Discursos 1999 149

149 Deseo de corazón que el Congreso de Espira sea para cada uno de vosotros así como para todos vuestros movimientos una ocasión de crecimiento en el amor a Cristo y a su Iglesia, según la enseñanza del apóstol Pablo, que exhorta a aspirar «a los carismas superiores» (1Co 12,31).

Encomiendo los trabajos de vuestro encuentro a María, Madre de la Iglesia, y os acompaño con mis oraciones, a la vez que os imparto a cada uno de vosotros y a vuestras familias una especial bendición.

Vaticano, 3 de junio de 1999








A LOS PARTICIPANTES EN LA XV ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA



Viernes 4 de junio de 1999




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres miembros del Consejo pontificio para la familia;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho recibiros con ocasión de la XIV asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia y del Encuentro de reflexión sobre el tema: «Paternidad de Dios y paternidad en la familia», de tanta importancia teológica y pastoral. Os saludo a todos con afecto y, de modo particular, a los que participan por primera vez en un encuentro convocado por vuestro dicasterio. Doy las gracias al presidente, señor cardenal Alfonso López Trujillo, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos.

El tema de la paternidad, que habéis elegido para esta plenaria, hace referencia al tercer año de preparación para el gran jubileo, dedicado precisamente al Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es un tema en el que conviene reflexionar, puesto que hoy la figura del padre en el ámbito de la familia corre el peligro de estar cada vez más latente, cuando no ausente. A la luz de la paternidad de Dios, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ep 3,15), la paternidad y la maternidad humanas adquieren todo su sentido, su dignidad y su grandeza. «La paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una semejanza con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum)» (Gratissimam sane, 6).

2. Sigue aún vivo en nuestro espíritu el eco de la reciente celebración de Pentecostés, que nos impulsa a proclamar con esperanza la afirmación de san Pablo: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14). El Espíritu Santo, de la misma forma que es el alma de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 7), también debe serlo de la familia, pequeña iglesia doméstica. Para cada familia debe ser principio interior de vitalidad y energía, que mantiene siempre ardiente la llama del amor conyugal en la entrega recíproca de los esposos.

Es el Espíritu Santo quien nos conduce al •Padre celestial y suscita en nuestros corazones la oración confiada y jubilosa: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8,15 Ga 1,6). La familia cristiana está llamada a distinguirse como ámbito de oración compartida, en la que con la libertad de hijos nos dirigimos a Dios llamándolo con el afectuoso apelativo «Padre nuestro». El Espíritu Santo nos ayuda a descubrir el rostro del Padre como modelo perfecto de la paternidad en la familia.

150 Desde hace algún tiempo se están repitiendo los ataques contra la institución familiar. Se trata de atentados tanto más peligrosos e insidiosos cuanto que ignoran el valor insustituible de la familia fundada en el matrimonio. Se llega a proponer falsas alternativas a ella y se solicita su reconocimiento legislativo. Pero cuando las leyes, que deberían estar al servicio de la familia, bien fundamental para la sociedad, se dirigen contra ella, adquieren una alarmante capacidad destructora.

Así, en algunos países se quiere imponer a la sociedad las así llamadas «uniones de hecho», apoyadas por una serie de efectos legales que erosionan el sentido mismo de la institución familiar. Las «uniones de hecho» se caracterizan por la precariedad y la falta de un compromiso irreversible, que engendre derechos y deberes y respete la dignidad del hombre y de la mujer. Por el contrario, se quiere dar valor jurídico a una voluntad alejada de toda forma de vínculo definitivo. Con esas premisas, ¿cómo se puede esperar una procreación realmente responsable, que no se limite a dar la vida, sino que incluya también la formación y la educación que únicamente la familia puede garantizar en todas sus dimensiones? Esos planteamientos acaban por poner en grave peligro el sentido de la paternidad humana, de la paternidad en la familia. Eso acontece de diferentes maneras cuando las familias no están bien constituidas.

