (1997), el Consejo de Europa haya querido dar un nuevo impulso a la sociedad.

5. Con el mismo espíritu, es importante no descuidar la promoción de una política familiar seria, que garantice los derechos de los matrimonios y de los hijos; esto es particularmente necesario para la cohesión y la estabilidad sociales. Invito a los Parlamentos nacionales a redoblar sus esfuerzos para sostener la célula fundamental de la sociedad, que es la familia, y darle el lugar que le corresponde; constituye el ámbito primordial de la socialización, así como un capital de seguridad y confianza para las nuevas generaciones europeas. Me alegra también ver que se desarrolla una nueva solidaridad entre los pueblos de Europa, dado que el continente constituye una unidad, con una gran diversidad cultural y humana, a pesar de las barreras ideológicas artificiales construidas a lo largo del tiempo para dividirlo.

84 6. Vuestra Asamblea ha declarado recientemente que «la democracia y la religión no son incompatibles, sino todo lo contrario. (...) La religión, en virtud de su compromiso moral y ético, de los valores que defiende, de su sentido crítico y de su expresión cultural, puede ser un interlocutor válido de la sociedad democrática» (Recomendación 1396 (1999), n. 5). La Santa Sede aprecia esta recomendación, ya que da a la vida espiritual y al compromiso de las religiones en la vida social y en el servicio al hombre el lugar que les corresponde. Esto recuerda que las religiones tienen una contribución particular que dar a la construcción europea y constituyen una levadura para la realización de una unión más estrecha entre los pueblos.

Al término de nuestro encuentro, os animo a proseguir vuestra misión, para que la Europa del futuro sea ante todo la Europa de los ciudadanos y de los pueblos, que construyan juntos una sociedad más justa y fraterna, de la que se destierren la violencia y el rechazo de la dignidad fundamental de todo hombre. Encomendándoos a la intercesión de los santos Benito, Cirilo y Metodio, patronos de Europa, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros, así como a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.








A LOS MIEMBROS DE LA PRESIDENCIA


Y SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


Lunes 29 de marzo de 1999



Amadísimos socios del Círculo de San Pedro:

1. Es para mí motivo de renovada alegría reunirme con vosotros en el ya tradicional encuentro, que también este año me brinda la grata ocasión de expresaros mi aprecio y mi gratitud por vuestra entrega a los pobres y por el atento servicio que prestáis a la Iglesia y al Papa.

A la vez que os doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, saludo con particular afecto a vuestro asistente espiritual, el arzobispo monseñor Ettore Cunial, infatigable y celoso animador de la asociación, y a vuestro presidente, el marqués Marcello Sacchetti, a quien agradezco las amables palabras de saludo que acaba de pronunciar en nombre de todos. Con ellas ha querido describir las interesantes y laudables iniciativas de vuestro benemérito Círculo, que este año celebra el 130° aniversario de su fundación.

2. Entre las múltiples actividades que caracterizan a vuestra institución, una es la colecta del «Óbolo de san Pedro» en las iglesias de Roma, que hoy habéis venido a entregarme: ¡que el Señor os recompense este gesto de solicitud concreta hacia la Sede apostólica!

En este tercer año de preparación para el gran jubileo del año 2000, dedicado a Dios Padre, he invitado muchas veces a los cristianos a hacerse portavoces de los pobres del mundo, subrayando más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los marginados (cf. Tertio millennio adveniente TMA 51). Deseo que todo bautizado se sienta movido por un generoso impulso de caridad, a imagen del extraordinario amor con el que el Padre entregó a su Hijo unigénito para la salvación del mundo. Se trata de acoger este admirable ejemplo divino como don de gracia, recordando las palabras de Jesús: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Ac 20,35).

A través de vuestro compromiso de solidaridad, enriquecido recientemente con la inauguración del Centro de acogida para la asistencia gratuita de enfermos terminales particularmente indigentes, y vuestro servicio a la Sede apostólica, estáis llamados a ser instrumentos de la solícita ternura que Dios siente por todo hombre.

Queridos hermanos, que vuestra acción esté vivificada siempre por la referencia constante al ejemplo de Jesús, el cual, a la vez que curaba las enfermedades del cuerpo, a las que podría compararse a veces la pobreza, mostraba con su trato delicado y amoroso el rostro misericordioso del Padre.

