Discursos 1999 181

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS HIJAS DE SAN JOSÉ DE CABURLOTTO



182 Queridas hermanas del instituto Hijas de San José de Caburlotto:

1. Os saludo con afecto, con ocasión del XXIII capítulo general de vuestra congregación. La asamblea capitular tiene lugar en vísperas del año 2000, en el que se conmemorarán los 150 años de fundación de vuestra familia religiosa. En esta circunstancia, quisiera expresaros mi gratitud y mi aprecio por el servicio apostólico que prestáis en la Iglesia. Al mismo tiempo, quisiera aprovechar esta ocasión para reflexionar con vosotras en vuestra misión, dentro del marco de las experiencias acumuladas a lo largo de los años.

Un recuerdo agradecido va, ante todo, a vuestro venerable fundador, monseñor Luigi Caburlotto, cuyas virtudes heroicas reconocí con el decreto del 2 de julio de 1994. En tiempos difíciles sintió la llamada evangélica a convertirse en educador y en padre de niños y jóvenes afligidos por la pobreza y el abandono. La experiencia le había enseñado cuán importantes son la educación y la instrucción escolar, también con vistas a la evangelización. Por eso, se dedicó con incansable celo a la fundación de escuelas populares e institutos de formación, sin descuidar la colaboración con las instituciones públicas.

2. Fieles al mandato de vuestro fundador, para el próximo capítulo habéis elegido como tema de reflexión: «Carisma fundacional y Regla de vida». Así, pretendéis examinar el patrimonio espiritual, pedagógico y misionero heredado de un pasado más que secular, a la luz del magisterio de la Iglesia. Las condiciones sociales de los países donde trabajáis, la crisis de vocaciones, los problemas relacionados con las legislaciones escolares y la educación de los menores de edad os obligan a realizar un profundo análisis de la formación, la mentalidad, el lenguaje y las opciones apostólicas.

Repasando el camino recorrido, sentís necesidad de dar gracias a Dios por el bien que ha realizado vuestro instituto y por los frutos apostólicos que han enriquecido las diversas fases de su historia. A la vez, la certeza de los desafíos del presente os impulsa a meditar y estudiar sistemáticamente las Constituciones, el Directorio espiritual y el Directorio normativo, para recuperar con toda su fuerza la espiritualidad típica de vuestro instituto. Al respecto, será muy útil la lectura de los escritos de vuestro venerable fundador, patrimonio que pertenece a todas las hermanas y constituye una guía segura para el futuro.

3. Con la asamblea capitular, vais a dar un nuevo paso, sumamente importante: una nueva redacción de vuestra Regla de vida, de acuerdo con las orientaciones del Magisterio, que reconoce el carisma de los fundadores. Vuestro fundador os ha transmitido su particular experiencia del Espíritu para que la desarrolléis constantemente, mediante una dócil adhesión a las directrices de la Iglesia y un atento análisis de los signos de los tiempos. En efecto, esta valiosa herencia se configura como un modo peculiar de vivir los consejos evangélicos, un estilo concreto de vida espiritual, una forma particular de apostolado, una experiencia comunitaria característica y una inserción específica en el mundo.

Vuestra familia religiosa, que ha madurado una conciencia cada vez mayor de su propia identidad apostólica, quiere formular de nuevo ahora el radicalismo de sus orígenes. Desde esta perspectiva, en vuestro capítulo general os proponéis proceder a una nueva redacción de vuestra Regla de vida, que muestre con mayor claridad la fisonomía apostólica de las Hijas de San José de Caburlotto para el tercer milenio.

Deseo de corazón que este esfuerzo produzca una presentación cada vez más orgánica de vuestro carisma específico en sus componentes espirituales, comunitarios y apostólicos. En particular, no ha de faltar una referencia explícita al misterio de la Encarnación contemplado en Nazaret, del que deriva la típica «devoción del corazón», que resume vuestro estilo específico de oración.

