Discursos 1999 95

95 3. La Iglesia en Quebec tiene una rica tradición de compromiso en favor de los jóvenes, que son la esperanza del futuro (cf. Ecclesia in America ). Me alegra la atención que prestáis a la juventud, tanto en las familias y las parroquias como en las instituciones escolares y los movimientos. Aprecio vuestros esfuerzos y los de numerosos adultos, sacerdotes, religiosos, religiosas, padres y educadores, para proponer, de modo renovado y concertado, la fe a los jóvenes, invitando a las comunidades locales a movilizarse en este sentido, principalmente desde la perspectiva del gran jubileo y de la próxima Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Roma. El año jubilar es una ocasión incomparable para dar un nuevo impulso a la pastoral de la juventud.

4. El despertar de la fe en el ámbito familiar es fundamental; permite al niño progresar en su búsqueda interior de Dios, Padre de toda vida, y descubrir la verdad profunda del misterio cristiano. La oración en familia también es una gran riqueza, puesto que ofrece a cada uno la posibilidad de entablar una relación filial con el Señor. Mientras el niño desarrolla su interioridad y llega a ser capax Dei, como dicen los Padres de la Iglesia, la familia tiene un papel insustituible y específico en su formación humana y espiritual. La infancia es un período importante para el descubrimiento de los valores humanos, morales y espirituales. Como reconocéis vosotros, para los padres con frecuencia es una buena ocasión para interrogarse sobre su propia fe, su fidelidad a Cristo y la conformidad de su existencia con el Evangelio. En efecto, ¿cómo pueden responder los padres a las preguntas exigentes de sus hijos y dar razón de su esperanza, si no dedican tiempo a profundizar su itinerario cristiano y a encontrarse con Cristo mediante la oración, la lectura de la Escritura y la vida eclesial? La Iglesia debe ayudar y apoyar a las parejas y a las familias, para que puedan tomar conciencia de su misión de educadores en la fe y cumplirla plenamente.

5. Me habéis informado acerca de las dificultades que encontráis en la pastoral de los adolescentes y los jóvenes. Destacáis, sin embargo, que algunos adultos se dedican a acompañarlos con celo, aprovechando todas sus cualidades de animadores pastorales y su sentido eclesial. Los exhorto a no desanimarse si no ven inmediatamente los frutos de su esfuerzo. No olviden nunca que son instrumentos de los que el Espíritu Santo se sirve de modo misterioso. En la sociedad actual, que no les propone un sentido para su existencia, los jóvenes tienen interrogantes y sufrimientos que desembocan en comportamientos personales y sociales que pueden desconcertar a quienes están a su lado, en especial los fenómenos de violencia y droga, así como las actitudes suicidas. «La juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del propio "yo" y del propio "proyecto de vida"; es el tiempo de un crecimiento que ha de realizarse i"en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres" (
Lc 2,52)» (Christifideles laici CL 46). La educación requiere una paciencia infinita y una cercanía amorosa. Esto ayuda a los jóvenes a amar y a descubrir que son amados por los adultos y, a través de éstos, por Dios, que confía en ellos. Os invito a desarrollar y reafirmar la pastoral de la juventud, sobre todo enviándoles en misión a personas jóvenes y particularmente formadas en la esfera espiritual, pero también humana y psicológica: sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos.

Los jóvenes tienen necesidad de educadores y guías espirituales competentes, sabios y delicados en su modo de orientarlos, que se esfuercen por facilitar la maduración progresiva de las personas, sembrar la palabra de Dios en su corazón y estar al servicio de su «encuentro con Cristo vivo», que «es un camino de conversión, comunión y solidaridad» (cf. Ecclesia in America y 27). En este campo, es importante que los sacerdotes propongan también a la juventud una vida sacramental sólida, en particular el sacramento del perdón. En el encuentro personal con el ministro de Cristo y por la confesión personal de sus pecados, el joven tomará conciencia del amor del Señor y de la respuesta que debe darle, y descargará su peso sobre él; aprenderá a vivir en la verdad, será guiado en su camino y encontrará los medios para luchar contra el pecado.

