Discursos 1999 127


A UNA DELEGACIÓN DEL «FÚTBOL CLUB BARCELONA»


Viernes 14 de mayo de 1999



Señor presidente;
señoras y señores:

128 1. Me es grato recibir a los miembros de la Junta directiva y deportistas de las distintas secciones del «Fútbol club Barcelona», que este año festeja su centenario. Agradezco al señor José Luis Núñez, presidente de la entidad, sus amables palabras, a la vez que saludo cordialmente a todos los presentes. Me complace que entre los actos conmemorativos de esta efeméride hayáis querido tener este encuentro con el Papa.

Vuestra presencia evoca en mí el recuerdo de vuestra bella ciudad, laboriosa y rica de cultura, que tuve la dicha de visitar en 1982, celebrando precisamente la santa misa en el «Nou Camp», estadio que es testigo de vuestras competiciones deportivas, y donde se me entregó el carné de socio de vuestro club.

2. Vosotros sois exponentes de una actividad deportiva, que cada fin de semana congrega a tanta gente en los estadios y a la que los medios de comunicación social dedican grandes espacios. Por eso mismo, tenéis una responsabilidad especial. Desde el afecto, no exento de admiración, que siento hacia los deportistas, os animo a seguir dignificando el mundo del deporte, aportando al mismo no sólo lo mejor de vuestras fuerzas físicas en las diversas especialidades deportivas, sino también y sobre todo promoviendo las actitudes que brotan de las más nobles virtudes humanas: la solidaridad, la lealtad, el comportamiento correcto y el respeto por los otros, que han de ser considerados como competidores y nunca como adversarios o rivales. Así mismo, es necesario fomentar la buena voluntad, la paciencia, la perseverancia, el equilibrio, la sobriedad, el espíritu de sacrificio y el autodominio, elementos fundamentales de todo compromiso deportivo, que aseguran éxito y clase al atleta. Sobre esta base se desarrollan las virtudes cristianas cuando estos valores se asumen con auténtica adhesión interior y se animan con el amor de Cristo.

Estoy convencido de que el deporte, cuando no se convierte en un mito, es un factor importante de educación moral y social, tanto a nivel personal como comunitario. A este respecto el concilio Vaticano II enseña que «los ejercicios y manifestaciones deportivas ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso en la colectividad, y a establecer relaciones fraternas entre los hombres de toda condición, nación o de diferente raza» (Gaudium et spes
GS 61).

3. Queridos representantes del «Barça»: este encuentro me ha ofrecido la oportunidad de recordaros algunas consideraciones sobre el mundo del deporte, en el que vuestro club tiene un papel destacado desde hace cien años. Al felicitaros por ese centenario, os invito a poner en práctica un renovado esfuerzo, noble y enriquecedor, en este sentido. Y ello, no sólo para alcanzar un mejor éxito a nivel competitivo, que dé legítima satisfacción a vuestros seguidores, sino para que los encuentros deportivos favorezcan cada vez más las relaciones interpersonales, estableciendo verdaderos lazos de amistad y convivencia pacífica entre todos los pueblos.

(en catalán)

4. Deseo que vuestras actividades deportivas sean iluminadas por estas reflexiones. Mi augurio en este año del centenario es que la participación en los diversos torneos eleve vuestro espíritu hacia metas más altas. Que en este esfuerzo de crecimiento espiritual y moral os acompañe siempre la materna protección de la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona, que tantas veces os ha acogido para ofrecerle vuestros trofeos. Al renovaros mi agradecimiento por vuestra visita, de corazón os imparto mi bendición apostólica, que hago extensiva a vuestras familias.










A LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Viernes 14 de mayo de 1999



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos directores nacionales;
129 colaboradores y colaboradoras de las Obras misionales pontificias:

1. Con alegría os dirijo a cada uno mi cordial saludo, comenzando por el señor cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, a quien agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Charles A. Schleck, secretario adjunto de la Congregación y presidente de las Obras misionales pontificias; a los secretarios generales de las Obras y, de modo especial, a vosotros, queridos directores nacionales, que dirigís la animación y la cooperación misionera en vuestros países. Mi afectuoso saludo se extiende a todos vuestros colaboradores y colaboradoras que, impulsados por el celo evangélico, se dedican a proclamar el amor del Padre celestial a todos los hombres y en todas las situaciones de la vida.

2. Al acogeros a vosotros, deseo abrazar a todos los que trabajan, oran y sufren por la misión evangelizadora de la Iglesia. Son muchos: desde el personal apostólico que, ad vitam, ha hecho de esta misión la razón de su existencia, y que sigue siendo el mayor ejemplo de entrega a la causa del Evangelio, hasta las personas que en las diversas condiciones de vida, quizá en el silencio y en el anonimato, realizan la animación y la cooperación misionera.

