Discursos 1999 311

ORACIÓN DEL SANTO PADRE


A LA INMACULADA CONCEPCIÓN


PLAZA DE ESPAÑA - ROMA



8 de diciembre de 1999



Como cada año, en esta fecha tan querida
para el pueblo cristiano, nos volvemos
a encontrar aquí,
en el corazón de la ciudad,
para renovar el tradicional homenaje floral a la Virgen,
al pie de la columna que los romanos erigieron
312 en honor de la Inmaculada Concepción.

Ya en vísperas del gran jubileo,
la celebración de hoy constituye
una preparación especial para el encuentro con Cristo,
que "destruyó la muerte
e hizo irradiar vida e inmortalidad
por medio del Evangelio" (
2Tm 1,10).
Así presenta la Escritura la misión salvífica del Hijo de Dios.
a Virgen, a la que hoy contemplamos en el misterio
de la Inmaculada Concepción, nos invita a dirigir
nuestra mirada al Redentor,
313 nacido en la pobreza de Belén
por nuestra salvación.
Junto con ella, contemplamos el don de la encarnación
del Hijo de Dios, que vino a nosotros
para dar sentido a la historia de los hombres.
Resuenan en nuestro corazón
las palabras del profeta Isaías:
"El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande" (
Is 9,1-2).
María es el alba radiante de este día de esperanza cierta.
María es Madre de Cristo, hecho hombre para inaugurar
314 los tiempos nuevos anunciados por los profetas.
stamos viviendo con María,
"aurora de la Redención", el Adviento,
tiempo de espera gozosa, de contemplación y de esperanza.
Del mismo modo que la estrella de la mañana anuncia
en el firmamento la salida del sol, así la encarnación
del Hijo de Dios, "el astro que surge de lo alto" (
Lc 1,78),
es precedida por la concepción inmaculada de la Virgen María.
Sublime misterio de gracia, que sentimos aún más profundo
este año, al final de un milenio
y al comienzo ya inminente del Año jubilar.
315 Hoy hemos acudido con mayor confianza a los pies de la Virgen,
para pedirle que nos ayude a cruzar, con renovado empeño,
el umbral de la Puerta santa, que nos introducirá
en el gran jubileo del año 2000.
Cruzaremos conscientemente ese umbral, sostenidos
y animados por tu ayuda, Virgen Inmaculada.
Hace dos mil años, en Belén de Judá, nació de ti
el Triunfador de la muerte y el Autor de la vida,
que por medio del Evangelio
ha hecho resplandecer toda la vida humana.
Cristo vino a nosotros para devolver la dignidad plena
316 al hombre creado a imagen de Dios.
Sí, el ser humano no puede permanecer
en las tinieblas; anhela la Luz verdadera, que ilumine los pasos
de su peregrinación terrena.
El hombre no ama la muerte:
dotado de una naturaleza espiritual,
desea la inmortalidad de todo su ser.
Jesús, al anular con su sangre el poder de la muerte,
he hecho realidad este íntimo deseo del corazón del hombre.
Contemplándote a ti, Virgen elegida y llena de gracia,
nosotros, peregrinos en la tierra, vemos la realización
317 de la promesa de la inmortalidad en la comunión plena con Dios.
En ti, Madre de los vivos, se cumplieron, como primicia
de gloria, las palabras del Apóstol: el Señor Jesús
"destruyó la muerte e hizo irradiar vida e inmortalidad".
La Iglesia repite este anuncio gozoso también este año,
en el umbral de un nuevo milenio.
Por eso, hoy, estamos nuevamente a tus pies,
Inmaculada llena de gracia, para implorarte,
en nombre de todo el pueblo cristiano,
que acojas nuestro homenaje,
expresión de nuestra fe y de nuestra devoción,
318 a la vez que, con profunda gratitud, transmitimos
al próximo milenio la hermosa tradición
de esta cita devota contigo,
junto a la columna de la plaza de España.
Y tú, Inmaculada Virgen María, ¡ruega por nosotros!










AL PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL



jueves 9 de diciembre

Señor presidente:

1. Lo saludo cordialmente en el palacio apostólico, juntamente con los delegados de la Federación luterana mundial. Han pasado siete años desde que tuve la alegría de acoger en el Vaticano a su ilustre predecesor, el presidente Gottfried Brakemeier. En aquella ocasión festejamos el vigésimo quinto aniversario del diálogo entre católicos y luteranos. Llenos de gratitud, hemos podido observar los numerosos y significativos frutos que han producido las conversaciones bilaterales. A partir del concilio Vaticano II, los católicos y los luteranos se han acercado sensiblemente: con la ayuda de Dios, lentamente y con paciencia, hemos logrado eliminar las barreras que nos separaban. Al mismo tiempo, se han fortalecido también los vínculos visibles de unidad. La relación ecuménica entre católicos y luteranos ha crecido de manera constante, tanto a nivel internacional como nacional. Los signos de comunión en la fe se han convertido en una buena costumbre. La colaboración en el ámbito caritativo y social se ha hecho más estrecha.

