Discursos 1999 162


A LA ASAMBLEA CONJUNTA DE DIPUTADOS


Y SENADORES DEL PARLAMENTO POLACO


Varsovia, 11 de junio de 1999


Señor presidente;
señor presidente de la Dieta;
163 señor presidente del Senado;
señor primer ministro;
representantes del poder judicial;
miembros del Cuerpo diplomático;
representantes de las Iglesias y de las comunidades religiosas en Polonia;
señoras y señores,
diputados y senadores:

1. Ante todo deseo daros un cordial saludo y expresaros mi agradecimiento por vuestra invitación. Saludo asimismo a toda la nación polaca, a todos mis queridos compatriotas.

Hace veinte años, durante mi primera peregrinación a la patria, junto con la multitud reunida para orar en la plaza de la Victoria, invoqué al Espíritu Santo, implorando: «Descienda tu Espíritu y renueve la faz de la tierra, de esta tierra» (Homilía en la misa celebrada el día 2 de junio de 1979, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 1979, p. 6). Al pedir con confianza esa renovación, no sabíamos aún qué forma asumirían las transformaciones en Polonia. Hoy conocemos cuán profunda ha sido la acción de la fuerza divina, que libera, sana y purifica. Podemos dar gracias a la divina Providencia por todo lo que se ha logrado alcanzar gracias a una sincera apertura de corazón a la gracia del Espíritu Consolador. Doy gracias al Señor de la historia por las transformaciones actuales en Polonia, por el testimonio de la dignidad y de la firmeza espiritual de todos los que, en aquellos días difíciles, tenían la misma solicitud por los derechos del hombre, la misma convicción de que la vida en nuestra patria podía mejorar, haciéndose más humana. Los unía la conciencia profunda de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y llamada a ser redimida por Cristo. A vosotros está encomendado hoy ese patrimonio de esfuerzos valientes y ambiciosos, realizados en nombre del mayor bien de la República de Polonia. De vosotros depende la forma concreta que asuman en Polonia la libertad y la democracia.

2. Este encuentro reviste una gran importancia simbólica. Es la primera vez que el Papa interviene ante las Cámaras reunidas del Parlamento polaco, en presencia del poder ejecutivo y del legislativo, con la participación del Cuerpo diplomático. En este momento no se puede por menos de recordar la larga historia de la Dieta polaca, que se remonta al siglo XV, o la Constitución del 3 de mayo de 1791, que constituye un glorioso testimonio de sabiduría legislativa de nuestros antepasados. Hoy, en este lugar, somos conscientes del papel esencial que en un Estado democrático desempeña un justo orden jurídico, cuyo fundamento debería ser siempre y en todas partes el hombre, la plena verdad sobre el hombre, sus inalienables derechos y los derechos de toda la comunidad, que es la nación.

Sé que, después de estar privados durante muchos años de una plena soberanía del Estado y de una auténtica vida pública, no es fácil construir un nuevo orden democrático e institucional. Por eso, ya desde el inicio, quiero expresar mi alegría por este encuentro, que se celebra precisamente aquí, en este lugar donde, mediante la elaboración de leyes, se ponen bases duraderas para el funcionamiento de un Estado democrático y, en él, de una sociedad soberana.

164 Quisiera también expresar a la Dieta y al Senado mi deseo de que en el centro de sus tareas legislativas se encuentre siempre el hombre y su auténtico bien, de acuerdo con la fórmula clásica: «Hominum causa omne ius constitutum est» (el latín es útil, como en mi generación). En el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año escribí: «Cuando la promoción de la dignidad de la persona es el principio conductor que nos inspira; cuando la búsqueda del bien común es el compromiso predominante, entonces es cuando se ponen fundamentos sólidos y duraderos a la edificación de la paz. Por el contrario, si se ignoran o desprecian los derechos humanos, o la búsqueda de intereses particulares prevalece injustamente sobre el bien común, se siembran inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad, la rebelión y la violencia» (n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p. 6). De un modo muy claro habla de esto también, en su preámbulo, el Concordato entre la Sede apostólica y la República de Polonia: «El desarrollo de una sociedad libre y democrática se funda en el respeto a la dignidad de la persona humana y a sus derechos».

