Discursos 1999 304


AL EMBAJADOR DE CUBA ANTE LA SANTA SEDE


CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES





Señor Embajador,

1. Me es muy grato darle la bienvenida y recibir en este solemne acto las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Cuba ante la Santa Sede. Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como las expresiones de cordial saludo que me ha transmitido de parte del Dr. Fidel Castro, Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, al cual le ruego transmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por el progreso material y espiritual de la querida Nación cubana.

2. En sus palabras se ha referido Usted a la atención que, de manera sistemática, está prestando su Gobierno en el campo de la salud y de la educación alcanzando cotas dignas de encomio. Asimismo, pone también de relieve el espíritu hospitalario del pueblo cubano y su constante anhelo de libertad, aspectos éstos que conforman la identidad de una Nación y que es necesario promover decididamente. A este respecto, es una tarea irrenunciable difundir dichos valores y preservar también a los ciudadanos de toda forma de corruptela y de ciertas plagas sociales, que implican especialmente a los jóvenes, pues todo ello pone en peligro la paz social y la estabilidad.

Para una sociedad como la cubana, que se distingue por haber alcanzado un considerable nivel de instrucción, es importante un clima de distensión y confianza, en el cual sean salvaguardados los derechos fundamentales de la persona humana, sea creyente o no, y se den unas condiciones donde los hombres puedan actuar "según su propio criterio y hagan uso de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber" (CONC. ECUM. VAT. II, Declaración Dignitatis humanae DH 1). Este clima es también fundamental para poder conquistar la propia credibilidad ante la escena internacional.

3. Además, la pobreza material y moral puede tener como causas, entre otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización y el desaliento de los individuos (cf. Discurso de despedida, aeropuerto de La Habana, 4). Sin embargo, para poder caminar juntos, en solidaridad justa y respetuosa, es necesaria, como ya dije nada más pisar el suelo cubano, la apertura efectiva y generosa del mundo a Cuba y de Cuba al mundo, ya que ella está llamada a tener un papel importante en el camino hacia un mundo más humano, más solidario y respetuoso de la dignidad de la persona humana. Por eso deseo de corazón que su querida Nación pueda continuar en la búsqueda y construcción de la justicia, de la paz, en el marco de un respetuoso e incansable diálogo.

Por otra parte, somos conscientes de vivir en una época de continuos intercambios mundiales en los que ninguna nación puede vivir sola. Y Cuba no debe verse privada de los vínculos con otros pueblos, pues son indispensables para un sano desarrollo económico, social y cultural. En este sentido, es de esperar que Cuba encuentre en la comunidad internacional el apoyo y la ayuda financiera para afrontar de manera adecuada las necesidades de la hora presente. Este camino será más fácil si, a su vez, Cuba va promoviendo nuevos espacios de libertad y participación para sus habitantes, llamados todos a colaborar en la construcción de la sociedad.

4. Señor Embajador, durante mi visita pastoral realizada al inicio de 1998 a su Patria, esa hermosa Isla conocida como "La Perla del Caribe" y "Puerta del Golfo", pude palpar el espíritu de laboriosidad e iniciativa que distingue al pueblo cubano. Y la Iglesia en Cuba, aunque pobre en medios y escasa en personal, vive también este mismo espíritu y desea ofrecer su aportación específica para un robustecimiento moral y social cada vez mayor. Ella quiere ser, ante todo, mensajera de amor, de justicia, de reconciliación y de paz, ofreciendo a todos el mensaje de Jesús, la Buena Nueva, en un ambiente de genuina libertad religiosa (cf. Dignitatis humanae DH 13). Para que ello sea factible, se ha de favorecer aún más un diálogo constructivo y continuo, del cual Vuestra Excelencia tiene ya larga experiencia por las tareas que le ha tocado desempeñar en los últimos años, lo cual permitirá a la Iglesia alcanzar plenamente el rol que le corresponde, sin privilegios ni favoritismos, pero sí disponiendo de los medios indispensables para su labor cotidiana, de modo que los cristianos puedan gozar, como los demás ciudadanos, del "derecho civil de que no se les impida vivir según su conciencia" (ibíd).

