Discursos 1999 155


DURANTE LA BENDICIÓN DE LA BIBLIOTECA


UNIVERSITARIA DE VARSOVIA


Viernes 11 de junio de 1999

Ilustres señores:

156 Quiero saludar cordialmente a todos los que se han reunido en este nuevo edificio de la Biblioteca de la universidad de Varsovia, durante tanto tiempo esperado, para tomar parte en la ceremonia de su bendición. Saludo en particular al señor cardenal primado, al rector magnífico, así como al Senado y a los profesores de la Universidad y al rector elegido. Me alegra la presencia de los rectores y los profesores de otras instituciones académicas de Varsovia. Saludo al señor ministro de Educación, a los representantes de la Academia polaca de ciencias, y a los representantes del mundo de la cultura.

La Biblioteca es una institución que, con su existencia misma, testimonia el desarrollo de la cultura. En efecto, está constituida por un tesoro de obras escritas, en las que el hombre manifiesta su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los hombres, así como su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y de trabajo en favor del desarrollo del bien común (cf. Centesimus annus
CA 51). Se trata de una colección de libros, organizada sistemáticamente, en la que a los antiguos manuscritos e incunables se han añadido libros nuevos y periódicos. En conjunto constituye un signo elocuente de la unidad de las generaciones que se han sucedido, formando, a través de la variedad de tiempos y cuestiones, un patrimonio común de cultura y ciencia.

Así, la biblioteca es un templo particular de la creatividad del espíritu humano, en el que se refleja el Espíritu divino, que acompañaba la obra de la creación del mundo y del hombre. Si buscamos una motivación para la presencia del Papa en este edificio y para la ceremonia misma de la bendición, es necesario volver precisamente a aquel momento en el que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y lo invitó a cooperar en la obra de la creación del bien y de la belleza. Todo esto pone de relieve el hecho de que el hombre responde a esa invitación. En cierto sentido, nos remite a Aquel que es la primera Causa de la existencia.

Por tanto, si hoy nos encontramos en este lugar, que recoge los frutos del trabajo creativo del hombre, es oportuna nuestra referencia a Dios, llena de gratitud; es oportuno nuestro deseo de que él bendiga este edificio, de que el soplo de su Espíritu esté aquí presente y se convierta en fuente de inspiración para las futuras generaciones de hombres de cultura y de ciencia.

La invitación que habéis hecho al Papa para bendecir este magnífico edificio es un signo elocuente de que el ambiente académico de la capital tiene una actitud positiva con respecto al patrimonio que el cristianismo ha legado, a lo largo de los siglos, a la cultura y a la ciencia de nuestra patria. Es signo de que aprecia su valor meta-temporal y de que no sólo desea seguir acudiendo a él, sino también multiplicarlo, aportando así al tesoro de la cultura frutos de estudios contemporáneos e investigaciones. Es signo, en particular, de una creciente conciencia de que la Iglesia y los ambientes científicos son aliados naturales al servicio del hombre.

Por último, quiero expresar la esperanza de que esta construcción se transforme, de acuerdo con las expectativas de los habitantes de la capital, en el inicio del nuevo barrio universitario de Powisle, que cambie el rostro de Varsovia. Ojalá que este esfuerzo común de las autoridades estatales, municipales y académicas dé ulteriores frutos, tan excelentes como este edificio que voy a bendecir. Espero que los que utilicen el tesoro que contiene esta Biblioteca encuentren en ella la meta y el coronamiento de su noble anhelo de buscar la verdad.

Que Dios os bendiga a todos.








DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS MIEMBROS


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL POLACA


Varsovia, 11 de junio 1999

Venerados hermanos en el episcopado:

1. Con espíritu de gratitud por el don de una nueva peregrinación a la patria, os saludo cordialmente a vosotros, pastores de la Iglesia que está en Polonia. Me dirijo a todo el Episcopado: al señor cardenal primado, como presidente de la Conferencia, y a los cardenales, arzobispos y obispos. Quiero expresaros unas palabras de amor fraterno, solidaridad y vínculo permanente con la Iglesia en Polonia.