3. Cuando la Iglesia expone la verdad sobre el matrimonio y la familia, no lo hace sólo basándose en los datos de la Revelación, sino también teniendo en cuenta los postulados del derecho natural, que representan el fundamento del verdadero bien de la sociedad misma y de sus miembros. En efecto, es muy importante para los niños nacer y ser educados en un hogar formado por padres unidos en una alianza fiel.

Se pueden imaginar otras formas de relación y de convivencia entre los sexos, pero ninguna de ellas constituye, a pesar del parecer contrario de algunos, una auténtica alternativa jurídica al matrimonio, sino más bien una debilitación del mismo. En las así llamadas «uniones de hecho» se da una carencia, más o menos grave, de compromiso recíproco, un paradójico deseo de mantener intacta la autonomía de la propia voluntad dentro de un vínculo que, a pesar de todo, debería ser relacional. Lo que falta en las convivencias no matrimoniales es, en definitiva, la apertura confiada a un futuro para vivir juntos, que corresponde al amor activar y fundar, y que es tarea específica del derecho garantizar. En otras palabras, falta precisamente el derecho, no en su dimensión extrínseca de mero conjunto de normas, sino en su dimensión antropológica, la más auténtica, de garantía de la coexistencia humana y de su dignidad.

Además, cuando las «uniones de hecho» reivindican el derecho a la adopción, muestran claramente que ignoran el bien superior del niño y las condiciones mínimas que le son debidas para una adecuada formación. Por otra parte, las «uniones de hecho» entre homosexuales constituyen una deplorable distorsión de lo que debería ser la comunión de amor y de vida entre un hombre y una mujer, en una recíproca entrega abierta a la vida.

4. Hoy, sobre todo en las naciones económicamente más ricas, se difunde, por una parte, el miedo a ser padres y, por otra, el menosprecio del derecho que tienen los hijos de ser concebidos en el marco de una entrega humana total, presupuesto indispensable para su crecimiento sereno y armonioso.

De esa forma se afirma un presunto derecho a la paternidad-maternidad a toda costa, cuya realización se busca a través de mediaciones de carácter técnico, que implican una serie de manipulaciones moralmente ilícitas.

Otra característica del contexto cultural en el que vivimos es la propensión de muchos padres a renunciar a su papel para asumir el de simples amigos de sus hijos, absteniéndose de reprensiones y correcciones, incluso cuando serían necesarias para educar en la verdad, aun con gran afecto y ternura. Por tanto, conviene subrayar que la educación de los hijos es un deber sagrado y una tarea solidaria tanto del padre como de la madre: exige el calor, la cercanía, el diálogo y el ejemplo. Los padres están llamados a representar en el hogar al Padre bueno del cielo, el único modelo perfecto en el que se han de inspirar.

La paternidad y la maternidad, por voluntad de Dios mismo, conllevan una íntima participación en su poder creador y, en consecuencia, tienen una intrínseca relación recíproca. Al respecto escribí en la Carta a las familias: «La maternidad implica necesariamente la paternidad y, recíprocamente, la paternidad implica necesariamente la maternidad: es el fruto de la dualidad, concedida por el Creador al ser humano desde el principio» (Gratissimam sane, 7).

También por este motivo la relación entre el hombre y la mujer constituye el fulcro de los vínculos sociales: además de ser fuente de nuevos seres humanos, une íntimamente entre sí a los esposos, que se convierten en una sola carne, y por medio de ellos a las familias respectivas.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, a la vez que os agradezco el empeño con que trabajáis en defensa de la familia y de sus derechos, os aseguro mi constante recuerdo en la oración. Que Dios haga fecundos los esfuerzos de cuantos, en todo el mundo, se dedican a esta causa. Que él haga que la familia, baluarte para defensa de la misma humanidad, pueda resistir a todo ataque.