6. Además, quisiera recomendar encarecidamente a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los laicos competentes en este campo, que propongan a los jóvenes la experiencia de la dirección espiritual, a fin de que relean las diferentes etapas de su existencia bajo la mirada de Dios, para discernir en ellas su presencia y hacer su voluntad, fuente de libertad profunda. El acompañamiento por parte de un adulto en quien el joven tenga confianza le ayudará a superar los momentos interiores más difíciles, a analizar su conducta, a tener una escala de valores en sus decisiones, y a entrar en relación cada vez más íntima con Cristo. Asimismo, con esta actitud de cercanía, los adultos son los interlocutores y los testigos que necesitan los jóvenes para afrontar serenamente su futuro de hombres y de cristianos. Así los jóvenes podrán escuchar con confianza la invitación de Cristo a bogar mar adentro (cf. Lc Lc 5,4), se atreverán a manifestar su identidad cristiana y serán misioneros en medio de sus compañeros en una sociedad en la que, como afirmáis, se tiende a reducir la fe al ámbito privado y, en consecuencia, la Iglesia encuentra dificultades para hacerse reconocer.

Para que los jóvenes puedan crecer en la fe, es conveniente asimismo asegurarles un lugar y compartir con ellos las responsabilidades, no sólo en los grupos de sus coetáneos, sino también en el seno de las comunidades locales, a fin de que se sientan parte integrante de toda la Iglesia, que ora, se reúne para la celebración dominical, se fortalece mediante la vida sacramental y vive la caridad. De esta manera, los jóvenes tomarán conciencia de que la sociedad y la Iglesia los necesitan, y que están llamados a servir a sus hermanos, para construir la civilización del amor.

En vuestras diócesis se organizan regularmente grandes reuniones o grupos más reducidos para ayudar a los jóvenes a reflexionar sobre la vida afectiva y la vocación al matrimonio, explicándoles el sentido y el valor de la sexualidad humana. Felicito a todos los adultos que están comprometidos en esta actividad educativa, y los invito a proseguir su misión, para presentar a los jóvenes la enseñanza de la Iglesia, que contribuirá en gran medida a su formación humana y espiritual. En un mundo en el que la célula familiar es frágil y numerosas actitudes hieren profundamente a los jóvenes, principalmente a quienes sufren porque sus padres se separan y forman nuevas familias, la Iglesia tiene el deber de educarlos en una vida afectiva basada en sólidos valores humanos y morales, para que en el futuro puedan comprometerse en la vida matrimonial, conscientes de sus responsabilidades y de la misión que esto representa para el cónyuge y los hijos.

7. Durante la infancia y la adolescencia, las comunidades cristianas y los educadores deben esforzarse por desarrollar una catequesis orgánica, para que los jóvenes puedan conocer las grandes líneas del misterio cristiano. Con este espíritu, es importante dar continuidad a los sacramentos de la iniciación cristiana, para que los niños puedan vivir una vida espiritual y eclesial profunda que les ayude durante toda su existencia. Invito a todos los fieles a movilizarse incesantemente para transmitir la fe y los valores cristianos a los niños. Su formación no puede consistir únicamente en un aprendizaje de materias científicas y técnicas. Debe integrar las dimensiones antropológica, moral y espiritual, para formar la personalidad de los jóvenes. Exhorto a todos los que tienen una función educativa en centros de enseñanza confesional a que eviten que la especificidad y la identidad católicas, que son una riqueza, se pierdan o se oculten.

8. Entre las dimensiones principales del ministerio del obispo figura la pastoral de las vocaciones sacerdotales, que conviene organizar y desarrollar continuamente, gracias a sacerdotes y laicos sólidos y dinámicos, procurando confiar a algunos sacerdotes jóvenes un papel activo en este campo, pues éstos pueden ser modelos y ejemplos, ya que están más cerca de las generaciones que los siguen por su edad y su mentalidad. Deben mostrar que el ministerio presbiteral es fuente de alegría y equilibrio. La pastoral de las vocaciones requiere, además, el compromiso de todos los protagonistas de las Iglesias particulares. Se trata de sembrar la palabra de Dios en el corazón de los muchachos, despertar en ellos el deseo de seguir a Cristo y transmitirles ampliamente la llamada del Señor, proponiendo «de modo explícito y firme la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que muestren tener los dones y las cualidades necesarias para ello» (Pastores dabo vobis PDV 39). También es conveniente ayudarles a descubrir el compromiso radical que esto supone, mediante la entrega de sí a Cristo, en el celibato, para el servicio a los hermanos.

