Discursos 1999 194


AL INICIO DE LA MISA EN LA FIESTA


DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Viernes 6 de agosto de 1999


195 La Eucaristía, que nos disponemos a celebrar, nos lleva hoy espiritualmente al Tabor, junto a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, para admirar extasiados el resplandor del Señor transfigurado. En el acontecimiento de la Transfiguración contemplamos el encuentro misterioso entre la historia, que se construye diariamente, y la herencia bienaventurada, que nos espera en el cielo, en la unión plena con Cristo, alfa y omega, principio y fin.

A nosotros, peregrinos en la tierra, se nos concede gozar de la compañía del Señor transfigurado, cuando nos sumergimos en las cosas del cielo, mediante la oración y la celebración de los misterios divinos. Pero, como los discípulos, también nosotros debemos descender del Tabor a la existencia diaria, donde los acontecimientos de los hombres interpelan nuestra fe. En el monte hemos visto; en los caminos de la vida se nos pide proclamar incansablemente el Evangelio, que ilumina los pasos de los creyentes.

Esta profunda convicción espiritual guió toda la misión eclesial de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, que volvió a la casa del Padre precisamente en la fiesta de la Transfiguración, hace veintiún años. En el Ángelus que debía rezar aquel día, el 6 de agosto de 1978, afirmaba: «La solemnidad de hoy proyecta una luz deslumbrante sobre nuestra vida diaria y nos lleva a dirigir la mente al destino inmortal que este hecho esconde» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de agosto de 1978, p. 3).

¡Sí! Nos recuerda Pablo VI: hemos sido creados para la eternidad, y la eternidad comienza ya desde ahora, puesto que el Señor está en medio de nosotros, vive con su Iglesia y en ella.

Mientras con íntima emoción hacemos memoria este inolvidable predecesor mío en la sede de Pedro, oremos a fin de que todos los cristianos obtengan de la contemplación de Cristo, «resplandor de la gloria del Padre e impronta de su sustancia» (
He 1,3), valentía y constancia para anunciarlo y testimoniarlo fielmente con palabras y obras. María, Madre solícita y diligente, nos ayude a ser destello de la luz salvífica de su Hijo Jesús.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE LAS CELEBRACIONES


CONCLUSIVAS DEL AÑO MARIANO




A monseñor ETIENNE NGUYÊN NHU THÊ
Arzobispo de Huê

1. Con ocasión de la clausura del Año mariano y de la XXV peregrinación trienal al santuario de Nuestra Señora de La Vang, me uno espiritualmente mediante la oración a los fieles vietnamitas y a los peregrinos que han invocado la intercesión materna de la Virgen María, pidiendo a esta Madre santísima que acompañe a la Iglesia católica en Vietnam durante su camino hacia el Señor y que la asista en el testimonio que debe dar en el umbral del tercer milenio.

«Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos» (Incarnationis mysterium, 11), que jamás dejan de invocar a la Madre de todas las misericordias. Los hombres encuentran siempre refugio y valentía bajo su protección. En efecto, María «brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo», en medio de las dificultades de este mundo (Lumen gentium LG 68). Ella es también la Madre de la Iglesia en camino, que sigue engendrando e invitando sin cesar a los hombres a acoger como ella la promesa de Dios y, con la ayuda del Espíritu Santo, a ser misioneros del Evangelio.

2. Los fieles, siguiendo su ejemplo de manera muy particular en vísperas del gran jubileo, durante el cual están llamados a una conversión cada vez más intensa, afirmarán su fe, estarán más atentos a la palabra de Dios y se mostrarán disponibles a sus hermanos. Para todos los discípulos de Cristo, María es el modelo por excelencia de la vida cristiana. Dispone nuestro corazón para que acojamos a Cristo, dándonos al igual que a los sirvientes de las bodas de Caná la consigna de hacer todo lo que él nos diga (cf. Jn Jn 2,5). Nos invita a ir al encuentro de quienes necesitan nuestro apoyo y ayuda, como ella misma hizo con su prima Isabel (cf. Lc Lc 1,39-45). Así, aprendemos de esta Madre muy querida el «gusto» por el encuentro con Dios y por la misión en medio de nuestros hermanos, que son los dos aspectos de la caridad cristiana.

