B. Juan Pablo II Homilías 117


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA PARA LOS PEREGRINOS DE BAJA SILESIA Y SILESIA DE OPOLE




Santuario de Jasna Gora

Martes 5 de junio de 1979



1. Deseo dedicar, desde Jasna Góra, un especial recuerdo al santuario de Santa Eduvigis, en Trzebnica, en los alrededores de Wroclaw. Y lo hago por una razón concreta. La Providencia Divina, en sus inescrutables designios, eligió el día 16 de octubre de 1978 come, el día del cambio definitivo en mi vida. El 16 de octubre festeja la Iglesia en Polonia a Santa Eduvigis, y de ahí que me sienta particularmente obligado a dedicar hoy a la Iglesia en Polonia este recuerdo a la Santa que, además de ser patrona de la reconciliación con las naciones limítrofes, es también patrona del día de la elección del primer polaco para la Cátedra de Pedro. Deposito directamente este recuerdo en las manos de todos los peregrinos que hoy, en número tan elevado, han venido a Jasna Góra desde la Baja Silesia. Os pido que llevéis, de regreso a vuestras tierras, este voto del Papa al santuario de Trzebnica, que se ha convertido en su nueva patria de elección. Que se complete así la larga historia de las vicisitudes humanas y de las obras de la Divina Providencia, ligadas a aquel lugar y a toda vuestra tierra.

118 2. Santa Eduvigis, esposa de Enrique llamado el Barbudo, de la dinastía de los Piast, procedía de la familia bávara de los Andechs. Esa santa entró en la historia de nuestra patria e, indirectamente, en la de toda la Europa del siglo XIII, como la "mujer perfecta" (cf. Prov Pr 31,10) de la que habla la Sagrada Escritura. En nuestra memoria quedó fuertemente grabado el acontecimiento cuyo protagonista fue su hijo, el Príncipe Enrique el Pío.Fue él quien opuso una válida resistencia a la invasión de los tártaros, invasión que en 1241 atravesó Polonia viniendo del Este, de Asia, y deteniéndose solamente en Silesia, junto a Legnica. Enrique el Pío cayó, es verdad, en el campo de batalla, pero los tártaros se vieron obligados a retirarse y jamás llegaron ya tan cercanos al oeste en sus correrías. Tras el heroico hijo estaba su madre, que le infundía valor y encomendaba a Cristo crucificado la batalla de Legnica. Su corazón pagó con la muerte del propio hijo la paz y seguridad de las tierras a ella sometidas, así como de las fronterizas y de toda Europa Occidental.

Cuando ocurrieron estos acontecimientos, Eduvigis era ya viuda y, en tal estado, consagró el resto de su vida exclusivamente a Dios, entrando en la abadía de Trzebnica, por ella fundada. Allí terminó su santa vida en 1243. Su canonización tuvo lugar en 1267. Esa fecha es muy próxima a la canonización, en 1253, de San Estanislao, el Santo a quien la Iglesia en Polonia venera como Patrono principal desde hace siglos.

Este año, con motivo del IX centenario de su martirio en Skalka de Cracovia, deseo —como primer Papa hijo de la nación polaca, hasta hace poco sucesor de San Estanislao en la sede de Kraków y ahora elevado a la Cátedra de San Pedro precisamente el día de Santa Eduvigis— enviar a su santuario de Trzebnica este mi recuerdo que marca una ulterior etapa en la plurisecular historia, en la que todos participamos.

3. Con este recuerdo, añado especiales y cordiales augurios para todos los que intervienen en esta sacra Eucaristía que hoy celebro en Jasna Góra. Los santos, que hoy conmemoramos aquí ante Nuestra Señora de Jasna Góra, nos ofrecen, a través de los siglos, un testimonio de unidad entre los connacionales y de reconciliación entre las naciones. Deseo hacer votos también por esta unión y esta reconciliación. Y ruego por ello ardientemente.