La Iglesia en Polonia, que a lo largo de todo el período de la posguerra, bajo el dominio del sistema totalitario, muchas veces intervino en defensa de los derechos del hombre y de la nación, también ahora, en situación de democracia, quiere favorecer la edificación de la vida social, así como del orden jurídico que la regula, sobre sólidas bases éticas. Para ello se requiere ante todo un uso responsable de la libertad, tanto en su dimensión individual como en la social, y también, si hiciera falta, la puesta en guardia contra los peligros que pueden surgir de visiones reductivas de la esencia y de la vocación del hombre y de su dignidad. Esto forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia, la cual, así, da su contribución específica a la defensa de la democracia en sus mismas fuentes.

3. El lugar en donde nos encontramos nos invita a una profunda reflexión sobre el uso responsable, en la vida pública, del don de la libertad recuperada y sobre la necesidad de cooperar en favor del bien común. En una reflexión de este estilo nos debe ayudar el recuerdo de los heroicos testimonios, bastante numerosos en los últimos dos siglos, de la aspiración polaca a un Estado soberano propio, que durante muchas generaciones de nuestros compatriotas existió sólo en sueños, en las tradiciones familiares y en la oración. Pienso, ante todo, en los tiempos de las reparticiones de nuestro territorio y en nuestra lucha por reconquistar la Polonia perdida, borrada del mapa de Europa. La falta de esta fundamental estructura política que forma la realidad social fue siempre, especialmente durante la última guerra mundial, tan intensamente sentida que llevó, en condiciones de peligro mortal para la existencia misma de la nación, a la constitución de un Estado polaco clandestino, cosa que no sucedió en ninguna otra parte de la Europa ocupada.

Antes de venir aquí, bendije un monumento a ese Estado clandestino y al ejército de la nación. Esto ha suscitado una profunda emoción en mí.

Todos somos conscientes de que este encuentro en el Parlamento no habría sido posible si no se hubiera producido la firme protesta de los obreros polacos, en la costa del Báltico, durante el memorable mes de agosto de 1980. No habría sido posible sin «Solidaridad», que eligió el camino de la lucha pacífica para reclamar los derechos del hombre y de la nación entera. Eligió también el principio, aceptado de forma unánime en todo el mundo de entonces, según el cual «no hay libertad sin solidaridad»: sin la solidaridad con los demás hombres, una solidaridad que supera las diversas barreras de clase, ideología, cultura e incluso geografía, como podía demostrar el recuerdo de nuestros vecinos del este.

Los acontecimientos del año 1989, que dieron inicio a los grandes cambios políticos y sociales en Polonia y en Europa -a pesar de los sufrimientos, los sacrificios y las humillaciones durante la guerra y los años sucesivos-, fueron precisamente consecuencia de la elección de aquellos métodos pacíficos de lucha por una sociedad de ciudadanos libres y por un Estado democrático, como recordé no hace mucho tiempo, junto con el canciller Kohl, durante mi visita a Berlín ante la Puerta de Brandeburgo.

No es lícito olvidar esos acontecimientos. No sólo trajeron la anhelada libertad; también contribuyeron de modo decisivo a la caída de los muros que durante casi medio siglo separaron del mundo libre a las sociedades y a las naciones de nuestra parte del continente. Esos históricos cambios han quedado registrados en la historia contemporánea como ejemplo y como enseñanza: al aspirar a los grandes fines de la vida colectiva, «el hombre tiene que seguir, en su camino a lo largo de la historia, la vía de las más nobles aspiraciones del espíritu humano» (Discurso en la sede de la ONU, 5 de octubre de 1995, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1995, p. 7). Puede y debe elegir ante todo la actitud de amor, fraternidad y solidaridad, la actitud de respeto a la dignidad del hombre y, por consiguiente, los valores que entonces decidieron la victoria sin el peligrosísimo conflicto nuclear.

4. El recuerdo de los mensajes morales de «Solidaridad» y, por consiguiente, también el de nuestras experiencias históricas, a menudo trágicas, debería ejercer hoy un influjo mayor en la calidad de vida colectiva en Polonia, en el modo de hacer política o en la manera de realizar cualquier otra actividad pública, especialmente la que se lleva a cabo en virtud de las elecciones y, por tanto, de la confianza por parte de la sociedad.

El servicio a la nación debe orientarse hacia el bien común, que garantiza el bien de cada ciudadano. El concilio Vaticano II es muy claro al respecto: «La comunidad política existe para aquel bien común del que obtiene su plena justificación y sentido y del que deriva su derecho primigenio y propio. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia» (Gaudium et spes,
GS 74). «Así pues, el orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas debe someterse al orden personal y no al contrario. (...) Este orden social debe desarrollarse de día en día, fundarse en la verdad, edificarse en la justicia, vivificarse por el amor; debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez más humano» (ib., 26).

