Discursos 1999 284


A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL


ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS



viernes 19 de noviembre

: Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestra participación en la conferencia internacional que el Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios ha querido dedicar este año a la reflexión sobre la relación entre economía y salud: un tema muy actual, denso en problemáticas, que incluye tanto el planteamiento de las políticas nacionales como la tarea de evangelización de la Iglesia.

285 Saludo a monseñor Javier Lozano Barragán, y le agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme, interpretando los sentimientos de todos. Doy una cordial bienvenida a los colaboradores del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, así como a los eminentes estudiosos, investigadores y representantes de Estados y Gobiernos, que han querido honrar con su presencia y su contribución científica este importante simposio.

Con el fin de encontrar líneas concretas de acción, habéis afrontado ese tema no desde un punto de vista meramente técnico, sino de modo científicamente orgánico y articulado. Vuestra reflexión se ha desarrollado en el horizonte de la fe. En efecto, a partir de la palabra de Dios, portadora de salvación integral para toda la humanidad, resalta mejor la relación entre economía y salud, tanto globalmente como en sus diversos aspectos específicos

Desde luego, el serio enfoque interdisciplinar que oportunamente habéis elegido favorece una mejor comprensión de esta realidad, que es en sí muy compleja y tiene alcance mundial. Habéis querido considerar la relación entre economía y salud a la luz del desarrollo histórico, de la doctrina social de la Iglesia, de la teología y de la moral. Y, todo esto, con el espíritu de un diálogo ecuménico e interreligioso constructivo.

2. Además, no falta en vuestra reflexión una consiguiente finalidad operativa: habéis propuesto líneas de acción capaces de mejorar la relación existente entre economía y salud en todos los niveles: económico, social, político, cultural y religioso. Es decir, habéis tratado de responder a la pregunta sobre lo que se debe hacer, a nivel mundial y en cada país, para establecer la relación entre economía y salud de modo más humano y cristiano.

Se trata de una pregunta preocupante, que desde el Congreso debe llegar a todos los hombres de buena voluntad e interpelar especialmente a quienes, a nivel mundial y en cada país, tienen mayor responsabilidad en este ámbito.

En efecto, es intolerable que la escasez de recursos económicos, que hoy se experimenta de diferentes modos, repercuta de hecho principalmente en los sectores más débiles de la población y en las áreas del mundo más pobres, privándolos de la asistencia sanitaria necesaria. De igual modo, es inadmisible que esa escasez lleve a excluir de la asistencia sanitaria algunas etapas de la vida o situaciones de particular fragilidad y debilidad, como son, por ejemplo, los niños por nacer, los ancianos, los minusválidos graves, y los enfermos terminales.

Toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y llamada a participar en la misma vida divina, tiene derecho a sentarse a la mesa del banquete común y gozar de los beneficios que ofrecen el progreso, la ciencia, la técnica y la medicina.

3. Del mismo modo, es importante tener una visión más adecuada de la salud, fundada en una antropología que respete a la persona en su integridad. Lejos de identificarse con la simple ausencia de enfermedades, este concepto de salud tiende a una armonía plena y a un sano equilibrio en lo físico, psíquico, espiritual y social (cf. Mensaje para la VIII Jornada mundial del enfermo, 13).

A partir de esta visión renovada de la economía y la salud se podrá realizar de forma más positiva su relación recíproca. No compete a la Iglesia definir cuáles modelos económicos y sistemas sanitarios pueden resolver mejor la relación entre economía y salud; su misión consiste en procurar que, en el marco de la llamada "globalización", sea afrontada y resuelta a la luz de los valores éticos que favorecen el respeto y la defensa de la dignidad de todo ser humano, comenzando por los más débiles y pobres.

4. Con profundo dolor es preciso constatar que la brecha entre las situaciones de riqueza incluso exagerada y de pobreza que a veces llega hasta la indigencia, en vez de reducirse, tiende a ensancharse cada vez más (cf. Sollicitudo rei socialis,
SRS 14). Este hecho tiene repercusiones muy graves, a veces dramáticas, precisamente en la relación entre economía y salud.
Por suerte, en esta situación se está cobrando cada vez mayor conciencia de la dignidad de toda persona y de la radical interdependencia humana, con un consiguiente mayor sentido del deber de solidaridad. Solamente desde esta perspectiva en este horizonte se puede superar una visión economicista, y por tanto reductiva, de la salud, eliminando las numerosas e injustas desigualdades que existen en la relación entre economía y salud.