151 Con estos sentimientos, me complace, en esta ocasión, renovar una cordial invitación a las familias para que participen en el III Encuentro mundial con las familias, que se celebrará en Roma, en el marco del gran jubileo del año 2000. Esta invitación la dirijo, asimismo, a las asociaciones y a los movimientos, especialmente a los pro-vida y pro-familia. A la luz del misterio de Nazaret profundizaremos juntos la paternidad y la maternidad desde la perspectiva del tema que he escogido para esa ocasión: «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad». Es grande y noble la misión de los padres y de las madres, llamados, mediante un acto de amor, a colaborar con el Padre celestial en el •nacimiento de nuevos seres humanos, hijos de Dios.

La Virgen, Madre de la vida y Reina de la familia, haga que todo hogar, a imagen de la Familia de Nazaret, sea un lugar de paz y amor.

Os conforte también mi bendición, que de buen grado os imparto a vosotros, aquí presentes, y a cuantos en el mundo entero se interesan por el destino de la familia.












DISCURSO DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA CELEBRADA EN EL AEROPUERTO DE GDANSK


5 de junio 1999

Señor presidente de la República de Polonia;
señor cardenal primado;
señor arzobispo metropolita de Gdansk:

1. Doy gracias a la divina Providencia por poderme encontrar por séptima vez, como peregrino, con mis compatriotas y experimentar así la alegría de visitar mi querida patria. Abrazo cordialmente a todos y a cada uno: a toda la tierra polaca y a todos sus habitantes. Recibid mi saludo de amor y paz, el saludo de un compatriota que viene por una necesidad del corazón y trae la bendición de Dios, que «es amor» (1Jn 4,8).

Saludo al señor presidente y, al mismo tiempo, le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de las autoridades estatales de la República de Polonia. Saludo a los señores cardenales, arzobispos y obispos. Al señor cardenal primado le expreso sinceramente mi agradecimiento por sus palabras de bienvenida. Saludo a toda la Iglesia que está en Polonia: a los presbíteros, a las congregaciones masculinas y femeninas, a todos los consagrados, a los estudiantes de los seminarios mayores y a todos los fieles, de modo particular a los que sufren, a los enfermos, a las personas solas y a los jóvenes. No se puede por menos de saludarlos después de tantas aclamaciones. Os pido que oréis para que mi servicio en la patria, que comienza hoy, dé los frutos espirituales que se esperan.

2. Esta peregrinación a la patria es, en cierto sentido, una continuación de la anterior, que realicé en 1997. La comienzo en las costas del Báltico, en Gdansk, donde han tenido lugar grandes hechos e importantes acontecimientos de la historia de nuestra nación. En efecto, aquí, en el año 997, san Adalberto terminó su misión apostólica. Hace dos años inicié con solemnidad el jubileo del milenario de su martirio. Este milenario comenzó en Praga, prosiguió en Gniezno y hoy se celebra en Gdansk, a orillas del Báltico. San Adalberto es el patrono de la diócesis de Gdansk; por eso visito esta ciudad en primer lugar.

El testimonio del martirio de san Adalberto se convirtió en semilla de santidad. Desde hace mil años la Iglesia difunde fielmente este misterio de gracia en la tierra de los Piast y desea seguir realizando de manera eficaz ese servicio, imitando a su único Maestro y Señor. Por eso, tiende siempre a renovarse para que en todos los tiempos se reconozca en su rostro la imagen de Cristo, «testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Tertio millennio adveniente TMA 35). Esa renovación se proponía el concilio Vaticano II que, bajo el impulso del Espíritu Santo, señaló a la Iglesia los caminos por los que debía avanzar al final del segundo milenio, a fin de llevar al mundo contemporáneo el misterio eterno de un Dios que ama. El segundo Sínodo plenario de la Iglesia que está en Polonia, inaugurado el 8 de junio de 1991 en Varsovia, y que clausuraremos durante esta peregrinación, tiene como finalidad hacer siempre actual esta enseñanza conciliar, para que la iniciada renovación interior del pueblo de Dios en Polonia pueda continuar y realizarse fructuosamente, contribuyendo así a la nueva primavera del espíritu que exigen los tiempos hacia los que nos encaminamos.