Transmitidles mi saludo, mi gratitud y mi aliento para que sostengan siempre la misión ad gentes, necesaria para anunciar el Evangelio a cuantos aún no conocen a Cristo, único Salvador del género humano. Pienso especialmente en quienes, en medio de todo tipo de dificultades, perseveran fielmente en el lugar a donde el Espíritu los ha llevado, a veces incluso hasta el sacrificio de su vida. Demos gracias a Dios por ese generoso testimonio, conscientes de que «la sangre de los mártires es semilla de cristianos». Con su vida entregada sin reservas, estos hermanos y hermanas manifiestan al mundo, a menudo escéptico ante los valores auténticos, el amor ilimitado y eterno de Dios Padre.

3. Nuestro encuentro tiene lugar en vísperas del gran jubileo del año 2000, celebración de la salvación que el Padre ha ofrecido a todos los hombres. Esto nos lleva a recordar de modo espontáneo, una vez más, que «la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio» (Redemptoris missio
RMi 1), en conformidad con la voluntad del Padre, «que quiere que todos los hombres se salven» (1Tm 2,2).

Vuestra asamblea, que este año tiene como tema: «La cooperación misionera en el año 2000: animación, vocaciones, personal, ayuda espiritual y material», ha sido preparada con la celebración de oportunas Jornadas de pastoral. En ellas habéis estudiado la instrucción Cooperatio missionalis sobre la cooperación misionera, publicada el 1 de octubre del año pasado. Este documento, al reafirmar la validez permanente de la misión ad gentes, da algunas normas prácticas que permiten orientar del mejor modo posible las iniciativas de las Obras misionales pontificias y de otras instituciones, coordinadas por la Congregación para la evangelización de los pueblos.

4. Toda la Iglesia «ha recibido el mandato de realizar el plan de salvación universal, que nace, desde la eternidad, de la "fuente del amor", es decir, de la caridad de Dios Padre» (Cooperatio missionalis, 1). El apóstol san Pablo afirma que da gloria a Dios en su espíritu «predicando el Evangelio de su Hijo» (Rm 1,9). En efecto, la proclamación del amor incondicional de Dios a todos los hombres es una tarea que nace de la certeza de su absoluto valor salvífico. Sólo reconociendo este amor y confiando en él, el hombre puede vivir según la verdad (cf. Gaudium et spes GS 1 y 19). Se comprende entonces por qué «la evangelización misionera (...) constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera» (Redemptoris missio RMi 2). Este amor del Padre, revelado por el Hijo hecho hombre y en él, impulsa a la Iglesia a la misión: para cooperar con ella, los cristianos reciben el Espíritu Santo, «el protagonista de toda la misión eclesial», cuya «obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes» (ib., 21).

5. Vosotros, miembros del consejo superior de la Obras misionales pontificias, así como vuestros colaboradores, tenéis que desempeñar un papel de gran importancia en la animación y en la formación misionera del pueblo de Dios. Por eso, os exhorto a proseguir con renovado esfuerzo este compromiso, que ya cumplís con gran generosidad. Lo demuestra, entre otras cosas, el aumento continuo de vuestro fondo central de solidaridad, formado principalmente por pequeñas contribuciones de numerosas personas, las «viudas pobres» del Evangelio, que dan de lo necesario. Eso permite la realización de la actividad pastoral de las Iglesias que carecen de medios materiales o de suficiente personal apostólico.

Por tanto, vuestra tarea como directores de las Obras misionales pontificias y vuestra dedicación personal son indispensables. Se os pide «informar y formar al pueblo de Dios para la misión universal de la Iglesia; promover vocaciones ad gentes; suscitar cooperación para la evangelización» (ib., 83), con un espíritu verdaderamente universal, conscientes de que las Obras misionales pontificias tienen como horizonte el mundo entero. La universalidad es la cualidad más importante y característica de las Obras, que comparten así la solicitud del Papa por todas las Iglesias (cf. 2Co 11,28).

Os encomiendo a vosotros y vuestro servicio a la solícita asistencia de María, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización. Os aseguro un constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón una especial bendición apostólica a cada uno de vosotros, extendiéndola de buen grado a todos vuestros colaboradores en el trabajo de animación misionera.










