Discursos 1999 265

265 4. Es esencial reconocer que existe un vínculo estrecho e inquebrantable entre la paz y la libertad. La libertad es la prerrogativa más noble de la persona humana, y una de las principales exigencias de la libertad es el libre ejercicio de la religión en la sociedad (cf. Dignitatis humanae DH 3). Ningún Estado, ningún grupo tiene el derecho de controlar, ni directa ni indirectamente, las convicciones religiosas de una persona, ni puede reivindicar justificadamente el derecho de imponer o impedir la profesión pública y la práctica de la religión, o la apelación respetuosa de una religión particular a la libre conciencia de las personas. Al celebrarse este año el 50° aniversario de la Declaración universal de derechos del hombre, escribí que "la libertad religiosa ocupa el centro mismo de los derechos humanos. Es inviolable hasta el punto de exigir que se reconozca a la persona incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo pide su conciencia. En efecto, cada uno debe seguir la propia conciencia en cualquier circunstancia y no puede ser obligado a obrar en contra de ella (cf. artículo 18)" (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 1999, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p. 6)

5. En la India el camino del diálogo y la tolerancia ha sido seguido por los grandes emperadores Ashoka, Akbar y Chatrapati Shivaji; por hombres sabios como Ramakrishna Paramahamsa y Swami Vivekananda; y por figuras luminosas como el Mahatma Gandhi, Gurudeva Tagore y Sarvepalli Radhakrishnan, que comprendieron profundamente que servir a la paz y a la armonía es una tarea santa. Esas personas, en la India y en otros lugares, han contribuido notablemente a hacer que aumente la conciencia de nuestra fraternidad universal, y nos orientan hacia un futuro en el que se hará realidad nuestro profundo deseo de cruzar la puerta de la libertad, porque la cruzaremos juntos. Elegir la tolerancia, el diálogo y la colaboración como camino para el futuro es conservar lo que hay de más valioso en el gran patrimonio religioso de la humanidad. Es también asegurar que en el curso de los próximos siglos el mundo no quede privado de la esperanza, que es como la sangre para el corazón humano. Que el Señor del cielo y de la tierra nos lo conceda ahora y para siempre.












DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA


EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE TBILISI


Lunes 8 de noviembre de 1999




Señor presidente,
Santidad,
distinguidos huéspedes,
queridos hermanos y hermanas:

1. Durante años, he deseado venir a esta amada tierra, especialmente desde las visitas al Vaticano de usted, Santidad, y de usted, señor presidente. Desde entonces, haciendo mías las palabras del apóstol san Pablo, "quería ardientemente volver a veros" (1Th 2,17) en vuestra tierra, y Dios ha escuchado mi oración. A él, el único "santo, fuerte e inmortal" (cf. Trisagio) le doy gracias y lo bendigo.

Le agradezco, señor presidente, la invitación a venir a Georgia, todo lo que ha hecho personalmente para que pudiera llevarse a cabo esta visita y las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre del Gobierno y de todo el pueblo georgiano.

Le doy las gracias, Santidad, Catholicós patriarca, porque sin su ayuda fraterna no estaría aquí visitando la Iglesia que preside, saludándolo a usted y a los miembros del Santo Sínodo en la paz de Cristo, y rindiendo homenaje al gran testimonio cristiano que ha dado su Iglesia en el decurso de los siglos. Vengo también con la convicción de que, en vísperas del tercer milenio de la era cristiana, debemos tratar de construir nuevos puentes, para que con un solo corazón y una sola alma los cristianos podamos proclamar juntos el Evangelio al mundo.

"Con afecto fraterno" (Rm 12,10), saludo a monseñor Giuseppe Pasotto y a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos católicos de los ritos latino, armenio y siro-caldeo. Vengo a orar con mis hermanos y hermanas católicos para dar gracias a Dios por su perseverancia pasada y por su esperanza actual.