3. Dice el evangelista san Juan: «A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1Jn 4,12). La palabra de Dios nos recuerda que nuestra misión consiste en compartir con los demás el amor divino a través de nuestro amor fraterno y servicial. Cuando un gesto, una palabra, un sonrisa, una mano extendida, una presencia atenta nacen de un amor auténtico, pueden convertirse fácilmente en ocasiones propicias y fecundas para cuantos se benefician de ellos, a fin de encender o avivar la llama de la fe. ¡Cuánto bien se puede hacer incluso con gestos sencillos y humildes!

85 Que el Señor os ayude en vuestro trabajo diario. Que el Padre celestial os colme de una abundante efusión de gracias, para que, al realizar vuestra actividad, podáis irradiar en vuestro entorno serenidad y confianza, contribuyendo notablemente a la obra de la nueva evangelización, a la que todos los creyentes están llamados, de modo especial en el umbral del tercer milenio cristiano.

Con estos sentimientos, al mismo tiempo que os renuevo mi gratitud por esta visita y por vuestro servicio eclesial, invoco sobre vosotros la protección celestial de María, «Salus populi romani», y de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y os imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestras respectivas familias una especial bendición.








AL CONGRESO DE JÓVENES «UNIV'99»


Martes 30 de marzo de 1999



Queridos hermanos:

1. Os doy a todos mi afectuosa bienvenida. Profundos vínculos me unen al mundo de los jóvenes, y me alegro cada vez que puedo encontrarme con ellos. La audiencia al congreso UNIV ya se ha convertido en una cita anual. ¡Bienvenidos, queridos jóvenes de diversas nacionalidades! Nuestro encuentro tiene lugar durante la Semana santa, y está iluminado por la perspectiva de las celebraciones de los próximos días, los últimos de la Cuaresma. La liturgia alimenta en nosotros la espera de la Resurrección y nos afianza en la certeza de que el amor vence al mal. Sí, en Cristo el amor prevaleció sobre el odio, y la misericordia sobre el pecado. En nuestro corazón resuenan estas palabras: «¡El Padre os ama!», que constituyen el tema central del reciente Mensaje a los jóvenes. Se trata de una luminosa certeza, que confiere un gran alcance al tema que habéis elegido para vuestro congreso: «Solidaridad y ciudadanía».

2. Deseo comenzar con el segundo de estos dos temas. En un libro del beato Josemaría, que conocéis bien, encontramos un capítulo completo con este mismo título: «Ciudadanía». Leemos en él las siguientes palabras: «Este es vuestro deber como ciudadanos cristianos: contribuir a hacer que el amor y la libertad de Cristo prevalezcan en todos los aspectos de la vida moderna: en la cultura, en la economía, en el trabajo, en el ocio, en la vida familiar y en la vida de la sociedad» (Surco, n. 302). El beato Josemaría habla del amor y de la libertad de Cristo: se trata de la libertad del pecado, del combate que, por amor a Cristo y sostenidos por su gracia, los cristianos libran en sí mismos contra todo lo que los separa de Dios y aleja de sus hermanos y hermanas, que, como ellos, son también hijos de Dios. Nadie debe olvidar esto, porque precisamente aquí se está librando la batalla decisiva por el futuro de la sociedad: «La primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino» (Centesimus annus CA 51).

3. Junto al término ciudadanía encontramos el de solidaridad. ¿Cómo no invitaros a reflexionar sobre el inmenso potencial humano de paz, de concordia y hermandad, que una vida cristiana coherente, deseosa de encontrar personalmente a Cristo en la oración y en el compromiso de caridad fraterna, puede proyectar sobre la transformación del mundo? Ante un análisis más atento, la solidaridad cristiana se muestra, más que una virtud en sí misma, una actitud espiritual en la que convergen diversas virtudes, y de manera particular la justicia y la caridad. La justicia puede reducir las diferencias, eliminar las discriminaciones, asegurar las condiciones para el respeto de la dignidad de la persona. La justicia, sin embargo, necesita un alma. Y el alma de la justicia es la caridad, caridad que se hace servicio de todo el hombre. Ser cristianos hoy supone crecer en la conciencia de «estar al servicio de una redención que atañe a todas las dimensiones de la existencia humana» (Santità e mondo, Actas del congreso teológico de estudio sobre las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Roma 1994, p. 10). La primera y fundamental aportación que cada creyente está llamado a ofrecer a la nueva evangelización es encarnar fielmente el Evangelio en la propia vida: ser santos. En efecto, quien busca sin reservas la santidad personal, contribuye eficazmente a difundir el bien en el mundo entero.