286 Para los cristianos, en particular, la solidaridad se convierte en virtud que desemboca en la caridad y es alimentada constantemente por ella, suscitando consiguientes actitudes de acogida y apoyo también en el ámbito de la asistencia a los enfermos. El punto supremo de referencia sigue siendo la comunión trinitaria, en la que el cristiano sabe que debe inspirar su vida para entablar una relación de caridad auténtica, cuyos sujetos privilegiados son ciertamente los hermanos más débiles, entre los cuales se incluyen los enfermos.

5. A ellos en especial deseo dirigir ahora un saludo afectuoso, que extiendo a sus respectivas familias, preocupadas por su salud, y a cuantos trabajan con generosidad y solidaridad a su servicio. A cada uno de ellos quiero renovarle la expresión de la cercanía solícita de la Iglesia y la seguridad de su infatigable compromiso para construir una sociedad más justa y fraterna.
Dirijo un llamamiento especial a los gobernantes y a los organismos internacionales para que, al afrontar la relación entre economía y salud, se guíen únicamente por la búsqueda del bien común.
A las industrias farmacéuticas les pido que no permitan jamás que el beneficio económico prevalezca sobre la consideración de los valores humanos, sino que se muestren sensibles a las exigencias de cuantos no gozan de un seguro social, poniendo en práctica iniciativas eficaces para favorecer a los más pobres y marginados. Hay que trabajar para reducir, y si es posible eliminar, las diferencias existentes entre los diversos continentes, exhortando a los países más ricos a poner a disposición de los menos desarrollados su experiencia, su tecnología y una parte de sus riquezas económicas

Ojalá que en el alba del tercer milenio nuestro planeta, con todos sus recursos, sea más conforme al designio de Dios, de modo que nadie se sienta excluido de la asistencia debida a su persona y a su salud, respetando la igual dignidad de cada uno.

A la Virgen María, modelo de la Iglesia y de una humanidad reconciliada, le encomiendo los frutos de vuestros trabajos, para que con su intercesión materna haga realidad los deseos de bien, de justicia y de paz presentes en el corazón de todo hombre.

A todos os bendigo.










AL TERCER GRUPO DE OBISPOS ALEMANES


EN VISITA "AD LIMINA"


sábado 20 de noviembre

: Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Con el profundo afecto que os tengo a todos en el corazón de Cristo Jesús" (cf. Flp Ph 1,8) os saludo a vosotros, miembros del tercer grupo de obispos alemanes en visita ad limina. Doy gracias al Padre celestial por el compromiso común en la difusión del Evangelio (cf. Flp Ph 1,5) y por la comunión de fe y amor que nos une al servicio del pueblo de Dios. Asimismo, saludo a las Iglesias particulares que presidís con gran dedicación. Impulsado por la "solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28), os invito a asegurar a los sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos de vuestras diócesis que el Papa comparte sus alegrías y tristezas, y ora para que crezcan siempre en gracia y santidad de vida. Desde este punto de vista, vuestra visita ad limina es una peregrinación espiritual. En efecto, no sólo habéis venido para cumplir una obligación administrativa o jurídica del ministerio pastoral, sino también para dar testimonio de auténtica fraternidad y unión en el amor a Cristo, Pastor supremo (cf. 1P 5,4), que envía a la Iglesia peregrina en el tiempo sus ministros "para que, participando de su potestad, hagan a todos los pueblos sus discípulos, los santifiquen y los gobiernen" (Lumen gentium LG 19).

287 Como hice durante los dos encuentros anteriores con los otros obispos de vuestro país, quisiera reflexionar también hoy en algunos aspectos fundamentales del "sacramento universal de la salvación" (ib., 48). Centraré mis consideraciones en este tema fundamental: la Iglesia como misterio. En el ámbito de las diversas actividades diarias del ministerio pastoral debemos ocuparnos de muchas cosas. Conviene dedicar periódicamente algún tiempo a la reflexión, para rasgar el velo de las apariencias, en el que muchas veces nuestra mirada queda atrapada, a fin de descubrir lo verdaderamente esencial, que suele hallarse oculto bajo la superficie.

