Discursos 1999 207

DISCURSO DEL SANTO PADRE DURANTE LA BENEDICIÓN DEL NUEVO SEMINARIO DE SALERNO


Sábado 4 de septiembre 1999



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
distinguidas autoridades;
queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas;
amadísimos hermanos y hermanas:


1. Con gran alegría me encuentro hoy entre vosotros, para la inauguración del nuevo seminario metropolitano y de la casa del clero "San Mateo", obras promovidas y realizadas por la comunidad salernitana con la ayuda de la Conferencia episcopal italiana y el apoyo concreto de los obispos de la región. Gracias por haberme invitado a un acontecimiento tan significativo y por la afectuosa acogida que me habéis dispensado.
Saludo a la antigua y noble Iglesia salernitana y a la comunidad de Pontecagnano-Faiano. Agradezco a monseñor Gerardo Pierro, amado y celoso pastor de esta diócesis, las palabras con que ha querido interpretar los sentimientos comunes hacia el Sucesor de Pedro. Mi saludo cariñoso se dirige también al presbiterio diocesano, a los consagrados y consagradas, a los seminaristas, a las autoridades presentes y a cuantos han querido participar en este importante y feliz momento de fe y comunión. Saludo al señor cardenal Michele Giordano, arzobispo de Nápoles y presidente de la Conferencia episcopal de Campania. Abrazo espiritualmente, además, a todos los prelados de la Campania y a las poblaciones de esta querida región, especialmente a los damnificados de Sarno.
208 En efecto, mientras venía a Salerno, sobrevolé esa zona azotada el año pasado por un terrible aluvión, que causó destrucción y muerte. He orado por los difuntos, pero, de modo particular, he implorado el apoyo divino para las personas y las familias más duramente afectadas. Quiera Dios que encuentren en la esperanza cristiana la fuerza para construir, también con el apoyo de la comunidad nacional, un futuro sereno, especialmente para las generaciones jóvenes. A todos esos hermanos y hermanas, cercanos a mi corazón, les envío un saludo cordial.

2. Queridos hermanos, este nuevo seminario metropolitano y la casa del clero "San Mateo", que con amorosa solicitud ha querido construir la Iglesia salernitana, constituyen un don providencial para los llamados al ministerio presbiteral y para los sacerdotes. En particular, el seminario, con su edificio moderno y funcional, prosigue la larga tradición de servicio a las diócesis vecinas por parte de la archidiócesis de Salerno, que durante muchos años fue sede del pontificio seminario regional "Pío XI". Renovando idealmente este compromiso de comunión y colaboración, también el seminario metropolitano podrá acoger a los seminaristas de las demás comunidades de la Campania, cuando sus obispos lo soliciten.
La apertura de un seminario supone, ante todo, una gran confianza en la obra de Cristo, que sigue invitando a numerosos jóvenes, quienes, como los dos discípulos del pasaje evangélico que hemos escuchado, se sienten llamados por él: "Rabbí que quiere decir "Maestro", ¿dónde vives?". Este seminario se abre hoy para permitir que Jesús responda a los jóvenes de esta tierra salernitana: "Venid y lo veréis" (
Jn 1,38-39). En efecto, el seminario está llamado a crear un ambiente en el que se viva una peculiar experiencia de comunión con Cristo. Ojalá que los jóvenes que se dedicarán aquí al estudio y a la oración hagan suyas las palabras de Andrés a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41).

3. Desde esta perspectiva, quisiera dirigirme en particular a vosotros, amadísimos seminaristas, que hoy sois los primeros en estar de fiesta. Este seminario está destinado ante todo a vosotros y a cuantos, también en el futuro, estén dispuestos a responder a la llamada de Dios y a transcurrir aquí sus años de formación indispensable.
Os deseo que seáis dóciles a la voz del Señor y os entreguéis generosamente a él. Que crezca aquí vuestro empeño en la oración y en el estudio, viviendo las renuncias y las dificultades diarias como gestos de amor a aquellos a quienes el Señor os enviará. Podréis contar con la guía sabia y generosa de vuestros superiores, con la oración de la comunidad cristiana y, sobre todo, con la presencia materna de la Reina de los Apóstoles, a la que se encomiendan particularmente cuantos están llamados a actuar "in persona Christi".