La unidad ahonda sus raíces en la vida de la nación, igual que las ahondó en el difícil período histórico para Polonia por medio de San Estanislao, precisamente cuando la vida humana. en sus diversos niveles, responde a las exigencias de la justicia y del amor. El primero de esos niveles está constituido por la familia. Y yo, queridos connacionales, deseo rogar hoy con todos vosotros por la unidad de todas las familias polacas.Esa unidad tiene su origen en el sacramento del matrimonio, en aquella promesa solemne con que el hombre y la mujer se unen entre sí para toda la vida, repitiendo el sacramental "no te abandonaré hasta la muerte". Esa unidad surge del amor y de la mutua confianza, y son su fruto y premio el amor y la confianza de los hijos hacia sus padres. ¡Ay, si ese amor entre los esposos, entre padres e hijos se viera debilitado o resquebrajado! Conscientes del mal que lleva consigo la disgregación de la familia, roguemos hoy para que no suceda nada que pueda destruir la unidad, para que la familia siga siendo la verdadera "sede de la justicia y del amor".

Parecida justicia y amor necesita también la nación, si quiere estar interiormente unida, si quiere constituir una unidad indisoluble. Y aunque resulta imposible parangonar la nación —esa sociedad compuesta de muchos millones de personas— con la familia —que es, como se sabe, la más pequeña comunidad de la sociedad humana—, sin embargo la unidad depende de la justicia, que satisface las necesidades y garantiza los derechos y deberes de cada miembro de la nación. Hasta el punto de no permitir que surjan disonancias y contrastes a causa de las diferencias que llevan consigo los evidentes privilegios para unos y la discriminación para otros. Por la historia de nuestra patria sabemos cuán difícil es esta tarea; pero no por ello debemos eximirnos del gran esfuerzo, tendente a construir la justa unidad, entre los hijos de la misma patria. Ese esfuerzo debe ir acompañado del amor hacia esa patria, amor hacia su cultura y su historia, amor hacia sus valores específicos, que deciden sobre su posición en la gran familia de las naciones; amor, en fin, hacia los connacionales, hombres que hablan la misma lengua y son responsables en la causa común que se llama "patria".

Al rezar hoy, junto con vosotros, por la unidad interna de la nación, de la cual —sobre todo en los siglos XIII y XIV fue aclamado Patrono San Estanislao—, deseo encomendar a la Madre de Dios, en Jasna Góra, la reconciliación entre las naciones, de la que vemos una mediadora en la figura de Santa Eduvigis. Como la condición de la unidad interna en el ámbito de toda sociedad y comunidad, tanto nacional como familiar, es el respeto de los derechos de cada uno de sus miembros, así también la condición de la reconciliación entre las naciones es el reconocimiento y el respeto de los derechos de cada nación.Se trata sobre todo del derecho a la existencia y a la autodecisión, derecho a la propia cultura y a su multiforme desarrollo. Sabemos bien por la historia de nuestra patria lo que ha costado la infracción, la violación y la negación de esos inalienables derechos. Por eso, rogamos con mayor ardor por una duradera reconciliación entre las naciones de Europa y del mundo. Que esa reconciliación sea fruto del reconocimiento y del real respeto de los derechos de cada nación.

4. La Iglesia desea ponerse al servicio de la unidad entre los hombres, desea ponerse al servicio de la reconciliación entre las naciones. Esto corresponde a su misión salvífica. Abramos continuamente nuestro pensamiento y nuestros corazones hacia esa paz, de la que Cristo nuestro Señor habló tantas veces a los Apóstoles. lo mismo antes de su pasión que después de su resurrección: "La paz os deja mi paz os doy" (Jn 14,27).

Que pueda este Papa. el cual os habla aquí desde la cumbre de Jasna Gora, servir eficazmente la causa de la unidad y de la reconciliación del mundo contemporáneo.No dejéis de sostenerlo en esto, con vuestras oraciones, en toda la tierra polaca.



PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA PARA LOS OBREROS




Santuario de Jasna Góra

Miércoles 6 de junio de 1979



119 1. Jasna Góra se ha convertido en la capital espiritual de Polonia, donde llegan peregrinos de todas las partes del suelo patrio para volver a encontrar aquí la unidad con Cristo Señor mediante el corazón de su Madre. Y no sólo de Polonia, sino también de más allá de las fronteras. La imagen de la Virgen de Jasna Góra ha llegado a ser, en todo el mundo, el signo de la unidad espiritual de los polacos. Yo diría que es también un signo de reconocimiento de nuestra espiritualidad y al mismo tiempo de nuestro puesto en la gran familia de los pueblos cristianos reunidos en la unidad de la Iglesia. En efecto, es admirable ese reinar de la Madre mediante su efigie de Jasna Góra: el reinado del Corazón cada vez más necesario en el mundo, que tiende a expresarlo todo mediante fríos cálculos y fines puramente materialistas.

