B. Juan Pablo II Homilías 133


SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI EN EL VATICANO



DURANTE LA MISA PARA LOS NIÑOS DE PRIMERA COMUNIÓN


Basílica de San Pedro

Jueves 14 de junio de 1979



Queridísimos niños y niñas:

¡Grande es mi alegría al versos aquí tan numerosos y tan llenos de fervor para celebrar con el Papa la solemnidad litúrgica del Cuerpo y de la Sangre de Señor!

Os saludo a todos y a cada uno en particular con la ternura más profunda, y os agradezco de corazón que hayáis venido a renovar vuestra comunión con el Papa y por el Papa, y asimismo agradezco a vuestros párrocos, siempre dinámicos y celosos, y a vuestros padres y familiares que os han preparado acompañado.

134 ¡Todavía tengo ante los ojos el espectáculo impresionante de las multitudes inmensas que he encontrado durante ni viaje a Polonia; y he aquí ahora el espectáculo de los niños de Roma, he aquí vuestra maravillosa inocencia, vuestros ojos centelleantes, vuestras inquietas sonrisas!

Vosotros sois los predilectos de Jesús: "Dejad que los niños vengan mí —decía el divino Maestro— y no se lo prohibáis" (
Lc 18,16).

¡Vosotros sois también mis predilectos

Queridos niños y niñas: Os habéis preparado para la primera comunión con mucho interés y mucha diligencia, y vuestro primer encuentro con Jesús ha sido un momento de intensa emoción y de profunda felicidad. ¡Recordad siempre este día bendito de la primera comunión ¡Recordad siempre vuestro fervor y vuestra alegría purísima!

Ahora habéis venido aquí para renovar vuestro encuentro con Jesús. ¡No podíais hacerme un regalo más bello y precioso!

Muchos niños habían manifestado el deseo de recibir la primera comunión de manos del Papa. Ciertamente habría sido para mí un gran consuelo pastoral dar a Jesús por vez primera a los niños y niñas de Roma. Pero esto no es posible, y, además, es mejor que cada niño reciba su primera comunión en la propia parroquia, del propio párroco. ¡Pero al mero; me es posible dar hoy la sagrada comunión a una representación vuestra, teniendo presente en mi amor a todos los demás, en este amplio y magnífico cenáculo! ¡Y ésta es una alegría inmensa para mí y para vosotros, que no la olvidaremos jamás! Al mismo tiempo quiero dejaros algunos pensamientos que os puedan servir para mantener siempre límpida vuestra fe, fervoroso vuestro amor a Jesús Eucaristía, inocente vuestra vida.

1. Jesús está presente con nosotros.

He aquí el primer pensamiento.

Jesús ha resucitado y subido al cielo; pero ha querido permanecer con nosotros y para nosotros, en todos los lugares de la tierra. ¡La Eucaristía es verdaderamente una invención divina!

Antes de morir en la cruz, ofreciendo su vida al Padre en sacrificio de adoración y de amor, Jesús instituyó la Eucaristía, transformando el pan y el vino en su misma Persona y dando a los Apóstoles y a sus sucesores, los obispos y los sacerdotes, el poder de hacerlo presente en la Santa Misa.

¡Jesús, pues, ha querido permanecer con nosotros para siempre! Jesús ha querido unirse íntimamente a nosotros en la santa comunión, para demostrarnos su amor directa y personalmente. Cada uno puede decir: "¡Jesús me ama! ¡Yo amo a Jesús!".

135 Santa Teresa del Niño Jesús, recordando el día de su primera comunión, escribía: «¡Oh, qué dulce fue el primer beso que Jesús dio a mi alma!... Fue un beso de amor, yo me sentía amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para siempre... Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Quedaba sólo Jesús: el Maestro, el Rey» (Teresa de Lisieux, Storia di un'anima; edic. Queriniana, 1974, Man. A, cap. IV, pág. 75).

Y se puso a llorar de alegría y consuelo, entre el estupor de las compañeras.

Jesús está presente en la Eucaristía para ser encontrado, amado, recibido, consolado. Dondequiera esté el sacerdote, allí está presente Jesús, porque la misión y la grandeza del sacerdote es precisamente la celebración de la Santa Misa.