4. Queridos formadores, a vosotros se os confía la tarea de hacer que los futuros presbíteros revivan la experiencia del cenáculo, que fue, en cierto sentido, el primer seminario. En el cenáculo, el Maestro, después de instruir a los Doce, les lavó los pies y, anticipando el sacrificio cruento de la cruz, se entregó a sí mismo totalmente y para siempre en el signo del pan y del vino. También en el cenáculo, en espera de Pentecostés, los Apóstoles perseveraban "en la oración, con un mismo espíritu, en compañía (...) de María, la madre de Jesús" (Ac 1,14).
Queridos hermanos, inspiraos en este icono tan elocuente al preparar a los evangelizadores para el tercer milenio. Suscitad en los alumnos el amor al Señor y la pasión por su Evangelio, para que se conformen plenamente a Cristo maestro, sacerdote y pastor (cf. Optatam totius OT 5). Formadlos en la comunión fraterna. Aseguradles una sólida preparación teológica y cultural. Sobre todo, haced que sean "hombres de Dios" y, precisamente por eso, también hombres caritativos, pobres, abiertos a la comunión y capaces de desempeñar con generosidad en el futuro su ministerio entre la gente de esta tierra que, como todo el sur de Italia, afronta antiguos y nuevos desafíos y necesita, hoy más que nunca, pastores de íntegro testimonio evangélico.

5. Con gran acierto, vuestro arzobispo ha querido que junto al seminario estuviera la casa del clero "San Mateo", destinada a ayudar a los presbíteros a vivir fraternalmente, experimentando las múltiples ventajas de la vida común, recomendada, en sus varias formas, por el concilio Vaticano II (cf. Presbyterorum ordinis PO 8), y tan valiosa para la realización de su ministerio.
Espero que la cercanía de las dos instituciones constituya para los respectivos huéspedes una valiosa ocasión de encuentro fraterno, de comunión en la caridad, de recuerdo recíproco en la oración y de aliento en el servicio al Señor.

6. Deseo, asimismo, dirigir un saludo en particular a los demás jóvenes, que veo aquí presentes. Amadísimos muchachos y muchachas, acoged el mensaje de Cristo y responded a su amor. Él os invita a cada uno a seguirlo de manera personal y específica. El éxito de vuestra vida depende de la respuesta a su llamada. No os dejéis fascinar por espejismos transitorios: Cristo os llama a la santidad, incluso en las condiciones ordinarias de la vida seglar. Y si a algunos de vosotros os pide que os dediquéis totalmente al servicio del Evangelio en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada, no tengáis miedo de aceptar con valentía su propuesta, que abre perspectivas exaltantes de gracia y alegría. La Iglesia espera la contribución de vuestra creatividad, de vuestros dones y de vuestro entusiasmo juvenil.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, el complejo que nos disponemos a inaugurar es fruto del esfuerzo y la colaboración de muchas personas. Deseo expresar mi gratitud a cuantos han prodigado aquí sus energías, su inteligencia y su competencia: a los arquitectos, a los constructores, a los albañiles, ¡a todos!
209 Como signo concreto de vuestro amor a Cristo y a la Iglesia, habéis querido dedicar el nuevo seminario al Papa que ahora os habla. Os agradezco de corazón este gesto de afecto, que reafirma los antiguos vínculos de la Iglesia salernitana con el Sucesor de Pedro, principio y fundamento visible de la unidad de la fe y de la comunión (cf. Lumen gentium LG 18).
A María, Reina de los Apóstoles y Madre de los sacerdotes, cuya imagen ha sido puesta como centinela en el nuevo seminario, le encomiendo a cuantos vivan, estudien y trabajen en esta ciudadela de fe y cultura. Que ella vele con amor por los esfuerzos de todos, y los sostenga en su camino, para que respondan generosamente a la palabra de su Hijo y sirvan con inquebrantable fidelidad a sus hermanos.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón a cada uno de vosotros, a la comunidad diocesana y a toda la región de la Campania, mi bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DE MALAWI EN VISITA "AD LIMINA"


Queridos hermanos en el episcopado:

1. Doy gracias al Padre de todas las misericordias por el don de este encuentro con vosotros, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para la visita ad limina Apostolorum.Con gran alegría os doy la bienvenida y abrazo a todos los fieles de Malawi, a los que recuerdo con afecto en el Señor y que están siempre presentes en mis oraciones. De modo especial, ahora que vuestra nación se está preparando para celebrar el centenario de la fundación de la primera misión católica en vuestra tierra, ruego por vosotros, pastores del pueblo santo de Dios, y por los sacerdotes, los religiosos y los laicos, con las palabras de san Pablo: "Que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él" (2Th 1,11-12).

