Discursos 1999 88

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LA «FUNDACIÓN PAPAL»




A los miembros de la Fundación Papal

Una vez más me alegra dar la bienvenida a los miembros de la Fundación Papal y expresarles mi gratitud por el apoyo que la fundación ha dado nuevamente este año al Sucesor de Pedro en su ministerio apostólico de «solicitud por todas las Iglesias» (2Co 11,28).

Nuestro encuentro tiene lugar al inicio del tiempo pascual, cuando la Iglesia entera, en cierto sentido, vuelve a sus orígenes: al sepulcro vacío y al cenáculo de Jerusalén, donde el Señor resucitado se apareció a los Apóstoles y les prometió que derramaría sobre ellos su Espíritu Santo. Durante este tiempo santo la Iglesia recuerda también la misión que Cristo encomendó a san Pedro y a los demás Apóstoles, encargándoles anunciar el Evangelio y dar testimonio de él hasta los confines de la tierra (cf. Hch Ac 1,7). Esta gran misión ha sido continuada en todos los tiempos por los sucesores de los Apóstoles, encabezados por Pedro. Espero y pido a Dios que la visita que realizáis hoy al Sucesor de Pedro renueve en cada uno de vosotros un sentido de comunión gozosa con el Señor de la vida y también una determinación cada vez más firme de colaborar en la misión universal de su Iglesia.

En los años pasados desde su constitución, la Fundación Papal ha mostrado una solicitud particular por las necesidades de la Iglesia en los países que están en vías de desarrollo. Aprecio vivamente este compromiso de solidaridad real con nuestros hermanos y hermanas del mundo entero que miran con esperanza el testimonio que la Iglesia da del Evangelio y sus esfuerzos por promover la justicia, la reconciliación y la cooperación fraterna entre los miembros de la familia humana. Esperando ese tiempo de gracia que es el gran jubileo del año 2000, os invito a seguir trabajando y orando para que la Iglesia, en la vida de sus miembros, se convierta cada vez más plenamente en signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium LG 1).

Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia. A todos los que colaboran en la labor de la Fundación Papal les imparto de corazón mi bendición apostólica, como prenda de alegría y paz en nuestro Señor Jesucristo.

Vaticano, 12 de abril de 1999








A LOS PEREGRINOS DE VIGEVANO (ITALIA)


Sábado 17 de abril de 1999



89 Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Vigevano:

1. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno. Saludo con afecto a vuestro celoso pastor, monseñor Giovanni Locatelli, a quien agradezco las afectuosas palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Saludo a los sacerdotes que os acompañan, a las religiosas, a los miembros de la asamblea sinodal y a los agentes pastorales, que representan a toda la Iglesia que está en Vigevano.

Al término del sínodo diocesano, acontecimiento de extraordinaria importancia en el que ha participado toda la diócesis durante estos tres años, habéis querido realizar una peregrinación a Roma, a las tumbas de los Apóstoles. Habéis deseado encontraros con el Papa y escuchar de sus labios palabras de aliento y confirmación en la fe y en el compromiso apostólico.

¡Gracias por vuestra visita! Os acojo con agrado y me congratulo con vosotros por vuestro fervor. Deseo de corazón que los trabajos sinodales produzcan un renovado entusiasmo misionero en toda la comunidad diocesana. De modo particular, las constituciones sinodales deberán señalar a todo creyente, como una brújula, el camino que tiene que recorrer durante este tiempo, lleno de desafíos sociales y religiosos.

2. «Boga mar adentro, y echad vuestras redes» (
Lc 5,4).

Durante el itinerario sinodal, ¡cuántas veces habéis escuchado y meditado estas palabras! Os las repito hoy también yo a vosotros.

Iglesia que estás en Vigevano, boga mar adentro; no tengas miedo de hacerte a la mar. No temas frente a los grandes desafíos del momento actual. Avanza con confianza por el sendero de la nueva evangelización, del servicio amoroso a los pobres y del testimonio valiente dentro de las diversas realidades sociales. Toma conciencia de que anuncias un mensaje que es para todo hombre y para todo el hombre; sé artífice de auténtica fraternidad y de solidaridad universal.