305 Además, sé que la situación económica que atraviesa el País está siendo afrontada con denuedo. En diversas ocasiones ya me he referido a situaciones similares que, a escala mundial, presentan muchos problemas e impiden a tantos países alcanzar deseables cotas de bienestar. A este propósito, deseo reafirmar lo que expuse en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente, con la esperanza de que se favorezca el conveniente desarrollo para todos (cf. n. 51).

5. La Iglesia en Cuba espera, pues, una apertura aún más generosa a la solidaridad manifestada por la Iglesia Universal -a través de un intercambio enriquecedor de personal y de medios-, con verdadero sentido de colaboración y en el respeto de lo que es peculiar de la cultura cubana, dentro de la cultura latinoamericana, con su alma cristiana que la impulsa a una vocación universal (cf. Homilía en la Plaza de la Revolución, 7; Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America ).

En sus palabras Vuestra Excelencia se ha referido también a las relaciones Iglesia-Estado en Cuba, las cuales deben mantenerse en el mutuo respeto y cordialidad. Respeto para no interferir en lo que es propio de cada institución, pero, por parte de la Iglesia, orientado a colaborar por alcanzar un mayor bienestar para la comunidad nacional. Por esto, a través del diálogo constructivo, es posible la promoción de valores fundamentales para el ordenamiento y desarrollo de la sociedad. A este propósito, aunque la misión de la Iglesia es de orden espiritual y no político, el fomentar unas relaciones más fluidas entre la Iglesia y el Estado contribuirá ciertamente a la armonía, progreso y bien de todos, sin distinción alguna.

A este respecto, es fundamental tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia, y distinguir claramente entre las acciones que los fieles, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal como ciudadanos, de acuerdo con su conciencia cristiana, y las acciones que realizan en nombre de la Iglesia en comunión con sus propios Pastores. «La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana»" (Ecclesia in America ).

Por su parte, esta Sede Apostólica no dejará de elevar su voz en defensa de la equidad y de la pacífica convivencia entre las naciones y los pueblos, en la salvaguarda de su autonomía, para que el pueblo cubano, como toda persona o nación que busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar al futuro con esperanza (Discurso de llegada a Cuba, aeropuerto de La Habana, 5).

6. Este acto de hoy, que tiene lugar a escasos días de la apertura del Gran Jubileo en el que celebraremos los 2000 años del nacimiento de Jesús en Belén, me invita a recordar las palabras que, con todas mis fuerzas, proclamé al inicio de mi Pontificado: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre ¡Sólo Él lo conoce!" (22-10-78). Y hoy, casi al final de este siglo y del milenio, siento el deber añadir: ¡Que nadie, ninguna institución, ninguna ideología, ponga obstáculos para que todo hombre pueda abrirse a Cristo! Éste es mi mayor deseo para todos los ciudadanos de la querida Cuba. A ella regreso con el pensamiento, recordando los inolvidables días de mi visita pastoral, durante la cual tuve oportunidad de experimentar el calor humano del admirable pueblo cubano.

7. En el momento en que Usted inicia la alta función para la que ha sido designado, deseo formularle mis votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede Apostólica. Al pedirle que tenga a bien transmitir estos sentimientos al Señor Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de esa República, demás Autoridades y al noble pueblo cubano, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y su distinguida familia, a sus colaboradores y a toda la Nación, a la que recuerdo siempre con particular afecto.

Vaticano, 2 de diciembre de 1999.










A LA EMBAJADORA DE PANAMÁ ANTE LA SANTA SEDE


CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


4 de diciembre de 1999

Señora Embajadora,

1. Recibo con agrado las Cartas credenciales que la acreditan como Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de la República de Panamá ante la Sede, a la vez que le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en este acto solemne, el cual me ofrece también la grata oportunidad de saludarla y darle mi más cordial bienvenida.