2. Un fruto particular del diálogo teológico se produjo hace algunas semanas, en Augsburgo, donde se firmó la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación por la fe: un tema que durante siglos ha sido una especie de símbolo de la separación entre católicos y protestantes. Demos gracias a Dios, que nos ha concedido poner una piedra miliar en el arduo camino del restablecimiento de la unidad plena entre los cristianos (cf. Ángelus, 31 de octubre de 1999).
Ese Documento es, sin duda alguna, un punto de partida seguro para ulteriores pasos ecuménicos. Exhorta a orientar la investigación teológica en el ámbito ecuménico y a eliminar los obstáculos que aún se oponen a la comunión en la mesa del Señor, tan profundamente deseada. Por eso, uniendo nuestras energías, debemos esforzarnos para traducir el contenido de la doctrina, que hemos elaborado juntos, a la lengua y a la vida de nuestros contemporáneos. Se necesitan buenos intérpretes, capaces de transmitir la verdad con fidelidad a su propia identidad y por amor a los respectivos interlocutores.

3. Con nuestra mirada puesta en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, hemos llegado juntos al umbral del tercer milenio. "Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad" (Incarnationis mysterium, 1).

319 Me alegra mucho que haya aceptado celebrar con la Iglesia católica el año jubilar aquí, en Roma, y en todo el mundo. Dos puntos de la reciprocidad ecuménica merecen atención particular. En primer lugar, recuerdo la Semana de oración por la unidad de los cristianos, con ocasión de la cual abriré la Puerta santa en San Pablo extramuros; en segundo lugar, quisiera mencionar la conmemoración de los nuevos mártires cristianos.

Precisamente en este siglo, afligido por la violencia y el terror, el testimonio de los mártires es muy elocuente, tanto para los católicos como para los luteranos. Es "un signo perenne, pero hoy particularmente significativo, de la verdad del amor cristiano" (ib., 13). Los mártires son los que "han anunciado el Evangelio dando su vida por amor" (ib.). De este modo, el martirio cobra un significado ecuménico, puesto que quienes creen en Cristo y están unidos en el seguimiento de los mártires, no pueden permanecer divididos (cf. Ut unum sint
UUS 1).

4. La fiesta común del gran jubileo es una oportunidad para profundizar nuestro testimonio común de fe. Precisamente el mundo actual desea que los cristianos se acerquen entre sí.
Por este motivo, el calendario del Año santo prevé diversos encuentros ecuménicos. ¿Por qué deberíamos recorrer aún caminos separados, si ya nos encontramos en el mismo camino? El año jubilar, como acontecimiento espiritual, ofrece a los católicos y a los luteranos diferentes posibilidades, que pueden aprovechar juntos.

Las Vísperas ecuménicas, que celebramos recientemente con motivo de la proclamación de santa Brígida como copatrona de Europa, fueron una anticipación. En esa ocasión, al dar gracias a Dios con himnos y salmos, percibí el "espacio espiritual" en que los cristianos están juntos en presencia de su Señor (cf. ib., 83). El espacio espiritual común es más grande que algunas barreras confesionales que aún nos separan en el umbral del tercer milenio. Si los cristianos, a pesar de sus divisiones, saben unirse cada vez más en la oración común en torno a Cristo, crecerá en ellos la convicción de que es realmente poco lo que los separa, en comparación con lo que los une (cf. ib., 22).

Quien es consciente de esto, no puede considerar el ecumenismo como un mero "apéndice", que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia (cf. ib., 20). La unidad plena es un objetivo en el que vale la pena comprometerse. Es un impulso para la actividad espiritual de toda la Iglesia.

5. A propósito de estas consideraciones, llenas de esperanza, estoy convencido de que las buenas relaciones que existen entre la Iglesia católica y la Federación luterana mundial pondrán las bases sobre las que se podrán entablar ulteriores diálogos destinados a solucionar las cuestiones aún abiertas.

