Discursos 1999 298


A LOS FORMADORES Y ALUMNOS


DEL SEMINARIO UMBRO PÍO XI



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Lunes 29 de noviembre

Venerado hermano en el Señor;
amadísimos seminaristas:

1. Me alegra acogeros con ocasión del 75° aniversario de la fundación del Pontificio seminario umbro. Saludo cordialmente al querido monseñor Sergio Goretti, obispo de Asís-Nocera Umbra-Gualdo Tadino, y le agradezco las amables palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos comunes. Saludo, asimismo, al equipo de formadores, encabezado por el rector del seminario. De modo particular, mi pensamiento y mi afecto se dirigen a vosotros, queridos jóvenes, que, en el específico ambiente pedagógico del seminario, os estáis preparando para realizar opciones importantes y decisivas con vistas a vuestro futuro.

Vuestra visita al Sucesor de Pedro se sitúa precisamente en el marco de la celebración del 75° aniversario de la fundación de vuestro seminario por voluntad de mi predecesor san Pío X. Además de expresar el profundo espíritu de comunión eclesial que os anima, también quiere subrayar lo que mis predecesores hicieron en favor de una institución que figura entre las más significativas y valiosas para las Iglesias particulares de Umbría. El seminario es el corazón espiritual de la región: lo que se hace por él redunda en beneficio de todos.

2. Sé que vuestra comunidad está creciendo gradualmente y que ahora 38 jóvenes se están preparando para las órdenes sagradas y el ministerio pastoral. Me congratulo con vosotros por estas prometedoras perspectivas y os animo a seguir potenciando las formas propedéuticas con vistas al ingreso en el seminario mayor, ya presentes en cada diócesis de Umbría, de modo que cuantos descubren el don de la llamada divina puedan beneficiarse de un adecuado período de discernimiento, perfeccionar estudios tal vez incompletos y crecer en la vida espiritual. A pesar de las dificultades de este momento, el Espíritu de Dios sigue suscitando en los corazones la atracción por la entrega total al servicio del Reino.

Bendigo a todos los que con su acción y su oración están trabajando por las vocaciones. Se trata de una obra santa y sumamente necesaria. Ojalá que la amada tierra umbra, que jamás ha dejado de dar a la Iglesia numerosos sacerdotes, misioneros, religiosos y religiosas, siga abundando en vocaciones, para que no falten a las comunidades cristianas guías sabios y capaces.

3. En nuestro tiempo, en que parecen haber desaparecido muchos puntos de referencia seguros, es preciso que los futuros pastores cuiden su preparación cultural, a fin de que afronten adecuadamente las complejas situaciones actuales a la luz de la fe y de la viva tradición eclesial. Durante los años del seminario, deben tratar de adquirir una sabia capacidad de discernimiento, para que puedan afrontar los desafíos y los cambios rápidos y a veces imprevisibles de estos años. Queridos seminaristas, el estudio serio y apasionado tanto de las ciencias humanas como de la teología forma parte de vuestro itinerario de formación.

Asimismo, es indispensable que adquiráis una madurez personal que os permita vivir ahora con sentido de responsabilidad y de disciplina la vida del seminario, y mañana vuestro ministerio sacerdotal, con sus compromisos y exigencias. Aprended a sosteneros y edificaros recíprocamente, compartiendo dones y cualidades. Ésta es la preparación más eficaz para el testimonio de unidad que deberá caracterizar vuestra misión pastoral en las diversas comunidades de vuestra región. El mismo celibato, asumido con responsabilidad y generosidad, a imitación de Cristo y por amor a la Iglesia, os ayudará a madurar en el espíritu de paternidad, haciéndoos vigilantes, disponibles y diligentes en relación con el pueblo de Dios.

4. El mundo espera y pide pastores santos, dotados de intensa espiritualidad sacerdotal. La eficacia del servicio pastoral no depende tanto de la organización y de los métodos pastorales, cuanto de la oración y de la profundidad de la vida interior. Sólo quien crece en una relación madura con Dios gracias a la oración personal y comunitaria, a la meditación de la Palabra y a la participación en la Eucaristía, será después capaz de dedicarse gratuitamente a la obra de la evangelización, usar con sobriedad los bienes terrenos, ser fuerte y perseverante en medio de las dificultades, tener el corazón abierto a las expectativas de los pobres y de los que sufren, y responder con docilidad humilde y gozosa a las directrices de la Iglesia.