306 Deseo también manifestar un particular aprecio por los sentimientos de cercanía y adhesión de la Sra. Presidenta de la República, Doña Mireya Moscoso, y del Gobierno de su País, de los que Usted se ha hecho portadora, rogándola que le transmita, a su vez, mi saludo deferente y agradecido, junto con mis mejores deseos de paz y bienestar para todo el querido pueblo panameño.

2. La cordialidad que preside este encuentro es, en realidad, el reflejo de las buenas relaciones existentes entre Panamá y la Santa Sede, así como del buen entendimiento y estrecha colaboración entre las autoridades públicas y la Iglesia en Panamá. Me complace constatar que el nuevo Gobierno de la República ha manifestado su intención de continuar y acrecentar estas relaciones porque, si bien desde la autonomía y diferencia de sus propios cometidos y en el riguroso respeto de las competencias respectivas, los poderes públicos y la Iglesia tienen una finalidad última convergente en el bien de las personas concretas y el bien común de la sociedad.

En efecto, el auténtico progreso de los pueblos no sólo se construye con disposiciones técnicas, por más que éstas sean acertadas y necesarias, sino también infundiendo un alma que dé sentido a la vida y consistencia a la convivencia, mediante una participación cívica responsable y un profundo sentido de solidaridad. A ello ha contribuido ya desde antiguo la Iglesia, que precisamente en Panamá tuvo la primera diócesis en tierra continental americana con el nombre de “Santa María la Antigua del Darien”, predicando a sus gentes el Evangelio de Cristo, acompañándolas en un proceso de educación integral, promoviendo los valores más elevados, defendiendo la dignidad de la persona y estando cercana en las dificultades, especialmente las de aquellos más desafortunados de la sociedad. Movida por su fidelidad a la misión recibida de Cristo, sigue y seguirá dispuesta a ayudar a los panameños a enfrentarse a los retos que se avizoran en el nuevo milenio y alentarlos a trabajar juntos por un futuro mejor para todos.

3. Este futuro comienza con un acontecimiento de gran importancia para Panamá, como es la reversión en los próximos días de la soberanía sobre el canal que lleva su nombre, junto con los terrenos adyacentes. Es un hecho que comporta grandes consecuencias jurídicas y prácticas, económicas y políticas, pero que reviste también, como Usted ha señalado en sus palabras, un carácter emblemático, al reafirmar la identidad histórica y geográfica de su País, llamado a desempeñar un papel importante de comunicación y enlace entre los pueblos del mundo.

Todo ello parece como una invitación a que Panamá se distinga precisamente por ser un pueblo acogedor, dialogante y de hondas raíces cristianas. Por eso, a la recuperación de la soberanía sobre el territorio deberá seguir un cuidado especial, para evitar que intereses o presiones extrañas terminen por desvirtuar los beneficios que esta magnífica oportunidad histórica puede aportar a todos los ciudadanos, favoreciendo el desarrollo de proyectos destinados a erradicar la pobreza que padece una parte de la población, a respetar cada vez más la dignidad de los diversos grupos étnicos, a mejorar la educación, agilizar la actuación del poder judicial y hacer más humana y justa la situación de los reclusos para que se facilite su reinserción en la sociedad y, en fin, proporcionar los medios necesarios para un desarrollo integral del hombre panameño.

4. Le cabe a Usted, Señora Embajadora, el honor de comenzar su misión diplomática en Roma en vísperas de la apertura del Gran Jubileo del Año 2000, que es un acontecimiento de gran importancia para los cristianos de todo el mundo y en el que la Iglesia tiene puestas grandes esperanzas de renovación y de reconciliación. Deseo de corazón que sea, también para Panamá, una ocasión propicia para impulsar su futuro espiritual y, como dije en mi Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, “una oportunidad de meditar sobre otros desafíos del momento como, por ejemplo, la dificultad de diálogo entre culturas diversas y las problemáticas relacionadas con el respeto de los derechos de la mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio” (n. 51).