De la misma forma que la oración es el alma de la renovación ecuménica y de la aspiración a la unidad (cf. ib., 28), así también nuestro diálogo común sobre las cuestiones fundamentales de la doctrina ha de estar sostenido en el futuro por una ferviente oración en nuestras comunidades. La oración de los fieles es, por decirlo así, el viento que impulsa el diálogo ecuménico.
Quiera Dios que pronto lleguemos a la unidad que quiere Jesús. Elevemos esta súplica junto con nuestra acción de gracias al Señor de la historia. No sólo debemos mirar atrás, a los dos mil años después de Cristo; con vistas al año 2000, también hemos de caminar confiadamente con Cristo hacia el futuro.

Con ocasión de la fiesta del nacimiento de Jesucristo, nuestro Señor ayer, hoy y siempre, os deseo la paz y la bendición del Hijo de Dios encarnado.












A LOS REPRESENTANTES DE LA MISIÓN PONTIFICIA


PARA PALESTINA CON OCASIÓN


DE SU 50° ANIVERSARIO


9 de diciembre



Eminencia;
320 queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
señoras y señores:

1. Con la liturgia eucarística celebrada esta mañana, en la basílica de San Pedro, y ahora con esta audiencia con el Sucesor de Pedro, concluyen las celebraciones solemnes por el 50° aniversario de la Misión pontificia para Palestina. Estas celebraciones, que comenzaron en la ciudad de Nueva York, donde la Misión tiene su sede, y siguieron después en Tierra Santa, en Jordania y en Libia, han tenido así una digna conclusión en la ciudad donde los apóstoles san Pedro y san Pablo dieron su testimonio heroico final de Jesucristo y de la salvación que él realizó para toda la humanidad.
Agradezco al cardenal Achille Silvestrini las amables palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de la Congregación para las Iglesias orientales y de la Misión pontificia para Palestina.
Quiero manifestar mi aprecio en particular al cardenal John O'Connor, arzobispo de Nueva York, a monseñor Robert Stern, actual presidente de la Misión pontificia y, en general, a la comunidad católica de Estados Unidos, que tan generosamente sostiene la labor de la Misión pontificia. No puedo menos de expresar mi gratitud a todos los que colaboran en la Misión, tanto a nivel central como regional, cuyo compromiso y esfuerzos le permiten afrontar las necesidades de los numerosos pueblos a los que trata de servir.

2. De hecho, los trágicos sufrimientos y la miseria de los pueblos de Oriente Medio después de la segunda guerra mundial suscitaron en mi predecesor el Papa Pío XII el deseo de crear una organización eclesial específica para Oriente Medio. Promovió una institución que pudiera prestar la asistencia y el apoyo necesarios en Tierra Santa a niños, familias, heridos, enfermos, ancianos y exiliados. Con esta finalidad, en 1949 se fundó la Misión pontificia para Palestina; y hoy, después de cincuenta años, la Misión ha extendido su actividad caritativa a Chipre, Irak y Siria.

Durante los últimos cincuenta años, Oriente Medio ha experimentado sin cesar momentos de gran tensión y conflicto, que a menudo han desembocado en actos de violencia y de guerra abierta. En esas circunstancias, la Misión pontificia ha redoblado sus esfuerzos, encaminados a ayudar a las poblaciones locales a rehacer su vida: participa en la reconstrucción y en proyectos de desarrollo; suministra los servicios de asistencia sanitaria tan necesarios; y ha contribuido al restablecimiento de las actividades agrícolas, industriales y artesanales.

De este modo, la Misión pontificia es una expresión elocuente de la "nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales" (Incarnationis mysterium, 12), tan necesaria en el mundo moderno y debe ser una característica del nuevo milenio. Esta responsabilidad con respecto al bienestar de todos, que comparten especialmente las naciones más ricas y el sector privado, es parte del significado más profundo del gran jubileo, que estamos a punto de comenzar (cf. ib.).

3. Queridos amigos, en gran medida gracias a vosotros y a vuestro apoyo a la Misión pontificia para Palestina, la Iglesia puede estar presente de modo activo y eficaz en Tierra Santa y en Oriente Medio. Pido a Dios que vosotros y todas las personas que colaboran en la labor de la Misión renovéis vuestra fe y vuestro amor, mientras buscáis modos cada vez mejores de ayudar a esas poblaciones que no sólo necesitan apoyo material, sino también y especialmente oportunidades con miras a su desarrollo personal y social. Éste es el camino más seguro para establecer una paz verdadera y duradera en la vida de los pueblos de Oriente Medio.