Jesús está presente en las grandes ciudades y en las pequeñas aldeas, en las iglesias de montaña y en las lejanas cabañas de África y de Asia, en los hospitales y en las cárceles, ¡incluso en los campos de concentración estaba presente Jesús en la Eucaristía!

Queridos niños: ¡Recibid frecuentemente a Jesús! ¡Permaneced en El: dejaos transformar por El!

2. Jesús es vuestro mayor amigo.

He aquí el segundo pensamiento.

¡No lo olvidéis jamás! Jesús quiere ser nuestro amigo más íntimo, nuestro compañero de camino.

Ciertamente tenéis muchos amigos; pero no podéis estar siempre con ellos, y ellos no pueden ayudaros siempre, escucharos, consolaros.

En cambio, Jesús es el amigo que nunca os abandona; Jesús os conoce uno por uno, personalmente; sabe vuestro nombre, os sigue, os acompaña, camina con vosotros cada día; participa de vuestras alegrías y os consuela en los momentos de dolor y de tristeza. Jesús es el amigo del que no se puede prescindir ya más cuando se le ha encontrado y se ha comprendido que nos ama y quiere nuestro amor.

Con El podéis hablar, hacerle confidencias; podéis dirigiros a El con afecto y confianza. ¡Jesús murió incluso en una cruz por nuestro amor! Haced un pacto de amistad con Jesús y no lo rompáis jamás! En todas las situaciones de vuestra vida, dirigíos al Amigo divino, presente en nosotros con su "Gracia", presente con nosotros y en nosotros en la Eucaristía.

136 Y sed también los mensajeros y testigos gozosos del Amigo Jesús en vuestras familias, entre vuestros compañeros, en los lugares de vuestros juegos y de vuestras vacaciones, en esta sociedad moderna, muchas veces tan triste e insatisfecha.

3. Jesús os espera.

He aquí el último pensamiento.

La vida, larga o breve, es un viaje hacia el paraíso: ¡Allí está nuestra patria, allí está nuestra verdadera casa; allí está nuestra cita!

¡Jesús nos espera en el paraíso! No olvidéis nunca esta verdad suprema y confortadora. ¿Y qué es la santa comunión sino un paraíso anticipado? Efectivamente, en la Eucaristía está el mismo Jesús que nos espera y a quien encontraremos un día abiertamente en el cielo.

¡Recibid frecuentemente a Jesús para no olvidar nunca el paraíso, para estar siempre en marcha hacia la casa del Padre celestial, para gustar ya un poco el paraíso!

Esto lo había entendido Domingo Savio que, a los 7 años, tuvo permiso para recibir la primera comunión, y ese día escribió sus propósitos: «Primero: me confesaré muy frecuentemente y haré la comunión todas las veces que me dé permiso el confesor. Segundo: quiero santificar los días festivos. Tercero: mis amigos serán Jesús y María. Cuarto: la muerte, pero no el pecado».

Esto que el pequeño Domingo escribía hace tantos años, 1849, vale todavía ahora y valdrá para siempre.

Queridísimos, termino diciéndoos, niños y niñas, ¡manteneos dignos de Jesús a quien recibís! ¡Sed inocentes y generosos! ¡Comprometeos para hacer hermosa la vida a todos con la obediencia, con la amabilidad, con la buena educación! ¡El secreto de la alegría es la bondad!

Y a vosotros, padres y familiares, os digo con preocupación y confianza: ¡Amad a vuestros niños, respetadlos, edificadlos! ¡Sed dignos de su inocencia y del misterio encerrado en su alma, creada directamente por Dios! ¡Ellos tienen necesidad de amor, delicadeza, buen ejemplo, madurez! ¡No los desatendáis! ¡No los traicionéis!

Os confío a todos a María Santísima, nuestra Madre del cielo, la Estrella en el mar de nuestra vida: ¡Rezadle cada día vosotros, niños! Dad a María Santísima vuestra mano para que os lleve a recibir santamente a Jesús.

137 Y dirijamos también un pensamiento de afecto y solidaridad a todos los muchachos que sufren, a todos los niños que no pueden recibir a Jesús, porque no lo conocen, a todos los padres que se han visto dolorosamente privados de sus hijos, o están desilusionados y amargados en sus expectativas.