152 La Iglesia, a la vez que dirige su mirada al futuro, confirma su identidad formada a lo largo de dos milenios mediante la colaboración de todos con el Espíritu Santo. Esta identidad se expresa de una forma particular en la vida de los santos, testigos del misterio del amor de Dios. Las beatificaciones que tendrán lugar durante esta peregrinación, tanto en Varsovia como en Torun, y la canonización en Stary Sacz, mostrarán la grandeza y la belleza de la santidad de vida y la potencia de la acción del Espíritu divino en el hombre. Bendito sea Dios, que «es amor», por todos los frutos de esta santidad, por todos los dones del Espíritu durante este milenio que está a punto de terminar.

Mi peregrinación tiene también otro motivo, muy importante. Este año celebramos el milenario de la institución, por obra del Papa Silvestre II, de la archidiócesis metropolitana independiente de Gniezno, formada por cuatro diócesis: Gniezno, Kolobrzeg, Wroclaw y Cracovia. En cierto sentido, éste fue el primer fruto en Polonia del martirio de san Adalberto. La nación, recién bautizada, comenzó su peregrinación a través de la historia junto con los obispos, pastores de esas nuevas diócesis. Para la Iglesia en Polonia y para toda la nación constituyó un gran acontecimiento, cuya memoria celebraremos en Cracovia.

3. Me alegra que esta peregrinación a la patria comience en Gdansk, una ciudad que ha entrado para siempre en la historia de Polonia, de Europa y, tal vez incluso, del mundo. En efecto, aquí se hizo oír de un modo particular la voz de las conciencias que invocaban el respeto de la dignidad del hombre, especialmente del trabajador, una voz que reclamaba libertad, justicia y solidaridad entre los hombres. Ese grito de las conciencias que despertaron del sueño resonó con tanta fuerza, que se convirtió para nosotros -y sigue siéndolo- en una gran tarea y un desafío para el tiempo presente y para el futuro. Precisamente en Gdansk nació una Polonia nueva, de la que hoy gozamos tanto y de la que nos sentimos orgullosos.

Constato con alegría que nuestro país ha hecho grandes progresos en el camino del desarrollo económico. Gracias al esfuerzo de todos sus ciudadanos, Polonia puede mirar con esperanza el futuro. Es un país que se ha conquistado en los últimos años un reconocimiento particular y el respeto de las demás naciones del mundo. Por todo ello, ¡bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Oro incesantemente para que el desarrollo material del país vaya acompañado de su desarrollo espiritual.

4. Vengo a vosotros en vísperas del gran jubileo del año 2000. Vengo como peregrino a los hijos e hijas de mi patria, con palabras de fe, esperanza y caridad. En el ocaso de este milenio, y a la vez en el umbral de los tiempos nuevos que están para llegar, quiero meditar juntamente con mis compatriotas en el gran misterio de Dios, que «es amor». En efecto, «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (
Jn 3,16). Juntamente con vosotros, me postro ante este inefable misterio de Dios, que es amor, misterio del amor divino y de la misericordia divina.

Deseo vivamente que mediante mi ministerio pastoral, durante esta peregrinación, el mensaje divino del amor llegue a todos, a cada familia y a cada casa, a todos mis compatriotas, tanto a los que habitan en Polonia como a los que viven fuera de sus fronteras, dondequiera que se encuentren.

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos nosotros» (cf. 2Co 13,13) y nos acompañen durante todos los días de esta peregrinación a la patria. ¡Alabado sea Jesucristo!














DURANTE LA SOLEMNE BENDICIÓN


DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LICHEN


Lunes 7 de junio 1999


1. «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Como peregrino me presento hoy en el santuario de Lichen y saludo a María con las palabras de Isabel: «¡Feliz la que ha creído!». El texto del evangelista Lucas nos informa de que la casa de Isabel se llenó de júbilo. Gracias a la luz que le concede Dios, Isabel comprende la grandeza de María, que está «llena de gracia» y, por eso, es «bendita entre las mujeres» (cf. Lc Lc 1,42), puesto que lleva en su seno a Jesús, el Salvador del mundo. La escena de la Visitación nos resulta particularmente emotiva aquí, en este lugar tan amado por María. En efecto, cada santuario es, de alguna manera, la casa de Isabel, que es visitada por la Madre del Hijo de Dios, para acompañar a su pueblo amado.