Cuando nos dirigimos a María, nuestra esperanza se reaviva. En efecto, ella es miembro de nuestra humanidad y, en ella, contemplamos la gloria que Dios promete a los que responden a su llamada. Por tanto, invito a los fieles a depositar su confianza en nuestra Madre común, invocada frecuentemente con el título de Stella Maris, para que, en medio de las tempestades del pecado y de los acontecimientos a veces dolorosos de la historia, permanezcan unidos firmemente a Cristo y puedan testimoniar su amor. «Siguiéndola, no os perderéis; suplicándole, no conoceréis la desesperación; pensando en ella, evitaréis todo error. Si ella os sostiene, no os desanimaréis; si os protege, no tendréis que temer nada; bajo su guía, no sabréis qué es la fatiga; gracias a su favor, alcanzaréis la meta» (san Bernardo, Segunda homilía sobre las palabras del evangelio: «El ángel Gabriel fue enviado»).

196 3. Los peregrinos, cuando acuden al santuario de Nuestra Señora de La Vang, muy amado por los fieles vietnamitas, le confían sus alegrías y penas, sus esperanzas y sufrimientos. Se dirigen a Dios y se convierten en intercesores de sus familias y del pueblo entero, pidiendo al Señor que infunda en el corazón de todos los hombres sentimientos de paz, fraternidad y solidaridad, para que los vietnamitas se unan cada día más, a fin de construir un mundo donde se viva bien, fundado en los valores espirituales y morales esenciales, y donde cada uno vea reconocida su dignidad de hijo de Dios y pueda dirigirse libre y filialmente a su Padre del cielo, «rico en misericordia» (Ep 2,4).

4. Estoy especialmente cercano a todos con mi pensamiento en este período en el que la Iglesia en ese país honra a la Madre del Salvador; les encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de La Vang e imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a usted y a todos los pastores, así como a los peregrinos que acudan al santuario con espíritu jubilar y a los fieles católicos de Vietnam.

Vaticano, 16 de julio de 1999





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II,


FIRMADO POR EL CARDENAL ANGELO SODANO,


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO


PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS




Excelencia reverendísima:

La cita anual del Congreso para la amistad entre los pueblos, que ha llegado a su XX edición, no dejará de suscitar en quienes tomen parte en él un renovado impulso apostólico. Desde esta perspectiva, el Santo Padre confía a su excelencia la misión de expresar a los organizadores y a los participantes sus sentimientos de estima y aprecio por el compromiso que los anima, asegurándoles su recuerdo en la oración, para que esa iniciativa pueda dar copiosos frutos de bien.

El tema que el Congreso ha propuesto para esta edición, «Lo desconocido engendra miedo, el Misterio engendra admiración», trae a la memoria las primeras palabras de Jesús resucitado: «No tengáis miedo» (Mt 28,10), o las del ángel a las mujeres que van al sepulcro: «No os asustéis...» (Mc 16,6). Jesucristo es el Misterio que no sólo se ha hecho cercano al hombre, sino que también ha vencido, de modo radical y de una vez para siempre, el miedo. En efecto, él nos ha dado a conocer lo desconocido, siendo el Misterio que se nos ha revelado. Cristo ha vencido el miedo a lo desconocido, porque ha vencido la muerte, quitándole su aguijón letal (cf. 1Co 15,55-56). Gracias a la difusión en el mundo de este admirable anuncio, Cristo muerto y resucitado por la humanidad, ha surgido la posibilidad de una construcción plenamente humana de la vida personal, familiar y social.