¡En vuestro encuentro con Jesús rezad por todos, encomendad a todos, pedid gracias y ayudas para todos!

¡Y rezad también por mí. vosotros que sois mis predilectos!



SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI



Plaza de San Juan de Letrán

Domingo 17 de junio de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Sean breves hoy mis palabras. Nos hable, en cambio, la fiesta misma, la Eucaristía misma en la plenitud de su expresión litúrgica.

Nos encontramos para celebrar ante la basílica de San Juan de Letrán, cátedra del Obispo de Roma, el Santísimo Sacrificio, para ir luego, al terminar, en procesión a la basílica de Santa María la Mayor sobre el Esquilmo.

De este modo queremos juntar en un solo acto litúrgico el culto del sacrificio y el culto de la adoración, tal como nos lo exige la solemnidad de hoy y la tradición secular de la Iglesia.

2. Queremos anunciar a la Urbe y al Orbe la Eucaristía, esto es, la gratitud. Este sacramento es él signo de la gratitud de todo lo creado por la visita del Creador. Este sacramento es el signo de la gratitud del hombre, porque el Creador se ha hecho criatura; porque Dios se ha hecho hombre, porque "ha tomado el cuerpo humano de la Madre Virgen Inmaculada", para elevarnos de nuevo a los hombres hasta el Padre, para hacer de nosotros los hijos de Dios.

Queremos, pues, anunciar y cantar con la boca y más aún confesar con nuestro corazón humano la gratitud por el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Dios, con el que El alimenta nuestras almas y renueva nuestros corazones humanos.

138 3. Queremos además anunciar a la Urbe y al Orbe la Eucaristía como el signo de la alianza que Dios ha establecido irreversiblemente con el hombre, mediante el Cuerpo y la Sangre de su Hijo.

Este Cuerpo estuvo sometido a la pasión y a la muerte. Ha compartido la suerte terrena del hombre después del pecado original. Esta Sangre fue derramada para sellar la Nueva Alianza de Dios con el hombre; la alianza de gracia y de amor, la alianza de santidad y de verdad. Nosotros participamos de esta alianza más aún que el Pueblo de Dios de la Ley Antigua. Hoy queremos, pues, dar un testimonio ante todos los hombres.

Realmente, Dios se ha hecho hombre para todos los hombres. Cristo ha muerto y resucitado por todos. Todos al fin están llamados al banquete de la eternidad. Y aquí en la tierra el Dios Señor invita a cada uno diciendo: "¡Tomad y comed... Tomad y bebed..., para no pararos en el camino! ".

4. Queremos, finalmente, anunciar a la Urbe y al Orbe la Eucaristía como signo de la adoración debida sólo a Dios. ¡Cuán admirable es nuestro Dios! Aquel a quien ningún entendimiento es capaz de abrazar y adorar en la medida de su santidad. Aquel a quien ningún corazón es capaz de amar en la medida de su amor.

¡Cuán admirable es al querer que lo abracemos, lo amemos, lo adoremos, según la dimensión humana de nuestra fe, bajo las especies del pan y del vino!

5. Acepta, Cristo Eucarístico, esta expresión de la adoración y del amor que la Iglesia te tributa mediante el ministerio del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Acéptala en memoria de todos mis predecesores, que te han adorado ante la Urbe y el Orbe.

Al final de la liturgia de hoy, te reciba de nuestras manos, ante su templo, tu Madre Santísima que te ha dado cuerpo humano, a Ti, Eterno Hijo del Padre.

«Ave, verum Corpus, / natum ex Maria Virgine, / vere passum immolatum / in cruce pro homine. / Esto nobis praegustatum / mortis in examine!: ¡Salve, Cuerpo verdadero, ¡ nacido de la Virgen María, / que realmente has padecido y has sido inmolado / en cruz por la humanidad. / Haz que te gustemos por anticipado / cuando llegue la prueba de la muerte!».

