Discursos 1999 271

ENCUENTO DEL SANTRO PADRE


CON LA COMUNIDAD CATÓLICA


Iglesia de San Pedro y San Pablo, Tbilisi

Martes 9 de noviembre

: Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Con gran afecto os saludo, miembros de la comunidad católica de Georgia y del Cáucaso. En particular, saludo a monseñor Giuseppe Pasotto, administrador apostólico, y a vosotros, sus "colaboradores por el reino de Dios" (cf. Col Col 4,11) en esta amada tierra. Nuestro encuentro tiene lugar en la venerable iglesia de San Pedro y San Pablo. Este edificio, la única iglesia católica que permaneció abierta en Tbilisi durante el período de la persecución, es un símbolo elocuente de la fidelidad perseverante a Cristo y de la comunión ininterrumpida con la Sede de Pedro. Demos gracias a Dios todopoderoso por la fe y la valentía que sostuvieron a la comunidad católica en esos tiempos difíciles y que prepararon el camino para su florecimiento actual. Que los apóstoles san Pedro y san Pablo, que estuvieron unidos en la proclamación del Evangelio y en el martirio, velen por esta porción de la grey del Señor y os fortalezcan ahora que debéis afrontar los desafíos de un nuevo capítulo de la historia de Georgia.

2. Dirijo un saludo particular a vosotros, mis hermanos en el sacerdocio, servidores fieles del Señor. De la misma forma que el grano de trigo cae en tierra y muere sólo para dar mucho fruto (cf. Jn Jn 12,24), así también vuestro ministerio sacerdotal, desempeñado con modestia y humildad, enriquece de forma escondida la tierra que, por la gracia de Dios, está dando ahora nuevos y abundantes frutos espirituales. Por la sagrada ordenación, habéis sido configurados sacramentalmente a Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia. Os exhorto a tener "entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Ph 2,5) y a crecer diariamente en la caridad pastoral, que brota de su sagrado Corazón y se dilata para abrazar a toda la humanidad. Ojalá que, bajo vuestra guía, la comunidad católica en Georgia, con la riqueza de sus tradiciones latina, armenia y caldea, sea para la nación signo de unidad y paz, que son dones del Señor para quienes confían en sus promesas.
También vosotros, queridos religiosos y religiosas, ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa. Consagrados al Señor, vuestro compromiso por alcanzar la caridad perfecta os lleva a prestar un generoso servicio a las personas necesitadas y a quienes, a menudo sin saberlo, buscan el reino de Dios en medio de las falsas promesas de un mundo confundido sobre los valores verdaderos. Vuestras obras educativas y caritativas manifiestan la presencia del Señor y la fuerza salvífica de su gracia. Agradezco en especial el testimonio de caridad que da todo el personal de la clínica Redemptor hominis, y la labor excepcional que realiza la Cáritas de Georgia.

3. Aliento y apoyo a los fieles laicos de esta bendita tierra de Georgia. En vuestras familias, parroquias y asociaciones celebrad vuestra fe en Cristo, y sed levadura evangélica en la sociedad de la que formáis parte. También vosotros habéis sido consagrados mediante el bautismo. También vosotros habéis sido enviados, como miembros del pueblo sacerdotal, real y profético de Dios, a testimoniar el Evangelio. Que la luz de Cristo disipe todas las sombras y tinieblas que podáis encontrar en vuestro corazón y en el mundo que os rodea. No tengáis miedo de abriros a Cristo y a la fuerza purificadora de su amor.

4. Queridos amigos, que en el umbral del tercer milenio cristiano la Iglesia en Georgia, ya sin las restricciones del pasado, mire al futuro con inmensa esperanza y trabaje por una nueva primavera del Evangelio. Que cada uno de vosotros sea testigo de la paz de Cristo, esforzándose siempre por promover la comprensión y el diálogo, especialmente con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos. Encomendando la comunidad católica del Cáucaso a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia, invoco sobre vosotros y vuestras familias abundantes bendiciones divinas.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA XLIII SEMANA SOCIAL

DE LOS CATÓLICOS ITALIANOS


"Mira que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).

1. Venerados hermanos en el episcopado; amadísimos hermanos y hermanas, hace cuatro años, en la Asamblea eclesial de Palermo, propuse a la Iglesia italiana estas palabras de la sagrada Escritura, para infundir una esperanza nueva a la comunidad cristiana y a toda la sociedad civil. El deseo de reavivar en los creyentes "el evangelio de la caridad para una nueva sociedad en Italia" suscitó entonces el propósito de caminar "con el don de la caridad dentro de la historia". Hoy, respondiendo al deseo de la Conferencia episcopal italiana, me alegra dirigirme a vosotros, participantes en la XLIII Semana social de los católicos italianos, con este mensaje, que se apoya en estas otras palabras del libro del Apocalipsis: "La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios" (Ap 21,23). Esta afirmación se refiere directamente a la Jerusalén celestial, pero el creyente sabe que también la "ciudad terrena" podrá vivir su verdadera renovación en la medida en que reciba la luz de la "ciudad de Dios".