Éste es un modo concreto y al alcance de todos de ser apóstoles del Evangelio y artífices de una nueva humanidad. A este respecto, vosotros tenéis un maestro que os guía en este camino: es el beato Josemaría, cuyo mensaje constituye uno de los impulsos carismáticos más significativos ofrecidos por el Espíritu Santo a esta conciencia del servicio que la Iglesia y cada fiel están llamados a prestar en favor de todo el hombre y de todos los hombres.

4. Amadísimos jóvenes, éste es el último congreso UNIV antes del gran jubileo. Aprovechad esta ocasión y todas las oportunidades que os brinda este encuentro. Responded generosamente a la llamada del Señor: como bien sabéis, la vocación cristiana va más allá de la intimidad privada de vuestra alma; ensancha vuestro espíritu hasta las dimensiones ilimitadas del amor. La entrega a Dios, culminación de un proceso de conversión del egoísmo al amor, os hará participar en la misión salvífica de Cristo. En esta solidaridad plena con Cristo, los hijos de Dios pueden descubrir totalmente la raíz de la fraternidad humana.

María, Madre de Dios y Madre nuestra, os ayude a orientar decididamente vuestra vida hacia Dios y hacia vuestros hermanos, y os disponga a cultivar el único ideal verdaderamente digno de un hijo de Dios: servir a nuestros hermanos como Jesús y con Jesús, que dijo de sí: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

Expresándoos a vosotros y a vuestros seres queridos mis fervientes deseos de una santa Pascua, os aseguro mi recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos.







86

Abril de 1999


PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL FINAL DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

Viernes Santo, 2 de abril de 1999



1. «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum», «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Éstas son las palabras, éste es el último grito de Cristo en la cruz. Con esas palabras se cierra el misterio de la pasión y se abre el misterio de la liberación a través de su muerte, que se realizará en la Resurrección. Son palabras importantes. La Iglesia, consciente de su importancia, las ha asumido en la liturgia de las Horas, que cada día se concluye así: «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum».

Hoy queremos poner estas palabras en labios de la humanidad, al final del segundo milenio, al final del siglo XX. Los milenios no hablan, los siglos no hablan; pero habla el hombre, hablan millares, miles de millones de hombres que han llenado este espacio que se llama siglo XX, este espacio que se llama segundo milenio. Hoy queremos poner estas palabras de Cristo en labios de todos estos hombres, que han sido ciudadanos de nuestro siglo XX, de nuestro segundo milenio, porque estas palabras, este grito de Cristo sufriente, sus últimas palabras, no solamente cierran; también abren. Significan una apertura al futuro

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Estas palabras abren. Al final de este Viernes santo, en vísperas de la Pascua de 1999, esperamos que estas palabras -«In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum», «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»sean también las últimas palabras para cada uno de nosotros, las que nos abran a la eternidad.

2. «Christus factus est pro nobis oboediens usque ad mortem, mortem autem crucis»: «Cristo por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Antífona de la Liturgia de las horas; cf. Flp Ph 2,8). Con estas palabras, la liturgia del Viernes santo resume lo que aconteció en el Gólgota, hace ahora dos mil años. El evangelista Juan, testigo ocular, narra los acontecimientos dolorosos de la pasión de Cristo. Cuenta su dura agonía, sus últimas palabras: «Todo se ha consumado» (cf. Jn Jn 19,30) y cómo un soldado romano traspasó su costado con una lanza. Del pecho atravesado del Redentor salió sangre y agua, prueba inequívoca de su muerte (cf. Jn Jn 19,34) y don extremo de su amor misericordioso.

3. Teniendo en cuenta el testimonio de Juan, admira más aún lo que dice el profeta Isaías en el canto sobre el Siervo del Señor. Escribe algunos siglos antes de Cristo y sus palabras parecen en perfecta sintonía con las del cuarto evangelista. Estas palabras son un auténtico «evangelio de la cruz»: «Despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (...). Traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. (...) Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (...) Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores (...). A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos» (Is 53,3-11).

