B. Juan Pablo II Homilías 43


VÍSPERA DE LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LOURDES



Capilla Sixtina

Sábado 10 de febrero de 1979



44 Dios te salve, María...

Hoy me gustaría estar en espíritu en ese rincón de Francia donde desde hace 121 años no cesan de susurrar estas palabras los labios de miles y millones de hombres y mujeres, a partir del día en que fueron pronunciadas en ese lugar precisamente por una niña llena de asombro. La niña se llamaba Bernadette Soubirous, tenía catorce años, era hija de trabajadores modestos de Lourdes.

Dios te salve, María...

Con estas palabras saludamos siempre y en todas partes a la que las oyó por primera vez en Nazaret. Al recibir este saludo, fue llamada por su nombre; así la llamaba su familia y los vecinos que la conocían; con este nombre fue elegida por Dios. El Eterno la llamó por este nombre. ¡María! ¡Myriam!

Sin embargo, cuando Bernardita le preguntó su nombre, no contestó «María», sino «Que soy era Immaculada Councepciou», «Yo soy la Inmaculada Concepción». De este modo, se denominó a Sí misma en Lourdes con el hombre que le había dado Dios desde la eternidad; sí, desde toda la eternidad la escogió con este nombre y la destinó a ser la Madre de su Hijo, el Verbo Eterno. Y, en fin, este nombre de Inmaculada Concepción es mucho más profundo y más importante que el usado por sus padres y la gente conocida, el nombre que Ella oyó en el momento de la Anunciación: "Ave María".

Detengámonos en este saludo. Millones de labios humanos lo repiten cada día en toda clase de lenguas y dialectos, en numerosos lugares del globo. Son millones también los peregrinos que las repiten a lo largo del año entre la gruta de Massabielle y el torrente del Gave. Hoy quiero pronunciar otra vez con todos este "Ave María", haciéndome peregrino con el espíritu y el corazón personalmente en ese lugar. Deseo llamar a la Madre de Dios por el nombre que tenía en la tierra, deseo saludarla con ese saludo que se puede calificar de "histórico" por el hecho de estar vinculado al momento decisivo de la historia de la salvación. Ese momento decisivo es a la vez el de su acto de fe, el de su respuesta de fe: «Bienaventurada Tú porque has creído» (
Lc 1,45).

Sí, María; lo que cuenta es ese día, esa hora, ese momento en que oíste este saludo con tu nombre: ¡Myriam! ¡María! Pues la historia de la salvación está inscrita en el tiempo de los hombres, marcada por horas, días y años. Asimismo esta historia adquiere dimensión de fe en la respuesta que da a Dios vivo el corazón humano. Entre esas respuestas, la que sigue al "Ave María" del Ángel en Nazaret señala la cumbre: «Fiat», «Hágase en mí según tu palabra».

¡Bienaventurada Tú porque has creído!

Es Isabel quien dirige a María esta bendición. No en el momento de la Anunciación, sino unas semanas después, cuando María fue a Ain Karim. Y estas palabras de Isabel, que era la persona más cercana a Ella espiritualmente, provocaron en María una nueva respuesta de fe: Magnificat!

Estamos acostumbrados a las palabras de este cántico. La Iglesia las ha hecho suyas. Siguiendo a la Madre de Dios, las repite para expresar sus alegrías más grandes o sencillamente para dar gracias: «Ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo. Su misericordia se derrama de generación en generación... Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes. A los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los despidió vacíos...» (Lc 1,49-50 Lc 52-53).

Oímos muchas veces estas palabras. ¡Las repetimos tantas veces! Detengámonos un día, una vez, al menos (¿por qué no hoy?) ante esta admirable transparencia del Corazón de María; en Ella y a través de Ella habla Dios. Habla a un nivel que trasciende las palabras cotidianas del hombre y, quizá, hasta las mismas palabras que utilizaba Myriam, la joven de Nazaret, pariente de Isabel y Zacarías, desde hacía poco prometida de José. En realidad, ¿no es María como la Esposa del Espíritu Santo?