Las posibles confusiones, que atenuarían el vínculo entre el sacerdocio y el celibato, sólo pueden dañar la sana búsqueda de los jóvenes y su futuro compromiso sacerdotal. Me alegra que en algunas diócesis existan seminarios menores, donde los jóvenes, prosiguiendo los estudios clásicos, pueden plantearse realmente la cuestión de una vocación sacerdotal. Se trata de semilleros de vocaciones, que no hay que descuidar en absoluto. Invito, por tanto, a todos los sacerdotes a prestar atención a los jóvenes, a ser promotores de vocaciones y a poponerles sin temor el camino del sacerdocio.

9. Jesús llama igualmente a algunos muchachos y muchachas a seguirlo de una manera más exclusiva, y a consagrarse completamente a él en la vida religiosa, para dar al mundo un «testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas» (Vita consecrata VC 85). Esta llamada de Cristo a la vida consagrada es un testimonio elocuente para el mundo actual, pues recuerda que la verdadera felicidad viene de Cristo y que la libertad de la persona humana no puede separarse ni de la verdad ni de Dios (cf. ib., 87-91). Exhorto a los religiosos y a las religiosas a mostrar a los jóvenes que una vida entregada totalmente mediante un amor radical a Cristo y a su Iglesia da la felicidad.

96 10. Os animo a seguir apoyando las fuerzas vivas de la Iglesia en Quebec para que todos, en las familias, en las parroquias, en las instituciones escolares y en los movimientos, colaboren en la misión de caminar con los jóvenes, acompañándolos en su crecimiento y proponiéndoles la fe a través de sus búsquedas, a fin de que descubran, con alegría, la bondad del Padre, vivan de la buena nueva de Jesucristo y se dejen guiar por la fuerza del Espíritu Santo. Así, podrán abrirse a la llamada que el Señor les dirige a participar, de modo fraterno y solidario, en la obra de la Creación y en la obra de la Redención y, por tanto, a descubrir que su vida tiene sentido, que vale la pena comprometerse en el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio, trabajar por el bien común en el mundo, y participar de todo corazón en la comunión de la Iglesia y en su misión.

11. Al término de nuestro encuentro, os aliento a proseguir vuestra misión episcopal, invitándoos a continuar vuestra colaboración fraterna y a sosteneros en vuestro ministerio; así, vuestras Iglesias diocesanas estarán más unidas y se ayudarán mutuamente, para afrontar los desafíos que se os plantean como comunidades centradas en Jesucristo y en diálogo con el mundo.

Llevad el saludo del Sucesor de Pedro a todos vuestros colaboradores y al pueblo de Dios confiado a vuestro cuidado pastoral y, de manera particular, transmitid a los jóvenes mi afecto. Invocando la intercesión maternal de la Virgen María, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a todos vuestros diocesanos.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA ASOCIACIÓN DE GUÍAS


Y SCOUTS CATÓLICOS DE ITALIA






A monseñor Diego COLETTI
Asistente eclesiástico general de la AGESCI

1. Con ocasión de la reunión del consejo general de la AGESCI, que tendrá lugar en Bracciano para celebrar el XXV aniversario de la fundación de la asociación, me uno espiritualmente a todos los participantes en el encuentro, enviando un cordial mensaje a la benemérita familia de la Asociación de guías y scouts católicos de Italia, inspirado por sentimientos de estima y afecto.

Recordar veinticinco años de historia constituye un motivo de acción de gracias a Dios por el camino recorrido y una ocasión propicia para un balance de la experiencia acumulada. Me complace repetir aquí lo que escribí con ocasión de la «Ruta nacional» del 2 de agosto de 1997, es decir, que cada miembro de la AGESCI debe mirar adelante y, «como un centinela, escrutar el horizonte para discernir a tiempo las fronteras siempre nuevas hacia las que el Espíritu del Señor os llama» (Mensaje al asistente eclesiástico general de la AGESCI, 2 de agosto de 1997, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de agosto de 1997, p. 4).

2. Me dirijo a vosotros, queridos jefes y responsables, guías y scouts, para recordaros que la primera meta hacia la que hay que encaminarse es la nueva evangelización. Con vuestro estilo inconfundible y vuestro método educativo específico, anunciad por los caminos del mundo la verdad del Evangelio, mediante vuestra adhesión fiel a Cristo y a su eterno mensaje de salvación. Para este fin, es preciso saber conjugar la amistad con él y la fidelidad a su palabra con el esfuerzo por comprender las situaciones reales en que se encuentra la juventud de hoy.

