Discursos 1999 115

115 2. Le expreso de manera especial mi agradecimiento a usted, Beatitud Teoctist, patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, por las fraternales expresiones que ha querido dirigirme, así como por la invitación que tuvo la amabilidad de hacerme para visitar la Iglesia ortodoxa rumana, mayoritaria en el país. Es la primera vez que la divina Providencia me brinda la posibilidad de realizar un viaje apostólico a una nación de mayoría ortodoxa, y esto, ciertamente, no hubiera sido posible sin la disponible y fraterna condescendencia del Santo Sínodo de la veneranda Iglesia ortodoxa rumana y sin su consentimiento, señor patriarca, con quien tendré mañana y el domingo especiales y esperados encuentros.

En este histórico momento no puedo por menos de recordar la visita que usted me hizo hace diez años en el Vaticano, manifestando su firme voluntad de estrechar libremente las amistosas relaciones eclesiales que se presentaban beneficiosas para el pueblo de Dios. Espero que esta visita mía contribuya a cicatrizar las heridas producidas a las relaciones entre nuestras Iglesias durante los pasados cincuenta años y a abrir una era de confiada y recíproca colaboración.

3. Por último, lo saludo muy cordialmente a usted, monseñor Lucian Muresan, venerado arzobispo de Fagaras y Alba Julia y presidente de la Conferencia episcopal de Rumanía, así como a todos vosotros, hermanos en el episcopado de rito bizantino-rumano y de rito latino, y en particular al arzobispo de Bucarest, mons. Ioan Robu. Os renuevo toda mi gratitud por la amable insistencia con que me habéis invitado a realizar esta visita. Me siento realmente feliz de que este sueño se haya cumplido hoy y, junto con vosotros, doy gracias al Señor por ello.

Por fin, estoy aquí, entre vosotros, como peregrino de fe y esperanza. A todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas católicos de las diversas comunidades y diócesis, sacerdotes, consagrados y laicos, os abrazo con afecto y emoción, a la vez que os saludo con las palabras del apóstol san Pablo: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo» (
1Co 1,3).

Mi visita quiere fortalecer los vínculos entre Rumanía y la Santa Sede, que tanta importancia han tenido en la historia del cristianismo en la región. Como es sabido, según la tradición, la fe fue traída a estas tierras por el hermano de Pedro, el apóstol Andrés, el cual selló su incansable labor misionera con el martirio en Patrasso. Otros eminentes testigos del Evangelio, como Sabas el Godo, Niceto de Remesiana, procedente de Aquileya, y Lorenzo de Novae, prosiguieron su obra y, durante las persecuciones de los primeros siglos, innumerables cristianos sufrieron el martirio: son los mártires daciorromanos, como Zótico, Atalo, Kamasis y Filipos, cuyo sacrificio contribuyó a que la fe cristiana echara profundas raíces en vuestra tierra.

La semilla del Evangelio, que cayó en terreno fértil, ha producido, a lo largo de estos dos milenios, numerosos frutos de santidad y martirio. Pienso en san Juan Casiano y en Dionisio el Exiguo, que contribuyeron a la transmisión de los tesoros espirituales, teológicos y canónicos del Oriente griego al Occidente latino; en el santo rey Esteban, «un verdadero atleta de la fe cristiana», como lo definió el Papa Sixto IV; y en tantos otros servidores fieles del Evangelio, entre ellos el príncipe y mártir Constantino Brancovan y, más recientemente, los numerosos mártires y confesores de la fe del siglo XX.

4. Amadísimos hermanos y hermanas de Rumanía, en este siglo que se está acercando a su fin, vuestra patria ha experimentado los horrores de duros sistemas totalitarios, compartiendo el doloroso destino de otros muchos países de Europa. El régimen comunista suprimió la Iglesia de rito bizantino-rumano unida a Roma y persiguió a obispos y sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, muchos de los cuales pagaron con su sangre la fidelidad a Cristo. Algunos sobrevivieron a las torturas y se hallan aún entre nosotros. Mi pensamiento emocionado va al benemérito y amadísimo cardenal Alexandru Todea, arzobispo emérito de Fagaras y Alba Julia, que pasó 16 años en la cárcel y 27 en domicilio forzado. Rindiéndole homenaje a él, que en la enfermedad, aceptada con paciencia cristiana de la mano de Dios, prosigue su fiel servicio a la Iglesia, quisiera expresar el debido reconocimiento también a los que, perteneciendo a la Iglesia ortodoxa rumana y a otras Iglesias y comunidades religiosas, sufrieron análoga persecución y graves limitaciones. A estos hermanos nuestros en la fe la muerte los ha unido en el heroico testimonio del martirio: nos dejan una lección inolvidable de amor a Cristo y a su Iglesia.