272 En vísperas del gran jubileo del año 2000, a vosotros y a cuantos están llamados a proyectar y promover el progreso de la sociedad quisiera comunicar una gran confianza en Cristo, Señor de la historia. Sólo en él podemos "comprender plenamente al hombre, el mundo y también la Italia de hoy" (Discurso a la Asamblea eclesial de Palermo, 23 de noviembre de 1995, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). "Esta nación, que tiene una notable y, en cierto sentido, única herencia de fe, se halla afectada desde hace mucho tiempo, y hoy con especial fuerza, por corrientes culturales que ponen en peligro el fundamento mismo de esta herencia cristiana (...). Percibir la profundidad del desafío no significa dejarse vencer por el miedo" (ib., n. 2). El concilio ecuménico Vaticano II impulsó a los responsables de la sociedad, suscitando en todos la audacia del Espíritu: "La Iglesia alaba y tiene como digna de consideración la obra de aquellos que para servicio de los hombres se consagran al bien del Estado y aceptan las cargas de este deber" (Gaudium et spes GS 75).

2. Expreso mi aprecio, ante todo, por la decisión, tomada por la Conferencia episcopal y el Comité científico organizador, de convocar esta Semana social en la ciudad de Nápoles, "emblema" elocuente del sur de Italia. A este respecto, quiero recordar lo que afirmé hace cuatro años en Palermo: la gente del sur podrá ser protagonista de su propia renovación si cuenta con la solidaridad de toda la nación.

Remitiéndome nuevamente a aquella Asamblea eclesial, deseo repetir asimismo que "no hay renovación, incluso social, que no parta de la contemplación. El encuentro con Dios en la oración infunde en los entresijos de la historia una fuerza misteriosa que toca los corazones, los induce a la conversión y a la renovación, y precisamente así se convierte también en una poderosa fuerza histórica de transformación de las estructuras sociales" (Discurso a la Asamblea eclesial de Palermo, 23 de noviembre de 1995, n. 11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 8). La misma vocación europea de Italia, precisamente por su inspiración cristiana, "puede dar una contribución fundamental a la construcción de una Europa del espíritu (...) y transformar la sociedad política y económica en una casa común para todos los europeos, contribuyendo a formar una familia de naciones ejemplar" (Discurso al embajador de Italia: cf. L'Osservatore Romano, 13-14 de septiembre de 1999, p. 4).

Al primado de la dimensión espiritual se une también la prioridad de la evangelización de la cultura, terreno privilegiado donde la fe se encuentra con la existencia y la historia del hombre. Por eso, os animo a proseguir con confianza en la realización del proyecto cultural orgánico que ha elaborado la Iglesia italiana.

3. Después de un intenso período de discernimiento, en el que han colaborado los principales expertos italianos, el tema de la presente cita se ha formulado con un interrogante: "¿Qué sociedad civil para la Italia del futuro?". Se trata de un tema estimulante y urgente, en cierto modo ya anunciado en la Asamblea eclesial de Loreto: "Los cristianos vuelven a proponer una participación que es servicio y nace del amor y del interés por la sociedad civil, (...) con la voluntad de compartir la historia de los hombres" (Nota de la Conferencia episcopal italiana al concluir la Asamblea de Loreto, n. 36: Enchiridion CEI, 3, 1506)
. Cuando el Estado reconoce la existencia de un conjunto de recursos culturales y asociativos, diferentes del ámbito político y económico, que poseen una capacidad proyectiva original orientada a favorecer la convivencia armoniosa, se abre el camino a una consecución eficaz del bien común. De igual modo, cuando se valoran orgánicamente las asociaciones de ciudadanos que libremente se movilizan con iniciativas de apoyo recíproco y de cooperación, se ponen las premisas para una convivencia armoniosa y fecunda. La aceptación de los principios éticos en los que se funda la convivencia civil y, en particular, el respeto sincero del principio de subsidiariedad, constituyen las condiciones para una nueva maduración del espíritu público y de la conciencia cívica de todos los ciudadanos.

Es motivo de consuelo constatar que existe una profunda levadura en la sociedad civil, que nace de la acción de muchas asociaciones familiares preocupadas por manifestar el influjo decisivo de la familia en las opciones sociales y políticas. A esta levadura contribuye también el compromiso de multitud de grupos y movimientos que se dedican de diferentes modos a la promoción de los derechos y los deberes civiles.

Por otra parte, son dignas de elogio las iniciativas encaminadas a la salvaguardia de la creación, a la mejora de la calidad de la vida, a la obra del voluntariado en todas sus expresiones de servicio, a la formación cultural y empresarial, y al progreso de la participación democrática en el territorio. Son movimientos que actúan desde abajo y contribuyen al creciente dinamismo de la "economía social", llamada también "sector terciario", constituyendo un vasto y variado archipiélago de formaciones sociales de voluntarios.
Estos fenómenos pueden calificarse como una especie de "tesoro" de la sociedad civil, porque son el lugar privilegiado para la elaboración y la actualización de los valores.

4. La "llave" que debería abrir a la sociedad civil la puerta de la sociedad política es el principio de subsidiariedad. Mi predecesor, el Papa Pío XI, lo definió con clarividencia "principio importantísimo de la filosofía social", mostrando que "como no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo (...) quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer". En efecto, "toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos" (Quadragesimo anno, 79). Si la autoridad suprema del Estado respeta y valora plenamente la acción de las comunidades menores, entonces podrá "realizar más libre, más firme y más eficazmente todo aquello que es de su exclusiva competencia, en cuanto que sólo él puede realizar" (ib., 80).