A LAS CAPITULARES DE LAS HERMANITAS


MISIONERAS DE LA CARIDAD



Sábado 15 de mayo de 1999




Queridas Hermanitas Misioneras de la Caridad:

130 Al concluir vuestro IX capítulo general, habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro para reafirmar la adhesión fiel a la Iglesia de cada una de vosotras y de toda vuestra familia religiosa, según el espíritu de vuestro fundador, el beato Luis Orione.

Gracias por vuestra visita y por el significado que quiere expresar. Felicito a la madre María Ortensia Turati, confirmada para el próximo sexenio al frente de vuestro instituto. Le deseo a usted, así como al renovado consejo general, un fecundo servicio apostólico, guiando la congregación hacia iniciativas de caridad cada vez más vastas y eficaces.

Durante la asamblea capitular, que termina precisamente hoy, habéis reflexionado sobre el tema: «Arraigadas en Cristo, hacia una nueva unidad de vida, para un instituto más misionero». Sé que estos días de intensa oración, reflexión atenta y diálogo fraterno os han permitido mirar adelante, más allá del umbral del tercer milenio, para poner de relieve las expectativas y las urgencias que requieren respuestas generosas y proféticas, a imitación de la caridad de don Orione.

Para que vuestra Obra, que ya cuenta con casas en muchas naciones del mundo, pueda avanzar según su carisma propio, es preciso ante todo que permanezcáis «arraigadas» firmemente en Cristo. Contemplad a don Orione y su ejemplo de incesante unión con Jesús, adorado en la Eucaristía, amado en el misterio de su cruz y servido con infatigable entrega en los pobres más pobres. Sed fieles a Cristo siguiendo las huellas de don Orione. Que Cristo sea el centro de vuestro corazón y de todos vuestros proyectos de bien. Así, seréis misioneras de su evangelio de caridad dondequiera que trabajéis, y difundiréis en vuestro entorno el bálsamo saludable de la misericordia divina.

Vuestro carisma os llama a ser Misioneras de la Caridad, es decir, apóstoles de Dios, que es amor. Para realizar vuestra ardua misión, dejaos guiar por el Espíritu Santo hacia una unidad cada vez más profunda con Dios y entre vosotras: es una condición indispensable para realizar un apostolado siempre valiente y fiel. Que la oración incesante y la contemplación os iluminen y fortalezcan para que seáis auténticas «Hermanitas Misioneras de la Caridad». Pobres, pequeñas y humildes, como quería don Orione, para que podáis compartir efectivamente la condición de los marginados de la sociedad; pero preparadas y bien formadas, para responder de modo adecuado a los desafíos espirituales y sociales de nuestro tiempo.

La cooperación constante con los Hijos de la Divina Providencia, en nombre del fundador común, la apertura a los laicos, que con razón queréis intensificar para ensanchar vuestro radio de acción, una formación atenta a las nuevas exigencias de nuestra época, y una inserción permanente y orgánica en las Iglesias particulares harán que vuestro instituto sea realmente «más misionero», mediante intervenciones de amor preferencial a los pobres, con el deseo de llevarlos al encuentro con Cristo.

Queridas hermanas, os aseguro mi oración por vosotras al Señor, y encomiendo a la Virgen, Madre del buen consejo, todas las decisiones y mociones que surjan de vuestro capítulo general. Que ella guíe vuestros pasos y sostenga vuestros esfuerzos. Que don Orione vele desde el cielo por vosotras y por todas las instituciones de vuestra benemérita congregación.

Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a vosotras, a vuestras hermanas, especialmente a las enfermas y a las que sufren, a las aspirantes y a las novicias, a vuestras familias y a cuantos son objeto de vuestro cuidado.









PALABRAS DEL PAPA AL INICIO DE LA MISA


CONCELEBRADA CON LOS OBISPOS ITALIANOS


Martes 18 de mayo de 1999



Amadísimos hermanos, presidentes de las Conferencias episcopales regionales italianas, me alegra celebrar hoy con vosotros la santa misa, y mi pensamiento se extiende con afecto a todos los prelados italianos, con quienes tendré la alegría de reunirme, Dios mediante, pasado mañana, durante la asamblea general de la Conferencia episcopal.

Esta mañana deseo orar con vosotros por Italia, que está viviendo actualmente una etapa importante de su camino. Encomiendo al Señor su pueblo, sus esperanzas y sus expectativas, sus problemas y sus preocupaciones, su presente y su futuro.

131 Depositemos sobre el altar del Señor de modo especial los proyectos y las iniciativas pastorales, invocando la gracia divina para toda la comunidad eclesial nacional. Pidamos al Señor que haga fructificar los esfuerzos que realizan los creyentes para testimoniar el Evangelio. Invoquemos al Espíritu Santo para que, durante esta novena de Pentecostés, derrame sobre Italia, encaminada hacia el tercer milenio, su luz y su fuerza.