5. Gracias a Dios, después del duro invierno de la dominación comunista, ha comenzado la primavera de la esperanza. Con los históricos acontecimientos del año 1989, también Rumanía puso en marcha un proceso de vuelta al Estado de derecho, con el respeto de las libertades, entre ellas la religiosa. Ciertamente, se trata de un proceso lleno de obstáculos, que es preciso continuar, día tras día, respetando la legalidad y consolidando las instituciones democráticas. Expreso mi deseo de que, en este esfuerzo de renovación social, vuestra nación cuente con el apoyo político y económico de la Unión europea, a la que Rumanía pertenece por su historia y su cultura.

Para cicatrizar las heridas de un pasado reciente triste y doloroso, hace falta paciencia y prudencia, espíritu de iniciativa y honradez. Esta tarea, ardua pero exaltante, corresponde a todos. Se trata de un desafío ante todo para vosotros, queridos jóvenes, que sois el porvenir de este pueblo generoso. No temáis asumir con valentía vuestras responsabilidades; mirad al futuro con confianza. Por su parte, la Iglesia católica está dispuesta a dar su contribución, esforzándose con todos los medios posibles por contribuir a la formación de ciudadanos atentos a las verdaderas exigencias del bien común.

Rumanía, país puente entre Oriente y Occidente, encrucijada entre Europa central y oriental; Rumanía, a la que la tradición ha atribuido el hermoso título de «Jardín de María», vengo a ti en nombre de Jesucristo, Hijo de Dios y de la Virgen santísima. En el umbral de un nuevo milenio, sigue cimentando tu futuro en la sólida roca de su Evangelio. Con la ayuda de Cristo, serás protagonista de una nueva era de entusiasmo y valentía. Serás nación próspera, tierra fecunda en bien, pueblo solidario y artífice de paz.

¡Que Dios te proteja y te bendiga siempre!







VIAJE PASTORAL A RUMANÍA


DURANTE LA VISITA A LA CATEDRAL PATRIARCAL


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Viernes 7 de mayo de 1999


1. «El Dios de la paz esté con todos vosotros» (Rm 15,33).

Amadísimos hermanos y hermanas, deseo saludaros con las palabras del apóstol san Pablo a los Romanos, para manifestaros mi afecto y el gozo profundo que siento al encontrarme por primera vez entre vosotros, aquí en Rumanía, junto con Su Beatitud el patriarca Teoctist. Os agradezco vuestra alegre y cordial acogida, que brota de la fe en Jesucristo, nuestro Señor, el cual está siempre presente donde dos o tres se hallan reunidos en su nombre (cf. Mt Mt 18,20).

2.€Cristo acompaña desde siempre las vicisitudes de la nación rumana. En efecto, ¡cómo no recordar que la evangelización y la formación de las primeras comunidades cristianas coincidieron con la formación de vuestro antiguo y noble pueblo! ¡Cómo no destacar con gratitud que el Evangelio, ya desde el inicio, ha impregnado profundamente su vida y sus costumbres, convirtiéndose en fuente de civilización y principio de síntesis entre las diversas almas de su cultura! Gracias a la fe cristiana, este país, vinculado al recuerdo de Trajano y a la romanidad, que evoca incluso en su nombre al Imperio romano, pero que lleva en sí la huella de la civilización bizantina, a lo largo de los siglos ha llegado a ser puente entre el mundo latino y la ortodoxia, así como entre la civilización helénica y los pueblos eslavos.