4. Aprovechando este encuentro, deseo dirigiros a todas vosotras, Hijas de San José de Caburlotto, unas palabras de cordial aliento. Vivid y proponed vuestra consagración religiosa como bien para la persona humana, testimoniando en todo momento una fidelidad radical al carisma educativo. Ojalá que sea profunda la apertura misionera en cada una de vosotras, para apoyar a vuestras hermanas comprometidas en las fronteras de la misión ad gentes. Orad incesantemente para que el Señor envíe muchas y santas vocaciones a vuestro instituto. Que la oración se alimente del ofrecimiento de las pruebas diarias. Pienso, de manera especial, en vuestras hermanas ancianas y enfermas, que con sus sufrimientos constituyen un valioso apoyo espiritual para la congregación.

Ojalá que entre vosotras, hermanas de diversos orígenes y edades, reine el amor constante, que brota del corazón de Cristo. Sed signo elocuente de esta caridad divina con vuestra vida y vuestras actividades diarias. Que vuestra mirada no se aparte jamás de Cristo, quien, en el misterio pascual, nos revela la misericordia del Padre celestial. Él os repite a cada una de vosotras: «No temas, que yo te he rescatado y te he llamado por tu nombre. Tú eres mía» (
Is 43,1). Así pues, habiendo experimentado su amor ilimitado, estad dispuestas y deseosas de compartir con los demás esta misma riqueza espiritual. El amor de Cristo, que impulsó a vuestro fundador hace 150 años, y os ha sostenido a vosotras y a vuestras hermanas hasta ahora, sea siempre el centro de vuestra existencia.

María, la Madre celestial de Dios y de la Iglesia, os proteja y haga fructificar los trabajos de vuestro capítulo. Por mi parte, os aseguro un recuerdo constante en la oración, a la vez que de buen grado bendigo a la madre general, a las capitulares y a todas las religiosas de vuestro instituto.

183 Vaticano, 30 de junio de 1999









                                                                               Julio de 1999                                                                





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL SODANO, LEGADO PONTIFICIO


AL ENCUENTRO EUROPEO DE JÓVENES




Al venerado hermano
Señor cardenal ANGELO SODANO
Secretario de Estado

A lo largo de los siglos, los peregrinos han acudido en gran número al insigne templo de Santiago de Compostela, con la esperanza de alcanzar los favores celestiales. Ese itinerario sigue estando marcado por beneficios espirituales singulares, de forma que el recorrido terreno se puede comparar a una subida espiritual. Precisamente por eso, muy oportunamente, como queriendo renovar acontecimientos gloriosos anteriores, jóvenes de todas las regiones de Europa se reunirán próximamente en ese lugar, para reafirmar iniciativas y propósitos y renovar su fervor espiritual.

En efecto, del 4 al 8 del próximo mes de agosto, muchísimos jóvenes se han dado cita allí, con el fin de reflexionar en el mensaje evangélico y profesar con confianza: «In verbo tuo (...) possumus». Estos jóvenes, con entusiasmo, generosidad y sin vacilaciones, se proponen construir un mundo más sereno y justo, en el que triunfen los principios de rectitud y honradez.

Por eso, de buen grado, he querido acoger la petición de nuestros venerados hermanos en el episcopado de España, los cuales me han expresado su deseo de que envíe un representante mío, para aumentar el prestigio y la solemnidad de ese acontecimiento. He pensado precisamente en ti, venerado hermano, pues estoy seguro de que puedes cumplir perfectamente esta misión, ya que has demostrado que sabes dialogar, en los diversos países de Europa, con los jóvenes, y conoces su mentalidad y anhelos.

Así pues, venerado hermano, te envío como legado pontificio a ese encuentro. A todos los jóvenes participantes, a los cuales en repetidas ocasiones he mostrado mi confianza y mi afecto, transmíteles mi afectuosa cercanía y mi comunión espiritual. Sobre todos ellos invoco la protección de Santiago a fin de que los colme de favores celestiales y les ayude a seguir con esmero su ejemplo. Por último, quiero que les impartas en mi nombre la bendición apostólica, como auspicio de gracias celestiales y prenda de renovación espiritual.

