Discursos 1999 277


EN LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE


CON MOTIVO DE LA APERTURA DEL AÑO ACADÉMICO


Y LA BENDICIÓN DE LOS NUEVOS LOCALES


16 de noviembre de 1999

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278 Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres profesores; amadísimos alumnos:

1. He aceptado con mucho gusto la invitación para presidir la solemne apertura del año académico y reunirme con cuantos, con diferentes funciones, forman parte de la gran familia universitaria lateranense. Gracias por vuestra cariñosa acogida. Gracias por este renovado testimonio de fidelidad y devoción al Sucesor de Pedro.

Mi cordial saludo va, ante todo, al cardenal Camillo Ruini, gran canciller de esta universidad. Saludo, a los señores cardenales y a los obispos presentes, así como al rector magnífico, monseñor Angelo Scola, a quien agradezco las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de toda la comunidad universitaria.

Mi saludo cordial se dirige también a los señores embajadores, a los rectores magníficos de las universidades eclesiásticas y civiles, a los rectores de los seminarios y de los colegios, a los patrocinadores y a los bienhechores que participan en este solemne acto académico.

Por último, deseo dirigirme con afecto especial a vosotros, ilustres profesores y queridos alumnos, que os dedicáis diariamente con empeño a la investigación exaltante y ardua de la verdad. Vuestro compromiso puede beneficiarse hoy de las nuevas aulas que acabo de bendecir, de las reformas del estatuto recientemente aprobadas y de la gestión técnico-administrativa actualizada, que aseguran a la Pontificia Universidad Lateranense y al Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia un gobierno y una red de servicios profundamente unitarios, respetando la autonomía de las dos instituciones y su vocación académica que se realiza en la ciudad de Roma pero tiene una dimensión universal.

2. Reflexionar en los orígenes de esta universidad equivale a releer una página de la historia misma de la Iglesia que, como es sabido, ha sido promotora de los más antiguos ateneos europeos.
En la época moderna, la reforma iluminista de la universidad quiso dar una respuesta a los interrogantes esenciales sobre el hombre y su destino, prescindiendo de la Revelación. En muchos casos, la misma teología ha sido expulsada, por decirlo así, de la institución académica, después de haber sido su centro durante siglos.
Sin embargo, parece que en el actual marco cultural la reducción de las pretensiones exclusivistas de la razón y la comprobada aridez del relativismo agnóstico ponen de nuevo en el centro de la atención universitaria la investigación sobre la totalidad del humanum.
Como herederas legítimas de la tradición académica de las escuelas medievales, las universidades "eclesiásticas" están llamadas a ser protagonistas de este despertar, mediante una fecunda colaboración con numerosos investigadores del mundo universitario, especialmente católico.

279 3. Esta renovada atención al hombre en su nexo intrínseco con el ser y con la pregunta sobre Dios abre nuestra mirada a las tareas propias de las facultades y los institutos que forman parte de la Universidad Lateranense.
La facultad de teología está llamada a ocuparse de la incesante aspiración del intellectus fidei a penetrar cada vez más profundamente en el misterio de Dios, y a proponerlo en la "lengua" de la generación actual.
La facultad de filosofía se confronta, por un lado, con el desarrollo continuo de las ciencias de la naturaleza y del hombre, y, por otro, con la pérdida de un nivel superior de reflexión, relacionado tanto con la filosofía del hombre como con la metafísica (cf. Fides et ratio
FR 83), y a partir del cual pueden recapitularse, ordenarse e integrarse los demás grados de la experiencia y del conocimiento, para abrirse después al diálogo fecundo con la fe.
El Instituto pontificio "Utriusque iuris", con su singular fisonomía científica, alimentada por una visión articulada de la historia de los derechos, está llamado a motivar nuevamente los principios del ordenamiento jurídico canónico y civil con la colaboración de estas "dos manos" de su saber.
El Instituto pontificio de pastoral "Redemptor hominis", que desde hace algunos años dedica particular atención a la doctrina social de la Iglesia, deberá reflexionar sobre la urgencia de una acción eclesial eficaz para lograr que en los ambientes religiosos, culturales, sociales, políticos y económicos se acepte la verdad central reafirmada por el concilio Vaticano II, es decir, que el hombre es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (Gaudium et spes GS 24).
Por último, deseo subrayar una vez más la importancia de la investigación del designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia, que se realiza en el Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, que recordé también con ocasión del reciente encuentro con el claustro de profesores de todas sus secciones internacionales (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de septiembre de 1999, p. 7).