De este modo, vuestra familia asociativa encuentra otra meta que es necesario alcanzar: se trata del así llamado «desafío educativo», expresión familiar para vosotros. También desde este punto de vista, el método scout muestra su peculiar genialidad y su actualidad, porque hoy está aumentando progresivamente la complejidad de los procesos educativos y de los itinerarios de formación en la fe y en la vida. Requieren por parte de los educadores una preparación cada vez más cualificada y adecuada. En particular, es indispensable saber escuchar y hacer participar a la persona que está creciendo, invitándola a aceptar una propuesta clara y fuerte, capaz de interpelar su libertad y su conciencia crítica.

Amadísimos jefes educadores y asistentes eclesiásticos, no tengáis miedo de proponer a los jóvenes grandes ideales, puesto que el escultismo es gimnasio para el entrenamiento en las virtudes difíciles. Ante los ojos de los muchachos y muchachas con que tengáis contacto, poned la figura de Cristo: su heroísmo y su santidad. Y vosotros, en calidad de jefes y responsables, jamás dejéis de ser ejemplo, apoyo y valioso estímulo.

Otro objetivo por lograr es un mundo más humano, justo y sereno, en cuya construcción hay que trabajar juntamente con todas las fuerzas sanas de la sociedad. Este desafío sólo pueden afrontarlo adecuadamente hombres y mujeres conscientes y libres, iluminados por el Evangelio y formados en la participación activa y la colaboración responsable en el campo civil. En este ámbito, se presenta hoy con dramática actualidad la necesidad de educar a la juventud para la paz. Al respecto, sé que los guías y los scouts católicos italianos trabajan con gran sensibilidad y realizan una acción asidua e influyente en favor de la «cultura de la paz» y de la «civilización del amor».

97 3. Éstas son las tres metas que hay que conseguir: la evangelización, el desafío educativo y la construcción de un mundo de paz. En vuestro Pacto asociativo destacan algunas indicaciones valiosas para alcanzarlas. Expreso mis mejores deseos de que, cada vez con mayor eficacia y coherencia, la AGESCI camine hacia el futuro, prosiguiendo a lo largo del sendero delineado por vuestro Pacto.Si os esforzáis por perseverar en estas tres perspectivas, no sólo estaréis en sintonía con los ideales que han animado la AGESCI durante sus veinticinco años de vida, sino que también podréis brindar una colaboración más eficaz a las diócesis y a las parroquias en las diversas obras de promoción espiritual y social, sobre todo en el campo que os es propio, a saber, el de la educación.

La celebración del XXV aniversario de vuestra fundación coincide con el fin del segundo milenio de la era cristiana, en vísperas del gran jubileo del año 2000. También esto constituye un aliciente y una invitación a la esperanza. La conversión del corazón y el renovado impulso de testimonio cristiano, que todo creyente debe esperar de las celebraciones jubilares, han de ser para cada uno de vosotros un estímulo a prepararos bien para esta importante cita del Espíritu.

La Virgen del Camino os guíe y acompañe en vuestro itinerario diario. Os proteja san Jorge, patrono de vuestra asociación. Y os conforte la bendición apostólica, que os imparto de corazón, extendiéndola gustosamente a todos los miembros de la asociación y a sus respectivas familias.

Vaticano, 23 de abril de 1999










EN LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DEDICADA A PABLO VI

Viernes 23 de abril de 1999



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

1.Con gran alegría os doy hoy la bienvenida a todos vosotros, que habéis participado en la inauguración de la exposición «Pablo VI, una luz para el arte», que comenzó en el museo de la catedral de Milán y que prosigue ahora en este Brazo de Carlomagno, de los Museos vaticanos. Agradezco, en particular, al señor cardenal Edmund Casimir Szoka, las cordiales palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos los presentes.

La hermosa iniciativa, que empieza hoy gracias al generoso esfuerzo de numerosas personas, permitirá admirar durante algunas semanas diversas obras de arte, que recuerdan a mi venerado predecesor el siervo de Dios Papa Pablo VI, al cumplirse poco más de cien años de su nacimiento y en el 25° aniversario de la fundación de la Colección de arte religioso moderno impulsada por él. Estos dos acontecimientos fueron conmemorados recientemente con la exposición «El Papa Pablo VI y la colección de arte religioso del siglo XX», que se inauguró en Wurzburgo en enero de 1998, prosiguió en Paderborn y concluyó en Ratisbona en el mes de julio sucesivo.