La historia de vuestra fe está significativamente representada en las pinturas de las fachadas de muchas de vuestras iglesias que, a pesar de las tempestades, siguen anunciando el amor de Dios a los hombres. También los rumanos, en las trágicas vicisitudes históricas, tanto en las del pasado como en las más recientes, han conservado con valentía el don de la fe cristiana, resistiendo a persecuciones violentas y a propuestas insidiosas de una vida sin Dios.

A la vez que doy gracias al Señor por tan luminosos testimonios, que han florecido en tierra rumana, formulo votos para que la fe en Cristo arraigue cada vez más en vuestro corazón y resplandezca en vuestra vida, a fin de que se transmita íntegra a las generaciones futuras.

3. Queridos rumanos, que el Señor acompañe a vuestro pueblo en su camino hacia el tercer milenio cristiano. Que él suscite en vuestro corazón proyectos y esperanzas de bien y os conceda la fuerza para construir la civilización del amor, fundada en la justicia, en la solidaridad y en el compromiso por el bien común, y para instaurar una convivencia realmente fraterna.

En particular, deseo que un mayor entendimiento entre los que se honran de llevar el nombre cristiano -ortodoxos, católicos de los diversos ritos y protestantes de diversas denominaciones- sea levadura de unidad y concordia dentro de vuestra patria y en todo el continente europeo. Que la paz de Cristo esté siempre con vosotros. Amén.







VIAJE PASTORAL A RUMANÍA


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE RUMANÍA


Viernes 7 de mayo de 1999



Amadísimos hermanos en el episcopado de Rumanía:

Te Deum laudamus. Te Dominum confitemur.
117 Te aeternum Patrem omnis terra veneratur.

1. Con las palabras de este antiguo himno, tal vez de san Ambrosio, pero atribuido también a san Niceto, apóstol de esta tierra cuando aún era la Dacia romana, me complace comenzar este encuentro con vosotros, al inicio de mi visita pastoral a Rumanía. Vengo para dar gracias, junto con vosotros, al Padre de la misericordia y al Dios de toda consolación (cf.
2Co 1,3), que, después de muchos años de sufrimiento, ha permitido a esta noble nación cantar con libertad las alabanzas de Dios. Le pido que fecunde esta visita con frutos para la Iglesia católica en vuestro país, para todas las Iglesias y comunidades cristianas, y para todo el pueblo rumano.

Os agradezco vuestra cordial acogida. También doy las gracias a monseñor Lucian Muresan, presidente de vuestra Conferencia, por las palabras que me acaba de dirigir, en las que ha subrayado vuestra profunda comunión con el Sucesor de Pedro. Dirijo un saludo especial al señor cardenal Alexandru Todea, arzobispo emérito de Fagaras y Alba Julia, con el que espero encontrarme. Deseo expresarle mi aprecio por su gran testimonio de fidelidad cristiana y de inquebrantable unidad a la sede de Pedro en los tiempos de persecución.

A través de vosotros deseo saludar a los presbíteros, así como a todos los religiosos, las religiosas y los diáconos, cuyo entusiasmo y entrega a la causa del reino de Dios me son bien conocidos.

2. En este último año de preparación al gran jubileo, la Iglesia entera contempla la figura de Dios Padre. Es una ocasión magnífica para ayudar a todos a redescubrir el rostro paterno de Dios, tal como Jesús nos lo manifestó. Dirigiéndose a Dios con el nombre familiar «Abbá» (cf. Mc Mc 14,36), reveló la íntima y consustancial relación que lo une al Padre celestial en la insondable profundidad del misterio trinitario. Al mismo tiempo, sacrificándose por nosotros y dándonos su Espíritu, nos hizo participar en su experiencia filial, permitiéndonos invocar también nosotros a Dios con el dulce nombre de Padre (cf. Rm Rm 8,15 Ga 4,6). Éste es el anuncio de gracia que estáis llamados a transmitir como apóstoles de Cristo. «Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único» (Jn 3,16): que esta gozosa noticia vibre en vuestras palabras y brille en vuestro rostro. Testimoniadla también con vuestras obras. Ojalá que se pueda decir de cada uno de vosotros lo que se dijo de san Niceto, cuando estaba a punto de volver a Dacia como heraldo del Evangelio: «O nimis terra et populi beati, quos modo a nobis remeans adibis, quos tuo accedens pede visitabit Christus et ore» (san Paulino de Nola, Carmen XVII, 13-16).