4. Para responder a esos desafíos es necesaria la colaboración de todos los componentes universitarios, incluidas las realidades académicas que, en los diversos continentes, están unidas de varias maneras a la Universidad Lateranense. Por medio de ellas, vuestro ateneo contribuye a trazar de nuevo los confines ideales y efectivos de la universidad del tercer milenio, que se irradia, más allá del continente europeo, a todo el mundo. Del mismo modo que la Universitas medieval participó en la formación de la identidad europea, así también la universidad del tercer milenio está llamada a hacer que aumente la nueva conciencia de pertenencia a la entera familia humana de hombres y pueblos.
En esa labor, vuestra tarea específica consistirá en testimoniar que esa conciencia se funda en Jesucristo, que es el alfa y la omega, la raíz y el brote, el principio y el fin.

5. Queridos profesores y alumnos de la Alma Mater Lateranensis, que tiene el honor y la responsabilidad de ser de modo especial la Universidad del Papa, preocupaos siempre por la unidad creativa y dinámica entre fe e intellectus fidei. Como recuerda san Anselmo, está expuesta al drama del pecado, por el que "la verdad habla claro y, sin embargo, lo íntimo permanece insensible" (Oratio ad Sanctum Paulum, 82-84). Esa conciencia debe llevar a buscar una unidad eficaz entre los diversos ámbitos pedagógicos, mediante una coordinación cada vez más efectiva y cordial entre los responsables de vuestra institución universitaria y los formadores de los seminarios y colegios, en particular, los que están presentes en la diócesis de Roma.

Con estos sentimientos, encomiendo a María, Mater Ecclesiae, a María, Sedes Sapientiae, este nuevo año académico, que exige de cada uno de vosotros empeño, espíritu de iniciativa y fidelidad, con obediencia pronta a la "verdad" que viene de lo alto, garantizada por el magisterio auténtico de la Iglesia. El Papa os sostiene, os acompaña y os bendice a todos con afecto.







MENSAJE DE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN


LA LXXIV SEMANA SOCIAL DE FRANCIA





Al señor Jean Boissonnat
Presidente
280 de las Semanas sociales de Francia

1. En vísperas del gran jubileo del año 2000, es muy conveniente que las Semanas sociales de Francia aborden el tema: "De un siglo a otro, el Evangelio, los cristianos y los desafíos de la sociedad" durante su LXXIV sesión, que se celebra en París del 25 al 28 de noviembre, casi cien años después de su fundación, en 1904. Doy gracias al Señor por el trabajo realizado durante el siglo XX por vuestra institución, según el espíritu de la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII. Me uno mediante la oración a los organizadores y a los participantes en ese encuentro, pidiendo al Espíritu Santo que haga fructificar los trabajos de esa nueva sesión.

Diez años después de la caída del muro de Berlín y en el marco actual de la mundialización, me alegra la amplia reflexión que pretendéis realizar sobre los problemas complejos que la realidad política, económica y social plantea a nuestra sociedad, apoyándoos en la doctrina social de la Iglesia, con el deseo de llevar a cabo una obra innovadora para preparar el futuro, sobre todo en Europa. Es particularmente importante desarrollar una cultura social cuyo centro sea el hombre, como persona y como miembro de un pueblo.

2. Las diferentes Semanas sociales han sido encuentros notables que han contribuido a numerosas transformaciones en la vida pública, y constituyen una hermosa página de la historia del catolicismo social, escrita por inspiración de Marius Gonin y Adéodat Boissard. Han estimulado a numerosos fieles que, mediante su compromiso, han querido vivir los principios en los que se basa la doctrina social de la Iglesia. Los diferentes presidentes que se han sucedido: Henri Lorin, Eugène Duthoit y muchos otros, han querido servir a la Iglesia difundiendo su mensaje social. Mi predecesor el Papa Pío XII escribió en 1954 al señor Charles Flory, presidente entonces: "Hoy como ayer, las Semanas sociales, firmes en la doctrina, valientes en la investigación y fraternas en la colaboración de todos, deben ser para los católicos y para sus diversos movimientos una encrucijada viva en la que, a la luz de exposiciones sustanciales, se confronten las experiencias, se forjen las convicciones y maduren las iniciativas de acción".