Amén.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS OBISPOS DE EUROPA

EN LA CAPILLA SIXTINA


Miércoles 20 de junio de 1979



Queridos hermanos:

139 1. Expreso mi cordial y sincera alegría por nuestro encuentro. Alegría sobre todo porque el encuentro se desarrolla en el marco del simposio sobre el tema: "Los jóvenes y la fe".

Recuerdo el simposio precedente, de 1975, en el que tuve la suerte de participar activamente como uno de los relatores. Al mismo tiempo deseo expresar mi alegría por encontrarme hoy con vosotros, concelebrando la Santa Eucaristía. Espero que en esta comunión, en la que se expresa del modo más pleno y profundo nuestra unidad sacerdotal y episcopal, nos dará mayor luz y fuerza de Espíritu Santo Cristo-Príncipe de los Pastores, quien come único y Eterno Sacerdote es también, fuente única y fundamento de esta unidad que manifestamos y vivimos en la concelebración eucarística.

Tenemos mucha necesidad de esta luz y fuerza del Espíritu de Cristo para todas las tareas que se derivan de nuestra misión —por ejemplo, en el ámbito del tema de vuestro simposio: La juventud,— pero no exclusivamente; el conjunto de esas tareas, toda nuestra misión, exigen cierta gracia particular, para que sepamos con exacta y plena correspondencia descubrir los signos de los tiempos, que constituyen el "kairós" salvífico de los europeos y del continente que representamos y al que "somos enviados" como sucesores de los Apóstoles, de los heraldos del Evangelio, de quienes arranca la historia de Europa después de Cristo.

2. Vuestro encuentro —y por lo tanto también nuestra concelebración eucarística de hoy— hunde las raíces en ese pensamiento feliz del Vaticano II que recuerda a los obispos de toda la Iglesia el carácter colegial del ministerio que ejercen. Cabalmente, de este pensamiento, expresado con la mayor precisión doctrinal en la Constitución dogmática Lumen gentium, trae origen una serie de instituciones e iniciativas pastorales, que ya hoy testifican la nueva vitalidad de la Iglesia y constituirán ciertamente en el futuro el fundamento de la renovación ulterior de su misión salvífica, en la diversidad de las dimensiones y de los campos de acción.

Al decir esto, tengo todavía ante los ojos la maravillosa asamblea de los obispos de la Iglesia de América Latina, que tuve la suerte de inaugurar el 28 de enero de este año en Puebla, México. Dicha asamblea era fruto de una colaboración sistemática de todas las Conferencias Episcopales de ese inmenso continente, donde actualmente vive casi la mitad de los católicos de todo el mundo. Se trata de Episcopados de diversa importancia numérica, algunos muy numerosos, como sobre todo Brasil, que cuenta él solo con más de 300 obispos. La colaboración metódica de todas las Conferencias Episcopales de América Latina tiene su apoyo en el Consejo comúnmente conocido con el nombre de CELAM, que permite a dichas Conferencias revisar juntamente las tareas que se presentan a los Pastores de la Iglesia en aquel gran continente, tan importante para el futuro del mundo. Ya el mismo título de la Conferencia celebrada en Puebla, del 27 de enero al 13 de febrero de 1979, lo atestigua de manera patente. El título era: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Es, pues, fácil comprender por el título cuán útil haya sido en Puebla el tema providencial de la reunión ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1974: la evangelización.

3. En relación a este tema fundamental, cada uno de los obispos del mundo, como Pastor de su Iglesia particular, de su diócesis, podía y debía considerar a su Iglesia desde el punto de vista de su contemporaneidad. Y puesto que la evangelización expresa la misión de la Iglesia, esta mirada debe dirigirse al pasado y abrir perspectivas de futuro: ayer, hoy y mañana. Y no sólo cada uno de los obispos en su diócesis, sino también las distintas comunidades de obispos y sobre todo las Conferencias Episcopales nacionales pueden y deben convertir ese "tema clave" del Sínodo de 1974 en objeto de reflexión con respecto a la sociedad hacia la que tienen responsabilidad pastoral para la obra de evangelización. El tema propuesto por Pablo VI al Sínodo, ahora hace cinco años, posee posibilidades multiformes de aplicación en diversos ámbitos.