3. Sí; sed la imagen de Cristo para vuestros fieles. Sedlo, sobre todo, como artífices de comunión. En este año del Padre debemos sentir más fuerte el anhelo de unidad que expresó Cristo: «Padre, (...) que sean uno, como nosotros» (Jn 17,11). El obispo es el garante de la comunión y su función paterna debe ayudar a la comunidad a crecer como familia, reflejando de alguna manera la paternidad de Dios (cf. san Ignacio de Antioquía, A los Tralianos , III, III 1,0).

Son muchas las formas y las exigencias de la comunión que los obispos están llamados a cultivar. Es fundamental la comunión que los une a los demás obispos y, en particular, al Obispo de Roma, sucesor de Pedro. Esta comunión se ha de vivir de modo más concreto con los hermanos en el episcopado del propio país, a fin de que se convierta en fuente de enriquecimiento recíproco. Eso vale de modo especial cuando, como en el caso de Rumanía, la tradición de la Iglesia se expresa en ritos diferentes, cada uno de los cuales aporta su contribución de historia, cultura y santidad.

En efecto, vuestra Conferencia reúne a los obispos de la Iglesia latina y de la greco-católica, y uno de vosotros es también Ordinario de la armenia. Os ofrece un lugar de encuentro fraterno y de ayuda mutua, así como la oportunidad de coordinar las actividades que atañen a las cuestiones comunes sobre la evangelización y la promoción humana. A la luz de la experiencia de estos años, se debe reconocer que esta institución ha demostrado su utilidad. Está destinada a ser un signo de unidad para toda vuestra sociedad, mostrando cómo la legítima diversidad, en vez de ser factor de división, puede contribuir a una unión más profunda, porque se enriquece con los dones de cada uno.

4. Es preciso conocerse y estimarse recíprocamente, ayudándose los unos a los otros a llevar las cargas (cf. Ga Ga 6,2). Hay que educar en estos sentimientos de comunión al pueblo de Dios y, de manera especial, a los futuros presbíteros. Con este fin, la formación común de los seminaristas es un medio significativo para que aprendan concretamente el sentido de respeto y acogida a los demás, con la estima, renovada a diario, del valioso depósito de la fe, que se les ha confiado. Ellos han de ser realmente la niña de vuestros ojos.

La comunión debe caracterizar las relaciones de los fieles entre sí, con los presbíteros y con el obispo. Es necesario promoverla de todos los modos posibles, mediante la práctica de la escucha recíproca y la valoración de los organismos de participación. Para este testimonio de unidad y para la vitalidad misma de la misión de la Iglesia es decisiva la labor de los presbíteros, colaboradores indispensables del orden episcopal. Si, por una parte, los sacerdotes tienen el deber de considerar al obispo como su padre y obedecerle con profundo respeto, «el obispo, por su parte -como recuerda el Concilio-, ha de considerar a sus colaboradores sacerdotes como hijos y amigos» (Lumen gentium LG 28).

Amadísimos hermanos, acompañad a vuestros sacerdotes. Sostenedlos en los momentos de prueba. Preocupaos de su formación permanente, compartiendo con ellos la oración, la reflexión y la actualización pastoral.

118 5. Es evidente que también los religiosos y las religiosas deben beneficiarse de vuestra solicitud. Respetando sus carismas y las particularidades de cada instituto, los obispos deben armonizar su presencia para el bien común de toda la Iglesia.

También hemos de dar gracias al Señor por las numerosas vocaciones, tanto masculinas como femeninas, que sigue suscitando en Rumanía. Sin embargo, conviene asegurar a cuantos han sido llamados al sacerdocio y a la vida consagrada una formación sólida e integral, desde los puntos de vista doctrinal, pastoral y espiritual. Y eso, preferentemente, en vuestro mismo país; para lo cual es necesario formar bien a los profesores, a los formadores y, especialmente, a los padres espirituales. Sé que ya se ha hecho mucho, pero es preciso proseguir en esa dirección, teniendo en cuenta las complejas y crecientes exigencias de nuestro tiempo.