Encomendándoos a vosotros, vuestro trabajo y a todos los bienhechores de la Misión pontificia para Palestina, así como a aquellos a quienes trata de ayudar, a la poderosa intercesión de María de Nazaret, Madre del Redentor, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en nuestro Señor Jesucristo.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A S.E. MONS. DOMIGOS LAM KA TSEUNG


CON MOTIVO DE LA VUELTA DE MACAO


A LA SOBERANÍA CHINA







Al venerado hermano
321 Domingos Lam Ka Tseung
Obispo de Macao

Casi cuatrocientos veinticuatro años después de que mi predecesor Gregorio XIII erigiera la diócesis de Macao, la comunidad diocesana confiada al cuidado de su excelencia reverendísima se prepara para vivir un acontecimiento importante de su historia plurisecular, cuando, el próximo 20 de diciembre, ese territorio vuelva a la soberanía china.

La diócesis de Macao, creada para proveer a las necesidades pastorales que surgían de la difusión del cristianismo en el Extremo Oriente asiático, abarcaba al inicio toda la China, además de otras tierras confinantes e islas adyacentes. De este modo, su historia se ha entrelazado con la historia de la evangelización de toda el área geográfica circundante y, en particular, con la de China, país de antiguas tradiciones filosófico-religiosas. La función de puerta de la Iglesia para China, que la Providencia divina asignó a la diócesis de Macao y que ésta ha desempeñado durante cuatro siglos con mayor o menor éxito, adoptará nuevas formas ahora que esa comunidad diocesana va a formar parte con pleno derecho de la Iglesia en China. En particular, deberá profundizar su vocación misionera en el seno del mundo chino, para convertirse en un punto de referencia y de apoyo espiritual también para los numerosos hermanos y hermanas en la fe que viven esparcidos en ese vasto país que es la China.

La tradición histórico-cultural de esa Iglesia particular es rica en valores significativos. Macao no sólo fue la puerta de la evangelización del continente chino, sino también una vanguardia de cultura cristiana y un lugar de encuentro con las culturas del Extremo Oriente. De hecho, en esa ciudad, con la creación del prestigioso Colegio universitario San Pablo, se erigió la primera universidad de estudios del Extremo Oriente ya en 1594, es decir, apenas treinta y nueve años después de que los navegantes portugueses desembarcaran por primera vez en Macao. Así, además de la instrucción elemental, que la Iglesia organizó inmediatamente, comenzó también la de grado superior.

Al igual que en el campo cultural, la presencia de los católicos se ha distinguido por su labor social, como lo demuestra, entre otras obras, la Santa Casa de la Misericordia, creada en 1569, que ha tenido una influencia enorme en la historia humana de la población local.

En este importante momento en que el territorio vuelve a ser parte integrante de China, la Iglesia que está en Macao, rica en tradición y dignidad, está llamada a continuar su compromiso de servicio espiritual, cultural y social.

Ojalá que, en vísperas del nuevo siglo y en el marco del Año santo ya inminente, impulse su compromiso evangélico, renovando con generosidad y audacia los métodos y las formas tanto de su testimonio religioso como del valioso servicio que presta en los sectores educativo, escolar y asistencial.

Que sea una Iglesia profética, que anuncie al hombre, seducido por la avidez de los bienes materiales y desorientado en sus fines, la elevada razón de la vida moral, la dignidad y la libertad de toda persona humana, la belleza del Evangelio, y la alegría de adherirse a Cristo. Que sea una Iglesia fiel al significado del glorioso nombre de la ciudad: "Macao, ciudad del nombre de Dios". Que hable a todos, sin miedo, del amor del Padre, manifestado en Jesús y concedido por el Espíritu Santo. Que mantenga fiel su tradición, testimoniada por los innumerables y espléndidos edificios sagrados que, a lo largo de los siglos, ha dedicado a la Madre de Dios, a san José, a Santiago y a san Francisco Javier.

Que conserve su comunión plena con la Iglesia universal y, como en el pasado, promueva siempre la comunión con la Iglesia de toda la China, a la que desde ahora pasa a estar unida por un especial vínculo civil.

Al formular estos votos, deseo asegurar mi oración, y la de toda la Iglesia, por la comunidad diocesana de Macao y por la familia católica más vasta de toda la China continental.
322 Le envío a usted, venerado hermano, mi afectuoso saludo y mi bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los fieles laicos y a todas las personas de buena voluntad.

Vaticano, 3 de diciembre de 1999, fiesta de san Francisco Javier, patrono de las misiones


MENSAJE DEL SANTO PADRE

JUAN PABLO II

A LOS CATÓLICOS DE CHINA



"Y el Verbo se hizo carne"


Amadísimos hermanos y hermanas de la Iglesia católica en China:

En vísperas del gran jubileo, durante el cual recordaremos el bimilenario del nacimiento de Cristo, con alegría y con gran afecto os saludo a todos en el amor de Dios Padre y en la comunión del Espíritu Santo.