Esta peregrinación, la más larga de todas las que he realizado hasta ahora, tiene lugar en el año dedicado al Padre, en vísperas del gran jubileo del año 2000. La gracia de la fe y la luz del Espíritu Santo, que vive en la Iglesia, nos permiten captar la plena dimensión salvífica de los acontecimientos y de los grandes aniversarios, a los que está vinculada esta peregrinación. Como a hijos del mismo «Padre celestial» (Mt 5,45), se nos concede una vez más la gracia de experimentar su amor en la celebración común. Este amor revelado en Cristo constituye el contenido más profundo de la vida cristiana: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

157 Entre los acontecimientos de la historia y los aniversarios, vistos desde la perspectiva del plan salvífico de Dios, que abarca también nuestros tiempos, celebramos juntos el milenario de la canonización de san Adalberto, el milenario de la institución de las circunscripciones eclesiásticas en Polonia, con la primera sede metropolitana y la archidiócesis de Gniezno, junto con sus diócesis sufragáneas: Cracovia, Wroclaw y Kolobrzeg, y el bicentenario de la erección de la diócesis de Varsovia. También clausuraremos el segundo Sínodo plenario.

2. Doy gracias a Dios por los veinte años de mi servicio a la Iglesia en la sede de Pedro, entre otras razones porque en este tiempo he podido servir de modo especial a la Iglesia que está en mi patria. Este momento de cambio histórico invita también a mirar con esperanza cristiana hacia el futuro, hacia el ya cercano tercer milenio.

Mi actual visita constituye, en cierto sentido, la coronación de todas las anteriores peregrinaciones a Polonia. Lo pone de relieve también su lema: «Dios es amor» (
1Jn 4,8). En efecto, el amor es «la ley en su plenitud» (Rm 13,10). «La caridad, en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral del creyente. Ella tiene en Dios su fuente y su meta» (Tertio millennio adveniente, TMA 50).

3. El evangelio de las ocho bienaventuranzas, contenido en el sermón de la Montaña, acompaña de alguna manera esta peregrinación y dirige nuestro pensamiento hacia Cristo. Su vida es la realización de todas las bienaventuranzas y muestra una visión del cristianismo que vale para todos los tiempos. Los discípulos y confesores de Cristo, formados en este espíritu, serán para toda generación testigos vivos de su presencia salvífica y llevarán a otros hombres a Dios, que es amor.
La Iglesia, como «sacramento universal de salvación» (Lumen gentium, LG 48), debe convertirse, día a día, en signo más visible y transparente de Cristo vivo a lo largo de los siglos, que quiere «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Condición indispensable para la realización de la misión salvífica de la Iglesia es el amor. Sobre él se construye la Iglesia y sobre él crece y se desarrolla: «para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí» (Jn 17,23). La esencia del apostolado de todos los miembros de la Iglesia es la difusión de la verdad sobre el amor de Dios. Haced todo lo posible para que esta verdad sea anunciada, aceptada y realizada en la vida de los pastores y de todos los creyentes.

El sermón de la Montaña es el programa para toda la Iglesia. La comunidad de la nueva alianza se realiza cuando se basa en la ley del amor inscrita en todo corazón humano (cf. Jr Jr 31,31-33 He 10,16-17). Las bienaventuranzas evangélicas, en cierto sentido, constituyen la concreción de esa ley y, al mismo tiempo, garantizan una felicidad verdadera y duradera, que brota de la pureza y de la paz del corazón, frutos de la reconciliación con Dios y con los hombres.