Esta invitación se dirige, en primer lugar, a vosotros, queridos sacerdotes, configurados por el sacramento del orden con Cristo, «cabeza y pastor», puestos como guías de su pueblo. Agradeciendo el inmenso don recibido, realizad con generosidad vuestra tarea, apoyándoos en una oración intensa y en una profunda actualización teológica y pastoral.

La invitación se dirige también a vosotras, religiosas, que constituís un valioso recurso espiritual para el pueblo cristiano, y a todos vosotros, queridos fieles laicos, presentes en gran número. En todo lugar sabed «dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1P 3,15).

3. Durante los trabajos sinodales habéis dedicado especial atención a los jóvenes y a la familia. Seguid sosteniendo a las familias y ayudándoles, para que sean comunidades auténticas de vida y amor. Con solicitud incesante no escatiméis energías en la formación cristiana de los niños, los adolescentes y los jóvenes, que necesitan puntos firmes de referencias: sed para ellos ejemplos de coherencia humana y cristiana. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada nacen y se desarrollan en un marco de fidelidad al Evangelio. Gracias a Dios, en vuestra diócesis se está produciendo un consolador florecimiento vocacional y todos los seminaristas están presentes aquí junto con la comunidad diaconal. El Señor, que los ha llamado, les ayude a perseverar hasta el fin.

Durante el sínodo también os habéis preocupado, con razón, por lograr que a los que se han alejado les llegue el anuncio vivo del Evangelio, sin miedo de afrontar los desafíos de la cultura posmoderna. Proseguid este esfuerzo, utilizando todos los instrumentos útiles para este objetivo. A este respecto, ¡cómo no recordar que este año celebráis otro feliz aniversario: el centenario del semanario católico «L'Araldo Lomellino»! No sólo es preciso sostener, sino también potenciar oportunamente este benemérito periódico. Preocupaos, además, por valorar todos los medios modernos de comunicación social al servicio de la evangelización.

90 4. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro obispo acaba de recordar que vuestra catedral ha recuperado recientemente su antiguo esplendor. Es el centro y la imagen de la comunidad cristiana. Sed vosotros las «piedras vivas» de ese edificio espiritual que es la Iglesia en Vigevano. Caminad unidos hacia el gran jubileo del año 2000, para que sea un tiempo providencial de conversión y renovación espiritual.

María santísima, a quien veneráis como Virgen de la Bozzola, vele como Madre solícita por vuestras familias. Os protejan los santos patronos de vuestra diócesis, Ambrosio y Carlos. Os consuele y aliente también mi bendición apostólica, que extiendo de corazón a toda vuestra comunidad diocesana.










A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON A LA CANONIZACIÓN


DE MARCELINO CHAMPAGNAT, JUAN CALABRIA


Y AGUSTINA LIVIA PIETRANTONI


: Lunes 19 de abril de 1999



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros nuevamente a todos vosotros, que habéis venido para la canonización de Marcelino Champagnat, Juan Calabria y Agustina Livia Pietrantoni. Este encuentro nos brinda la feliz ocasión de prolongar la fiesta de ayer, en el clima del gozo pascual característico de este tiempo litúrgico.

Demos gracias al Padre que está en el cielo, origen y fuente de toda santidad, por haber dado a la Iglesia y al mundo estos hijos suyos predilectos. Dios hizo maravillas, al plasmar en ellos, con la fuerza suave del Espíritu Santo, la imagen admirable de su Hijo unigénito. Al mismo tiempo que vemos perfilarse en el horizonte la meta del año 2000, ¡cómo no pensar en la gran multitud de beatos y santos que la gracia divina ha hecho florecer y fructificar en los surcos de estos dos milenios! En la vida de los santos ya está presente y operante en este mundo el reino de los cielos.