Encomendemos todas nuestras intenciones a la protección maternal de María santísima, tan venerada en todas las regiones italianas, y a la intercesión de san Francisco de Asís, de santa Catalina de Siena y de los santos protectores de cada Iglesia.

En la primera lectura oiremos algunas palabras del apóstol san Pablo, que nos invitan a reflexionar en nuestro ministerio de pastores al servicio del pueblo cristiano: «Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (
Ac 20,24). Y también: «No me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios» (Ac 20,27).








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA


EPISCOPAL ITALIANA EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 20 de mayo de 1999


Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. «Paz a todos los que estáis en Cristo» (1P 5,14). Me complace saludaros con estas palabras del apóstol san Pedro en este encuentro que, como de costumbre, tiene lugar durante vuestra asamblea plenaria, pero que este año cobra un significado especial porque se celebra al final de las visitas ad limina Apostolorum que habéis realizado durante los meses pasados en grupos, constituidos según las diversas Conferencias episcopales regionales.

Me alegra veros ahora a todos juntos y hacer con vosotros una especie de balance ideal de lo que he podido escuchar durante estos encuentros, de las esperanzas y preocupaciones sobre las que hemos conversado familiarmente. Saludo al cardenal Camillo Ruini, vuestro presidente, a quien doy las gracias por las palabras que me ha dirigido, así como a los demás cardenales italianos. Saludo a los vicepresidentes, al secretario general y a cada uno de vosotros, amados y venerados hermanos en el episcopado. El Señor os recompense por la generosidad y la constancia con que cuidáis de las Iglesias encomendadas a vosotros y por la solicitud que mostráis por todo el cuerpo eclesial.

2. La impresión que me han dejado nuestros coloquios durante las visitas ad limina ha sido muy positiva, como, por otra parte, son siempre muy enriquecedoras para mí las experiencias que hago cuando voy a visitar vuestras diócesis. Queridos hermanos, demos gracias a Dios por la vitalidad espiritual y pastoral de la Iglesia en Italia y por la fidelidad con que sus miembros, sacerdotes, religiosos y laicos, tratan de vivir su vocación específica.

Ciertamente, existen dificultades y peligros. También se ciernen sobre Italia tendencias que impulsan a rechazar a Dios y a Jesucristo o, por decirlo así, a ponerlos entre paréntesis tanto en la cultura como en la vida social y en los comportamientos personales. Al mismo tiempo, en el ámbito moral se difunde un subjetivismo que con mucha frecuencia equivale concretamente a la falta de todo principio y criterio ético auténtico, dando así lugar al predominio del egoísmo, a las modas del consumismo y a un clima disgregador de erotismo.

Pero precisamente en medio de estas dificultades, la Iglesia en Italia está tomando cada vez mayor conciencia de la labor de misión y nueva evangelización a la que está llamada. Es más, en el ámbito de la preparación inmediata para el gran jubileo, especialmente durante estos últimos años, ya se han puesto en marcha importantes y eficaces iniciativas misioneras, entre las cuales me complace recordar la «misión ciudadana», en la que se ha comprometido, con óptimos frutos, la diócesis de Roma. Asimismo, el Congreso misionero nacional, que se celebró en septiembre del año pasado en Bellaria, con la participación y el entusiasmo que lo caracterizaron, confirmó cuán profundamente está grabada la misión ad gentes en el corazón y en la tradición de la comunidad eclesial italiana.

Ahora se trata de proseguir este doble compromiso evangelizador, haciéndolo cada vez más general y eficaz, en esta amada nación, para que no pierda su índole cristiana y católica, sino que, por el contrario, la renueve y refuerce; y, en las regiones del mundo donde el anuncio del Evangelio está aún en sus inicios, para que el milenio que está a punto de comenzar se caracterice por un ofrecimiento renovado de la salvación que viene de Cristo.

132 3. El tema central de vuestra asamblea son las vocaciones al ministerio ordenado y a la vida consagrada: me complace esta elección, que corresponde muy bien a las preocupaciones que muchos de vosotros me habéis manifestado durante las visitas ad limina. Constituye un capítulo fundamental de la vida y de la misión de la Iglesia.

Las familias auténticamente cristianas y las comunidades parroquiales y juveniles fervorosas son también hoy el ambiente natural en que pueden nacer y desarrollarse con más facilidad vocaciones genuinas. El ejemplo de sacerdotes y personas consagradas felices de su opción de vida y capaces de realizar un serio trabajo formativo constituye el estímulo más eficaz para que la llamada interior madure y llegue a ser explícita y consciente. En este ámbito, sigue siendo muy importante el papel de la dirección espiritual.