4. ¡Qué signo tan elocuente del cumplimiento de las promesas de las bienaventuranzas son los innumerables santos y beatos, y entre ellos también los que serán elevados a la gloria de los altares durante esta peregrinación: la beata Cunegunda, cuya canonización tendrá lugar en Stary Sacz, el beato Vicente Frelichowski, elevado al honor de los altares hace algunos días en Torun, y la sierva de Dios Regina Protmann, así como el siervo de Dios Edmundo Bojanowski y los ciento ocho mártires que en tiempos de la ocupación inhumana fueron testigos heroicos de la fe y que la Iglesia proclamará beatos dentro de pocos días aquí, en Varsovia. Para la Iglesia que está en Polonia, junto con otros muchos hijos e hijas de esta tierra, son un signo y una exhortación que recuerda que la gracia de la santidad puede florecer en toda condición y en toda circunstancia de vida, incluso entre las persecuciones, la opresión y las injusticias. Entre estos héroes de la fe hay obispos y presbíteros que, imitando a Cristo, buen Pastor, no dudaron en «dar la vida por sus ovejas» (cf. Jn Jn 10,11).

Queridos hermanos, contemplad los ejemplos luminosos de su vida, para que el amor a Dios y al hombre crezca en vuestro corazón y en el de todos los que servís en calidad de pastores. Una condición indispensable para una fecunda labor pastoral es la relación personal con Cristo, que se manifiesta ante todo en la oración y en el amor, lleno de espíritu de sacrificio, a la Iglesia, nuestra Madre. «Porque me devora el celo por tu casa, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí» (Ps 69,10).

5. En la base de toda renovación está la palabra de Dios, «que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados» (Ac 20,32). Sigue siendo siempre actual la exhortación del concilio ecuménico Vaticano II, según la cual «toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la sagrada Escritura. En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (Dei Verbum, DV 21).

A la luz y a la fuerza de la palabra de Dios deben abrirse ante todo los pastores, para que, como recomienda san Agustín, aquel a quien se ha encomendado el santo ministerio de la palabra no se convierta en vano predicador exterior de la palabra de Dios, si no la escucha interiormente (cf. Sermón 179, 1: PL 38, 966). «La palabra de Dios es viva y eficaz» (He 4,12). Que esa palabra alimente vuestra espiritualidad y se transforme en fuente de un apostolado fecundo, de acuerdo con el principio de santo Tomás: «contemplata aliis tradere». La palabra de Dios es un medio insustituible de salvación para los hombres de todos los tiempos. «Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Dei Verbum, DV 21).

6. El más importante deber pastoral de cada uno de vosotros es la preocupación por una transmisión inmutable del depósito de la fe. En nuestros días la Iglesia universal ha recibido un instrumento valioso para ese fin: el Catecismo de la Iglesia católica. Constituye un signo elocuente de la unidad de enseñanza en la Iglesia. En la constitución apostólica Fidei depositum escribí: «Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales aprobados por las autoridades eclesiásticas, los obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo si han recibido la aprobación de la Sede apostólica. Está destinado a favorecer y ayudar la redacción de los nuevos catecismos de cada nación, teniendo en cuenta las diversas situaciones y culturas, pero conservando con esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica» (n. 4). El cumplimiento de esta exigencia por parte de los pastores de la Iglesia en Polonia es una de las necesidades más urgentes del momento presente. Una catequesis sistemática y completa, que abarque también la catequesis de adultos, es indispensable para la profundización y el fortalecimiento de la fe en el corazón de los hombres, de una fe consciente, de una fe que influya en la vida y en las obras.

158 7. Un acontecimiento muy importante para la Iglesia en Polonia ha sido el segundo Sínodo plenario. Los documentos sinodales comprenden, en su ámbito, todos los sectores más importantes de la vida de la Iglesia: la llamada universal a la santidad, la obra de la nueva evangelización, la liturgia y el culto, el papel y la misión de los católicos en la vida social, económica y política, la presencia de la inspiración evangélica en la cultura, la renovación y la consolidación de la familia, la educación y la formación para el sacerdocio y para la vida consagrada.