45 Es precisamente el Espíritu quien da tal transparencia a su Corazón —corazón humilde y sencillo de una niña de Nazaret— gracias «a lo que había prometido a Abraham y a su descendencia para siempre» (Lc 1,55). Dios está presente también misteriosamente en toda la historia de los hombres, de las generaciones que se suceden, de los pueblos, capaz de suscitar de modo maravilloso transparencia, esperanza, llamada a la santidad, purificación, conversión. En este sentido está presente en la historia de los humildes... y de los poderosos; sí, en la historia de los hambrientos, oprimidos, marginados. que se saben amados por El, y con El recobran fuerzas, dignidad, esperanza; y también en la historia de los ricos, de los opresores, de los hombres hartos de todo, que no escapan al juicio de Dios y están invitados también ellos a la humildad y a la justicia, a compartir los bienes, para entrar en su Reino. Dios está presente en la historia de los responsables y de las víctimas de la civilización del consumo que se va difundiendo; quiere liberar al hombre de la esclavitud de las cosas y llevarlo a retornar incesantemente al camino del amor a las personas —a Dios y a los hermanos— con espíritu de pureza, pobreza y sencillez.

Estas admirables palabras del Magnificat, quiero meditarlas hoy con los que toman parte en este sacrificio eucarístico, con los peregrinos de Lourdes, con toda la Iglesia.

Hoy se preguntan algunos sobre la misión de la Iglesia. Pero la Iglesia de nuestro tiempo, ¿acaso no puede entrever la verdad de su misión en estas palabras de María? ¿Es que éstas no contienen lo que podemos, queremos y debemos anunciar, proclamar y realizar en el vasto campo donde se entrelazan la "evangelización" y la "promoción humana", donde la primera reclama la segunda? ¿Acaso el Magnificat no nos da respuesta a la pregunta sobre el progreso y la promoción que se pretenden, y no nos da a conocer asimismo qué significa "evangelizar", anunciar la Buena Nueva a los hombres de hoy? Pues este "hoy", con sus miserias y sus signos de esperanza, constituye en todos los países un reto a la misión "profética" de la Iglesia y a su misión "maternal" al mismo tiempo. Se trata de abrir los corazones y mentalidades a Cristo, al Evangelio, a su escala de valores, para contribuir a la elevación de todo el hombre y todos los hombres, establecer un mundo menos indigno del hombre y del designio de Dios sobre él y, al mismo tiempo, preparar el Reino de los cielos.

Queridos hermanos y hermanas: Con profunda emoción celebro hoy esta Misa en lengua francesa en la Capilla Sixtina. Así puedo unirme espiritualmente en la liturgia eucarística con todos los que hablan esta lengua ¡y son tantos!, diseminados en muchos países y representados aquí, en Roma y en esta asamblea. Y puedo reunir en particular a los hijos e hijas de la Iglesia de esa gran nación francesa, cuya historia está vinculada de modo especial a la historia del Evangelio en Europa y en el mundo entero.

Tenemos la impresión de encontrarnos en Lourdes, a donde confluyen continuamente peregrinos de Francia y de todos los países:

— en Lourdes, que celebra, juntamente con Nevera, este año el centenario de la muerte de Bernardita;

— en Lourdes, donde el mensaje de María transmitido por Bernardita, invita sin cesar a las almas a la oración, a la penitencia, a la conversión, a la purificación, al gozo de la asamblea cristiana y, en una palabra, a una fe más fuerte;

— en Lourdes, donde tantos enfermos encuentran —si no la curación del cuerpo— al menos el sentido cristiano de sus sufrimientos, la paz del amor de Dios y la acogida solícita de los hermanos;

— en Lourdes, donde cada año se reúnen en sesión plenaria los obispos franceses, a quienes me complazco en saludar muy cordialmente desde la Sede del Apóstol Pedro;

— en Lourdes, que está preparando el Congreso Eucarístico de 1981. Hemos comenzado a preparar juntos la conmemoración del centenario del primer Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en Lila en 1881.

Sobre todo, quisiera repetir dirigiéndome a la tierra de Francia, a toda la Iglesia que está en Francia: eres bienaventurada por haber recibido la fe ya en los orígenes. No permitas que tu fe disminuya o se desvanezca. Fortifica tu fe. E irrádiala.

46 Con este espíritu de fe nos acercamos ahora al altar para celebrar el Sacrificio de Cristo, el Sacrificio del Pan que consagramos y partimos por la vida del mundo (cf. 1Co 10,16 Jn 6,51). Es el tema del Congreso Eucarístico que estancos preparando juntos. Por la vida del mundo, por la salvación del mundo. Amén.

