Discursos 1999 332

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


CON MOTIVO DE LA NUEVA ILUMINACIÓN


DE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


17 de diciembre de 1999



Señor cardenal;
amables señoras y señores:

1. Os saludo cordialmente a cada uno. Me alegra mucho acogeros esta tarde, en que tenemos la alegría de inaugurar el nuevo sistema de iluminación de la basílica de San Pedro.

Saludo y doy las gracias de modo especial al cardenal Virgilio Noè, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes y ha querido ilustrarme el conjunto de los trabajos realizados y los resultados logrados. Saludo al presidente de la ACEA, doctor Fulvio Vento, y al administrador delegado, doctor Paolo Cuccia, a quienes expreso mi gratitud por las amables palabras que han querido dirigirme. Saludo, asimismo, a los representantes del consejo de administración, acompañados por sus familiares y amigos.

2. Después de la laboriosa operación de restauración, que ha devuelto a la fachada su esplendor original, concluye hoy una nueva iniciativa que valora esta basílica, tan querida para todo el mundo católico. La cita del jubileo del año 2000, ya inminente, impulsó a los responsables de la Fábrica de San Pedro a pensar en una obra significativa, que permitiera a los peregrinos y visitantes apreciar, también durante las horas nocturnas, la belleza de este templo.

333 La realización de la nueva iluminación de la fachada, del tambor, de la cúpula, de las cupulitas y de la linterna ha corrido a cargo de la empresa ACEA, que ha utilizado medios modernos y equipos adecuados para acentuar los elementos que, precisamente por su plasticidad, hacen que este edificio sagrado sea único en el mundo. Además, la óptima solución adoptada reduce la energía empleada en un cuarenta por ciento y, a la vez, limita notablemente la contaminación luminosa, puesto que los proyectores están situados cerca de las formas arquitectónicas.

De este modo, los fieles que vengan a Roma para rendir homenaje a la tumba del apóstol Pedro y crucen la Puerta santa para lucrar la indulgencia del jubileo podrán admirar, también de noche, todo el complejo de San Pedro, captando su singular valor arquitectónico.

3. Ojalá que la nueva iluminación, que envuelve a la basílica y la muestra en toda su grandeza, constituya para los peregrinos y visitantes una invitación a acoger en su vida a Cristo, que es la luz del mundo. Que sea para los creyentes un ulterior estímulo para testimoniar en la vida su fidelidad a Dios y a la Iglesia.

Me congratulo con cuantos han colaborado activamente en la realización de este nuevo sistema de iluminación: con los proyectistas, los directores de los trabajos, los técnicos y los obreros. Expreso a todos mi gratitud y mi admiración por la obra realizada con competencia y dedicación.
Al mismo tiempo que pido a Cristo, que por nosotros se hizo hombre hace dos mil años, abundantes dones de serenidad y de paz, os imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestros familiares la bendición apostólica.









ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LAS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN


DE RELIGIOSAS PASIONISTAS


17 de diciembre



Amadísimas religiosas Pasionistas de San Pablo de la Cruz:

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro XIV capítulo general, y os saludo cordialmente. Es un saludo que deseo enviar, a través de vosotras, a todas vuestras hermanas presentes en veinticinco naciones, esparcidas en cuatro continentes. Gracias por vuestra visita que, además de ser un gesto de devoción filial hacia el Sucesor de Pedro, constituye para mí la ocasión de conocer mejor vuestra familia religiosa y apreciar la generosidad que la anima en su servicio diario a la Iglesia.

Felicito a la madre Antonella Franci, elegida para el cargo de superiora general del instituto, e invoco sobre ella abundantes luces celestiales con vistas a un compromiso fructuoso en su nueva y no fácil misión. Deseo también que vuestra asamblea, con la ayuda del Señor y la asistencia materna de la santísima Virgen, suscite en cada una de vosotras y en toda vuestra congregación un renovado fervor espiritual, centrado en la viva, agradecida y dolorosa memoria de la pasión de Jesús y de los dolores de María santísima, un compromiso apostólico más convencido y una fidelidad cada vez más activa al carisma de María Magdalena Frescobaldi Capponi, laica, esposa y madre de familia.

Os aliento a proseguir por el camino emprendido, animadas siempre por la caridad divina y por el deseo de difundir por doquier el evangelio de Cristo.