En la tradición polaca no faltan ejemplos de vida entregada totalmente al bien común de nuestra nación. Esos ejemplos de valor y humildad, de fidelidad a los ideales y de espíritu de sacrificio despertaban los mejores sentimientos y actitudes en muchos de nuestros compatriotas, que de modo desinteresado y con gran generosidad se pusieron al servicio de la patria, cuando ésta se veía sometida a durísimas pruebas.

Es evidente que todos los ciudadanos deberían tener esa solicitud por el bien común, que ha de manifestarse en todos los sectores de la vida social. Sin embargo, la solicitud por el bien común es una exigencia especialmente en el campo de la política. Pienso en los que se dedican completamente a la actividad política, así como en cada ciudadano. El ejercicio de la autoridad política tanto en la comunidad como en las instituciones que representan al Estado debería ser un generoso servicio al hombre y a la sociedad, y no una búsqueda de beneficios personales o de grupo, descuidando el bien común de la nación entera.

165 ¡Cómo no recordar aquí los «Sermones a la Dieta» del predicador real don Pedro Skarga y la ardiente exhortación que dirigió a los senadores y a los diputados de la primera República: «Tened un corazón magnánimo y generoso. No améis sólo vuestra casa ni busquéis únicamente beneficios personales. No limitéis vuestro amor a vuestro hogar y a vuestros tesoros. Que se derrame sobre todo el pueblo, como un río que baja de las montañas hasta el llano (...). Quien sirve a su patria, se sirve a sí mismo, porque en ella se encuentra todo su bien» (cf. Sermón segundo, Sobre el amor a la patria).

La Iglesia espera de vosotros esa actitud, impregnada de espíritu de servicio al bien común, ante todo en calidad de católicos laicos. «Los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la 'política'; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común» (Christifideles laici,
CL 42). Colaborando con todos deben impregnar las realidades humanas con el espíritu del Evangelio, a fin de dar su contribución específica a la promoción del bien común. Es una obligación de conciencia, que deriva de su vocación cristiana.

5. Los desafíos que se plantean a un Estado democrático exigen la cooperación solidaria de todos los hombres de buena voluntad que, independientemente de su opción política o de su ideología, desean construir juntos el bien común de la patria. Respetando la autonomía propia de la vida de una comunidad política, es preciso al mismo tiempo tener presente que no se ha de considerar independiente de los principios éticos. Ni siquiera los Estados pluralistas pueden renunciar a las normas éticas en la vida pública. En la encíclica Veritatis splendor escribí: «Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo -la primera entre ellas el marxismo-, existe hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, 'si no existe una verdad última -que guíe y oriente la acción política-, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia'» (n. 101).

Compartiendo la alegría por las transformaciones positivas que tienen lugar en Polonia ante nuestros ojos, no podemos por menos de darnos cuenta de que en una sociedad libre deben existir también valores que garanticen el bien supremo de cada hombre. Toda transformación económica debe contribuir a la construcción de un mundo más humano y justo. A los políticos y a todas las personas comprometidas en la vida política quisiera expresarles mi deseo de que no escatimen energías a la hora de edificar un Estado que preste atención particular a la familia, a la vida humana, a la educación de la juventud; que respete el derecho al trabajo; que se preocupe por los problemas esenciales de toda la nación y que sea sensible a las necesidades de todos los ciudadanos, especialmente de los pobres y débiles.

6. Los acontecimientos de hace diez años en Polonia constituyeron una ocasión histórica para que el continente europeo, derribando definitivamente las barreras ideológicas, encontrara el camino hacia la unidad. Repetidamente he hablado de esto, utilizando la metáfora de los «dos pulmones», con los que debería respirar Europa, uniendo las tradiciones de Oriente y de Occidente. En vez de la anhelada comunidad de espíritu, estamos asistiendo a nuevas divisiones y nuevos conflictos. Una situación de este género implica para los políticos, para los hombres de ciencia y de cultura, y para todos los cristianos, una urgente necesidad de nuevas iniciativas, que contribuyan a la integración de Europa.