2. Deseo recordar un pensamiento que expresó mi predecesor, de venerada memoria, el Papa Pablo VI, en su encíclica Ecclesiam suam sobre la Iglesia y la autoconciencia que tiene de su realidad y su misión. La invitación que dirigió hace treinta y cinco años a los padres durante los trabajos del concilio Vaticano II puede servir hoy como clave de lectura para escrutar a fondo los "signos de los tiempos", en el umbral del tercer milenio: "En este momento la Iglesia debe reflexionar sobre sí misma para confirmarse en el conocimiento de los planes divinos sobre ella, para encontrar mayor luz, nueva energía y mayor gozo en el cumplimiento de su misión, y para determinar los modos más aptos para hacer más cercanos, operantes y benéficos sus contactos con la humanidad" (n. 13). Debemos dar gracias a Dios porque también la Iglesia de nuestro tiempo, con la fuerza del Señor resucitado, se esfuerza por "revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, con fidelidad, hasta que al final se manifieste a plena luz" (Lumen gentium
LG 8).

Por tanto, no se ha de olvidar que la Iglesia misma, como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano", es un misterio. Con mucha razón el primer capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium se titula: "El misterio de la Iglesia". Así pues, no se puede reformar la Iglesia de manera auténtica si no se parte del presupuesto de que es un misterio. La Asamblea especial del Sínodo de los obispos, convocada con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio, recordó lo que éste había afirmado: "En cuanto comunión con Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Iglesia es en Cristo misterio del amor de Dios, presente en la historia de los hombres" (Mensaje al pueblo de Dios, II: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 1985, p. 12). Esta verdad debe estimular la enseñanza, el servicio y la cura de almas de toda la Iglesia. En esta convicción se basan también los documentos postsinodales del Magisterio pontificio, que quieren promover una renovación de la Iglesia que responda a las necesidades actuales.

3. Conviene recordar, además, que el mismo Sínodo especial de 1985 se sintió obligado, con razón, a hacer algunas observaciones. Los obispos reunidos en esa asamblea subrayaron que "una lectura parcial del Concilio y una presentación unilateral de la Iglesia como una estructura meramente institucional, privada de su misterio" ha provocado que algunas personas, sobre todo en ciertas asociaciones laicales, "miren críticamente a la Iglesia como mera institución" (Relación final, I, 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de diciembre de 1985, p. 11). En consecuencia, muchos reivindican el derecho a construir la Iglesia como si fuera una especie de "multinacional", gobernada por hombres más o menos inteligentes. Pero, en realidad, la Iglesia como misterio no es "nuestra", sino "suya": es el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu Santo
. Queridos hermanos en el episcopado, el apóstol san Pablo nos exhorta: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1Th 5,21). A los obispos compete animar a los sacerdotes, y a todos los que comparten su responsabilidad en la cura de almas, a emprender iniciativas de renovación espiritual de las comunidades. Si vamos de un encuentro a otro, sin pausa, pronto nos agotaremos. Por eso, para prevenir el agotamiento espiritual, es necesario recuperar las fuerzas con la oración. En efecto, la comunidad parroquial más viva no es la que tiene mayor número de compromisos y encuentros, sino la que concentra toda su obra en su llamada a vivir la unión con Dios uno y trino mediante la escucha de su palabra y la participación en los sacramentos. Esta necesidad ha sido subrayada por muchos promotores de una eclesiología de comunión inspirada en las enseñanzas del Concilio. También numerosos teólogos de vuestro país han colaborado en esta tarea.

4. Nos encontramos al final de la fase de preparación para el gran jubileo del año 2000. Este año está dedicado a la primera Persona de la santísima Trinidad. La reflexión sobre Dios Padre remite al concepto de Iglesia expresado por san Cipriano con esta fórmula lapidaria: "No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre" (De Ecclesiae catholicae unitate, 6).
Esta afirmación del obispo de Cartago, hecha después de la experiencia de la persecución de Decio y de la historia de los lapsi, termina con el deseo de que "no muera ninguno de los hermanos y que la madre abrace gozosamente el único cuerpo del pueblo unido en su seno" (ib., 23). Todos somos conscientes de la distancia existente entre el mensaje confiado a la Iglesia y la fragilidad humana de quienes lo anuncian. Cualquiera que sea el juicio de la historia acerca de la debilidad de los representantes de la Iglesia, no debemos olvidar estas faltas; al contrario, debemos hacer todo lo posible para impedir que puedan perjudicar a la difusión del Evangelio. De ahí que "la madre Iglesia no deja de orar, esperar y trabajar para conseguirlo, y anima a sus hijos a purificarse y renovarse para que la señal de Cristo brille con más claridad en el rostro de la Iglesia" (Lumen gentium LG 15).