Queridos seminaristas y formadores, vuestros obispos os miran con confianza y gran esperanza. El nuevo milenio requiere una pastoral vigorosa, profunda y renovada. Os exhorto a no desanimaros ante las dificultades. Que María, Madre de los sacerdotes y modelo de servicio humilde y fiel, os proteja y sostenga en vuestro compromiso diario. Que intercedan por vosotros los grandes santos de la región: san Benito de Nursia, guía segura en el seguimiento de Cristo; san Francisco de Asís, enamorado de Dios y del Evangelio; santa Rita de Casia, artífice de reconciliación; y todos los demás testigos de Cristo, que han hecho que numerosos peregrinos de todos los lugares del mundo amen y visiten vuestra tierra.

300 Os acompaño complacido con mi afecto y mi oración, a la vez que os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE PORTUGAL


CON MOTIVO DE SU VISITA "AD LIMINA"


martes 30 de noviembre de 1999




Amados pastores de la Iglesia en Portugal:

1. Vuestra presencia aquí, con ocasión de vuestra visita ad limina, es para mí motivo de gran alegría y satisfacción, sabiéndome hermano en medio de hermanos que comparten conmigo "la solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28); de hecho, vuestra visita es una expresión y una celebración del vínculo particular de comunión que nos une en el Colegio episcopal, como sucesores de los Apóstoles. ¡Sed bienvenidos! En la persona de cada uno de vosotros acojo y saludo a los sacerdotes y a los diáconos, a los consagrados y a todos los fieles cristianos de las diversas diócesis de las provincias eclesiásticas de Braga, Évora y Lisboa.

Agradezco las palabras de saludo de monseñor António Marcelino, que, en calidad de vicepresidente de la Conferencia episcopal, ha ilustrado la situación de la Iglesia en Portugal, su fidelidad a Cristo y los grandes desafíos que le reserva la hora actual. Espero vivamente que vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo rebose de bendiciones y consuelos de lo alto, para que, llenos de nuevo vigor con vistas al servicio a las Iglesias particulares que la divina Providencia ha confiado a vuestro cuidado, sigáis alabando a Dios, con corazón humilde y alegre, por la abundancia de las gracias que experimentáis y difundís día a día mediante vuestro ministerio pastoral, ya que habéis sido "ungidos por el Espíritu y enviados a proclamar un año de gracia del Señor" (cf. Lc Lc 4,18-19).

2. Confiando en la gran magnanimidad del corazón de nuestro Dios, esperamos dentro de un mes, y en el cumplimiento de nuestra misión de dispensadores de la gracia de la redención, abrir y cruzar las puertas sagradas de nuestras basílicas, catedrales y concatedrales, implorando la indulgencia plena y el perdón celestial para los pecados de toda la humanidad que, hace 2000 años, vio descender a la tierra y revestirse de la naturaleza humana al Hijo unigénito de Dios, nuestro Salvador.

Deseo aprovechar este singular encuentro con la Iglesia portuguesa, dado que se realiza poco antes del comienzo del gran jubileo de la Encarnación, para derrumbar en beneficio de ella -permitidme la metáfora- un muro colocado detrás de la Puerta santa, que impide aún su apertura. Por otro lado, tanto vuestra Conferencia episcopal como cada una de las diócesis han puesto en marcha a lo largo de los dos últimos años múltiples y valiosas iniciativas. Sólo para ejemplificar, porque sería imposible enumerarlas todas, quiero mencionar las sucesivas cartas e instrucciones pastorales publicadas durante los años de preparación para el jubileo y las numerosas asambleas diocesanas (varias de ellas explícitamente sinodales), convocadas con la finalidad de sensibilizar y preparar a la comunidad eclesial para este Año de gracia que nos va a introducir en el nuevo milenio cristiano. Sí, se han emprendido múltiples y valiosas iniciativas... Falta, tal vez, llamar a la puerta de cada persona, al corazón de cada uno, porque precisamente allí está la posibilidad última y decisiva de apertura y acogida del jubileo. Por eso, os he dicho que quiero aprovechar este encuentro colegial para derribar juntos el "muro" que quizá pueda impedir aún al corazón de los portugueses entrar en la gracia jubilar por la "Puerta santa" que es Cristo nuestro Señor.