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOURDES



Basílica de San Pedro

Domingo 11 de febrero de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo a todos los que hoy estáis aquí presentes. Os saludo de modo particularmente cordial y con gran emoción. Precisamente hoy, 11 de febrero, día en que la liturgia de la Iglesia recuerda cada año la aparición de la Virgen en Lourdes, os saludo a vosotros que soléis trasladaros en peregrinación a aquel santuario y a vosotros que ayudáis a los peregrinos enfermos: sacerdotes, médicos, enfermeras, miembros del servicio de sanidad, de transporte, de asistencia. Os doy las gracias porque hoy habéis llenado la basílica de San Pedro y con vuestra presencia honráis al Papa haciéndole como partícipe de vuestras peregrinaciones anuales a Lourdes, de vuestra comunidad, de vuestra oración, de vuestra esperanza y también de cada una de vuestras renuncias personales y de la recíproca donación y sacrificio que caracterizan vuestra amistad y solidaridad. Esta basílica y la Cátedra de San Pedro necesitan vuestra presencia. Esta presencia vuestra es necesaria a toda la Iglesia, a toda la humanidad. El Papa os está muy reconocido por esto, inmensamente reconocido. En efecto, el encuentro de hoy está unido sin duda a la alegría que mana de una fe viva, pero también a molestias y sacrificios no pequeños.

2. El Señor Jesús, en el Evangelio de hoy, encuentra a un hombre gravemente enfermo: un leproso que le pide: "Si quieres puedes limpiarme" (Mc 1,40). E inmediatamente después Jesús le prohíbe divulgar el milagro realizado, es decir, hablar de su curación. Y aunque sepamos que " Jesús iba... predicando el, Evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia" (Mt 9,35), sin embargo la restricción, "la reserva" de Cristo respecto a la curación que El había realizado es significativa. Quizá hay aquí una lejana previsión de aquella "reserva", de aquella cautela con que la Iglesia examina todas las presuntas curaciones milagrosas, por ejemplo, las que desde hace más de cien años se realizan en Lourdes. Es sabido a qué severos controles médicos se somete cada una de ellas.

La Iglesia ruega por la salud de todos los enfermos, de todos los que sufren, de todos los incurables humanamente condenados a invalidez irreversible. Ruega por los enfermos y ruega con los enfermos. Acoge cada curación, aunque sea parcial y gradual, con el mayor reconocimiento. Y al mismo tiempo con toda su actitud hace comprender —como Cristo— que la curación es algo excepcional, que desde el punto de vista de la "economía" divina de la salvación es un hecho extraordinario y casi "suplementario".

3. Esta economía divina de la salvación —como la ha revelado Cristo— se manifiesta indudablemente en la liberación del hombre de ese mal que es el sufrimiento "físico". Pero se manifiesta aún más en la transformación interior de ese mal que es el sufrimiento espiritual, en el bien "salvífico", en el bien que santifica al que sufre y también, por medio de él, a los otros. Por lo mismo, el texto de la liturgia de hoy en el que debemos detenernos sobre todo, no son las palabras: "Quiero, sana", queda purificado, sino las palabras: "Sed imitadores míos". San Pablo se dirige con estas palabras a los corintios: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" (1Co 11,1). El mismo Cristo había dicho muchas veces antes que él: "Ven y sígueme" (cf. Mt Mt 8,22 Mt 19,21 Mc 2,14 Lc 18,22 Jn 21,22).

Estas palabras no tienen la fuerza de curar, no libran del sufrimiento. Pero tienen una fuerza transformante. Son una llamada a ser un hombre nuevo, a ser particularmente semejante a Cristo, para encontrar en esta semejanza, a través de la gracia, todo el bien interior en lo que de por sí mismo es un mal que hace sufrir, que limita, que quizá humilla o trae malestar. Cristo que dice al hombre que sufre "ven y sígueme", es el mismo Cristo que sufre Cristo de Getsemaní, Cristo flagelado, Cristo coronado de espinas, Cristo caminando con la cruz, Cristo en la cruz... Es el mismo Cristo que bebió hasta el fondo el cáliz del sufrimiento humano "que le dio el Padre" (cf. Jn Jn 18,11). El mismo Cristo que asumió todo el mal de la condición humana sobre la tierra, excepto el pecado, para sacar de él el bien salvífico: el bien de la redención, el bien de la purificación, y de la reconciliación con Dios, el bien de la gracia.