5. La Iglesia, en su solicitud de Mater, es solidaria con sus hijos e hijas y, al mismo tiempo, es Magistra. Por eso, posee autoridad para educar y enseñar a sus hijos a fin de guiarlos por el camino de la salvación. La madre Iglesia da a luz, alimenta y educa a sus hijos. Los reúne, dándoles una misión y también la certeza de encontrar refugio en su seno materno. A la vez, se entristece por los que la abandonan, y mantiene abiertas sus puertas para la reconciliación, siempre anhelada. A vosotros, pastores, os compete una responsabilidad particular. Como "padres de vuestras comunidades" tenéis el derecho y la obligación de ejercer "la autoridad materna" de la Iglesia. El concilio Vaticano II lo dijo claramente: en el anuncio, los obispos "han de mostrar que la Iglesia se preocupa como una madre por todos los hombres, creyentes o no creyentes. Con amor especial deben estar al lado de los pobres y los más débiles. (...) Es propio de la Iglesia entablar diálogo con la sociedad humana en la que vive. Por eso, es tarea, sobre todo, de los obispos acercarse a los hombres y buscar e impulsar el diálogo con ellos. En estos diálogos acerca de la salvación han de ir siempre unidas la verdad con la caridad, la inteligencia con el amor. Para ello es necesario que se caractericen por decir las cosas claras y al mismo tiempo con humildad y mansedumbre, y por la debida prudencia, unida, sin embargo, a la confianza. Esta, en efecto, por su naturaleza, une los espíritus, pues favorece la amistad" (Christus Domini, 13).

6. Al amor materno de la Iglesia debe corresponder la obediencia cordial de sus hijos. En nuestro tiempo, a la vez que en algunos sectores de la sociedad civil, y también de la Iglesia, se habla mucho de emancipación, se está difundiendo cada vez más una mentalidad que cree poder obtener la verdadera libertad separándose de la Iglesia. Como obispos, tratad de corregir esas tendencias erróneas, anunciando y testimoniando con claridad y firmeza lo que ha constituido siempre una regla fundamental para los grandes santos, los cuales, aun en momentos difíciles, nunca se han separado del seno de la madre Iglesia. Quisiera volver a la analogía de san Cipriano, completándola: sólo quien obedece a la madre Iglesia obedece también a Dios Padre. El obispo de Cartago desarrolló este pensamiento original, señalando las graves consecuencias que se derivan de ello: "Lo que se separa del seno materno no puede ni vivir ni respirar separadamente, y pierde la posibilidad de salvarse" (o.c., 23).

7. Estas reflexiones responden a la realidad. También vosotros, pastores de la Iglesia en Alemania, habéis experimentado, sobre todo durante estos años, que el ministerio episcopal es particularmente arduo y requiere gran desgaste de energías cuando algunos grupos intentan introducir en la Iglesia, con acciones concertadas y presiones insistentes, cambios que no corresponden a la voluntad de Cristo. Frente a esas situaciones, la tarea del obispo consiste en seguir adelante, señalando la dirección, aclarando con paciencia y tratando siempre de unir con el diálogo. Os exhorto a no perder la esperanza. Aun escuchando y secundando, no permitáis que ninguna autoridad humana rompa los vínculos indisolubles que existen entre vosotros y el Sucesor de Pedro.

En este momento, deseo dirigir un saludo especial a los laicos. Expreso mi gran aprecio a los numerosos hombres y mujeres que siguen de modo auténtico su llamada como linaje elegido y sacerdocio real (cf. 1P 2,9). A la luz de su comportamiento, subrayo al mismo tiempo cuáles deben ser las actitudes de los laicos con respecto a sus obispos y sacerdotes. A los sagrados pastores "han de manifestarles sus necesidades y deseos con la libertad y confianza que deben tener los hijos de Dios y hermanos en Cristo. (...) Esto ha de hacerse, si llega el caso, a través de los organismos establecidos para esto por la Iglesia; y siempre con sinceridad, con valentía y prudencia, con respeto y amor a aquellos que por su función sagrada representan a Cristo" (Lumen gentium LG 37).