Al final de este milenio, el hombre, en las más diversas culturas, no logra ocultar su preocupación frente a los desafíos del nuevo siglo que viene. Un síntoma de este malestar puede vislumbrarse en los nuevos sincretismos religiosos, que van surgiendo en diferentes partes del mundo. Prometen armonía y paz como resultado de una voluntad renovada del hombre de salvarse por sí mismo, reconciliándose con la naturaleza maltratada, con el propio mal y con los demás hombres. En realidad, esta promesa se muestra incapaz de alejar la angustia que nace de una vida en la que todo aparece confiado al afán de un «hacer», preocupado por mil cosas, pero que al final se olvida de la meta última. Con el propósito de mejorarse a sí mismo a través de las técnicas y las tecnologías, el hombre ha dejado a un lado los grandes interrogantes de todos los tiempos, los grandes deseos de justicia, belleza y verdad. Así, se ha creado una armonía artificial y frágil, que entra en crisis apenas vuelven a presentarse fenómenos oscuros como la guerra, las grandes injusticias sociales, las desgracias personales y las calamidades naturales. Vuelven a surgir entonces miedos atávicos, y para conjurarlos se buscan muchos tipos de escapatorias. Algunos movimientos artísticos, por ejemplo, se refugian en lo abstracto y virtual, mientras que cierta ideología científica propone un superhombre capaz de autogenerarse y mejorarse hasta llegar a una pretendida perfección. Pero precisamente de dichas escapatorias vuelven a surgir, agigantados, los problemas: pensemos, por ejemplo, en la biogenética y en los dramáticos interrogantes planteados por ella, con los consiguientes y legítimos miedos que despiertan.

Muchas veces el Santo Padre ha puesto en guardia contra estas peligrosas ilusiones, recordando al científico que «la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio» (Discurso con ocasión del VI centenario de la fundación de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, 8 de junio de 1997, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de junio de 1997, p. 10).

Hoy, además, no son pocos los que, habiendo perdido también las últimas huellas del acontecimiento admirable de la Resurrección, eligen como escape la vuelta a la superstición, e intentan vencer el sentimiento de soledad y de miedo al futuro mediante el recurso a horóscopos, astrólogos, magos y sectas esotéricas. Se trata de usos muy parecidos a los del mundo pagano del siglo IV. San Agustín ya alertaba contra los promotores de esas prácticas y, desenmascarando el carácter ilusorio de sus previsiones y cálculos, recordaba las palabras de la Escritura: «Pues si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?» (Sg 13,9).

En la encíclica Fides et ratio Juan Pablo II recordó que «cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. Es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertenece. En cada expresión de su vida, lleva consigo algo que lo diferencia del resto de la creación: su constante apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. En consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina» (n. 71).

¿Por qué, entonces, abandonar el verdadero camino? ¿Por qué no reconocer lo que más necesita el hombre? No se trata del propósito titánico de superar los propios límites, sino del abandono confiado en los brazos de aquel que dijo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengáis miedo» (Mt 14,27), revelándose como el Misterio bueno y haciéndose amigo del hombre hasta la entrega total de sí. Al contemplarlo, se comprende bien que el origen de todo es el amor: éste es el Misterio que crea y gobierna el universo entero.

197 Sólo recorriendo este camino es posible vencer la inseguridad, que es el origen de tanta violencia entre los hombres. Sólo así toda investigación sobre el hombre puede afrontar sin desaliento los aspectos misteriosos de acontecimientos que, de otro modo, producirían angustia y que, por el contrario, pueden abrir a la admiración reflexiva y agradecida. La experiencia enseña cuán insustituible es para la humanidad aquel que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (Gaudium et spes GS 22).

Su Santidad desea de corazón que los participantes en el Congreso para la amistad entre los pueblos, profundizando juntos en el conocimiento de las grandes posibilidades que surgen de la acogida del misterio de Cristo, testimonien ante el mundo, liberados del temor de la caducidad y de la muerte, cómo se puede constituir una nueva unidad más allá de las fronteras y las divisiones sociales, sin temer nada, porque Jesús ha superado victoriosamente la barrera contra la cual fracasa todo esfuerzo humano: la barrera de la muerte.

Al encomendar a Dios, por intercesión de la santísima Virgen, los trabajos del Congreso, el Santo Padre imparte de corazón a su excelencia y a todos los participantes la propiciadora bendición apostólica.

También yo deseo que ese encuentro dé todos los frutos espirituales anhelados, y aprovecho esta circunstancia para confirmarle mi estima.






AL FINAL DE UN CONCIERTO ORGANIZADO


POR LA EMBAJADA DE RUMANIA


Domingo 22 de agosto de 1999



Gentiles señoras e ilustres señores;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al término de este concierto, deseo dar las gracias cordialmente a los artistas del cuarteto «Contempo», que con sensibilidad y pericia nos han brindado un momento de intensa contemplación estética. Mi agradecimiento se extiende también a la embajada de Rumanía ante la Santa Sede, que ha proyectado y organizado esta velada musical.