266 2. Al visitar por primera vez Georgia, estoy profundamente conmovido por la larga y gloriosa historia del cristianismo en esta tierra, que se remonta a la predicación de santa Nina, a comienzos del siglo IV, y al reino de Vakhtang Gorgasali, al final del siglo V. Desde entonces, el cristianismo se ha convertido en semilla del sucesivo florecimiento de la cultura georgiana, especialmente en los monasterios. La Iglesia ha llegado a ser custodia de la identidad de la nación, tan a menudo amenazada. Muchas veces Georgia ha sido invadida y desmembrada, pero su identidad y su unidad han sobrevivido hasta hoy. Eso atestigua no sólo la gran tenacidad del pueblo georgiano, sino también la vitalidad inagotable del Evangelio en esta tierra, pues en los períodos más turbulentos la auténtica ancla de Georgia ha sido su fe en Jesucristo.
Situada entre Oriente y Occidente, la Iglesia en Georgia siempre ha estado abierta a los contactos con otros pueblos cristianos. A veces, los vínculos entre la Iglesia georgiana y la Sede de Roma han sido profundos y fuertes; y, aunque en otras ocasiones haya habido tensiones, nunca ha faltado completamente la conciencia de nuestra vocación cristiana común. Ahora, mi presencia entre vosotros es un signo de cuán profundamente la Iglesia católica desea promover la comunión con la Iglesia georgiana, para responder a la oración que Cristo hizo, en la víspera de su muerte, por la unidad de todos sus discípulos (cf. Jn
Jn 17,23).

3. El cristianismo ha contribuido en gran medida al pasado de Georgia, y debe contribuir también a su futuro. Mañana se celebra el décimo aniversario de la caída del muro de Berlín, resultado de circunstancias extraordinarias, en las que usted, señor presidente, desempeñó un papel decisivo; ese acontecimiento abrió simbólicamente una nueva era en la vida de muchos países. Una ideología atea había tratado, en vano, de debilitar o incluso eliminar de esta tierra la fe religiosa de su pueblo. Los seguidores de todas las religiones sufrieron a causa de una grave hostilidad. Hoy debemos admirar y agradecer el testimonio de su perseverancia.
La recuperación de la independencia de Georgia, en 1991, fue un gran paso hacia adelante. Ahora, la tarea consiste en estabilizar la paz en esta región, promover la armonía y la cooperación, y garantizar que la libertad lleve a un nuevo florecimiento cultural, sacando fuerza de vuestro pasado cristiano y construyendo una sociedad digna de esta noble nación.
Algunas nubes se ciernen aún sobre Georgia, mientras trata de llevar a cabo su reconstrucción, tanto material como espiritual.
Sin embargo, se pueden aplicar las palabras de la Escritura: "Ha pasado ya el invierno; han cesado las lluvias y se han ido" (Ct 2,11). Ahora es tiempo de sembrar la nueva semilla. Quiera Dios que, en el alba del nuevo milenio, dejando atrás el dolor del pasado, Georgia pueda decir con las palabras del Cantar de los cantares: "Aparecen las flores en la tierra; el tiempo de las canciones ha llegado; se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola" (Ct 2,12). O, con palabras del gran poeta georgiano Shota Rustavéli: "Que las cosas buenas sean compartidas, como copos de nieve en invierno; que los huérfanos, las viudas y los pobres reciban riqueza y consuelo (...); que reine la armonía; que la cabra y el lobo coman uno al lado del otro".

Señor presidente, Santidad, que "Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" (Ep 3,20) conceda a Georgia ese futuro.
Dios bendiga esta tierra con armonía, paz y prosperidad.