2. Con la fundación de la misión en Nzama, en 1901, la fe cristiana arraigó en Malawi y ha seguido creciendo desde entonces. El número de los seguidores del Señor aumenta día tras día (cf. Hch Ac 2,47), y la Iglesia participa cada vez más en la vida de la nación, insistiendo en la necesidad de solidaridad y responsabilidad civil, y exhortando al diálogo y a la reconciliación como camino para aliviar las tensiones. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado son buenas, y la Iglesia puede seguir cumpliendo con libertad su misión espiritual en los campos del ministerio pastoral, la educación, la asistencia sanitaria y el desarrollo humano y social.
En general se reconoce que la Iglesia ha desempeñado un papel importante en la transición de Malawi hacia un régimen democrático. Pero el proceso de transición aún no se ha completado, y la Iglesia debe seguir colaborando con todos los sectores de la sociedad, para asegurar que la nación no desfallezca en su esfuerzo por construir una democracia justa, estable y duradera. Esto dependerá de la calidad de los cimientos; y la única base segura para una sociedad democrática es una correcta concepción de la persona humana y del bien común. Si una sociedad no construye sobre esta verdad, será como una casa edificada sobre arena: se derrumbará (cf. Mt Mt 7,26-27). La Iglesia tiene el solemne deber de proclamar esta verdad, identificar los valores humanos que surgen de ella y recordar a todos el deber de obrar en consecuencia.

3. Los desafíos planteados a la vida y al servicio cristianos son muchos y exigentes en una situación de pobreza extendida, a menudo extrema, y de debilitamiento de las convicciones morales y éticas, que provocan un gran número de males sociales, entre ellos la corrupción y los ataques contra la santidad de la vida humana. Teniendo esto en cuenta, es necesario ofrecer a los fieles sólidos programas de evangelización y catequesis, ordenados a profundizar su fe y su visión cristiana, para que puedan ocupar su lugar en la Iglesia y en la sociedad. Como nos recuerda el concilio Vaticano II: los laicos "están llamados por Dios a realizar su función propia, dejándose guiar por el espíritu evangélico, para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo" (Lumen gentium LG 31).
Los padres conciliares prosiguen diciendo que "todos los cristianos (...) están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor. (...) Todos los cristianos, por tanto, están llamados y obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado de vida" (ib., 40 y 42). Para que esto suceda, es preciso tener siempre presentes las palabras que el Concilio dirigió a los obispos: "han de ser (...) buenos pastores, que conocen a sus ovejas y a quienes estas los conocen también; y verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud por todos. (...) Deben reunir y formar a toda la familia de su grey, de tal manera que todos, conscientes de sus deberes, vivan y actúen en comunión de amor" (Christus Dominus CD 16).
Desde esta perspectiva, apoyo de buen grado las iniciativas que habéis tomado con vistas a la preparación para el gran jubileo del año 2000 y la celebración, en el 2001, del centenario de la Iglesia católica en Malawi; ambos aniversarios implican una llamada a fortalecer la fe y el compromiso cristiano. En vuestra carta pastoral de 1996, "Caminar juntos en la fe", hicisteis un oportuno llamamiento a la conversión y a la renovación de la vida cristiana. Considerando estos dos momentos de gracia especial, habéis seguido las indicaciones de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, y habéis abierto vuestro corazón a las inspiraciones del Espíritu, que seguramente moverá los corazones para que se dispongan a celebrar con fe renovada y generosa participación el gran acontecimiento jubilar (cf. n. 59). Siguiendo las recomendaciones de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos y las contenidas en la Tertio millennio adveniente, habéis elaborado un programa de preparación, a fin de ayudar a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de vuestras diócesis a "obtener luces y ayudas necesarias para la preparación y celebración del jubileo ya próximo" (ib.). Esta iniciativa ha sido corroborada por vuestra carta pastoral "Volved a mí y viviréis", en la que acertadamente habéis subrayado lanecesidad de recuperar el sentido del pecado para recuperar el sentido de la misericordia de Dios, que es el corazón del gran jubileo. En efecto, esta visión de la vida constituye el núcleo del Evangelio y la Iglesia está llamada a predicarla en todo tiempo y lugar.