Vaticano, 4 de julio del año 1999, vigésimo primero de mi pontificado


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONGREGACIÓN DE LOS PADRES MARIANOS

Jueves 1 de julio de 1999



184 Amadísimos hermanos:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos los que participáis en el capítulo general de los padres marianos, y agradezco a vuestro superior general las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Envío un saludo particular a los padres marianos llamados a desempeñar el ministerio episcopal: al cardenal Vincentas Sladkevicius, en Kaunas (Lituania); a Juozas Zemaitis, en Vilkaviski (Lituania); a Jan Olszansksi, en Kamieniec (Ucrania); a Jan Pawel Lenga (Kazajstán), y a todos vuestros hermanos marianos, en cualquier parte del mundo donde se encuentren, y especialmente a los enfermos y a los que sufren.

En la vida de una congregación, el capítulo general constituye una ocasión intensa de comunión fraterna, en la que, según las palabras de san Basilio, «la energía del Espíritu que está en uno pasa al mismo tiempo a todos». Este encuentro ha sido anticipado, en cierto sentido, por mi visita del pasado 8 de junio al santuario mariano de Lichen. Durante los pocos minutos que pude pasar con vuestros hermanos, noté que había jóvenes y ancianos, y supe que los padres procedían de diversas partes del mundo. Era una imagen edificante de comunión fraterna. El compromiso de consolidar y profundizar esta comunión era uno de los objetivos que vuestra congregación se había propuesto para el sexenio que está a punto de terminar.

Queridos hermanos, proseguid por este camino. Esforzaos constantemente por animar y profundizar la vida fraterna en las provincias, en las viceprovincias, en los vicariatos y en las casas. Tened ante vuestros ojos el ejemplo de los primeros cristianos, que acudían con frecuencia a escuchar la enseñanza de los Apóstoles y a orar en común, participaban en la Eucaristía, y compartían los bienes de la naturaleza y de la gracia (cf. Vita consecrata
VC 45).

2. Acabamos de celebrar la fiesta de san Pedro y san Pablo. Jesús llamó a san Pedro a ser fundamento de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, permitió que él, experimentando su propia fragilidad, comprendiera que la gracia de Dios es mucho más fuerte que las debilidades humanas. También san Pablo, en el camino de Damasco, se transformó de perseguidor de los cristianos en apóstol de los gentiles.

¿Cómo no pensar que, junto a Jesús, el apóstol Pedro se encontró con la santísima Virgen? Hubo un día, sobre todo, que Pedro y los Apóstoles vivieron intensamente en compañía de María: el día de Pentecostés, cuando nació la Iglesia. Ciertamente, la efusión de los dones del Espíritu colmó entonces de modo particular el corazón de María, Madre de Cristo, convirtiéndola también en la Madre de la Iglesia.

Queridos padres marianos, es muy significativo que vuestra congregación, la primera fundada por un polaco, tenga un carácter marcadamente mariano, al estar vinculada a la Inmaculada. En el siglo XVII, cuando empezó a vislumbrarse la crisis del entonces potente Estado polaco, el padre Stanislaw Papczynski buscó apoyo en la Inmaculada. Ésta es la orientación que os ha dejado: en cualquier dificultad, recurrid a la ayuda de la Inmaculada. Al recomendaros eso, no hacía más que aceptar la invitación de Jesús mismo, quien, en la cruz, señaló a María como madre al apóstol Juan.

Ojalá que tengáis siempre una gran confianza en la santísima Virgen María, como el padre Papczynski os enseñó con su ejemplo. Recurrid a ella con fervor, especialmente cuando se trate de afrontar graves peligros o momentos de crisis.