EN EL ENCUENTRO CON EL CATHOLICÓS


PATRIARCA DE TODA GEORGIA, ILIA II


Palacio patriarcal, lunes 8 de noviembre de 1999




Santidad,
eminencias,
267 excelencias, queridos hermanos en el episcopado:

1. Estoy profundamente agradecido a la divina Providencia por este encuentro, que tiene lugar casi veinte años después de la primera e histórica visita del Catholicós patriarca de la antigua Iglesia apostólica en Georgia a la Sede apostólica de Roma. En aquella ocasión, nos dimos el santo beso de la paz, y nos prometimos que cada uno oraría por el otro. Hoy, gracias a su amable invitación, tengo la alegría de devolver esa visita fraterna. Personalmente, considero un gran don de Dios esta oportunidad de expresar, una vez más, mi veneración y estima por la Iglesia confiada a su solicitud pastoral. Desde la primera predicación del Evangelio en estas tierras, la Iglesia en Georgia ha dado un noble testimonio de Cristo y ha inspirado una cultura rica en valores evangélicos; hoy, en un nuevo clima de libertad, la Iglesia apostólica en Georgia mira al futuro con firme confianza en el poder de la gracia de Dios de suscitar una nueva primavera de fe en esta tierra bendita.
Por eso, en la paz de Cristo saludo a Su Santidad y a los arzobispos y obispos del Santo Sínodo. Es significativo que esta primera visita de un Obispo de Roma a la Iglesia ortodoxa en Georgia tenga lugar en vísperas del gran jubileo del bimilenario del nacimiento del Hijo de Dios, enviado por el Padre para la redención del mundo. El gran jubileo es una invitación a todos los creyentes a unirse en un himno de acción de gracias por el don de nuestra salvación en Cristo, y a trabajar juntos por el triunfo de su reino de santidad, justicia y paz. Al mismo tiempo, el jubileo nos impulsa a reconocer, con espíritu de dolor y arrepentimiento, las divisiones que han surgido entre nosotros durante este milenio, en abierta contradicción con la voluntad del Señor, que oró para que todos sus discípulos fueran uno (cf. Jn
Jn 17,21). Quiera Dios que este encuentro, y el beso de la paz que nos daremos, sean un paso lleno de gracia hacia una renovada fraternidad entre nosotros, y hacia un testimonio común más auténtico de Jesucristo y del Evangelio de vida eterna.

2. Deseo aseguraros la estima y la admiración de la Iglesia católica por la Iglesia en Georgia. La Iglesia en Georgia, enraizada en la primitiva comunidad de Jerusalén, es una de las comunidades cristianas más antiguas. Vinculada a la predicación del apóstol Andrés, debe la verdadera conversión del rey y de la nación a santa Nina. Un autor occidental, Rufino, en su "Historia de la Iglesia", nos ofrece una descripción muy antigua de la vida de esta santa, que predicó el evangelio del Señor desde la cárcel con palabras y oraciones, penitencia y milagros. El "pilar vivo" que su oración logró levantar para sostener el templo que se estaba construyendo, después de que ningún instrumento o esfuerzo humano había podido lograrlo, es una hermosa imagen de sí misma, el verdadero pilar de la fe del pueblo georgiano. Monjes santos y eruditos dieron a esta tierra, en la que según la tradición se conservaba la túnica del Señor, muchos de sus monumentos imperecederos de cultura y civilización. Incluso el alfabeto fue inventado como instrumento para la predicación de la palabra de Dios con la lengua del pueblo. Multitud de mártires derramaron su sangre por el Evangelio, cuando profesar la fe cristiana constituía un delito que se podía castigar con la muerte: desde los nueve niños mártires de Kola, pasando por san Shushanik, san Eustaquio de Mtskheta y Abo de Tbilisi, hasta la reina Ketevan. Por su historia y su cultura cristianas, Georgia merece el reconocimiento de la Iglesia universal.
De igual modo, durante el siglo que está a punto de terminar, esta tierra ha dado multitud de confesores y mártires. Así, vuestro país ha sido santificado una vez más mediante la sangre de los testigos del Cordero, sacrificado por nuestra salvación. Imploro su intercesión ante Dios por nuestras Iglesias, para que avancemos juntos por el camino de la paz, que sólo el Señor resucitado puede dar.