El magisterio pontificio ha confirmado siempre la validez del principio de subsidiariedad. El concilio Vaticano II expresó el deseo de que todos los ciudadanos tengan "la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno del Estado y en la determinación de los campos y límites de las diferentes instituciones" (Gaudium et spes GS 75). Por eso, "reconózcanse, respétense y promuévanse los derechos de todas las personas, familias y grupos, así como su ejercicio, juntamente con los deberes que obligan a todos los ciudadanos" (ib.). El Concilio advierte de forma explícita: "Los gobernantes deben procurar no poner obstáculos a los grupos familiares, sociales o culturales, los cuerpos o las instituciones intermedias, y no privarlos de su acción legítima y eficaz, la cual procuren más bien promover de buen grado y ordenadamente" (ib.).

273 También yo he recordado estos principios en varias ocasiones, sobre todo en la encíclica Centesimus annus, poniendo de relieve que el Estado debe crear las condiciones favorables para el libre ejercicio de la actividad económica, y que un grupo social de orden superior no debe interferir en la vida interna de uno de orden inferior, privándolo de sus competencias; por el contrario, debe sostenerlo en caso de necesidad y ayudarlo a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con vistas al bien común (cf. nn. 15 y 48)
. 5. El gran jubileo del año 2000 representa para la Semana social un fuerte estímulo a la reflexión sobre la contribución que hay que dar a las expectativas de la población italiana y a la misma misión de la Iglesia en la evangelización de los pobres. En efecto, es evidente que "el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del jubileo" (Tertio millennio adveniente
TMA 51). Para poner en práctica esto, en la bula Incarnationis mysterium de convocación del Año santo escribí que una de las finalidades del jubileo es contribuir a crear "un modelo de economía al servicio de cada persona" (n. 12).
Muchas veces he abordado el tema de la globalización, gran signo de nuestros tiempos. En la encíclica Centesimus annus invité a todos los responsables a promover "órganos internacionales de control y de guía válidos, que orienten la economía hacia el bien común" (n. 58). Recientemente he sugerido la elaboración de "códigos éticos" e "instrumentos jurídicos" para "afrontar las situaciones cruciales" a fin de eliminar el antiguo drama por el que siempre "los más débiles son los primeros en pagar" (Discurso a la Fundación "Centesimus annus, pro Pontifice", 11 de septiembre de 1999, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de septiembre de 1999, p. 8).
Por su vocación, los cristianos están llamados a hallar maneras adecuadas de cumplir este deber de la justicia social, que pueden compartir todos los hombres que ponen en el centro de cualquier proyecto político a la persona humana y el bien común. También en el campo financiero y administrativo es necesario "tener siempre como objetivo no violar jamás la dignidad del hombre, construyendo con este fin estructuras y sistemas que favorezcan la justicia y la solidaridad para el bien de todos" (ib., 3). La globalización misma "tendrá efectos muy positivos si se apoya en un fuerte sentido del valor absoluto de la dignidad de todas las personas humanas y del principio según el cual los bienes de la tierra están destinados a todos". Por tanto, "es muy oportuno apoyar y fomentar los proyectos de finanzas éticas, de microcrédito y de comercio equitativo y solidario, que están al alcance de todos y poseen también un valor pedagógico positivo, orientado a la corresponsabilidad global" (ib., 4).

6. El núcleo de la sociedad es la familia.Fundada en el matrimonio, es comunidad estable, santuario del amor y de la vida, célula esencial del organismo social. De la "salud" de la familia depende la salud de la sociedad. Todos los animadores de la vida pública deben colaborar con miras al bien de la institución familiar. Para las autoridades civiles se trata de un deber sagrado, que implica la tutela de la altísima misión de los padres.

La defensa de la dignidad humana desde la concepción, principio fundamental del derecho natural, "espera de la legislación positiva del Estado el pleno reconocimiento que deriva de la convicción de que en la maternidad reside un valor indiscutible para la persona y para toda la sociedad" (Discurso al embajador de Italia: L'Osservatore Romano, 13-14 de septiembre de 1999, p. 4).

El futuro de la sociedad se apoya, sobre todo, en la juventud. "En la educación de las generaciones jóvenes la experiencia religiosa de la nación italiana puede enorgullecerse de una genialidad creativa de instituciones escolares, en gran parte orientadas a los más necesitados, que merece respeto y apoyo mediante la efectiva igualdad jurídica y económica entre escuelas estatales y no estatales. (...) En nombre de mi particular solicitud por las generaciones jóvenes, me siento impulsado a pedir a todos los componentes de la sociedad italiana un esfuerzo concorde para superar obstáculos y tardanzas, y llegar a asegurar a las nuevas generaciones el trabajo que libera la personalidad y enriquece la convivencia civil" (ib.). Por desgracia, en el mundo de los jóvenes la plaga del desempleo ha llegado a ser una situación inhumana, que sólo una inteligente y tenaz acción de justicia puede resolver.

La Iglesia, ya desde sus orígenes, y en la edad contemporánea a partir de la encíclica Rerum novarum, ha proclamado y puesto en práctica la opción preferencial por los pobres, considerándola una "forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana" (Centesimus annus CA 11 cf. Sollicitudo rei socialis, SRS 42). Sigo con preocupación los datos que muestran cómo va ensanchándose también en Italia la brecha entre ricos y pobres, y cómo va extendiéndose y diversificándose la condición de pobreza. Estos datos se deben a fenómenos complejos y, en parte, externos al país. Pero no es lícito resignarse a ellos; al contrario, es preciso responder con un renovado compromiso en favor de la solidaridad y la justicia, buscando caminos nuevos que permitan armonizar las exigencias económicas con las sociales.