6. Particular atención debéis prestar a la promoción de los laicos, que es una urgencia de toda la Iglesia, pero especialmente lo es para los países que han salido de la experiencia del comunismo. Se trata de ayudarlos a tomar conciencia de su vocación específica, que consiste en «buscar el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (ib., 31). Obviamente, son amplios los espacios de servicio que se les abren dentro de la comunidad cristiana, pero la tarea insustituible de los laicos estriba en hacer presente el Evangelio en los campos de la vida social, económica y política, donde el clero normalmente no actúa. Por esta misión tan importante que tienen, necesitan el apoyo de la comunidad entera. Asimismo, las asociaciones laicales, aprobadas por los obispos y actuando en un clima de mutuo respeto y colaboración con los pastores, están llamadas a desempeñar un papel importante.

7. Después de los acontecimientos de 1989, también en vuestro país se instauró el sistema democrático: es una obra que exige tiempo, paciencia y constancia. La Iglesia católica, por su parte, ha podido reorganizarse y puede realizar libremente su actividad pastoral. Aunque no faltan dificultades, es preciso mirar con confianza al futuro y, con la ayuda del Señor, dedicarse con entusiasmo a la labor de la nueva evangelización.

Un desafío notable consiste en proponer la fe a las nuevas generaciones. Desde el punto de vista de las estadísticas, Rumanía es un país relativamente «joven». Por desgracia, los jóvenes afrontan hoy nuevas dificultades, que obstaculizan y amenazan su proceso educativo. Es importante que la Iglesia apoye la labor de los padres, que son los primeros educadores de sus hijos, y les ofrezca su contribución específica, sobre todo con la catequesis y la enseñanza de la religión.

Antes de la segunda guerra mundial, la Iglesia católica tenía en Rumanía numerosas escuelas, con un sistema elaborado para su financiación. Cuando le fueron confiscados sus bienes, esa importante labor eclesial se suspendió. Aun reconociendo que resultaría difícil regresar a la situación anterior, sería un deber de justicia que se le devolvieran las escuelas y los bienes confiscados, permitiéndole así cumplir su misión también en el campo de la educación. No cabe duda de que la sociedad entera obtendría grandes beneficios.

8. La devolución de los bienes es una cuestión que a menudo vuelve a abordarse, sobre todo con respecto a la Iglesia católica de rito bizantino-rumano, todavía privada de los numerosos lugares de culto de que disponía antes de su supresión. Obviamente, la justicia exige que lo que se quitó, sea devuelto, en la medida de lo posible. Sé que los jerarcas no piden la restitución simultánea de todos los bienes confiscados, pero quisieran contar con los que más necesitan para las funciones litúrgicas: las catedrales, las iglesias decanales, etc.

Al respecto, he seguido con gran interés los trabajos de la comisión mixta entre la Iglesia ortodoxa rumana y la Iglesia greco-católica sobre dichas cuestiones. No cabe duda de que, a pesar de las dificultades, esa comisión ha desempeñado un papel positivo. Expreso mi vivo deseo de que ambas partes se esfuercen por seguir tratando la cuestión, con un diálogo sincero y respetuoso, y espero que mi visita dé una nueva contribución a ese camino de diálogo fraterno en la verdad y en la caridad.

Este diálogo se inserta en el horizonte, más vasto, del compromiso ecuménico, al que está llamada la Iglesia entera. Todos debemos comprometernos, con apertura de corazón y perseverancia, tanto en el diálogo teológico como en el práctico con las demás Iglesias y comunidades cristianas, con vistas a la meta de la unidad de todos los cristianos. A este respecto, no hemos de olvidar la enseñanza del concilio Vaticano II, cuando subraya que la conversión del corazón, la santidad y la oración son el alma del movimiento ecuménico (cf. Unitatis redintegratio
UR 8). Espero que también en Rumanía, con nuestros hermanos ortodoxos y las demás comunidades cristianas, se puedan organizar iniciativas ecuménicas con ocasión del año jubilar, para implorar juntos al Señor que «prospere la unidad entre todos los cristianos de las diversas confesiones hasta alcanzar la plena comunión» (Tertio millennio adveniente TMA 16).