La Iglesia, en su peregrinación por las sendas del tiempo, ha vinculado su misión a nuestro continente mucho más que a cualquier otro. El rostro espiritual de Europa se formó gracias a los esfuerzos de los grandes misioneros y al testimonio de los mártires. Se formó en los templos construidos con gran abnegación y en los centros de vida contemplativa, en el mensaje humanístico de las universidades. La Iglesia, llamada a la solicitud por el crecimiento espiritual del hombre como ser social, aportó a la cultura europea un conjunto único de valores. Siempre ha tenido la convicción de que «una auténtica política cultural debe mirar al hombre en su totalidad, es decir, en todas sus dimensiones personales, sin olvidar los aspectos éticos y religiosos» (Mensaje al director general de la Unesco con motivo de la Conferencia sobre las políticas culturales, 24 de julio de 1982, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de agosto de 1982, p. 9). ¡Cuán pobre hubiera quedado la cultura europea si le hubiera faltado la inspiración cristiana!

Por esto, la Iglesia pone en guardia contra una visión reducida de Europa que la considere exclusivamente en sus aspectos económicos y políticos, así como contra una relación acrítica hacia un modelo de vida consumista. Si queremos que la nueva unidad de Europa sea duradera, debemos construir sobre estos valores espirituales, que fueron en otro tiempo su fundamento, teniendo en cuenta la riqueza y la diversidad de las culturas y de las tradiciones de cada una de sus naciones. En efecto, esta debe ser la gran comunidad europea del Espíritu. También aquí renuevo mi llamamiento, dirigido al viejo continente: «Europa, ¡abre las puertas a Cristo!».

7. Con ocasión de este encuentro, deseo expresar una vez más mi aprecio por los esfuerzos coherentes y solidarios encaminados, desde que se reconquistó la soberanía, a la búsqueda y a la consolidación del puesto debido y seguro de Polonia en la Europa que se está uniendo y en el mundo.

Polonia tiene pleno derecho a participar en el proceso general del progreso y del desarrollo del mundo y, especialmente, de Europa. La integración de Polonia con la Unión europea ha sido sostenida, desde el inicio, por la Sede apostólica. La experiencia histórica que tiene la nación polaca, así como su riqueza espiritual y cultural, pueden contribuir de modo eficaz al bien común de toda la familia humana, y especialmente a la consolidación de la paz y la seguridad en Europa.

8. El LX aniversario del estallido de la segunda guerra mundial, que se celebra este año, y el X aniversario de los acontecimientos que hemos mencionado, deberían ser ocasión para que todos los polacos reflexionen sobre la libertad como «don» y, al mismo tiempo, como «tarea», sobre una libertad que exige un esfuerzo constante para consolidarla y vivirla de modo responsable. Que los magníficos testimonios de amor a la patria, de desinterés y de heroísmo, tan numerosos en nuestra historia, sean un estímulo para dedicarse colectivamente a las grandes metas de la nación, dado que «el mejor uso de la libertad es la caridad, que se realiza en la entrega y en el servicio» (Redemptor hominis, RH 21).

A todos los presentes y a todos mis compatriotas les deseo que crucen el umbral del tercer milenio con esperanza y confianza, deseosos de construir juntos la civilización del amor, que se funda en los valores universales de la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad.

166 Que el Espíritu Santo sostenga incesantemente el gran proceso de transformación, ordenado a la renovación de la faz de la tierra, de nuestra tierra común.









SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PERSONAL DE LAS LÍNEAS AÉREAS POLACAS (LOT)


Varsovia, 13 de Junio 1999

¡Alabado sea Jesucristo!

Con este saludo cristiano quiero dar la bienvenida a los que se encuentran aquí reunidos. Doy gracias al cardenal primado por su presencia y por la labor pastoral que realiza en la zona del aeropuerto, situado en el territorio de la archidiócesis de Varsovia, y también por sus palabras de bienvenida. Saludo al señor ministro de Transportes y a todos los que me han dado la bienvenida en nombre de los presentes, y les agradezco sus palabras.

Me alega poder encontrarme, durante esta peregrinación, con los empleados de la aviación civil de Polonia. Este encuentro tiene un carácter excepcional, pues no es frecuente que me reúna con personas que representan a un grupo profesional. Sin embargo, el 70° aniversario de la fundación de las Líneas aéreas polacas (LOT) constituye una buena ocasión para un encuentro con los que de varias maneras están al servicio de las personas que viajan en avión. En cierto sentido, esta visita está motivada también por el deseo de pagar, al menos en parte, la deuda de gratitud con la LOT y todas las demás líneas aéreas del mundo, que contraigo constantemente como Papa peregrinante. Os agradezco esta ayuda particular que me prestáis en mi servicio a la Iglesia.