Las piezas, alternando fases serenas y movidas, dramáticas y emotivas, han sido para todos nosotros una ocasión de participación y reflexión. En efecto, el arte sería una ejercitación estética vacía si no abriera a la intuición del aspecto más profundo de la realidad, traduciéndose en invitación al compromiso, para que cuanto se ha percibido no sea abstracción vana, sino que se concrete en la vida diaria, iluminándola con su luz de belleza y de verdad. El arte, escribí en la Carta a los artistas, es una «llamada al Misterio» (n. 10).

Dos indicaciones pedagógicas, de modo particular, nos ofrece la experiencia artística: indicaciones que, a su vez, se transforman en inspiración para la vida. La primera deriva de la constatación de la armonía que nace de la diversidad: la belleza surge de varios componentes, que no se anulan recíprocamente, sino que se funden en un único designio. La segunda se refiere a la nobleza de los sentimientos: la belleza jamás es fruto de trivialidad y mediocridad, sino de tensión hacia lo más elevado y perfecto. Las personas y las sociedades crecen y maduran en la medida en que encarnan estos valores en la existencia diaria.

2. Un ulterior motivo hace que esta velada sea particularmente feliz y evocadora: hace pocos meses tuve la alegría de visitar Rumanía, encontrándome con las autoridades y los ciudadanos de esa amada nación, y acogiendo en mi corazón los propósitos y esperanzas de las mujeres y los hombres de esa ilustre tierra. La música de esta noche, como un eco fiel de las riquezas culturales del pueblo rumano, me trae a la memoria aquel encuentro extraordinario, rico en cordialidad y comunión, y renueva en mí la admiración sincera por la historia, la civilización y las realizaciones de ese gran pueblo.

198 A usted, señor embajador, le pido que se haga intérprete ante las autoridades de su país de mis sentimientos de estima sincera y cordial cercanía. A los hábiles artistas les deseo una brillante carrera profesional y una realización humana más satisfactoria aún.

Que el Señor, Dios de la belleza y la armonía, llene de alegría vuestra vida, colmando a cada uno de sus bendiciones.



(Evocando su reciente viaje a Rumanía del 7 al 9 de mayo, el Santo Padre añadió)

Recuerdo que al final de una inolvidable jornada en Rumanía, el segundo domingo de mayo, todos los participantes en la misa gritaban: «¡Unitate! Unitate!». Esta palabra sigue siendo emblemática.
Pienso que nuestro encuentro de hoy, este concierto magnífico, se halla también en esta línea.
Gracias a todos y enhorabuena!






A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA


INTERNACIONAL DE LA FAMILIA TRINITARIA


Castelgandolfo, jueves 26 de agosto de 1999



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en una circunstancia tan significativa como ésta: celebráis este año el VIII centenario de la fundación de la orden de la Santísima Trinidad y el IV de su reforma. Por eso, la familia trinitaria, que hunde sus raíces en el proyecto de su fundador, san Juan de Mata, y vive de su carisma, oportunamente ha pensado en reunirse en «asamblea general» para reflexionar juntos en los problemas comunes y en sus posibles soluciones, en el umbral del nuevo milenio. Saludo al ministro general de la orden, y le agradezco las gentiles palabras que me ha dirigido.

Saludo, asimismo, a los responsables y las responsables de los diversos institutos que forman parte de la familia trinitaria, así como a los religiosos, las religiosas y los laicos que han acudido de todas partes del mundo para participar en esta asamblea, la cual constituye un momento particularmente propicio para intensificar el camino de fidelidad al don del Espíritu recibido del fundador e insertarse más vitalmente en la•renovación querida por el concilio Vaticano II, a fin de poder responder a las exigencias y desafíos del mundo actual.

2. En el decurso de ocho siglos, a través de múltiples acontecimientos históricos, la familia trinitaria, animada y vivificada por el carisma originario centrado en la glorificación de la Trinidad y en la dedicación a la redención del hombre, se ha desarrollado y propagado en la Iglesia y en el mundo mediante el florecimiento de varios institutos y diversas asociaciones laicales. Cada uno de esos organismos se reconoce en el nombre de la Trinidad, a la que están consagrados de modo especial, y en san Juan de Mata, a quien veneran como padre común. Todos participan en el mismo carisma de glorificación de la Trinidad y de compromiso por la redención del hombre, dedicándose a obras de caridad y a la liberación en favor de los pobres y de los esclavos de nuestro tiempo.