Queridos hermanos y hermanas, si el Señor dice a cada uno de vosotros: "ven y sígueme", os invita y os llama a participar en la misma transformación, en la misma transmutación del mal del sufrimiento en el bien salvífico: de la redención, de la gracia, de la purificación, de la conversión... para sí y para los demás.

Precisamente por esto San Pablo, que quería tan apasionadamente ser imitador de Cristo, afirma en otro lugar: "Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (Col 1,24).

47 Cada uno de vosotros puede hacer de estas palabras la esencia de la propia vida y de la propia vocación.

Os deseo una transformación tal que es "un milagro interior", todavía mayor que el milagro de la curación; esta transformación que corresponde a la vía normal de la economía salvífica de Dios como nos la ha presentado Jesucristo. Os deseo esta gracia y la imploro para cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas.

4. "Estaba enfermo y me visitasteis" (
Mt 25,36), dice Jesús de Sí mismo. Según la lógica de la misma economía de la salvación, El, que se identifica con cada uno que sufre, espera —en este hombre— a otros hombres que "vengan a visitarlo". Espera que brote con ímpetu la compasión humana, la solidaridad, la bondad, el amor, la paciencia, la solicitud en todas sus diversas formas. Espera que brote con ímpetu lo que hay de noble, de elevado en el corazón humano: "me visitasteis".

Jesús, presente en nuestro prójimo que sufre, quiere estar presente en cada uno de nuestros actos de caridad y de servicio, que se manifiesta incluso en cada vaso de agua que damos "en su nombre" (cf. Mc Mc 9,41). Jesús quiere que por el sufrimiento y en torno al sufrimiento crezca el amor, la solidaridad de amor, esto es, la suma de aquel bien que es posible en nuestro mundo humano. Bien que no se desvanece jamás.

El Papa, que quiere ser siervo de este amor, besa la frente y besa las manos de cuantos contribuyen a la presencia de este amor y a su crecimiento en nuestro mundo. El sabe, en efecto, y cree besar las manos y la frente del mismo Cristo que está místicamente presente en quienes sufren y en quienes, por amor, sirven al que sufre.

Con este "beso espiritual" de Cristo dispongámonos, queridos hermanos y hermanas, a celebrar y participar en este sacrificio en el que desde la eternidad está inserto el sacrificio de cada uno de vosotros. Y quizá hoy conviene recordar de manera especial que, según la Carta a los hebreos, celebrando este sacrificio y suplicando "con poderosos clamores" (He 5,7), Cristo es escuchado por el Padre:

el Cristo de nuestros sufrimientos,
el Cristo de nuestros sacrificios,
el Cristo de nuestro Getsemaní,
el Cristo de nuestras difíciles transformaciones,
el Cristo de nuestro servicio fiel al prójimo,
48 el Cristo de nuestras peregrinaciones a Lourdes,
el Cristo de nuestra comunidad, hoy, en la basílica de San Pedro,
el Cristo nuestro Redentor,
el Cristo nuestro Hermano.

Amén.

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN GREGORIO MAGNO,

EN EL BARRIO DE LA MAGLIANA


Domingo 18 de febrero de 1979



1. En el Evangelio de hoy leernos que en Cafarnaum, en la casa donde vivía Jesús «se juntaron tantos» (Mc 2,2). La casa no podía dar cabida a todos, tan grande era el número de los que deseaban escuchar «la palabra que El anunciaba» y ver lo que hacía.

Y he aquí que en medio de esta muchedumbre Jesús hace una cosa muy significativa, cuando le ponen delante un paralítico a quien bajaron por una abertura en el tejado, por falta de espacio. Jesús ante todo dice a este hombre: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc 2,5). A estas palabras se levanta un murmullo entre los que han seguido la acción de Cristo con recelo. Estos son los escribas que (por otra parte, justamente) afirman: «¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (Mc 2,7). Pero era sólo la aversión hacia Cristo la que les dictaba esta objeción: «¿Cómo habla así éste? Blasfema» (Mc 2,7). Jesús, en cierto sentido, lee sus pensamientos y da una respuesta: «¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu camilla y vete?» (Mc 2,9). «Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —se dirige al paralítico—, yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2,10-11).