La tarea más importante, y sin duda la más difícil, corresponde ahora a las Iglesias particulares, que gobernáis. Me refiero al cumplimiento y a la realización de todo lo que ha quedado escrito en el Sínodo como programa bajo forma de decretos, que han de ser aplicados. Formulo votos y pido a Dios que este Sínodo sea fuente de inspiración y renovación de la vida cristiana con el espíritu del Evangelio.

8. Ante la perspectiva de la entrada en la Unión europea, una cuestión muy importante es la aportación creativa de los creyentes a la cultura contemporánea. Repito una vez más las palabras que dirigí a un grupo de obispos polacos durante su última visita ad limina, al inicio de 1998: «Europa necesita una Polonia que tenga una fe profunda y que sea creativa culturalmente de modo cristiano, consciente del papel que le ha encomendado la Providencia. En principio, Polonia puede y debe prestar un servicio a Europa mediante una tarea como la reconstrucción de una comunión de espíritu basada en la fidelidad al Evangelio en la propia casa. Nuestra nación (...) tiene mucho que dar a Europa, ante todo su tradición cristiana y su rica experiencia religiosa actual» (Discurso al tercer grupo de obispos polacos en visita ad limina, 14 de febrero de 1998, n. 4: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de marzo de 1998, p. 8).

En el umbral del tercer milenio la Iglesia en Polonia ha de afrontar nuevos desafíos históricos. Polonia entra en el siglo XXI como un país libre y soberano. Para no dilapidar esta libertad, es preciso que todos sean conscientes de sus derechos, pero también de sus deberes; que sean generosos, animados por el amor a la patria y por espíritu de servicio; y que quieran construir sólidamente el bien común y organizar todos los espacios de libertad en las dimensiones personal, familiar y social. Como he dicho en varias ocasiones, la libertad exige también una referencia constante a la verdad del Evangelio y a las normas morales estables y experimentadas que permiten distinguir el bien del mal. Esto es particularmente importante precisamente hoy, en el actual tiempo de reformas que vive Polonia.

Me complace que los laicos se comprometan cada vez más plenamente en la vida de la Iglesia y de la sociedad, como lo ponen de manifiesto las numerosas asociaciones y organizaciones católicas, de manera especial la Acción católica, y la participación de los creyentes en la vida pública, económica y política. Espero que los pastores ayuden a los fieles laicos «para que, con espíritu de unidad y mediante un servicio honrado y desinteresado, en colaboración con todos, sepan conservar y desarrollar en el ámbito sociopolítico la tradición y la cultura cristianas» (Discurso al primer grupo de obispos polacos en visita «ad limina», 16 de enero de 1998, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de febrero de 1998, p. 9).

En este campo, os puede ser muy útil la doctrina social de la Iglesia, que es preciso difundir para que «los valores y los contenidos del Evangelio impregnen las categorías del pensamiento, los criterios de valoración y las normas de acción del hombre» (Discurso al tercer grupo de obispos polacos en visita ad limina, 14 de febrero de 1998, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de marzo de 1998, p. 7).

9. En el espíritu de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, prestad una solicitud especial a vuestros hermanos sacerdotes, así como a los seminaristas, para que, animados por un gran celo y por la caridad, lleguen a ser sacerdotes según el Corazón de Dios. Cristo, sumo sacerdote, quiere estar presente, a través de las personas, en medio de su pueblo «como quien sirve» (cf. Lc
Lc 22,27) y «da la vida por sus ovejas» (cf. Jn Jn 10,15). Esto pide san Adalberto, obispo y mártir, en el milenario de su canonización. Mediante su ministerio pastoral y su sangre de mártir, hace casi mil años creció en Polonia su Iglesia, con la primera sede metropolitana en la Gniezno de los Piast.