Saludo cordialmente a los pilotos y al personal de vuelo. Aprecio sinceramente vuestra profesionalidad y vuestra entrega. Cruzando los continentes testimoniáis todo lo que tienen de bueno nuestra realidad polaca, nuestra cultura y nuestra espiritualidad. Os doy gracias por ello y os pido que sigáis manteniendo la buena fama de Polonia en el mundo. Desde allá arriba se ve con extraordinaria claridad la belleza de la creación, la pequeñez y al mismo tiempo la grandeza del hombre; todo ello es manifestación de la infinita potencia y sabiduría del Creador. Que esta experiencia diaria sea para vosotros fuente de consolidación y renovación de la fe. Que reavive constantemente vuestra confianza en el amor de Dios. Estas palabras van dirigidas a los pilotos.

Dirijo ahora palabras de saludo y aprecio también al personal de tierra, porque los pilotos parten de tierra y vuelven a tierra. Vuestro trabajo ayuda al hombre que se encuentra en la necesidad de elevarse de la tierra, no sólo en sentido físico. A menudo implica una experiencia de pérdida del sentido de seguridad y de extravío interior. Por eso, es muy importante vuestro servicio de bondad: una sonrisa amistosa, una buena palabra, la comprensión y la cordialidad también hacia nosotros, los pasajeros. Os pido que cumpláis vuestro servicio recordando las palabras de Cristo: «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Por último, expreso mi gratitud en particular a todos los que se ocupan del mantenimiento del aeropuerto, a los técnicos y a los controladores del tráfico aéreo. En gran medida, sobre vosotros recae la responsabilidad de la seguridad de los pasajeros. Realizáis un trabajo oculto. Tal vez precisamente por eso es particularmente precioso a los ojos de Dios, que ve el esfuerzo del hombre, incluso el que queda oculto (cf. Mt Mt 6,6). Esta convicción ha de sosteneros e impulsaros a un celoso cumplimiento de vuestras tareas diarias.

Me alegra que, desde hace algunos años, en cuatro aeropuertos internacionales de Polonia haya capillas, donde los empleados y los viajeros pueden recogerse en silencio a orar. Doy cordialmente las gracias a todos los que han contribuido a ello. La atención pastoral de la aviación civil es expresión de la responsabilidad y de la fidelidad de la Iglesia. «Dado que nadie puede verse privado del mensaje de la salvación, la Iglesia tiende (así) la mano a todos los que, por las circunstancias de su vida, no pueden recibir de modo satisfactorio una normal atención pastoral o están completamente privados de ella» (cf. Documento del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, 1995, nn. 4-5).

Por séptima vez aprovecho la benevolencia de las Líneas aéreas polacas (LOT) durante mi peregrinación a la patria. Aceptad mi cordial gratitud. Al mismo tiempo, deseo que la LOT, el aeropuerto Okecie de Varsovia y los demás aeropuertos de Polonia se desarrollen cada vez más, se modernicen, convirtiéndose así en una especial tarjeta de visita de nuestra patria. Al trabajar por el desarrollo tecnológico, no os olvidéis del hombre. Os deseo que sepáis servir, con espíritu de comprensión recíproca y de buena cooperación, a la gran obra de acercamiento de los hombres entre sí.

Durante todo el tiempo pensaba en la última vez que tuve un encuentro como éste, en un ambiente semejante, y al final me he acordado: fue con Alitalia. A propósito de «pasear» al Papa por el mundo, por desgracia Alitalia os supera. Pero tal vez no hay que envidiarla.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN EL SANTUARIO MARIANO DE CZESTOCHOWA


167

17 de junio de 1999



1. «María, desde siempre eres la reina de Polonia. María, intercede en nuestro favor».

En el itinerario de mi peregrinación a la patria no podía faltar el santuario de Jasna Góra, un lugar tan querido para mi corazón y para cada uno de vosotros, amados hermanos y hermanas. Nos hemos acostumbrado a venir aquí, trayendo a la Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra los problemas personales y familiares, y las grandes cuestiones nacionales, como han hecho durante siglos enteros nuestros antepasados.

Nos hemos acostumbrado a decir todo esto a María, que está particularmente presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, al igual que en el misterio de cada hombre. Ella, como Madre del Salvador, es también Madre de todo el pueblo de Dios y lo acompaña en el camino de la fe y de la vida diaria

Me alegra poder encontrarme hoy una vez más en este santo lugar, en este lugar particular de oración y mirar de cerca el rostro de nuestra Madre. Mediante «su fe, su caridad y su perfecta unión con Cristo» (cf. Lumen gentium LG 63), se convirtió para nosotros en modelo vivo de santidad y amor a la Iglesia.