5. Con estos deseos, reitero mi cordial bienvenida a Usted y a su distinguida familia. Formulo mis mejores votos por el éxito de la misión que ahora comienza en representación de su País y de la que esperamos abundantes frutos para el bien espiritual y material del pueblo panameño. En él pienso sobre todo, en las mujeres y hombres atareados en vivir cada día con dignidad y orgullosos de poder contribuir a la construcción de un futuro mejor para su país. Pido a nuestra Madre del cielo que proteja a sus hijos panameños y les infunda el aliento necesario para progresar en los caminos de la solidaridad y de la paz.

La ruego, Señora Embajadora, que se haga intérprete de mis sentimientos de aprecio y cercanía ante las autoridades y el pueblo panameño, a los que bendigo de corazón.








A UN CONGRESO ORGANIZADO


POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA


Y EL CEFAES DE MADRID


Sábado 4 de diciembre




Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
307 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra recibiros a todos vosotros, participantes en el congreso sobre "La familia y la integración del minusválido en la infancia y en la adolescencia", organizado por el Consejo pontificio para la familia, en colaboración con el "Centro educación familiar especial" (CEFAES) de Madrid y con el "Programa Leopoldo" de Venezuela. Saludo al señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, y le agradezco las cordiales palabras que ha querido dirigirme, interpretando los sentimientos de los presentes. Os saludo y os doy las gracias a cada uno por vuestra presencia y por el empeño con que estáis afrontando un tema tan importante, que afecta a un elevado número de familias. Espero que los resultados de este encuentro ayuden a mejorar la situación de tantos niños y adolescentes que tienen dificultades.
En el marco del Adviento, que nos prepara para celebrar el nacimiento del Señor, vuestro simposio adquiere una importancia singular. En efecto, a la luz del Niño Jesús es más fácil la reflexión sobre la condición de los niños. Cuando las dificultades, los problemas o las enfermedades afectan a la infancia, los valores de la fe pueden ayudar a los valores humanos para hacer que se reconozca y respete también a los minusválidos su dignidad personal originaria. Por tanto, es muy oportuno vuestro congreso, que centra su atención en las familias, para ayudarles a descubrir, también en los hijos minusválidos, un signo del amor de Dios.

2. La llegada de un hijo discapacitado es, sin duda alguna, un acontecimiento desconcertante para la familia, que queda íntimamente afectada. También desde este punto de vista, es importante animar a los padres a dedicar "una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido" (Familiaris consortio
FC 26).

La familia es el lugar por excelencia donde se recibe el don de la vida como tal y se reconoce la dignidad del niño con expresiones de particular cariño y ternura. Sobre todo cuando los niños tienen más necesidades y están más expuestos al riesgo de ser rechazados por los demás, la familia puede tutelar con mayor eficacia su dignidad, igual a la de los niños sanos. Es evidente que en esas situaciones los núcleos familiares que deben afrontar problemas complejos tienen derecho a ser apoyados. De ahí la importancia de personas que sepan estar cerca de ellos, ya sean amigos, médicos o asistentes sociales. Hay que alentar a los padres a afrontar esa situación, ciertamente no fácil, sin encerrarse en sí mismos. Es importante que no sólo compartan el problema los familiares más íntimos, sino también personas competentes y amigas.

Éstos son los "buenos samaritanos" de nuestro tiempo que, con su presencia generosa y amistosa, repiten el gesto de Cristo, el cual hizo sentir siempre su cercanía consoladora a los enfermos y a las personas que se encontraban en dificultades. La Iglesia expresa su gratitud a esas personas que día a día y en todos los lugares se esfuerzan por aliviar los sufrimientos con "gestos cotidianos de acogida, sacrificio y cuidado desinteresado" (Evangelium vitae EV 27).