Al mismo tiempo, este tema induce a reflexionar, de modo fundamental, si se trata de cumplir el Concilio mismo y de poner en práctica su doctrina. La realización fundamental del Vaticano II no es otra sino una nueva conciencia de la misión divina transmitida a la Iglesia "entre todas las gentes" y "hasta el final del mundo". La realización fundamental del Vaticano II no es sino el nuevo sentido de responsabilidad por el Evangelio, por la palabra, por el sacramento, por la obra de la salvación, que todo el Pueblo de Dios debe asumir en la medida que le corresponde. Deber de los obispos es dirigir este gran proceso. En esto está su dignidad y responsabilidad pastoral.

4. Es de gran trascendencia y de importancia fundamental reflexionar sobre el problema de la evangelización con relación al continente europeo. Lo estimo un tema complejo, extremadamente complejo. Por lo demás, como también en cualquier otro contexto, es necesario hacer surgir del análisis de la situación presente la visión del futuro, en cuanto que esta situación es la consecuencia del pasado, tan antiguo como la Iglesia misma y todo el cristianismo. En el análisis deberemos llegar a cada uno de los países, a cada una de las naciones de nuestro continente, pero incluir también cada una de sus situaciones, teniendo ante los ojos las grandes corrientes de la historia que —especialmente en el segundo milenio— han dividido a la Iglesia y al cristianismo en el continente europeo.

Pienso que actualmente, en tiempo de ecumenismo, es la hora de mirar estas cuestiones a la luz de los criterios elaborados por el Concilio: mirarlas en espíritu de colaboración fraterna con los representantes de las Iglesias y Comunidades con las que no tenemos plena unidad; y, al mismo tiempo, es necesario mirar con espíritu de responsabilidad por el Evangelio. Y esto no sólo en nuestro continente, sino también fuera de él. Europa es, incluso ahora, la cuna del pensamiento creativo, de las iniciativas pastorales, de las estructuras organizativas, cuyo influjo sobrepasa sus fronteras. A la vez, Europa, con su grandioso pasado misionero, se interroga a sí misma en los diversos puntos de su actual "geografía eclesial", y se pregunta si no se está convirtiendo en un continente de misión.

5. Para Europa existe el problema que en la Evangelii nuntiandi se ha definido como "autoevangelización". La Iglesia debe evangelizarse siempre a sí misma. La Europa católica y cristiana tiene necesidad de esta evangelización. Debe evangelizarse a sí misma. Quizá en ningún otro lugar como en nuestro continente se delinean con tanta limpidez las corrientes de la negación de la religión, las corrientes de la "muerte de Dios", de la secularización programada, del ateísmo militante organizado. El Sínodo de 1974 nos ha proporcionado no poco material al respecto.

Es posible examinar todo esto según criterios histórico-sociales. Pero el Concilio nos ha indicado otro criterio: el criterio de los "signos de los tiempos", y esto es un desafío especial de la Providencia, de Aquel que es el "dueño de la mies" (
Lc 10,2).

140 El próximo año celebraremos el 1500 aniversario del nacimiento de San Benito, a quien Pablo VI proclamó Patrono de Europa. Quizá podría ser éste el momento oportuno para esta reflexión profunda sobre el problema de "ayer y hoy" de la evangelización de nuestro continente, o más bien para la reflexión sobre este desafío de la Providencia que, en su conjunto histórico, rico y variado, constituye el "hoy" cristiano de Europa respecto a su responsabilidad por el Evangelio; y también en la perspectiva del futuro.

Nuestra misión se dirige al futuro siempre y en todas partes. Ya sea hacia el futuro del que tenemos certeza por la fe: el futuro escatológico; ya sea hacia el futuro del que podemos estar humanamente inciertos. Pensemos en los primeros que vinieron al continente europeo como heraldos de la Buena Nueva, como Pedro y Pablo. Pensemos en los que, a lo largo de la historia de Europa, han allanado los caminos hacia pueblos nuevos, como Agustín o Bonifacio, o los hermanos de Tesalónica: Cirilo y Metodio. Tampoco ellos tenían certeza del futuro humano de su misión e incluso de su propia suerte. La fe y la esperanza fueron más poderosas que esta incertidumbre humana. Fue más poderoso el amor de Cristo que los "apremiaba" (cf.
2Co 5,14). En esta fe, esperanza y caridad se manifestó el Espíritu operante. Es necesario que también nosotros nos convirtamos en instrumentos dóciles y eficaces de su acción en nuestra época.