2. Vuestro capítulo general tiene como objetivo principal hacer más intenso el amor y el servicio a los más necesitados, secundando la invitación de la Iglesia a evangelizar el mundo de hoy, caracterizado por numerosos desafíos culturales, sociales y religiosos. Para este fin, resulta muy significativo el tema: La internacionalización de la congregación plantea a la hermana pasionista el desafío de ser signo profético de comunión en la inculturación del carisma, con fidelidad a la fundadora.

334 Os exhorto cordialmente a elaborar un proyecto de formación y actividades que ayude a vuestra familia religiosa y a cada una de las hermanas a poner en práctica el mandamiento del amor, según vuestro carisma. Siguiendo más de cerca a Jesús crucificado, viviréis vuestra vocación religiosa, que os lleva a una opción preferencial por los humildes y los pobres, a quienes hay que educar, y en particular por la mujer, que corre el peligro de una explotación inhumana. En el rostro de toda persona que atraviesa dificultades podréis reconocer el de Cristo, y seréis testigos del amor de Dios para todos aquellos con quienes entréis en contacto.

3. Se trata de una misión difícil, que exige una espiritualidad profunda y enraizada en el Evangelio. Por eso, vuestra primera tarea consiste en buscar a Dios, escuchando constantemente su palabra. Así, podréis vivir con plenitud vuestra peculiar misión en la Iglesia y en la sociedad.

Amadísimas hermanas, tratad de aplicar cada vez más la pedagogía de María Magdalena Frescobaldi Capponi, basada en el encuentro, en el diálogo abierto, acogedor y solidario, capaz de suscitar relaciones nuevas con Dios, con los demás y con la naturaleza. Cuidad la vida fraterna fundada en la contemplación y en la experiencia de Dios, que une a él y en él nos hace capaces de comunión y participación en la pluralidad y en la riqueza de las culturas. Impulsad la búsqueda de una sabia inculturación de vuestro carisma, testimoniando que el Evangelio es para todos los pueblos. Asimismo, poned atención especial en la formación permanente, para que seáis consagradas felices, capaces de difundir serenidad y esperanza, misericordia y solidaridad.

4. Amadísimas hermanas, ¡qué actual es vuestra vocación! Sed fieles al espíritu de los orígenes, permaneciendo junto a los necesitados con humildad y disponibilidad concreta. Amad la vida austera. Negándoos a vosotras mismas y tomando la cruz de Cristo en vuestra vida, podréis cumplir más fácilmente la alta misión que Dios os confía. Como bien recuerda la misma existencia de vuestra fundadora, la sociedad necesita precisamente esto: un amor crucificado. Conquistada por el amor a la cruz, ella había hecho del Calvario el lugar seguro donde refugiarse.

Hoy, como entonces, estáis llamadas a esa misma misión, a saber, ser madres espirituales para quien sufre y llama a vuestras casas. Como en tiempos de María Magdalena Frescobaldi Capponi, también en nuestros días hay mucha necesidad de sensibilidad materna, de comprensión y de ayuda concreta.

Que os sostenga vuestro protector celestial, san Pablo de la Cruz; y que la Madre del Señor os ayude en vuestro esfuerzo diario de entrega y testimonio evangélico. Deseándoos que la gracia del gran jubileo del año 2000 constituya para todas vosotras una feliz ocasión de fervor y de renovada adhesión a Cristo, os imparto de corazón una especial bendición, que extiendo con afecto a toda vuestra familia religiosa.










A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO


SOBRE JAN HUS


Viernes 17 de diciembre

Distinguidas autoridades de Gobierno;
señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres estudiosos;
335 señoras y señores:

1. Es para mí motivo de gran alegría dirigiros mi saludo cordial con ocasión de vuestro Simposio sobre Jan Hus, que constituye una ulterior e importante etapa para una comprensión más profunda de la vida y la obra del conocido predicador bohemo, uno de los más famosos entre los muchos ilustres maestros que salieron de la universidad de Praga. Hus es una figura memorable por muchas razones. Pero sobre todo su valentía moral ante las adversidades y la muerte lo ha convertido en figura de especial importancia para el pueblo checo, también él duramente probado a lo largo de los siglos. Os doy gracias particularmente a todos vosotros por haber contribuido al trabajo de la Comisión ecuménica "Husovská", constituida hace algunos años por el señor cardenal Miloslav Vlk con el objetivo de identificar de modo más preciso el lugar que Jan Hus ocupa entre quienes aspiraban a la reforma de la Iglesia.