Todo sucede como Jesús ha ordenado.

Jesús sana a un incurable.

Hace un milagro. Con esto prueba que tiene poder en la tierra para perdonar los pecados. Y como los escribas afirmaron que sólo Dios tiene tal poder, deberían sacar ahora la conclusión de lo que ellos mismos han sostenido verbalmente.

49 Jesús reafirma la presencia de Dios entre la turba.

Jesús reafirma el poder divino de perdonar pecados que le es propio.

Jesús demuestra al mismo tiempo que el mal del pecado es más peligroso y preocupante que el mal físico (en este caso que la grave enfermedad crónica). El es el Salvador que viene sobre todo para quitar este grave mal.

2. ¿Qué nos dice este pasaje del Evangelio a nosotros reunidos aquí?

«Se juntaron tantos» entonces. Y también hoy aquí hay muchos reunidos. Y no pienso sólo en las personas presentes ahora en esta iglesia, sino que pienso en todos los habitantes de la zona de la Magliana. Desde hace cierto tiempo se reúne aquí gente de diversas partes que ha llegado a Roma. Ha surgido un gran barrio; a la par ha surgido una parroquia nueva que ahora cuenta con 45.000 personas. Es una parroquia muy grande.

¿Qué significa "parroquia"?

Parroquia quiere decir: la presencia de Cristo entre los hombres.Parroquia quiere decir un conjunto de personas, quiere decir una comunidad en la que y con la que Jesucristo reconfirma la presencia de Dios. La parroquia es una parte viva del Pueblo de Dios.

Mientras digo estas cosas, vuestro pensamiento corre instintivamente a la experiencia que tenéis, día tras día, en el contexto concreto de vuestra parroquia. Muchos de vosotros, comenzando por el párroco, don Pietro Cecchelani, han visto a esta parroquia niña, por así decirlo, cuando la comunidad se reunía en una pequeña capilla, capaz a lo sumo para 200 personas. No hace falta remontarse muy atrás en los años: el acto de creación de la parroquia lleva efectivamente la fecha de 13 de diciembre de 1963.

¡Cuánto camino se ha recorrido desde entonces! El barrio creció vertiginosamente, pasando de los 4.500 habitantes del comienzo, a los más de 45.000 actuales. Pero al mismo tiempo creció, y no sólo en número, la comunidad cristiana: en torno a la Palabra de Dios anunciada por los sacerdotes, recordada por los catequistas, testimoniada por los fieles en la vida cotidiana, se ha ido formando una comunidad de personas que se conocen, se ayudan, se aman. Una comunidad abierta, lozana, consciente de la inmensa riqueza que constituye el Evangelio de Cristo y, por lo mismo, dispuesta a llevar su anuncio a la masa de indiferentes, de "alejados".

La evangelización —sentida justamente como compromiso primario— ocupa a los sacerdotes, a las religiosas de las dos comunidades presentes en la parroquia, a los grupos juveniles de catequistas, y se desarrolla no sólo en formas ordinarias, sino también mediante experiencias nuevas de acercamiento, como la lectura y meditación del Evangelio en las casas, en los así llamados "grupos domésticos", en los que se reúnen varias familias para un momento de reflexión y comunión.

Del acercamiento al Evangelio surge el compromiso concreto de caridad hacia los hermanos, ya sea en múltiples iniciativas en favor de los ancianos, enfermos, marginados, a quienes se dedican numerosos jóvenes, ya sea en la participación solidaria de los problemas del barrio, que habiendo tenido una "explosión" más bien caótica en estos años, lleva el signo de no pocas deficiencias en materia de servicios sociales primarios, y sufre las incomodidades propias de los aglomerados periféricos de reciente formación.