San Marcelino Champagnat

2. Me alegra acogeros, queridos peregrinos que habéis venido para celebrar la canonización de Marcelino Champagnat. Vuestra presencia manifiesta aprecio al carisma siempre actual de este santo, al que se asocian numerosas vocaciones. Saludo a monseñor Pierre Joatton, obispo de Saint-Etienne, y a los miembros de las instituciones civiles del departamento de Loira, donde vivió san Marcelino. Saludo particularmente a los Hermanos Maristas, instituto fundado por él, así como a los miembros de los demás institutos de la familia marista. Queridos jóvenes, que habéis venido sobre todo de España, México y Francia para manifestar vuestra adhesión al ideal educativo del padre Champagnat, os exhorto a permanecer fieles en el camino hacia Dios que él os señaló.

Saludo asimismo a los profesores, que comparten la misión de los Hermanos Maristas y que han venido a expresar su admiración por Marcelino Champagnat, apóstol de la juventud, y su deseo de proseguir el mismo servicio educativo, en el respeto y seguimiento de los jóvenes. Saludo, por último, a los miembros de las ramas laicas maristas, que quieren vivir según el espíritu de san Marcelino, a través de todas sus enseñanzas. ¡Ojalá que, en la escuela de María, todos sigáis a Cristo y os preocupéis por darlo a conocer!

Podemos dar gracias a Dios por los numerosos discípulos del padre Champagnat, que han vivido con fidelidad su misión hasta el testimonio del martirio. Recordemos especialmente a los once Hermanos, testigos de la verdad y la caridad, que han muerto trágicamente durante estos últimos cinco años en Argelia, en Ruanda y en la República democrática del Congo. Los nombres de estos testigos ocultos de la esperanza se añaden al largo martirologio de los Hermanos Maristas, que empezó desde la fundación, con el hermano Jacinto. Recordamos también a san Pedro Chanel, padre marista, primer mártir de Oceanía.

A todos los fieles presentes, así como a todos los Hermanos Maristas del mundo, a las personas que trabajan con ellos en el campo de la educación y a todos los jóvenes que se benefician de su apostolado, les imparto de todo corazón la bendición apostólica.

91 San Juan Calabria

3. En el año en que la Iglesia, en camino hacia el gran jubileo, fija la mirada en la infinita ternura de Dios Padre, reconocemos en san Juan Calabria, sacerdote veronés fundador de los Pobres Siervos y de las Pobres Siervas de la Divina Providencia, un admirable reflejo de la paternidad divina. Por lo demás, él mismo, ya desde el comienzo, concibió así la misión que le había confiado el Señor: se sentía llamado a «mostrar al mundo que la divina Providencia existe, que Dios no es un extraño, sino que es Padre y piensa en nosotros, con tal de que nosotros pensemos en él y hagamos lo que está de nuestra parte, es decir, buscar en primer lugar el santo reino de Dios y su justicia» (Carta a sus religiosos , III,
III 19,0 , III, 19 de marzo de 1933). El alma de toda su intensa actividad apostólica y caritativa fue el descubrimiento, a través del Evangelio, del amor del Padre celestial y de Cristo al hombre.

La caridad evangélica fue la virtud que más caracterizó su vida. Una doctora judía, que él escondió entre sus religiosas para evitar que la detuvieran los nazifascistas, testimonió que en cada momento de su vida era una personificación del himno a la caridad del apóstol san Pablo. Deseo de corazón a sus hijos y a sus hijas espirituales, a quienes saludo cordialmente, que prolonguen y difundan cada vez más el amor incontenible que rezumaba del corazón de este santo sacerdote, conquistado por Cristo y su Evangelio.

Santa Agustina Livia Pietrantoni

4. La Iglesia se regocija hoy, junto con toda la familia religiosa de las Hermanas de la Caridad de santa Juana Antida Thouret, por el don de santa Agustina Livia Pietrantoni. A pocos días de la celebración del bicentenario de la fundación del instituto, alabamos al Señor por las maravillas que hizo en la vida de esta discípula fiel de santa Juana Antida. Al mismo tiempo, queremos darle gracias también por los abundantes frutos que han madurado durante estos dos siglos de vida de la congregación a través de la obra humilde y generosa de muchas Hermanas de la Caridad.