6. El tema de vuestro simposio es: "Los jóvenes y la fe".

Está bien este tema. Pienso que está incluido orgánica y profundamente en el gran tema de reflexión de toda la Iglesia postconciliar, que a la larga no podía alejarse de nuestra atención, el tema de la evangelización. Si pensamos en la evangelización en función del futuro, es necesario dirigir nuestra atención a los jóvenes: debemos conectar con la mentalidad, con el corazón y la manera de ser de los jóvenes. Este es el problema fundamental, a través del cual llegamos al problema global.

El intercambio de vuestras experiencias y sugerencias debe ser amplio, no puede permanecer "aislado". Toda práctica de colegialidad sirve a la causa de la universalidad de la Iglesia. También vosotros, queridos hermanos, a través de esta práctica de la colaboración colegial que caracteriza a vuestro simposio, debéis, por así decirlo, "ampliar los espacios del amor" (San Agustín, de Ep. Joan. ad Parthos, X, 5; PL 35, 2060). Esta ampliación no aleja nunca de la responsabilidad confiada directamente a cada uno de nosotros, más bien la hace más viva. Es necesario que los obispos y las Conferencias Episcopales de cada país y nación de Europa vivan los intereses de todos los países y naciones de nuestro continente. Y los obispos que están ausentes, han de estar —diría— presentes aún con mayor intensidad. Es necesario elaborar métodos especiales, eficaces, para "hacer presentes con intensidad" a los que están "ausentes". Su ausencia no puede ser pasada por alto, o ser justificada con tópicos.

Recordad que como, a través de sus representantes, todas las Conferencias Episcopales de Europa toman parte en este simposio, así también están en torno a este altar, en la comunión eucarística de amor, sacrificio y oración, todos los Episcopados, todos los obispos. Y en cierto modo están más presentes los que faltan, los que no han podido asistir.

A través de todos, la Iglesia, como Pueblo de Dios de todo nuestro continente "elabora", en unión con Cristo-Príncipe de los Pastores, con Cristo-Eterno Sacerdote. su futuro cristiano. Amén.



ORDENACIONES SACERDOTALES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO



Domingo 24 de junio de 1979



1. "Et tu puer propheta Altissimi vocaberis: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo" (Lc 1,76).

Estas palabras hablan del Santo de hoy. Con estas palabras el sacerdote Zacarías saludó al propio hijo, después de haber recobrado la capacidad de hablar. Con estas palabras saludó al hijo a quien puso el nombre de Juan por deseo propio y con sorpresa de toda la familia. Hoy la Iglesia nos recuerda estos acontecimientos al celebrar la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista.

También se le podría denominar el día de la llamada de Juan, hijo de Zacarías y de Isabel de Ain-Karim, para ser el último profeta de la Antigua Alianza; para ser el mensajero y el precursor inmediato del Mesías: Jesucristo.

141 He aquí que el que viene al mundo en circunstancias tan insólitas, trae ya consigo la llamada divina. Esta llamada proviene del designio de Dios mismo, de su amor salvífico, y está inscrita en la historia del hombre desde el primer momento de la concepción en el seno materno. Todas las circunstancias de esta concepción, como después las del nacimiento de Juan en Ain-Karim, indican una llamada insólita.

"Praebis ante faciem Domini parare vias eius: Irás delante del Señor para preparar sus caminos" (
Lc 1,76).

Sabemos que Juan Bautista respondió a esta llamada con toda su vida. Sabemos que permaneció fiel a ella hasta el último aliento. Y este aliento lo consumó en la cárcel por orden de Herodes, secundando el deseo de Salomé que actuaba bajo la instigación de su vengativa madre Herodías.

Pero la liturgia hoy no menciona esto, reservando otro día para ello. La liturgia hoy nos manda alegrarnos por el nacimiento del precursor del Señor. Nos manda dar gracias a Dios por la llamada de Juan Bautista.