50 Obviamente, todavía hay mucho que hacer para que la comunidad eclesial alcance su plena madurez cristiana; lo que ya se ha hecho, sin embargo, y el intenso latir de la vida litúrgica dentro de los muros de vuestra nueva iglesia, consagrada hace poco más de un año, permiten esperar mucho de vuestra parroquia para el futuro. Al reconocer el trabajo desarrollado en estos años, el Papa desea estimularos a perseverar con renovado impulso en vuestro testimonio cristiano dentro del barrio: debéis sentir la responsabilidad y el orgullo de ser levadura en él (cf. Mt Mt 13,33), para favorecer su apertura a Cristo y, al mismo tiempo, la elevación humana, contribuyendo así a la instauración de una convivencia más justa y más fraterna en él.

3. Jesucristo está presente en medio de todos vosotros para confirmar así cotidianamente la presencia salvífica de Dios. Aquí hay sin duda inmensas necesidades materiales, económicas, sociales; pero sobre todo hay la necesidad de esta fuerza salvífica que está en Dios y que sólo Cristo posee. Esta es la fuerza que libera al hombre del pecado y lo dirige hacia el bien, a fin de que lleve una vida verdaderamente digna del hombre: a fin de que los esposos, los padres den a sus niños no sólo la vida, sino también educación, buen ejemplo; a fin de que florezca aquí la verdadera vida cristiana, a fin de que no saquen ventaja el odio, la destrucción, la deshonestidad, el escándalo; a fin de que sea respetado el trabajo de los padres y también de las madres, y a fin de que este trabajo cree las condiciones indispensables para mantener la familia; a fin de que sean respetadas las exigencias fundamentales de la justicia social; a fin de que se desarrolle la verdadera cultura comenzando por la cultura de la vida cotidiana.

Para realizar todo esto es necesario mucho trabajo humano, mucha iniciativa, habilidad y buena voluntad. Pero sobre todo es necesaria la presencia de Cristo que puede decir a cada una de estas 45.000 personas: «tus pecados te son perdonados»: esto es, que puede liberar a cada uno del mal interior y encauzar desde el interior la mente y el corazón hacia el bien. El hombre, en efecto, la vida humana y todo lo que es humano, se forma primero desde el interior. Y según aquello que hay "en el hombre", en su conciencia, en su corazón, se modela después toda su vida exterior y la convivencia con los otros hombres. Si dentro del hombre hay el bien, el sentido de la justicia, el amor, la castidad, la benevolencia hacia los otros, un sano deseo de dignidad, entonces el bien irradia al exterior, forma el rostro de las familias, de los ambientes, de las instituciones.

La parroquia de San Gregorio Magno de la Magliana existe para que este bien se encuentre en cada hombre que habita en este extenso barrio, y para que ese bien se irradie sobre vuestra vida familiar, profesional, social, sobre vuestros puestos de trabajo, sobre las instituciones educativas, sobre los lugares de juego y diversión.

San Pablo nos dice hoy en el pasaje de la Carta a los corintios que «por Él (Cristo) decimos "Amén" para gloria de Dios» (2Co 1,20). Precisamente se trata de esto: decir a Dios "Amén", que quiere decir "sí", y no decir jamás a Dios "no". Esta es la tarea de la parroquia. Deseo a todos vosotros, con vuestros Pastores a la cabeza, que toda la parroquia, cada vez más coherentemente y cada vez más cordialmente, diga a Cristo y, en unión con Cristo-Redentor, diga al mismo Dios, "sí". Para que el "no", la negación de Dios y de lo que corresponde a su santa voluntad en nuestra vida humana, se pronuncie aquí cada vez menos en las palabras y en los hechos.

4. Por lo que respecta al número de habitantes, vuestra parroquia ha aumentado notablemente. Algunos edificios son tan grandes que cada uno de ellos podría formar una "parroquia" por sí, en el interior de la extensa parroquia. Pensemos sobre esto para tratar de encontrar lecciones prácticas y eficaces. Hemos oído en el Evangelio de hoy que el Señor enseñaba en una casa. Me parece que tenemos en esto un estímulo para proseguir en las iniciativas que ya habéis comenzado y a las que aludí más arriba.

Para todos vosotros, y en particular para vuestros Pastores, sea ejemplo y guía San Gregorio Papa, que era un gran maestro en el arte pastoral.