Aprovecho la ocasión para atraer vuestra atención hacia la gran cuestión de la solicitud por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Es preciso desarrollar la pastoral vocacional, y ante todo orar mucho y exhortar a la oración, para que no falten personas dispuestas a seguir la voz de Cristo.

Con esa misma fuerza piden santos pastores los testigos de la fe que, como Antonio Julián Nowowiejski, el arzobispo León Wetmalski o el obispo Vladimiro Goral, junto con el beato Vicente Frelichowski y numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, serán beatificados en Varsovia. El testimonio de su heroica fidelidad es un gran don moral y un gran compromiso para los que, después de ellos, han asumido la responsabilidad del servicio pastoral.

El gran jubileo del año 2000 orienta de modo especial nuestro pensamiento y nuestro corazón hacia la juventud, que en el nuevo milenio formará el rostro de la Iglesia y de la patria. La confianza puesta en los jóvenes no queda defraudada, porque están especialmente abiertos a la autenticidad del Evangelio. Lo he experimentado en numerosas ocasiones durante mis viajes apostólicos. Doy gracias de corazón a todos los que dedican su tiempo y sus talentos a transmitir a los jóvenes el gran patrimonio de la cultura, la tradición y la religiosidad polacas, y se esfuerzan por prepararlos para el amor verdadero, para el matrimonio y la paternidad y maternidad responsables.

Para que los jóvenes puedan responder a las esperanzas puestas en ellos, es preciso enseñarles a encontrar fuerzas en el contacto directo con Dios, en la liturgia y en los santos sacramentos, en la sagrada Escritura, en la vida y en el apostolado de la Iglesia. También los jóvenes, especialmente hoy, tienen necesidad de esperanza. Es preciso aprovechar todas las ocasiones para una armoniosa cooperación de la familia, la Iglesia, la escuela, las autoridades locales y el Estado, a fin de alejar a los jóvenes de los peligros que entraña la actual civilización consumista.

159 Asimismo, encomiendo a vuestra particular solicitud la familia, la más pequeña, pero al mismo tiempo la más importante, «comunidad de vida y amor» (Gaudium et spes, GS 48). Sin familias sanas y fuertes la sociedad y la nación se diluyen. Hoy la estabilidad y la unidad de la familia están seriamente amenazadas. Es preciso oponerse a ese peligro, formando, en colaboración con todos los hombres de buena voluntad, un clima favorable a la consolidación de la familia. Me complace que también en Polonia surjan movimientos para ayuda de la familia, que difunden un nuevo estilo de comportamiento cristiano, demostrando que, donde hay verdadero amor y un clima de fe, puede surgir también una vida nueva.

Conocéis bien mi solicitud y mis esfuerzos en defensa de la vida y de la familia. Por doquier no dejo de proclamar, en el nombre de Cristo, el derecho a la vida, que es el derecho fundamental de todo hombre. Seguid haciendo todo lo posible para salvar la dignidad y la salud moral de la familia, a fin de que sea fuerte en Dios. Que la familia sienta la cercanía y el respeto de la Iglesia, y su apoyo a los esfuerzos por conservar su identidad, su estabilidad y su carácter sagrado. Esto os lo pido de manera especial como pastores.

10. Queridos hermanos, todo lo que acabo de deciros exige una gran movilización y la disponibilidad espiritual de toda la comunidad de la Iglesia, y especialmente de sus pastores. Os dirijo, una vez más, un ardiente llamamiento: a ejemplo de Cristo, sed «servidores», sed «buenos pastores, que conocen a sus ovejas y a quienes ellas también conocen; verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud para con todos» (Christus Dominus, CD 16). Ojalá que, gracias a vuestro servicio generoso y lleno de espíritu de abnegación, la Iglesia en Polonia muestre gran solicitud por «los hermanos más pequeños» (cf. Mt Mt 10,42), por los pobres, por los enfermos, por los que han sido víctimas de alguna injusticia, por los que sufren, por los que no tienen esperanza. Ojalá que sirva a todos con la inmensidad de los dones salvíficos, recibidos de Cristo para el bien de cada hombre. El obispo, como reza el tema de la próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, debe servir al Evangelio de Cristo, para llevar la esperanza al mundo.