9. Además de las perspectivas de índole intraeclesial y ecuménica, el compromiso de la Iglesia católica en Rumanía debe responder también a precisas expectativas en el ámbito social. Son
muchos los problemas que exigen el testimonio cristiano. Yo deseo destacar la atención especial que merece la familia, célula básica de la sociedad. Es preciso ofrecer a las familias la orientación y el apoyo que necesitan, para fundar su camino y su papel educativo en auténticos valores morales y espirituales. En particular, hay que inculcar el respeto a la vida de toda persona, desde su concepción hasta su muerte natural.

119 La Iglesia debe prestar una atención concreta y generosa a los más pobres y marginados. Se trata de una tarea inmensa, para cuya actuación es preciso que el esfuerzo eclesial sea coordinado con el compromiso que en este campo deben asegurar las instituciones gubernamentales y no gubernamentales, así como todos los hombres de buena voluntad.

10. Amadísimos hermanos, la reconstrucción de la sociedad rumana será tanto más sólida cuanto más se arraigue en vuestras mejores tradiciones. En primer lugar, es preciso redescubrir la fuerza de la fe de los que han preferido morir antes que renegar de Dios o de la Iglesia.

Cada Iglesia y comunidad religiosa en vuestro país ha tenido sus mártires, también en el siglo XX. A todos quiero hoy rendir homenaje. Por su parte, la Iglesia católica está invitada a recoger la memoria de sus mártires, para seguir su testimonio de fidelidad y entrega al Señor. ¡Cómo no recordar, por ejemplo, al cardenal Iuliu Hossu (1885-1970), obispo de Cluj-Gherla! Mi predecesor Pablo VI reveló que uno de los cardenales «in pectore» en el consistorio del 20 de abril de 1969 era, precisamente, mons. Hossu y lo definió «insigne servidor de la Iglesia, muy benemérito por su fidelidad y por sus muchos sufrimientos y privaciones, de los que ella fue la causa; símbolo y representante él mismo de la fidelidad de muchos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de la Iglesia de rito bizantino» (AAS 65 [73] 165).

También la Iglesia católica de rito latino fue objeto de persecución, como lo testimonia la figura del intrépido siervo de Dios monseñor Aaron Marton (1896-1980), obispo de Alba Julia, el cual primero fue encarcelado y luego obligado a vivir en domicilio forzado. Con profunda•emoción recuerdo, asimismo, a monseñor Antonio Durcovici (1888-1951), heroico obispo de Iasi, que murió en la cárcel. Son solamente algunas de las muchas ilustres figuras de discípulos de Cristo víctimas de un régimen que, hostil a Dios por su ateísmo, pisoteó también al hombre, hecho a imagen de Dios.

11. Ahora, queridos hermanos en el episcopado, se ha abierto una página nueva en vuestra historia. Es un don y, a la vez, una tarea. Guiad con vigor a las comunidades que os han sido encomendadas, para que todo vuestro pueblo pueda ir hacia un futuro cada vez más conforme al plan de Dios. Poned vuestra confianza en Cristo, que, al enviar a sus Apóstoles al mundo, aseguró: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (
Mt 28,20).

Encomiendo el compromiso de vuestras Iglesias a la protección materna de la Virgen santísima. Ella, que fue para vosotros la «Estrella de la mañana» a la cual mirasteis en la noche de la persecución, ha de ser ahora la «Estrella de la nueva evangelización», para que señale a toda la sociedad rumana el camino de su Hijo Jesucristo, el «camino» que lleva a la casa del Padre.

A vosotros, a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, y a todos los fieles de esta amada tierra de Rumanía imparto de corazón mi bendición.