199 Hoy la familia trinitaria no sólo está compuesta por religiosos, sino también por religiosas tanto de vida contemplativa como activa. Estas últimas se articulan en diferentes congregaciones: están las religiosas trinitarias de Valence, Roma, Valencia, Madrid, Mallorca y Sevilla. Asimismo, está el instituto secular de las Oblatas Trinitarias y la orden secular trinitaria, además de varias cofradías y numerosas asociaciones laicales trinitarias, que testimonian en el mundo la dimensión secular del espíritu trinitario.

A todos renuevo la exhortación a vivir con generosa fidelidad el carisma originario, que conserva una extraordinaria actualidad en el mundo de hoy. El hombre contemporáneo necesita escuchar el anuncio de la salvación en nombre de la santísima Trinidad y ser librado de cadenas que, aunque sean menos evidentes, no por eso son menos peligrosas que las del pasado. Por tanto, la familia trinitaria hará bien en escuchar las súplicas que elevan las víctimas de las modernas formas de esclavitud, para encontrar caminos concretos de respuesta a sus apremiantes expectativas.

Os sostienen en vuestra reflexión y en vuestro compromiso los numerosos hermanos y hermanas que os han precedido y os han dejado ejemplos luminosos de virtud y santidad en la vivencia del mismo carisma: religiosos, religiosas y laicos cuyos nombres, a menudo teñidos de sangre, están inscritos en el catálogo de los santos y viven en el testimonio de la tradición trinitaria.

3. A la luz de este heroico testimonio, queréis elaborar proyectos concretos, con los que vais a entrar en el nuevo milenio. En particular, habéis pensado instituir un organismo internacional de la familia trinitaria, mediante el cual podréis intervenir más eficazmente en defensa de los perseguidos o discriminados a causa de la fe religiosa y de la fidelidad a su conciencia o a los valores del Evangelio. Habéis dado al nuevo organismo el nombre de «Solidaridad internacional trinitaria», con la intención de que toda la familia participe en el servicio a los numerosos pobres y necesitados, que, en medio de su miseria, aspiran a una «epifanía» de Cristo Redentor.

Otro proyecto muy significativo es el de una nueva fundación en Sudán, que habéis programado como expresión de la misión redentora y misericordiosa propia de la orden. Esta iniciativa, además del apostolado misionero y de liberación, se propone el diálogo interreligioso entre el cristianismo y el islam, según las indicaciones dadas por el concilio Vaticano II y recogidas y desarrolladas en sucesivos documentos del Magisterio.

4. El gran jubileo de la Encarnación constituye para toda la familia trinitaria un estímulo ulterior a profundizar la meditación del misterio trinitario, en el que vislumbra el núcleo de su propia espiritualidad. Al beber en este manantial inagotable, se comprometerá sin duda en el desarrollo de todas las potencialidades de la consagración trinitaria, enriqueciéndola con nueva plenitud. Esta experiencia trinitaria, vivida intensamente, suscitará un renovado compromiso de liberación de toda forma de opresión.

El capítulo general extraordinario, que ha concluido en estos días, ha centrado vuestra reflexión en el tema de la Domus Trinitatis et captivorum. Según el espíritu original del proyecto de san Juan de Mata, digno de ser valorado también en nuestros días, en dicha Domus debe reinar el dinamismo del amor, cuya fuente se halla en el misterio trinitario y se extiende a los predilectos de Dios: esclavos y pobres. El Espíritu del Padre y del Hijo, que es amor, os impulsa a convertiros en don de amor para los demás. La unidad y la caridad serán el mejor testimonio de vuestra vocación trinitaria en la Iglesia.

La santísima Virgen, a quien desde hace siglos invocáis con la hermosa plegaria: «Ave, Filia Dei Patris. Ave, Mater Dei Filii. Ave, Sponsa Spiritus Sancti, Sacrarium Sanctissimae Trinitatis», os introduzca cada vez más en la deleitable contemplación del misterio y os ayude a vivir los días del gran jubileo como tiempo de renovada esperanza y de sereno júbilo en el espíritu.