3. Apreciados hermanos, es voluntad de Dios que la gracia del jubileo se extienda, según la adhesión y la correspondencia de cada uno a la acción del Espíritu Santo, a todos los fieles católicos, a todos los cristianos que, "habiendo recibido el mismo bautismo, comparten la misma fe en el Señor Jesús" (Incarnationis mysterium, 4), y también a todos los "hermanos de la única familia humana" que van a atravesar "juntos el umbral de un nuevo milenio" (ib., 6), cuyas expectativas, problemas y soluciones, por su creciente globalización, exigirán la colaboración armoniosa de todos.

En efecto, la lectura de los tiempos pone de relieve la mundialización, pero el diagnóstico del corazón humano no es alentador: es grande la sensación de vacío; y es grande igualmente su repugnancia por el vacío repleto de efímeras nadas, que aumenta su desorientación. Al no saber cómo encontrarse consigo mismo, tampoco consigue encontrarse en medio de los demás: acaba solo en medio de un multitud anónima. Pues bien, a este corazón humano desorientado, frustrado y defraudado por las más diversas formas de alienación, la Iglesia le propone el Año santo como tiempo favorable para entrar en sí mismo y experimentar la vida en plenitud a la que aspira. "Porque la vida se ha manifestado -esta es la predicación de la Iglesia- y nosotros la hemos visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y que se nos manifestó" (1Jn 1,2) en Jesús de Nazaret.

Con su venida, nuestra historia dejó de ser tierra árida, como se presentaba antes y fuera de la Encarnación, para cobrar sentido y valor de esperanza universal. En efecto, "con su encarnación, se unió, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Al nacer de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros" (Gaudium et spes GS 22) y "a todos los que lo acogieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre" (Jn 1,12). De este modo, la propuesta cristiana no sólo da sentido a lo que existe, sino que también "abre a cada ser humano la perspectiva de ser divinizado y, por tanto, de hacerse así más hombre" (Incarnationis mysterium, 2): el amor divino penetra en su corazón y, por el bautismo, lo hace renacer como hijo de Dios y lo convierte en miembro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

4. Esa vida en plenitud no proviene, fundamentalmente, de las ideas o razonamientos claros y distintos sobre la salvación que una persona pretende alcanzar, sino de la unión de amor que se establece entre Jesús y sus fieles y, a través de Jesús, con el Padre. Hay que superar la tendencia, bastante generalizada, a rechazar cualquier mediación salvífica, poniendo al pecador en relación directa con Dios, porque la salvación nos ha llegado, ante todo, por la mediación de la humanidad histórica de Jesús y, después de la resurrección, a través de su cuerpo místico, la Iglesia. Por consiguiente, el plan de Dios es sacramental, esto es, él se hace presente en una figura finita como la humanidad de Jesús o los signos sacramentales de la Iglesia.

301 En la escuela de la fe aprendemos que, "para un cristiano, el sacramento de la penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del bautismo. (...) Sería, pues, insensato, además de presuntuoso, querer prescindir arbitrariamente de los instrumentos de gracia y de salvación que el Señor ha dispuesto y, en su caso específico, pretender recibir el perdón prescindiendo del sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón" (Reconciliatio et paenitentia RP 31). La Iglesia "fallaría en un aspecto esencial de su ser y faltaría a una función suya indispensable, si no pronunciara con claridad y firmeza, a tiempo y a destiempo, la palabra de reconciliación (cf. 2Co 5,19) y no ofreciera al mundo el don de la reconciliación" (ib., 23). Y para esto no bastan algunas afirmaciones teóricas; son necesarias funciones ministeriales muy precisas al servicio de la penitencia y de la reconciliación.
Por eso, amados hermanos, no dejéis de recordar a vuestros sacerdotes la disciplina eclesiástica a este respecto, ayudándoles a llegar a su efectivo cumplimiento: "Todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y que lo pidan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinados que les resulten asequibles" (Código de derecho canónico, c. 986). Dado que "el pueblo de Dios ha vivido siempre los Años santos viendo en ellos una conmemoración en la que se escucha con mayor intensidad la llamada de Jesús a la conversión" (Incarnationis mysterium, 5), ojalá que uno de los frutos del gran jubileo del año 2000 sea la vuelta generalizada de los fieles cristianos a la práctica sacramental de la confesión.