Viniendo como peregrino a Jasna Góra, deseo unirme cordialmente desde aquí con todos aquellos que pertenecen a esta comunidad espiritual, a esta gran familia extendida por toda la tierra polaca y más allá de sus fronteras. Deseo que todos nosotros nos encontremos en el corazón de la Madre. Me uno mediante la fe, la esperanza y la oración con todos los que no pueden venir aquí. Me uno particularmente con todas las comunidades de la Iglesia de Cristo en Polonia, con todas las Iglesias diocesanas y con sus Pastores, con todas las parroquias, con las familias religiosas masculinas y femeninas.

De manera especial me dirijo a vosotros, los que habéis venido hoy hasta aquí de Slesia y de Zaglebie Dabrowskie. Estas dos tierras, ambas regiones de la Polonia antigua y actual, las siento muy cerca de mí. La riqueza de la Polonia actual está ligada en buena parte a los recursos naturales, de que ha dotado la Providencia a estas tierras, y a las grandes canteras de trabajo humano que han surgido aquí durante los últimos siglos. Históricamente, tanto Slesia como Zaglebie —y en especial Slesia— han permanecido siempre en estrecha unión con la sede de San Estanislao. Como antiguo metropolitano de Kraków (Cracovia), deseo expresar mi particular alegría por este nuestro encuentro, que se realiza hoy a los pies de Jasna Góra. He estado siempre cercano con el corazón a la Iglesia de Katowice, que aporta a la vida católica de Polonia, en su conjunto, particulares experiencias y valores.

2. Sobre todo la experiencia del enorme trabajo. Las riquezas de la tierra tanto las que aparecen en la superficie como las que debemos buscar en lo profundo de la tierra, se convierten en riquezas del hombre solamente a costa del trabajo humano. Es necesario este trabajo —trabajo multiforme, del entendimiento y de las manos— para que el hombre pueda llevar a cabo la magnífica misión que le ha confiado el Creador, misión que el libro del Génesis expresa con las palabras: "Someted y dominad (la tierra)" (
Gn 1,28). La tierra está confiada al hombre y, a través del trabajo, el hombre la domina.

El trabajo es también la dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la tierra. Para el hombre el trabajo no solamente tiene un significado técnico, sino también ético. Se puede decir que el hombre "somete" a sí lá tierra cuando él mismo, con su comportamiento, se hace señor de ella, no esclavo, y también señor y no esclavo del trabajo.

El trabajo debe ayudar al hombre a hacerse mejor, espiritualmente más maduro, más responsable, para que pueda realizar su vocación sobre la tierra. sea como persona irrepetible, sea en comunidad con los demás, y sobre todo en la comunidad humana fundamental que es la familia. El hombre y la mujer uniéndose en esta comunidad, cuyo carácter ha sido establecido por el mismo Creador desde el principio, dan vida a nuevos hombres. El trabajo debe hacer posible a esta comunidad humana encontrar los medios necesarios para formarse y para mantenerse.

La razón de ser de la familia es uno de los factores fundamentales que determinan la economía y la política del trabajo. Estos últimos conservan su carácter ético cuando se toman en consideración las necesidades de la familia y sus derechos. Mediante el trabajo el hombre adulto debe ganar los medios necesarios para la manutención de la propia familia. La maternidad debe ser tratada en la política y en la economía del trabajo como un gran fin y un gran cometido en sí mismo. Con ella está efectivamente vinculado el trabajo de la madre, que da a luz, que alimenta, que educa, que nadie puede sustituir. Nada puede sustituir el corazón de una madre, que en una casa está siempre presente y espera siempre. El verdadero respeto del trabajo comporta la debida estima por la maternidad y no puede ser de otro modo. De esto depende también la salud moral de toda la sociedad

Mi pensamiento y mi corazón se abren una vez más a vosotros, hombres del trabajo duro, a quienes de diversos modos me han vinculado mi vida personal y mi ministerio pastoral. Os deseo que el trabajo que realizáis no cese de ser la fuente de vuestra fuerza social. Gracias a vuestro trabajo, sean fuertes vuestros hogares. Gracias a vuestro trabajo, sea fuerte vuestra patria.