3. El refundador de vuestra congregación, Jorge Matulaitis-Matulewicz, a quien tuve la alegría de proclamar beato hace doce años, había comprendido perfectamente el profundo vínculo que une a la Madre de Jesús con la Iglesia. Entre los doce «principios de solidez» de la congregación renovada, puso en primer lugar la recomendación de «mantener una relación fuerte e inflexible con la Iglesia y con su cabeza, el Obispo de Roma, y con toda la jerarquía católica. (...) Por la Iglesia y en la Iglesia, pertenecer a Dios y a nuestro Señor Jesucristo, para que él sea el centro pleno de nuestra vida» (La idea guía y el espíritu de la congregación, 55).

Amó a la Iglesia, y os dejó este amor como herencia. Durante su obra de renovación de la congregación de los marianos, anotó en su diario espiritual: «Quiera Dios que un único y gran pensamiento nos inflame: trabajar por la Iglesia, soportar por ella fatigas y sufrimientos; ocuparnos de las cosas de la Iglesia hasta el punto de que sus sufrimientos, sus preocupaciones y sus heridas se conviertan en sufrimientos, preocupaciones y heridas de nuestro corazón» (Diario espiritual, 27 de octubre de 1910).

185 4. Confiando en la ayuda de la santísima Virgen María, os disponéis a participar generosamente en la nueva evangelización, que exige a los consagrados plena conciencia del sentido teológico de•los desafíos de•nuestro tiempo (cf. Vita consecrata VC 81). Con actitud de adhesión fiel al magisterio de la Iglesia, seguid cultivando vuestras múltiples actividades en Polonia, en los demás países europeos, en América y en Australia. Os animo a perseverar, y bendigo las escuelas, las editoras, las parroquias, las casas de retiro, los santuarios, las obras de misericordia, los servicios para los inmigrantes y las demás instituciones de beneficencia que dirigís.

Pienso, en particular, en el trabajo de vuestra familia religiosa en Lituania, Letonia, Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán, y os expreso mi complacencia por cuanto hacéis en la República checa y en Eslovaquia, así como por la actividad que habéis desarrollado durante cinco años en Estonia. Muchos de vuestros hermanos pagaron con su vida, o con años en los campos de concentración, su entrega a la causa del Evangelio. El compromiso de continuar y consolidar vuestra difícil pero importante presencia debe constituir hoy una de vuestras prioridades apostólicas.

Que el Señor colme de frutos espirituales particularmente vuestra actividad en África, especialmente en la atormentada Ruanda, y, en el futuro próximo, en Camerún, lo mismo que en otras zonas de frontera, como Alaska, u otras regiones con poco clero. Ayudar a las Iglesias dramáticamente privadas de sacerdotes y estar presentes en las situaciones difíciles de diferentes lugares de la tierra responde plenamente a vuestro carisma. Vuestro beato refundador os trazó precisamente este camino: debéis ir «a donde la Iglesia se encuentre en mayor dificultad, (...) a donde Cristo sea menos conocido, o incluso odiado» (La idea guía y el espíritu de la congregación, 18).

5. Queridos padres marianos, que vuestro compromiso en favor del apostolado de la Misericordia divina y vuestros esfuerzos pastorales vayan acompañados siempre por el testimonio del servicio a los pobres: «Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada» (Vita consecrata VC 82). Por eso estáis llamados a poner en marcha valientes iniciativas en respuesta a los signos de los tiempos, siguiendo las huellas de vuestro fundador y de vuestro refundador. En particular, sed fieles a vuestro carisma, adaptando sus formas, cuando sea necesario, a las nuevas situaciones, con plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.

Vuestro capítulo, acogiendo las recomendaciones de la exhortación apostólica Vita consecrata (cf. n. 68), se prepara para aprobar la Ratio formationis, elaborada durante estos seis años por toda la congregación. La formación es muy importante para el futuro de la congregación. Que Dios os ayude y os proteja constantemente durante los trabajos de vuestro capítulo y en la elección del nuevo gobierno general.

Por mi parte, os aseguro mi constante recuerdo en la oración e, invocando la asistencia celestial de María Inmaculada sobre vuestro camino hacia el tercer milenio, os imparto de corazón a todos mi bendición.