VIAJE PASTORAL A RUMANÍA


DURANTE EL ENCUENTRO CON EL PRESIDENTE


DEL PAÍS Y OTRAS AUTORIDADES


Viernes 7 de mayo de 1999



Señor presidente;
señores presidentes del Senado y de la Cámara de diputados;
señores miembros del Gobierno y de los organismos institucionales;
120 señoras y señores miembros del Cuerpo diplomático;
señores representantes de las diversas comunidades religiosas:

1. Aceptando la invitación que usted, señor presidente, me hizo para visitar Rumanía, me alegra venir por primera vez a este país. Le agradezco vivamente la acogida y las amables palabras que me acaba de dirigir, en su nombre y en el de las autoridades de la nación. Saludo a los miembros de los organismos institucionales y a los representantes del pueblo rumano, así como a los miembros de las comunidades religiosas y del Cuerpo diplomático. En un ámbito más amplio, dirijo mi saludo más cordial a los responsables de la vida pública, así como a las personas que han colaborado en la preparación de mi visita, y a todos los rumanos. Por el camino de la unidad

2. Vengo a vuestra tierra como peregrino de paz, de fraternidad y de entendimiento entre las naciones, entre los pueblos y entre los discípulos de Cristo. A lo largo de las diversas etapas de mi visita, me encontraré con las diferentes comunidades eclesiales y con el pueblo rumano. Agradezco muy cordialmente a Su Beatitud Teoctist, patriarca de Rumanía, sus palabras de bienvenida de esta mañana. Nuestro encuentro y los momentos de oración que compartiremos son testimonios elocuentes de fraternidad evangélica. Después del concilio Vaticano II y en la perspectiva del gran jubileo, son gestos que marcan de modo significativo el camino de la unidad entre los cristianos. Ojalá que los pastores y los fieles realicen, a su vez, gestos concretos de diálogo y de acogida recíproca, que pongan de manifiesto que la caridad fraterna en Cristo no es una palabra vana, sino un elemento esencial de la vida cristiana y de la Iglesia.

3. Deseo saludar también a los obispos católicos de Rumanía, así como a todos los miembros de sus comunidades latina, greco-católica y armenia. Les aseguro mi afecto paterno y fraterno. Al expresarles una vez más mi admiración por la labor que desempeñaron en el tiempo de la prueba, con fidelidad y valentía, los felicito por su acción pastoral en comunión con el Sucesor de Pedro, signo de la unidad del Cuerpo de Cristo y de su compromiso en el seno de la sociedad rumana.

4. Me complace encontrarme con los miembros del Cuerpo diplomático. Su presencia muestra la atención que los Estados vecinos, Europa y el mundo entero prestan a Rumanía, a su desarrollo interior y a sus relaciones exteriores. Ojalá que la comunidad internacional intensifique su ayuda a las naciones que, tras salir del yugo comunista, se esfuerzan por reorganizar su vida económica y social. Así, estos países se convertirán en artífices de paz y prosperidad para sus habitantes y en interlocutores aún más responsables en la vida internacional.

5. La presencia de los representantes de las diversas comunidades religiosas me impulsa a subrayar el papel esencial de las Iglesias. A ellas corresponde la tarea de ser artífices de paz, de solidaridad y de fraternidad, sin actuar como antagonistas sino como colaboradoras con vistas al bien común, rechazando todo lo que pueda exacerbar las oposiciones, las pasiones y las ideologías que, en el decurso de las décadas pasadas, han tratado de prevalecer sobre las personas, sobre las comunidades humanas locales y sobre los principios de libertad y verdad. Respetando la autonomía de las realidades temporales, su misión espiritual las lleva a ser centinelas en el mundo, para recordar los valores en los que se funda la vida social y para señalar, desde el punto de vista humano y espiritual, las faltas contra el respeto debido a cada persona, a su dignidad y a sus libertades fundamentales, especialmente la libertad religiosa y la libertad de conciencia.

6. Rumanía vive un período de transición decisivo para su futuro, para su participación más intensa en la construcción de Europa y para su presencia en el panorama internacional. Mi pensamiento va a los que están atravesando pruebas, sobre todo a los que se hallan gravemente afectados por la crisis económica y a los que se encuentran en situaciones de pobreza o enfermedad, así como a las familias que tienen dificultades para afrontar sus necesidades. Invito a todos los rumanos a mostrar solidaridad, testimoniando así concretamente que la vida en un mismo territorio crea fuertes vínculos de fraternidad. Nadie debe sentirse excluido ni debe excusarse con la lentitud de las transformaciones para desalentarse o dejar de colaborar en el empeño común. Todos son responsables de sus hermanos y del futuro del país.