El recordaba que el Pastor de almas «debe estar cercano a cada uno con el lenguaje de la compasión y de la comprensión», pero al mismo tiempo advertía que, para hacer esto. «debe ser capaz de manera singular de elevarse sobre los otros por la oración y contemplación» (cf. Regla past. 11, 5). En la intimidad del coloquio con Dios y en el contacto regenerador con su gracia, él puede encontrar la luz y la sabiduría necesarias para «adaptar su palabra al público que le escucha, de modo que pueda ser acogida por la mente de cada uno, sin perder la fuerza de resultar edificante para todos» (ib., III, pról.). ¡Pueda verificarse esto en vuestra parroquia! Se realizará entonces entre vosotros cuanto San Gregorio señalaba con imagen poética, como el ideal de cada comunidad cristiana: esto es, ser como una «cítara bien afinada» que, tocada sabiamente por el artista, eleva a Dios el sonido armonioso de su melodía (cf. ib.).

Antes de concluir, querría deciros mi alegría al saber que en vuestra parroquia se encuentra una capilla dedicada al Beato Maximiliano Kolbe, el gran apóstol de nuestro siglo. En unión con él y con San Gregorio Papa, os confío a todos a la Virgen que es Madre de la Iglesia, y que es invocada confiadamente por los habitantes de nuestra ciudad como Salus Populi Romani.

En la liturgia de hoy dice el profeta Isaías:

«He aquí que voy a hacer una obra nueva»... «¿No la conocéis? Ciertamente voy a poner un camino en el desierto, y los ríos en la estepa. El pueblo que hice para mí cantará mis loores» (Is 43,19-21).

51 Que se realice todo esto entre vosotros.

Con motivo de la visita de hoy esto desea el Obispo de Roma, Papa Juan Pablo II, a la parroquia de San Gregorio de la Magliana.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE NUESTRA SEÑORA DE CZESTOCHOWA



Domingo 25 de febrero de 1979



1. Expreso mi particular alegría por la visita de hoy a esta parroquia romana del barrio La Rústica, dedicada a Nuestra Señora de Czestochowa. Al venir aquí, doy comienzo a la visita canónica que después continuará el obispo mons. Giulio Salimei, el cual tiene especialmente encomendado el cuidado pastoral del sector Este de Roma.

Mi alegría se vuelve todavía más grande por el recuerdo tan vivo en mi mente y en mi corazón del día en que vine aquí junto con el cardenal Stefan Wyszynski y otros obispos polacos, que participaban en las últimas sesiones del Concilio Vaticano II en 1965. A la vez se acercaba el jubileo del primer milenio del bautismo de Polonia, y el Papa Pablo VI decidió resaltar también en Roma aquel gran acontecimiento del pueblo y de la Iglesia polaca. Precisamente por esto dispuso que fuera construida una iglesia dedicada a la Virgen de Czestochowa en el territorio de la parroquia que en aquellos meses se proyectaba para salir al encuentro de las exigencias espirituales y pastorales de esta zona, que entonces estaba marginada de la ciudad y a la que se aplicaba bien el nombre de "rústica".

Recuerdo que cuando vinimos por vez primera a este lugar, precisamente durante el Concilio, aún había aquí campos espaciosos y las casas aparecían ya en el horizonte.

Pero rápidamente comenzaron las obras de la iglesia parroquial; suspendidas enseguida, sólo se reanudaron en 1969, y por fin en octubre de 1971 tuvo lugar la consagración de la nueva iglesia por parte del cardenal Wyszynski, también con participación mía.

Queridísimos hermanos y hermanas: En la lectura de hoy leemos que San Pablo se dirige a los corintios llamándolos «carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída de todos los hombres» (2Co 3,2). Refiriéndome a estas palabras quiero decir que también vuestra parroquia y la iglesia son tal carta escrita profundamente en el corazón del desaparecido Papa Pablo VI y de todo el Episcopado polaco. Ella nació de esta singular inscripción «en los corazones» y de una gran fe. Por eso mi emoción es particularmente profunda al venir aquí por vez primera como sucesor de Pablo VI y, al mismo tiempo, como testigo de los orígenes de vuestra querida parroquia.

2. San Pablo dirigiéndose a los fieles de Corinto escribe que ellos son «una carta de Cristo, expedida por nosotros mismos, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne» (2Co 3,3).