Esta exposición quiere poner de relieve el gran amor que el inolvidable Pontífice cultivó por el arte y la importancia que el arte mismo tuvo en su ministerio petrino. Basta pensar en la ya mencionada colección de arte religioso moderno, inaugurada el 23 de junio de 1973. La ardua tarea de exponer más de setecientas obras, donadas por artistas y coleccionistas, en pocas salas de los Palacios vaticanos, se resolvió entonces recuperando algunos locales que antes estaban destinados a depósitos y aposentos. Las 55 salas utilizadas con este fin fueron ordenadas con un itinerario incluido en el núcleo de las antiguas residencias de los Papas, de Nicolás III a Sixto V. Este itinerario va desde las estancias de Rafael en el apartamento Borja, residencia de Alejandro VI, decorada con frescos realizados por Pinturicchio y su escuela entre 1492 y 1495, hasta la capilla Sixtina, de modo que a la fascinación del arte se une también una historia sugestiva.

98 2. Conviene recordar aquí que la apertura de esa interesante colección selló una iniciativa que empezó el 7 de mayo de 1964, cuando Pablo VI quiso encontrarse con un grupo de artistas. En esa ocasión, consideró atentamente y recapituló los motivos y las causas, como solía decir, de una «amistad turbada» entre la Iglesia y los artistas. Al respecto, sus palabras fueron muy explícitas: «Tenemos que dejar a vuestras voces el canto libre y potente de que sois capaces» (Discurso a los artistas, 7 de mayo de 1964: AAS, 56 [1964] 441).

Muchos artistas, coleccionistas e instituciones privadas y públicas aceptaron su invitación a un entendimiento mayor entre la Iglesia y el arte. Se constituyeron comités en diversas naciones, coordinados sabiamente por monseñor Pasquale Macchi, que entonces era su secretario particular.

3. Doy gracias al Señor, que hoy me brinda la oportunidad de unir mi voz al testimonio de respeto, estima y confianza de mi venerado predecesor hacia los artistas de todo el mundo. En efecto, a ellos he querido dedicarles una Carta específica, que se publica hoy. Con ella «quiero situarme en el camino del fecundo diálogo de la Iglesia con los artistas, que en dos mil años de historia no se ha interrumpido nunca y que se presenta también rico de perspectivas de futuro en el umbral del tercer milenio» (Carta a los artistas, 1). Este diálogo no responde solamente a circunstancias históricas o a razones funcionales, pues encuentra su raíz en la esencia misma de la experiencia religiosa y de la creación artística.

A todos los que «con apasionada entrega buscan nuevas iuepifaníasla de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística» (ib.), quisiera renovarles la invitación del concilio ecuménico Vaticano II: «¡No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo!» (Mensaje a los artistas). El tiempo litúrgico que estamos viviendo hace más actual aún esa invitación. En efecto, la cercanía de Pentecostés nos impulsa a abrir el corazón a la acción vivificadora del Espíritu creador.

Aunque el genio del artista puede plasmar obras eminentes incluso sin la fe, de hecho, si al talento natural se añade la comunión íntima y estrecha con Dios, el mensaje que brota de él es más rico y profundo. Así sucedió con el admirable florecimiento de las catedrales de la Edad Media; con las obras de Giotto, del beato Angélico y de Miguel Ángel; con la poesía de Dante y la prosa de Manzoni; con las composiciones musicales de Pierluigi de Palestrina y de Juan Sebastián Bach, por citar sólo algunos artistas.

4. El espíritu humano, al acercarse a las obras de arte, de cualquier época, se siente impulsado a abrirse a la fascinación misteriosa de lo trascendente, puesto que en toda auténtica expresión artística se halla presente una chispa misteriosa y sorprendente de lo divino.

Ilustres señores y queridos amigos, todo hombre tiene sed de infinito, y el arte es uno de los caminos que orientan hacia él. Deseo vivamente que «vuestros múltiples caminos conduzcan a todos hacia aquel océano infinito de belleza, en el que el asombro se convierte en admiración, en embriaguez y en gozo inefable» (Carta a los artistas, 16).

Ojalá que esta exposición cumpla sus dos finalidades: ayudar a comprender mejor el valor del arte en el marco de la nueva evangelización y poner de relieve el papel significativo que desempeñó el Papa Pablo VI en la promoción del compromiso artístico, como valiosa contribución a la difusión del Evangelio.

Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a vosotros y a cuantos han colaborado en la realización de esta exposición tan interesante.








AL INICIO DEL «MARATÓN DE PRIMAVERA


Sábado 24 de abril de 1999


Os dirijo mi cordial saludo a todos los que participáis en este tradicional «Maratón de primavera», organizado por la Asociación de escuelas católicas de Roma. Saludo afectuosamente al señor alcalde de Roma y a las autoridades presentes. Felicito a los organizadores y a cuantos han promovido, también este año, la fiesta de la escuela católica, como jornada dedicada a la alegría y a la fraternidad.

99 Sobre todo os saludo a vosotros, amadísimos muchachos y muchachas, que sois los verdaderos protagonistas del «Maratón de primavera». El término «primavera» indica el despertar de la naturaleza y el deseo de vivir; y la palabra «maratón» evoca el dinamismo del cambio y del crecimiento. Son las características propias de la juventud. Ojalá que vuestra simpática manifestación, llevando por las calles de la ciudad un mensaje de confianza y fraternidad, contribuya a la realización de un mundo donde desaparezca la violencia y reinen la solidaridad y la paz.

Vuestra iniciativa también me trae a la memoria los numerosos problemas que afectan a la escuela católica. Sigo con constante atención su labor educativa, y deseo que los responsables escuchen con interés y acojan favorablemente sus justas expectativas, para el bien de toda la comunidad civil y eclesial. ¡Feliz maratón! Os bendigo a todos.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SECRETARIO GENERAL


DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS




A su excelencia Señor Kofi ANNAN
Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas

Me han informado de que usted se prepara a viajar a Europa para analizar con los responsables políticos el mejor modo de poner fin a la violencia que afecta tan dramáticamente a las poblaciones de la República federal de Yugoslavia.

En esta ocasión, quiero manifestarle mi solidaridad en la oración y formularle mis mejores deseos de pleno éxito en su misión. La Santa Sede aprecia mucho el hecho de que la Organización de las Naciones Unidas recupere su función en la gestión de una crisis que interpela a toda la comunidad internacional. En efecto, es urgente que la voz del derecho y de las instituciones se escuche y no quede ahogada por el fragor de las armas.

Como usted sabe, desde el inicio de la crisis en Kosovo he querido expresar, sin lugar a dudas, mi convicción de que sólo las negociaciones leales, pacientes y realistas eran capaces de dar una respuesta adecuada a las legítimas aspiraciones de los pueblos implicados, y he apoyado todos los esfuerzos realizados en este sentido.

Frente a las deportaciones de poblaciones atemorizadas, a las numerosas vejaciones y a los bombardeos de este último mes, no puedo por menos de exhortar hoy a todos los que, como usted y con usted, tratan de reanudar el camino del diálogo para llegar a la elaboración de un plan de paz y así poner término a un drama humano que interpela la conciencia de todos. Expreso mi vivo aprecio también a todas las organizaciones y a todos los voluntarios entregados generosamente a reconfortar a muchos hermanos y hermanas nuestros en la humanidad. La Iglesia católica también está presente sobre el terreno y se esfuerza por socorrer a todos aquellos a quienes puede llegar. Esta acción humanitaria es insustituible, debe continuar, intensificarse y diversificarse.

Como todos los creyentes, estoy convencido de que la cadena del odio y la violencia sólo podrá romperse con la fuerza de la fraternidad, del derecho y de la justicia.

Señor secretario general, muchas personas esperan y confían en usted. Por eso, lo encomiendo a Dios, en la oración, para que le conceda con abundancia valentía y clarividencia.

Vaticano, 27 de abril de 1999










A LOS OBISPOS DE ETIOPÍA Y ERITREA,


REUNIDOS EN ROMA


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Miércoles 27 de abril de 1999



Queridos hermanos en el episcopado:

Lleno de confianza en el Señor, saludo cordialmente al cardenal Paulos Tzadua, arzobispo emérito de Addis Abeba, y a los pastores de la Iglesia que está en Etiopía y Eritrea. El estallido de las hostilidades entre vuestros respectivos países no os permite reuniros allá; por eso habéis venido a Roma para realizar vuestra asamblea como Conferencia episcopal. Sobre la base de las reflexiones y las propuestas de vuestra visita ad limina de septiembre de 1997, procuráis consolidar ahora vuestra colaboración acerca de muchas cuestiones comunes para el bien de vuestras Iglesias particulares.