2. Es significativo que hayan participado en este simposio estudiosos procedentes no sólo de la República Checa, sino también de los países vecinos. Y no es menos relevante el hecho de que, a pesar de las tensiones que deterioraron las relaciones entre los cristianos checos en el pasado, se hayan reunido expertos de diferentes confesiones para compartir sus conocimientos. Después de haber recogido la mejor y más actualizada reflexión académica sobre Jan Hus y sobre los acontecimientos en los que se vio envuelto, el próximo paso será publicar los resultados del simposio, a fin de que el mayor número posible de personas pueda conocer mejor no sólo la extraordinaria figura de hombre que fue, sino también el importante y complejo período de la historia cristiana y europea en el que vivió.

Hoy, en vísperas del gran jubileo, siento el deber de expresar mi profunda pena por la cruel muerte infligida a Jan Hus y por la consiguiente herida, fuente de conflictos y divisiones, que se abrió de ese modo en la mente y en el corazón del pueblo bohemo. Ya durante mi primera visita a Praga expresé la esperanza de que se dieran pasos decisivos en el camino de la reconciliación y de la verdadera unidad en Cristo. Las heridas de los siglos pasados deben curarse con una nueva mirada en perspectiva y con el establecimiento de relaciones completamente renovadas. Nuestro Señor Jesucristo, que es "nuestra paz" y ha derribado "el muro que nos separaba" (
Ep 2,14), guíe el camino de la historia de vuestro pueblo hacia la unidad recuperada de todos los cristianos, que todos nosotros anhelamos ardientemente para el milenio que estamos a punto de comenzar.

3. Desde esta perspectiva, es de vital importancia el esfuerzo que los estudiosos puedan realizar para llegar a una comprensión más profunda y completa de la verdad histórica. La fe no tiene nada que temer con respecto al esfuerzo de la investigación histórica, dado que también la investigación tiende, en definitiva, a la verdad, que tiene su fuente en Dios. Por tanto, doy gracias ahora a nuestro Padre celestial por vuestro trabajo, que llega a su término, de la misma manera que os alenté cuando lo empezasteis.

La historiografía se ve entorpecida a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; como consecuencia de ello, la verdad se oscurece y la historia misma termina por convertirse en prisionera de los poderosos. El estudio auténticamente científico es nuestra mejor defensa contra esas presiones y contra las distorsiones que pueden producir. Es verdad que es muy difícil llegar a un análisis de la historia absolutamente objetivo, dado que las convicciones, los valores y las experiencias personales influyen inevitablemente en su estudio y exposición. Sin embargo, esto no significa que no se pueda llegar a una revisión de los eventos históricos que sea realmente imparcial y, como tal, verdadera y liberadora. Vuestro mismo trabajo es la prueba de que esto es posible.

4. Incluso la verdad puede resultar incómoda cuando nos exige que abandonemos nuestros prejuicios y tópicos arraigados. Esto vale tanto para las Iglesias, las comunidades eclesiales y las religiones, como para las naciones y las personas. Sin embargo, la verdad que nos hace libres del error es también la verdad que nos hace libres para amar; y el amor cristiano ha sido el horizonte de cuanto vuestra Comisión ha tratado de realizar. Vuestro trabajo significa que una figura como la de Jan Hus, que fue objeto de gran controversia en el pasado, puede convertirse ahora en tema de diálogo, de confrontación y de profundización común.

En esta hora en que muchos se están esforzando por crear un nuevo tipo de unidad en Europa, las investigaciones históricas como la vuestra pueden ser útiles para impulsar a las personas a rebasar los confines étnicos y nacionales, demasiado estrechos, hacia nuevas formas de apertura auténtica y solidaridad. Estoy seguro de que esto ayudará a los europeos a comprender que el continente sólo podrá avanzar de manera segura hacia una unidad nueva y estable si sabe unirse de modos nuevos y creativos a las raíces cristianas comunes y a la identidad específica que ha derivado de ellas.

5. Por tanto, es evidente que vuestro trabajo es un servicio importante no sólo para la figura histórica de Jan Hus, sino también, más en general, para los cristianos y la sociedad europea en su conjunto. Es así porque, en definitiva, es un servicio a la verdad sobre el hombre, verdad que la familia humana necesita recuperar, antes que cualquier otra cosa, en el alba del tercer milenio de la era cristiana.