Mucho tiempo antes Dios-Yavé había dado sus mandamientos a Moisés sobre el Monte Sinaí en tablas de piedra. Pero los había dado para que continuamente fuesen escritos «en las tablas de carne de vuestros corazones», es decir, de los corazones humanos. Por esto Dios no se detuvo en la revelación de sus mandamientos al Pueblo de Dios, sino que envió al Hijo para dar testimonio de su amor hacia nosotros. Y precisamente este Hijo, Jesucristo, escribe en nuestros corazones: escribe con la elocuencia de su vida, de su Evangelio, de su misericordia para con los pecadores, de su bondad para los niños y los hombres que sufren. Jesucristo escribe en nuestros corazones con la fuerza del Espíritu Santo, que nos consiguió en la cruz, para que nosotros, hombres, seamos sensibles y estemos abiertos a la acción del Dios viviente. Aunque el hombre se alejara de Dios, como la esposa infiel de la que habla hoy el Profeta Oseas, Dios no dejaría de buscarlo con su amor. Jesucristo busca a cada oveja perdida para mostrarle el camino y restituirla a la vida.

De modo magnífico dan testimonio de esto las palabras del Salmo responsorial de hoy:

52 «El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

»El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas».

3. La Iglesia da testimonio del amor que Dios tiene a cada hombre, y por esto, como Cristo-Pastor, va al encuentro de los hombres dondequiera se encuentren.

Así también Ella va continuamente al encuentro de todos los habitantes de este barrio, tanto de los que vinieron antes, cómo de los que llegan ahora de diversas partes.

Conozco las fatigas de la mayor parte de vosotros, que sois obreros de las industrias vecinas, o de la construcción. Sé bien que la parroquia se ha formado gradualmente con habitantes de inmigración, en un barrio que incluso hoy no goza por desgracia de todos los servicios sociales. Mi deseo cordial es que crezca plenamente también vuestra vida de ciudadanos y que se hagan realidad las exigencias más conformes con vuestra dignidad humana. Para esto se ingenian ya, aunque desde un punto de vista religioso, los responsables directos de la pastoral parroquial, los beneméritos padres benedictinos silvestrinos y todos sus dignos colaboradores en la catequesis, en los contactos con las familias, en la atención a los enfermos. ¡La predicación del Evangelio nunca está separada de una sana promoción humana!

Hemos escuchado en el Evangelio de hoy dos comparaciones: «Nadie cose un pedazo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues el remiendo nuevo se llevaría lo viejo, y la rotura se haría mayor. Ni echa nadie vino nuevo en cueros viejos, pues el vino rompería los cueros, y se perderían vino y cueros; el vino nuevo se echa en cueros nuevos» (
Mc 2,21-22).

Hay una gran sabiduría práctica y una gran prudencia en estas dos comparaciones. La Iglesia se inspira en este principio para su actividad pastoral. Cuando se crea un nuevo ambiente humano, un barrio nuevo, surge también una parroquia nueva, porque no se puede «echar vino nuevo en cueros viejos» y «nadie cose un pedazo de paño sin tundir en un vestido viejo».

4. El Obispo de Roma desea hoy a la parroquia de la Virgen de Czestochowa del barrio La Rústica —parroquia joven— que se desarrolle en ella una vida nueva en plenitud.

Los hombres que vinieron aquí construyeron las casas; en estas casas entraron las familias. Se fijaron cuadros en las paredes, acaso también un cuadra religioso predilecto: de Jesucristo, de su Madre. La vida humana tiene necesidad absoluta de casa humana.

También la parroquia es una familia. Su casa es este templo; «el tabernáculo de Dios entre los hombres» (Ap 21,3). En esta casa se encuentra el cuadro de la Virgen de Czestochowa en puesto central signo de la presencia de la Madre al lado del Hijo, en la proximidad de su Tabernáculo.

Amad la casa de vuestra familia.

53 Amad también esta casa, en la que Dios habita con vosotros.

La vida humana que se desarrolla en tantas casas encuentra aquí su punto central.

¡Reuníos aquí en oración! Reuníos en la mesa de la Palabra divina y de la Eucaristía.

Reuníos ante la Madre que con su mirada os habla de este gran amor con que el Padre os amó en Cristo.

«Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios».

La visita canónica que hoy he comenzado y que después continuará el obispo mons. Salimei, os sirva de ayuda para la unificación de vuestra parroquia y para la consolidación de la vida cristiana en ella.

B. Juan Pablo II Homilías 43