2. Cuando en este día, mis queridos diáconos y candidatos al presbiterado, os presentáis en la basílica de San Pedro en Roma, deseamos alegrarnos también todos nosotros por vuestra llamada a una participación ulterior del sacerdocio de Cristo.

En el corazón de cada uno de vosotros ha inscrito Dios el misterio de esta llamada. Podemos repetir con el Profeta: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido con favor" (Jr 31,3).

En un cierto momento de la vida os habéis dado cuenta de esta llamada divina. Y habéis comenzado a prepararos, habéis comenzado a caminar hacia su realización. El camino hacia el sacramento del orden, que recibís hoy de mis manos, pasa a través de una serie de etapas y de ambientes, de los que forman parte la casa familiar, los años de la escuela elemental y media, como también los estudios superiores, el ambiente de los amigos, la vida parroquial. Pero ante todo en este camino se encuentra el seminario eclesiástico, al que va cada uno de nosotros para encontrar una respuesta definitiva a la pregunta referente a su llamada al sacerdocio. Allí va cada uno de nosotros a fin de que, encontrando de manera cada vez más madura esta respuesta, pueda prepararse, al mismo tiempo, para el sacramento del orden de modo profundo y sistemático.

Hoy contáis ya con todas estas experiencias. No preguntáis más como el joven del Evangelio: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer?" (Mc 10,17). El Maestro ya os ha ayudado a encontrar la respuesta. Vosotros os presentáis para que la Iglesia pueda imprimir sobre esta respuesta su sello sacramental.

3. Este sello se imprime mediante toda la liturgia del sacramento del orden. Lo imprime el obispo, que actúa con la fuerza del Espíritu Santo, y en comunión con su presbiterio.

La fuerza del Espíritu Santo se muestra y se transmite por la imposición de las manos, acompañada primero del silencio y luego de la oración. Como signo de la transmisión de esta fuerza a vuestras jóvenes manos, serán ungidas con el santo crisma para que sean dignas de celebrar la Eucaristía. Las manos humanas no pueden celebrar de otro modo sino con la fuerza del Espíritu Santo.

Celebrar la Eucaristía quiere decir congregar al Pueblo de Dios y construir la Iglesia en su más plena identidad.

142 El momento que vivimos aquí juntos es de gran importancia, tanto para cada uno de vosotros, como para toda la Iglesia.

La Iglesia ha orado por cada uno de estos llamados, que reciben hoy el carácter sacramental del presbiterado. La Iglesia desea que cada una de vosotros la construya con el propio sacerdocio, con el propio servicio, que —por la fuerza obtenida de Cristo— "recoge, no desparrama" (cf. Mt
Mt 12,30).

4. La Iglesia también hoy ora. Oran vuestros padres, las familias, los ambientes con los que ha estado vinculada vuestra vida hasta el momento, vuestros seminarios, vuestras diócesis, vuestras congregaciones religiosas.

Roguemos al Señor de la mies, que ha llamado a cada uno da vosotros como operario para su mies, a fin de que perseveréis en esta mies hasta el fin.

Así como Juan, hijo de Zacarías y de Isabel de Ain-Karim, cuyo padre dijo el día de su nacimiento: Et tu puer propheta Altissimi vocaberis (Lc 1,76).

Que vuestra perseverancia sea el fruto de las oraciones que hoy elevamos. ¡Perseverad como profetas del Altísimo! ¡Perseverad como sacerdotes de Jesucristo!

Dad frutos abundantes! Amén.

SANTA MISA PARA LA CONGREGACIÓN

DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO


Jueves 28 de junio de 1979

Amadísimos hijos Legionarios de Cristo:

En el día en que la liturgia conmemora la fiesta de una gran figura eclesial, San Ireneo, nos reunimos ante esta gruta de Lourdes, junto al altar del Señor, para ofrecerle con la Eucaristía el tributo de nuestra acción de gracias, de nuestra alabanza suplicante y de nuestra fidelidad renovada.

Viéndoos delante y sabiendo la procedencia de la gran mayoría de vosotros, el Papa no puede menos de recordar y revivir tantos momentos imborrables transcurridos en vuestra patria de origen, México; vuestro entusiasmo me renueva el eco de aquellas multitudes afectuosamente cercanas y aclamantes.