Jesucristo os ha llamado a ser pastores del pueblo de Dios en este histórico período, al final de un milenio y al principio de otro. Vuestra actividad apostólica sólo producirá frutos para el bien de las almas gracias a su ayuda y a su luz. «Sin Cristo no podemos hacer nada» (cf. Jn Jn 15,5), sin él no sirven de nada los esfuerzos humanos. Pido al Señor que os conceda abundantes dones a vosotros y a toda la Iglesia en Polonia. Para la labor común de evangelización os encomiendo a la santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado, único Salvador del mundo, y de corazón os bendigo.

«Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 7,12).









DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


DURANTE LA VISITA A LA IGLESIA


DE LOS PADRES BASILIANOS GRECO-CATÓLICOS


11 de junio de 1999


Oremos todos por la unidad
¡Alabado sea Jesucristo!
Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Saludo cordialmente a todos los presentes, y en particular al arzobispo Ivan Martyniak, metropolita de Przemys-Varsovia, al superior general de la orden basiliana de San Josafat, el proto-archimandrita Dionisio, así como a los superiores provinciales de Polonia, Ucrania, Eslovaquia, Rumanía y Hungría. Expreso mi alegría por la elevación al episcopado de vuestro provincial, el padre Wlodzimierz Roman Juszczak, destinado a la sede de Wroclaw-Gdansk. Lo saludo de todo corazón, al igual que a los sacerdotes, las religiosas, los religiosos y los fieles laicos de la Iglesia greco-católica, tan queridos para mí.

Me complace poder visitar esta iglesia basiliana por segunda vez. Vine aquí por primera vez, como Pontífice, en 1987, pero los tiempos eran muy diversos y el encuentro no pudo anunciarse con anticipación. Con esa visita quise expresar mi gran reconocimiento no sólo a la orden de los padres basilianos, sino también a toda la Iglesia greco-católica, obligada entonces al silencio.

160 La presencia tan numerosa hoy de la jerarquía, del clero, de los representantes de las comunidades religiosas y de los fieles laicos testimonia que de nuevo podéis libremente profesar vuestra fe y alabar a Dios, uno y trino. Juntamente con vosotros, doy gracias a la divina Providencia por este encuentro y exclamo con júbilo, como el salmista: «A ti, Señor, nos hemos acogido: no hemos quedado nunca defraudados; tú has sido la roca de nuestro refugio, un baluarte donde nos hemos salvado. No nos has entregado en manos del enemigo. ¡Cuán grande es tu bondad, Señor» (cf. Sal Ps 31,2-3 Sal Ps 31,9 Sal Ps 31,20).

2. La vida cristiana es una lucha continua por la venida del reino de Dios, que entró en la historia humana y fue realizado definitivamente por Cristo. Con todo, ese reino no es de este mundo; es del Padre y sólo el Padre puede realizarlo entre los hombres. A ellos está confiada la tarea de ser terreno fértil, en el que el reino pueda desarrollarse y crecer. A veces es preciso soportar grandes sacrificios y persecuciones para que se haga realidad. En el arco de los siglos, vuestra Iglesia ha sido sometida muchas veces a esa prueba de fidelidad, especialmente durante el gobierno de los zares, así como bajo el régimen comunista ateo.