La nueva santa, que creció en una familia acostumbrada al sacrificio y enraizada en la fe, abrazó el ideal vicentino, impregnado de caridad, humildad y sencillez, y expresado mediante el respeto al prójimo, la cordialidad y el sentido del deber «bien cumplido». Durante los años de su servicio a los enfermos de tuberculosis en el hospital «Espíritu Santo», sor Agustina se encontró con el hombre que sufría e imploraba el reconocimiento de la dignidad de su integridad física y espiritual. En una época caracterizada por una corriente laicista, Agustina Livia Pietrantoni se convirtió en testigo de los valores del espíritu. De sus enfermos, entonces incurables y a menudo exasperados y difíciles de tratar, decía: «En ellos sirvo a Jesucristo. (...) Me siento inflamada de caridad por todos, dispuesta a afrontar cualquier sacrificio, incluso a derramar mi sangre por la caridad». El sacrificio supremo de la sangre será el sello definitivo de su vida, gastada completamente en el amor indiviso a Dios y a sus hermanos. Quiera Dios que su ejemplo inflame a sus hermanas de la congregación de santa Antida y las impulse a un ardiente testimonio de la caridad, que constituye la síntesis de la ley divina y que es el vínculo de toda perfección (cf. Col Col 3,14).

5. Amadísimos hermanos y hermanas, contemplemos a los nuevos santos y aprendamos el secreto de la santidad. Profundicemos en sus carismas, asimilemos el espíritu que han dejado como herencia e imitemos su ejemplo. Y la paz de Cristo reinará en nuestro corazón. La Madre del Redentor, Reina de todos los santos, lo obtenga a cada uno.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN EL TERCER CENTENARIO DE LA CONSAGRACIÓN


DE LA CATEDRAL DE NIZA




A monseñor Jean BONFILS
Obispo de Niza (Francia)

Ahora que la diócesis de Niza celebra el tercer centenario de la consagración de la basílica catedral de Santa María y Santa Reparada, que tuvo lugar el 2 de mayo de 1699, me uno de todo corazón a la alegría y a la acción de gracias de la comunidad cristiana, que se reúne en ese lugar particularmente expresivo para la Iglesia diocesana, signo de su unidad, en torno a su obispo. La catedral de Niza está dedicada ahora a la Virgen María, Madre de la Iglesia, y a Santa Reparada, que el martirologio romano nos presenta como virgen, originaria de Cesarea de Palestina, y mártir, que se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos.

92 Mediante un acto litúrgico solemne, la consagración convirtió la catedral en centro de vuestra diócesis, dado que refleja su vida, como una casa refleja la vida de la familia que vive en ella. Es el lugar, abierto a todos, donde cada uno encuentra a Cristo, que llama a sus discípulos para alimentarlos con su palabra y su Cuerpo. Punto de referencia permanente de todos los diocesanos, está destinada a reunir a los fieles en «Iglesia-asamblea» y en «Iglesia-comunidad». La catedral debe ser considerada el centro de la vida litúrgica de la diócesis: «Por la majestad de su construcción, evoca el templo espiritual que se edifica interiormente en las almas y resplandece con la magnificencia de la gracia divina, como afirma el apóstol san Pablo: iaVosotros sois el templo de Dios vivol. (2Co 6,16)» (const. apost. Mirificus eventus, 7 de diciembre de 1965).