3. Y por esto vuelvo una vez más mi mirada hacia la laboriosa Slesia y Zaglebie, hacia los altos hornos, hacia las chimeneas de las fábricas: tierra de mucho trabajo y de mucha oración. Uno y otra estrechamente unidos en la tradición de este pueblo, cuyo saludo más común se expresa con las palabras "Szczesc Boze" (Dios os ayude), palabras que unen y relacionan el pensamiento de Dios con el trabajo humano.

Tengo que alabar hoy a la Divina Providencia, dándole gracias porque en esta tierra el enorme desarrollo de la industria —desarrollo del trabajo humano— ha ido acompañado con la construcción de iglesias, con la erección de parroquias, con la profundización y reforzamiento de la fe. Porque el desarrollo no ha implicado la descristianización, la rotura de esa alianza que en el alma humana deben concluir trabajo y oración, según el lema de los benedictinos Ora et labora. La oración, que en todo trabajo humano aporta referencia a Dios Creador y Redentor, contribuye al mismo tiempo a la total "humanización" del trabajo. "El trabajo existe... para que nos elevemos" (C. K. Norwid). Precisamente el hombre, que por voluntad del Creador ha sido llamado desde el principio a dominar la tierra mediante el trabajo, ha sido creado también a imagen y semejanza de Dios mismo. De ningún otro modo puede encontrarse a sí mismo, confirmar que es él, si no es buscando a Dios en la oración. Buscando a Dios, encontrándose con El en la oración, el hombre debe encontrarse necesariamente a sí mismo, siendo semejante a Dios. No puede encontrarse de otro modo a sí mismo, si no es en su Prototipo. No puede, a través del trabajo, confirmar su "dominio" sobre la tierra si no es orando contemporáneamente.

Queridísimos hermanos y hermanas. Hombres del trabajo duro de Slesia, de Zaglebie y de toda Polonia. No os dejéis seducir por la tentación de que el hombre pueda encontrarse plenamente a si mismo, renegando de Dios, borrando de su vida la oración, permaneciendo solamente trabajador, juzgando equivocadamente que sólo sus productos pueden colmar las necesidades del corazón humano. "No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4,4). Lo dice quien conoce el corazón humano y ha dado pruebas suficientes de preocuparse de las necesidades materiales. "La oración del Señor" contiene también la petición del pan. Sin embargo, no de sólo pan vive el hombre. Permaneced fieles a las experiencias de las generaciones que han cultivado esta tierra, que han sacado a la superficie sus tesoros escondidos, con Dios en el corazón, con la oración en los labios. Conservad lo que ha sido la fuente de la fuerza de vuestros padres y de vuestros antepasados, de vuestras familias, de vuestras comunidades. "La oración y el trabajo" se conviertan en nueva fuente de fuerza para esta generación y también en los corazones de vuestros hijos, nietos y bisnietos.

120 4. Os digo "Szczesc Boze: Dios os ayude".

Lo digo por medio del Corazón de la Madre, de Aquella cuyo reinado en Jasna Góra consiste en ser Madre amorosa para todos nosotros.

Lo digo por medio del corazón de la Madre que se ha escogido un puesto más cercano a vuestras casas, a vuestras minas y fábricas, a vuestros pueblos y ciudades, el puesto de Piekary. Unid lo que os digo hoy desde la cumbre de Jasna Góra a lo que tantas veces os he dicho como metropolitano de Kraków, desde la cumbre de Piekary. Y recordadlo.

Amén.

"Szczesc Boze: Dios os ayude".

Amén.



PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BRZEZINKA




Jueves 7 de junio de 1979



1. "...Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1Jn 5,4)

Estas palabras de la Carta de San Juan me vienen a la mente y me llegan al corazón, cuando me encuentro en este lugar donde se ha llevado a cabo una particular victoria para la fe. Para la fe que hace nacer el amor de Dios y del prójimo, el único amor, el amor supremo que está dispuesto a "dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15,13 cf. Jn 10,11). Una victoria pues para el amor que la fe ha vivificado hasta los extremos del último y definitivo testimonio.