A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE TOGO EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 2 de julio de 1999


Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra mucho acogeros, obispos de la Iglesia católica en Togo, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles es una ocasión privilegiada que se os ofrece, a fin de confirmar en vosotros los dones que os ha dado el Señor para cumplir la misión que habéis recibido de enseñar, santificar y gobernar al pueblo de Dios (cf. Christus Dominus CD 2). Ojalá que vuestros encuentros con el Obispo de Roma y con sus colaboradores sean para vosotros momentos fuertes de comunión eclesial, que os ayuden en vuestra misión al servicio del pueblo togolés.

Agradezco profundamente al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Philippe Kpodzro, arzobispo de Lomé, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Testimonian el afecto que sienten vuestras comunidades hacia el Sucesor de Pedro. Cuando volváis a vuestras diócesis, llevad mi saludo afectuoso a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los catequistas y los laicos encomendados a vuestra solicitud pastoral. Que Dios dé a cada uno la fuerza de manifestar ardientemente la fe recibida en el bautismo. A través de vuestros fieles, me dirijo a todo el pueblo togolés, deseándole de todo corazón que avance con valentía y esperanza por los caminos del verdadero progreso humano y espiritual.

2. Tres diócesis han sido erigidas en vuestro país durante los últimos años. Saludo cordialmente a los nuevos obispos, y me alegro de la vitalidad de la Iglesia en Togo, que se manifiesta con estas creaciones. Doy gracias a Dios con vosotros por el don de la fe, que no deja de difundirse en vuestro pueblo. Para vosotros y para todos los católicos, se trata de una exigencia de santidad de vida y de un testimonio de Cristo aún más activo, para proseguir con mayor celo una evangelización profunda de la sociedad. Apoyándoos en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, debéis encontrar caminos nuevos que, con la ayuda del Espíritu Santo, os permitan contribuir a la edificación y al crecimiento de la Iglesia-familia de Dios, comunidad de los discípulos de Cristo, solidaria, cordial y abierta a todos.

186 Para cumplir esta ardua misión, los pastores están llamados a seguir decididamente a Cristo, que quiso realizar el designio de amor de su Padre para los hombres poniéndose al servicio de sus hermanos más humildes. Con su profunda comunión, los miembros de la Conferencia episcopal dan un testimonio eminente de la unidad de la misión de la Iglesia, y encuentran en ella una ayuda eficaz para realizar su ministerio pastoral. También espero que se manifieste una verdadera solidaridad entre las diócesis mediante una distribución adecuada del personal apostólico, que permita ayudar generosamente a las más pobres. Dando prioridad a vuestra misión espiritual al servicio de los fieles y de los hombres de buena voluntad, sed para ellos guías por los caminos de la santidad, a fin de que todos puedan cumplir plenamente la vocación que han recibido de su Creador.

Por otra parte, como escribí en la encíclica Sollicitudo rei socialis, el ejercicio del ministerio de la evangelización en el campo social forma parte de la función profética de la Iglesia (cf. n.41). En efecto, para anunciar el mensaje evangélico a los hombres y mujeres de nuestro tiempo es necesario prestar atención a las realidades de su vida diaria. La Iglesia debe contribuir al bien común, con todos los hombres de buena voluntad, para que se respeten cada vez más la dignidad y los legítimos derechos de todas las personas. Por ello, exhorto vivamente a vuestras comunidades a testimoniar siempre y en todo lugar los valores evangélicos que el Señor nos dejó. Tengan siempre presente que Cristo nos envió «el Espíritu de la verdad, que procede del Padre» (
Jn 15,26), recordándonos la importancia esencial de la verdad para construir la vida personal y edificar la sociedad. Sin ella nada puede subsistir de forma duradera, y el hombre no puede encontrar la verdadera libertad. En efecto, «en un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos» (Centesimus annus CA 46).

3. La buena nueva de Cristo se anuncia en vuestra tierra desde hace más de un siglo. Doy gracias a Dios con vosotros por la entrega a veces heroica de todos los misioneros, hombres y mujeres, que han permitido la implantación y el crecimiento de la Iglesia en Togo. A todos ellos y a los que prosiguen la obra de esos pioneros del Evangelio, les confirmo la estima y el apoyo del Sucesor de Pedro.