3. Para realizar un discernimiento cristiano verdaderamente fecundo sobre los problemas de la sociedad, es necesario en primer lugar dirigir la mirada hacia el Evangelio y, por tanto, hacia la actitud misma de Jesús; Cristo es el modelo de todo comportamiento humano. "El mensaje social del Evangelio no debe considerarse una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción" (Centesimus annus
CA 57). El Señor nos revela la verdad sobre el hombre y nos invita a estar atentos a cada persona, sobre todo a las más débiles y frágiles de nuestra sociedad. La Escritura y los Padres de la Iglesia invitan incesantemente a los hombres a entablar relaciones de caridad, fraternidad, solidaridad y justicia (cf. Filemón Phm 16-17 Didaché; Carta Bernabé; san Justino, Diálogos Phm 11,2). La vida de las primeras comunidades cristianas y del período patrístico también es ejemplar. Con este espíritu, convendría sin duda referirse a autores como san Ambrosio y san Juan Crisóstomo, que supieron poner de relieve las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas y responder a las diversas situaciones nuevas que los cristianos debían afrontar entonces. Ya desde los primeros siglos, los cristianos se comprometieron en la vida social para responder a las necesidades que surgían en su tiempo. Pensemos, sobre todo, en la reflexión y la actividad sociales del siglo IV, debidas en particular a Melania la mayor y a Rufino, a Palladius y a Inocencio el italiano, a Melania la menor y a su esposo Pinianus, en los alrededores de Jerusalén, como nos informa Basilio de Cesarea, a san Jerónimo y a Paula, en las proximidades de Belén, así como en las numerosas actividades en la región de Antioquía y Damasco.

4. La política es el campo más vasto de la caridad y la solidaridad. Sin embargo, "la caridad que ama y sirve a la persona no puede separarse jamás de la justicia" (Christifideles laici CL 42), puesto que, como señalaba san Luis, la justicia es la primera cualidad de los gobernantes (cf. Enseñanzas a su hijo mayor Felipe). Por su parte, los fieles laicos "de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común" (Christifideles laici CL 42). Eso mismo lo subrayaba ya un texto de la Iglesia primitiva refiriéndose a los cristianos: "El lugar que Dios les ha asignado es tan noble, que no les está permitido abandonarlo" (Carta a Diogneto, n. 6). Ante Dios, en la oración, el cristiano toma conciencia de su misión, discierne las acciones que conviene llevar a cabo y encuentra la fuerza para realizarlas. Para comprometerse en la res publica también es importante dedicar atención particular a cada persona y prestar un servicio humilde a todos sus hermanos, que se identifica con el servicio al bien común, cuidando especialmente la probidad y la honradez. En efecto, toda función social implica desarrollar su vida interior, que orienta la acción y le confiere profundidad y su sentido verdadero.

5. Durante su larga historia, desde san Martín de Tours hasta san Vicente de Paúl, vuestro país ha sabido encontrar en su seno admirables ejemplos de entrega generosa por el bien de los pobres y de los más necesitados. Para afrontar los nuevos desafíos del próximo milenio, sin duda Francia suscitará también laicos conscientes de que deben desplegar plenamente su capacidad cristiana para trabajar en "el campo propio de su actividad evangelizadora, (...) el mundo vasto y complejo de la política, de la sociedad, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional" (Evangelii nuntiandi EN 70). La construcción del mundo actual y la revitalización de las relaciones sociales son una responsabilidad que Dios ha confiado a los hombres; abren a la esperanza, dado que la construcción de la ciudad terrena es una preparación activa para la llegada de un mundo nuevo, signo del Reino que ha de venir (cf. Didaché, 16).

6. Los hombres están llamados a trabajar en una colaboración cada vez más estrecha, en todos los sectores de la sociedad, promoviendo los derechos fundamentales de todo ser humano. Cada uno tiene su lugar en la ciudad, y debe asumir la responsabilidad que le corresponde en la construcción de la casa común, según el principio de subsidiariedad desarrollado ampliamente por los Papas (cf. León XIII, Rerum novarum, 2; Pío XI, Quadragesimo anno). A este propósito, ¡cómo no recordar el valor fundamental del matrimonio y de la familia, que es la célula primaria de la sociedad! Cuando ya no se observan los principios fundamentales, cuando las leyes positivas ya no hacen referencia a la ley natural, es evidente que "toda la vida social se ve progresivamente comprometida, amenazada y abocada a su disolución" (Veritatis splendor VS 101). Corresponde a la autoridad legítima asegurar el buen funcionamiento de las estructuras del Estado, la transparencia en la administración pública, la imparcialidad en el servicio público, el uso justo y honrado de los fondos públicos, y el rechazo de los medios ilícitos para obtener o conservar el poder, en virtud del valor mismo de la persona y de las exigencias morales objetivas (cf. ib.). Se constata que "en numerosas sociedades, incluidas las europeas, los responsables parecen haber renunciado a las exigencias de una ética política que tenga en cuenta la trascendencia del hombre y la relatividad de los sistemas de organización de la sociedad. Es hora de que se pongan de acuerdo para conformarse a ciertas exigencias morales que conciernen tanto a los poderes públicos como a los ciudadanos" (Discurso al Cuerpo diplomático, 15 de enero de 1994, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de enero de 1994, p. 19). Nuestros contemporáneos deben poder recuperar la confianza en el valor de la actividad política, que es un baluarte contra el totalitarismo financiero y económico.