Esta victoria para la fe y para el amor la ha conseguido en este lugar un hombre, cuyo nombre es Maksymilian María (Maximiliano María), su apellido: Kolbe; de profesión (como se escribía de él en los registros del campo de concentración): sacerdote católico; vocación: hijo de San Francisco; nacido de padres sencillos, laboriosos y devotos, tejedores cerca de Lodz; por gracia de Dios y por decisión de la Iglesia: beato.

La victoria mediante la fe y el amor la consiguió este hombre en este lugar, construido para la negación de la fe —de la fe en Dios y de la fe en el hombre— y para aplastar radicalmente no sólo el amor, sino todos los signos de la dignidad humana, de la humanidad. Un lugar que fue construido sobre el odio y el desprecio del hombre, en nombre de una ideología loca. Un lugar que fue construido sobre la crueldad. Conduce a él una puerta, que todavía existe, sobre la cual se puso una inscripción Arbeit macht frei, que suena a mofa, porque su contenido se contradecía radicalmente con lo que ocurría dentro.

121 En este lugar del terrible estrago, que supuso la muerte para cuatro millones de hombres de diversas naciones, el p. Maximiliano, ofreciéndose voluntariamente a sí mismo a la muerte, en el búnker del hambre, por un hermano, consiguió una victoria espiritual similar a la del mismo Cristo.Este hermano vive todavía hoy en esta tierra polaca.

Pero el p. Maximiliano Kolbe ¿fue el único? Ciertamente, él consiguió una victoria que tuvo repercusión inmediata sobre sus compañeros de prisión y que tiene repercusión aún hoy en la Iglesia y en el mundo. Pero seguramente se consiguieron otras muchas victorias; pienso, por ejemplo, en la muerte, en el horno crematorio de un campo de concentración, de la carmelita sor Benedicta de la Cruz, en el mundo Edith Stein, alumna ilustre de Husserl, que se ha convertido en honra de la filosofía alemana contemporánea y que descendía de una familia hebrea habitante en Wroclaw.

En el lugar donde ha sido pisoteada de modo tan horrendo la dignidad humana, se ha conseguido la victoria mediante la fe y el amor.

¿Puede todavía extrañarse alguien de que el Papa, nacido y educado en esta tierra; el Papa que ha ido a la Sede de San Pedro desde la diócesis en cuyo territorio se halla el campo de Oswiecim, haya comenzado su primera Encíclica con las palabras Redemptor hominis y que la haya dedicado en conjunto a la causa del hombre, a la dignidad del hombre, a las amenazas contra él y, en fin, a sus derechos inalienables que tan fácilmente pueden ser pisoteados y aniquilados por sus semejantes? ¿Es suficiente revestir al hombre de un uniforme diverso, armarlo con instrumentos de violencia, basta imponerle la ideología en la que los derechos del hombre quedan sometidos a las exigencias del sistema, completamente sometidos, hasta no existir ya de hecho...?

2. Vengo aquí hoy como peregrino. Se sabe que he estado aquí muchas veces... ¡Cuántas veces! Y muchas veces he bajado a la celda de la muerte de Maximiliano Kolbe y me he parado ante el muro del exterminio y he pasado entre las escorias de los hornos crematorios de Brzezinka. No podía menos de venir aquí como Papa.

Vengo pues a este particular santuario, en el que ha nacido —puedo decir—el patrono de nuestro difícil siglo lo mismo que hace nueve siglos nació bajo la espada, en Rupella, San Estanislao, Patrono de los polacos.

Vengo para orar junto con todos vosotros que habéis llegado aquí —y al mismo tiempo con toda Polonia— y con toda Europa. Cristo quiere que yo, Sucesor de Pedro, dé testimonio ante el mundo de lo que constituye la grandeza del hombre de nuestros tiempos y de su miseria. De lo que constituye su derrota y su victoria.

Vengo pues y me arrodillo en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de todas las lápidas interminables, en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de Oswiecim en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, servio-croato, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano.

En particular, me detengo junto a vosotros, queridos participantes en este encuentro, ante la lápida con la inscripción en lengua hebrea. Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es padre de nuestra fe (cf. Rom
Rm 4,12), como dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que ha recibido de Dios el mandamiento de "no matar", ha probado en sí mismo, en medida particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia.

Quiero detenerme, además, delante de otra lápida: la que está en lengua rusa. No añado ningún comentario. Sabemos de qué nación habla. Sabemos qué parte ha tenido esta nación, durante la última guerra para la libertad de los pueblos. Ante esta lápida no se puede pasar con indiferencia.