Estas consideraciones, tan ricas en detalles, llaman la atención porque son palabras de quien no pudo ver con sus propios ojos el drama del Calvario, ya que vivió muchos años antes. En las mismas está trazada con anticipación la teología del sacrificio de la cruz de Cristo. En ellas se encuentra una síntesis admirable de todo el misterio de la pasión y la resurrección, que confluyen en el gran misterio pascual.

4. Las proféticas palabras del libro de Isaías resuenan en nuestro corazón en esta noche, al final del vía crucis, aquí en el Coliseo, recuerdo elocuente de la pasión y del martirio de muchos creyentes que pagaron con la sangre su fidelidad al Evangelio. En estas palabras siguen resonando las de la pasión de Jesús que «está en agonía hasta el fin del mundo» (Pascal, Pensamientos, El misterio de Jesús, 553).

«Despreciado y evitado» está Cristo en el hombre afrentado y aniquilado en la guerra de Kosovo y en cualquier lugar donde triunfe la cultura de la muerte; «triturado por nuestros crímenes» está el Mesías en las víctimas del odio y del mal de todos los tiempos y en cualquier lugar. «Como ovejas errantes» parecen a veces los pueblos divididos y marcados por la incomprensión y la indiferencia.

Sin embargo, en el horizonte de este escenario de sufrimiento y de muerte, brilla para la humanidad la esperanza: «A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará (...); mi Siervo justificará a muchos». La cruz, en la noche del dolor y del abandono, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, en esta noche, mientras por medio de ella queremos proclamar al mundo el amor misericordioso del Padre por cada hombre.

87 5. Sí, hoy es el día de la misericordia y del amor; el día en el que se ha llevado a cabo la redención del mundo, porque el pecado y la muerte han sido derrotados por la muerte salvífica del Redentor.

Divino Rey crucificado, que el misterio de tu muerte gloriosa triunfe en el mundo.

Haz que no perdamos el valor y la audacia de la esperanza ante los dramas de la humanidad y ante cada situación injusta que mortifica a la criatura humana, redimida con tu sangre preciosa.

Al contrario, haz que esta noche, con renovada fuerza proclamemos: Tu cruz es victoria y salvación, «quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum», porque con tu sangre y tu pasión has redimido al mundo.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE SAINT-FLOUR (FRANCIA)


CON MOTIVO DEL MILENARIO DE LA ELECCIÓN


DEL PAPA SILVESTRE II




A mons. RENÉ SÉJOURNÉ
Obispo de Saint-Flour

1. Hace mil años, el 2 de abril, Gerberto era elegido Papa con el nombre de Silvestre II. Con ocasión de la conmemoración de ese acontecimiento, quiero unirme con el pensamiento y con la oración a todos los que lo celebrarán en la diócesis de Saint-Flour, y en particular a los participantes en las Jornadas de estudio organizadas por la Asociación de Cantal. En la ciudad de Aurillac se encontraba el monasterio benedictino fundado por san Gerardo, que acogió al joven pastor Gerberto, y lo formó como hombre y como cristiano.

2. El monje Gerberto, hombre notable, brilló singularmente en su siglo. La amplitud de sus conocimientos, sus cualidades pedagógicas, su erudición sin par, su rectitud moral y su sentido espiritual lo convirtieron en un auténtico maestro. Los emperadores y los Papas recurrieron a él. Gerberto, humanista sabio y filósofo erudito, verdadero promotor de la cultura, puso su inteligencia al servicio del hombre. Formó su mente y su corazón, buscando siempre la verdad, mediante la lectura de obras profanas y la meditación de la Escritura. Todo le interesaba; si ignoraba, aprendía; si sabía, transmitía.

Con su espíritu de apertura y su gran generosidad, Gerberto supo poner sus conocimientos y sus cualidades morales y espirituales al servicio del hombre y de la Iglesia. Nos recuerda que la inteligencia es un don maravilloso del Creador, para que el hombre sea cada vez más responsable de los talentos recibidos, y sirva a los demás, realizando así su verdadera vocación.