2. Queridos hermanos y hermanas, doy gracias a la divina Providencia porque en el itinerario de mi peregrinación a la patria fue incluido este santuario. Le doy gracias por poderme encontrar con vosotros en el marco de la primavera, para bendecir el nuevo templo en honor de la Madre de Dios. Contemplo con admiración esta gran construcción, la cual, con su estilo arquitectónico, es expresión de fe y amor a María y a su Hijo. Demos gracias a Dios por este templo.

También expreso mi agradecimiento a los custodios de este santuario: los padres marianos, que, desde hace muchos años, se encargan de él y atienden fielmente a los peregrinos. Este templo surgió precisamente por iniciativa suya. Doy las gracias asimismo a los constructores y a todos los que, con sus donativos, han sostenido y sostienen esta gran obra.

153 Saludo cordialmente al obispo, monseñor Bronislaw Dembowski, pastor de la diócesis de Wloclawek, en cuyo territorio se encuentra este santuario. Saludo al obispo auxiliar y al obispo emérito. Saludo al superior general y a los padres marianos, y les doy gracias por la hospitalidad. Saludo a todo el clero y a los peregrinos, que han venido de varias partes de Polonia.

3. Dirijamos nuestra mirada a María, «la que creyó» que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor. Creyó en la palabra de Dios según la cual ella, virgen, concebiría y daría a luz un Hijo. El acto de fe de María recuerda la fe de Abraham, que, en los albores de la antigua Alianza, creyó en Dios. He ahí la grandeza y la perfección de la fe de María, ante la cual Isabel pronuncia palabras de admiración.

Al llamar a María «bendita entre las mujeres», indica que había obtenido la bendición gracias a su fe. ¡Dichosa la que ha creído! La exclamación de Isabel, llena de admiración, es para nosotros una exhortación a apreciar todo lo que la presencia de María conlleva en la vida de todos los creyentes.

4. Reunidos hoy para esta oración matutina en el santuario de Lichen, delante de nuestra Madre la Virgen de los Dolores, implorémosle todos que interceda en favor nuestro ante su Hijo, pidiendo para nosotros:

Una fe viva, que, de granito de mostaza, se convierta en árbol de la vida divina.

Una fe que cada día se alimente de oración, se afiance con los santos sacramentos y se enriquezca con el tesoro del Evangelio de Cristo.

Una fe fuerte, que no tema dificultades, sufrimientos o fracasos, por estar fundada en la convicción de que «nada es imposible para Dios» (
Lc 1,37).

Una fe madura, sin reservas; una fe que coopere con la santa Iglesia para edificar auténticamente el Cuerpo místico de Cristo.

Te damos gracias, María, porque sin cesar y con certeza nos guías hacia Cristo.

Madre del Hijo divino, vela por nosotros; vela por nuestra inquebrantable fidelidad a Dios, a la cruz, al Evangelio y a la santa Iglesia, como has hecho desde los albores de nuestra historia cristiana. Defiende a esta nación que, desde hace mil años, camina por la senda del Evangelio. Haz que vivamos, crezcamos y perseveremos en la fe hasta el final.

Dios te salve, Hija de Dios Padre.
154 Dios te salve, Madre de Dios Hijo.
Dios te salve, Esposa de Dios Espíritu Santo,
templo de la santísima Trinidad. Amén.