Por otra parte, es cada vez más necesaria una pastoral vocacional diocesana orgánica, que promueva de manera armoniosa las diversas vocaciones y predisponga personas, ocasiones y lugares formativos que puedan estimular y sostener los itinerarios vocacionales. Sin embargo, la legítima preocupación por afrontar la disminución del número de sacerdotes y personas consagradas, jamás nos debe llevar a olvidar que lo más importante es la autenticidad de las vocaciones, el impulso a seguir a Cristo y la idoneidad para asumir las responsabilidades del ministerio.

4. Amadísimos obispos italianos, todos estamos conmovidos a causa de la tristísima situación de guerra y atropello étnico que se está viviendo desde hace tiempo en la República federal de Yugoslavia. Al agradecer la oración coral con que vuestras Iglesias están respondiendo al llamamiento que hice al comienzo de este mes de mayo, deseo expresaros mi profundo aprecio por el elevado número de testimonios e iniciativas de solidaridad que están llevando a cabo los institutos religiosos, las Cáritas y los organismos de voluntariado, principalmente en los lugares a donde llegan los prófugos y también en muchas otras partes de Italia.

Renuevo con vosotros el llamamiento que hice en Bucarest en unión con el patriarca ortodoxo Teoctist: «En nombre de Dios, Padre de todos los hombres, pedimos apremiantemente a las partes implicadas en el conflicto que depongan definitivamente las armas y exhortamos vivamente a las partes presentes a realizar gestos proféticos» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de mayo de 1999, p. 1), para que sea posible «un nuevo arte de vivir en los Balcanes, marcado por el respeto de todos, por la fraternidad y la convivencia» (ib.). Quiera el Señor, el único que convierte los corazones, que estas palabras se hagan pronto realidad.

5. Queridos hermanos en el episcopado, mi mirada se dirige ahora a la amada nación italiana, por la que comparto, como siempre, vuestra solicitud. En efecto, nuestro ministerio peculiar nos exige dar la contribución de la sabiduría del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia para la solución de los problemas, a menudo nuevos y complejos, que las sociedades actuales deben afrontar. Se trata de estimular a las diversas clases y a los componentes políticos y sociales a buscar el bien común y encontrar las motivaciones más auténticas con vistas a una acción concorde, que fortalezca en los ciudadanos el sentido de pertenencia y el gusto por la participación.

En particular, las comunidades eclesiales, conscientes de sus responsabilidades específicas en el campo social, económico y político, tienen el deber de prestar atención de modo prioritario al trabajo y al empleo, que son el camino obligado para devolver, en muchas regiones de Italia, seguridad a las familias y valentía y confianza a la juventud. A la luz de los principios de solidaridad y subsidiariedad, se puede hacer mucho en este campo, trabajando por un desarrollo renovado de la economía y de la producción, en el marco de una sincera colaboración tanto nacional como internacional.

6. La Iglesia italiana está comprometida con valentía profética en los grandes temas de la familia y de la vida, ante todo promoviendo una pastoral familiar que ensanche cada vez más los propios horizontes y llegue, en la medida de lo posible, a las familias que tienen dificultades o que participan menos en la vida eclesial.

Pero, con razón, contribuís también a que las familias mismas y sus asociaciones asuman su responsabilidad social, para que en la legislación, en las políticas sociales y en las normas y decisiones administrativas se salvaguarden los derechos de la familia fundada en el matrimonio, en sintonía con la Constitución (cf. art. 29), sin confundirla con otras formas de convivencia, y para que se adopten medidas encaminadas a sostener a la familia en sus tareas esenciales, comenzando por la procreación y la educación de los hijos.

¿Y qué decir del loable esfuerzo de quienes, en las delicadísimas cuestiones relativas a la bioética, luchan por una legislación que proteja a la familia legítima y al embrión humano? Es evidente que aquí están en juego opciones que podrían poner en grave peligro el carácter humanístico de nuestra civilización.

7. En vuestra solicitud de pastores también ocupan un lugar privilegiado la formación de las generaciones jóvenes, a las que habéis dedicado en particular vuestra asamblea de noviembre del año pasado, y la escuela.

133 No se puede por menos de estar tristes y preocupados al constatar que, mientras se trata de actualizar y planificar de nuevo la organización global de la escuela italiana, no se logra encontrar el camino para la efectiva igualdad de todas las escuelas. ¿No sería ésta la medida más necesaria y significativa para adecuar el sistema escolar italiano al nivel europeo? También por esto es muy oportuna la gran asamblea nacional sobre la escuela italiana que se está preparando y se celebrará en Roma a fines del mes de octubre: me alegra aseguraros ya desde ahora mi participación personal.