4. Cuando el anuncio de la buena nueva se completa con la catequesis, la fe alcanza su madurez y los discípulos de Cristo se forman en un conocimiento profundo y sistemático de la persona y del mensaje del Señor (cf. Catechesi tradendae CTR 19). El estudio de la Biblia, es decir, el contacto directo con el texto sagrado de la palabra de Dios, acompañado por la oración ferviente (cf. Dei Verbum DV 25) y sostenido por una clara exposición de la doctrina, como se halla en el Catecismo de la Iglesia católica, afianzará la fe de los laicos y los preparará para responder a sus exigencias en todas las circunstancias, particularmente en los importantes ámbitos del matrimonio y la vida familiar cristiana. Indudablemente, uno de los signos más claros de la "novedad" de vida en Cristo es el vínculo del matrimonio y la familia vivido de acuerdo con la invitación del Salvador a restablecer el plan originario de Dios (cf. Mc Mc 10,6-9). Una buena catequesis es especialmente importante para los jóvenes, para quienes una fe formada constituye la luz que guiará su camino hacia el futuro. Será su fuente de fuerza cuando afronten las incertidumbres de una situación económica y social difícil.
210 Los católicos, fortalecidos en la verdad revelada, podrán responder también a las objeciones que cada vez con mayor frecuencia plantean los seguidores de las sectas y los nuevos movimientos religiosos. Además, la obediencia firme y humilde a la palabra de Cristo, tal como la proclama auténticamente la Iglesia, constituye la base para el diálogo con los seguidores de la religión tradicional africana y del islam, y para vuestras relaciones con las demás Iglesias y comunidades eclesiales, que es tan importante para evitar que la misión cristiana se vea perjudicada en el futuro por las divisiones, como sucedió en el pasado (cf. Tertio millennio adveniente TMA 34).

5. Teniendo en cuenta la importancia vital de que la Iglesia cuente con buenos guías, especialmente en un tiempo como éste, deseo estimularos en vuestro esfuerzo por garantizar una formación más eficaz a vuestros seminaristas y sacerdotes.Esta cuestión sigue siendo fundamental para vuestras Iglesias particulares, y requiere vuestra orientación, ya que sin una sólida formación los sacerdotes no estarán preparados para vivir su vocación y desempeñar su ministerio, entregándose diariamente "por el crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad en el corazón y en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo" (Pastores dabo vobis PDV 82).
Habéis puesto gran empeño por mejorar los programas de formación y proporcionar una sólida preparación espiritual, intelectual y pastoral a vuestros seminaristas; y sus frutos ya comienzan a verse. La Ratio institutionis sacerdotalis, la Ratio studiorum y las normas para la vida en el seminario han sido aprobadas para los seminarios mayores de Kachebere, Zomba y Mangochi. Además, la introducción de un programa de espiritualidad y de un año propedéutico para los seminaristas antes de comenzar los estudios de filosofía, así como la creación de un consejo de supervisores para la formación y los problemas relacionados con la vida y la disciplina en el seminario, son iniciativas muy positivas.
Tan importante como la formación de los futuros sacerdotes es la formación permanente de los que ya han recibido las órdenes sagradas. La dedicación pastoral y el celo por el ministerio, la disciplina moral y el comportamiento irreprochable, el desapego de los bienes y las actitudes mundanas, y la disponibilidad a entregarse completamente al servicio de los demás, son los rasgos que deben cultivar vuestros sacerdotes y se han de convertir en el sello distintivo de su vida. De este modo, llegarán a ser, como afirma san Juan Crisóstomo: "Dignos, pero modestos, solemnes pero amables, autoritarios pero accesibles, imparciales pero afables, humildes pero no serviles, enérgicos pero cordiales" (De sacerdotio 3, 15), teniendo en cuenta "una sola cosa: la edificación de la Iglesia, sin actuar nunca por hostilidad o parcialidad" (ib.). Para ello es necesario disponer de programas eficaces de formación permanente para el clero. Deben constituir una prioridad para la Iglesia en Malawi, mientras se prepara para entrar en el tercer milenio, pues los obispos tienen la gran responsabilidad de brindar oportunidades de renovación espiritual y crecimiento a sus sacerdotes (cf. Optatam totius OT 22).

6.Los religiosos y las religiosas también necesitan una formación permanente. Su consagración especial requiere una profundización constante para poder permanecer firmemente arraigados en Cristo y para que los nobles ideales de su vocación sigan resplandeciendo en su corazón y a los ojos de los hombres, para quienes son un signo especial de la solicitud amorosa de Dios. A través de la profesión de los consejos evangélicos, dan testimonio del Reino y construyen el Cuerpo de Cristo, impulsando a los demás a la conversión y a una vida de santidad. Tenéis que ayudarles a permanecer fieles al carisma de sus institutos y a trabajar en estrecha colaboración y armonía con vosotros, los pastores de la Iglesia, en la realización de su apostolado (cf. Mutuae relationes, 8).
Una vida de castidad, pobreza y obediencia, abrazada voluntariamente y vivida fielmente confuta la sabiduría convencional del mundo, pues es una proclamación de la cruz de Cristo (cf. 1Co 1,20-30). El testimonio que dan los consagrados puede transformar la sociedad y su modo de pensar y actuar, precisamente con el amor que muestran a todos los hombres, especialmente a los que no tienen voz, concentrando su atención en las cosas espirituales más que en las materiales, y con su oración, su entrega y su ejemplo. No podemos por menos de expresar aquí nuestro aprecio por la magnífica obra realizada por los religiosos y religiosas en Malawi en las áreas del desarrollo humano, la educación y la asistencia sanitaria. Se trata de una contribución única, de la que ni la Iglesia ni la nación podrían prescindir.