Todos los católicos de origen chino están cerca de mi corazón de Pastor de la Iglesia universal, pero en este momento siento el deber de dirigirme de modo particular a los pastores y a los fieles de la China continental, que aún no pueden manifestar de forma plena y visible su comunión con esta Sede apostólica
. 1. También vosotros, hermanos y hermanas de la Iglesia que está en China, junto con todos los fieles que se preparan en el mundo entero para celebrar el gran jubileo y el inicio de un nuevo milenio, habéis acogido la invitación del Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, y esperáis con fe este acontecimiento.

Las indicaciones prácticas, que expliqué en la bula de convocación Incarnationis mysterium, y las disposiciones para lucrar la indulgencia jubilar, publicadas en el correspondiente decreto de la Penitenciaría apostólica, serán para todos los católicos norma y guía con miras a una fructuosa celebración de ese providencial año de gracia, no sólo en Roma y en Tierra Santa, sino también en otras circunscripciones eclesiásticas.

A muchísimos católicos, esparcidos por todo el mundo, no les será posible cruzar el umbral de la Puerta santa en Roma y venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Pero todos están invitados a descubrir, donde viven, que "pasar por esa puerta significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en él para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es una decisión que presupone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de dejar algo, sabiendo que se alcanza la vida divina (cf. Mt Mt 13,44-46)" (Incarnationis mysterium, 8).

2. Nuestros corazones se dirigen al momento histórico en que, en la "plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), nació entre nosotros el Hijo de Dios: un acontecimiento que la mayoría de la humanidad ha aceptado ya como punto de referencia para la cronología de la historia. Jesús nació en una provincia de Palestina, país asiático que se encuentra en la encrucijada de los grandes intercambios culturales entre Oriente y Occidente, punto de encuentro entre Asia, Europa y África.

Ese nacimiento produjo, y produce aún hoy, alegría a todos los hombres en el "vasto ámbito que se extiende bajo el cielo", precisamente como los ángeles anunciaron a los pastores en Belén: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,10-11)

El nombre que dieron al recién nacido: Jesús, "Dios da la salvación", sintetiza su misión y es una promesa para todo el género humano: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,4); "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

323 3. Jesús comenzó a realizar durante su vida lo que se dijo de él cuando nació: "Anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo" (Plegaria eucarística IV).

Con el propósito de cumplir el designio misericordioso y misterioso de Dios para la salvación de los hombres, "se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida" (ib.).

Antes de su Ascensión y de su vuelta al Padre, mandó a sus discípulos, es decir, a la Iglesia naciente: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (
Mt 28,19).

Los discípulos, obedientes al Señor y animados por el Espíritu Santo, cumplieron el mandato de Jesús, llevando la buena nueva a Oriente y Occidente, al norte y al sur.

4. El jubileo, a la vez que recuerda el ingreso de Jesús en la historia, celebra también su presencia progresiva entre los pueblos.

Amadísimos hermanos y hermanas, como bien sabéis, según los planes misteriosos de la divina Providencia, el evangelio de la salvación se anunció muy pronto también en vuestro país. En efecto, ya en los siglos V y VI algunos grupos de monjes de Siria, atravesando el Asia central, llevaron el nombre de Jesús a vuestros antepasados. Aún hoy, una famosa estela en la capital Chang'an (Xi'an) resume muy bien, a partir del año 635, aquel momento histórico que marcó el ingreso oficial de la "religión luminosa" en China.

Después de algunos siglos, aquel anuncio se debilitó. Pero el hecho de que el evangelio de Jesús se haya predicado a vuestros antepasados en un período histórico en el que gran parte de Europa y del resto del mundo no tenía aún conocimiento de él, tiene que ser para vosotros motivo de gratitud a Dios y de intensa alegría.

5. El mensaje evangélico, que se proclamó en aquellos comienzos remotos, no ha perdido actualidad y os invita e impulsa a anunciarlo a quienes aún no lo han recibido.

La vida de los discípulos de Jesús, tanto entonces como ahora, en China y otros lugares, debe inspirarse en la "buena nueva"; así, la auténtica realización del Evangelio en vuestra vida se convertirá en un testimonio luminoso de Cristo en vuestro ambiente. Por tanto, todos vosotros, hermanos y hermanas, estáis llamados a anunciar con nuevo vigor el evangelio de la salvación al pueblo chino de hoy.