288 En efecto, la unión con el obispo es la actitud esencial e indispensable del católico fiel. Nadie puede creer que está de parte del Papa, si no está también de parte de los obispos que están en comunión con él. Y nadie puede afirmar que está de parte de los obispos, si no está también de parte de la Cabeza del Colegio.

8. Noto con aprecio que vosotros, venerados hermanos, dais a vuestros fieles testimonio de la comunión que existe en el seno de la Iglesia. En efecto, soy consciente de que vuestra preocupación principal es insertar todas la iniciativas pastorales en el marco de una sintonía plena con el Episcopado del mundo entero, reunido en torno al Sucesor de Pedro.

Pienso, de modo especial, en el problema de la defensa de la vida. Para afrontarlo, es esencial que los obispos de toda la Iglesia den un testimonio unánime y unívoco. Por las cartas que os escribí personalmente o que os escribieron en mi nombre sobre esta cuestión, sabéis cuánto me preocupan la consulta y la ayuda a las mujeres embarazadas. Espero que en breve tiempo esta significativa actividad de la Iglesia en vuestro país se reorganice de modo definitivo, según mis directrices. Estoy convencido de que una consulta eclesial que se distinga por su calidad se convierte en un signo elocuente para la sociedad y constituye un medio eficaz a fin de animar a las mujeres en dificultad a no rechazar la nueva vida que llevan en su seno.

9. Reflexionando, con las categorías del sacerdocio real, en la relación entre los pastores ordenados y los laicos, quisiera recordar el sacerdocio común. Demos gracias a Dios porque el concilio Vaticano II puso de relieve nuevamente esta profunda verdad. En la nueva Alianza hay un único sacrificio y un único sacerdote: Cristo. En este sacrificio de Cristo participan todos los bautizados, hombres y mujeres, que están llamados a ofrecer su "cuerpo como víctima viva, santa, agradable a Dios" (
Rm 12,1). Esta participación no sólo atañe a la misión sacerdotal de Cristo, sino también a su misión profética y real. Por lo demás, así se manifiesta también la unión orgánica de la Iglesia con Cristo, que en la carta a los Efesios se describe con la imagen del esposo y la esposa (cf. Ef Ep 5,12-33).

Nos hallamos aquí en el corazón del misterio pascual, en el que se revela el profundo amor esponsal de Dios. Cristo es el esposo, porque se entregó: dio su cuerpo y derramó su sangre por nosotros (cf. Lc Lc 22,19-20). El hecho de que Jesús "amó hasta el extremo" (Jn 13,1), exalta el carácter esponsal del amor divino. Cristo Salvador es el esposo de la Iglesia. Por consiguiente, podemos considerar la Eucaristía, en la que Cristo construye el cuerpo de la Iglesia, como el sacramento del esposo y de la esposa.

De aquí deriva una diferencia fundamental entre el sacerdocio común de todos los bautizados y el sacerdocio de los ministros sagrados (cf. Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio). La Iglesia necesita sacerdotes ordenados que en las acciones sacramentales actúen "in persona Christi", representando a Cristo esposo ante la Iglesia esposa. En otras palabras, los pastores sagrados, miembros del único cuerpo de la Iglesia, representan a su Cabeza, que es Cristo. Por eso hay que rechazar toda tentativa de transformar a los laicos en clérigos o a los clérigos en laicos, porque no responde al ordenamiento misterioso querido por su Fundador. Y tampoco ciertas tendencias encaminadas a anular la diferencia sustancial entre clérigos y laicos podrán suscitar vocaciones. Queridos hermanos, os ruego que en vuestras comunidades parroquiales mantengáis siempre vivo el deseo de sacerdotes ordenados. Ni siquiera un largo período de espera, debido a la escasez actual de sacerdotes, debe inducir a una comunidad parroquial a la resignación frente al estado de emergencia. Los sacerdotes y los laicos se necesitan mutuamente: no pueden sustituirse; deben sólo complementarse.