3. Si el niño que tiene dificultades se halla insertado en un hogar acogedor y abierto, no se siente solo, sino en el corazón de la comunidad, y así puede aprender que la vida siempre merece ser vivida. Los padres, por su parte, experimentan el valor humano y cristiano de la solidaridad. He recordado en otras ocasiones que es preciso demostrar con los hechos que la enfermedad no crea brechas infranqueables, ni impide relaciones de auténtica caridad cristiana con quien la padece. Por el contrario, la enfermedad debe suscitar una actitud de especial atención a esas personas, que pertenecen con pleno derecho a la categoría de los pobres, a quienes corresponde el reino de los cielos.

Pienso, en este momento, en el ejemplo de extraordinaria dedicación a sus hijos que han dado innumerables padres; pienso en las múltiples iniciativas de familias dispuestas a acoger con gran generosidad a niños minusválidos, en custodia o en adopción. Cuando las familias se alimentan abundantemente de la palabra de Dios, se producen en su seno milagros de auténtica solidaridad cristiana. Esta es la respuesta más convincente que se puede dar a cuantos consideran a los niños minusválidos como un peso o creen incluso que no son dignos de vivir plenamente el don de la existencia. Acoger a los más débiles, ayudándoles en su camino, es signo de civilización.

4. Los pastores y los sacerdotes tienen la misión de sostener a los padres para que comprendan y acepten que la vida es siempre don de Dios, incluso cuando está marcada por el sufrimiento y la enfermedad. Toda persona es sujeto de derechos fundamentales, que son inalienables, inviolables e indivisibles. Toda persona; por consiguiente, también el minusválido, que, precisamente a causa de su minusvalidez, puede encontrar mayores dificultades en el ejercicio concreto de esos derechos. Por tanto, necesita que la sociedad no lo deje solo, sino que lo acoja y, según sus posibilidades, lo inserte en ella como miembro con pleno derecho.

Ante todo ser humano, siempre digno del máximo respeto en virtud de su dignidad de persona, la sociedad civil y la Iglesia tienen papeles específicos que desempeñar, contribuyendo a desarrollar en la comunidad la cultura de la solidaridad. El minusválido, como cualquier otro sujeto débil, debe ser estimulado a convertirse en protagonista de su existencia. Compete, ante todo, a la familia, superado el primer momento, comprender que el valor de la existencia trasciende el de la eficiencia. Si no sucede así, corre el riesgo de desmoralizarse y quedar defraudada cuando, a pesar de todas las tentativas, no se obtienen los resultados esperados de curación o recuperación.

5. Evidentemente, la familia necesita un apoyo adecuado por parte de la comunidad. En algunos casos hacen falta sistemas de intervención rápida para los momentos cruciales y otras veces se ha de recurrir a instituciones donde existan pequeñas comunidades debidamente equipadas, cuando la convivencia en la familia ya no es posible.

308 En todo caso, es importante mantener la comunicación familiar en un nivel constantemente elevado, puesto que, como es sabido, hablar, escuchar y dialogar son factores esenciales para regular y armonizar el comportamiento. Además, es necesario que el hijo discapacitado pueda disfrutar de momentos de atención y amor dedicados a él. En esta función, la familia es indispensable; pero sólo con sus fuerzas difícilmente logrará obtener resultados apreciables. Se abre aquí el espacio para la intervención de asociaciones especializadas y de otras formas de ayuda extrafamiliar, que aseguren la presencia de personas con las que el niño minusválido pueda dialogar y entablar relaciones educativas y amistad.

La vida de grupo y la amistad constituyen, asimismo, una gran ayuda para disminuir la dificultad de inserción y lograr una mejor adaptación personal y social, gracias a la creación de relaciones abiertas y gratificantes.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, he reflexionado junto con vosotros en algunos aspectos prácticos de gran importancia, relacionados con la integración de los niños minusválidos en la familia y en la sociedad. Mucho se ha escrito acerca de este tema, y la acción pastoral debe dedicar gran atención a los problemas que implica. Los niños merecen los mejores cuidados, y esto vale en particular cuando se encuentran en condiciones difíciles.