Comprendo que no os sintáis a la altura de una misión tan grande y ardua, pero sabéis que contáis con la fuerza victoriosa de Cristo (cf. Jn Jn 16 Jn 33), que os asegura su presencia y su ayuda. Bajo la guía de vuestros pastores y en comunión con ellos, vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, debéis elaborar planes pastorales actualizados, dando gran relieve y prioridad a todo lo que concierne al anuncio de Jesús y de su palabra de vida, y prestando particular atención al mundo juvenil.

En este marco, la celebración del jubileo será una ocasión para recordar las labores apostólicas, los sufrimientos, las lágrimas y el derramamiento de sangre que han acompañado el camino de la Iglesia entre los hombres de todos los tiempos. También entre vosotros, la sangre de vuestros mártires ha sido semilla de una multitud de auténticos discípulos de Jesús. Mi corazón está lleno de admiración y gratitud al Señor por el generoso testimonio que han dado numerosos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Y parece que, en algunas regiones, el tiempo de la prueba no ha terminado aún.

324 6. Al prepararos para la celebración del gran jubileo, recordad que en la tradición bíblica este momento ha implicado siempre la obligación de perdonarse las ofensas unos a otros, reparar las injusticias cometidas y reconciliarse con los demás.

También a vosotros se ha anunciado la "gran alegría preparada para todos los pueblos": el amor y la misericordia del Padre, la redención realizada por Cristo. En la medida en que vosotros mismos estéis dispuestos a aceptar este anuncio gozoso, podréis transmitirlo, con vuestra vida, a todos los hombres y mujeres con quienes tenéis contacto. Deseo ardientemente que secundéis las sugerencias interiores del Espíritu Santo, perdonándoos unos a otros todo lo que debéis perdonaros, acercándoos y aceptándoos recíprocamente, y superando las barreras para eliminar todo lo que pueda separaros.

No olvidéis las palabras de Jesús durante la última cena: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (
Jn 13,35).
He sabido con alegría que queréis ofrecer, como don muy valioso para la celebración del gran jubileo, la unidad entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Este propósito es seguramente fruto del Espíritu, que guía a su Iglesia por los difíciles caminos de la reconciliación y la unidad.

7. "Un signo de la misericordia de Dios, hoy especialmente necesario, es el de la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación" (Incarnationis mysterium, 12).

Entre los compromisos prácticos, que mostrarán vuestro esfuerzo de conversión y renovación espirituales, deberá figurar la caridad con vuestros hermanos, en la forma tradicional de las obras de misericordia corporales y espirituales. Esta solidaridad concreta será vuestra contribución discreta, pero eficaz, también al bien de vuestro pueblo. De este modo, daréis un testimonio elocuente del nombre cristiano que lleváis con valentía y orgullo: como buenos chinos y auténticos cristianos, amáis a vuestro país y también a la Iglesia particular y universal.

8. El jubileo del año 2000 será una gran plegaria de alabanza y acción de gracias, sobre todo por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención que realizó.
Será alabanza y acción de gracias por el don de la Iglesia, fundada por Cristo como "sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1).

"Su agradecimiento se extenderá, finalmente, a los frutos de santidad producidos en la vida de tantos hombres y mujeres -también en vuestro pueblo- que en cada generación y en cada época histórica han sabido acoger sin reservas el don de la redención" (Tertio millennio adveniente TMA 32).

9. Unidos entre vosotros en la verdad y en la caridad de Cristo, en comunión con la Iglesia universal y con el Papa, llamado por Jesús para ser el Sucesor de Pedro y prenda de unidad, cruzad el umbral del nuevo milenio, confiando en que el único Dios y Padre de todo el género humano bendice y bendecirá vuestros pasos y los pasos de todo vuestro pueblo. Sed levadura de bien para vuestro pueblo, aunque vuestro número sea escaso. Sed signo y sacramento de la salvación prometida por Dios a todos los hombres, invitando a los demás a escuchar y creer en la buena nueva del gran jubileo: "¡Os ha nacido un Salvador!".

María, Madre del Redentor, Auxilio de los cristianos y Reina de China, os proteja y sostenga en la realización de vuestra vocación y en la actuación de los propósitos que nazcan en vuestro corazón, cada vez más atento y generoso.

325 10. En este momento, mi mirada se ensancha de nuevo para abrazar también a todos los católicos chinos que viven fuera de la China continental. Los saludo con afecto y les expreso mi deseo sincero de que, durante el Año jubilar, se sientan fortalecidos, al ser "conscientes de llevar al mundo la luz verdadera, Cristo Señor" (Incarnationis mysterium, 2). Están llamados a ser luz y levadura donde la Providencia los ha situado, y a cultivar la unidad espiritual con todos sus hermanos y hermanas de la gran familia china.