3. Aquí, en este momento providencial, no puedo menos de dar gracias a Dios por el fruto de los contactos que se han producido entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa durante estos años, comenzando por el histórico encuentro entre el patriarca ecuménico Atenágoras I y el Papa Pablo VI. Con su apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo y con su profundo compromiso personal, esos dos grandes pastores guiaron nuestras Iglesias por un camino en el que, por la gracia de Dios, se ha desarrollado un diálogo fundado en la caridad y plenamente teológico. Desde la creación de la Comisión conjunta internacional, he seguido atentamente el progreso del diálogo, que reviste suma importancia para la causa de la unidad cristiana. Basando sus estudios en lo que tienen en común católicos y ortodoxos, la Comisión ha logrado notables progresos. Desde su creación en el seno de la ortodoxia por decisión unánime de todas las Iglesias ortodoxas, la Comisión ha tratado temas de fundamental importancia, tales como: el misterio de la Iglesia y de la Eucaristía a la luz del misterio de la santísima Trinidad; fe, sacramentos y unidad de la Iglesia; el sacramento del orden en la estructura sacramental de la Iglesia, y la importancia de la sucesión apostólica para la santificación y la unidad del pueblo de Dios. La Comisión sigue afrontando cuestiones que plantean no pocas dificultades en el camino que nuestras Iglesias han emprendido juntas. Confío en que los documentos del diálogo sirvan de base para clarificar nuestra relación y evitar incomprensiones en los lugares donde conviven católicos y ortodoxos. La labor debe continuar, y cualquier obstáculo que aparezca a lo largo del camino puede despejarse pacientemente, con espíritu de fraternidad y amor sincero a la verdad.
En este marco, me complace recordar los fecundos contactos entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en Georgia, que empezaron en la época del concilio Vaticano II, al que vuestra Iglesia envió algunos observadores. La visita de Su Santidad a Roma marcó otro intenso momento de fraternidad y comunión. Aquí deseo recordar también que, en 1991, el arzobispo David de Sukhumi y Abkhazia, que en paz descanse, junto con otros delegados fraternos, participó en la I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, durante la cual se reflexionó en la necesidad de una nueva evangelización, el desafío más urgente que afrontan nuestras Iglesias después de las transformaciones de la última década. Ahora que la Europa cristiana se prepara para cruzar el umbral del nuevo milenio, ¡cuán necesaria es la contribución de Georgia, esta antigua encrucijada de culturas y tradiciones, a la construcción de una nueva cultura del espíritu, una civilización del amor inspirada y sostenida por el mensaje liberador del Evangelio!

4. Durante los últimos años, como fruto de la libertad recuperada por vuestro país, las relaciones entre nuestras Iglesias han sido más directas. Por su parte, la Iglesia católica ha podido ocuparse del cuidado pastoral de sus fieles. Espero ardientemente y pido a Dios todos los días que la colaboración entre nuestras Iglesias aumente cada vez más en todos los niveles, como expresión elocuente y necesaria del testimonio del Evangelio, que ortodoxos y católicos estamos llamados a dar. Os aseguro que mi representante en Georgia hará todo lo posible para fomentar esta relación de colaboración y comprensión, con espíritu de verdadera caridad cristiana, sin incomprensiones ni desconfianza, y caracterizado por un respeto total. Él sabe cuán importante es esto para el Obispo de Roma. Independientemente de la dificultad del camino de la reconciliación, debemos implorar al Espíritu Santo que realice plenamente lo que nosotros, obedeciendo al Señor, tratamos de hacer posible.