7. Cuarenta años de comunismo ateo han dejado consecuencias y cicatrices en la carne y en la memoria de vuestro pueblo y han instaurado un clima de desconfianza. Todo ello no puede desaparecer sin un real esfuerzo de conversión de los ciudadanos en su vida personal y en las relaciones con toda la comunidad nacional. Cada uno debe tender la mano a sus hermanos, para que la promoción y el desarrollo redunden en beneficio de todos, especialmente de los que han sufrido los efectos nefastos de las diversas crisis del pasado. Vuestro pueblo cuenta con recursos insospechados, y tiene gran confianza en sí mismo y solidaridad. Con estos valores, está llamado a desarrollar el arte de convivir, que es un suplemento de alma y de humanidad. La solidaridad y la confianza exigen de todos los protagonistas de la vida social la coordinación y el respeto de los diversos niveles de intervención, así como un compromiso constante y una actitud de honradez por parte de todos los que deben gestionar los asuntos de la sociedad. Sobre esa base se crea realmente una comunión de destino. Exhorto a los habitantes de Rumanía a trabajar para edificar una sociedad al servicio de todos y a acoger el mensaje de Cristo, como hicieron sus antepasados desde los tiempos apostólicos, mostrando cómo los valores cristianos, espirituales, morales y humanos, ocupan un lugar importante en la vida de la nación.

8. Los cambios que se produjeron a raíz de los acontecimientos de 1989 han incrementado las diferencias entre los ciudadanos. Las dificultades en la transición democrática llevan a veces al desaliento. El camino de la vida democrática pasa, ante todo, por una educación cívica de todos los ciudadanos, para que puedan asumir un papel activo y responsable en la vida pública dentro de las comunidades locales y en todos los niveles de la sociedad. El pueblo, formado en el sentido cívico, tomará conciencia de que los cambios no han de afectar sólo a las estructuras, sino también a las mentalidades. Es oportuno especialmente que los jóvenes recuperen la confianza en su país y no sientan la tentación de emigrar. Por otra parte, es importante que un Estado preocupado por la convivencia y la paz se interese por todos los individuos que viven en el territorio nacional, sin excluir a nadie. En efecto, una nación tiene el deber de hacer todo lo posible para afianzar la unidad nacional, fundada en la igualdad entre todos sus habitantes, independientemente de su origen y su religión, y para desarrollar el sentido de acogida al extranjero.

Ciertamente, las modificaciones territoriales, que han impulsado a unir poblaciones de diverso origen étnico y religioso, han creado, sobre todo en Transilvania, un mosaico socio-religioso complejo. Con paciencia, y sobre todo con la voluntad de practicar el arte de vivir juntos, gracias a la convivencia nacional y religiosa, podrán superarse las contraposiciones y los temores. «Es necesario pasar de una situación de antagonismo y de conflicto a un nivel en el que uno y otro se reconozcan recíprocamente como asociados» (Ut unum sint
UUS 29). Como enseña la historia, sólo mediante el respeto de los derechos de las minorías y el diálogo, con la voluntad del perdón y de la reconciliación, los ciudadanos podrán sentirse hoy nuevamente compañeros e, incluso, aún más hermanos.

121 9. Por último, deseo mencionar la acogida que Rumanía brindó tan generosamente a mis compatriotas y al Gobierno polaco durante la segunda guerra mundial. También quisiera rendir homenaje a la gran generosidad que mostraron numerosas personas durante los acontecimientos de 1989. Son algunos de los muchos signos que pueden suscitar también hoy actitudes valientes y perseverantes que lleven a la sociedad a una convivencia armoniosa.

10. Le doy gracias, señor presidente, por haberme invitado a compartir durante algunas horas la historia de su país, permitiéndome encontrarme también con las comunidades católicas y realizar, en mis contactos con la Iglesia ortodoxa rumana, una etapa importante en el camino de la unidad cristiana. Invoco sobre usted, sobre su familia, sobre las personas presentes, así como sobre toda la población de Rumanía, la abundancia de las bendiciones divinas. ¡Muchas gracias!







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