La catedral no sólo simboliza una parte de la Iglesia, sino la totalidad de ella. En efecto, en cada Iglesia particular se halla presente la Iglesia de Cristo, y en ella reside la presencia de Cristo. La oración de la dedicación nos recuerda que un templo «es signo del misterio de la Iglesia, a la que Cristo santificó con su sangre, convirtiéndola en su esposa resplandeciente, virgen admirable por la integridad de su fe y madre fecunda por la fuerza del Espíritu». Así, todos los fieles están invitados a profundizar cada vez más en el misterio de la Iglesia. En particular, deben recordar que la catedral es la iglesia donde está la sede del obispo, la cátedra, que es «signo del magisterio y de la autoridad del pastor de la Iglesia particular, y signo de la unidad de los creyentes en la fe que anuncia el obispo como pastor de su rebaño» (Ceremonial de los obispos, 42). En la cátedra de Niza, desde los primeros siglos, se han sucedido numerosos obispos, «transmisores de la semilla apostólica» (Lumen gentium LG 20). En torno a la sede del obispo están llamados a reunirse los ministros ordenados y los fieles, puesto que «donde está el obispo, allí está también la Iglesia» (san Ignacio de Antioquía, Carta a los fieles de Esmirna, 8, 2).

Deseo que los católicos de su diócesis acudan en gran número a esa catedral, sobre todo durante el gran jubileo, para confirmar su fe, sentirse cada vez más miembros de la Iglesia, convertirse y ser misioneros de la nueva evangelización (cf. bula de convocación del gran jubileo del año 2000 Incarnationis mysterium, 6). Deberán reforzar los vínculos de comunión eclesial al acudir a ella el domingo para celebrar el memorial del Señor, muerto y resucitado. Al entrar en esa casa de Dios, cuya decoración atrae la mirada hacia las alturas y expresa el misterio de la revelación en Jesucristo, escucharán su llamada permanente a conocerlo y seguirlo, como dice el Salmo: «Tu amor, oh Dios, evocamos en medio de tu templo» (Ps 48,10). Desde la perspectiva jubilar, irán también a obtener la fuerza del perdón, para encontrar la paz que proviene del Resucitado.

Invocando a la Virgen María y a santa Reparada para que este aniversario fortalezca en sus diocesanos la fe en Dios, el amor a la Iglesia, los vínculos de comunión y el deseo de la misión, le imparto de todo corazón la bendición apostólica a usted, así como a quienes se unan a la celebración de la dedicación y a todos los fieles que celebren en ese lugar los santos misterios o que vayan a rezar allí.

Vaticano, 20 de abril de 1999








EN EL 150 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DE LA REVISTA «LA CIVILTÀ CATTOLICA»


Jueves 22 de abril de 1999



Amadísimos hermanos:

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, agradeciéndoos esta visita, que habéis querido hacerme durante la gozosa celebración del 150° aniversario de la fundación de La Civiltà Cattolica. Deseo unirme a vuestra acción de gracias al «Padre de las luces», del que desciende «todo don perfecto» (Jc 1,17), por el bien realizado durante este siglo y medio al servicio de la fe católica y de la Santa Sede.

La Civiltà Cattolica, que hoy es la revista más antigua de las que se publican en Italia, salió a la luz por voluntad de mi predecesor el Papa Pío IX, de venerada memoria, quien con el breve Gravissimum supremi, del 12 de febrero de 1866, la dotó de un estatuto particular. Estableció que esta revista, destinada a defender «con todas las fuerzas e incesantemente la religión católica con su doctrina y sus derechos», fuera redactada por un particular colegio de escritores que, designados por el superior general de la Compañía de Jesús, vivieran y trabajaran juntos en una casa propia. Después de Pío IX, la obra realizada por la revista siguió contando con el aprecio y el reconocimiento de los Romanos Pontífices, que quisieron aprobar de nuevo su estatuto. Observando el largo itinerario realizado, bien podemos decir, como recordé en la audiencia concedida a vuestro colegio el 5 de abril de 1982, que La Civiltà Cattolica «institucionalmente ha estado siempre al servicio del Papa y de la Sede apostólica», «en el sucederse de hombres, vicisitudes y situaciones históricas, vuestra revista se ha mantenido siempre fiel» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de mayo de 1982, p. 8).