7. Queridos hermanos, la fe viva impulsa al compromiso de construir el bien común en la sociedad. La certeza sobrenatural de que "nada es imposible para Dios", se convierte en confianza humana de que en el mundo es posible la justicia. La Eucaristía constituye para los cristianos la fuente inagotable de energía, también para el servicio social y político. El Pan del cielo es don de Dios para el cuerpo y para el espíritu. El Evangelio es luz que ilumina la convivencia humana con el amor divino.

"Bienaventurados" son hoy y siempre "los que tienen hambre y sed de justicia" (Mt 5,6), aunque su compromiso generoso pueda costarles la persecución (cf. Mt Mt 5,10). El político cristiano deberá actuar constantemente a la luz de esta certeza, tratando de reavivar en sí el espíritu de servicio que, junto con la necesaria competencia y eficiencia, puede hacer transparente y coherente su actividad (cf. Christifideles laici CL 42). Sabe bien que "la caridad que ama y sirve a la persona jamás puede separarse de la justicia. (...) Los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos que están íntimamente relacionados con la misma actividad política, como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada al bien de todos, el estilo sencillo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos" (ib.).

En Italia, mi "segunda patria", no puedo menos de expresar el deseo de que la sociedad civil esté cada vez más impulsada por la tradición y la cultura cristianas. La caridad practicada en la justicia suscitará en la comunidad la armonía de la concordia, que san Agustín considera la respuesta más elevada del evangelio de Cristo a las aspiraciones de la humanidad: "¿Qué es una comunidad de ciudadanos sino una multitud de personas unidas entre sí por el vínculo de la concordia? (...) En el Estado, lo que los músicos llaman armonía, es la concordia: la concordia cívica no puede existir sin la justicia" (Ep 138, 2, 10; cf. De Civ. Dei, 2, 21, 1).

274 Éste es el deseo, unido a la oración, que formulo para la amada nación italiana, a la vez que os envío de corazón a todos vosotros, que la servís en nombre de Cristo, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 10 de noviembre de 1999







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


Al venerado hermano
cardenal EDWARD I. CASSIDY
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción
de la unidad de los cristianos

Me alegra de modo particular enviar mi saludo a los ilustres representantes de las Iglesias y confesiones cristianas que participan en el congreso "Iglesias hermanas, pueblos hermanos". Dicho encuentro sigue idealmente las huellas del de Asís, que continúa dando valiosos frutos de paz y diálogo tanto entre los cristianos como entre los miembros de las grandes religiones del mundo. Doy las gracias a la comunidad de San Egidio, que con valentía y audacia apoya esta singular peregrinación, que sigue recorriendo diversas ciudades del mundo para que los hombres y las mujeres descubran que son hermanos y hermanas, miembros de la misma familia humana.

En la Asamblea interreligiosa que tuvo lugar el pasado mes de octubre en el Vaticano, dirigiéndome a los cristianos, les dije: "Los cristianos creemos que esta esperanza es un don del Espíritu Santo, que nos llama a ensanchar nuestros horizontes, a buscar, por encima de nuestras necesidades personales y de las de nuestras comunidades particulares, la unidad de toda la familia humana. (...) De esta convicción brotan la compasión y la generosidad, la humildad y la modestia, la valentía y la perseverancia. La humanidad necesita hoy más que nunca estas cualidades, mientras se encamina hacia el nuevo milenio" (28 de octubre de 1999, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de noviembre de 1999, p. 6). Por eso, me alegra especialmente que en Génova se celebre esa asamblea de cristianos con el propósito de reflexionar, rezar y reforzar el compromiso de proseguir por el camino de la unidad.

Quisiera saludar, en primer lugar, a los patriarcas y a los representantes de las diversas Iglesias de Oriente que están reunidos allí. Su presencia, así como la de los representantes de la Iglesia católica, es motivo de consuelo y estímulo para todos. Me uno de buen grado a la oración y a los sentimientos fraternos que vibran en el corazón de cada uno y, al mismo tiempo, doy gracias a Dios por los frutos que el diálogo ecuménico ha dado durante estos últimos años. En la encíclica Ut unum sint, refiriéndome en particular al siglo que está a punto de terminar, afirmé que "es la primera vez en la historia que la acción en favor de la unidad de los cristianos ha adquirido proporciones tan grandes y se ha extendido a un ámbito tan amplio" (n. 41). Sucede que "los cristianos pertenecientes a una confesión ya no consideran a los demás cristianos como enemigos o extranjeros, sino que ven en ellos a hermanos y hermanas" (n. 42).

En efecto, la fraternidad recuperada entre los cristianos es uno de los frutos más valiosos del diálogo ecuménico. Ciertamente, como canta el salmista, nos hace gustar la alegría de los hermanos que habitan todos juntos (cf. Sal Ps 133,1), pero también nos hace más conscientes de la gravedad del pecado de la división, escándalo para nosotros y para el mundo. Por tanto, no podemos retrasar el paso hacia la unidad de las Iglesias. En efecto, todo retraso no sólo amenaza con disminuir la alegría fraterna, sino también con hacernos cómplices de las divisiones que se agravan en muchas partes del mundo. Cuanto más se refuerza la fraternidad entre las Iglesias, tanto más se ayuda a los pueblos a reconocerse como hermanos. En efecto, la fraternidad es una energía que supera todos los confines y da sus frutos a todo el género humano.