10. A este respecto, también quisiera hacer una observación. En vuestro país existe un creciente malestar ante la actitud de la Iglesia acerca del papel de la mujer. Desgraciadamente, aún no se ha extendido por todas partes la conciencia de que todas las enseñanzas sobre el sacerdocio común de los bautizados valen por igual para los hombres y para las mujeres. No cabe duda de que la dignidad de las mujeres, que hay que valorar siempre y mucho más, es grande. Pero los derechos humanos y civiles de la persona son de naturaleza diferente a la de los derechos, los deberes y las funciones del ministerio eclesial, y este hecho no se pone suficientemente de relieve. Precisamente por eso, hace algún tiempo, en virtud de mi mandato de confirmar a mis hermanos, recordé que "la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia" (Ordinatio sacerdotalis, 4).

Como auténticos pastores de vuestras diócesis tenéis el deber de rechazar las opiniones contrarias que proponen personas o grupos y favorecer el diálogo abierto y claro en la verdad y en el amor que la madre Iglesia debe proseguir con vistas a la promoción de sus hijas. No dudéis en reafirmar que el Magisterio de la Iglesia no ha tomado esta decisión como un acto de su poder, sino con la conciencia de que debe obedecer a la voluntad del Señor de la Iglesia misma. Por consiguiente, la doctrina según la cual el sacerdocio está reservado a los hombres reviste el carácter de la infalibilidad vinculada al Magisterio ordinario y universal de la Iglesia, al que ya se refería la Lumen gentium y al que he dado forma jurídica con el motu proprio Ad tuendam fidem: "Cuando los obispos (...) incluso dispersos por el mundo, pero en comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, enseñan cuál es la fe y la moral auténticas, si están de acuerdo en mantener una opinión como definitiva, entonces proclaman infaliblemente la enseñanza de Cristo" (Lumen gentium LG 25 cf. Ad tuendam fidem LG 3).

En cualquier caso, debemos apoyar a quienes no logran comprender o aceptar la doctrina de la Iglesia, para que abran su corazón y su mente al desafío que la fe les plantea. Como maestros auténticos de la Iglesia, que es madre y maestra, una de nuestras prioridades absolutas debe ser apoyar y confirmar a nuestras comunidades en la fe. Si fuera necesario, no debemos dudar en aclarar los equívocos y corregir las desviaciones. Con esta finalidad, invoco los dones del Espíritu Santo sobre vuestros esfuerzos, para que seáis capaces de conferir al papel de la mujer una impronta auténtica, propia de la doctrina cristiana, para la renovación de la sociedad y también para el redescubrimiento del verdadero rostro de la Iglesia.

11. Queridos hermanos, durante este encuentro hemos reflexionado, ante todo, en el misterio de la Iglesia. Un misterio que en realidad sigue siendo incomprensible para la razón humana y sólo con los ojos de la fe puede mirarse con amor y percibirse a fondo. Las imágenes de la Iglesia como madre, maestra, esposa y cuerpo han llevado siempre a Cristo, que es el Esposo y la Cabeza de su Iglesia. Ante él, sobre todo, nos sentimos responsables al desempeñar nuestro ministerio pastoral. Por eso las palabras que os he dirigido durante estos encuentros han sido claras y sinceras. No os oculto que a veces, durante estos meses, he experimentado los mismos sentimientos del apóstol san Pablo cuando se dirigía a la comunidad de Corinto con estas palabras tan conocidas: "Os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo" (2 Co 2, 4).
Decid a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas que el Papa está cerca de ellos. Asegurad a los hombres y a las mujeres, a los jóvenes y a los ancianos, a los enfermos y a los minusválidos, que en el seno de la madre Iglesia todos pueden encontrar acogida. Con amor paciente y confiado procurad sostener a las Iglesias particulares que os han sido encomendadas, para llevarlas como esposas al banquete nupcial del cielo.

289 Invoco la intercesión de la Virgen María, pidiéndole que os proteja a vosotros y a todos los que están encomendados a vuestra solicitud pastoral. ¡Cuánta confianza filial expresan las palabras de una antigua oración difundida en vuestra patria: "Virgen santa, Madre de Dios y Madre mía, que yo sea siempre tuyo"!

La bendición apostólica, que os imparto de corazón, os acompañe a todos y cada uno.








A PROFESORES Y ALUMNOS


DE LA UNIVERSIDAD "LUIGI BOCCONI " DE MILÁN


20 de noviembre

Ilustres señores y señoras:

1. Me alegra encontrarme con todos vosotros que, con diversas funciones, sois los representantes de la ilustre universidad comercial "Luigi Bocconi", de Milán. Agradezco, ante todo, al profesor Mario Monti las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Dirijo un cordial saludo a las autoridades académicas, a los profesores, al personal y a los alumnos de esa prestigiosa institución milanesa.