7. Queridos hermanos en el episcopado, como pastores del pueblo santo de Dios tenéis la triple misión de guiar, impulsar y unir a todos los que trabajan en el "campo de Dios" (1Co 3,9). Esta misión es más urgente que nunca ahora que comienza a vislumbrarse el alba del tercer milenio y os preparáis para la celebración del centenario de la Iglesia católica en Malawi, recordando las palabras del Señor acerca de la abundancia de la mies que debemos cosechar con nuestro servicio al Evangelio (cf. Mt Mt 9,37). En vísperas del gran jubileo, estamos llamados a dedicarnos con nuevo vigor a la misión de compartir la luz de la verdad de Cristo con todos los hombres. Pido al Señor que, mediante vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, el Espíritu Santo os fortalezca para la tarea de la nueva evangelización. En el amor de la santísima Trinidad, os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a la gloriosa intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo divino.

Vaticano, 6 de septiembre 1999





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL DIRECTOR GENERAL DE LA UNESCO


: Al señor
Federico MAYOR ZARAGOZA
Director general de la
211 Organización de las Naciones Unidas
para la educación
la ciencia y la cultura


1. Con ocasión de la XXXIII Jornada internacional de la alfabetización, organizada por la Unesco, quiero rendir homenaje a los hombres y mujeres que, en el decurso de los años, han ayudado a sus hermanos a adquirir los elementos fundamentales del saber: hay que felicitar particularmente a los profesores que, en todos los continentes, se dedican a formar a los jóvenes y a los adultos, con perseverancia y eficacia. También quisiera recordar la misión llevada a cabo por numerosos laicos, religiosos y religiosas, pioneros de la instrucción popular, que han sido, en el ejercicio de sus funciones, testigos de Cristo, despertando las inteligencias y las conciencias.

2. Es preciso reconocer el papel destacado que, en relación con otros organismos internacionales, ha desempeñado durante los últimos decenios la Organización de la Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, redoblando sus esfuerzos para afrontar la grave situación de analfabetismo en el mundo. Al proporcionar a cada ser humano los medios para acceder a una cultura general, la Unesco le ofrece así la posibilidad de llevar una vida digna, construir su futuro y asumir su parte de responsabilidad en el seno de la sociedad. La lucha contra el analfabetismo es el camino obligado del desarrollo de las personas y los pueblos, que reciben así instrumentos de reflexión y análisis, y que pueden defenderse más fácilmente de los discursos sectarios, integristas o totalitarios. Por consiguiente, es de desear que prosigan con éxito las iniciativas emprendidas, que requieren una coordinación cada vez más intensa de los esfuerzos nacionales e internacionales.

3. En el umbral del tercer milenio, invito a todos los pueblos a unirse para luchar contra el analfabetismo, que representa una seria desventaja para una parte importante de la humanidad, principalmente para las mujeres y las niñas. En efecto, hasta hace poco tiempo, dos tercios de los analfabetos eran mujeres, y el 70% de la población infantil no escolarizada son niñas. En este campo también es importante suprimir las desigualdades, que es uno de los objetivos de la Convención de la Unesco: "Asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la libre búsqueda de la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y conocimientos" (Preámbulo de la Convención). Esta empresa de lucha contra el analfabetismo supone el compromiso del cuerpo de profesores, cuya función conviene reconocer y valorar, de modo que quienes desempeñan esta actividad se sientan estimados y sostenidos en su notable misión de transmitir conocimientos, valores fundamentales y razones para vivir.
La escuela está llamada a ser cada vez más acogedora para los niños, independientemente de su origen y su condición social, centrando su atención de modo especial en los más pobres, en las víctimas de la violencia y de la guerra, en los refugiados y en los desplazados. Debe esforzarse cada vez más, mediante una pedagogía adecuada y una atención a las culturas locales, por desarrollar los talentos y despertar la conciencia de los alumnos, y por ocuparse de los jóvenes inadaptados al sistema escolar.

4. La Iglesia, por su parte, prosiguiendo la misión que le ha confiado Cristo, desea continuar participando en la educación de los jóvenes y los adultos, en colaboración con los hombres y mujeres de buena voluntad. La escuela católica es un instrumento de elección, que permite a los niños recibir, además de la enseñanza, una formación religiosa y catequística que les ayudará a profundizar su fe y descubrir a Cristo, que quiere ayudar al hombre a alcanzar su dimensión plena de adulto. En una sociedad en busca de sentido, la escuela católica está llamada a difundir con claridad y vigor el mensaje cristiano, respetando a los que no comparten sus convicciones pero que, sin embargo, desean beneficiarse de sus métodos de enseñanza. La escuela católica, deseosa de brindar su contribución a la relación entre el Evangelio y las culturas, sitúa el saber en el horizonte de la fe, para que se convierta en sabiduría de vida y lleve a los hombres a la verdadera felicidad, que sólo Dios puede dar.