275 Con este espíritu, que he definido como el "espíritu de Asís" deseo saludarlo a usted, señor cardenal, pidiéndole que transmita mi recuerdo afectuoso a la amada archidiócesis genovesa y a su arzobispo, el cardenal Dionigi Tettamanzi, así como a la comunidad de San Egidio, que ha organizado conjuntamente ese encuentro. Dirijo, asimismo, un cordial saludo a todos los participantes, asegurándoles mi recuerdo en la oración, para que en el amor fraterno crucemos el umbral del nuevo siglo como servidores de Cristo y de su Evangelio. Acompaño estos deseos con la bendición apostólica.

Vaticano, 11 de noviembre de 1999










A LAS RELIGIOSAS CAPITULARES FRANCISCANAS


DE LA PENITENCIA Y DE LA CARIDAD CRISTIANA


Lunes, 15 de noviembre de 1999


Queridas hermanas:

Con afecto en el Señor os saludo, religiosas Franciscanas de la Penitencia y de la Caridad Cristiana, con ocasión de vuestro capítulo general. Saludo cordialmente, en particular, a la madre Cristina Pecoraro, vuestra superiora general, y a las religiosas que participan en el capítulo. Os aseguro a todas mi cercanía en la oración durante estos días en que tratáis de discernir, con oración y reflexión, el camino más adecuado para afrontar los desafíos actuales, confiando en el poder de la gracia de Dios para crear un futuro de esperanza y renovar todas las cosas en Cristo.

El tema que habéis elegido para vuestro capítulo, "Apoyadas en Dios", refleja vuestro compromiso de construir sobre la rica herencia espiritual de vuestra fundadora, la madre Magdalena Daemen, que inspiró el testimonio de consagración religiosa y de compromiso misionero de generaciones de hermanas en Holanda, Alemania, Polonia, Indonesia, Brasil y Estados Unidos. La fecundidad de ese carisma fundacional sigue siendo evidente hoy en las misiones más recientes de vuestra congregación en Tanzania, Libia, México, Guatemala, Irian Jaya (Indonesia) y Timor oriental y occidental. No podemos menos de ver, en el corazón de este notable "movimiento" espiritual y apostólico, a la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien la madre Magdalena conoció y amó ya desde sus primeros años. Cristo es quien os ha elegido a cada una de vosotras (cf. Jn Jn 15,16) y os ha enviado, con la fuerza del Espíritu Santo, para que deis fruto y hagáis crecer su reino. Toda misión tiene su última fuente en el movimiento de la gracia de Dios en nuestro corazón; todo apostolado se inspira y se funda, en última instancia, en la llamada de Cristo a ser sus discípulos.

Por esta razón, os animo, como auténticas hijas de san Francisco, a promover en cada aspecto de la vida de vuestra congregación el empeño de conversión, penitencia, oración intensa y contemplación como base para vuestra presencia y misión en el mundo. "Apoyadas en Dios", sed canales de su paz en un mundo a menudo trágicamente afligido por conflictos, divisiones e injusticias.

Vuestro capítulo tiene lugar, de modo muy significativo, en vísperas de la celebración por parte de la Iglesia del gran jubileo, que debe darle "una conciencia nueva de la misión salvífica recibida de Cristo" (Tertio millennio adveniente TMA 21). De hecho, un momento significativo del capítulo general será una peregrinación a Greccio, localidad donde san Francisco proclamó el misterio de la encarnación de Cristo en toda su sencillez y resplandeciente belleza. Ojalá que la luz de Cristo y la alegría del gran jubileo infundan en vuestro corazón la esperanza durante estos días de discernimiento y decisiones, y susciten en todas las religiosas Franciscanas de la Penitencia y de la Caridad Cristiana un renovado compromiso en favor de la misión de la congregación. Ojalá que, mientras os esforzáis por responder a las necesidades de las numerosas personas que encontráis en vuestros diferentes apostolados, irradiéis como san Francisco la "paz de Dios que supera todo conocimiento" (Ph 4,7) e invita al corazón humano, en medio del rumor y de las distracciones del mundo, a conocer y amar a Jesucristo y a vivir en la justicia y la paz, como hijos amados por Dios. Al ser congregación internacional, vuestro testimonio de caridad fraterna y respeto a los demás, vuestro compromiso en favor de la justicia, la promoción de los derechos del hombre y de su dignidad humana, la educación y la asistencia sanitaria, pueden ser un fuerte signo de la presencia del reino universal de Cristo y de su infinita gracia reconciliadora. De un modo muy especial, vuestras hermanas ancianas, que representan un recurso tan rico en espiritualidad y sabiduría en medio de vosotras, pueden ser un ejemplo y, con sus oraciones y sacrificios, una fuente de inmensa gracia y fecundidad espiritual en el cumplimiento de la misión de la congregación en esta generación.