En relación con cada una de estas temáticas de gran importancia social y cultural, y, más en general, en relación con la tarea fundamental de la evangelización, os renuevo mi más cordial exhortación a cultivar el proyecto cultural que la Iglesia que está en Italia ha puesto en marcha durante estos años. Asimismo, os exhorto a mantener vivo el compromiso necesario para potenciar la presencia cristiana en el ámbito de las comunicaciones sociales.

8. Amadísimos obispos italianos, en realidad el gran jubileo ya está muy cerca. Os expreso mi satisfacción por el modo como vuestras diócesis están preparándose para ese acontecimiento providencial, en el que juntos daremos gracias al Padre celestial por el don supremo de su Hijo, que por nuestra salvación se encarnó en el seno de la Virgen María. Intensifiquemos nuestra oración para que este especial Año santo traiga consigo un crecimiento de la fe, la esperanza y el amor cristiano. Que el jubileo, gracias al compromiso de todos, impulse a los cristianos a dar ulteriores pasos por el camino de la unión plena y difunda en el mundo una conciencia nueva de la necesidad y la posibilidad de la paz.

Las citas que nos esperan para el año 2000 -el Congreso eucarístico internacional, la Jornada mundial de la juventud y tantos otros acontecimientos de gran significado- serán una nueva oportunidad para vivir juntos la alegría de nuestra comunión.

Venerados hermanos en el episcopado, dentro de algunos días celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Que de los labios y del corazón se eleve con más frecuencia en estas horas la invocación al Espíritu Santo, para que a nosotros y a toda la comunidad cristiana nos colme de la abundancia de sus dones.

A María, Reina de la paz, dirijamos nuestra súplica, humilde y confiada, para que se ponga fin a las guerras y a la violencia, tanto en los Balcanes como en el continente africano y en todo el mundo.

Sobre vosotros y sobre el pueblo que la Providencia divina ha encomendado a vuestro cuidado pastoral descienda abundantemente la bendición divina.

Dios proteja a Italia y le conceda mantenerse fiel a su gran herencia cristiana.








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE KENIA EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 20 de mayo de 1999


Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con afecto en el Señor resucitado os saludo, miembros de la Conferencia episcopal de Kenia, y al igual que me acogisteis amablemente en Kenia hace cuatro años, del mismo modo os acojo hoy en el Vaticano. En efecto, es una gran alegría para mí reunirme de nuevo con vosotros, y, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, doy gracias de corazón a nuestro Dios y Padre «por la colaboración que habéis prestado al Evangelio» (Ph 1,5), que nos corresponde en el servicio al pueblo de Dios. Os pido que aseguréis a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis que los llevo siempre en mi corazón: no dejo de orar para que sigan creciendo en gracia y santidad.

134 Con gratitud al Señor de la mies constato el vigor y la vitalidad de la Iglesia en Kenia, que no deja de aumentar, «agregando cada día a la comunidad a los que se han de salvar» (cf. Hch Ac 2,47). Desde vuestra última visita a las tumbas de los Apóstoles, se han erigido dos nuevas diócesis y un vicariato apostólico. Me complace saludar al obispo de Kericho, al obispo de Kitale y al vicario apostólico de Isiolo, con ocasión de su primera visita ad limina. Saludo, asimismo, a quienes han recibido la ordenación episcopal durante estos últimos cinco años: los obispos de Kissi, Kitui, Bungoma, y al Ordinario militar. «El Dios de la paz esté con todos vosotros. Amén» (Rm 15,33).

2. En las cartas pastorales que habéis publicado durante estos últimos años, habéis mostrado una loable preocupación por el bienestar espiritual y religioso de vuestro pueblo en el marco de la situación global, política, social y económica, de vuestro país. Este marco tiene repercusiones inmediatas en la vida de los fieles y, de hecho, en la de todos los kenianos, y las iniciativas parroquiales y diocesanas para afrontar dichas situaciones no sólo responden a necesidades muy reales de la nación, sino que también brindan oportunidades para presentar la doctrina social de la Iglesia. De hecho, el justo orden social al que aspiran los ciudadanos de Kenia exige una nueva cultura de la responsabilidad moral y política; el buen sistema democrático que desean depende de una amplia respuesta positiva al llamamiento en favor de la renovación ética. Como afirmé en la carta encíclica Centesimus annus, un requisito fundamental es «la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la iasubjetividadl. de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» (n. 46). Sin una sólida formación moral ningún ciudadano podrá ejercer correctamente sus funciones políticas. Sólo con prudencia, justicia, templanza y fortaleza (cf. Sb Sg 8,7) se pueden hacer opciones, tanto en la selección de líderes como en la elección de políticas, que lleven realmente al bienestar de la nación.