Santidad, queridos arzobispos y obispos de la Iglesia ortodoxa en Georgia, os doy las gracias una vez más por haberme acogido aquí como vuestro huésped. Fiel al compromiso que asumí hace muchos años, os aseguro mis continuas oraciones para que el Señor conceda a la venerable Iglesia en Georgia cada vez mayor fuerza y vitalidad, con vistas al cumplimiento de su misión apostólica. Sobre usted, querido hermano, y sobre todos los obispos que comparten con usted la responsabilidad de proclamar el evangelio de Jesucristo en tierra georgiana, invoco la luz y la sabiduría del Espíritu Santo. "A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén" (Ep 3,20-21).









ENCUENTRO CON EL PATRIARCA Y EL SANTO SÍNODO


: Tbilisi, Catedral Patriarcal de Svetitskhoveli

8 de noviembre de 1999





268 "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales" (Ep 1,3).


Santidad y Beatitud:

1. Este momento es realmente para mí una verdadera bendición de Dios todopoderoso, fuente de nuestro consuelo y esperanza, pues me brinda la oportunidad de saludar al Catholicós patriarca y al Santo Sínodo de la Iglesia apostólica en Georgia, aquí, en la catedral patriarcal de Svetitskhoveli. Este histórico edificio es un símbolo de la Iglesia en Georgia, y en el curso de los siglos ha sido un refugio de fuerza espiritual para la nación en todas las circunstancia, tanto felices como tristes.
El significado del edificio material consiste en que nos habla de la realidad superior que es la "edificación de Dios" (1Co 3,9), "construida con piedras vivas" (cf. 1P 2,5). Aquí se celebra la sagrada liturgia, en la cual la Iglesia peregrina en la tierra expresa el vínculo espiritual que la une con la Iglesia celestial mediante la comunión de los santos. Las piedras y los iconos sagrados de esta catedral patriarcal nos hablan de los santos y los mártires de esta tierra, que están gozando de la compañía de María, la gran Madre de Dios, y de todos los hombres y mujeres santos en el cielo.
En efecto, según la fe ininterrumpida de la Iglesia, la unión entre los que aún peregrinan en la tierra y los que ya duermen en la paz de Cristo se refuerza constantemente mediante un intercambio de dones espirituales. Gracias a la solicitud fraterna de los santos en el cielo, recibimos ayuda en nuestra debilidad (cf. Lumen gentium LG 49).

2. Santidad, me vienen a la mente las palabras de la carta a los Hebreos: "Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone" (He 12,1). No podemos dudar de que el camino que se abre ante la Iglesia al alba del tercer milenio consiste en la proclamación de Jesucristo, el Salvador, a los hombres y mujeres de hoy, con el mismo fervor y la misma convicción de los grandes evangelizadores del pasado. Damos gracias a Dios porque la Iglesia en Georgia ha seguido predicando, a lo largo de los siglos, la buena nueva con fe firme y probada fidelidad.
El Señor guía la historia humana, y nos enseña a interpretarla. Hoy se abren por doquier nuevos horizontes para los cristianos, y el Espíritu Santo nos impulsa, en particular, a escuchar la súplica de Cristo mismo: "Que ellos también sean uno (...), para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Ese futuro nunca será únicamente el resultado de nuestro trabajo; será un gran don y una gracia de Dios.

3. Por eso, encomiendo con fervor el futuro de nuestras respectivas Iglesias a la gloriosa siempre Virgen María, a su esposo san José, a san Andrés y a todos los santos Apóstoles, a todos los mártires y santos.
Que los cirios que han iluminado esta tarde sean un símbolo y una prenda de nuestro esfuerzo común por permitir que Cristo ilumine el sendero que se abre ante nosotros, disipando las tinieblas y la oscuridad, y mostrándonos el camino hacia un futuro más luminoso.
La santa Madre de Dios, protectora de Georgia, que por obra del Espíritu Santo dio al Autor de la vida al mundo, reúna bajo su manto de amor a la Iglesia en Georgia. Que guíe a Su Santidad y a sus hermanos en el episcopado en la misión de guiar al pueblo encomendado a su cuidado, para que responda con renovada fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como él (cf. Lv Lv 19,2 Mt 5,48).