Finalmente, la última lapida: la que está en lengua polaca. Son seis millones de polacos los que perdieron la vida durante la segunda guerra mundial: la quinta parte de la nación. Una etapa más de las luchas seculares de esta nación, de mi nación, por sus derechos fundamentales entre los pueblos de Europa. Un nuevo alto grito por el derecho a un puesto propio en el mapa de Europa. Una dolorosa cuenta con la conciencia de la humanidad. Sería necesario detenerse ante cada una de las lápidas, y así lo haremos.

122 3. Esa cuenta es Oswiecim. No basta visitar este lugar. En esta ocasión hay que pensar con miedo dónde están las fronteras del odio, las fronteras de la destrucción del hombre por obra del hombre, las fronteras de la crueldad.

Oswiecim es un testimonio de la guerra. La guerra lleva consigo un desmedido crecimiento del odio, de la destrucción, de la crueldad. Y si no se puede negar que manifiesta también nuevas posibilidades de la valentía humana, del heroísmo. del patriotismo, queda sin embargo el hecho de que en ella prevalece la cuenta de las pérdidas. Prevalece cada vez más, porque cada día crece la capacidad destructora de las armas inventadas por la técnica moderna. De las guerras son responsables no sólo los que las procuran directamente, sino también aquellos que no hacen todo lo posible por impedirlas. Por esto, séame permitido repetir en este lugar las palabras que Pablo VI pronunció ante la Organización de las Naciones Unidas:

«Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que inauditos e innumerables sufrimientos, inútiles matanzas y espantosas ruinas, sancionan el pacto que os une con un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo: No más la guerra, no más la guerra. Es la paz. la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad» (AAS 57, 1965, pág. 881).

Si de todos modos esta gran llamada de Oswiecim, el grito del hombre aquí martirizado debe dar frutos para Europa (y también para el mundo), hay que sacar todas las consecuencias de la Declaración de los Derechos Humanos, como exhortaba a hacerlo Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris. En ella, en efecto, queda «reconocida en su forma más solemne, la dignidad de persona a todos los seres humanos; y, en consecuencia, es proclamado como derecho fundamental de los mismos el de moverse libremente en la búsqueda de la verdad, en la realización del bien moral y de la justicia; y el derecho a una vida digna; a la vez son proclamados otros derechos relacionados con los antes mencionados» (Juan XXIII, Pacem in terris IV; AAS 55, 1963, 295-296).

Hay que volver a la sabiduría del viejo maestro Pawel Wlodkowic, rector de la Universidad Jagellónica, y asegurar los derechos de las naciones: a la existencia, a la libertad, a la independencia, a la propia cultura, al honesto desarrollo.

Escribe Wlodkowic: «Donde actúa más el poder que el amor, se buscan los propios intereses y no los de Jesucristo, con lo que nos alejamos fácilmente de la norma de la ley divina (...).

»Todo derecho se opone a quien amenaza a cuantos quieren vivir en paz: se opone a ello el derecho civil (...) y canónico (...), el derecho natural, es decir, el principio de "lo que quieras para ti hazlo al otro". Se opone el derecho divino, ya que (...) al enunciar "no robarás" se prohíbe todo robo, y al enunciar "no matarás" se prohíbe toda violencia» (Pawel Wlodkowic, Saeventibus, 1915, Tract. II, Salutio quest. IV; cf. L. Ehrlich, Pisma Wybrane Pawla Wlodkowica, Varsovia 1968, t.
1S 61 1S 58-59).

Y no sólo se opone el derecho, sino también y sobre todo el amor. Ese amor del prójimo en el cual se manifiesta y se traduce el amor de Dios que Cristo ha proclamado como su mandamiento. Y que es también el mandamiento que cada hombre lleva escrito en su corazón, esculpido por el Creador mismo. Ese mandamiento se concreta también en el "respeto del otro", de su personalidad, de su conciencia; se concreta en el "diálogo con el otro", en saber buscar y reconocer todo lo que puede haber de bueno y de positivo también en quien tiene ideas diversas de las nuestras, e incluso en quien, de buena fe yerra sinceramente.

¡Jamás uno a costa de otro, a precio de servidumbre del otro, a precio de conquista, de ultraje, de explotación y de muerte!