2.Saludo cordialmente a los Monjes de san Pablo primer eremita, que custodian este santuario, y en particular al superior general y al padre prior. Saludo al arzobispo Stanislaw Nowak, pastor de la diócesis de Czêstochowa, al obispo auxiliar Antoni Józef Dlugosz, a los sacerdotes diocesanos y religiosos, a las religiosas y a todas las personas consagradas. Saludo de todo corazón a los habitantes de esta ciudad y a los peregrinos que han llegado de varias partes de Polonia

3. He venido a Jasna Góra como peregrino, para rendir homenaje a María, Madre de Cristo, para orar a ella y para orar con ella.

Quiero darle las gracias por su protección durante estos días de mi servicio pastoral a la Iglesia en mi patria. A lo largo de todo el recorrido de esta peregrinación María ha estado presente entre nosotros, obteniéndonos de su Hijo dones espirituales, para que «hagamos todo lo que él nos diga» (cf. Jn Jn 2,5).

Le doy gracias por todos los bienes espirituales y materiales que se realizan en Polonia.

Me encomiendo personalmente a la maternal protección de Nuestra Señora de Jasna Góra, y le encomiendo a la Iglesia, a todos mis compatriotas, sin excluir a nadie. A ella le encomiendo a cada polaco, cada casa y cada familia. Todos somos hijos suyos. Que María sea ejemplo y guía en nuestro trabajo diario y monótono. Que a todos ayude a crecer en el amor a Dios y a los hombres, a construir el bien común de la patria, a introducir y consolidar la paz en nuestro corazón y en nuestros ambientes.

Te pido, Madre de Jasna Góra, Reina de Polonia, que abraces con tu corazón de Madre a toda mi nación. Aumenta su valentía y su fuerza de espíritu, para que pueda afrontar la gran responsabilidad que le corresponde. Que cruce con fe, esperanza y caridad el umbral del tercer milenio y se adhiera aún más firmemente a tu Hijo Jesucristo y a su Iglesia, edificada sobre el fundamento de los Apóstoles.

168 Madre nuestra de Jasna Góra, ruega por nosotros y guíanos, para que podamos dar testimonio de Cristo, Redentor de todo hombre

«María, cuida de toda la nación, que vive para tu gloria, a fin de que se desarrolle espléndidamente».








DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA


Cracovia, 17 de junio de 1999



1. ¡Patria mía, tierra amada, bendita seas!

Al terminar mi peregrinación a mi país natal, expreso desde lo más profundo de mi corazón este deseo de bendición divina y lo dirijo a toda Polonia y a todos sus habitantes. Quiero encerrar en él los sentimientos, los pensamientos y las oraciones que me han acompañado diariamente en mi camino de peregrino. La mejor manera que tengo de expresar el amor a esta tierra y a este pueblo es pidiendo fervientemente a Dios, que es amor, que bendiga a todos con abundancia.

Siempre que visito Polonia me reafirmo en mi convicción de que no faltan personas de corazón limpio que, viviendo todos los días como pobres de espíritu, mansos, misericordiosos y artífices de paz, obtienen con perseverancia la gracia de la bendición divina para su patria. Así ha sido también este año, comenzando por Gdansk, pasando por Pelplin, Elblag, Bydgoszcz, Torun, Lichen, Elk, Siedlce, Wigry, Drohiczyn, Sandomierz, Zamosc, Varsovia, Lowicz, Sosnowiec, Gliwice, Stary Sacz, hasta mi ciudad natal Wadowice y Cracovia. En todas partes he orado para que la vida diaria de los hombres que viven con el espíritu de las bienaventuranzas fructifique para la prosperidad de todos en este país. Doy gracias a Dios por haber podido depositar esta oración también a los pies de María, Reina de Polonia, en Jasna Góra.

2. Durante esta peregrinación, en vísperas del gran jubileo del año 2000, he podido volver a los lugares, a los acontecimientos y a las personas que testimonian de modo elocuente que, a lo largo de los mil años de existencia de la Iglesia en Polonia, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y su obra de redención han penetrado profundamente en su historia, han formado durante siglos su rostro espiritual y constituyen un sólido fundamento para la construcción de su futuro feliz.