La creación del Estado independiente de Eritrea y el consiguiente período de paz y amistad entre vuestros países fueron signos de esperanza, después de décadas de revueltas armadas. Esta transición de la agresión militar a la armonía fraterna animó a otras naciones de África, y la Iglesia misma compartió la satisfacción de vuestros pueblos y gobiernos por las nuevas perspectivas de mutua comprensión y progreso que se presentaban. Por eso, el estallido de las hostilidades, durante la primavera pasada, no podía haber causado mayor dolor, como he dicho en muchas ocasiones, exhortando a volver a las negociaciones y a la concordia. Como obispos y pastores de la Iglesia católica en Etiopía y Eritrea, estáis preparando ahora un mensaje de paz que vais a dirigir a vuestro clero, a los religiosos y a los laicos, así como a todos los etíopes y eritreos de buena voluntad. La Iglesia entera está con vosotros y apoya todos los gestos de paz y todos los esfuerzos encaminados a restablecer la unidad y la fraternidad.

La guerra trae como consecuencias únicamente tragedia y desesperación, ocasionando víctimas inocentes y destruyendo vidas y hogares, familias y pueblos. Repito con urgencia lo que he dicho muchas veces en el pasado: hay que promover cualquier alternativa a la guerra. Dios ha bendecido a sus hijos con una inteligencia y una creatividad que pueden resolver tensiones y conflictos, y que pueden construir una sociedad cuya piedra angular sea el respeto a la dignidad inalienable de toda persona humana.

Sé que los fieles católicos de rito oriental y latino de Etiopía y Eritrea comparten esta convicción, y estoy seguro de que los miembros de las demás Iglesias y comunidades eclesiales en vuestros países piensan de la misma manera.

De igual modo, vuestros hermanos y hermanas musulmanes, así como los seguidores de las religiones tradicionales africanas, están afrontando los mismos sufrimientos y adversidades del momento actual, y también ellos anhelan la paz y la seguridad. Queridos hermanos en el episcopado, tenéis el deber de construir sobre estos sentimientos comunes e impulsar toda iniciativa con vistas a restablecer la armonía y la amistad que han caracterizado en el pasado las relaciones entre vuestros países. La Iglesia católica en todo el mundo os sostiene en esta tarea y no escatima esfuerzos en la promoción de la solidaridad y la coexistencia pacífica entre los pueblos.

Mientras se acerca cada vez más el gran jubileo del bimilenario del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, reafirmamos nuestra fe en que «Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas por su Espíritu, para que pueda responder a su máxima vocación» (Gaudium et spes GS 10). Por tanto, os invito a abrir vuestro corazón a las inspiraciones del Espíritu Santo y a guiar con valentía al pueblo que Dios ha encomendado a vuestro cuidado pastoral. Inculcadles la santidad de vida y el conocimiento del Evangelio, lo único que puede convertirlos en testigos de la verdad, la justicia, la buena voluntad y la fraternidad universal, que son los elementos fundamentales de la paz.

Ruego por vuestros países y vuestros líderes, para que el corazón de todos vuelva al camino del diálogo y la paz. Renuevo mi exhortación a la comunidad internacional a que preste ayuda de un modo que respete plenamente la independencia de vuestros países y la dignidad de vuestros pueblos. Una manera concreta de alcanzar este objetivo es la aplicación inmediata del Plan de paz propuesto por la Organización de la Unidad Africana y ya aceptado por ambos gobiernos.

Encomiendo a la Iglesia que está en Etiopía y Eritrea a la intercesión de María, Madre del Redentor, que hace dos mil años trajo al mundo la Palabra encarnada, la luz de las naciones. Ella os obtenga a vosotros, pastores, a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras Iglesias particulares, el consuelo de la gracia y la fuerza de la fe, la esperanza y el amor, que os sostendrán a todos en las dificultades actuales. «Jesucristo, único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre» (cf. Hb He 13,8), sea en todo tiempo vuestra esperanza y vuestro aliento.

Como prenda de mi solicitud por vosotros, y con la seguridad de mi solidaridad en la oración, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.










DURANTE LA VISITA A LA UNIVERSIDAD ROMANA «TOR VERGATA»


EN EL XV ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN



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