Doy gracias a Dios por la elevación a la gloria de los altares de vuestros hermanos que dieron el testimonio supremo en Pratulina. Hoy todos juntos nos encontramos ante sus reliquias y ante su icono, y contemplamos su luminoso ejemplo de fe sencilla, sincera e inquebrantable. Con gran veneración recordamos también a los numerosos contemporáneos nuestros «mártires y confesores de la fe de la Iglesia en Ucrania (...) Han conocido la verdad, y la verdad los ha hecho libres. Los cristianos de Europa y del mundo, arrodillados en oración junto a los confines de los campos de concentración y de las cárceles, deben agradecerles su luz: era la luz de Cristo, que hacían resplandecer en las tinieblas. Éstas, a los ojos del mundo, durante largos años parecieron prevalecer, pero no pudieron apagar esa luz, que era luz de Dios y luz del hombre ofendido pero no doblegado» (Carta apostólica con ocasión del IV centenario de la Unión de Brest, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de noviembre de 1995, p. 7).

Estimulados por el ejemplo de estos intrépidos testigos de la fe, podéis y debéis aceptar con valentía los grandes desafíos que se os presentan. Hoy, más que nunca, las naciones necesitan la luz del Evangelio, y las energías que de ella brotan, para realizar el reino de Dios en el mundo y en el corazón de los hombres. Nuestros hermanos, que durante muchos años estuvieron privados de esa luz, la necesitan.

3. Me dirijo de modo especial a vosotros, padres y hermanos de la orden basiliana de San Josafat. En la carta apostólica Orientale lumen escribí: «El monaquismo ha sido, desde siempre, el alma misma de las Iglesias orientales» (n. 9). Estas palabras se pueden referir también a la comunidad basiliana, que en el decurso de su larga historia ha sido siempre una pequeña parte viva de la Iglesia greco-católica.

San Basilio el Grande, uno de los más eminentes Padres de la Iglesia oriental, indicó a quienes querían entregarse totalmente a Dios el camino de la vida monástica, donde «el mandamiento de la caridad, vivida en la práctica, se convierte en ideal de convivencia humana, y donde el ser humano busca a Dios sin barreras e impedimentos» (ib.). San Basilio es para vosotros modelo del servicio perfecto a Dios y a la Iglesia. Toda su vida fue una realización coherente de la virtud de la fe y de la práctica del amor activo, según el espíritu de los consejos evangélicos. A lo largo de los siglos la enseñanza de san Basilio dio grandes frutos de vida religiosa, principalmente en Oriente.

Soléis cantar un himno que reza: «Alégrate, Basilio, jerarca santo, patriarca de Cesarea; hoy te queremos honrar». Alégrate al contemplar los numerosos discípulos que, en el decurso de los siglos, han sido atraídos por el ejemplo de tu vida santa y por tu enseñanza ascética, que dejaste como patrimonio perpetuo de todo el cristianismo. Alégrate al ver a tantos hijos espirituales tuyos que, mediante la santidad de vida, se han convertido en testigos de la gracia transformante de Dios y, con la profundidad y perspicacia de la mente, conocían y predicaban los admirables misterios del Padre que dan la vida. Han confirmado a lo largo de los siglos su fidelidad a la Iglesia, soportando con entereza las persecuciones, los sufrimientos e incluso la muerte. Entre ellos se cuentan también obispos, padres y hermanos de vuestra orden.

4. Queridos padres y hermanos, en el umbral del tercer milenio cristiano, la divina Providencia os encomienda importantes tareas por realizar. Como personas consagradas a Dios, debéis ser la sal de la tierra, signo particular y modelo de fidelidad a la vocación cristiana por la senda de los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. Hoy los hombres tienen gran necesidad de modelos que imitar, especialmente en los países donde la Iglesia ha sido sometida a duras persecuciones y ha sufrido dolorosas humillaciones.

Estáis llamados a la oración, que ha de marcar cada una de las etapas de las jornadas de vuestra vida. Pienso, ante todo, en la liturgia eucarística, el canto en común en el coro, la oración personal con la meditación de la sagrada Escritura, la lectura de los escritos de los Padres orientales de la Iglesia y especialmente de las obras de san Basilio el Grande. Necesitáis la oración porque, gracias a ella, os santificáis y os perfeccionáis interiormente. El mundo, especialmente los que buscan el sentido de la vida o una curación interior, necesita vuestra oración.