Al contemplar la verdad sobre el hombre, no podemos por menos de dirigirnos a la figura de Cristo resucitado. Sólo él encarna perfectamente la verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26). Pido ardientemente a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8), que envíe su luz a vuestro corazón. Como prenda de gracia y paz en él, invoco sobre vosotros, sobre vuestros seres queridos y sobre toda la nación checa las abundantes bendiciones del Altísimo, al que corresponde la alabanza, la gloria, la sabiduría y la acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap Ap 7,12).










A LA EMBAJADORA DE PARAGUAY ANTE LA SANTA SEDE


CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


17 de diciembre de 1999





336 Señora Embajadora,

1. Es para mí motivo de particular complacencia darle la bienvenida y recibir las Cartas Credenciales que la acreditan como Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de la República del Paraguay ante la Santa Sede. Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente de la República, Dr. Luis Ángel Macchi, al cual le ruego transmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y progreso integral de la querida Nación paraguaya.

2. Viene Usted a representar a un pueblo que en el año que está por terminar ha vivido acontecimientos muy importantes, en medio de una situación socio-económica y política que en ocasiones ha sido difícil y que ha tenido incluso algunos episodios dramáticos. Sin embargo, en medio de esta experiencia se ha producido también un resurgir de la conciencia de los ciudadanos, deseosos de construir mejores condiciones de convivencia, sin sucumbir al desaliento y la fatalidad. En estas circunstancias, el Gobierno de Unidad Nacional se ha hecho depositario de muchas ilusiones y esperanzas que son, al mismo tiempo, una gran responsabilidad y un desafío a su capacidad creativa para lograr una sociedad más armónica, basada en la verdad, la justicia y la solidaridad. Para ello, será preciso erradicar las luchas internas y evitar la falta de voluntad política, que harían vanos los esfuerzos por construir un futuro mejor para todos.

Por eso, deseo animar a los gobernantes que han recibido el encargo de llevar adelante el caminar de la sociedad paraguaya a las puertas del Tercer milenio, a estar siempre atentos al clamor legítimo y a las aspiraciones más nobles de todos los ciudadanos. Esto será para ellos un aliciente constante para luchar sin descanso en la mejora de las condiciones de vida de los más desprotegidos, poner freno a la corrupción de los poderosos en perjuicio de los débiles e impedir el empobrecimiento paulatino de amplias capas de la población. Además, se conseguirá también así combatir la falta de confianza en las instituciones democráticas, un fenómeno que comporta incalculables riesgos, y se favorecerá un ordenamiento social capaz de asegurar la participación de todos los ciudadanos en las opciones políticas y de garantizar a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes.

3. Sin embargo, el bien común de los pueblos no depende únicamente de los aspectos formales de su organización política, sino que se decide fundamentalmente en la adhesión a la verdad profunda del ser humano y de su dimensión social. En este sentido, advertía en mi Encíclica Centesimus annus que "una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (n. 46), puesto que, sin una verdad última que guíe y oriente la acción política, "las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder" (ibíd.).

En el centro de esos valores, que un auténtico sistema democrático ha de tutelar y desarrollar, están sobre todo los derechos fundamentales de la persona humana. La Santa Sede no ha escatimado esfuerzos para promover la defensa y la promoción de estos derechos, en particular el derecho y el respeto a la vida, desde su concepción hasta su término natural, los derechos y la promoción de la familia, de la mujer, de los trabajadores, de las poblaciones indígenas, de los emigrantes, de los ancianos y de los niños. Esta es una causa noble en la que la Iglesia está firmemente comprometida, también en los foros internacionales, uniendo en lo posible sus esfuerzos a los de los hombres y mujeres de buena voluntad, con el fin de construir una civilización del amor y de la solidaridad, capaz de superar viejas barreras, estrechos horizontes y caducas ideologías.

El Paraguay, tierra fértil, como Usted lo ha calificado bellamente, tanto por la riqueza humana de su población como por su acendrada religiosidad y su lucha tenaz en pro de su libertad y su autonomía como Nación, reúne todos los requisitos necesarios para poder construir "oñondivepa" -"todos juntos" en lengua guaraní- esa nueva civilización capaz de ir transformando el País en un pueblo de hermanos.