EN LA UNIVERSIDAD NICOLÁS COPÉRNICO DE TORUN


7 de junio 1999


Queridos e ilustrísimos señores y señoras;
rectores magníficos,
decanos y profesores;
hombres de ciencia de Polonia:

1. Me alegra mucho que, en el recorrido de mi peregrinación a través de mi patria, se me brinde nuevamente la oportunidad de encontrarme con vosotros, hombres de ciencia, representantes de las instituciones académicas de toda Polonia. Es muy elocuente el hecho de que estos encuentros con el mundo de la ciencia ya se hayan convertido en parte integrante de los viajes del Papa en todos los continentes. En efecto, son momentos de un testimonio particular. Hablan del profundo y múltiple vínculo que existe entre la vocación de los hombres de ciencia y el ministerio de la Iglesia, que en su esencia es «diaconía de la verdad».

A la vez que doy gracias a la divina Providencia por este encuentro, os saludo cordialmente a vosotros aquí presentes, rectores magníficos y representantes de las instituciones académicas de todo el país. Por medio de vosotros abrazo con mi pensamiento y mi corazón a todo el mundo polaco de la ciencia. Dirijo un saludo particular al rector magnífico de la universidad de Torun, que nos acoge en esta ocasión. Le agradezco las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Saludo también al presidente de la Conferencia de rectores magníficos de las universidades polacas, aquí presente.

2. Nos encontramos en una universidad que, por lo que se refiere a la fecha de su fundación, es una institución relativamente joven. Acaba de celebrar su quincuagésimo aniversario. Sin embargo, sabemos que las tradiciones culturales y científicas relacionadas con esta ciudad tienen profundas raíces en el pasado, y se remontan sobre todo a la figura de Nicolás Copérnico. La universidad de Torun, desde su fundación, lleva grabado el signo de los dramáticos acontecimientos que siguieron a la segunda guerra mundial. Es justo recordar en esta circunstancia que los artífices de este ateneo fueron en gran parte estudiosos que salieron de la universidad Stefan Batory de Vilna, y de la universidad Jan Kazimierz de Lvov. De Vilna vino a Torun el primer rector de la universidad, el profesor Ludwik Kolankowski, incansable organizador de la Universidad. También vino de Vilna Karol Górski, historiador, pionero de los estudios sobre la espiritualidad religiosa polaca, y muchos otros. A su vez, de Lvov vino el profesor Tadeusz Czezowski, filósofo de gran fama. Asimismo, llegó de Lvov el profesor Artur Hutnikiewicz, insigne estudioso de literatura. El claustro de profesores se reforzó también con estudiosos que procedían de la destruida Varsovia: entre ellos no podemos menos de recordar a Konrad Górski, estudioso de literatura extraordinariamente perspicaz. Ellos, y muchos otros, organizaron con gran esmero este ateneo. Los tiempos eran difíciles, pero, a la vez, eran tiempos de esperanza. Y «la esperanza viene de la verdad», como escribió Cyprian Norwid. En las condiciones posbélicas tan difíciles, se realizó una confirmación de las personas, una verificación de su fidelidad a la verdad. Hoy la universidad de Torun tiene su propia fisonomía, y da una valiosa contribución al desarrollo de la ciencia polaca.

155 3. Nuestro encuentro tiene lugar durante el último año del siglo, que está a punto de terminar. Encontrándonos entre dos siglos, dirigimos nuestro pensamiento alternativamente al pasado y al futuro. En el pasado buscamos las enseñanzas y las indicaciones para nuestro futuro. De este modo, queremos precisar y fundar mejor nuestra esperanza. Hoy el mundo tiene necesidad de esperanza, y la busca. Pero la dramática historia de nuestro siglo, con sus guerras, sus ideologías totalitarias criminales, sus campos de concentración y sus gulag, ¿no nos invita más bien a ceder a la tentación del desaliento y la desesperación? Pascal escribió una vez que el conocimiento de la propia miseria por parte del hombre engendra la desesperación (cf. Pensamientos, 75). Para descubrir la esperanza, es preciso dirigir la mirada hacia las alturas. Sólo el conocimiento de Cristo, añade Pascal, nos libra de la desesperación, porque en él no sólo conocemos nuestra miseria, sino también nuestra grandeza (cf. ib. 690, 729 y 730).