Queridas hermanas, sabemos que "la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad" (Vita consecrata VC 78). Mientras vuestro capítulo general se esfuerza por fomentar en la vida de cada hermana y de toda la congregación una fidelidad plena al carisma fundacional y una unión cada vez más profunda de mente y corazón con la Iglesia universal, pido a Dios que todas experimentéis la renovación interior que es fundamento y garantía de fecundidad en el apostolado. Invocando sobre vosotras la luz y la fuerza del Espíritu Santo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en nuestro Señor Jesucristo.










AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE ALEMANIA


EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 15 de noviembre de 1999


. Señor cardenal;
276 queridos hermanos en el episcopado:

1. Bienvenidos a la casa del Obispo de Roma, que os recibe con gran alegría por el vínculo de comunión que une a todos los pastores como sucesores del Colegio apostólico, reunido en torno a Pedro. El objetivo principal de vuestra peregrinación a las tumbas de los príncipes de los Apóstoles, san Pedro y san Pablo, es reavivar en vosotros la gracia del ministerio episcopal y el compromiso de vuestra misión pastoral. A mí, como Sucesor de Pedro, me corresponde la tarea de confirmaros en la fe y en vuestro servicio apostólico (cf. Lc
Lc 22,32). Al mismo tiempo, por medio de vosotros, quiero asegurar mi cercanía espiritual también a los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos de las Iglesias particulares que se os han encomendado: "Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,5-6).

2. Vuestra visita ad limina tiene lugar en un momento particular. Ahora que faltan sólo pocas semanas para el inicio del tercer milenio, estos días nos traen a la memoria los acontecimientos extraordinarios que hace diez años marcaron un "cambio histórico" en vuestra patria. Se derrumbó el muro de Berlín. Se quitó el alambre de púas y quedaron abiertas las puertas. La Puerta de Brandeburgo, durante decenios símbolo de la separación, volvió a ser, como antes, símbolo de la Alemania unificada. Queridos hermanos, pastores de las diócesis de los estados viejos y nuevos, al veros a todos unidos a mi alrededor durante estos días de vuestra visita ad limina, doy gracias a Dios, que con su providencia gobierna la historia, y repito las palabras del salmista: "¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!" (Ps 133,1)
. La importancia del momento histórico que estamos viviendo me impulsa a proponer como tema de esta visita ad limina un argumento de fondo: la Iglesia que "es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1). Reservando la exposición de otros aspectos de este tema para los otros dos grupos de vuestros hermanos en el episcopado, quisiera considerar hoy con vosotros el ambiente en que está insertada actualmente la Iglesia en vuestra patria como "casa de Dios en medio de los hombres" (cf. 1Tm 3,15 Ap 21,3). La realidad social es ciertamente demasiado compleja como para ilustrarla en pocas palabras. Debemos contentarnos con algunas líneas esenciales para comprender todo el conjunto.

3. Después de la "revolución de terciopelo" que, hace diez años, sin derramamiento de sangre, abrió el camino a la libertad, han nacido grandes esperanzas. Por aquel entonces todos hablaban de "campos florecidos". Pero muchos de los que soñaban con los ojos abiertos hoy deben contentarse con lo indispensable para una existencia aceptablemente serena. Habéis respondido con valentía a los desafíos de este último decenio y seguís ayudando, con vuestra palabra y vuestra acción, a las personas que desean construir su existencia sobre una base segura. Por eso, os expreso mi sincera gratitud a vosotros y a todos los que os sostienen en vuestro compromiso, no siempre fácil.

Me congratulo con vosotros por todo el bien que la Iglesia en Alemania está haciendo con su presencia y su trabajo en la sociedad civil, en la vida política y en el ámbito caritativo, y también con su generosa contribución económica, donde hay necesidad. Como un ejemplo, entre muchos otros, quisiera recordar aquí el importante servicio que los consultorios de la Iglesia prestan en numerosos campos, especialmente ayudando a las mujeres embarazadas que se encuentran en una situación de dificultad. Observo también la actitud de fidelidad generosa con que la Unión de las diócesis de Alemania, a pesar de las dificultades de la situación económica, apoya el ministerio pastoral del Obispo de Roma al servicio de la Iglesia universal. Mi pensamiento se dirige también a la ciudad de Berlín, la capital, donde ha sido posible, contando con vuestra ayuda, construir una sede adecuada para el representante pontificio. Esos hechos demuestran que vuestro corazón vibra por el Sucesor de Pedro, que es "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles" (Lumen gentium LG 23). Teniendo presente una convicción tan firme, es posible alimentar la certeza de que también en el futuro la casa de Dios, que es la Iglesia en Alemania, seguirá fundada sólidamente sobre roca.

4. Los habitantes de vuestro país viven en el marco de la así llamada "sociedad de consumo", donde gran parte de la población se encuentra en una situación de bienestar material jamás conocida antes. Se trata indudablemente de una conquista, que, sin embargo, presenta aspectos negativos. Después del "cambio histórico", especialmente en los nuevos estados federales, se puede hablar incluso de "impacto consumista". Para reactivar la economía, se han suscitado muchas necesidades hasta ahora desconocidas, que se refuerzan continuamente mediante una intensa publicidad, cuyo objetivo es convencer a la gente de que siempre puede tenerlo todo.
Los bienes materiales se destacan con tal insistencia, que a menudo ahogan cualquier deseo de valores religiosos y morales. Pero, con el paso del tiempo, si el alma se queda sin alimento y sólo las manos están llenas, el hombre experimenta el vacío: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4 cf. Dt Dt 8,3).