2. Al repasar los 150 años de vuestra revista, se percibe una gran variedad de posiciones, debidas tanto al cambio de circunstancias históricas como a la personalidad de cada escritor. Sin embargo, en el amplio y complejo panorama de las vicisitudes religiosas, sociales y políticas que, desde 1850 hasta hoy, han afectado a la Iglesia y a Italia, aparece en los volúmenes de La Civiltà Cattolica un punto firme, que siempre se ha mantenido: la adhesión plena, a veces incluso dolorosa, a las enseñanzas y directrices de la Santa Sede, y el amor y la veneración por la persona del Papa. Estoy seguro de que, como ya hicieron vuestros predecesores, también vosotros seguiréis considerando esta peculiaridad un honor y la razón de ser de vuestra revista. Estoy convencido, además, de que la Sede apostólica podrá encontrar en vosotros colaboradores competentes y fieles, sobre todo en los momentos difíciles, que no faltan nunca en la vida de la Iglesia.

Entre los méritos de la revista, me complace recordar la prontitud con que acogió la renovación eclesial puesta en marcha por el concilio Vaticano II, y el compromiso de dar a conocer a un vasto público su desarrollo, sus debates y sus documentos. También es digno de destacarse el esfuerzo con que durante los años sucesivos ha tratado de profundizar los documentos conciliares, con vistas a una mejor aceptación de la doctrina contenida en ellos y a la renovación de la vida cristiana, a la que se encaminaban.

93 3. Frente a los desafíos del momento actual y en la perspectiva del nuevo milenio, quisiera exhortaros hoy a convertiros en intérpretes de la urgencia de una vuelta al espíritu y a las enseñanzas del Concilio, particularmente en temas como la cristología, la eclesiología y el magisterio de la Iglesia, el papel del laicado y la especificidad del cristianismo en el diálogo interreligioso, la libertad religiosa, la relación entre las culturas y el ecumenismo, y los medios de comunicación social y su influjo problemático en la mentalidad y en la conducta del hombre contemporáneo.

Se trata de un vasto campo de acción, que os exige a todos perseverar en vuestro compromiso de «combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre» (
Jud 3). Las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el mundo contemporáneo requieren con urgencia un valiente compromiso para educar en una fe convencida y adulta, capaz de dar sentido a la vida, a fin de resistir los ataques de una cultura a menudo secularizada, y dar respuestas convincentes a cuantos, aun sin ser creyentes, buscan a Dios.

Esta tarea, que compete a toda la Iglesia, exige de cada uno de vosotros, miembros de la Compañía de Jesús, «fundada con el fin principal de dedicarse especialmente a la defensa y propagación de la fe» (Julio III, Exposcit debitum, 21 de julio de 1550, n. 1), un compromiso cada vez más pleno y valiente «de enseñar la verdad cristiana» (ib.), en plena fidelidad y comunión con el Magisterio.

Hoy la fe cristiana está llamada a confrontarse con culturas no cristianas, con el progreso de las ciencias, con filosofías marcadas por el inmanentismo y el agnosticismo, por el rechazo de la metafísica y por el escepticismo en la capacidad de la razón humana de llegar a la verdad. En la encíclica Fides et ratio he querido mostrar cómo esa desconfianza en la razón humana dificulta la aceptación de la fe, y priva a la misma razón de la aportación de la Revelación para un conocimiento más profundo del misterio del hombre, de su origen, de su naturaleza espiritual y de su destino. En este marco, La Civiltà Cattolica está llamada a contribuir a colmar la brecha entre fe y cultura moderna, entre fe y conducta moral, con especial atención a los problemas tratados por las encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitae, que constituyen aspectos esenciales con los que se mide la fidelidad de los creyentes a la enseñanza de Jesús, conservada en la tradición auténtica de la Iglesia.