Cristo mostró a la humanidad la verdad más profunda sobre Dios y, a la vez, sobre el hombre, revelando al Padre, que es «rico en misericordia» (
Ep 2,4). «Dios es amor» (1Jn 4,8). Precisamente éste es el tema guía de mi actual visita a la patria. En la encíclica sobre el Espíritu Santo escribí: «Dios, en su vida íntima, 'es amor', amor esencial, común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto 'sondea hasta las profundidades de Dios', como amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios 'existe' como don» (Dominum et vivificantem DEV 10). Este Amor, que es don, se entrega al hombre mediante el acto de la creación y la redención. Por eso: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible; su vida queda privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» (Redemptor hominis RH 10).

Precisamente esta verdad sobre «Dios-amor» se convierte en fuente de la esperanza del mundo y en indicador del camino de nuestra responsabilidad. El hombre puede amar, porque antes ha sido amado por Dios. San Juan nos enseña: «Nosotros amamos [a Dios], porque él nos amó primero» (1Jn 4,19). La verdad sobre el amor de Dios ilumina también nuestra búsqueda de la verdad, nuestro trabajo, el desarrollo de la ciencia y toda nuestra cultura. Nuestras investigaciones y nuestro trabajo tienen necesidad de una idea guía, de un valor fundamental, para dar sentido y aunar en una sola corriente los esfuerzos de los estudiosos, las reflexiones de los historiadores, la creatividad de los artistas y los descubrimientos de los técnicos, que se están desarrollando con una velocidad vertiginosa. ¿Existe otra idea, otro valor u otra luz capaz de dar sentido al múltiple esfuerzo de los hombres de ciencia y cultura, sin limitar simultáneamente su libertad creativa? Sí, esta fuerza es el amor, que no se impone al hombre desde fuera, sino que nace dentro de él, en su corazón, como su propiedad más íntima. Al hombre sólo se le pide que le permita nacer, y que impregne con ella su sensibilidad y su reflexión en el laboratorio, en el aula del seminario y de las clases, y también en el banco de trabajo de los artistas.

4. Nos hallamos hoy en Torun, en la «ciudad de Copérnico», en la universidad dedicada a él. El descubrimiento que hizo Copérnico, y su importancia para la historia de la ciencia, nos recuerda la contraposición siempre viva que existe entre la razón y la fe. Aunque para Copérnico mismo su descubrimiento llegó a ser fuente de mayor admiración por el Creador del mundo y por la fuerza de la razón humana, para muchos fue motivo de contraposición entre la razón y la fe. ¿Cuál es la verdad? ¿La razón y la fe son dos realidades que deben excluirse recíprocamente?

En la divergencia entre la razón y la fe se expresa uno de los grandes dramas del hombre. Hay muchas causas. Comenzando especialmente por el iluminismo, el racionalismo exagerado y unilateral llevó a radicalizar las posiciones en el ámbito de las ciencias naturales y de la filosofía. De este modo, la división surgida entre la fe y la razón no sólo causó un daño irreparable a la religión, sino también a la cultura. En medio de las fuertes polémicas se olvidaba a menudo el hecho de que la fe «no teme la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona, así la fe supone y perfecciona la razón» (Fides et ratio FR 43). La fe y la razón son como «las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (ib., Introducción). Hoy es necesario trabajar en favor de la reconciliación entre la fe y la razón. En la encíclica Fides et ratio escribí: «La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tiene mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser. (...) A la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón» (n. 48). En el fondo, éste es el problema de la unidad interior del hombre, siempre amenazada por la división y la atomización de su conocimiento, al que le falta el principio unificador. En este campo, la investigación filosófica debe desempeñar hoy un papel particular.