Como muchos de vosotros han subrayado en sus informes quinquenales, las transformaciones en el ámbito económico y en otros sectores de la vida social exigen que los católicos vivan su compromiso cristiano, especialmente en la esfera de la vida familiar.Las dificultades económicas asociadas a la rápida e intensa urbanización de la sociedad crean situaciones en las que la tentación de dar respuestas inmorales a las presiones producidas ejerce una poderosa influencia. Por eso, es necesario que en vuestro servicio de pastores y guías espirituales deis prioridad absoluta al cuidado pastoral de las familias. Os animo a no cejar en vuestro empeño por exhortar y sostener a vuestros fieles en su esfuerzo por abrazar con firmeza los ideales cristianos del matrimonio y de la vida familiar. También en estas áreas es conveniente buscar un diálogo y una colaboración mayores con otras Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, puesto que se trata de cuestiones que afectan a la vida de todos los kenianos, y los esfuerzos comunes y la colaboración darán un testimonio más claro de Cristo y del Evangelio.

Dado que los valores de los que hablamos primero se transmiten en la familia y después se consolidan en la escuela, tanto la familia como la educación deberían ser objeto de vuestra constante preocupación pastoral. Hay que salvaguardar y promover la familia, ya que es «la célula básica de la sociedad» (Familiaris consortio FC 46 cf. n. 42); y «en el ámbito de la educación la Iglesia tiene un papel específico que desempeñar. (...) No se trata sólo de confiar a la Iglesia la educación religiosa y moral de la persona, sino de promover todo el proceso educativo de la persona iajunto conln la Iglesia» (Carta a las familias, 16). Por esta razón, hay que defender e intensificar el papel de la Iglesia en la educación, especialmente mediante las escuelas católicas y los programas de educación religiosa.

3. En este mismo marco, una imagen significativa, que se puso de relieve en la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, cobra cada vez mayor importancia: la Iglesia como familia de Dios. Esta expresión de la naturaleza de la Iglesia es particularmente apropiada para vuestro continente, pues «pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza» (Ecclesia in Africa ). Así, la nueva evangelización, que es parte integrante de la misión de la Iglesia en la preparación para el tercer milenio cristiano, procurará «edificar la Iglesia como familia, excluyendo todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de promover, por el contrario, la reconciliación y la verdadera comunión entre las diversas etnias, favoreciendo la solidaridad y el compartir tanto el personal como los recursos de las Iglesias particulares, sin consideraciones indebidas de orden étnico» (ib.).

Este concepto debe ser parte integrante de toda formación en la Iglesia, especialmente de la de los fieles laicos: debéis ayudar a los laicos a considerarse miembros activos de la familia que es la Iglesia, y a comprender que verdaderamente pertenecen a la Iglesia y que la Iglesia les pertenece a ellos; ¡comparten su responsabilidad! Esta comprensión y este compromiso ayudarán a los católicos a evitar que otras tradiciones religiosas y las sectas, cuyo número en Kenia aumenta continuamente, los alejen de la práctica de su fe. También serán muy útiles en los programas destinados a la formación de la juventud, porque es quizá el componente de la sociedad keniana más inclinado a actitudes materialistas, consumistas y entorpecedoras del espíritu, que hoy prevalecen y que a menudo promueven los medios de comunicación social.

4. También debéis considerar la formación que se imparte en vuestros seminarios e institutos de vida consagrada como una de vuestras principales preocupaciones pastorales. El aumento del número de candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa es un gran don y requiere un esmerado discernimiento en la selección y formación de quienes se preparan para una vida de servicio en la Iglesia. Además, a la luz de la necesidad de formar un laicado cada vez más activo, es preciso estar atentos a que no se presenten modelos de sacerdotes demasiado clericales o autoritarios, pues de esa forma los futuros sacerdotes tendrían dificultades para trabajar en estrecha colaboración con los fieles laicos y reconocer su papel y sus talentos. Por el contrario, tenéis que estimular a vuestros sacerdotes a que impliquen al mayor número posible de fieles laicos en las responsabilidades comunes de la vida parroquial: el párroco sigue siendo el responsable principal, pero no puede, y no debe, hacerlo todo él solo. Como puse de relieve en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, «es especialmente importante preparar a los futuros sacerdotes para la colaboración con los laicos. Oigan de buen grado (...) a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia» (n. 59).