Al Padre de toda consolación le encomiendo esta hermosa tierra, para que, gracias a un redescubrimiento de su herencia cristiana, Georgia crezca en armonía y prosperidad, para la felicidad de su pueblo y para una estabilidad, cooperación y paz mayores en toda la región.









LLAMAMIENTO


DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Y EL CATHOLICÓS ILIA II


EN FAVOR DE LA PAZ




269 Su Santidad el Papa Juan Pablo II y el Catholicós patriarca de toda Georgia Ilia II, reunidos fraternalmente en Tbilisi y fijando siempre su mirada en Cristo, el Príncipe de la paz, desean dirigir un apremiante llamamiento en favor de la paz a los Gobiernos, a las organizaciones internacionales, a los líderes religiosos y a todas las personas de buena voluntad.

Hablamos desde Georgia, en el Cáucaso, una región de particular importancia geopolítica e histórica, que une a Europa y Asia, y que constituye un lugar de encuentro para las culturas del Este y del Oeste. Hoy, esta región, como muchas otras partes del mundo, afronta una grave situación. Abjasia, Nagorno-Karabaj y el norte del Cáucaso constituyen una amenaza para la paz del mundo y exigen una acción decidida por parte de la humanidad.

La paz es un don supremo, sin el cual es imposible dar pleno sentido a la vida y promover el desarrollo. El corazón humano anhela este gran bien y la gente aspira a vivir en armonía. El mundo de hoy es una aldea global. Existe el grave peligro de que un conflicto en un área determinada supere los confines de la misma e implique a otras naciones, causando nuevas guerras.

En un tiempo tan importante, el mundo debe movilizar todas sus fuerzas espirituales, intelectuales y físicas para evitar una catástrofe mundial. El terrorismo se ha convertido en una amenaza nueva y real para la paz del mundo. Por consiguiente, es importante que las organizaciones internacionales garanticen la soberanía, la integridad territorial y la seguridad de los países.

Por eso, hacemos un llamamiento a todos los que escuchen nuestro mensaje para que muestren sabiduría y firme resolución de salvar este planeta, encomendado a nuestro cuidado, del peligro de la guerra y, consiguientemente, de crear las condiciones necesarias para que en el tercer milenio haya realmente «paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres».

Tbilisi, 8 de noviembre de 1999

Su Santidad Catholicós patriarca
el Papa de toda Georgia

JUAN PABLO II ILIA II










A LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA


Y DE LA CIENCIA


Martes, 9 de noviembre de 1999

Tbilisi, Residencia estatal



Señor presidente,
excelencias,
270 señoras y señores:

1. He esperado con ilusión este encuentro con vosotros, hombres y mujeres de la cultura, la ciencia y las artes de Georgia, porque sois realmente los representantes y custodios de su herencia cultural única. Georgia es famosa como país de poetas y artistas, y se siente orgullosa de su antigua tradición, enriquecida a lo largo de los siglos con elementos tomados de contactos con otras naciones y poblaciones. Ahora, con la caída de las barreras que durante tanto tiempo simbolizaron la separación entre el Este y el Oeste, Georgia ha empezado un nuevo y estimulante capítulo de su historia, y está plenamente comprometida en la reconstrucción de su entramado social y en la creación de un futuro de esperanza y prosperidad para su pueblo. Como representantes del mundo de la cultura, desempeñáis un papel insustituible en este proceso. Os corresponde a vosotros plasmar una nueva visión cultural que recurra a la herencia del pasado para inspirar y forjar el futuro. Esta noble tarea se transforma en un deber sagrado en este momento en que Georgia se prepara para celebrar su tercer milenio como nación.
En particular, doy las gracias al presidente Shevardnadze por presidir este encuentro, y también por su cordial bienvenida y por las amables palabras que me ha dirigido. Expreso asimismo mi profunda gratitud al Catholicós patriarca. A todos vosotros, distinguidos huéspedes, os expreso la esperanza de que mi visita sirva para poner de relieve la vocación particular de Georgia como artífice de paz en toda esta región y como puente entre los países del Cáucaso y del resto de Europa.