7. En vísperas del próximo milenio, los cristianos están llamados a entrar en este nuevo mundo como protagonistas, esforzándose por innovar, para promover la justicia y la dignidad del hombre, y por construir con todos los hombres de buena voluntad una sociedad que respete a todos los seres humanos. Tienen el deber de mostrar que los valores humanos y cristianos son el fundamento de la edificación social, y que la libertad religiosa y la de la institución eclesial son libertades fundamentales que abren el camino al respeto de las demás libertades y deben servir para mejorar la vida de las personas y no para buscar desenfrenadamente poder o dinero. También es preciso subrayar el peligro de las ideologías, desde el comunismo hasta el liberalismo, que paralizan a las sociedades y hacen que aumenten las diferencias entre las personas y los pueblos.

8. El siglo que se acerca a su fin ha sido escenario de un desarrollo importante del compromiso social cristiano en vuestro país; basta recordar algunas grandes figuras cristianas, como Jean Le Cour Grandmaison, Émile Marcesche, Robert Garric, Joseph Folliet, Madeleine Delbrêl, los abades Godin, Daniel y Guérin, Raoul Follereau, Edmond Michelet, Robert Schumann, Jacques Maritain, el padre Gaston Fessard, monseñor Jean Rodhain y el beato Frédéric Ozanam. Os invito a proseguir la obra emprendida por vuestros predecesores y a seguir siendo protagonistas de la vida pública; así proporcionaréis a nuestros contemporáneos los elementos que necesitan para analizar la situación actual y encontrar nuevas energías, a fin de que puedan cumplir hoy su misión en el seno de la sociedad. La Iglesia cuenta también con vosotros para participar en la formación de las conciencias y dar a los jóvenes la educación cívica que los convertirá en ciudadanos responsables, capaces de asumir en el futuro sus compromisos al servicio de su país.

Los cristianos comprometidos en la vida social están llamados a ser, como dice el profeta Isaías (cf. Is Is 21,11-12), centinelas en la atalaya, que deben discernir las expectativas y las esperanzas de los hombres de este tiempo y tener siempre la valentía de defender al ser humano y los valores esenciales en la construcción de la sociedad. Es importante velar para que los hombres y los pueblos no se vean sometidos a la opresión de estructuras políticas, económicas y sociales. Del mismo modo, todo cristiano está invitado a ser fiel en el cumplimiento del deber de su estado y de su misión diaria, mostrando así a sus hermanos el valor de servicio que reviste cualquier acción en la ciudad terrena.

281 Encomendando el encuentro de las Semanas sociales de 1999 a la intercesión de los santos de vuestra tierra, imparto de todo corazón a los organizadores y a todos los participantes, así como a todos vuestros seres queridos, la bendición apostólica.

Vaticano, 17 de noviembre de 1999







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA

ECUMÉNICA INTERNACIONAL CELEBRADA EN MOSCÚ




A mi venerado hermano
Cardenal EDWARD IDRIS CASSIDY
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos

Le envío mi cordial saludo y, por medio de usted, saludo a todos nuestros hermanos y hermanas ortodoxos, católicos y protestantes, que participan en la Conferencia: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (He 13,8): el cristianismo en el umbral del tercer milenio».

Me siento muy complacido por esta iniciativa del Comité cristiano interconfesional consultivo, puesto que es el resultado de una decisión común de las Iglesias y comunidades eclesiales que han realizado tradicionalmente sus actividades pastorales en el territorio de la Comunidad de Estados independientes y en los países bálticos. Dado que la Conferencia tiene como finalidad promover una mayor cooperación entre los cristianos en esa región, pido al Señor que impulse a todos los participantes a dar un testimonio cada vez más convincente y eficaz del evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Esta Conferencia tiene lugar en el umbral del gran jubileo que celebra el bimilenario del nacimiento del Hijo de Dios, enviado por el Padre al mundo para redimirlo. Él, que «es el mismo ayer, hoy y siempre», es el centro de la fe cristiana y de la verdad que su Iglesia, fiel al mandato que él mismo le dio, proclama a todas las generaciones.

En este marco, es importante reflexionar en la relación existente entre nuestro Señor y Maestro Jesucristo y cada cristiano y comunidad cristiana, en la misión que los cristianos están llamados a cumplir en el mundo actual, en los desafíos que deben afrontar y en la necesidad de hallar la fuerza en Aquel que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

El encuentro en el que participáis reúne a los representantes de Iglesias y comuniones eclesiales, cuyos miembros, incorporados a Cristo mediante el bautismo, ya participan en una comunión real, aunque todavía imperfecta. El redescubrimiento de esta fraternidad en el Señor permitirá a los cristianos profundizar sus relaciones, intensificar su cooperación y aspirar a la unidad perfecta en la fe, que se expresa en la comunión eclesial plena y visible, a la que Cristo Señor llama a sus discípulos. Que Dios bendiga a todos los que, durante estos días, participan en la Conferencia. «A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar» (Ep 3,20), le encomiendo el éxito de vuestros esfuerzos por fortalecer la cooperación y la comunión entre los cristianos.