En este marco, quisiera expresar mi preocupación con respecto al significado del domingo, que corre el peligro de resultar cada vez más vacío. Aprecio vuestras iniciativas encaminadas a salvaguardar el domingo como día del Señor y día del hombre. En la carta apostólica Dies Domini ilustré ampliamente estas dimensiones. Además, no puedo menos de mencionar vuestra declaración programática sobre la situación económica y social de Alemania, elaborada después de un amplio proceso de consulta con las comunidades eclesiales evangélicas, y que ha tenido gran eco en la opinión pública. En esa tarea os inspiró un pensamiento, que es también una convicción mía: el hombre, en cuanto persona, no debe ser arrollado por los intereses económicos. Se trata de un peligro real, porque la sociedad de consumo, donde a menudo se afirma que Dios ha muerto, ha creado numerosos ídolos, entre los que sobresale el ídolo de la ganancia a toda costa.

5. Otro fenómeno del mundo que os rodea son los medios de comunicación social. En la red de los modernos medios de comunicación las noticias pueden propagarse a todo el mundo en tiempo real. A menudo el hombre no sólo recibe información, sino que en cierto modo también se siente ahogado por ella, y ya no es capaz de controlar, valorar y seleccionar las noticias. En consecuencia, se queda solo, angustiado y desorientado, porque en la sociedad pluralista se habla abiertamente de todo lo novedoso y sensacional. Ciertamente, existen también programas informativos y espectáculos de valor, que merecen aprecio; pero es necesario educar para una madurez crítica capaz de seleccionar sabiamente.

Por eso, la sociedad de la información representa un desafío para los pastores. Es preciso comprometerse, por un lado, a hacer crecer en las personas la madurez crítica que he mencionado, y, por otro, a promover una mejor calidad de las noticias. La Iglesia está llamada a "evangelizar" también los medios de comunicación social. Si se utilizan bien, pueden convertirse para los pastores en una especie de púlpito. Hay que elegir atentamente a los hombres y mujeres encargados de hacer resonar la voz de la Iglesia en los comités y consejos de la radio y la televisión. Procurad apoyar a los jóvenes que desean servir a la verdad en el mundo del periodismo.

277 La experiencia diaria enseña que la Iglesia es un tema atractivo para muchos periodistas. Es oportuno no subestimar este dato. Por consiguiente, sería conveniente no rechazar en principio sus propuestas, sino mostrarse siempre "dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3,15). Sin embargo, esto no excluye el deber de una razonable reserva, impuesta tanto por las exigencias del respeto recíproco como por la necesidad de una reflexión serena sobre el problema que se ha de examinar. Por eso, es preciso valorar atentamente, caso por caso, si es oportuno ponerse ante las cámaras de televisión y los micrófonos.

6. Vuestra misión de pastores, venerados hermanos, se realiza en una sociedad cada vez más laicista, donde los valores religiosos no tienen gran importancia. Muchos viven como si Dios no existiera. A la secularización económica del siglo XIX ha seguido, en este siglo que está a punto de terminar, una ola de secularización intelectual, cuyo final no se vislumbra. En vuestro país este proceso se ha acelerado también a causa de la unificación. Este diagnóstico encuentra hoy muchas confirmaciones: la Alemania reunificada no es más protestante que antes, como se pensaba al principio, sino simplemente menos cristiana. Parece que se está rompiendo el consenso fundamental sobre los valores cristianos como base de la sociedad. La Iglesia debe interrogarse sobre su propio papel en una sociedad donde la referencia a Dios es cada vez menos frecuente, porque en muchos ambientes ya no hay lugar para él.

Este desafío os afecta en particular a vosotros, queridos hermanos. Conozco el significativo papel histórico y cultural que la Iglesia ha desempeñado y desempeña en Alemania: se ha expresado también en una particular forma jurídica y, últimamente, en los acuerdos entre la Santa Sede y los nuevos estados federales. Por una parte, aprecio mucho esta gran herencia, que hay que salvaguardar; por otra, comprendo bien vuestro sufrimiento por las numerosas defecciones de fieles y, en consecuencia, por la menor influencia de la Iglesia en la vida de la sociedad civil. Asimismo, sé que os preguntáis si pueden conservarse efectivamente los derechos y deberes que competen a la Iglesia en vuestro país. Esta tensión se siente también en el ámbito de las parroquias, donde los sacerdotes, los diáconos y los colaboradores pastorales se ven obligados a veces a realizar "malabarismos": por un lado, están llamados a proporcionar un amplio "servicio pastoral" a una mayoría en parte indiferente; y, por otro, deben dedicarse con oportuna solicitud pastoral a la "Iglesia de los llamados o decididos", es decir, a los que efectivamente desean seguir a Jesús.
Éste no es un nudo gordiano, que simplemente se corta. Más bien, hay que deshacerlo con paciencia mediante la oración asidua, la reflexión sincera y la programación de pequeños pasos valientes, que hagan creíble en vuestra patria el testimonio que la Iglesia da del esplendor de la verdad. Para afrontar el desafío de la sociedad laica, la alternativa verdadera no consiste en refugiarse en el "pequeño rebaño" (Lc 12,32). Por el contrario, hay que disponerse al diálogo, esto es, a la confrontación crítica y razonable, manteniendo las tensiones que momentáneamente no puedan resolverse. Apartarse de la sociedad no es una solución evangélica. Se debe hacer uso de la palabra a tiempo y a destiempo (cf. 2Tm 4,2). Intervenid cuando haya que defender a Dios y al hombre. No sois del mundo, pero no os apartéis de él (cf. Jn Jn 15,19). Una sociedad laica, donde es cada vez mayor el silencio sobre Dios, necesita vuestra voz.