A vuestros sacerdotes, que, con vosotros, realizan hoy una gran parte del trabajo de evangelización, les envío mi cordial saludo. Que también ellos tengan como modelo de vida apostólica a Cristo, quien vino para servir y no para ser servido. Su ministerio, cuyas alegrías y esperanzas, fatigas y dificultades conozco, debe ser un servicio generoso y desinteresado a la misión de la Iglesia con respecto a todos los hombres. Les dirijo una apremiante invitación a unificar y vivificar su ser y su actividad sacerdotal, estando unidos a Cristo como amigos durante toda su existencia. Así, serán capaces de proponer a los demás una experiencia de vida cristiana y espiritual. Por tanto, los invito a profundizar particularmente su encuentro con Cristo mediante «la meditación fiel de la palabra de Dios, la participación activa en los sagrados misterios de la Iglesia, el servicio de la caridad a los más pequeños» (Pastores dabo vobis PDV 46). Gracias a una vida espiritual sólida, fundada en este encuentro personal y diario con el Señor, en los momentos de tentación y desaliento encontrarán fuerza para vivir generosamente los compromisos que asumieron el día de su ordenación. Deseo, asimismo, que reaviven el don que han recibido de Dios, atribuyendo a la formación permanente el lugar que le corresponde. En efecto, es indispensable para discernir y seguir fielmente la voluntad del Señor. Es también un acto de amor y justicia con el pueblo de Dios, a cuyo servicio están (cf. ib., 70).

Queridos hermanos en el episcopado, a vosotros corresponde de manera especial velar por las vocaciones sacerdotales, para que el Evangelio se anuncie por doquier. Se trata de una dimensión esencial de la pastoral de vuestras diócesis. La formación y el acompañamiento espiritual de los candidatos al sacerdocio requieren frecuentemente la aceptación de importantes sacrificios. Estad seguros de que, con la gracia de Dios, darán fruto. La situación actual exige un serio discernimiento, para que los seminaristas tomen mayor conciencia de que el camino que han emprendido les exige una renuncia total a sí mismos y a buscar cualquier promoción personal, a fin de ser «ministros convencidos y fervorosos de la nueva evangelización, servidores fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres» (ib., 10).

Saludo también a los religiosos y las religiosas que en vuestro país colaboran en la misión de la Iglesia. Llevando una vida consagrada sólo al Padre, entregada a Cristo y animada por el Espíritu, contribuyen de manera particularmente profunda a la renovación del mundo (cf. Vita consecrata VC 25). Para enraizar sólidamente su carisma y desarrollarlo en la vida eclesial, es necesario que manifiesten con claridad el carácter específico del don que han recibido de Dios para el bien de toda la Iglesia. Los religiosos y religiosas, más con su modo de ser que con sus actividades, han de mantener viva en los bautizados la conciencia de que deben responder con la santidad de su vida al amor que Dios les prodiga sin cesar. Viviendo plenamente sus compromisos, colman también las aspiraciones de sus contemporáneos, pues les indican los caminos de una auténtica búsqueda de Dios.

4. En vuestros informes quinquenales, habéis subrayado el papel fundamental que desempeñan los catequistas para implantar las comunidades cristianas y hacer que vivan en relación estrecha con sus obispos y sacerdotes. Transmitidles a todos la gratitud del Papa por su trabajo generoso al servicio del Evangelio y su apoyo para que mediante una vida personal y familiar ejemplar sean testigos auténticos del mensaje que anuncian. Sed para ellos padres atentos a sus necesidades y brindadles el apoyo moral y material que precisan. Su formación espiritual y doctrinal es una exigencia fundamental para que puedan prestar, con competencia y responsabilidad, el servicio que se les pide en la comunidad.