5. Según la parábola del hijo pródigo (cf. Lc Lc 15,11-32), después del abrazo del padre, siguió el banquete para el hijo recuperado. De igual modo, el perdón sacramental permite "acercarse de nuevo a la Eucaristía, como signo de la comunión recuperada con el Padre y con su Iglesia" (Incarnationis mysterium, 9). Sabemos que, "en el signo del pan y del vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, luz de las gentes, manifiesta la continuidad de su encarnación" (ib., 11). Él es el festejado: se conmemora el bimilenario de su nacimiento. Y, después de dos mil años, él "permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su cuerpo y su sangre" (ib.).

En la Eucaristía tenemos verdaderamente la Puerta santa jubilar, Cristo Señor, que afirmó de sí mismo: "Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto" (Jn 10,9). Amados pastores de la Iglesia portuguesa, hacia esos pastos guiamos el rebaño que nos ha sido confiado: con lo mejor de nuestras energías y sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, anunciamos, celebramos y guiamos hacia Jesús Eucaristía. Pero, ¿cuántos nos siguen? ¿Cuántos no responden a la llamada? La encuesta sobre la práctica dominical, que organizasteis en 1991, mostró una media del 26% de practicantes entre la población residente en Portugal; es una indicación significativa del inmenso trabajo pastoral que se requiere, pero también es una gran preocupación, teniendo en cuenta la multitud casi tres veces superior que vive habitualmente privada de la Eucaristía.

Si en la multiplicación de los panes (cf. Lc Lc 9,12-17) los discípulos no hubieran llevado a la multitud los trozos que resultaron de los cinco panes y de los dos peces bendecidos por el divino Maestro, ciertamente no se habría podido decir que "comieron todos hasta saciarse". Ahora, en el caso del Portugal eucarístico, debemos reconocer que muchos no han comido y pocos se han saciado. Ciertamente, no ha faltado la generosidad de la Iglesia para poner a disposición de Cristo "los cinco panes y los dos peces" que tenía, como tampoco podía faltar la multiplicación de los mismos. Realmente, es admirable el celo apostólico manifestado en vuestras iniciativas y actividades pastorales; y son dignas de elogio las opciones y las iniciativas pastorales delineadas. Pero, tal vez ha faltado ese último esfuerzo para llevar un trozo a cada uno. Tal vez ha faltado la revisión de vida necesaria para verificar si todos habían comido hasta saciarse.

Estoy seguro de que, con delicada pedagogía pastoral, sabréis hacer de este Año santo un tiempo propicio para impulsar a los cristianos no practicantes a pasar de una participación eucarística ocasional y, por decirlo así, interesada (para obtener el don de la indulgencia), al hábito y al compromiso de una participación semanal en ella, a semejanza de los mártires de Abitinia (año 304), que afirmaron: "Nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor" (Dies Domini, 46). Ojalá que cada eucaristía del período jubilar se revista y aparezca llena del encanto y el misterio de la Navidad, porque "desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos" (Incarnationis mysterium, 11). Cada eucaristía tiene que ofrecer a los participantes, ante todo, la oportunidad de un encuentro y un coloquio personal con el divino Emmanuel, el Dios con nosotros (cf. Mt Mt 1,23), cuyo resultado sea la comunión espiritual y, siempre que sea posible, sacramental.

6. Como todos sabemos, aquí reside el secreto de la fidelidad y la perseverancia de los cristianos, de la seguridad y la solidez de su "casa" interior en medio de las aflicciones y dificultades del mundo. De hecho, el evangelio enseña que la estabilidad de la casa no depende fundamentalmente de la violencia de las tempestades ni de la furia de los vientos, sino del hecho de estar o no cimentada sobre la roca (cf. Mt Mt 7,24-27). También recientemente la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos exhortaba a reforzar los cimientos interiores de esta "casa de Dios" que es cada cristiano, cada comunidad eclesial, la humanidad entera que ha acogido a Dios hecho hombre: "En una sociedad y cultura muchas veces cerradas a la trascendencia, ahogadas por comportamientos consumistas, esclavas de antiguas y nuevas idolatrías, redescubramos con asombro el sentido del misterio; renovemos nuestras celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de nuestro Señor Jesucristo; aseguremos nuevos espacios al silencio, a la oración y a la contemplación" (Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1999, p. 11). Por tanto, hay que evitar los escollos del activismo, donde naufragan los mejores planes pastorales y numerosas vidas comprometidas hasta el extremo de sus fuerzas, y del secularismo, en el que Dios no tiene voz ni lugar, impidiéndole su venida a la tierra de los hombres.