Pronuncia estas palabras el sucesor de Juan XXIII y de Pablo VI. Pero las pronuncia también el hijo de la nación que en su historia remota y más reciente ha sufrido de parte de los demás múltiples tribulaciones. Y no lo dice para acusar, sino para recordar. Habla en nombre de todas las naciones, cuyos derechos son violados y olvidados. Lo dice porque así se lo requieren la verdad y la solicitud por el hombre.

4. ¡Santo Dios, Santo Fuerte Santo Inmortal!

123 De la pestilencia, del hambre, del fuego y de la guerra

...y de la guerra, líbranos, Señor. Amén.



PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA




Explanada del aeropuerto de Nowy Targ

Viernes 8 de junio de 1979



1. "Desde el mar Báltico a las cimas montañosas...". A las cimas de los Tatra.

En mi peregrinación a través de Polonia, se me ofrece hoy la ocasión de acercarme precisamente a estos montes, a los Tatra, que desde siglos constituyen la frontera meridional de Polonia. Ha sido ésta la frontera más cerrada y resguardada y, al mismo tiempo, más abierta y amistosa. A través de esta frontera pasaban las vías hacia vecinos y afines. Incluso durante la última ocupación estos senderos eran los más frecuentados por los prófugos que se dirigían al sur para tratar de alcanzar después al ejército polaco, que combatía por la libertad de la patria más allá de sus fronteras.

Deseo saludar de todo corazón estos lugares, a los que he estado siempre tan íntimamente vinculado. Deseo también saludar a los que han venido aquí, ya sea desde Podhale como de todos los Precárpatos, de la archidiócesis de Kraków y de más lejos: de la diócesis de Tarnów y de Przemysl. Permitidme que me refiera al antiguo vínculo de vecindad y os salude a todos, como solía hacerlo cuando era metropolitano de Kraków.

2. Deseo hablar aquí, en este lugar de Nowy Targ, acerca de la tierra polaca, porque se revela en este sitio particularmente bella y rica de paisajes. El hombre tiene necesidad de la belleza de la naturaleza y por tanto no hay que maravillarse de que lleguen aquí hombres de varias partes de Polonia y del extranjero. Llegan tanto en verano como en invierno. Buscan el descenso. Desean encontrarse a sí mismos al contacto con la naturaleza. Desean recuperar sus energías a través del saludable ejercicio físico de la marcha, de la subida, de la escalada, del descenso con los esquís. Esta región hospitalaria es también un terreno de gran trabajo pastoral, porque aquí viene la gente no sólo para fortalecer las fuerzas físicas, sino también las espirituales.

3. Esta bella tierra es al mismo tiempo una tierra difícil.Pedregosa, montañosa. No tan fértil como la llanura del Vístula. Y por esto, séame permitido, precisamente desde esta tierra de los Precárpatos y de los Pretatra hacer referencia a lo que ha sido siempre tan querido para el corazón de los polacos: el amor por la tierra y el trabajo del campo. Nadie puede negar que esto constituya no sólo un sentimiento, un vínculo afectivo, sino también un gran problema económico-social. Las gentes de aquí conocen bien el problema, porque precisamente de estos lugares, donde había una gran falta de tierra cultivable y a veces una gran miseria, la gente emigraba lejos, fuera de Polonia, más allá del Océano, iban allá buscando trabajo y pan y lo encontraban. Deseo hoy decir a todos los esparcidos por el mundo, dondequiera que estén: "Szcezesc Boze: ¡Dios os ayude!" Que no olviden la propia patria de origen, la familia, la Iglesia, la oración y todo lo que se han llevado de aquí. Porque, a pesar de que hayan tenido que emigrar por falta de bienes materiales, sin embargo han llevado consigo de aquí, un gran patrimonio espiritual. Que pongan atención, al hacerse ricos materialmente, a no empobrecerse espiritualmente: ni ellos, ni sus hijos y nietos.

Este es el grande y fundamental derecho del hombre: derecho al trabajo y derecho a la tierra. Por más que el desarrollo de la economía nos lleve en otra dirección; por más que se valore el progreso sobre la base de la industrialización; por más que la generación actual abandone en masa el campo y el trabajo del campo, sin embargo el derecho a la tierra no deja de constituir la base de una sana economía y sociología.