Sin embargo, por encima de cualquier investigación científica provechosa y de cualquier iniciativa social y pedagógica, para el creyente es importante el humilde y confiado abandono en las manos de Dios. En la oración, sobre todo, la familia encontrará la energía para afrontar las dificultades.
Los familiares, recurriendo constantemente al Señor, aprenderán a acoger, amar y valorar al niño o la niña marcados por el sufrimiento.

María, Madre de la esperanza, ayude y sostenga a cuantos deben afrontar esas situaciones. A ella le encomiendo vuestro meritorio compromiso, a la vez que os imparto complacido a vosotros, y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.









MENSAJE DE JUAN PABLO II


PARA LA APERTURA DEL AÑO SANTO BELÉN


4 diciembre de 1999



Me alegra saber que, al acercarse la Navidad, en el lugar santísimo que acogió al Hijo de Dios, "nacido de mujer" (Ga 4,4), los más altos representantes de los cristianos en Tierra Santa están reunidos en un acto ecuménico como preparación para la apertura del Año jubilar, que conmemora el bimilenario del nacimiento de nuestro Señor y Salvador, durante el cual nos dirigiremos con una súplica cada vez más ardiente al Espíritu Santo para implorarle la gracia de la comunión plena (cf. Tertio millennio adveniente TMA 34).

Para los cristianos de Tierra Santa, y también para los cristianos de todo el mundo, ese encuentro en Belén testimonia que los lugares donde Jesús pasó su vida terrena, dio su testimonio, murió y resucitó, son un recuerdo constante de la gracia que hemos recibido en él y una apremiante invitación a fortalecer nuestra voluntad y nuestro compromiso de ser fieles a su oración: Ut omnes unum sint. Quiera Dios que el gran jubileo nos impulse a todos los discípulos de Cristo a expiar nuestros pecados pasados contra la unidad, y a tratar de apresurar la hora bendita en que todos invocaremos a nuestro Padre celestial con una sola voz.

Por una feliz coincidencia, en la celebración ecuménica de hoy participan los secretarios de las Comunidades cristianas mundiales. También a ellos les envío mis cordiales saludos y mi apoyo a los esfuerzos que realizan para ampliar los vínculos de fraternidad y cooperación.

Pido al Señor que ese solemne acontecimiento ecuménico en Belén, en vísperas del aniversario del nacimiento de Cristo, nos haga más conscientes de que, "al igual que entonces, también hoy Cristo pide que un impulso nuevo reavive el compromiso de cada uno por la comunión plena y visible" (Ut unum sint UUS 100). Con esta ferviente esperanza, os saludo a todos en el Señor.

309 Vaticano, 4 de diciembre de 1999










A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO


Y DEL SODALICIO DE VIDA CRISTIANA


6 de diciembre de 1999

Queridos hermanos y hermanas,
miembros del Movimiento y del Sodalicio de Vida Cristiana:

os saludo con afecto en esta visita que me hacéis con ocasión de vuestra Primera Asamblea Plenaria, que estáis celebrando en Roma para orar y reflexionar junto a la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo. Dirigís vuestra mirada hacia el mundo desde el centro de la catolicidad, meditando en el significado de la universalidad del Evangelio, que no puede excluir ninguna cultura, ninguna región de la tierra, ningún sector de la sociedad. Al mismo tiempo, renováis vuestra plena adhesión al Sucesor de Pedro, encargado por Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,32).

Nacido en tierras peruanas en mil novecientos ochenta y cinco con una proyección eminentemente evangelizadora, el Movimiento de Vida Cristiana se ha extendido ya por numerosos países americanos y traspasado también los confines del Continente, englobando, además del Sodalicio, otros grupos y asociaciones comprometidas, desde las diversas vocaciones y estados de vida, en proclamar a Cristo como salvador del género humano.