5. La vitalidad de la Iglesia depende de la respuesta de cada cristiano a la llamada que Dios le dirige para que crezca y dé fruto. Por ello, es imprescindible que los laicos adquieran una sólida formación que tenga «como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad cada vez mayor para vivirla en el cumplimiento de su misión» (Christifideles laici CL 58). Esta formación debe permitir a cada uno realizar la unidad de su propia existencia, así como vivir y proclamar su fe de manera auténtica. En efecto, con mucha frecuencia los grupos esotéricos o las sectas aprovechan la ignorancia en el campo religioso para atraer a los creyentes poco enraizados en su fe.

La formación integral que se brinda a los laicos también debe ayudarles a ser ciudadanos que asumen sus responsabilidades en la vida de la sociedad. En efecto, «debe tratar de dar a los cristianos no solamente una preparación técnica para transmitir mejor los contenidos de la fe, sino también una convicción personal profunda para testimoniarlos eficazmente en la vida» (Ecclesia in Africa ). En la sociedad, los laicos no pueden renunciar a una acción multiforme encaminada a promover el bien común. Esa acción exige también el arduo compromiso de defensa y promoción de la justicia, y la afirmación de una auténtica democracia, que permita a todos sentirse efectivamente protagonistas de su destino en la nación.

6. Las graves cuestiones que conciernen al matrimonio cristiano y a la vida familiar son desafíos que la Iglesia en vuestra región debe afrontar. Por tanto, tenéis la importante tarea de educar a los fieles en los valores fundamentales del matrimonio y de la familia. La unidad del matrimonio es una exigencia de vida que respeta el designio de Dios, tal como fue revelado en el principio. Es también una manifestación de la igual dignidad personal de la mujer y del hombre, que «en el matrimonio se entregan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo» (Familiaris consortio FC 19). A las personas que ya han aceptado entrar en la comunidad de los discípulos de Cristo, pero que viven en situaciones matrimoniales que no les permiten recibir el sacramento del bautismo, la Iglesia debe brindarles una asistencia espiritual constante. Os animo vivamente a acoger a esas personas con una gran solicitud pastoral y a estar atentos a sus necesidades, para permitirles avanzar por el difícil camino de la aceptación integral del mensaje evangélico, con justicia y caridad hacia todas las personas implicadas. Ojalá que los fieles adquieran profunda conciencia de la dignidad del matrimonio cristiano, y reconozcan su indisolubilidad como «fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia» (ib., 20). Quiera Dios que las familias cristianas sean, a los ojos de todos, modelos de unidad y de amor compartido. No se deben desanimar frente a las dificultades; por el contrario, en su comunión con Cristo y en la ayuda mutua en el seno de la Iglesia han de encontrar la fuerza para permanecer fieles.

7. Para que el Evangelio se encarne plenamente en vuestra tierra, se necesita una verdadera inculturación. En efecto, es indispensable dar a todos la posibilidad de acoger a Cristo en la integridad de su ser y de su cultura, para llegar a la unión plena con Dios. Por tanto, apoyo los esfuerzos que habéis realizado para contribuir a transformar los auténticos valores de vuestro pueblo, integrándolos en el cristianismo, y a enraizar así la fe cristiana en vuestra cultura.

187 La misión de la Iglesia en medio de las naciones requiere también establecer relaciones fraternas con todos los hombres. En vuestro país, las relaciones con los musulmanes y los seguidores de la religión tradicional, por lo general son buenas. Así pues, os invito a proseguir el diálogo de la vida, tan necesario para conservar un clima de concordia y solidaridad entre las diferentes comunidades y para trabajar juntos con el fin de mejorar las condiciones de vida de los miembros de la nación. Por otra parte, las numerosas formas de pobreza que afectan a las poblaciones de vuestra región os han impulsado a realizar obras sociales al servicio de las personas más necesitadas, sin distinción de origen o religión. Animo vivamente a las personas que, con abnegación, trabajan por aliviar los sufrimientos de sus hermanos y hermanas, así como a las que contribuyen a la educación de los jóvenes. Mediante su compromiso, la Iglesia quiere ser en medio de todos signo eficaz del amor ilimitado de Dios a los hombres.