Con estos deseos, os imparto de corazón a vosotros, y a todos los miembros de la familia trinitaria, una especial bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN UNA SEMANA INTERNACIONAL


DE ESTUDIO SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA


27 de agosto de 1999



Señores cardenales;
200 venerados hermanos en el episcopado;
distinguidos señoras y señores:

1. Con gran alegría os doy hoy la bienvenida a todos los que participáis en la Semana internacional de estudio, organizada por el Instituto pontificio para estudios sobre el matrimonio y la familia. Saludo, en primer lugar, a mons. Angelo Scola, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense y director del Instituto, a la vez que le agradezco las palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro. Asimismo, saludo a mons. Carlo Caffarra, arzobispo de Ferrara, su predecesor, al cardenal vicario Camillo Ruini y al cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, a los prelados presentes, a los ilustres profesores, que me han expuesto algunas interesantes consideraciones, y a todos los que, de diversas maneras, contribuyen al éxito de este congreso. Os saludo a todos vosotros, queridos miembros de los claustros de profesores de las diversas sedes del Instituto, que os habéis reunido aquí en Roma para llevar a cabo una reflexión orgánica sobre el fundamento del designio divino sobre el matrimonio y la familia. Gracias por vuestro compromiso y por el servicio que prestáis a la Iglesia.

2. Desde que nació, hace dieciocho años, el Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia ha promovido la profundización del designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia, conjugando la reflexión teológica, filosófica y científica, con una atención constante a la cura animarum.

Esta relación entre pensamiento y vida, entre teología y pastoral, es realmente decisiva. A la luz de mi propia experiencia, no me resulta difícil reconocer lo mucho que el trabajo realizado con los jóvenes en la pastoral universitaria de Cracovia me ha ayudado en la meditación sobre aspectos fundamentales de la vida cristiana. La convivencia diaria con los jóvenes, la posibilidad de acompañarlos en sus alegrías y en sus esfuerzos, y su deseo de vivir plenamente la vocación a la que el Señor los llamaba, me ayudaron a comprender cada vez más profundamente la verdad según la cual el hombre crece y madura en el amor, es decir, en la propia entrega, y que precisamente en esa entrega recibe a cambio la posibilidad de su propia realización. Este principio tiene una de sus expresiones más elevadas en el matrimonio, que «es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas» (Humanae vitae
HV 8).

3. Vuestro instituto, guiado por esta inspiración de una profunda unidad entre la verdad anunciada por la Iglesia y las opciones y experiencias concretas de vida, ha prestado durante estos años un laudable servicio. Con las secciones presentes en Roma, dentro de la Pontificia Universidad Lateranense, en Washington, en la ciudad de México y en Valencia (España), con los centros académicos de Cotonú (Benin), Salvador de Bahía (Brasil) y Changanacherry (India), cuyo itinerario de incorporación al Instituto ya ha comenzado, y con la próxima apertura del centro de Melbourne (Australia), el Instituto podrá contar con sedes propias en los cinco continentes. Es un desarrollo del que queremos dar gracias al Señor, a la vez que expresamos nuestra debida gratitud a todos los que han dado y siguen dando su contribución a la realización de esta obra.

4. Quisiera ahora, junto con vosotros, proyectar la mirada hacia el futuro, partiendo de una atenta consideración de las urgencias que, en este campo, se presentan hoy a la misión de la Iglesia y, por consiguiente, también a vuestro Instituto.

Con respecto a hace dieciocho años, cuando comenzó vuestro camino académico, el desafío planteado por la mentalidad secularista a la verdad sobre la persona, el matrimonio y la familia se ha vuelto, en cierto sentido, aún más radical. Ya no se trata solamente de una puesta en tela de juicio de algunas normas morales de ética sexual y familiar. A la imagen de hombre y mujer, propia de la razón natural, y particularmente del cristianismo, se opone una antropología alternativa que rechaza el dato, inscrito en la corporeidad, según el cual la diferencia sexual posee un carácter identificante para la persona. Como resultado de ello, entra en crisis el concepto de familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, como célula natural y fundamental de la sociedad. La paternidad y la maternidad son concebidas sólo como un proyecto privado, realizable incluso mediante la aplicación de técnicas biomédicas, que pueden prescindir del ejercicio de la sexualidad conyugal. De ese modo, se postula una inaceptable «división entre libertad y naturaleza», que, por el contrario, «están armónicamente relacionadas entre sí e íntima y mutuamente aliadas» (Veritatis splendor VS 50).