5. En el alba de una nueva era, me alegro por la obra realizada por la Unesco, en colaboración con todos los Estados miembros. Invoco el apoyo de las bendiciones divinas sobre usted, señor director general, y sobre todas las personas que, participando en la misión de la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, están al servicio de la humanidad.


Castelgandolfo, 28 de agosto de 1999






A LOS OBISPOS DE CHAD EN


VISITA "AD LIMINA"


Castelgandolfo, 9 de Setiembre de 1999



212 Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os acojo durante vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Vosotros, obispos de la Iglesia católica en Chad, habéis venido a los mismos lugares donde Pedro y Pablo dieron testimonio de Cristo hasta el don supremo de su vida. En ellos encontraréis paz y consuelo para cumplir la misión que se os ha confiado al servicio del pueblo de Dios. Ojalá que, mediante vuestros encuentros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores, el Señor aumente cada vez más en vosotros el espíritu de comunión con la Iglesia universal y con sus pastores unidos al Obispo de Roma.

Monseñor Charles Vandame, presidente de vuestra Conferencia, ha expresado en vuestro nombre, con claridad y lucidez, las alegrías, los sufrimientos y las esperanzas de vuestro ministerio episcopal. Le doy las gracias muy cordialmente.

Transmitid el saludo afectuoso del Papa a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los laicos de vuestras diócesis. Que Dios los colme de sus bendiciones, para que todos sean testigos generosos del Evangelio. Expresad también mis deseos de felicidad y paz a todo el pueblo de Chad, cuya generosidad conozco.

2. Desde vuestra última visita ad limina, se han creado dos nuevas diócesis para favorecer el anuncio del Evangelio en algunas de las regiones hasta ahora más aisladas. No puedo menos de alegrarme del dinamismo de vuestras comunidades, del que las diócesis recién creadas son un signo elocuente. Espero que los obispos que, con la riqueza de su experiencia misionera, han ampliado vuestra Conferencia episcopal se beneficien plenamente de la atmósfera fraterna y colegial que la caracteriza.

Me alegra comprobar el progreso espiritual de la Iglesia en Chad, así como sus loables esfuerzos por encarnarse cada vez más en las realidades sociales y culturales del país. Invito a vuestras comunidades a permanecer fieles a la obra del Espíritu Santo en ellas y a dar el testimonio de un sincero amor mutuo, para que todos reconozcan a Aquel que es la fuente de este amor y crean en él. Cada uno debe recordar que "se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (Redemptoris missio
RMi 23).

3. En el curso de los últimos años el número de sacerdotes en Chad ha aumentado de manera significativa. Los saludo cordialmente y los animo en su ministerio, a menudo difícil, pero exaltante, de anunciar el evangelio de Cristo a sus hermanos y administrarles los sacramentos de la Iglesia. Conozco su fidelidad a la vocación y su entrega pastoral. Los exhorto a descubrir cada vez más la profundidad de su identidad sacerdotal. Ojalá que hallen en el encuentro personal con el Señor resucitado, mediante la oración y los sacramentos, la fuente viva de su existencia y de su misión eclesial. Queridos hermanos en el episcopado, sé cuánta atención prestáis a su vida sacerdotal y a sus necesidades, sobre todo en el campo de la formación permanente. Quiera Dios que encuentren siempre en vosotros al padre que sepa alentarlos y guiarlos en su ministerio.

Habéis querido diversificar la proveniencia de los misioneros que llegan a vuestro país para participar en la obra de evangelización. Los felicito por su respuesta generosa a las llamadas de la Iglesia en Chad, y espero que sean en todas partes testigos celosos del espíritu del Evangelio, que debe llevar a superar las barreras de las culturas y de los nacionalismos, evitando cualquier tipo de aislamiento (cf. Ecclesia in Africa ). Estos misioneros, en su mayoría originarios de África, continente que ya está plenamente integrado en la actividad misionera de la Iglesia, pero también procedentes de otras regiones del mundo, manifiestan claramente la universalidad del mensaje evangélico y de la Iglesia, así como su deseo de ayudar a los sacerdotes de Chad a ser protagonistas del futuro de su Iglesia particular.