7. Los condicionamientos actuales de la Iglesia en Alemania no deben identificarse simplemente con un ambiente agnóstico de indiferencia religiosa. Aunque haya sido excluido o silenciado, Dios está presente; y el deseo de él está siempre vivo en el corazón de muchos. En efecto, el hombre no se contenta sólo con lo que es humano, sino que también busca una verdad que lo trasciende, porque advierte, aunque de modo confuso, que en ella radica el sentido de su vida. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, a quien el año pasado inscribí en el catálogo de los santos y, con ocasión de la reciente Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, declaré copatrona de Europa, expresó esta intuición en una fórmula de singular eficacia: "Quien busca la verdad, busca a Dios, incluso sin saberlo". La respuesta a la cuestión de Dios es la gran ocasión favorable de la Iglesia. Por tanto, que las puertas de la Iglesia se abran a todos los que buscan sinceramente a Dios. Quien pide a la Iglesia la verdad, tiene derecho a esperar que le exponga auténtica e íntegramente la palabra de Dios escrita o transmitida (cf. Dei Verbum DV 10). Así, la búsqueda de la verdad se ve libre de los peligros de una religiosidad indeterminada, irracional y sincretista, y la Iglesia del Dios vivo se revela como "columna y fundamento de la verdad" (1Tm 3,15).

A la verdad de la fe debe corresponder la coherencia de la vida. Con sus múltiples actividades, la Iglesia está indudablemente presente en muchos y diversos ámbitos de la sociedad civil de vuestro país. Dicho compromiso es apreciado también por sectores ajenos a la Iglesia. Pero, para que ese trabajo no ofusque la verdadera y auténtica misión eclesial, os pido que examinéis y, si fuera necesario, reforcéis la índole de las instituciones que actúan en nombre de la Iglesia. El amor puramente horizontal al prójimo siempre está llamado a cruzarse con el amor vertical que se eleva hacia Dios. En efecto, la cruz no es sólo un adorno que los obispos llevamos sobre el pecho; es, ante todo, el signo característico, el gran distintivo de nuestro perfil cristiano. Por tanto, en las casas de las instituciones católicas la cruz debe ser algo más que un elemento decorativo o un adorno. Debe ser el signo distintivo del incansable celo de numerosos colaboradores y colaboradoras eclesiales en el campo social, educativo y cultural. Bajo los brazos de la cruz florece la "cultura de la vida", que acoge en particular a las personas marginadas, especialmente a los niños por nacer y a los moribundos. Por consiguiente, hay que fomentar con todos los medios a disposición la formación espiritual y moral del personal de las instituciones eclesiásticas o dependientes de la Iglesia. La auténtica solidaridad entre los hombres exige un sólido fundamento en Dios, quien, precisamente mediante su Hijo enviado a la tierra, se manifestó como celoso "Señor que ama la vida" (Sg 11,26).

8. Queridos hermanos, no quisiera terminar esta reflexión sin haceros una confidencia. Durante mi pontificado, hasta ahora, he podido visitar tres veces vuestra amada patria. Entre los numerosos y conmovedores recuerdos, se ha grabado en mi memoria con particular intensidad un himno a la Iglesia, que los fieles cantaban con fervor: "Una casa gloriosa se extiende en nuestro país...". Este himno expresa la alegría y el afecto por la Iglesia, y también el orgullo de pertenecer a ella, que distingue aún hoy a un gran número de fieles en Alemania. Tengo ante mis ojos a los sacerdotes, a los diáconos y a los religiosos, que sostienen a la Iglesia con el testimonio de su servicio y de su vida consagrada. Pienso en los numerosos hombres y mujeres que viven su vocación de fieles laicos, colaborando en una misión oficial o como voluntarios en la cura de almas o en los consejos administrativos y parroquiales. Quiero recordar también a las asociaciones eclesiales, algunas de las cuales son muy antiguas, semejantes a árboles majestuosos, y a los nuevos movimientos espirituales, que, en parte, son aún plantitas delicadas. De modo especial, quisiera recordar a los fieles que oran en silencio, animando la acción de la Iglesia. Llevad a todos mis más cordiales saludos. A los jóvenes, en particular, transmitidles mi invitación para la Jornada mundial de la juventud del año 2000: ¡el Papa los espera!

9. Con respecto a vosotros y a todos los católicos de vuestro país, tengo la misma esperanza que manifestó san Pedro: "También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, (...) que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1P 2,5 1P 2,9). Por intercesión de María, que como domus aurea es modelo de la Iglesia, espero que la Iglesia en Alemania llegue a ser cada vez más, también en el nuevo milenio, como cantáis en vuestro hermoso himno, "una casa gloriosa que se extiende en nuestro país".

Con estos sentimientos y estas esperanzas, os imparto de corazón a vosotros, y a todos los que están encomendados a vuestro cuidado pastoral, la bendición apostólica.










Discursos 1999 271