3. Gerberto, hombre de Iglesia activo y fiel, se dedicó al servicio de sus hermanos. Como pastor auténtico, defendió los intereses de la Iglesia, luchó contra la simonía y protegió los monasterios de las diferentes tentativas de invasión. Como hombre de unidad y paz, sabía reprender paternalmente a los que se alejaban del bien, denunciaba los abusos y perdonaba, llegando incluso a retirarse con tal de no poner en peligro la unidad. Con celo apostólico, favoreció la implantación de la Iglesia en Hungría y en Polonia. A su modo, Gerberto fue un reformador, y la conciencia que tenía de su ministerio lo impulsó a ser un Papa con espíritu misionero, deseoso de anunciar el Evangelio con su palabra y con toda su vida. En el umbral del tercer milenio, mientras prosiguen la violencia y las guerras, y los cristianos todavía están desunidos, la figura de Gerberto nos invita a buscar incansablemente la paz y la unidad, por el camino del diálogo, anhelando la verdad y el perdón. A este respecto, como afirmé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el jubileo debe ser «la ocasión adecuada para una fructífera colaboración en la puesta en común de tantas cosas que nos unen y que son ciertamente más que las que nos separan» (n. 16).

4. Gerberto manifestó siempre su deseo de buscar la verdad y su voluntad de servirla. Mostró que todo hombre está invitado a recorrer el camino que inicia «con la capacidad de la razón de elevarse por encima de lo contingente para ir hacia lo infinito» (Fides et ratio FR 24). Para Gerberto, como para todo creyente, la verdad se revela en Jesucristo, Palabra eterna en la que todo ha sido creado, y Palabra encarnada que revela al Padre (cf. ib., 34). Y esta Palabra, en la que creemos, ilumina nuestro conocimiento del hombre y de la historia, y nos permite descubrir la salvación y la felicidad a las que estamos llamados.

88 Ciertamente, las cuestiones actuales son diferentes de las que afrontaba Gerberto, pero su actitud intelectual y espiritual invita a los pastores y a los fieles de nuestros días a buscar la verdad, a encontrar la fuerza interior en la oración, a preocuparse por la búsqueda moral y a ponerse al servicio de los hombres. Quiera Dios que los cristianos tengan ese mismo deseo, es decir, que no busquen aparecer a los ojos de los hombres, sino ser ejemplos y modelos, testimoniando así que Cristo es la fuente de la felicidad.

5. La Iglesia se prepara para celebrar el gran jubileo del año 2000, recordando que Cristo, alfa y omega, nos guía hacia el Padre misericordioso. No podemos olvidar que el primer cambio de milenio trajo consigo muchas esperanzas. Deseo destacar que Silvestre II unió sus esfuerzos a los del emperador Otón III para gobernar la cristiandad, del mismo modo que el Papa Silvestre I había colaborado con el emperador Constantino. Por tanto, debemos considerar que la preocupación por la unidad y la armonía entre los pueblos era una característica del pensamiento de Gerberto, y que debe inspirar siempre la acción de la Iglesia y de los responsables de la vida social. La paz es una tarea común, y la Iglesia quiere contribuir a ella, puesto que es un servicio al hombre y, por tanto, a Dios. Mientras nuestro mundo, sometido a cambios cada vez más numerosos, aspira a una paz profunda, Gerberto nos ha dejado un mensaje que monseñor Paul Lecoeur, obispo de Saint-Flour y su lejano predecesor, en su carta pastoral con ocasión del milenario del nacimiento del Papa Silvestre II resumía así: «Pacificar, reunir y unir en Cristo». Esta paz debe realizarse en los ámbitos más diversos, ya que el campo de actividad de los hombres es muy variado. Es posible, si el hombre tiene como punto de referencia el Evangelio y los valores humanos y morales fundamentales, respetando a todas las personas.

6. Por eso, la acción pastoral de Gerberto, y no sólo la de su pontificado, relativamente corto, impresiona por su multiplicidad y actualidad. Puede apreciarse a través de su servicio en las actividades de la Iglesia, sus esfuerzos de renovación, su solicitud por la comunión y su sentido del diálogo. Todos estos aspectos los subrayó el concilio Vaticano II con vistas a una nueva evangelización. Que la figura de Gerberto, el primer Papa francés, nos ilumine a todos en nuestro servicio a la Iglesia y a nuestros hermanos, para la gloria de Dios y la salvación del mundo. Encomendándolo a la intercesión de la Madre de Dios y de san Floro, primer evangelizador y patrono de su diócesis, le imparto de corazón a usted, así como a todos sus diocesanos y a quienes participen en esta conmemoración, la bendición apostólica.

Vaticano, 7 de abril de 1999








Discursos 1999 81