2. Al dirigirme hoy a vosotros, no puedo menos de recordar la contribución del cristianismo a la cultura georgiana. Es significativo que durante muchos siglos vuestra literatura nacional haya sido casi exclusivamente de inspiración religiosa. Esto refleja algo que vale realmente para toda cultura humana. De hecho, la cultura es una realidad que nace de la autotrascendencia; brota de un impulso por el cual la individualidad humana trata de elevarse por encima de sus limitaciones, con una fuerza interior que tiende a la comunicación y a la comunión. En este sentido, podemos decir que la cultura hunde sus raíces en el "alma naturalmente religiosa" del hombre. Esta fuerza interior que el hombre experimenta, y que lo impulsa a buscar la plenitud de su ser a través de su relación con los demás, permanece incompleta hasta que logra llegar al Otro, es decir, al Absoluto.
La cultura nace precisamente de este movimiento de autotrascendencia, de reconocimiento del otro, de necesidad de comunicarse con el otro. Pero este impulso hacia el otro sólo es posible por el amor. En definitiva, sólo el amor logra desarraigar el egoísmo trágico que anida en lo profundo del corazón humano. Es el amor el que nos ayuda a poner a los demás y al Otro en el centro de nuestra vida. Los cristianos han procurado siempre crear una cultura abierta fundamentalmente a la eternidad y a la trascendencia, pero que, al mismo tiempo, preste atención a las realidades temporales, a las cosas concretas y al hombre. Generaciones de cristianos se han esforzado por crear y transmitir una cultura cuyo objetivo consiste en una comunión fraterna de personas cada vez más profunda y universal. Sin embargo, esta universalidad no es una uniformidad opresora. La cultura auténtica respeta el misterio de la persona humana y, por tanto, debe implicar un intercambio dinámico entre lo particular y lo universal. Debe buscar una síntesis entre la unidad y la diversidad. Sólo el amor es capaz de mantener esta tensión en un equilibrio creativo y fecundo.

3. Estos pensamientos surgen espontáneamente si se considera la antigua cultura cristiana de Georgia. La predicación del Evangelio no sólo dio a conocer la palabra de la salvación; también impulsó la creación del alfabeto georgiano y el consiguiente crecimiento de vuestra identidad nacional. La fe cristiana inspiró el amor por la palabra escrita, que ha ejercido profundo influjo en vuestra lengua, en vuestra literatura y en toda vuestra vida cultural.
La tradición según la cual los georgianos presentes en la crucifixión de Cristo trajeron de Jerusalén la túnica inconsútil del Señor, simboliza de alguna manera la aspiración decidida de la nación a la unidad. Y lo mismo se puede decir de las tradiciones según las cuales el Evangelio fue predicado en vuestro país por los apóstoles Andrés y Simón, y también por san Clemente Romano, desterrado en las minas del Quersoneso. Esas tradiciones, a la vez que subrayan la venerable antigüedad de la Iglesia en Georgia, muestran una profunda conciencia de los vínculos de comunión que la Iglesia en esta tierra mantiene con la única Iglesia de Cristo. Un signo de la importancia atribuida a esta comunión son las numerosas traducciones que forman parte de la literatura religiosa georgiana; representan un auténtico tesoro, que habéis compartido con todo el mundo cristiano, conservando textos que, de lo contrario, se habrían perdido. Otro testimonio de esta apertura y de este intercambio son los monasterios georgianos y los monjes presentes en diferentes partes del mundo cristiano; basta pensar en el monasterio de Iviron, en el Monte Athos. Esta apertura de vuestra cultura, tan evidente en el pasado, es igualmente importante hoy. Todos sabemos cuán urgente es, especialmente en esta región del mundo, promover una cultura de solidaridad y cooperación, una cultura capaz de combinar toda la riqueza de vuestra identidad con la riqueza que se adquiere en el encuentro con otros pueblos y sociedades.