En realidad, la connotación sexual de la corporeidad forma parte integrante del plan divino originario, en el que el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,27) y están llamados a realizar una comunión de personas, fiel y libre, indisoluble y fecunda, como reflejo de la riqueza del amor trinitario (cf. Col Col 1,15-16).

Además, la paternidad y la maternidad, antes que ser un proyecto de la libertad humana, constituyen una dimensión vocacional inscrita en el amor conyugal, y se han de vivir como responsabilidad singular frente a Dios, acogiendo los hijos como un don suyo (cf. Gn Gn 4,1), en la adoración de la paternidad divina, «de la que toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra» (Ep 3,15).

Eliminar la mediación corporal del acto conyugal, como lugar donde puede originarse una nueva vida humana, significa al mismo tiempo degradar la procreación de colaboración con Dios creador a una «reproducción» técnicamente controlada de un ejemplar de una especie y perder, por tanto, la dignidad personal única del hijo (cf. Donum vitae, II, B, 5). En efecto, sólo cuando se respetan íntegramente las características esenciales del acto conyugal, en cuanto don personal de los cónyuges, a la vez corporal y espiritual, se respeta también, al mismo tiempo, la persona del hijo y se manifiesta que tiene su origen en Dios, fuente de todo don.

201 En cambio, cuando se trata el propio cuerpo, la diferencia sexual inscrita en él e incluso sus facultades procreadoras como puros datos biológicos inferiores, susceptibles de manipulación, se termina por negar el límite y la vocación presentes en la corporeidad y se manifiesta así una presunción que, más allá de las intenciones subjetivas, expresa el desconocimiento del propio ser como don procedente de Dios. A la luz de estas problemáticas de tanta actualidad, aún con más convicción reafirmo lo que enseñé en la exhortación apostólica Familiaris consortio: «El futuro de la humanidad se fragua en la familia» (n. 86).

5. Frente a estos desafíos, la Iglesia tiene como único camino dirigir la mirada a Cristo, Redentor del hombre, plenitud de la revelación. Como afirmé en la encíclica Fides et ratio, «la Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática» (n. 15). Esta orientación se nos ofrece precisamente a través de la revelación del fundamento de la realidad, es decir, del Padre que la creó y la mantiene, en todo instante, en el ser.

Profundizar ulteriormente el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia, es la tarea que debéis realizar, con renovado empeño, al inicio del tercer milenio.

Quisiera sugerir aquí algunas perspectivas para esta profundización. La primera atañe al fundamento en sentido estricto, es decir, al misterio de la santísima Trinidad, manantial mismo del ser y, por tanto, eje último de la antropología. A la luz del misterio de la Trinidad, la diferencia sexual revela su naturaleza plena de signo expresivo de toda la persona.

La segunda perspectiva que quiero someter a vuestro estudio concierne a la vocación del hombre y la mujer a la comunión. También esa vocación hunde sus raíces en el misterio trinitario, se nos revela plenamente en la encarnación del Hijo de Dios -en la que las naturalezas humana y divina se unen en la persona del Verbo-, y se inserta históricamente en el dinamismo sacramental de la economía cristiana. En efecto, el misterio nupcial de Cristo, esposo de la Iglesia, se expresa de modo singular a través del matrimonio sacramental, comunidad fecunda de vida y amor.

Así, la teología del matrimonio y de la familia -éste es el tercer aspecto que deseo proponeros- se inserta en la contemplación del misterio de Dios uno y trino, que invita a todos los hombres a las bodas del Cordero realizadas en la Pascua y perennemente ofrecidas a la libertad humana en la realidad sacramental de la Iglesia.

Además, la reflexión sobre la persona, el matrimonio y la familia se profundiza dedicando una atención especial a la relación entre la persona y la sociedad. La respuesta cristiana al fracaso de la antropología individualista y colectivista exige un personalismo ontológico arraigado en el análisis de las relaciones familiares primarias. Racionalidad y relacionalidad de la persona humana, unidad y diferencia en la comunión y las polaridades constitutivas de hombre-mujer, espíritu-cuerpo e individuo-comunidad, son dimensiones co-esenciales e inseparables. Así, la reflexión sobre la persona, el matrimonio y la familia puede integrarse, en último término, en la doctrina social de la Iglesia, y acaba por convertirse en una de sus raíces más sólidas.