"La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros. Amén". Con este deseo, os bendigo a todos de corazón.

Vaticano, 8 de diciembre de 1999, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.












A LOS OBISPOS DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"




Queridos Hermanos en el Episcopado,

1. Me es grato recibiros hoy, con ocasión de la visita "ad Limina", en la cual habéis tenido ocasión, una vez más, de peregrinar a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, y de expresar vuestra comunión con el Obispo de Roma y con la Iglesia universal. Todo ello es una ayuda para vivir de manera renovada vuestra misión de guiar a la comunidad eclesial de la República Dominicana, que he tenido el gozo de visitar tres veces y de la cual conservo tantos y gratos recuerdos. Agradezco cordialmente al Señor Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo Domingo y Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, para expresarme vuestro afecto, haciéndome al mismo tiempo partícipe de las preocupaciones y esperanzas de la Iglesia en vuestro País y poniendo de relieve también los anhelos e inquietudes que os animan en este encuentro. Al regresar a vuestras diócesis, llevad el saludo afectuoso del Papa a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, a los cuales tengo presentes en mi oración para que crezca cada vez más su fe en Cristo y su compromiso con la nueva evangelización.

2. La Iglesia en vuestra Nación ha vivido momentos importantes en los últimos años, en los que han sido creadas dos nuevas diócesis, Puerto Plata y San Pedro de Macorís, y se ha celebrado el I Concilio Dominicano, que ha contribuido notablemente a acrecentar entre vosotros, los Obispos, la comunión y la participación en la solicitud pastoral. Ésta y otras iniciativas, como el Plan Nacional de Pastoral, son un signo de unidad y, al mismo tiempo, una exigencia en las circunstancias actuales en las que parece cada vez más necesario aunar, en el respeto de la identidad diocesana, ?fuerzas y voluntades para promover el bien común del conjunto de las Iglesias y de cada una de ellas? (Christus Dominus CD 36). En el esfuerzo por revitalizar la vida cristiana en vuestro pueblo no puede olvidarse el papel decisivo de los sacerdotes, vuestros colaboradores en el anuncio del Evangelio, que ejercen su ministerio con entrega y generosidad, a veces en circunstancias nada fáciles. Con ellos debéis tener una constante solicitud y cercanía, sobre todo respecto a quienes se encuentran más solos o necesitados, con el fin de que todos lleven una vida digna y santa, conforme a su vocación, y den testimonio de que son hombres de Dios, consagrados plenamente al servicio del Evangelio, sin dejarse arrastrar por la seducción del mundo (cf. Ef Ep 4,22). Junto a ello, no deja de ser apremiante la pastoral vocacional, por más que sea consolador el crecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en los últimos años, porque la comunidad eclesial sufre escasez de sacerdotes. Es una pastoral que se ha de apoyar siempre, de manera particular, en el ejemplo mismo de los sacerdotes y en su capacidad de entusiasmar a los jóvenes con la total entrega a Cristo y al Evangelio, así como en el cultivo, ya en las familias, de la actitud de generosidad y perseverancia ante el llamado del Señor.

3. Una mención especial merece la Vida consagrada, de la cual vuestras diócesis no solamente reciben la riqueza de los carismas de los respectivos Institutos, sino también una ayuda inestimable, que en muchos casos es vital, al estar comprometidos en los diversos sectores de la pastoral educativa, sanitaria y social según la propia identidad. A este respecto, quiero recordar una vez más cómo la historia de la evangelización de América está entretejida con el testimonio de tantas personas consagradas, anunciando el Evangelio y defendiendo los derechos de los indígenas para que se sintieran plenamente hijos de Dios. Sin embargo, la aportación de la Vida consagrada a la edificación de la Iglesia no se ha de medir únicamente por sus actividades o por su eficacia externa. Por eso también la vida contemplativa, junto con las demás formas de consagración, ha de ser cada vez más estimada, promovida y bien acogida por los Obispos, sacerdotes y fieles diocesanos, a fin de que ?se integren plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua colaboración? (Ecclesia in America ).