143 Al contemplar ante mí a tan numerosos miembros de vuestra familia religiosa, acompañados por vuestro Fundador, vienen a mi mente las palabras del Génesis que acabamos de leer en la primera lectura de esta Misa. Ellas nos hablan de la divina asistencia que multiplica la descendencia con el favor de su bendición. Ha sido también la bendición del Señor la que ha hecho germinar fecundamente aquella fundación del no lejano año 1941, y que habiendo obtenido el decreto de alabanza hace apenas 14 años, tiene hoy más de 130 sacerdotes y casi 700 miembros; distribuidos en diversas casas y naciones, trabajan ya, o se preparan a ello, para difundir el reino de Cristo en la sociedad, a través de varias formas de apostolado específico.

Sois, amados hijos, una joven familia religiosa, que busca creciente dinamismo, para ofrecer a la Iglesia una nueva aportación de energías vivas en el momento actual. Precisamente porque conozco estos ideales vuestros, mi voz quiere invitaros, con acentos evangélicos que acabamos de escuchar, a imitar al hombre prudente que edificó su casa sobre la roca.

Para vosotros que tenéis como rasgo característico la espiritualidad cristocéntrica, construir sobre roca vuestro edificio individual y comunitario querrá decir esforzaros por crecer siempre en el sublime conocimiento de Cristo, mirándole a El para plasmar en vuestra vida su mensaje, bien radicados en la fe y en la caridad, a fin de ser capaces de cuidar en todo instante los intereses de Cristo. Así podréis adquirir esa solidez interior que desafía la lluvia, los ríos y los vientos, para construir el reino de Dios en la sociedad actual, en la juventud —con la que frecuentemente trabajáis—, tan necesitadas de certezas vividas, de certezas derivadas de una inconmovible fe y confianza en Cristo. El Cristo Dios, muerto y resucitado, hecho principio de nueva vida para nosotros, que está siempre a nuestro lado como garantía de victoria frente a les adversidades.

Parte importante de esa solidez en vuestra vida será asimismo la plena fidelidad a la Iglesia y al Concilio Vaticano II, sin desviaciones de ningún tipo, sino en perfecta coherencia con lo que el Señor os pide y el Magisterio propone en el momento actual.

En ese camino, os será de gran ayuda la fidelidad potenciada a esos grandes amores que deben ser un distintivo, de acuerdo con vuestra propia vocación, de todo Legionario: amor a Cristo en el crucifijo y amor a la Virgen. Si sois fieles a ese hermoso programa, no debéis temer: vuestro edificio espiritual descansa sobre cimientos firmes.

Para que os mantengáis fieles a esos ideales, quiero recordaros que recurráis frecuentemente a la oración. Es el único modo de renovarse interiormente, de adquirir nueva luz que oriente los propios pesos, de apoyar la debilidad personal en la fuerza y solidez del poder divino. En una palabra: es el único modo para mantener una perenne juventud de espíritu, en la disponibilidad a Dios y a los demás.

Sólo así podréis vivir en plenitud la alegría rebosante de vuestra vocación de elegidos para el servicio de Cristo y de la Iglesia. Una alegría que es testimonio de la presencia del Señor y que alienta en la entrega generosa al hermano. Es este el deseo que os dejo, diciéndolo con palabras de la liturgia de hoy: “Señor, acuérdate de mí cuando muestres tu bondad para con tu pueblo; visítame cuando operes la salvación, para que yo vea la felicidad de tus escogidos, me goce con el gozo de tu pueblo y me gloríe con tu herencia”.

Una palabra final. Sé que entre vosotros están los jóvenes que durante mi permanencia en México prestaron su generosa y entusiasta colaboración en la Delegación Apostólica. Vaya a ellos el testimonio de mi profundo aprecio y gratitud. Son los mismos sentimientos que extiendo también, en presencia de sus Hermanas de Congregación residentes en Roma, a las Religiosas Clarisas del Santísimo Sacramento, que tanto se prodigaron en Ciudad de México durante mi estancia en la misma Representación Pontificia.

Y ahora, llevemos al altar del Señor todas estas intenciones.



B. Juan Pablo II Homilías 133