282 Vaticano, 18 de noviembre de 1999










A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE ALEMANIA EN "VISITA AD LIMINA"


jueves 18 de noviembre

: Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra mucho recibiros aquí, en el palacio apostólico: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Co 13,13). Con estas palabras acompaño mi saludo con ocasión de la visita ad limina que os ha traído a Roma "para consultar a Cefas" (Ga 1,18). Junto a las tumbas de los príncipes de los Apóstoles, nuestro pensamiento se dirige a san Pedro y san Pablo, los fundadores "de la Iglesia mayor y más antigua" (san Ireneo, Adv. haer. , III, III 3,2). Aun siendo diferentes por su carácter y su vocación, estuvieron unidos entre sí al testimoniar su fe. Ambos se entregaron por el Evangelio al servicio de Dios y del hombre. A pesar de tensiones momentáneas, no rompieron nunca sus relaciones recíprocas; más aún, se dieron "la mano en señal de comunión" (Ga 2,9), pues sabían que había sido el Señor mismo quien constituyó a Pedro como pastor universal de su grey (cf. Jn Jn 21,15-17) y como fundamento visible de la unidad de la Iglesia (cf. Mt Mt 16,18).

Con el mismo espíritu de comunión fraterna y jerárquica quisiera proseguir la reflexión que inicié con el anterior grupo de obispos de vuestra patria sobre la Iglesia como "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium LG 48 Gaudium et spes GS 45). En el encuentro con vuestros hermanos puse de relieve el papel de la Iglesia en la sociedad civil de la Alemania unificada; hoy quisiera reflexionar con vosotros sobre la naturaleza y la misión de vuestro ministerio pastoral en la Iglesia, entendida como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1).

2. El Hijo mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles, diciéndoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Los Apóstoles transmitieron esta solemne misión de Cristo para el anuncio de la verdad salvífica a los obispos, sus sucesores, que están llamados a llevarla hasta los confines de la tierra (cf. Hch Ac 1,8), "para edificación del Cuerpo de Cristo" (Ep 4,12), que es la Iglesia.

Los obispos cumplen su misión en unión con el Obispo de Roma, que, como Sucesor de Pedro, por institución divina, está revestido en la Iglesia de una potestad suprema, plena, inmediata y universal, con vistas al bien de las almas (cf. Christus Dominus CD 2). Al tener, como Pastor de todos los fieles, la misión de velar por el bien común de la Iglesia entera y por el bien de cada una de las Iglesias, "preside la comunidad universal en el amor" (cf. san Ignacio de Antioquía, Ad Romanos, Proemio)
. Como "Vicario del amor de Cristo" (san Ambrosio, Expositio in Lucam, libro X), recientemente he considerado mi deber resolver las divergencias que surgieron entre vosotros y en las Iglesias particulares que se os han encomendado, tratando de armonizar las diversas voces nuevamente "en la única gran sinfonía en favor de la vida", a la que la Iglesia católica debe permanecer fiel en todos los tiempos y en todos los lugares. Pido al Señor que impulse a la Iglesia en Alemania a dar un testimonio unánime y claro del evangelio de la vida. A la vez, cuento con vuestra oración para que Dios me conceda cumplir con coherencia mi servicio a la verdad como primer responsable del bien de la Iglesia universal. Tal vez la Providencia me ha encomendado la cátedra de Pedro para ser, en el umbral del tercer milenio, un apasionado "abogado de la vida". En efecto, yo tuve que experimentar desde mi juventud cómo, durante un capítulo particularmente oscuro de la historia de este atormentado siglo, la vida humana era pisoteada y sistemáticamente aniquilada no lejos de Wadowice, mi pueblo natal.

3. Los obispos están llamados por el Espíritu Santo a hacer las veces de los Apóstoles como pastores de las Iglesias particulares. Con ese fin, están revestidos de una potestad propia, que "no queda suprimida por el poder supremo y universal, sino, al contrario, afirmada, consolidada y protegida" (Lumen gentium LG 27). Junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, los obispos tienen la misión de perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno. En efecto, Cristo dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y la potestad de enseñar a todas las gentes, santificar a los hombres en la verdad y gobernarlos (cf. Christus Dominus CD 2).

Insertados en la noble cadena de la sucesión apostólica, participáis del don espiritual de Dios, transmitido por los Apóstoles a sus colaboradores (cf. 2Tm 1,6-7). Por la imposición de las manos y la oración, a cada uno de vosotros se os han conferido las funciones de enseñar, santificar y gobernar que, "por su propia naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la cabeza y con los miembros del colegio episcopal" (Lumen gentium LG 21).