Ante la inminencia del Gran Jubileo, os aliento a preparar vuestros corazones para recibir la misericordia de Dios y favorecer un espíritu de vida cristiana coherente y profunda en vuestros ambientes y actividades apostólicas. Haced que en la formación de la juventud el espíritu de iniciativa se aúne con la fidelidad al Evangelio, que la cultura se abra al sentido de la trascendencia y la pobreza, en todas sus manifestaciones, reciba de la caridad y solidaridad efectiva un rayo de esperanza. De este modo seréis verdaderos artesanos de reconciliación en el mundo actual.

Mientras confío a la Virgen María los frutos de esta primera Asamblea Plenaria, para que vivifiquen el compromiso cristiano y el empuje evangelizador de vuestras comunidades y grupos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que hago gustoso extensiva a todos los miembros del Movimiento de Vida Cristiana.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL 125 ANIVERSARIO


DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE POMPEYA




Al venerado hermano
Francesco Saverio Toppi, o.f.m.cap.
Arzobispo delegado pontificio

310 1. La Iglesia que está en Pompeya, durante el gran jubileo del año 2000 se alegrará por un ulterior don de gracia. En efecto, el próximo 13 de noviembre se conmemora el 125° aniversario de la llegada del cuadro de la Virgen del Rosario. Esta "visita" de María ha cambiado el rostro espiritual y civil de Pompeya, que desde 1875 se ha ido transformando cada vez más en ciudadela de oración, centro de irradiación del Evangelio, lugar de innumerables gracias y conversiones, foco de piedad mariana al que se mira desde todo el mundo.

Al unirme espiritualmente a la comunidad eclesial pompeyana en esta feliz circunstancia, deseo dar gracias al Señor por los dones con los cuales la ha enriquecido, implorando, por intercesión de la Virgen santísima, especiales favores celestiales sobre usted, venerado hermano, y sobre cuantos están encomendados a su cuidado pastoral.

2. El gran jubileo y vuestra especial conmemoración están relacionados y ofrecen particulares motivos de reflexión y acción de gracias. El Año santo centra la atención de los creyentes en el misterio de la encarnación del Verbo y los invita a contemplar a Cristo que, "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos" (
Ph 2,5-7). Pompeya es la tierra del santo rosario, donde la oración del avemaría, que brota fervorosamente del corazón de los fieles, lleva a contemplar la disponibilidad interior con la que la Virgen santísima acogió, por la fe, el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios en la carne humana.

De modo análogo, la invitación, que resuena en el acontecimiento jubilar, a escuchar con amor la palabra de Dios y a conformar la propia vida al Evangelio, encuentra un eco feliz en la práctica de los quince sábados, que Bartolo Longo difundió entre los fieles, con el fin de impulsarlos a la contemplación de Cristo. ¡Cómo no percibir también una sintonía elocuente entre el nacimiento humilde y pobre del Redentor en la cueva de Belén y el ambiente igualmente sencillo y modesto de Pompeya a donde llegó el cuadro de la Virgen!

También la "mística corona", que la Virgen ofrece a cuantos se dirigen a ella como "cadena dulce que une a Dios", es un instrumento valioso para comprender y vivir mejor las grandes dimensiones del jubileo. El rosario, que Bartolo Longo considera como un baluarte contra los enemigos del alma, une a los ángeles, y es "puerto seguro en el naufragio común" (Súplica a la Reina del santo rosario de Pompeya).

3. El jubileo, en su mensaje más profundo, es exhortación a la conversión y estímulo a una auténtica renovación personal y social. Al entrar en el nuevo milenio, la comunidad cristiana está invitada a ensanchar su mirada de fe hacia horizontes nuevos para el anuncio del reino de Dios. La certeza, que adquirió durante el concilio Vaticano II, con respecto a su misterio y a la tarea apostólica que le ha confiado su Señor, la compromete a vivir en el mundo sabiendo que debe ser "el fermento y el alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (Incarnationis mysterium, 2).