6. Éstas y otras perspectivas para el trabajo futuro del Instituto deberán ser desarrolladas según la doble dimensión de método que se desprende también de este encuentro.

Por una parte, es imprescindible partir de la unidad del designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia. Sólo este punto de partida unitario permite que la enseñanza ofrecida en el Instituto no sea una simple yuxtaposición de lo que la teología, la filosofía y las ciencias humanas nos dicen sobre estos temas. De la revelación cristiana brota una antropología adecuada y una visión sacramental del matrimonio y de la familia, que permite realizar un diálogo y una interacción con los resultados de la investigación propios de la razón filosófica y de las ciencias humanas.Esta unidad originaria está también en la raíz del trabajo común entre profesores de diversas materias y hace posibles una investigación y una enseñanza interdisciplinares que tienen como objeto el «unum» de la persona, del matrimonio y de la familia profundizado, desde puntos de vista diversos y complementarios, con metodologías específicas.

Por otra parte, es preciso subrayar la importancia de las tres áreas temáticas sobre las que se organizan concretamente todos los currículos de estudios propuestos en el Instituto. Esas tres áreas son necesarias para la integridad y la coherencia de vuestro trabajo de investigación, enseñanza y estudio. En efecto, ¿cómo prescindir de la consideración del «fenómeno humano» tal como lo proponen las diversas ciencias? ¿Cómo renunciar al estudio de la libertad, eje de toda antropología y puerta de acceso a las preguntas ontológicas originarias? ¿Cómo prescindir de una teología en la que la naturaleza, la libertad y la gracia se vean en unidad articulada, a la luz del misterio de Cristo? Aquí se halla el punto de síntesis de todo vuestro trabajo, ya que «realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes
GS 22).

7. La novedad del Instituto pontificio para estudios sobre el matrimonio y la familia no sólo está vinculada al contenido y al método de la investigación, sino que se expresa también a través de su específica configuración jurídico-institucional. El Instituto constituye, en cierto sentido, un «únicum» en el marco de las instituciones académicas eclesiásticas. En efecto, es uno (con un único gran canciller y un único director) y, al mismo tiempo, se articula en diversos continentes a través de la figura jurídica de la sección.

202 Así nos encontramos ante una traducción jurídico-institucional del normal dinamismo de comunión que fluye entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. De este modo, el Instituto vive, ejemplarmente, la doble dimensión romana y universal que caracteriza a las instituciones universitarias de la Urbe y, de modo particular, a la Pontificia Universidad Lateranense, en la que se encuentra la sección central, y que el artículo 1° de los Estatutos define como «la universidad del Sumo Pontífice con un título especial».

Contemplando el Instituto y su historia, se comprueba la fecundidad del principio de la unidad en la multiplicidad. Además, no se concreta sólo en una unidad de orientación doctrinal que da eficacia a la investigación y a la enseñanza, sino que se expresa, sobre todo, en la comunión efectiva entre los profesores, los estudiantes y el personal del mismo. Y esa comunión se da tanto dentro de cada una de las secciones como en el intercambio recíproco entre ellas, a pesar de su diversidad. De ese modo, contribuís al enriquecimiento de la vida de las Iglesias y, en último análisis, de la Catholica misma.

8. Para que los hombres pudieran participar, como miembros de la Iglesia, de su misma vida, el Hijo de Dios quiso convertirse en miembro de una familia humana. Por esta razón, la Sagrada Familia de Nazaret, como «Iglesia doméstica originaria» (Redemptoris custos, 7), constituye una guía privilegiada para el trabajo del Instituto. Muestra claramente la inserción de la familia en la misión del Verbo encarnado y redentor, e ilumina la misión misma de la Iglesia.

Que María, Virgen, Esposa y Madre, proteja a los profesores, a los estudiantes y al personal de vuestro Instituto. Ella acompañe y sostenga vuestra reflexión y vuestro trabajo, para que la Iglesia de Dios encuentre en vosotros una ayuda asidua y valiosa en su misión de anunciar a todos los hombres la verdad de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia.

A todos expreso mi gratitud e imparto mi bendición.






Discursos 1999 194