La celebración del milenario de la institución de la organización eclesiástica en Polonia no podía por menos de comenzar en presencia de san Adalberto. En efecto, su canonización dio inicio a la archidiócesis de Gniezno. Así pues, volvimos a recordar la labor apostólica y el martirio del obispo de Praga. Evocando el precio que le tocó pagar por el don de la fe, que nos había traído, oramos a Dios para que nuestra generación transmita íntegro ese depósito a las generaciones del tercer milenio. Y en la oración nos sostenían Regina Protmann, Edmundo Bojanowski, Vicente Frelichowski, los 108 mártires y la princesa Cunegunda, que, en nombre de la Iglesia, proclamé beatos y santos. El ejemplo de su vida y su intercesión son, a lo largo de los siglos, un don particular a la Iglesia en Polonia y en el mundo. Por eso no dejo de dar gracias a la divina Providencia.

Un signo elocuente de que nuestro país quiere asumir su responsabilidad con respecto al futuro de la Iglesia fue el II Sínodo plenario, que en estos años ha sido ocasión de una reflexión común de todos los creyentes, clérigos y laicos, sobre el modo de realizar con eficacia la misión salvífica en la realidad del mundo contemporáneo. En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebramos la clausura solemne de los trabajos de ese Sínodo, encomendando sus frutos al amor de Dios. Espero que la Iglesia en Polonia, poniendo en práctica sus decisiones, prosiga eficazmente la obra de la nueva evangelización.

3. Me alegra haber podido encontrarme, durante esta peregrinación, con las personas que ejercen los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en nuestro país. En esta circunstancia extraordinaria hemos podido convencernos todos de que el bien común es el valor en torno al cual los hombres pueden unirse en una cooperación creativa, a pesar de tener diferentes convicciones y visiones políticas, algo normal dentro de una democracia. Deseo al señor presidente, a ambas Cámaras del Parlamento, al Gobierno de la República y a los Tribunales de todo tipo, que sirvan con perseverancia a sus compatriotas, buscando el bien de la patria y de la nación, y que gocen de los frutos de ese servicio.

Al peregrinar por varias regiones del país, he podido notar que se está desarrollando en todos los aspectos. Sé que ese desarrollo es consecuencia del esfuerzo de toda la sociedad, y que a veces ha costado muchas renuncias y muchos sacrificios. A todos los que edifican con amor un futuro próspero para la patria quiero expresarles hoy mi sincero agradecimiento. Al mismo tiempo, somos conscientes de que en el camino de ese desarrollo no faltan obstáculos, problemas y peligros.

169 Una vez más quiero expresar mi esperanza de que, con la ayuda de Dios y la cooperación de todos, se supere cualquier dificultad. Pido a Dios por esa intención, pensando sobre todo en los valores espirituales que las generaciones pasadas conservaron fielmente y que no pueden perderse en la justa búsqueda del bienestar material del país. Como Papa y como hijo de esta nación, me dirijo a todos los hombres de buena voluntad, y en particular a mis hermanos en la fe, con una apremiante exhortación a hacer todo lo posible para que Polonia entre en el tercer milenio no sólo como un Estado políticamente estable y económicamente sano, sino también fortalecido por el espíritu de amor mutuo y social.

4. A la vez que glorifico a Dios por el don de esta visita, quiero también expresar mi gratitud a todos los que han hecho posible su realización. A través del señor presidente de la República de Polonia, expreso mi agradecimiento a las autoridades del Estado por la invitación y por todos los esfuerzos realizados para la preparación y el positivo desarrollo de mi peregrinación. Les agradezco todos los gestos de benevolencia. Manifiesto mi gratitud también a las autoridades regionales y locales, que no han escatimado esfuerzos y medios para que los encuentros de los fieles con el Papa se llevaran a cabo en un buen ambiente y en un clima de paz y alegría. Que Dios os recompense por la hospitalidad.

También doy las gracias al ejército polaco, a la policía y a los bomberos, a las demás fuerzas encargadas de mantener el orden y a los numerosos voluntarios; a todos los que con gran entrega y con sincera benevolencia han contribuido a la seguridad durante esta visita. No puedo olvidar a los que con gran empeño se han encargado del servicio médico-sanitario. Doy las gracias a los periodistas y a todos los que, a través de la radio, la televisión, internet y la prensa, han colaborado con esmero en la transmisión de la información sobre el viaje pontificio, para servir a los que, por diversas razones, no han podido participar personalmente. A quienes han contribuido, de cualquier manera, a un desarrollo eficaz y digno de esta peregrinación, les digo de corazón: «Que Dios os lo pague».