Los cristianos pueden encontrar en el rosario una ayuda eficaz en su empeño por realizar en su vida estos objetivos del jubileo. Los misterios gozosos, al invitar a acoger con el asombro de María, de José, de los pastores, de los magos y de todos los pobres de Israel el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios en la carne humana, suscitan en ellos, como ya sucedió con el fundador del santuario de Pompeya y con muchos otros devotos de la Virgen del santo rosario, el deseo de llevar a los hombres de nuestro tiempo con renovado ardor el alegre anuncio del Salvador.

A través de la contemplación de los misterios dolorosos, el rosario despierta en los fieles el dolor por los pecados e, invitándolos a confiar en la ayuda de María, que ruega "por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte", favorece el deseo de acercarse al sacramento de la reconciliación para corregir las desviaciones de la propia vida. Por este camino, el beato Bartolo Longo encontró fuerza para rehacer su vida, y fue dócil a la acción del Espíritu Santo, el único que transforma a los pecadores en santos.

Los misterios gloriosos, mediante la contemplación de Cristo resucitado y elevado al cielo, introducen en el océano de la vida trinitaria, comunicada por el Espíritu Paráclito a todos los creyentes y, de modo especial, a María, nuestra Madre y hermana. Al contemplarla elevada al cielo y en la gloria de los santos, los cristianos se sienten animados a volver a considerar y desear las "cosas de arriba", y aspirando a la meta eterna toman conciencia de los medios necesarios para conseguirla, es decir, la fidelidad a los mandamientos divinos, la recepción de los sacramentos de la Iglesia y la humilde adhesión a la voluntad de Dios.

También el compromiso en favor de la unidad de los creyentes en Cristo y en favor de la concordia fraterna entre las naciones, que ha vuelto a proponer el gran jubileo, encuentra un motivo de especial sintonía con el aniversario que el santuario de Pompeya celebra este año. En el jubileo de 1900, al comienzo de este siglo XX, el beato Bartolo Longo quiso realizar como voto por la paz la fachada monumental del santuario, recogiendo ofrendas y donativos de los fieles de todo el mundo. La paz es también ahora, en el alba del tercer milenio, el deseo ardiente de la humanidad, y es preciso implorarla con confianza en todos los rincones de la tierra.

4. Venerado hermano en el episcopado, le expreso mis mejores deseos de que, siguiendo el ejemplo del beato Bartolo Longo, esa comunidad diocesana perciba en dichos acontecimientos de gracia un apremiante estímulo a anunciar con renovado fervor a Jesucristo, Redentor del hombre.
311 Al respecto, es muy oportuno el plan pastoral elaborado para este Año jubilar. Se inspira en la trilogía "humildad, sencillez y pobreza", trilogía que caracterizó la vida terrena de Jesús, el estilo de María y también el programa ascético del beato Bartolo Longo. ¡Cómo no recordar que, guiado por el Espíritu, de la nada y con medios pobres y humildes erigió en Pompeya un santuario que hoy tiene una irradiación mundial! Los escritos del beato, que ya entonces llegaban a personas de diversas lenguas y naciones, siguen prestando una gran ayuda para la reflexión y la vida espiritual.

Acoged y volved a proponer a la sociedad actual esta valiosa herencia, que para vosotros constituye un singular título de honor, para que en el templo de Pompeya, donde la Madre sigue mostrando a su Hijo divino como único Salvador del mundo, muchos hombres y mujeres que buscan la paz experimenten con gozo la "visita" de Cristo, como Isabel y Juan Bautista con ocasión de su encuentro con la Virgen (cf. Lc
Lc 1,39-56).

Con estos deseos, por intercesión del beato Bartolo Longo, invoco sobre usted, venerado hermano, sobre los sacerdotes, sobre los religiosos y las religiosas, sobre la entera comunidad diocesana, sobre los peregrinos y los devotos, la protección materna de la Reina del santo rosario, e imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 8 de diciembre de 1999, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María.










Discursos 1999 304