4. Este encuentro de bienvenida, Señora Embajadora, me ofrece la oportunidad de reavivar el grato recuerdo de la Visita Pastoral que tuve el gozo de hacer a su País en 1988. En el curso de la misma pude percibir cómo la Iglesia Católica realiza su misión de anunciar la Buena Nueva de Jesucristo entre los hombres y mujeres del Paraguay, una tierra en la que, ya desde los comienzos de la evangelización del continente americano, la fe cristiana arraigó profundamente y ha ido configurando los usos y costumbres de sus habitantes.

Los Pastores de la Iglesia en Paraguay, compenetrados siempre con la suerte de sus fieles y conscientes de su responsabilidad de iluminar con el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia las situaciones de cada momento histórico, no han dejado de hacer oír su voz también en los momentos de dificultad, de zozobra, de quiebra de valores y de confusión moral. Ello ha contribuido sin duda a considerar a la Iglesia como una de las instituciones más creíbles y merecedoras de la confianza general de los ciudadanos.

Este es un aspecto importante del servicio al Pueblo de Dios y por eso la Iglesia, aun huyendo de privilegios, proclama su derecho a estar presente, con sus estructuras y sus medios, en el tejido social, considerando que su aportación al bien de la comunidad en su conjunto no puede ser desestimada o relegada al ámbito de lo meramente privado, según sostienen ciertas corrientes de pensamiento hoy en boga. Como dije con ocasión de mi mencionada visita al Paraguay: "No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia de los hombres" (A las Autoridades y al Cuerpo diplomático, 16 de mayo de 1988, n. 2). En efecto, la proclamación del Evangelio no sería del todo fiel si excluyera algunos aspectos esenciales del ser humano, como son la vida en sociedad y la necesidad de construir entre todos una sociedad más justa, fraterna y solidaria. La Iglesia -decía el Concilio Vaticano II- no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz sobre el mundo, "sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la consistencia de la sociedad humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres" (Gaudium et spes
GS 40).

5. Al terminar estas palabras, permítame, Señora Embajadora, expresarle mis mejores deseos para que su estancia en Roma sea grata y su misión al servicio de las relaciones entre su País y la Santa Sede produzca copiosos frutos de entendimiento mutuo y estrecha colaboración, acrecentando las buenas relaciones diplomáticas ya existentes.

337 Con estos deseos, que extiendo a su distinguida familia y a sus colaboradores, le ruego que transmita mi cordial saludo al Gobierno del Paraguay, especialmente a su Presidente, y que se haga portavoz de mi afecto y cercanía ante el pueblo paraguayo, para el que invoco la maternal protección de Nuestra Señora de Caacupé y al que bendigo de corazón.










A LOS PARTICIPANTES EN UNA PEREGRINACIÓN


DE LA REPÚBLICA CHECA



Sábado 18 de diciembre de 1999




Señor presidente;
señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas de la República Checa:

1. Con gran alegría os saludo a todos vosotros, que habéis venido para entregarme el abeto proveniente de la querida nación checa. Este regalo de Navidad testimonia el sentido de respeto y deferencia que el amado pueblo checo tiene por la Sede apostólica y, al mismo tiempo, es símbolo de cordial participación en la alegría de las fiestas navideñas que se celebran aquí, en el Vaticano, con la particular solemnidad que requiere el inicio del gran jubileo.

Ayer me reuní ya con numerosos representantes de la República Checa, con ocasión de la audiencia concedida a los participantes en el Simposio internacional sobre Jan Hus, importante momento de reflexión sobre una página dolorosa de la historia religiosa y civil de esta nación. Y ahora tengo la alegría de dirigir mi cordial saludo al presidente de la República Checa, señor Václav Havel, y a su gentil esposa. Le agradezco, señor presidente, las nobles palabras con las que ha querido subrayar el significado de la iniciativa tomada por el Gobierno de regalar al Papa el hermoso árbol de Navidad que se yergue majestuosamente junto al belén de la plaza de San Pedro. Saludo, asimismo, al señor cardenal Miloslav Vlk y le agradezco las palabras de afecto fraterno que me ha dirigido. Por último, extiendo mi cordial saludo al obispo monseñor Frantisek Lobkowicz, a todos los prelados de la Conferencia episcopal checa, a los fieles de la diócesis de Ostrava-Opava, principales artífices de la realización de esta iniciativa, y a los fieles de la comunidad checa de Roma.