También los religiosos y las religiosas participan plenamente y con gran abnegación en la vida de vuestras diócesis. Su compromiso es esencial para la obra de evangelización y de servicio a vuestras comunidades. Por tanto, espero que la vida consagrada encuentre un nuevo impulso entre los jóvenes de Chad, para que la Iglesia pueda beneficiarse de este "don precioso y necesario también para el presente y el futuro del pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión" (Vita consecrata VC 3). En efecto, la vida consagrada es un testimonio elocuente de la entrega gratuita de sí al Señor y de una orientación de la existencia hacia el Absoluto y hacia lo esencial, que da la felicidad. Asimismo, es indispensable que los valores fundamentales de la vida religiosa se arraiguen profundamente en la cultura de vuestro país, para que se conviertan en levadura evangélica.

La formación de los futuros sacerdotes es una de vuestras mayores preocupaciones. Sí, vosotros ya veis los primeros frutos del esfuerzo realizado en el discernimiento de vocaciones capaces de asumir los compromisos de la vida sacerdotal. La creación de un nuevo seminario es para vosotros un signo alentador y una ocasión privilegiada de dar gracias por la generosidad de los jóvenes al responder a la llamada del Señor. Os invito a ofrecer a los candidatos al sacerdocio no sólo una sólida formación intelectual y espiritual, sino también una seria educación para "amar la verdad, la lealtad, el respeto a la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia y, en especial, el equilibrio de juicio y de comportamiento" (Pastores dabo vobis PDV 43). Al cultivar estas cualidades humanas, podrán llegar a ser personas equilibradas, capaces de asumir las responsabilidades pastorales que se les confíen.

4. En vuestras diócesis, las comunidades eclesiales de base son un instrumento privilegiado para hacer crecer la Iglesia familia de Dios y contribuir a la evangelización. No puede por menos de alegrar ver que en ellas se desarrolla un laicado de calidad, que progresivamente ocupa el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por este motivo, en la pastoral de vuestras diócesis, la adecuada formación doctrinal y espiritual de los laicos debe cobrar mayor importancia, para que se afiance su fe y para que su testimonio sea veraz y creíble.

213 Saludo cordialmente a los catequistas, que cumplen con generosidad la misión que les habéis confiado. Con una seria formación doctrinal y espiritual adquieren una competencia que los hace dignos de su función. Los exhorto a vivir con fe y vigor su pertenencia a la Iglesia, al servicio del Evangelio en medio de sus hermanos. Quiera Dios que sean, con toda su vida, ardientes discípulos de Cristo y ejemplos de vida cristiana.

Los fieles, profundamente marcados aún por las concepciones de la existencia y las prácticas de la cultura tradicional, a menudo tienen dificultades para vivir las exigencias del matrimonio cristiano. Por eso, conviene proporcionarles los elementos de reflexión que les ayuden a comprender la dignidad y el papel del matrimonio, que es un auténtico camino de santidad. "El matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir de modo eficaz a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos" (Ecclesia in Africa ). Una mayor toma de conciencia de la igual dignidad del hombre y la mujer, de modo particular en el amor mutuo, contribuirá también a mostrar claramente que la unión conyugal exige la unidad del matrimonio. Una seria preparación para el compromiso matrimonial, así como el testimonio de hogares cristianos unidos y radiantes, cuya importancia es conocida para expresar la autenticidad de una opción de vida, suscitarán en los jóvenes convicciones fuertes para que asuman sus responsabilidades de esposos y padres. Desde esta perspectiva, me alegra la atención que prestáis a la pastoral familiar, ya que los hijos aprenden de los padres los primeros elementos de la vida espiritual y moral, así como una sana conducta en la sociedad. Esta misma preocupación os impulsa a promover el respeto debido a la mujer y la salvaguardia de sus derechos, dado que, aunque el hombre y la mujer son diferentes, desde el punto de vista de la humanidad son esencialmente iguales.

5. Desde hace algunos años, siguiendo las orientaciones de la doctrina social de la Iglesia, habéis puesto en marcha numerosas iniciativas en los campos de la asistencia sanitaria, la educación y las obras sociales y caritativas. También habéis desarrollado una profunda reflexión sobre las implicaciones del Evangelio en las diferentes situaciones que viven las poblaciones de vuestro país. El compromiso de vuestras comunidades al servicio de la promoción humana y del desarrollo es realmente digno de alabanza. Así, los fieles han tomado nueva conciencia de sus responsabilidades como discípulos de Cristo en la vida de la sociedad, evitando con determinación hacerse cómplices de la injusticia o de la violencia, y se han comprometido a fondo en la defensa de los derechos del hombre, donde se hallan amenazados.