283 Queremos detenernos juntos a reflexionar en qué consiste ese compromiso del obispo. En esta ocasión reafirmo lo que ya subrayé hace veinte años, como Obispo de Roma, en mi primera carta con ocasión del Jueves santo: "Analizando con atención los textos conciliares, está claro que conviene hablar más bien de una triple dimensión del servicio y de la misión de Cristo que de tres funciones distintas. De hecho, están íntimamente relacionadas entre sí, se despliegan recíprocamente, se condicionan también recíprocamente, y recíprocamente se iluminan" (Carta a todos los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 1979, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de abril de 1979, p. 9).

4. Antes de reflexionar sobre la triple dimensión del ministerio pastoral, quisiera, ante todo, destacar el centro hacia el cual todas vuestras actividades deben converger: "El misterio de Cristo como fundamento de la misión de la Iglesia" (Redemptor hominis,
RH 11). Quien de alguna manera participa en la misión de la Iglesia debe partir de esta base para actuar de forma coherente con su mandato. Esto vale en primer lugar para los obispos, que, por decir así, han sido "insertados" en el misterio de Cristo de modo muy especial. El obispo, revestido de la plenitud del sacramento del orden, está llamado a proponer y vivir el misterio integral de Cristo (cf. Christus Dominus CD 12) en la diócesis que le ha sido confiada. Es un misterio que encierra "riquezas inescrutables" (Ep 3,8). Conservemos este tesoro. Hagamos que sea la perla de nuestra vida. No nos cansemos de meditarlo, a fin de hallar siempre en él nueva luz y nueva fuerza para el cumplimiento diario de nuestro ministerio.

Los hombres y mujeres de hoy son más sensibles al testimonio de nuestra vida que a la elocuencia de nuestros discursos. Quieren ver en nosotros a personas cuya existencia esté totalmente orientada a Cristo Jesús, "el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Esperan que también nosotros, como los Apóstoles, sepamos transmitir lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado (cf. 1Jn 1,1): transmitir a los demás la fe vivida es el objetivo de la nueva evangelización. En efecto, los pastores tienen la misión de exponer la doctrina y la disciplina cristiana "con un método adaptado a las necesidades de nuestro tiempo, que dé una respuesta a las dificultades y problemas que más oprimen y angustian a los hombres" (Christus Dominus, CD 13). Dado que la palabra de Dios es viva y eficaz (cf. Hb He 4,12), sin duda actuará en aquellos que "obedecen a la fe" (cf. Rm Rm 1,5) en la libertad y en el amor. Por tanto, el "Credo" que cada pastor expresa en la Professio fidei es esencial y necesario para su tarea de enseñar y vivir las verdades de la fe con transparencia, entusiasmo y valentía.

5. En el triple ministerio de los obispos, como enseña el concilio Vaticano II, destaca en cierto sentido el de la predicación del Evangelio. Los pastores deben ser sobre todo "testigos de Cristo ante los hombres" (Christus Dominus CD 11), "predicadores de la fe que llevan nuevos discípulos a Cristo" (Lumen gentium LG 25). Como "fieles distribuidores de la palabra de la verdad" (cf. 2Tm 2,15), debemos transmitir juntos lo que nosotros mismos hemos recibido. No se trata de nuestra palabra, por más docta que sea, pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino la verdad revelada, que debe transmitirse fielmente y en unión con los demás miembros del colegio de los pastores.

De los informes que habéis enviado sobre vuestras diócesis se deduce que, al desempeñar vuestro ministerio de enseñar, encontráis un clima cultural de desconfianza e incluso de hostilidad, porque muchos contemporáneos se oponen a la exigencia de tener certeza en el conocimiento de la verdad. Una mentalidad muy difundida actualmente tiende a excluir de la vida pública los interrogantes sobre las verdades últimas y a confinar a la esfera de lo privado la fe religiosa y las convicciones sobre los valores morales. Este proceso ha llegado a un punto en que parece oportuno preguntarse qué papel se le atribuye a Dios, al que los padres de la Ley fundamental de vuestro país, hace cincuenta años, quisieron hacer referencia explícita cuando, al inicio de la Constitución, recordaron la "conciencia de la responsabilidad ante Dios y ante los hombres" (Preámbulo de la Ley fundamental de la República federal de Alemania, 23 de mayo de 1949).

Se corre el peligro de que las leyes, que ejercen gran influjo en el pensamiento, así como en la conducta de las personas, paulatinamente se aparten de su fundamento moral. Sin embargo, eso iría en perjuicio de las mismas leyes, que, con el paso del tiempo, llegarían a considerarse sólo como medios para el ordenamiento de la sociedad, sin ninguna referencia al orden moral objetivo. Comprendo que frente a esta situación no siempre os resulta fácil predicar "la palabra de la verdad, el Evangelio de la salvación" (Ep 1,13), y favorecer su difusión.