4. En las Relaciones quinquenales habéis subrayado la necesidad de tener laicos adultos bien formados, que sean auténticos testigos del Evangelio. En efecto, en vuestra Nación, que actualmente está atravesando un período de renovación y de profundas transformaciones que afectan a diversos sectores de la sociedad, es apremiante poder contar con el testimonio y la actuación de laicos bien formados y dispuestos a intervenir en los campos que les son más propios, como el de la familia, el trabajo, la cultura o la política. Pero ello requiere, ante todo, una formación continua y sistemática, que los haga conscientes de su dignidad de bautizados y del compromiso que eso conlleva, así como a un conocimiento sólido de la doctrina de la Iglesia y de su Magisterio. En efecto, sólo con principios éticos sólidos se puede ser promotores de los valores morales, precisamente en una sociedad en la cual hay un elevado porcentaje de la población que vive en condiciones de extrema pobreza, un alto índice de desempleo sobre todo juvenil, un incremento de la violencia y de la corrupción casi como un sistema de vida, factores todos ellos que repercuten directamente en el degrado moral y en fenómenos como las madres solteras adolescentes o el trabajo y explotación de los menores.

5. De entre los grandes desafíos que se presentan en vuestra sociedad, se ha de destacar el debilitamiento de la institución familiar, que da lugar a la disminución de los matrimonios religiosos y el consiguiente aumento de los matrimonios civiles, los numerosos divorcios, así como a la difusión del aborto y de una mentalidad contraceptiva. Sin rendirse a costumbres a veces difusas, esta situación requiere una respuesta vigorosa que ha de concretarse sobre todo en una acción catequética y educativa más incisiva y constante, que haga arraigar muy hondo el ideal cristiano de comunión conyugal fiel e indisoluble, verdadero camino de santidad y abierta a la procreación. En ella, los padres son los primeros responsables de la educación de los hijos, a los que, como ?iglesia doméstica?, transmiten también el gran don de la fe. En este contexto, es preciso recordar también la necesidad de respetar la dignidad inalienable de la mujer a la que se reconoce, además, un papel insustituible, tanto en el ámbito del hogar, como en el de la Iglesia y de la sociedad. En efecto, es triste observar como "la mujer es todavía objeto de discriminaciones" (ibíd., 45), sobre todo cuando es víctima frecuente de abusos sexuales y de la prepotencia masculina. Por eso, es necesario sensibilizar a las instituciones públicas a fin de que se "ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la maternidad y se respete más la dignidad de todas las mujeres" (ibíd.).

6. La situación familiar tiene una influencia determinante en el estilo de vida de los jóvenes, comprometiendo así el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Muchos de ellos han nacido de situaciones irregulares y crecido sin conocer la figura paterna, arrastrando así graves problemas de educación que repercuten en su madurez personal. Tienen, pues necesidad de un apoyo especial que los ayude en la búsqueda de un sentido de la vida y haga nacer en ellos horizontes de esperanza que les permitan superar sus experiencias de frustración y rescatarlos de sus secuelas, como son el resentimiento y la delincuencia. Ésta es una tarea de todos y en la que deben implicarse también en primera persona los jóvenes mismos, haciéndose apóstoles de sus coetáneos más necesitados. Por eso es imprescindible promocionar una pastoral juvenil que abarque todos los sectores de la juventud, sin discriminación alguna, para que se acompañe a las nuevas generaciones al encuentro personal con Cristo vivo, en quien se funda la verdadera esperanza de un futuro de mayor comunión y solidaridad. Más que de acciones aisladas ha de buscarse un proceso de formación ?constante y dinámico, adecuado para encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo" (ibíd. 47) y, por tanto, con la invitación a ser valientes, fieles a sus compromisos, testigos de su fe y protagonistas en el anuncio del Evangelio.

7. En el ámbito de vuestro País detectáis también que ?la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo? (Evangelii nuntiandi, EN 20) y que ciertas ideologías o corrientes de pensamiento, de un modo u otro, niegan a Dios o propugnan un alejamiento de Él, relativizan los valores morales y, en todo caso, tienden a crear un abismo insuperable entre la dimensión religiosa y los otros aspectos de la vida humana. Por ello, en su acción evangelizadora, la Iglesia siente el deber acuciante, no solamente de defender la verdad sobre el hombre, su primacía sobre la sociedad y su apertura a la trascendencia, sino también de hablar y enseñar de tal manera que ?el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquéllos que lo oyen? (Ecclesia in America ). Al mismo tiempo, en esta tarea se debe evitar el riesgo de que un excesivo apego a ciertas culturas y tradiciones termine por relativizar o vaciar de sentido el anuncio cristiano. En efecto ?no debe olvidarse que sólo el misterio pascual de Cristo, suprema manifestación del Dios infinito en la infinitud de la historia, puede ser el punto de referencia válido para toda la humanidad peregrina en busca de unidad y paz verdaderas? (ibíd., 70).


Discursos 1999 311