Podéis estar seguros de que si vuestros seminarios cumplen los requisitos fundamentales del programa de la Iglesia para la formación sacerdotal, especialmente como los establece el decreto conciliar Optatam totius y la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, darán mucho fruto para las generaciones futuras. Entre las actitudes y disposiciones más importantes que se han de cultivar en los seminaristas, los documentos destacan la aceptación amorosa del celibato, el espíritu de pobreza y sencillez, y una solicitud y un celo inquebrantables por la «salus animarum», particularmente por la salvación de quienes se han extraviado o han caído en las redes del pecado. En el camino de los candidatos hacia las órdenes sagradas, el obispo tiene una responsabilidad que debe ejercer personalmente. Por el bien de la Iglesia, no debería admitir candidatos a la ordenación si no tiene certeza moral de la madurez de su compromiso con el ideal sacerdotal. La labor de los misioneros y los catequistas

Vuestra solicitud por la formación sacerdotal no termina el día en que ordenáis a vuestros hijos espirituales. Más bien, debéis seguir buscando los medios para fomentar su formación permanente, de modo que tengáis la seguridad de que vuestros sacerdotes «sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el pueblo de Dios los quiere y tiene el ilderechole de tenerlos» (ib., 79). Debéis estar particularmente cercanos a los sacerdotes que vacilan en la fidelidad a su vocación, y no os canséis nunca de insistir en que el sacerdocio ministerial no es una profesión o un medio de progreso social. Es, más bien, un ministerio sagrado. El Evangelio exige que los obispos afronten con prontitud, sinceridad y decisión cualquier situación que escandalice a la grey o debilite la credibilidad del testimonio de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo de Cristo, el buen Pastor, tenéis que identificar a quienes atraviesan dificultades, y amonestarlos cordialmente como a hijos queridos (cf. 1Co 4,14). Sobre todo, debéis orar sin cesar por vuestros sacerdotes, para que se renueve constantemente el don de Dios que han recibido con la imposición de las manos.

5. De igual modo, respetando la legítima autonomía de los institutos de vida religiosa y apostólica, el obispo tiene precisas responsabilidades pastorales en el cuidado de quienes pertenecen a esas comunidades. Debéis estar siempre dispuestos a apoyar a los jóvenes kenianos que aspiran a consagrar toda su vida al servicio de sus hermanos y hermanas mediante la observancia de los consejos evangélicos. Particular valor tiene el apoyo que prestáis a los superiores en la delicada tarea de discernir con prudencia la idoneidad de los candidatos a la vida religiosa. Comparto el aprecio que manifestáis a los generosos misioneros sacerdotes, religiosos y laicos que, acogiendo las inspiraciones del Espíritu, han ido a Kenia para testimoniar el intercambio de dones espirituales entre las Iglesias particulares, que es un fruto natural de la comunión eclesial. Por otra parte, también constato con satisfacción que muchos sacerdotes y religiosos kenianos han escuchado la voz del Espíritu y ahora están sirviendo como misioneros fuera de sus diócesis de origen e, incluso, fuera de su país.

No podemos dejar de reconocer con profunda gratitud el papel indispensable que desempeñan los catequistas para transmitir las verdades de la fe y guiar a los demás hacia el Señor. Me consta el importante testimonio que dan y la generosidad con que se entregan a Cristo y a su Iglesia para que el Evangelio sea cada vez más conocido y aceptado. No hay que escatimar esfuerzos a fin de que reciban una preparación y una formación adecuadas, necesarias para el cumplimiento de sus deberes. Que nunca les falten tampoco el apoyo y el aliento, tanto materiales como espirituales.

135 6. Queridos hermanos en el episcopado, me consuelan la sabiduría y el celo con que gobernáis al pueblo de Dios en Kenia. Ruego al Señor que vuestra peregrinación a la ciudad donde los apóstoles Pedro y Pablo derramaron su sangre como testimonio del Evangelio os infunda nueva fuerza con vistas al ministerio apostólico que se os ha encomendado, para que no os canséis jamás de predicar la palabra de Dios, de celebrar los sacramentos y de guiar la grey que está a vuestro cuidado pastoral. Me alegra particularmente la noticia de la construcción de un santuario nacional dedicado a María, Madre de Dios, en Subukia, así como la del programa de peregrinaciones marianas que se realizarán durante el año jubilar en cada diócesis. Encomendándoos a vosotros y a vuestros sacerdotes, así como a los religiosos y los laicos de vuestras Iglesias particulares, a la protección amorosa de la santísima Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra, os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo, nuestro Salvador resucitado.








Discursos 1999 127