5. A los hombres de ciencia y de cultura se les ha encomendado una responsabilidad especial por lo que respecta a la verdad: buscarla, defenderla y vivir de acuerdo con ella. Conocemos bien las dificultades que implica la búsqueda humana de la verdad, entre las cuales sobresalen hoy: el escepticismo, el agnosticismo, el relativismo y el nihilismo. Frecuentemente se trata de persuadir al hombre de que se ha acabado definitivamente el tiempo de la certeza del conocimiento de la verdad, y que estamos condenados irremediablemente a una ausencia total de sentido, a la transitoriedad del conocimiento y a una inestabilidad y relatividad constantes. En semejante situación, urge confirmar la confianza fundamental en la razón humana y en su capacidad de conocer la verdad, incluida la absoluta y definitiva. El hombre puede elaborar por sí mismo una concepción uniforme y orgánica del conocimiento. La fragmentación del saber destruye la unidad interior del hombre. El hombre aspira a la plenitud del conocimiento, puesto que es un ser que por su misma naturaleza busca la verdad (cf. Fides et ratio FR 28), y no puede vivir sin ella. Es preciso que la ciencia contemporánea, y especialmente la filosofía actual, reencuentren, cada una en su ámbito propio, la dimensión sapiencial que consiste en la búsqueda del sentido definitivo y global de la existencia humana.

La búsqueda de la verdad no sólo se realiza con un trabajo individual en la biblioteca o el laboratorio, sino también con un esfuerzo comunitario. «La perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre encuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta» (ib., 32). Desde luego, ésta es una experiencia importante para cada uno de vosotros. Se llega a la verdad también gracias a los demás, en el diálogo con los demás y para los demás. La búsqueda de la verdad y su participación con los demás es un importante servicio social, al que están llamados de modo particular los hombres de ciencia.

6. Grandes desafíos se presentan hoy a la ciencia, y también a la ciencia polaca. El asombroso desarrollo de las ciencias y el progreso técnico plantean interrogantes fundamentales sobre los límites de la experimentación, sobre el sentido y las orientaciones del desarrollo técnico, y sobre los límites de la injerencia del hombre en la naturaleza y en el medio ambiente. Este progreso es simultáneamente fuente de fascinación y de temor. El hombre cada vez más a menudo teme los productos de su razón y de su libertad. Se siente en peligro. Por eso, hoy es más importante y actual que nunca recordar la verdad fundamental según la cual el mundo es don de Dios Creador, que es amor, y el hombre-criatura está llamado a un dominio prudente y responsable del mundo de la naturaleza, y no a su destrucción desconsiderada. Es necesario recordar, además, que la razón es don de Dios (para santo Tomás, la razón es el mayor don de Dios), signo de la semejanza con Dios, que todo hombre lleva en sí. Por este motivo, es muy importante recordar constantemente que una auténtica libertad de las investigaciones científicas no puede prescindir del criterio de la verdad y del bien. La solicitud por la conciencia moral y por el sentido de responsabilidad de la persona por parte de los hombres de ciencia adquiere hoy las características de un imperativo fundamental. Y precisamente en este nivel es donde se deciden tanto el destino de la ciencia contemporánea como, en cierto sentido, el destino de la humanidad entera. Por último, hay que recordar la necesidad de una incesante acción de gracias por el don que significa para el hombre otro hombre, gracias al cual, con el cual y por el cual se inserta en la gran aventura de la búsqueda de la verdad.

7. Conozco las dificultades que hoy afectan a las instituciones académicas polacas: tanto al cuerpo docente como a los estudiantes. La ciencia polaca, como toda nuestra patria, se encuentra actualmente en una fase de profundas transformaciones y reformas. Sé también que, a pesar de eso, los investigadores polacos consiguen éxitos significativos, por los que me alegro y congratulo con todos vosotros.

Queridos e ilustres señores y señoras, quiero agradeceros una vez más este encuentro. Deseo aseguraros mi profunda participación en los problemas de la cultura y de la ciencia polacas. Os saludo cordialmente y, por medio de vosotros, saludo a todos los ambientes académicos de Polonia, que representáis aquí: a los profesores, a los estudiantes y a todo el personal administrativo y técnico, e invoco la bendición de Dios sobre todos vosotros.










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