Por desgracia, la presión psicológica de algunos ambientes de la sociedad civil en Alemania impulsa también a fieles católicos a poner en tela de juicio la doctrina de la Iglesia y su disciplina. En un clima de individualismo generalizado, algunos miembros de la Iglesia incluso se arrogan el derecho de elegir, en materia de fe, cuáles enseñanzas, según ellos, serían admisibles y cuáles deberían rechazarse. Pero las verdades de la fe constituyen un conjunto orgánico, que no admite esas discriminaciones arbitrarias. Quien lo hace no puede considerarse coherente con la fe que profesa.

6. Queridos hermanos, sabéis que el obispo, como pastor, tiene el deber fundamental de invitar a los miembros de la Iglesia particular a él encomendada a aceptar en su integridad la enseñanza autorizada de la Iglesia sobre cuestiones de fe y de moral. No debemos desalentarnos si nuestro anuncio no es aceptado en todas partes. Con la ayuda de Cristo, que venció al mundo (cf. Jn Jn 16,33), el remedio más eficaz para combatir el error es el anuncio valiente y sereno del Evangelio "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2).

Expreso este deseo especialmente pensando en los jóvenes. Muchos de ellos son exigentes en lo que atañe al sentido y al modelo de su vida y desean librarse de la confusión religiosa y moral. Ayudadles en esta empresa. En efecto, las nuevas generaciones están abiertas y son sensibles a los valores religiosos, aunque a veces sea de modo inconsciente. Intuyen que el relativismo religioso y moral no da la felicidad y que la libertad sin la verdad es vana e ilusoria. Al desempeñar el ministerio eclesial de enseñar, en unión con vuestros sacerdotes y con los colaboradores en el servicio catequético, prestad atención particular a la formación de la conciencia moral. Sin duda, la conciencia moral se ha de respetar como "santuario" del hombre, donde se encuentra a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de su corazón (cf. Gaudium et spes GS 16). Pero con el mismo fervor recordad a vuestros fieles que la conciencia es un tribunal exigente, cuyo juicio siempre debe conformarse a las normas morales reveladas por Dios y propuestas de forma autorizada por la Iglesia con la asistencia del Espíritu.

Una enseñanza clara y unívoca sobre esas cuestiones influirá de forma positiva en la necesaria vuelta al sacramento de la reconciliación, poco frecuentado hoy, por desgracia, incluso en las regiones católicas de vuestro país.

7. Otra tarea fundamental de los obispos consiste en el ejercicio de la función de santificar. "El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles" (Sacrosanctum Concilium SC 41). Por eso, el obispo es, por decir así, el primer liturgo de su diócesis y el principal dispensador de los misterios de Dios. Al mismo tiempo, le corresponde organizar, promover y conservar la vida litúrgica en la Iglesia particular a él encomendada (cf. Christus Dominus CD 15).

284 A este propósito, quisiera recomendaros encarecidamente los dos sacramentos fundamentales: el bautismo y la Eucaristía. Recién elevado a la cátedra de Pedro, aprobé la Instrucción sobre el bautismo de los niños, en la que la Iglesia confirmó la praxis bautismal de los niños, usada desde el inicio. En la praxis pastoral de vuestras Iglesias locales con razón se insiste en la exigencia de administrar el bautismo sólo cuando se tiene fundada esperanza de que el niño será educado en la fe católica, a fin de que el sacramento pueda dar frutos (cf. Código de derecho canónico, c. 868, 2). Sin embargo, a veces, las normas de la Iglesia son interpretadas de modo más restrictivo de lo que se pretende con ellas. Así, sucede que a los padres el bautismo de su hijo se les retrasa o incluso niega sin motivo suficiente. La prudencia y la caridad pastoral parecen sugerir una actitud más comprensiva hacia los que con recta intención tratan de acercarse a la Iglesia, pidiendo el bautismo para su hijo. Asimismo, esa solicitud pastoral aconseja que los pastores no impongan requisitos que no sean exigidos por la doctrina o los mandamientos de la Iglesia. Está bien que el pastor de almas prepare a los padres de modo adecuado al bautismo de su hijo, pero también es importante que el primer sacramento de la iniciación cristiana se vea sobre todo como un don gratuito de Dios Padre al niño. La índole libre y gratuita de la gracia no resulta nunca tan evidente como con ocasión del bautismo: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10).