A todos vosotros, a vuestros colaboradores que han permanecido en sus hogares, a los patrocinadores y a cuantos se han ofrecido para transportar el árbol, expreso mi más profundo agradecimiento por la contribución dada por cada uno. Dirijo un saludo especial a la banda "Vallasský-vojvoda", que acompaña el feliz encuentro para la iluminación del árbol. Gracias a vosotros la fiesta de la Natividad del Señor, aquí en la plaza de San Pedro, será seguramente más solemne.

2. Este abeto, que ya desde hace algunos días se eleva al cielo adornado con luces sugestivas, proviene de la montaña de Beskydy, región de Ostrava y Opava, cerca de Morávka. Además de este árbol, habéis querido ofrecer otros abetos pequeños, que se colocarán en varios lugares del palacio apostólico y de la Curia, todos adornados con artesanías de esa misma región. Habéis añadido tres estatuas vestidas con los trajes tradicionales de Valassko, que se encuentran situadas junto a las que se usan generalmente en el belén de la plaza de San Pedro.

El árbol de Navidad, así como el belén, crea el clima típico de la Navidad y puede ayudarnos a comprender mejor el mensaje de salvación que Cristo vino a traer con su encarnación. Desde la cueva de Belén hasta la cruz del Gólgota, él dio testimonio, con toda su vida, del amor de Dios a los hombres. Según el evangelista san Juan, él es "la luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

338 Como símbolo de esta luz, brillan las luces en el árbol de Navidad, para ahondar en nosotros la conciencia del gran misterio: en Cristo está presente la luz capaz de cambiar el corazón del hombre.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, al mismo tiempo que os agradezco de corazón esta visita, os expreso a todos vosotros y a vuestros seres queridos mis mejores deseos de una feliz Navidad y un próspero Año nuevo en medio del afecto de vuestras familias.

Ojalá que las inminentes fiestas navideñas susciten y refuercen en todos la fe en la presencia y en el amor de Dios.

Con estos sentimientos, os imparto complacido a vosotros, a vuestros familiares y a toda vuestra nación una especial bendición apostólica.







DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS CARDENALES, LA FAMILIA PONTIFICIA


Y LA CURIA ROMANA,


CON OCASIÓN DE LA NAVIDAD


martes 21 de diciembre de 1999



Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum!
Aperiatur terra, et germinet Salvatorem! (Is 45,8).

1. Con gran alegría me encuentro con vosotros, amadísimos miembros del Colegio cardenalicio y colaboradores de la Curia romana, para esta cita tradicional, que hoy tiene un matiz particular: es la última del siglo y del milenio. Esta peculiar circunstancia nos invita a remontarnos, con nuestra reflexión, al horizonte del tiempo que pasa, para adorar los designios de Dios y renovar nuestra fe en Cristo, Señor de la historia.

Le agradezco, señor cardenal decano, las expresiones de devoción que me ha dirigido en nombre del Colegio cardenalicio y de los presentes. Gracias por la felicitación, que le devuelvo de corazón a usted, a los señores cardenales y a los miembros de la Curia romana
. Queremos vivir este encuentro con la convicción de que formamos una comunidad especialísima, la comunidad de los más íntimos colaboradores del Obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro. El elemento que nos une se puede sintetizar con la expresión ministerio petrino.

2. Ministerio, esto es, servicio. El Hijo de Dios, que nació como hombre en Belén, dijo de sí mismo: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). De esa forma, Cristo nos dejó el modelo, más aún, el "metro" según el cual debe medirse la vocación de cada uno de nosotros.

339 Si la vocación del Sucesor de Pedro, apoyado por sus colaboradores, posee un significado particular en la Iglesia, es precisamente porque se trata de un ministerio, un servicio. Cristo dijo a Pedro: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Conocemos bien el contexto dramático de estas palabras del Maestro divino: ya en vísperas de su pasión, a la declaración de Pedro: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte" (Lc 22,33), replicó: "Te digo: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces" (Lc 22,34). En este contexto se insertan las palabras de Cristo: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32).

3. Es necesario reflexionar sobre el entero contexto para comprender plenamente el sentido de la vocación de Pedro en la Iglesia. En el relato del evangelista, Pedro resalta en toda su fragilidad. Por tanto, el "confirmar" no deriva de sus capacidades, sino de la fuerza de Cristo, que ora por él. Gracias a la fuerza de Cristo, Pedro puede sostener a sus hermanos, a pesar de su debilidad personal. Es preciso tener muy presente esta verdad sobre el ministerio petrino. Nunca debe olvidarla quien, como Sucesor de Pedro, desempeña ese ministerio y no deben olvidarla aquellos que, de diversas fomas, participan en él.