Como centinelas de la casa de Dios, velad, apreciados hermanos, para que en toda la vida eclesial se reproduzca de algún modo el ritmo binario de la santa misa con la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. Os sirva de ejemplo el caso de los dos discípulos de Emaús, que sólo reconocieron a Jesús al partir el pan (cf. Lc Lc 24,13-35). Durante los últimos decenios, algunos, queriendo reaccionar frente a un sacramentalismo excesivo, han atribuido el primado, si no incluso la exclusiva, a la palabra. Ahora bien, según la doctrina conciliar, "el plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (Dei Verbum DV 2). Concluyendo, tenemos necesidad de la palabra -la "palabra de Dios, que permanece operante en nosotros, los creyentes" (cf. 1Th 2,13)-, y del sacramento, que hace presente y prolonga en la historia la acción salvífica de Jesús.

7. Amados hermanos, éstos son algunos pensamientos que os dejo con ocasión de vuestra visita ad limina, a casi un mes de la apertura de la Puerta santa. Deseando abrirla de par en par, para que todo el pueblo de Dios entre y se sacie en las fuentes de la salvación, no quisiera que ningún "muro" impida el acceso de los cristianos portugueses a la gracia particular del Señor vinculada al jubileo del año 2000 (cf. Tertio millennio adveniente TMA 55). En Fátima encontramos un ejemplo luminoso de la personalización de los planes y compromisos apostólicos que se necesita para asumirlos y hacerlos fructificar en el corazón de cada cristiano; con pedagogía materna, nuestra Señora pregunta a los pastorcitos: "¿Queréis ofreceros a Dios...? Sí, queremos", respondieron (Aparición del 13 de mayo de 1917). Dentro de poco tiempo Francisco y Jacinta serán elevados al honor de los altares, extendiendo a toda la Iglesia, con el ejemplo de su vida, la invitación de la Madre de Dios.

Quiero hacer de esa invitación mi palabra de aliento, que os ruego llevéis a los sacerdotes, a los diáconos y a los consagrados, a los seminaristas, a los novicios y a los agentes pastorales, a los fieles cristianos y a todos los que buscan la verdad de Cristo, así como a las familias cristianas y a las comunidades parroquiales. Tened la certeza de mi constante oración por la Iglesia que peregrina en Portugal, en camino hacia el cielo, para que todos sus miembros, con valentía y generosidad, correspondan al Año de gracia que está a punto de comenzar. Invocando sobre todos la felicidad del abrazo de Dios uno y trino, desde lo profundo de mi corazón os imparto mi bendición apostólica, que extiendo a vuestros colaboradores directos y a todos los fieles.







                                                                  Dicembre de 1999




A LAS PEQUEÑAS SIERVAS DEL CORAZÓN DE JESÚS


302

jueves 2 de diciembre



Queridas religiosas:

1. Con gran alegría os acojo y os saludo cordialmente a todas. Mi pensamiento va, en primer lugar, a vuestra superiora general, a quien doy gracias por haberme presentado las expectativas y los proyectos de vuestro instituto. Saludo, asimismo, a las consejeras generales y a todos los miembros de vuestra congregación.

Habéis venido a visitarme en una ocasión muy singular para vuestra familia religiosa. En efecto, recordando el 125° aniversario de vuestra fundación y el 25° de la beatificación de vuestra fundadora, sor Anna Michelotti, os disponéis a celebrar un jubileo en el gran jubileo.
Esta circunstancia providencial os brinda la oportunidad de reflexionar en el valor y la importancia del tiempo que, como recordé en mi carta apostólica Tertio millennio adveniente, tiene una importancia fundamental en el cristianismo. El mundo fue creado dentro de la dimensión temporal; en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la "plenitud de los tiempos", la Encarnación, y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos (cf. n. 10).