Además, no podemos hablar de renovación espiritual de la diócesis sin referirnos a la Eucaristía. Una tarea primaria de vuestro ministerio sacerdotal consiste en reafirmar el papel vital de la Eucaristía como "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (Lumen gentium LG 11). En la celebración del sacrificio eucarístico no sólo culmina el servicio de los obispos y presbíteros; también encuentra en ella su centro dinámico la vida de todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo. La falta de sacerdotes y su desigual distribución, por un lado, y la reducción preocupante del número de los que regularmente frecuentan la santa misa dominical, por otro, constituyen un desafío que afrontan vuestras Iglesias. Para actuar como se debe, conviene tener en cuenta el principio fundamental según el cual la comunidad parroquial es necesariamente una comunidad eucarística; como tal, debe ser presidida por un sacerdote ordenado que, en virtud de su sagrada potestad y de la consiguiente insustituible responsabilidad, ofrece el sacrificio eucarístico in persona Christi (Pastores dabo vobis, PDV 48). Me consta que algunos de vosotros, incluso en las regiones de antigua tradición católica, ya no pueden asegurar la presencia del sacerdote en cada parroquia. Es evidente que esa situación exige una solución provisional para no dejar abandonadas a las comunidades, con el riesgo de un progresivo depauperamiento espiritual. El hecho de que los religiosos y los laicos, por encargo vuestro, presidan las funciones dominicales de la Palabra puede ser loable en una situación de emergencia, pero esa situación a largo plazo no puede considerarse satisfactoria. Más aún, la falta de integridad sacramental de esas funciones litúrgicas debería impulsar a toda la comunidad parroquial a orar al Señor con mayor fervor e insistencia para que mande obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38).

8. Quiero referirme, por último, a la función de gobierno que se os ha encomendado. Ciertamente, al cumplir esta función, tenéis ante los ojos la imagen del buen Pastor, que no vino para ser servido sino para servir (cf. Mt Mt 20,28). La imagen es comprometedora, sobre todo porque quien debe cumplirla sabe que está tomado de entre los hombres y, como tal, tiene debilidades humanas. Pero precisamente esta conciencia lo ha de impulsar a una comprensión benévola hacia los que están encomendados a su solicitud y a su gobierno pastoral (cf. Lumen gentium LG 27).

Os recomiendo encarecidamente sobre todo a los primeros colaboradores de vuestras Iglesias locales, es decir, los presbíteros, para los que vosotros, en cuanto obispos, constituís "el principio visible y el fundamento de la unidad" (ib., 23). El servicio de la cura de almas es exigente, porque a menudo los resultados visibles no parecen corresponder a los esfuerzos realizados, a veces, incluso hasta el límite máximo de las fuerzas. Muchos pastores tienen la impresión de que, más que en la viña evangélica, deben trabajar en una árida cantera. Y, ¿qué decir del progresivo envejecimiento de los sacerdotes y de la escasez de vocaciones que pesa sobre el futuro de las diócesis? Quisiera exhortaros a estar aún más cerca de vuestros sacerdotes y seminaristas. Conozco el peso de los compromisos diarios vinculados a vuestro ministerio. Con solicitud paterna quisiera evocar las esperanzas expresadas por el concilio Vaticano II con palabras claras y llenas de sensibilidad: "Los obispos, pues, a causa de esta comunión en el mismo sacerdocio y ministerio, han de considerar a los presbíteros como hermanos y amigos y han de buscar de corazón, según sus posibilidades, el bien material y sobre todo espiritual de los mismos (...). Han de escucharles de buena gana e incluso consultarlos y dialogar con ellos sobre las necesidades del trabajo pastoral y el bien de la diócesis" (Presbyterorum ordinis, PO 7). "Han de acompañar con activa misericordia a los sacerdotes que se encuentran en cualquier peligro o que han fallado en algo" (Christus Dominus CD 16).

Venerados hermanos, aprovechad la ocasión para asegurar a vuestros presbíteros que el Obispo de Roma está cerca de todos y cada uno de ellos. Su presencia es sumamente importante. Sin los sacerdotes, al obispo le faltarían los brazos.

9. Queridos hermanos, sobre los conceptos de maestro, sacerdote y pastor, os he propuesto algunas observaciones que considero importantes. Quieren estimular vuestra reflexión sobre el triple ministerio pastoral encomendado a vosotros para el bien de la Iglesia que está en vuestra patria. Consciente de la gran entrega con que desempeñáis vuestro ministerio episcopal, quisiera concluir este discurso manifestándoos mi fraternal y sincera gratitud. Que en cada situación nos conforte el pensamiento de que Jesucristo no nos ha tomado a su servicio como funcionarios, sino que nos ha consagrado como ministros de sus misterios.

Por último, encomiendo vuestra vida y vuestra misión de pastores de la grey a la intercesión de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Sobre vosotros, los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis descienda la abundancia de las gracias celestiales, cuya prenda es la bendición apostólica que a todos imparto de corazón.












Discursos 1999 277