Vuestra grata visita cobra un significado particular al tener lugar precisamente en vísperas del año jubilar, y me brinda la ocasión de subrayar que el jubileo tiene un mensaje importante también para la vida social de los diversos Estados, así como para las relaciones entre los grandes bloques económicos mundiales

No sólo en vuestras investigaciones, sino también en vuestra experiencia diaria, podéis constatar que la ciencia y la actividad económica hoy deben afrontar tanto el proceso de integración europea, cada vez más avanzado entre otras razones por la introducción de la moneda única, como el fenómeno más amplio de la globalización.

Estas dos realidades, íntimamente relacionadas, exigen una correcta interpretación, una aceptación crítica y una gestión adecuada. Se trata de un desafío que interpela a todos, pero de modo particular a quienes, como vosotros, se dedican con competencia a la economía.

2. Como se puso de relieve también durante la reciente II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, la introducción de la moneda única europea, por una parte, permite vislumbrar grandes oportunidades, dando mayor estabilidad a Europa y a su desarrollo económico, y produciendo un salto de calidad en la convivencia dentro del continente europeo; sin embargo, por otra, conlleva riesgos, porque podría favorecer la hegemonía de las finanzas y de la lógica del mercado sobre los aspectos sociales y culturales.

También pueden hacerse consideraciones análogas acerca del complejo fenómeno de la globalización. No cabe duda de que existen elementos positivos y oportunidades, sobre todo con respecto a la eficiencia y al incremento de la producción, así como en lo que atañe al proceso de interdependencia y unidad entre los pueblos. Sin embargo, a la vez, no se pueden subestimar los riesgos, dado que el fenómeno de la globalización, dominado a menudo sólo o principalmente por lógicas mercantilistas en beneficio de los poderosos, podría causar ulteriores desigualdades, injusticias y marginaciones.

3. Por tanto, es muy importante vigilar y trabajar para que se desarrollen las potencialidades que entrañan esos fenómenos, y para que sean controlados y neutralizados cada vez más, en la medida de lo posible, los riesgos que conllevan y que, por desgracia, a menudo dan la impresión de prevalecer. En esta ardua tarea, es grande la responsabilidad de cuantos se dedican a la investigación y al estudio, pues pueden y deben poner las bases científicas para una actividad económica que cree perspectivas duraderas de crecimiento y empleo.

290 Para que esto, en vez de quedarse en mero proyecto, se haga realidad, es preciso interpretar y organizar la economía, reconociendo su valor y sus límites. En efecto, la actividad económica, al ser un aspecto y una dimensión esencial de la actividad humana, no sólo resulta necesaria, sino que también puede ser fuente de fraternidad y signo de la Providencia. Desde este punto de vista, afirmé en la encíclica Centesimus annus lo positivo que tiene un "sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía" (n. 42).

4. Es preciso armonizar las exigencias de la economía con las de la ética. En un nivel más profundo y radical, es urgente y necesario reconocer, tutelar y promover el primado indiscutible de la persona humana. Una economía verdaderamente digna de este nombre debe plantearse y actuarse respetando la totalidad de los valores y de las exigencias de cada persona humana y desde la perspectiva de la solidaridad. En este sentido, como ya he recordado muchas veces, es urgente tratar de que la economía, aun dentro de su legítima autonomía, se armonice con las exigencias propias de la política, ordenada esencialmente al bien común. Esto implica también buscar instrumentos jurídicos idóneos para un eficaz "gobierno" supranacional de la economía: a una comunidad económica internacional debe corresponder una sociedad civil internacional, capaz de expresar formas de subjetividad económica y política inspiradas en la solidaridad y en la búsqueda del bien común, con una visión cada vez más amplia, hasta abarcar al mundo entero.

5. Espero de corazón que vuestro trabajo, en sintonía con la doctrina social de la Iglesia, dé una contribución fundamental al esfuerzo común por construir una sociedad más justa y fraterna, donde los bienes y los recursos estén al servicio de todos.

Deseándoos que viváis con empeño y alegría el Año santo, ya inminente, os encomiendo a la protección maternal de la santísima Virgen María, Sede de la sabiduría, y os bendigo a todos con afecto.














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