En el período que va de la Encarnación al retorno glorioso del Señor, el Espíritu guía a la Iglesia para que, gracias a la obra de numerosas almas generosas, siga llevando la buena nueva a los pobres, curando las heridas de los corazones rotos, proclamando la libertad de los esclavos y la liberación de los cautivos, y promulgando el año de gracia del Señor (cf. Lc Lc 4,16 ss). Por tanto, en las diferentes épocas de la historia, es siempre el Espíritu Santo el que, cumpliendo el proyecto del Padre, suscita diversos carismas al servicio de la Iglesia y de la humanidad entera (cf. Redemptionis donum, 15).

2. Queridas hermanas, os presentáis al mundo como "Pequeñas Siervas del Corazón de Jesús para los enfermos pobres". Vuestro nombre constituye un programa de vida para cada una de vosotras. Sentíos "pequeñas", para poder experimentar las predilecciones del Maestro divino (cf. Mt Mt 11,25). Cultivad en vosotras el espíritu de "servicio" al prójimo, siguiendo el ejemplo de María, que se definió a sí misma "la esclava del Señor" (Lc 1,38 cf. Lc 1,48). Acercaos a los enfermos con espíritu de pobreza, teniendo como única riqueza a Dios, a quien estáis consagradas, y llevadles vuestro amor materno. Como solía recomendar vuestra fundadora, "no digáis "voy a visitar a un enfermo", sino: "voy a consolar al corazón de Jesús que sufre". Si vais con este espíritu de fe, estaréis tranquilas y seguras de que les prestaréis un buen servicio" (Palabras vividas, p. 43). Ojalá que la visita al enfermo, sobre todo en el año jubilar, sea para vosotras la primera y más ardua peregrinación.

En la exhortación apostólica Vita consecrata encomendé a las comunidades religiosas la tarea de promover la espiritualidad de la comunión (cf. n. 51). A vosotras, en particular, os confío la tarea de ser signo y memoria de la caridad que se pone en camino hacia el enfermo. Os sirva de ejemplo la Virgen María, que salió de su casa en Galilea para dirigirse a las montañas de Judea, a la casa de su prima Isabel, que necesitaba ayuda.

Que el significativo aniversario que os disponéis a conmemorar sea para vosotras un impulso a volver a las fuentes de vuestro carisma; os haga cada vez más fieles al espíritu y a la finalidad de vuestra fundadora; y sea un momento de mayor y más penetrante espíritu de fe, que os permita contemplar el rostro del Señor en cada enfermo que visitáis. ¿No dijo Jesús que cuanto hagamos a uno de sus hermanos más pequeños, a él mismo se lo hacemos? (cf. Mt Mt 25,40).

3. Vuestra obra ha ido desarrollándose durante estos años más allá de las fronteras de Italia, y hoy estáis presentes en Madagascar y Rumanía. Espero que se difunda ulteriormente, y pido a Dios que vuestro testimonio sea para toda la Iglesia signo de la peregrinación interior que impulsa al creyente a dejarlo todo para ir con Jesús hacia cada hombre o mujer necesitados de ayuda. Haced que en todas vuestras casas esté presente la ternura de Dios Padre hacia las criaturas probadas por la enfermedad.

Ojalá que esta doble celebración ya inminente os afiance en vuestro carisma y os haga cada vez más fieles al espíritu y a los deseos de la beata Anna Michelotti; y que sea, asimismo, un momento de maduración en la fe, que os lleve a vivir cada vez más profundamente vuestra vocación. Estáis llamadas a contemplar el rostro del Señor en cada enfermo que visitáis, como escribió vuestra fundadora: "Nosotras pertenecemos a Jesús; servimos a Jesús, que es verdad encarnada y eterna, que no engaña, pues sus promesas son infalibles y no dejará sin recompensa ni siquiera un vaso de agua dado por amor" (Palabras vividas, p. 42).

303 Os proteja la beata Anna Michelotti. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y de corazón os imparto a todas mi bendición, que extiendo de buen grado a toda vuestra familia religiosa, y de modo especial a las aspirantes, a las jóvenes en formación, a las religiosas enfermas y a cuantos encontráis en vuestro apostolado diario.