8. Queridos hermanos en el episcopado, al concluir este encuentro fraterno, quisiera exhortaros a mirar al futuro con confianza, con una renovada adhesión a Cristo, que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes
GS 22). Invito particularmente a los jóvenes togoleses a seguir el camino que el Señor Jesús les muestra. En él encontrarán luz y fuerza para avanzar por los caminos de la vida y construir con generosidad la civilización del amor, en la que todos se reconozcan como hermanos llamados a compartir un mismo destino. Pocos meses nos separan del inicio del gran jubileo del año 2000. Que este tiempo de gracia sea para la Iglesia que está en Togo ocasión de una profunda renovación espiritual y de una intensa toma de conciencia de su responsabilidad de anunciar la buena nueva de la salvación, especialmente con un ardiente testimonio de vida evangélica.

Encomiendo todas vuestras comunidades a la protección materna de la Virgen María, pidiéndole que guíe sus pasos hacia el encuentro con su Hijo. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, y la extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL ABAD DEL MONASTERIO DE SUBIACO


CON OCASIÓN DEL XV CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN




Al amado hermano
dom MAURO MEACCI
Abad de Subiaco

1. Me ha alegrado saber que la gran familia monástica benedictina quiere recordar con celebraciones especiales los 1500 años desde que san Benito empezó en Subiaco la «schola dominici servitii», que llevaría, en el decurso de los siglos, a innumerables hombres y mujeres, «per ducatum Evangelii», a una unión más íntima con Cristo. Deseo unirme espiritualmente a la acción de gracias que toda la orden monástica, que nació de la fe y del amor del santo patriarca, eleva al Señor por los grandes dones con que la ha enriquecido desde el comienzo de su historia.

Ya mi venerado predecesor san Gregorio Magno, monje benedictino y biógrafo ilustre de san Benito, invitaba a captar en el clima de gran fe en Dios e intenso amor a su ley, que animaba a la familia de origen del santo de Nursia, las premisas de una vida dedicada completamente a «buscar y servir a Cristo, único y verdadero Salvador» (Prefacio de la misa de san Benito). Esta tensión espiritual, acrecentándose y desarrollándose en las diversas situaciones de la vida, llevó muy pronto al joven a renunciar a los halagos de la ciencia y de los bienes del mundo, para dedicarse a adquirir la sabiduría de la cruz y a seguir únicamente a Cristo.

En su camino espiritual, de Nursia a Roma, de Affile a Subiaco, a Benito lo impulsó únicamente el deseo de agradar a Cristo. Este anhelo se consolidó e incrementó durante los tres años que vivió en la gruta del Sacro Speco, cuando «puso las sólidas bases de perfección cristiana, sobre las cuales pudo levantar después una construcción de altura extraordinaria» (Pío XII, Fulgens radiatur, 21 de marzo de 1947).

Su prolongada e íntima unión con Cristo lo llevó a reunir a su alrededor a otros hermanos para realizar «los designios y propósitos grandiosos a los que se sentía llamado por inspiración del Espíritu Santo» (ib.). Enriquecido por la luz divina, Benito se convirtió en luz y guía para los pobres pastores que buscaban la fe y para la gente devota que tenía necesidad de ser acompañada por el camino de Señor. Después de un nuevo período de soledad y duras pruebas, hace 1500 años, con apenas 20 años de edad, fundó en Subiaco, no lejos del Speco, el primer monasterio benedictino. De este modo, el grano de trigo que había elegido esconderse en la tierra de Subiaco y consumirse en la penitencia por amor a Cristo, dio origen a un nuevo modelo de vida consagrada, transformándose en espiga llena de frutos.

2. Así la pequeña y oscura gruta de Subiaco se convirtió en la cuna de la orden benedictina, de donde surgió un faro luminoso de fe y civilización, que, a través de los ejemplos y las obras de los hijos espirituales del santo patriarca, inundó, como recuerda la lápida de mármol colocada allí, toda Europa, desde occidente hasta oriente, y los demás continentes.


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