Por lo demás, la próxima celebración del gran jubileo es un tiempo propicio para que los cristianos se conviertan en portavoces de todos los pobres del mundo y manifiesten claramente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados. Lo harán, sobre todo, pensando, como ya escribí, "en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones" (Tertio millennio adveniente
TMA 51), según modalidades que no perjudiquen de algún modo a las poblaciones más necesitadas, y estimulando a interrogarse acerca de una gestión de los recursos de la nación que permita a todos llevar una vida digna y solidaria.

Las escuelas católicas representan una contribución importante de la Iglesia a la educación de la juventud de Chad, sin distinción de origen social o religioso. No podemos por menos de alegrarnos del equilibrio mantenido entre las exigencias de un proyecto educativo acorde con el Evangelio y las obligaciones administrativas. Efectivamente, ahora que la sociedad está experimentando cambios importantes, es necesario proponer a los jóvenes puntos de referencia que les permitan afrontar los desafíos que se presentan hoy y vencer los obstáculos que dificultan su desarrollo, proporcionándoles una educación que tenga en cuenta las realidades humanas y espirituales de su existencia y les ayude a vivir entre los jóvenes de religiones y ambientes sociales diferentes. De este modo, estarán mejor preparados para construir el futuro con espíritu de respeto mutuo y colaboración.

Para que la vida de vuestras comunidades y el servicio a sus compatriotas puedan desarrollarse serenamente, debéis proseguir el diálogo con las autoridades civiles, a fin de que a la Iglesia católica se la reconozca cada vez más como una institución de pleno derecho en el seno de la sociedad.

6. En vuestro país, que es tradicionalmente un lugar de encuentro sereno entre las culturas y las religiones, deben favorecerse las relaciones cordiales entre la comunidad católica, los demás cristianos y los musulmanes, para que desaparezcan los motivos de incomprensión o enfrentamiento, y prevalezcan los principios de tolerancia y fraternidad con vistas a la construcción de una nación solidaria y unida. Algunas situaciones recientes han podido crear a veces contrastes, que amenazan con desarrollar antagonismos duraderos. Es necesario que los católicos eviten decididamente toda actitud de miedo y rechazo del otro. Por eso, os animo a proseguir con perseverancia las iniciativas que habéis tomado con miras a un mejor conocimiento mutuo, que supere los prejuicios. Efectivamente, se trata de favorecer el encuentro de las personas en la verdad y, sobre todo, de desarrollar el diálogo de la vida, que permitirá aceptar a los demás con sus diferencias y trabajar juntos por el bien común. Es conveniente, asimismo, mantener vivo un diálogo sincero con las autoridades religiosas musulmanas, para facilitar la comprensión entre las comunidades.

Sin embargo, desde esta misma perspectiva de apertura y diálogo, es preciso que los cristianos sean conscientes de sus derechos en la colectividad nacional, de la que son miembros de pleno derecho, y que los defiendan con espíritu de justicia, buscando juntamente con todos los demás crear vínculos fraternos, respetando los derechos y deberes de cada uno y de cada comunidad. Como he recordado con frecuencia, la libertad religiosa, que incluye el derecho de la persona a manifestar su fe, sola o con otros, en público o en privado, y que excluye cualquier forma de segregación por motivos religiosos, constituye el núcleo mismo de los derechos humanos y hace posibles las demás libertades personales y colectivas. El recurso a la violencia en nombre del propio credo religioso constituye una deformación de las enseñanzas de las grandes religiones (cf. Mensaje para la jornada mundial de la paz de 1999, n. 5). Deseo vivamente que todos los creyentes, superando decididamente sus antagonismos, unan sus esfuerzos para luchar contra todo lo que se opone a la paz y a la reconciliación, a fin de contribuir al establecimiento de la civilización del amor, que debería ser para cada uno una forma de glorificar a Dios.

7. Al término de nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, mientras se acerca la celebración del gran jubileo del año 2000, os invito a mirar al futuro con esperanza. El grano sembrado en la tierra por los primeros misioneros, hace setenta años, sigue produciendo fruto. La entrega desinteresada de hombres y mujeres que, durante los años pasados, han dado su vida para transmitir la antorcha de la fe cristiana en Chad, y a los que quiero rendir homenaje, debe seguir siendo para las generaciones actuales y futuras un ejemplo de vida apostólica y una llamada constante a dar testimonio con ardor del mensaje que han recibido y del Señor, que ha salido a su encuentro para que tengan la vida verdadera.

Encomiendo vuestro ministerio y cada una de vuestras diócesis a la protección materna de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los hombres. Que ella guíe firmemente vuestros pasos hacia su Hijo. De todo corazón, os imparto la bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de Chad.






Discursos 1999 207