Con ocasión de este encuentro, deseo abrazar con la memoria a los Sumos Pontífices que se han sucedido a lo largo de este milenio y a todos los que, de muy diversas maneras, han colaborado con ellos. "¡Bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te constituiré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor" (Mt 25,23). Esperamos que hayan oído estas palabras de Cristo todos los que han participado en el ministerio petrino.Y esperamos escucharlas también nosotros cuando seamos llamados a presentarnos delante del tribunal supremo.

Quiera Dios que esta meditación cruce el umbral del tercer milenio y sea acogida por los que vengan después de nosotros, los que asuman después de nosotros, como Sucesores de Pedro y como colaboradores suyos, el ministerio petrino, para desempeñarlo de acuerdo con la voluntad de Cristo. Es el deseo que expreso a todos mis queridos hermanos y hermanas de la gran comunidad que formamos, agradeciendo sin cesar a todos y cada uno el apoyo, la ayuda y la colaboración generosa que me brindan.

4. "Confirma a tus hermanos". Juntamente con todo el pueblo de Dios esparcido por el mundo, hemos caminado a lo largo de estos años hacia el gran jubileo. Haciendo ahora casi un balance del itinerario recorrido hasta aquí, siento el deber de dar gracias al Señor ante todo por la inspiración trinitaria que lo ha caracterizado. De año en año hemos contemplado a las personas del Hijo, del Espíritu Santo y del Padre. A lo largo del Año santo cantaremos la gloria común de las tres Personas divinas. Así nos sentimos, más que nunca, pueblo congregado en la Trinidad, "de unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs adunata" (San Cipriano, De orat. Dom. 23: PL 4, 536; cf. Lumen gentium LG 4).

Han sido innumerables las iniciativas puestas en marcha en las Iglesias particulares como preparación para el Año jubilar. A nivel universal, han sido de gran importancia sobre todo los Sínodos continentales, de los que cabe esperar abundantes frutos, sobre la base de las líneas presentadas en las respectivas exhortaciones apostólicas postsinodales. Al inicio de este año, pude entregar desde la Ciudad de México la exhortación apostólica Ecclesia in America, deseando un renovado impulso de evangelización de la numerosa cristiandad americana. En el mes de junio visité mi patria, dirigiéndome a algunas diócesis de Polonia en las que no había estado aún. El mes pasado llevé a la India la exhortación apostólica Ecclesia in Asia, estimulando a la pequeña comunidad católica que está en Asia a anunciar con confianza, en diálogo con las antiguas religiones de ese inmenso continente, a Cristo Salvador. En octubre se celebró la segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, durante la cual se afrontó el complejo desafío de la evangelización en el continente europeo. Un desafío que encomendamos a la intercesión de los santos, especialmente de sus tres patronos: san Benito, san Cirilo y san Metodio, a los que quise unir, en la devoción del pueblo de Dios, las tres figuras femeninas de santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein.

5. "Confirma a tus hermanos". El año que acaba de transcurrir ha sido importante también desde el punto de vista ecuménico. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente expresé el deseo de que en el gran jubileo los cristianos nos podamos presentar "si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio" (n. 34). Por desgracia, esa meta sigue aún lejana. Pero, ¿cómo olvidar la intensa emoción de mis recientes viajes a Rumanía y Georgia? Me dirigí como hermano a hermanos, y en la acogida de esas antiguas comunidades pude gustar algo de la alegría que acompañó durante siglos las relaciones entre Oriente y Occidente. Entonces la Iglesia podía respirar plenamente con los "dos pulmones" de las tradiciones diversas y complementarias en que se expresa la riqueza del único misterio cristiano. Y, ¿qué decir de los progresos logrados en las relaciones con los hermanos de tradición luterana? El documento sobre la justificación, firmado recientemente en Augsburgo, constituye un gran paso adelante y un impulso a proseguir con decisión por el camino del diálogo, para que se haga realidad la invocación de Cristo: "Padre, que sean uno" (cf. Jn Jn 17,11 Jn Jn 17,21).