4. ¡Cómo no recordar también que vuestra revista ha seguido siempre con especial esmero la doctrina social de la Iglesia, sosteniendo el compromiso del Magisterio en favor de la difusión, la profundización y la renovación de ese instrumento fundamental de evangelización! En el panorama actual resulta cada vez más evidente que los problemas sociales, financieros y económicos no son ajenos a la evangelización y a la dignidad de la persona humana. Las injusticias sociales, el dominio del dinero y una economía global sin control pueden herir la dignidad personal de enteros pueblos y continentes, y dificultar más aún la aceptación del mensaje evangélico. Por tanto, os animo a proseguir vuestro noble esfuerzo por profundizar y difundir la doctrina social de la Iglesia, que las transformaciones que se están realizando en la sociedad y en el mundo del trabajo hacen cada vez más actual y urgente. El papel de la Iglesia, que vosotros estáis llamados a difundir y propagar, consiste en proclamar el «evangelio de la caridad y de la paz», promoviendo la justicia, el espíritu de fraternidad y la certeza del destino común de los hombres, premisas indispensables para la construcción de la auténtica paz entre los pueblos.

5. Amadísimos padres escritores, aprovechando el largo y meritorio camino recorrido por La Civiltà Cattolica, proseguid vuestro valioso servicio eclesial, en especial y cordial sintonía con la Santa Sede y con el Papa, a quien, como miembros de la Compañía de Jesús, os une un voto particular.

Encomiendo vuestro trabajo diario a la Virgen, Madre de la Iglesia y patrona de la Compañía. Que María obtenga de su Hijo para cada uno de vosotros un profundo espíritu de fe; os conceda escrutar con sabiduría evangélica las vicisitudes de la historia humana, y captar en ella los «signos de los tiempos»; y os ayude a comprometeros generosamente en la tarea que la Iglesia os ha encomendado por medio de los Romanos Pontífices.

Con estos sentimientos, imparto de corazón al padre director, a cada uno de vosotros y a vuestros colaboradores, una especial bendición apostólica, como prenda de mi constante afecto.










A VARIOS PREMIOS NOBEL DE LA PAZ, REUNIDOS EN ROMA


Jueves 22 de abril de 1999



Señor presidente;
señoras y señores:

94 1. Me complace dar la bienvenida a esta distinguida asamblea de condecorados con el premio Nobel de la paz, reunidos en Roma para tener importantes jornadas de reflexión sobre los desafíos políticos del próximo siglo. Saludo, en particular, a su excelencia el señor Mijaíl Gorbachov, presidente de la Fundación para la investigación social, económica y política, que ha organizado este coloquio internacional. Aprecio mucho el cordial saludo que me ha dirigido en vuestro nombre.

2. La cuestión de la paz ocupa un lugar central en la vida política. Por esta razón, vuestro encuentro se celebra en un momento especialmente trágico para Europa. No podemos menos de renovar un apremiante llamamiento para que se ponga fin a los conflictos étnicos en los Balcanes y al fragor de las armas, y se vuelva al diálogo y al respeto de la dignidad de todas las personas y de todas las comunidades, en nombre de los derechos humanos fundamentales. No podemos olvidar tampoco las tragedias humanas que ocurren en muchas otras áreas del mundo, especialmente en África y Asia. La importante obra que habéis realizado al servicio de la paz y la reconciliación os ha atribuido una responsabilidad permanente en la lucha por el reconocimiento del valor inestimable de cada ser humano, la formación de las conciencias y el crecimiento de una coexistencia fraterna y pacífica entre las personas y los pueblos. Dado que procedéis de diferentes culturas y naciones, vuestro encuentro es un signo de que la paz sólo puede alcanzarse si se superan las concepciones del hombre y de la sociedad basadas en la raza, la religión, el nacionalismo o, más en general, en la exclusión de los demás. La búsqueda de la paz requiere una apertura a la experiencia de nuestros hermanos y hermanas, y un compromiso eficaz de respetar su dignidad y libertad.

3. Al prepararnos para entrar en el nuevo milenio, es preciso hacer que la humanidad avance decididamente por la senda de una paz real y duradera, y construya una civilización fundada en el deseo de una coexistencia que respete la diversidad de los pueblos, su historia, sus culturas y sus tradiciones espirituales. En vez de alimentar nuevos antagonismos, la globalización debe llevar a un rechazo del conflicto armado, del nacionalismo intolerante y de todas las formas de violencia.