Dado que durante la visita es conveniente que yo exprese mis felicitaciones, deseo de todo corazón a mi patria que lo que ha constituido siempre la fuerza de los polacos —incluso en los períodos más arduos de la historia—, es decir, la vinculación personal con la tierra, no cese de serlo en nuestra generación industrializada. Que se tenga en consideración el trabajo del campo; que sea apreciado y estimulado. ¡Y que no falte nunca en Polonia el pan y el alimento!

124 4. A este deseo va unido otro. El Creador ha dado al hombre la tierra para que la "someta" y en este dominio del hombre sobre la tierra ha basado el derecho fundamental del hombre a la vida. Tal derecho está estrechamente vinculado con la vocación del hombre a la familia y a la procreación. "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer: y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gn 2,24). Y así como la tierra, por decreto providencial del Creador da fruto, así también esta unión de dos personas en el amor: hombre y mujer, fructifica en una nueva vida humana. De esta unidad vivificante de las personas, el Creador ha hecho el primer sacramento, y el Redentor ha confirmado este sacramento perenne del amor y de la vida, dándole una nueva dignidad e imprimiéndole el sello de su santidad. El derecho del hombre a la vida va unido, por voluntad del Creador y en virtud de la cruz de Cristo, al sacramento indisoluble del matrimonio.

Deseo, pues, amadísimos connacionales, con ocasión de esta mi visita, que este derecho sacro no cese de plasmar la vida en tierra polaca: aquí en los Pretatra, en los Precárpatos, y en todas partes. Se dice justamente que la familia es la célula fundamental de la vida social. Es la comunidad humana fundamental. Cual es la familia, tal es la nación, porque tal es el hombre.Deseo pues que seáis fuertes gracias a familias profundamente radicadas en la fortaleza de Dios, y deseo que el hombre pueda desarrollarse plenamente sobre la base del vínculo indisoluble de esposos-padres, dentro del clima familiar que nada puede sustituir. Deseo también y rezo siempre por ello, que la familia polaca engendre la vida y sea fiel al derecho sacro a la vida.Si se rompe el derecho del hombre a la vida en el momento en que comienza a ser concebido dentro del seno materno, se ataca indirectamente todo el orden moral que sirve para asegurar los bienes inviolables del hombre. La vida ocupa entre estos el primer puesto. La Iglesia defiende el derecho a la vida, no sólo en consideración a la majestad del Creador que es el primer Dador de esta vida, sino también por respeto al bien esencial del hombre.

5. Deseo dirigirme también a los jóvenes que aman de modo especial estos lugares y que buscan aquí no solamente reposo físico, sino también espiritual. «Reposar —escribió en un tiempo Norwid— significa "concebir de nuevo"» (juego de palabras polacas) El reposo espiritual del hombre, como justamente perciben tantos grupos de jóvenes, debe conducir a encontrar y elaborar dentro de sí la "nueva creatura" de que habla San Pablo. A esto lleva el camino de la Palabra de Dios leída y celebrada con fe y con amor, la participación en los sacramentos y sobre todo en la Eucaristía. A esto lleve la vía de la comprensión y de la realización de la comunidad, esto es, de la comunión con los hombres que nace de la comunión eucarística, y también la comprensión y la realización del servicio evangélico, es decir, de la "diaconía". Amadísimos míos, no desistáis de ese noble esfuerzo que os permite convertiros en testimonios de Cristo. Testigo, en el lenguaje bíblico, significa mártir ("martyr").

Os confío a la Inmaculada, a la que el beato Maximiliano Kolbe confiaba continuamente todo el mundo.

Confío a todos a la Madre de Cristo que en estas cercanías reina como Madre en su santuario de Ludmierz, y también en aquel que surge en el corazón de los Tatra en Rusinowa Polana (¡cuánto le gustaba este lugar al Siervo de Dios fray Alberto; cuánto lo admiraba y amaba siendo ermitaño en Kalatowki!), y en tantos otros santuarios levantados al pie de los Cárpatos, en las diócesis de Tarnów, de Przemysl... al Este y al Oeste. En toda la tierra polaca.

El patrimonio de la fe de Cristo y del orden moral sean custodiados por San Estanislao, obispo y mártir, Patrono de los polacos, testimonio de Cristo desde hace tantos siglos en nuestra tierra patria.



B. Juan Pablo II Homilías 117