Tenéis el deber de una fiel observancia de vuestras tradiciones litúrgicas. En Oriente sobre todo los monasterios fueron el lugar de la celebración de la liturgia en toda su belleza y majestad. Tenéis que conservar y transmitir fielmente a las futuras generaciones de religiosos esta antigua tradición, que «forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo; la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad» (ib., 1).

Quisiera llamar vuestra atención también sobre el importante problema de la unidad de la Iglesia. La orden basiliana posee grandes méritos en este campo. Vuestros predecesores se sentían plenamente responsables de la unidad por la que Cristo oró con tanta insistencia durante la última cena: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Tenemos un ejemplo eminente en la figura de san Josafat Kuncewicz, obispo y mártir, que dio su vida por la gran causa de la unidad de la Iglesia.

161 El compromiso en favor de la unidad necesita la oración, que transforma nuestra vida con la luz y la verdad, haciéndonos imagen de Cristo. Por eso, una de las más importantes tareas de las comunidades religiosas es la oración sincera e incesante. Los cristianos que aspiran a la unidad, ante todo deben dirigir los ojos al cielo y pedir a Dios que renueve en nosotros el anhelo de la unidad, por inspiración del Espíritu Santo. Sólo se puede conseguir la unidad con la ayuda de la gracia divina.

A lo largo de la historia habéis dado testimonio de un profundo compromiso en las obras de apostolado, mostrándoos siempre dispuestos a servir a la Iglesia. Hoy, especialmente en Oriente, como en Ucrania, es urgente la necesidad de evangelización. La Iglesia os mira con esperanza y confianza, y cuenta con vuestra colaboración. Para que esa ayuda pueda producir los frutos esperados hace falta una instrucción teológica y una adecuada formación espiritual. Sólo así podréis servir bien a los hombres, mostrando con vuestra vida el amor de Dios, que se manifestó en Jesucristo.

5. Queridos hermanos y hermanas, conservad con fervor vuestra tradición como un patrimonio espiritual peculiar, pues constituye la fuerza de vuestra vida y de vuestra actividad. Recordad el gran testimonio de fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al Sucesor de san Pedro que dieron vuestros hermanos. Prefirieron perder la vida antes que separarse de la Sede apostólica. Sus sufrimientos y su martirio son para vuestra Iglesia una fuente inagotable de gracia hoy y para el futuro. Debéis conservar en vuestro corazón este gran patrimonio de fe, oración y testimonio, para transmitirlo a las futuras generaciones.

La responsabilidad de llevar adelante la Iglesia no sólo compete al Papa, a los obispos, a los sacerdotes y a los religiosos. La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, del que somos responsables todos, sin excepción alguna.

Están presentes en este templo los representantes de vuestra Iglesia: el clero, los consagrados, los fieles laicos de Polonia y de otros países. Formamos todos una sola comunidad, reunida en Cristo.

Pido a Dios que en la Iglesia greco-católica florezca una auténtica vida cristiana, que comunique la buena nueva a todos los hermanos y hermanas de Ucrania y de la diáspora, y que, con espíritu de responsabilidad, conserve la unidad de toda la Iglesia y la sostenga activamente mediante el compromiso en el campo ecuménico.

Os encomiendo a la protección de María santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Madre de Dios, venerada por los querubines
y los serafines,
mira con benignidad a esta Iglesia católica oriental.
Ayuda a tus hijos,herederos del bautismo de san Vladimiro,
162 para que confiesen con valentía la fe en tu Hijo y,
llenos de amor, se conviertan en testigos
del amor inefable de Dios,
uno y trino, ante todos los que buscan ese amor.
Fortalece su esperanza
en el camino hacia la casa del Padre.

Con mi bendición apostólica.

¡Alabado sea Jesucristo!








Discursos 1999 155