Ésta es la condición para el crecimiento de una auténtica solidaridad, que permita a todos comprender que la paz requiere la aceptación de la diversidad, el rechazo de todo comportamiento agresivo hacia los demás, y el deseo de construir una sociedad cada vez más justa y fraterna mediante el diálogo y la cooperación. La paz no es una idea vaga o un sueño; es una realidad que hay que construir con afán, día a día, y con el esfuerzo de todos. La búsqueda de la paz es una de las metas más nobles que puede perseguir una persona, tanto en su patria como en la comunidad internacional. Hay que apoyar con decisión a quienes se esmeran por ser constructores de paz, puesto que sus esfuerzos están encaminados a crear para todos una vida mejor, una sociedad en la que cada persona tenga su lugar y en la que todos puedan vivir en paz y armonía, desarrollando los dones recibidos del Creador para su crecimiento personal y el bien común.

4. Para los cristianos, el fundamento de la dignidad humana se encuentra en el amor de Dios por todas las personas, sin excepción alguna; y la paz verdadera es un don ofrecido y recibido constantemente. A pesar de la violencia y las numerosas amenazas contra la vida que se ciernen sobre nuestro mundo, durante este año, que los católicos han dedicado a Dios, Padre misericordioso, la Iglesia desea proclamar un mensaje de esperanza en el futuro de la humanidad. Invita con urgencia a todas las personas de buena voluntad a colaborar resueltamente en la construcción de la «civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad» (Tertio millennio adveniente
TMA 52), y a no desalentarse frente a los obstáculos o los contratiempos.

Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias, y guíe vuestros esfuerzos al servicio de la paz, la reconciliación y la fraternidad entre los pueblos.








A LOS OBISPOS DE QUEBEC EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 22 de abril de 1999



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con ocasión de vuestra visita ad limina, acto que inscribe a las comunidades católicas esparcidas por el mundo en la tradición bimilenaria de la Iglesia y manifiesta vuestra comunión con el Papa y sus colaboradores, os acojo hoy con alegría a vosotros, pastores de la Iglesia católica en la región apostólica de Quebec. Saludo cordialmente a monseñor Pierre Morissette, vuestro presidente, así como a cada uno de vosotros, en particular a los dos nuevos obispos auxiliares de Montreal y a los ordinarios maronita y melquita. Nuestro encuentro me permite unirme con el pensamiento a los sacerdotes y a los diáconos, que colaboran generosamente con vosotros; a las personas consagradas, que están comprometidas en el apostolado y tienen como misión particular la oración; y a los fieles laicos, que se dedican con empeño a servir a la Iglesia y a la sociedad de su país.

En los informes quinquenales expresáis vuestra alegría de ver que numerosas personas participan en la misión de la Iglesia, cada una según su servicio específico. Junto con vosotros, doy gracias al Señor por este dinamismo renovado de las comunidades locales. A los ministros ordenados, que son vuestros colaboradores inmediatos y cumplen su deber diariamente con fidelidad, transmitidles el aliento afectuoso del Sucesor de Pedro. A los religiosos, a las religiosas y a los laicos de vuestras diócesis, confirmadles mi confianza y mi estima por todo lo que realizan, dejándose guiar por el Señor.

2. Sois la primera región apostólica de Canadá que este año hace su visita quinquenal. Con los diferentes grupos de obispos de vuestro país, que se sucederán en las próximas semanas, deseo abordar algunos temas significativos para la Iglesia de hoy, ofreciéndoos algunos elementos de reflexión, con el espíritu de lo que el Señor pidió a Pedro: «Confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). En vuestros informes, mencionáis la cuestión de los jóvenes y la pastoral que realizáis con ellos. Por eso, hoy examinaré más detenidamente ciertos aspectos de esta misión específica, pero sin pretender esbozar un cuadro completo de las situaciones locales y de las expectativas de los jóvenes, que conocéis.


Discursos 1999 88