6. Rorate coeli desuper et nubes pluant iustum! También este año la mirada de la Iglesia se ha dilatado más allá de sus confines visibles, para reconocer la obra misteriosa que el Espíritu de Dios lleva a cabo entre todos los hombres y, en particular, entre los creyentes de otras religiones. Por iniciativa del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, siguiendo la línea del inolvidable encuentro de Asís celebrado en 1986, el pasado mes de octubre nos reunimos en la plaza de San Pedro con los representantes de varias religiones del mundo. Promovimos ese encuentro en plena sintonía con el espíritu del Concilio, que en la declaración Nostra aetate estimuló el diálogo con las demás religiones, si bien recordando que debe llevarse a cabo sin caer en el indiferentismo o en la tentación del sincretismo. La fe en Cristo "camino, verdad y vida" (Jn 14,6 cf. Nostra aetate NAE 2) es la razón de ser de la Iglesia y la fuerza que sostiene y orienta su acción en el mundo. Sobre esta base el encuentro con los creyentes de otras religiones demuestra toda su fecundidad. Es legítimo y significativo tanto porque son muchos los ámbitos prácticos en los que podemos colaborar para servir a Dios y a los hombres, como porque es deber de la Iglesia glorificar a Dios por los rayos de verdad mediante los cuales llega a sus hijos en todas las latitudes de la tierra, ofreciendo, de una forma que sólo él conoce, la salvación que tiene su origen en el misterio pascual de Cristo (cf. Gaudium et spes GS 22).

7. El anuncio de la salvación no puede menos de ir acompañado por un activo testimonio de caridad. También este año, frente a los grandes problemas del mundo, la Sede apostólica se ha esforzado para que no faltara la aportación de la levadura evangélica. Así se sostuvo el camino del pueblo de Dios, que en sus realidades pastorales locales de muchas maneras se hace cargo de las exigencias humanas y del servicio a los más necesitados. Nos hemos preocupado de la promoción de una "cultura de la caridad", capaz de impulsar relaciones solidarias entre los hombres, de derribar prejuicios y de disponer a la humildad del encuentro y del diálogo. Es la labor que siguen llevando a cabo los dicasterios de la Curia romana, especialmente los que están comprometidos en el ámbito de la cultura y de los problemas sociales. En esa misma dirección, hace varios días, ofrecí algunas líneas de reflexión en el Mensaje anual para la Jornada mundial de la paz. Que el Niño de Belén, Príncipe de la paz, bendiga los esfuerzos que con ese fin realizan todos los hombres de buena voluntad.

8. Venite et ascendamus ad montem Domini! (Is 2,3). Quiera Dios que esta Navidad, que inaugura las celebraciones del Año jubilar, sea para cada uno de nosotros una subida al monte del Señor, donde su gloria se revela a los que se han despojado del hombre viejo (cf. Ef Ep 4,22-24) y se han revestido del traje de boda (cf. Mt Mt 22,12), abriéndose plenamente a Cristo.

Ascendamus ad montem Domini! Sí, aceleremos con fe nuestros pasos hacia el jubileo, año extraordinario de gracia, expresada particularmente mediante el don de la indulgencia. Lejos de ser un "descuento" al cambio de vida del cristiano, lo exige de una manera más fuerte. El compromiso espiritual realizado hasta ahora y que debemos proseguir, incluso en los ámbitos de competencia de los dicasterios respectivos, y especialmente en el ámbito del Comité para el Año santo, quiere ayudar a todos los creyentes a tomar conciencia del verdadero sentido del acontecimiento jubilar. "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Este es el mensaje que debe vibrar con intensidad creciente a lo largo de los próximos meses.

340 Los momentos jubilares previstos de diversos modos y en diferentes lugares, particularmente los que se celebrarán aquí en Roma, deben ser expresiones fuertes del camino de conversión, en el que está comprometido todo el pueblo de Dios.

9. Ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (
Is 7,14).
La Navidad y el Año jubilar nos infunden nuevamente esta firme certeza que, desde hace dos mil años, sostiene el camino de la Iglesia, la impulsa al compromiso del anuncio y la estimula a una constante conversión. El Niño nacido en Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es el Resucitado que guía la historia y vendrá en la gloria al final de los tiempos.

De corazón os deseo a cada uno de vosotros, señores cardenales, y a todos vosotros, apreciados colaboradores de la Curia romana, que experimentéis profundamente los frutos de su presencia, con la alegría de haber sido elegidos para trabajar, en íntima colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, como heraldos de su reino de amor y paz.

Os bendigo a todos con afecto. ¡Feliz Navidad y fecundo Año santo!








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