4. Asistimos actualmente a un proceso de globalización, que tiende a subestimar la diversidad y la variedad, y que se caracteriza por el nacimiento de nuevas formas de etnocentrismo y nacionalismo exagerado. En esta situación, el desafío consiste en promover y transmitir una cultura viva, una cultura capaz de favorecer la comunicación y la fraternidad entre los diferentes grupos y pueblos, y entre los diversos campos de la creatividad humana. En otras palabras, el mundo actual nos impulsa a conocernos y a respetarnos unos a otros en la diversidad de nuestras culturas y mediante ella. Si lo hacemos, la familia humana gozará de unidad y paz, y las diversas culturas se enriquecerán y renovarán, purificadas de todo lo que representa un obstáculo para el encuentro mutuo y el diálogo.
Uno de los desafíos más difíciles de nuestro tiempo es el encuentro entre la tradición y la modernidad. Este diálogo entre lo antiguo y lo nuevo será, en gran parte, decisivo para el futuro de las generaciones más jóvenes y, por consiguiente, para el de la nación. Se trata de un diálogo que requiere mucha ponderación y reflexión, y exige un sabio equilibrio, porque es mucho lo que está en juego. Por una parte, puede existir la tentación de refugiarse en formas de nostalgia cerrada a lo que hay de positivo en el mundo contemporáneo; por otra, existe hoy una fuerte tendencia a aceptar sin sentido crítico el sincretismo y la falta de un objetivo existencial, que son típicos de una cierta modernidad. La herencia espiritual de Georgia es una fuente de inestimable valor para afrontar los desafíos culturales del presente, porque conserva el gran tesoro de una concepción unificada y completa del hombre y de su destino. Esa herencia, y las tradiciones que surgen de ella, son un verdadero patrimonio de todos los georgianos, que hasta las piedras proclaman; basta pensar en esa gran joya que es la iglesia de Jvari, un faro de luz espiritual para vuestro país.

5. Hoy urge recuperar la visión de una unidad orgánica que abarque al hombre y toda la historia humana. Los cristianos están convencidos de que en el centro de esta unidad se halla el misterio de Cristo, el Verbo encarnado de Dios, que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes
GS 22). ¡No tengáis miedo a Cristo! La fe en él nos revela un mundo espiritual que ha inspirado y sigue inspirando las energías intelectuales y artísticas de la humanidad. Cristo nos hace libres para una creatividad auténtica, precisamente porque nos hace capaces de entrar en el misterio del amor, el amor a Dios y el amor al hombre, y, al hacerlo, nos permite apreciar y a la vez trascender la particularidad.
¡Ojalá que los hombres y las mujeres comprometidos en las artes, la ciencia, la política y la cultura pongan su creatividad al servicio de la promoción de la vida en toda su verdad, su belleza y su bondad! Esto sólo se puede hacer promoviendo una visión integral del hombre. Cuando esta visión se debilita, la dignidad humana sufre, y los bienes de la creación, destinados al bienestar y al progreso de la humanidad, tarde o temprano, se vuelven contra el hombre y contra la vida. El siglo que está llegando a su fin, con sus dolorosas experiencias de guerra, violencia, tortura y diversas formas de opresión ideológica, lo testimonia de manera muy elocuente. Al mismo tiempo, atestigua la fuerza inagotable del espíritu humano que triunfa sobre todo lo que trata de ahogar su deseo irrefrenable de verdad y libertad.


271 Queridos amigos, os expreso mis mejores deseos para vuestra obra, y pido a Dios que el jubileo de Cristo, que nos disponemos a celebrar, sea una invitación a todos los hombres de buena voluntad a colaborar en la construcción de un futuro de esperanza, una verdadera civilización del amor. Invoco sobre todos vosotros la luz y la alegría, que son dones del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.










Discursos 1999 265