5. Con particular gratitud me dirijo a la Iglesia en Polonia. En estos días he visitado muchas diócesis -algunas por primera vez-, pero no he podido ir a todas las que me habían invitado. Por eso, una vez más, quiero asegurar que espiritualmente he visitado toda Polonia, toda prefectura, toda parroquia, toda comunidad religiosa y todos los hogares. He venido para todos, sin excepciones; para recordar, en el ocaso de este milenio, esta única verdad esencial, sobre la que se apoya nuestra fe: «Dios es amor».

Doy las gracias al cardenal primado, al cardenal Franciszek Macharski por sus palabras, y a todos los cardenales, tanto polacos como huéspedes, a los arzobispos y obispos, por la preparación de esta peregrinación. Abrazo de corazón a todos los sacerdotes. Quiero expresar a los obispos mi gratitud por la contribución que han dado a esta visita, y también por su fiel servicio diario al pueblo de Dios en Polonia. Cada día oro a Cristo, sumo Sacerdote, para que, en el cumplimiento de su ministerio pastoral, puedan gozar de su gracia y del reconocimiento de los hombres. Con esta oración abrazo también a las personas consagradas que, en las comunidades religiosas, asumen las tareas que les corresponden de acuerdo con su carisma y las necesidades de la Iglesia. Les agradezco también su perseverancia en la oración, especialmente durante esta peregrinación, su humilde obra de misericordia y su testimonio apostólico de vida según los consejos evangélicos. Encomiendo a Dios a todos los alumnos de los seminarios mayores. Agradezco su colaboración activa durante el desarrollo de esta peregrinación, especialmente su servicio litúrgico. Pido a Dios que se abran cada vez con mayor plenitud a la acción del Espíritu Santo, que los prepara para las difíciles tareas del nuevo milenio.

Expreso mi agradecimiento en particular a todos los fieles de la Iglesia en Polonia. Sé cuánto esfuerzo, cuántos sacrificios materiales y espirituales han hecho para preparar esta visita. Agradezco su gran benevolencia y su cordial acogida, y, sobre todo, su testimonio de fe viva. Con gratitud abrazo a todos los hombres de buena voluntad en Polonia. Que Dios les recompense cada acto de generosidad con la abundancia de su bendición. Me inclino con amor sobre el sufrimiento de las personas que llevan la cruz de la enfermedad, la vejez, la soledad y el dolor. Sé cuánto debo a los enfermos, que no sólo me han acompañado durante estos días, sino que también me acompañan a lo largo de todo mi ministerio en la sede de Pedro. Les agradezco de corazón su fuerte apoyo. Saludo a los jóvenes, presentes en gran número en todos los encuentros. Les doy las gracias por su entusiasmo juvenil, por su fe y por su profundo recogimiento en la oración. Pido a Dios que, al entrar en el nuevo milenio, lleven con empeño el amor de Dios a las futuras generaciones.

6. Tertio millennio adveniente. Hemos vivido esta peregrinación, que está a punto de terminar, con espíritu de preparación para el gran jubileo de la redención y para cruzar el umbral del nuevo milenio. Ha sido un tiempo de oración y reflexión en común, un tiempo de acción de gracias por el pasado, de consagración a Dios de todo lo que Polonia vive hoy y de lo que vivirá en el futuro. Creo que han sido días fecundos y que su fruto será duradero. Este tiempo solemne está para concluir. Pero espero que el espíritu de paz, unidad, cooperación en el bien, que ha reinado entre nosotros, siga animando los esfuerzos de todas las personas que se interesan por la prosperidad de la patria y por la felicidad de sus habitantes.

Al volver al Vaticano, no abandono mi país natal. Llevo conmigo la imagen de mi patria, desde el Báltico hasta los montes Tatra, y conservo en mi corazón todo lo que he podido experimentar entre mis compatriotas. Quiero asegurar una vez más que en mis pensamientos y en mis oraciones Polonia y los polacos ocupan un lugar particular. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os pido que sigáis sosteniéndome en mi ministerio petrino mientras la Providencia divina me conceda desempeñarlo.

Encomiendo a la protección de la Reina de Polonia de Jasna Góra a todos y cada uno de vosotros. Encomiendo a su maternal amor vuestra vida diaria, vuestros deseos y vuestras acciones.

«El amor de Dios Padre, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros». Que Dios bendiga a mi patria y a todos mis compatriotas.






Discursos 1999 162