A UN CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTUDIOS


SOBRE EL CINE



jueves 2 de diciembre de 1999



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Con gran alegría me encuentro hoy con vosotros, con ocasión del Congreso internacional de estudios dedicado al tema: "El cine: imágenes para un diálogo entre los pueblos y una cultura de la paz en el tercer milenio". Os doy a cada uno mi cordial bienvenida, y, a través de vosotros, saludo a todo el mundo del cine que comparte diariamente vuestro compromiso profesional y artístico.
Saludo y doy las gracias, ante todo, al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, por las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, ilustrando los trabajos realizados por este congreso, en continuidad con los precedentes.
Expreso, asimismo, mi vivo y sincero aprecio a los miembros de los dos dicasterios: el Consejo pontificio para la cultura y el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, que, en fructuosa colaboración con el Instituto del espectáculo y "La revista del cinematógrafo", han puesto en marcha desde hace algunos años una serie de interesantes iniciativas, entre las que figura el festival del cine espiritual "Tertio millennio", para manifestar el interés de la Iglesia por el séptimo arte y, al mismo tiempo, hacer que autores y artistas asuman sus grandes responsabilidades.

2. El Congreso internacional anual sobre el cine, que este año ha llegado a su tercera edición, subraya el valor de esta colaboración, de gran utilidad en el diálogo entre la cultura y la fe. El tema sobre el que estáis reflexionando durante estas tres intensas jornadas de estudio tiene gran actualidad y constituye una lógica prosecución de las temáticas de los congresos de los dos años pasados. Os habéis reunido para debatir sobre el cine como instrumento de diálogo entre los pueblos y vehículo de una cultura de la paz. El arte, incluido el del cine, si hace referencia a la vida, respetando plenamente sus valores, no puede por menos de ser fuente de fraternidad, diálogo, comprensión, solidaridad y paz verdadera y duradera.

El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado constitutivamente a la paz y a la armonía con Dios, con los demás hombres, consigo mismo y con toda la creación. El cine puede hacerse intérprete de esta inclinación natural, y transformarse en ámbito de reflexión, de promoción de valores y de invitación al diálogo y a la comunión. Pero es preciso que el hombre, en su compleja y misteriosa realidad, sea sujeto de referencia para un cine de calidad, que proponga cultura y valores universales. El hombre, todo el hombre, uno e indivisible: un cine que tome en consideración sólo algún aspecto de la asombrosa complejidad del ser humano, acaba inevitablemente por ser reductivo y no presta un servicio cultural provechoso.

3. Quisiera dirigirme ahora a vosotros, artistas del cine, para invitaros a ser cada vez más conscientes de vuestra responsabilidad. Sostenidos por los progresos actuales de la técnica y sirviéndoos de los conocimientos cada vez más estimulantes sobre el hombre, sobre la naturaleza y sobre el universo, disponéis de inmensos espacios en los que podéis manifestar vuestra creatividad y vuestro arte.

304 El cine goza de una riqueza de lenguajes, de una multiplicidad de estilos y de una variedad de formas narrativas verdaderamente grande: realismo, fábula, historia, ciencia ficción, aventura, tragedia, comedia, crónica, dibujos animados, documentales... Por eso, ofrece un tesoro incomparable de medios expresivos para representar los diversos campos en que se sitúa el ser humano, y para interpretar su imprescindible vocación a lo bello, lo universal y lo absoluto. Así, el cine puede contribuir a acercar a personas distantes, reconciliar a enemigos, y favorecer un diálogo más respetuoso y fecundo entre culturas diversas, señalando el camino de una solidaridad creíble y duradera, presupuesto indispensable para un mundo de paz. ¡Sabemos cuánta necesidad de paz tiene el hombre para ser verdadero artista y realizar un verdadero cine!

4. Este encuentro, en vísperas del Año jubilar, me brinda la oportunidad de renovar la esperanza de que también el cine, en el marco de este grande y extraordinario acontecimiento de fe y cultura, dé su original contribución a la promoción de un humanismo vinculado a los valores del Evangelio y, por eso, creador de una auténtica cultura del hombre y para el hombre.

Expreso mis mejores deseos a todos los que trabajan en el ámbito del cine -productores, escritores, guionistas, directores, actores y técnicos- y a cuantos, de forma visible o invisible, están relacionados con este trabajo fascinante en sus diversos niveles. Acompaño estos sentimientos con una oración a María, Virgen creyente, que, atenta a la voz de Dios, se mostró dispuesta a acoger su misterio. Que la santísima Virgen os conceda generosamente su ayuda materna.

Os imparto a todos mi bendición.








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